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Los nacimientos de milagro.

En una aldea muy lejana, de alguna cordillera del Perú vivían no más de 20 familias, por
motivos ambientales, sanitarios y por las lejanías, aquella aldea no podía prosperar en
habitantes, había una alta tasa de mortalidad por esos motivos.

Pero de un momento a otro se supo de un milagro, 10 mujeres embarazadas al mismo tiempo.


Pasaron sus días entre quehaceres del hogar y trabajos en chacra con sus respectivos maridos,
pasaron así rutinariamente como pasan las madres pobres y humildes de las aldeas peruanas;
sin ninguna vitamina, sin ningún control sanitario, sin ninguna presencia del estado; solo
confiando en sus hierbas, en sus dioses y en sus apus.

Pasaron los 9 meses; y el milagro se duplicó, el mismo día iban a dar a luz sus diez hijos; y solo
habían dos comadronas para atender a las 10 parturientas que al mismo instante estaban
dando a luz a sus hijos. Recostados en mantas y en colchones de paja de trigo; todas pujaban
ansiosas por ver a sus hijos. Y aquellas dos comadronas, asistentes de las gestantes, caminaban
de un lado a otro, se repartieron 5 parturientas cada una para atenderlas. Sirviéndoles agua,
dándoles té, dándoles fuerza, y uno a uno fue naciendo, dentro de la precariedad de aquella
aldea. Sin más herramientas que un cuchillo para cortar el cordón umbilical, así se dieron
abasto para que nacieran los 10 niños: 6 varones y 4 mujeres.

Luego del susto, los padres de familia se reunieron, como era una aldea pequeña, a festejar, no
el triunfo, sino el milagro, de que aquellos niños hubieran venido tranquilos y sanos a este
mundo, y que sus madres estén bien. Conversaban tomando aguardiente de caña y riendo.

Pasaban los años, y cada niño fue creciendo en su respectivo hogar, fueron a la escuela de
primaria a dos horas de allí; secundaria no tuvieron, porque el colegio más cercano quedaba a
8 horas de camino. Todos fueron creciendo, respetando cada uno su etapa de la vida: niño,
adolescente, adulto, padre y abuelo. Todos crecieron y se casaron, vivieron una vida normal,
dentro de lo normal de la aldea. Pero hubo un niño, que nunca dejó de ser niño, fue un
adolescente, adulto pero seguía siendo un niño. Físicamente era un adulto mayor ya, vio morir
a sus padres y no supo qué hacer, tuvieron que sus vecinos venir a resolver el problema y
darles una sepultura correspondiente con las tradiciones. Trabaja en la chacra que heredó de
sus padres, pero trabajaba y jugaba con los juguetes que le habían regalado sus padres hace
muchísimos años: un carrito de juguete, una quena y un trompo. Pasó su vida en soledad,
sonriendo y pensando que no era más que un niño, la aldea lo entendió así, y la aldea lo
comprendió así.

Dicen que vivió como 70 años, y los 70 años los celebraba como un niño de 8 años. No tenía
otra ilusión más que la navidad, y en aquella aldea lejana. La navidad solo era una fecha, como
muchas otras, y nada más, pero él seguía pensando como niño, y aquellos días tocaba su
quena como ningún otro día.

Para su muerte, la aldea lo enterró en una caja blanca, correspondiente a un niño.

Quizá fue un regalo de Dios su inocencia, pero el pueblo lo entendió así.

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