Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
NACIONAL
CINCUENTA AÑOS DE L A GUERR A CONTR A L AS DROGAS
DE COLOMBIA (EDITORIAL) 3
Francisco Gutiérrez Sanín
COMITÉ CIENTÍFICO
Daniel Pécaut, Francia
Juan Gabriel Tokatlian, Argentina
Camille Goirand, Francia
Catherine LeGrand, Canadá
Elisabeth Jean Wood, Estados Unidos
También de tinta. La simple magnitud del problema lo amerita. Es posible que ningún
EDITORIAL
colombiano haya pasado en las últimas décadas una semana sin oír noticias acerca del nar-
co y la lucha contra este. La guerra contra las drogas y la economía respectiva impactaron
de una manera brutal a Colombia articulándose a los mercados legales, a la política, a la
sociedad y a la cultura. Por supuesto, también interactuaron permanentemente con nues-
tras diversas violencias, así como con nuestra otra prolongadísima guerra globalizada: la [3]
contrainsurgente.
Este número especial está dedicado a los 50 años de la guerra contra las drogas y al
efecto que su producción, su consumo y su represión han tenido sobre nuestra vida social.
Es imposible, por lo que acabo de anotar, que cubra la multitud de problemas relevantes
asociados a aquella. Tampoco lo pretende. Presenta, en cambio, varios enfoques nuevos,
con importantes implicaciones analíticas y de políticas públicas.
Sin hacer plena justicia a cada uno de los ocho textos del dosier, podría decirse que se
pueden clasificar en dos grandes categorías. Por una parte, están aquellos que se concentran
en las transformaciones sociales —muy en particular, agrarias— relacionadas con la guerra
contra las drogas; por la otra, los que reflexionan sobre las políticas públicas generadas por
ellas. Esto, insisto, es un poco mecánico, pues los primeros tienen implicaciones de política
y se refieren a dichas transformaciones, y los segundos, necesariamente, dialogan con las
implicaciones sociales de los diseños institucionales. Sin embargo, como puerta de entrada
provisional, la idea de los dos énfasis puede ser útil para orientarse acerca de las propuestas
analíticas contenidas en el dosier.
Respecto de los artículos agrarios, María Clara Torres considera la compleja relación
entre cultivos ilícitos en el Ariari, y muestra que su proliferación estuvo íntimamente rela-
cionada con una modernización del sector arrocero que concentró drásticamente la tierra.
El proceso pasa, igualmente, por el relacionamiento de la guerra contra las drogas con el
conflicto armado. Eso también resulta del texto de José Antonio Gutiérrez, cuyo foco de
atención es Argelia, Cauca. La dinámica económica cocalera, argumenta Gutiérrez, no
necesariamente fue “el combustible del conflicto”. El combustible para un nuevo ciclo de
violencia en ese municipio, y en otros, podría ser, en cambio, el incumplimiento del acuerdo
de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP). Gutiérrez-Sanín
y Machuca, por su parte, se aventuran a considerar los impactos culturales de la coca sobre
las sociedades rurales que la cultivan. ¿Será que generan únicamente “capital social nega-
tivo” o “narcocapitalismo”, como se ha planteado tantas veces?
El análisis de López, Peña y Triana sobre la relación entre campesinos, glifosato y jueces es
la transición entre énfasis agrarios y énfasis de política. Las autoras muestran que los jueces han
tendido a adoptar posiciones más favorables al glifosato cuando el Ejecutivo abraza sin em-
pacho los términos de la guerra contra las drogas, y en cambio son más garantistas cuando
el ejecutivo se muestra más flexible. Las potenciales implicaciones de política son grandes.
Uprimny, a su vez, hace una consideración sobre diversas dimensiones de las políticas contra
el narcotráfico mostrando las complejidades implícitas en un menú de opciones limitado, pero
real. Ibarra y Rojas discuten el contenido de las estrategias contra el narcotráfico en el con-
texto del acuerdo de paz. Devia y Ortiz Morales hacen lo propio, pero desde una perspectiva
comparada entre Perú y Colombia. Finalmente, Morales, Pinto, Rojas y Vásquez miran —signo
de los tiempos— la política Ruta Futuro, de Iván Duque, desde la perspectiva del big data.
[4] Encuentran que hay una desarticulación entre el mensaje del gobierno y el de los medios de
comunicación, pero en el proceso hallan diversos énfasis retóricos de la propuesta, a los que
bien vale la pena prestar atención.
Una agenda de preguntas, una variedad de enfoques metodológicos, con numerosas con-
clusiones y énfasis nuevos, en torno a un problema sobre el que no podemos dejar de pensar.
Diana Machuca, magíster en estudios políticos del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales
(IEPRI). Investigadora del Observatorio de Tierras de la Universidad Nacional de Colombia. Correo electrónico:
dxmachucap@unal.edu.co
RESUMEN
Palabras clave: cultivos ilícitos, cultura campesina, dinero fácil, descomposición social [5]
EASY MONEY? MOR ALIT Y AND CULTURE IN THE COCA AGRICULTUR AL SOCIETIES
A B S T R AC T
This paper analyzes the plausibility of the “standard hypothesis” on moral and cultural changes prompted
by the illicit crop economy in agrarian societies in Colombia. According to this hypothesis, coca cultiva-
tion as a modality of drug-trafficking triggers the search for “easy money” and fosters the development
of a culture of illegality associated with disordered modalities of consumption and individualism. Based
on qualitative and quantitative evidence, the article claims that such hypothesis is fundamentally wrong
and discusses the reasons and mechanisms underlying this claim.
Nota: este artículo es un resultado de investigación del proyecto Drugs & (Dis)Order: Building Sus-
tainable Peacetime Economies in the Aftermath War, financiado por el Global Challenges Research
Fund (ES/P011543/1) (https://drugs-and-disorder.org), en el cual participan la Universidad
Nacional de Colombia, el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI)
y el Observatorio de Tierras.
INTRODUCCIÓN
planteamos que, además, los efectos morales y culturales de la coca son mucho más com-
plejos y ambiguos que lo que se sugiere en diversas descripciones —en documentos de
política, pero también, en parte de la literatura académica— de los territorios con pre-
sencia de dichos cultivos. En realidad, las economías agrarias ilícitas han transformado
de muchas maneras positivas o ambiguas —en el sentido de que no permiten una valora-
Esta conclusión puede resultar bastante antiintuitiva. Así pues, nos esforzaremos por
analizar sistemáticamente los complejos cambios culturales generados o catalizados por la [7]
vinculación de un territorio a los cultivos ilícitos, así como los mecanismos subyacentes a
ellos. Por otra parte, mostraremos que la descripción de la hipótesis estándar de los efectos
de la coca sobre las sociedades agrarias es unilateral y, en muchos sentidos, francamente
errónea. Algo similar se puede decir de las con frecuencia condescendientes propuestas de
“desarrollo alternativo” basadas en dicha descripción. Una y otras exageran las diferencias
entre el sector legal y el ilegal apelando, a veces, a un pasado de idílicas y bien integradas
comunidades agrarias, que nunca —o rara vez— existió. Pierde de vista la multiplicidad
y los efectos diferenciales de los cambios ocurridos en el sector agrario ilícito. Asume que
los campesinados ilícitos viven en un mundo social congelado y estable en su desorden y
su anomia, y por consiguiente no incorpora al análisis los distintos cambios, ni los proce-
sos de aprendizaje ni la formación de sociabilidades políticas que se producen allí. Todo
esto se relaciona con la ausencia de una economía política que permita entender la co-
constitución entre Estado, mercados globales y campesinado (sobre la necesidad de una
perspectiva de este tipo, ver Lund, 2016).
1 Es menester recordar que en la actualidad Colombia tiene una producción de marihuana legal que ha logrado
sostenerse.
en Tumaco y Puerto Asís, durante 2019, en el marco del programa de investigación Drugs
and Disorder (https://drugs-and-disorder.org/). También aplicamos entrevistas a líderes
sociales, campesinos cultivadores, jornaleros e inscritos del PNIS en tres regiones del país:
El Catatumbo, Tumaco y Puerto Asís. Aunque las citas de las entrevistas están orienta-
das, sobre todo, a reflexiones sobre la experiencia y la trayectoria de los entrevistados,
las anonimizamos todo lo posible, dadas las condiciones de seguridad actuales en el país
y en algunos territorios. Igualmente, usamos material del trabajo de archivo que hemos
desarrollado a lo largo de la investigación.
Como fuere, a partir de entonces Colombia se convirtió en uno de los pocos países
en el mundo —quizás, el único— que combina al menos tres cultivos ilícitos significati-
vos (coca, marihuana y amapola [Calvani, 2007]); además, ya a finales de la década de
1980 alcanzamos el estatus de principal exportador de base de coca a Estados Unidos,
una posición que no hemos perdido desde entonces. Por lo tanto, la cifra de hectáreas
dedicadas a cultivos ilícitos probablemente nunca ha bajado de algo así como 40.000
hectáreas2. Como la coca3 no es solo un cultivo de pequeños propietarios, sino, además,
un excelente empleador —ese es uno de sus tantos parecidos con el café durante algu-
nos periodos4 —, la implicación es directa: “el campesinado ilícito” ha estado constituido
por decenas de miles de familias por alrededor de cuatro décadas. El PNIS —programa [9]
de sustitución resultante del acuerdo final entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Re-
volucionarias de Colombia (FARC-EP) — provee una buena ilustración de la magnitud
demográfica del sector ilegal en el campo colombiano: cuando se lanzó, se inscribieron
cerca de 180.000 familias, tal y como lo reporta Rafael Pardo (2020).
2 Debe tenerse en cuenta, además, que en estos conteos puede haber serias subestimaciones.
3 También, seguramente, la marihuana (Britto, 2020).
4 De Rementería (2001): “Las similitudes entre la economía cafetera y la economía de las drogas son proverbiales.
Lo más característico de esta semejanza es la sujeción informal de la pequeña producción agrícola, de café o
de coca, al capital urbano exportador” (p. 127).
ha sido un cultivo característico del bosque tropical húmedo, lo que da cuenta de una
parte de su distribución espacial. Pero también inciden otros factores, que van desde
las dinámicas de la guerra (Díaz & Torres, 2004) hasta la posición —que no está fija en
el tiempo, sino que evoluciona— de distintos actores territoriales. Por ejemplo, Lobo et
al. (2020) reportan que ha habido comunidades afro dispuestas a pagar altos costos con
tal de impedir su entrada.
En cuarto lugar, y un poco en contraste con lo anterior, no hay una muralla china
que separe a campesinos pertenecientes al sector legal de aquellos involucrados en el
ilegal. En varias regiones, la coca estuvo lejos de ser un monocultivo, por diversas razones
estratégicas —hacer más difíciles las fumigaciones, responder a reglas establecidas por
el regulador armado o, simplemente, tener un ingreso de respaldo que proteja de los
riesgos involucrados en el cultivo de la coca (Gutiérrez, 2021a)—. Los jornaleros agrí-
colas aparecen en territorios cocaleros de manera estacional cada vez que hay cosecha;
eso les permite dedicar parte de su tiempo a otros cultivos o a empleos urbanos. Otros
ahorran lo suficiente con la raspa como para comprar su propio pedazo de tierra, en el
que a menudo siembran productos legales, intercalados o no con coca.
Estas conquistas económicas podrían, sin embargo, estar pagándose con un yermo
moral y cultural en los territorios. ¿Hasta qué punto es eso cierto? Como veremos en
las próximas secciones, muchos creen que lo es.
Tal paisaje es retratado con tintas más cargadas en diversos documentos de política
pública. Los cultivos ilícitos son capaces de
[…] impone[r] una nueva escala de valores sociales en algunas regiones y sectores que
está en abierta contravía con el clima moral que exige el desarrollo de una sociedad sana,
basada en los principios, en el reconocimiento de los méritos individuales y en el progreso
como base de superaciones ciudadanas. (Samper, 1995, citado en Iglesias, 2003, p. 50)
Esa nueva escala ha barrido con las prácticas tradicionales del campesinado, y afec-
tado a
[…] la población infantil, las mujeres, los adultos y en general en la dinámica organizativa
tradicional y de reivindicación social. Por ejemplo, los moradores ya no respetan las fiestas
patronales, ni los días dominicales que eran sagrados; los sistemas de producción tradicional [11]
han sido descuidados porque prima el dinero circulante de la venta de la hoja o la pasta de
coca. (Archivo ANLA , 2008)
[…] conciencia social [que] se narcotiza y de esta manera se afianza una inversión de valores,
donde las políticas de gobierno para controlar la producción y el tráfico de cultivos ilícitos se
interpretan como actos de represión, entendiéndose como víctimas la población involucrada
en el fenómeno. (PLANTE , 1996, citado por Iglesias, 2003, p. 51)
Una perspectiva similar nos la ofrece un defensor del pueblo que entrevistamos en
una de las salidas de campo, una persona con profundos conocimientos del territorio
y una gran empatía con los campesinos, a quienes considera “víctimas de los cultivos
ilícitos”. Él enfatiza que el dinero fácil daña el comportamiento de la juventud, empuja
a la gente a la violencia, la saca de la educación y promueve la cultura del dinero fácil:
Ya se creó una cultura cocalera en la región entonces hoy vemos los muchachos de 14 años
con una cadena de oro que no le cabe en el cuello, con un arma empretinada, con una moto,
no quieren estudiar, no quieren hacer otra cosa porque ya son parte de la cultura cocalera
que se implantó desde los años 80 en la región entonces los muchachos ya solo piensan en
tener una mujer estando jóvenes no han cumplido los 20 y ya tienen una mujer o ya tienen
hasta mujer y dos hijos y ya están pensado en dejar esa mujer y agarrar otra porque es lo
que han visto que hicieron los papás, los tíos y eso parte de la cultura cocalera es parte de
lo fácil de lo rápido que se gana el dinero.
La “honda distorsión de los valores éticos” generada por la coca (Archivo PLANTE,
n.d.) contradice los valores necesarios para promover el verdadero desarrollo; por eso, en
uno de sus informes de verificación del PNIS 5, la Oficina de Naciones Unidas contra la
Droga y el Delito (en inglés, UNODC, por las iniciales de United Nations Office on Drugs
and Crime) (2017) plantea una secuencia que va desde la identificación de las zonas de
cultivo hasta el luminoso sol del “desarrollo sostenible”, o alternativo. Si este fomenta
“el retorno a los valores éticos y culturales del ciudadano, incrementa la presencia insti-
tucional del Estado y crea fuentes alternativas de ingresos” (Departamento Nacional de
Planeación, 1994), entonces el objetivo de un mundo “libre de drogas” (Van Dorn, 2016)
implica no solo una transformación cultural a gran escala, sino una vigorosa promoción
del desarrollo —entendido, en particular, como la promoción de los objetivos del milenio
(Van Dorn, 2016)—. Ello, a su vez, implica que “la lucha contra los cultivos ilícitos y su
[12] producción se basa en la moralidad, en los tratados internacionales, en las leyes nacionales
y finalmente en el auto interés de los países afectados” (UNDCP, 1993, p. 14).
Los campesinos que vivían arrancados, llevados por la miseria que se vivía antes de la co-
ca, ahora eran mafiositos que creían que se habían ganado el mundo entero, con buenos
deslizadores, revólveres y pistolas al cinto, varios millones en un bolso, era común que les
sobraran las mujeres de toda clase, se volvió normal que los campesinos que eran pobres
ahora tuvieran una mujer en cada pueblo. (p. 35)
Las FARC veían [esos programas] con buenos ojos porque la cultura de la coca… es decir
lo que teníamos un mínimo esclarecimiento del papel de una organización revolucionaria
marxista leninista, lo que estaba pasando allí…. Estábamos administrando un cuadro de
sociedad marginal lumpesca, porque allí se concentraba todo; desde pícaros que huían,
aventureros, prostitutas, estafadores, negociantes, había de todo o gente que era la mayoría
campesinos de esa zona que se cerraron las posibilidades de mantener una economía legal
que le permitiera reproducirse mínimamente.
Esta declaración captura bastante bien los dos focos de atención de las preocupacio-
nes de las FARC-EP con respecto de los efectos de la coca sobre la vida cultural de las
regiones bajo su influencia, que estuvieron en el corazón de la propuesta de regulación [13]
del cultivo por parte de las FARC-EP en muchos territorios (Valencia, 2017). Por un lado,
el flujo “descontrolado” de gente hacia y desde el territorio; por otro, el deterioro y el
desorden que supuestamente causaría la bonanza.
sigue tan presente como siempre (el economista coreano Ha Joon Chang, 2010, ofrece
un interesante análisis sobre esto)6.
Pues bien, nadie menos que Gramsci (2018) desarrolló un argumento prohibicionista
desde la perspectiva de los efectos morales del alcohol —y en general, de las sustancias
excitantes— sobre los trabajadores y el mundo del trabajo. Para Gramsci, el control so-
bre la moralidad y la disciplina era fundamental para el mundo del trabajo, y constituía
mucho más que una simple manifestación hipócrita de puritanismo: hacía parte de la
constitución de una nueva fuerza social. Si el argumento en general parece y está fecha-
do7, destaca la importancia de desarrollar una economía política de las transformaciones
morales, para quien quiera aventurarse a esta clase de exploraciones, que siempre son
difíciles de aprehender.
¿Qué efecto pueden tener estas dos perspectivas —desarrollo de una economía
política del cambio y análisis de las permutaciones y las ambigüedades intrínsecas a las
relaciones entre moral y desarrollo— para la hipótesis estándar?
3. L A EVIDENCIA A FAVOR
Es indudable que la coca —y más generalmente, los cultivos ilícitos— revoluciona los
territorios en los que entra. En esta sección presentamos una síntesis de las dinámicas
subyacentes a ello.
6 Y es necesario advertir que, de manera relativamente reciente, la deseabilidad del crecimiento económico ha
sido puesta en cuestión.
7 Hacía parte de un esfuerzo por comprender el taylorismo y criticar la visión edulcorada que tenían los europeos
de las primeras décadas del siglo XX de su propia trayectoria, en contraste con la estadounidense.
parte de la literatura agraria: es mucho más móvil, mucho más globalista, que lo que
ella permitiría imaginar (Gutiérrez, 2021b; Ciro, 2020; Ramírez, 2001). Su relación con
el trabajo es diferente también. Por ejemplo, en algunas entrevistas muchos analistas
nos han hecho notar que algunos campesinos cocaleros a duras penas saben manejar
un azadón. También tiene, naturalmente, una relación distinta con las autoridades y
con el comercio local. Las estructuras familiares de los campesinos cocaleros cambian,
se vuelven más fluidas y, posiblemente, también más inestables.
No sobra recordar, en este contexto, que muchos de esos cambios y problemas han
sido debatidos arduamente por parte de líderes sociales, campesinos y otros actores de
la ruralidad, en territorios con alta presencia de los cultivos ilícitos.
4. LOS PROBLEMAS
¿Tendremos, por tanto, que darle la razón a la hipótesis estándar? No. Hay cuatro
“permutaciones” y mecanismos que la ponen en cuestión.
Segundo, el ingreso de la coca ha dotado a los campesinos de una base económica que
también les permite transformar de manera positiva sus expectativas, sus trayectorias
de vida y sus patrones de consumo; de hecho, su subsistencia en cuanto campesinado
—compatible con la creciente urbanización del país— puede haber dependido de su
articulación a mercados globales ilegales. Contra el supuesto de la UNODC y muchas
agencias internacionales, el mundo de la coca puede haber generado condiciones para
el desarrollo que, en cambio, existen solo precariamente en el sector legal, comenzando
por el muy simple y fundamental factor de que en aquel (el mundo cocalero) los cam-
pesinos tienen capacidad de ahorro; más aún, algunas de las transformaciones sociales
generadas por la coca no podrían ser marcadas in totto con una valoración cultural ne-
gativa, a menos de que se adopte —a menudo, de manera inconsciente e implícita— una
posición de conservadurismo moral extremo.
largos. Es paradójico que muchos investigadores no hayan podido ver esos procesos de
cambio que acercan a los campesinos a todo un conjunto de valores de clase media que
aquellos tienen ya profundamente introyectados. Esto, en un contexto en el que, por
el ahorro y los desparrames positivos de la coca sobre la economía regional (Gutiérrez,
2021a), se produce cierta densificación demográfica y mayor presencia de al menos al-
Cuarto, los mundos agrarios legal e ilegal no son compartimientos estancos. Están
conectados por decenas de vasos comunicantes. Comparten personal, experiencias y
trayectorias. Están atravesados por aprendizajes mutuos, algunos de los cuales difí-
cilmente pueden ser calificados como generadores de degradación o de formación de
capital social negativo.
Examinemos por separado cada uno de estos factores. Primero, el proceso de po
blamiento cocalero pertenece a la familia conceptual de ampliación de la frontera agrícola
y de la colonización —o por lo menos, se intersecta fuertemente con ella—. Estos procesos
de poblamiento rara vez son estables y pacíficos. El siglo XX colombiano se caracteriza
por una ampliación de la frontera agraria constante y excepcionalmente traumática (ver
Tovar, 2015, para un contraste en este sentido entre los siglos XIX y XX colombianos;
Gutiérrez, 2021a, y el clásico LeGrand, 1988). Es un caso extremo, pero no único. La
monetización de las economías agrarias, combinada con la precariedad de formas de
regulación, transforma los patrones de consumo y crea numerosos problemas de acción [17]
colectiva, que son saldados por medio de la violencia (para el caso estadounidense, ver
el fantástico trabajo de Grandin 2019; también, Li, 2014). Esto es especialmente cierto
tratándose de la vinculación de diferentes regiones a grandes mercados globales, un du-
ro proceso que ha estado en el núcleo de la construcción económica y social de nuestro
continente (Topik et al., 2007); por ello, no es de extrañar que en América Latina poda-
mos encontrar muchísimos contextos similares a los descritos por la hipótesis estándar.
Hobsbawm (2018) reporta que en Guerrero, México, la gente era “tan renuente a la ley
[que] la prosperidad económica se mide en revólveres nuevos, que los hombres prefieren
comprar antes que una radio nueva” (p. 303).
violencias extremas, incluyendo el despojo (Gutiérrez & Vargas, 2016). Salinas y Zarama
(2012) muestran el papel de diferentes economías legales —incluyendo la bananera— en
la construcción de grandes proyectos territoriales paramilitares. La comparación es aún
más pertinente e indispensable si se tiene en cuenta que una porción muy sustancial de
campesinos cocaleros han sido expulsados —a veces, por razones económicas, pero a
veces también, a punta de pura bala— de las economías legales en las que se encontraban
(Ramírez, 2001; Ciro, 2020; Gutiérrez D., 2021).
En segundo lugar, habría que considerar la manera como, efectivamente, los exce-
dentes de la economía ilegal en realidad han permitido, no solo un incremento de los
ingresos, sino un avance social considerable; al menos, a algunos sectores. En realidad,
la base material del campesinado cocalero es bastante distinta de la del sector legal, lo
que debería entrar en cualquier evaluación de las transformaciones generadas por la
planta. El sector cocalero es mucho menos desigual. Permite el acceso de los campesinos
a la tierra, y no parece haber generado grandes dinámicas de concentración —entre
otras cosas, porque la inestabilidad y la informalidad permanentes de los derechos de
propiedad mantienen deprimidos los precios de la tierra—; además, es excelente em-
pleador —en contraste con lo que sucede con muchas economías rurales que ocupan
buena parte de nuestro territorio— y ha promovido —a veces, por las razones equivo-
cadas— a diversos sectores sociales cuyas oportunidades de avance en muchos sectores
legales son cercanas a cero (Gutiérrez, 2019, 2021a). Por ejemplo, Parada y Marín (2019,
[18] 2021) argumentan que la economía cocalera les ha permitido a las mujeres acceso a
“recursos productivos y […] al mercado laboral en condiciones muy similares a las de
los hombres y muy superiores a las de otras mujeres rurales” (Parada & Marín, 2019,
p. 65). La figura 1 presenta los resultados de nuestra encuesta respecto a la pregunta:
¿Considera usted que la economía cocalera contribuyó a su independencia económica? Como
se observa, de manera significativa y en un porcentaje mayor que la de los hombres, las
mujeres contestaron que sí.
¿Qué hacía la mamá? Y eso no se había visto antes, cuando la mujer cocalera empieza a
tener su autonomía, de su pedazo, empieza a celebrar los cumpleaños; de sus hijos, de su
esposo… y de ella también porque, vuelvo y digo, que ella cumplía años va y se compra lo
que ella quiere porque ya tiene con qué. Antes eso no se hacía, así estaba el dominio, nadie
sabía cuándo se cumplía años, cuándo había… nada. Ni tampoco le podía dar el regalo a
la mamá o al papá porque… bueno, cumplieron años o era el día del padre o el día de la
madre. La mujer empieza a tener autonomía cuando empieza a sembrar su cultivo.
120
99
100
80
73
63
56
60
40
29
20
1
0
Masculino Femenino No responde
Sí No No aplica
[19]
[…] yo buscaba mi compromiso, mi marido me mantenía y todo, pero había un conflicto en
el hogar, entonces yo me dedicaba a mis cosas, lo que yo pudiera hacer porque yo no soy
bachiller, no estudié, hasta sexto en la escuela. Entonces yo me dedicaba a eso, a raspar.
A veces, la autonomía se conquista por las razones equivocadas, por la propia ilega-
lidad y la inestabilidad de la economía:
No, yo tenía pareja, sino que a mí siempre me ha gustado trabajar, siempre me ha gustado
tener mis cosas, entonces también gracias a eso, fui madre soltera, ahí quedé soltera por un
tiempo porque el papá de mis hijos por estar trabajando en eso, lo agarraron preso por dos
años.
Siendo una economía tan intensiva en mano de obra y con límites relativamente duros
a la mecanización de ciertas actividades —otro aspecto que la hace similar al café—, la
coca ha sido un importante referente para jornaleros agrícolas, cuyos salarios en la coca
son comparativamente buenos (y según testimonios de varios habitantes del territorio,
empujan al alza a otros salarios agrícolas); más aún, muchos campesinos han sido reco-
lectores, y reportan frecuentes compras de tierras debido a temporadas favorables, o a
la cesión de aquellas por parte de campesinos ya establecidos que han decidido migrar
(debido a la violencia, a las fumigaciones o, simplemente, al deseo de ampliación de
sus horizontes). Todo esto sería prácticamente impensable en el mundo legal. El hecho
de que la economía cocalera sea bastante igualitaria y tenga una tenencia de la tierra
La evolución de la relación con el mundo del trabajo tampoco es tan rectilínea como
se supone. El libro clásico de Jaramillo et al. (1989), junto con muchos aportes y atisbos
brillantes, parecería sugerir que los campesinos provenientes del mundo andino, más
asentados en una tradición de trabajo duro, fueron más resistentes a los encantos de la
coca (pp. 62-63); sin embargo, la intuición que asocia la coca al dinero fácil es —al menos,
en el mundo agrario— una fantasía8, como lo sabe cualquiera que esté mínimamente fa-
miliarizado con el proceso de producción en sus distintas etapas. Tanto raspachines como
campesinos reportan con frecuencia las dificultades que tuvieron al principio, porque el
proceso de recolección les destruía las manos. La transformación de la hoja en base de
coca —que ocurre con frecuencia en laboratorios campesinos— implica también trabajo
duro y riesgos para la salud. Si se trata de “ganancias merecidas” —según el muy cristiano
criterio de Moore (earned profits) (Moore, 2007; Moore & Prichard, 2017), y creemos que,
implícitamente, de muchos otros— no vamos a encontrar mucho aquí que reprocharles
a los cultivos ilícitos.
[20] Todo esto nos lleva a la tercera dimensión omitida por la hipótesis estándar: el cambio
social. Como observamos líneas arriba, es indudable —y fácilmente previsible— que la
brusca monetización de la vida social por la vinculación a un vigoroso mercado mun-
dial es susceptible de revolucionar las relaciones sociales. En la medida en que esto se
produce en medio de un vacío regulatorio —debido a que el producto es ilegal—, esto
puede ir asociado a descomposición y desmoralización masivas; sin embargo, los terri-
torios cocaleros no están congelados —al menos, no necesariamente— en un estado de
permanente anomia y desorden social. La gente aprende y adapta sus prácticas. Dicha
adaptación ocurre al menos por tres vías. Ante todo, de acuerdo con el análisis de Torres
(2011), aunque los cultivos ilícitos bloquean en muchos sentidos la presencia del Estado,
en muchos otros la atraen y definen. Ningún pequeño cultivador se enriquece con la
coca. Pero sí vive en mejores condiciones que muchos otros campesinos (Marín et al.,
2020). Como, además, la coca es intensiva en mano de obra, se convierte en un imán
demográfico. Los impactos positivos sobre el comercio atraen también al sector privado
y, tras él, a varios servicios estatales claves. Naturalmente, todo eso tiene un techo, dado
que los territorios con presencia de cultivos ilícitos sufren, junto con otros, del “apartheid
institucional” al que se refieren García y Espinosa (2013).
8 En otros mundos probablemente también lo sea; sobre todo, si se tienen en cuenta niveles de aversión al riesgo.
En la obsesión por el estudio se nota muy bien la tensión entre deterioro y aporte
que hace la planta a sus respectivas sociedades. Como el cultivo es tan rentable, muchos
jóvenes abandonan el estudio para ir a raspar. Pero, por otra parte, sus progenitores
ya están apostando fuertemente a la educación de las siguientes generaciones. Para al-
gunos entrevistados, el contraste con el pasado es patente. Nótese cómo en la siguiente
declaración se subraya la ampliación de los horizontes temporales:
Nada, esa era la ley del que más tuviera, entonces hasta los niños y los jóvenes no les impor-
taba: “para qué voy a estudiar yo si pues yo tengo los fajos de plata, a mí qué me interesa el
estudio, no me interesa nada, yo lo tengo todo”, era como mirar ahí en el momento.
Esto lo corrobora este otro recuerdo: “Anteriormente no había las posibilidades que
hay hoy en día; hoy en día los padres se preocupan porque sus hijos estudien. Anterior-
mente los padres se preocupaban porque sus hijos trabajaran”.
Figura 2. Gastos e inversiones de los encuestados con los recursos obtenidos de la economía cocalera.
4
6
7 26
14 20
Ninguno Ahorrado
Otro
Como una opción de trabajo, como una posibilidad de sacar nuestras familias adelante, de
darles un estudio a nuestros hijos, porque a pesar que hemos sido unas personas de bajos
recursos económicos, hemos mentalizado que el estudio es una gran oportunidad de sacar
adelante nuestras familias y por lo menos como herencia, siempre hemos tenido el dejarle
un grado de estudio a nuestros hijos.
Muchos entrevistados coinciden en que la coca es la que les da para darles el estudio
a los hijos. Esto genera una fuerte transformación del núcleo familiar:
Nos iba bien porque yo acabé de pagar esa parcela, me tocó dar en ese tiempo como quince
millones en efectivo, pagué y de ahí he sacado para lo demás, le di estudio a mis hijas, una
es ya profesional, terminó la carrera de comunicación social y pues tengo la otra que está
terminando el bachiller y de aquí es de donde he podido sacar para el estudio.
Líder: claro, con mi coquita, cultivaba mi coca y después me iba a construir casas en maderas
por contratos, con eso le mandaba a ella.
E: y, ¿pudo estudiar?
El cuarto y último factor omitido generalmente por la hipótesis estándar es que no [23]
hay una muralla china entre el sector legal y el ilegal. Los flujos de personas desde y
hacia la coca son muy significativos. Miles de campesinos expulsados por el sector legal
se incorporaron a la economía cocalera. Algunos regresan periódicamente al prime-
ro; más aún, aunque algunos jornaleros se especializan en raspar, otros se ocupan de
diversos cultivos —entre ellos, la coca—. Dadas las características del cultivo, es rela-
tivamente habitual que campesinos cocaleros alternen el cultivo con trabajos urbanos
perfectamente convencionales. Los desparrames positivos de la coca sobre la economía
regional establecen muchos vínculos entre personas en distintas ocupaciones, que van
mucho más allá de lo económico. Contrariamente al imaginario de un mundo violen-
tamente individualista marcado solo por la anomia, muchos de estos lazos son estables
y duraderos, y no necesariamente corresponden a una noción estrecha de autointerés
en el corto plazo. La lucha por mantenerse en el territorio requiere diversas formas de
acción colectiva, como se verá en la próxima sección.
Sí, sí, yo no soy mal agradecido de ella [la coca]. Antes de casarme yo era un gran joven
pintoso, salsero, rockanrolero y merenguero. Yo también tomaba. Después de que uno con-
sigue la mujer, se ajuicia. Ya tuvimos la hija. No pensábamos tener más hijas. Yo le decía a
mi esposa: ‘tengamos una hija, pero estudiada’. Gracias a Dios, sí. Es psicóloga, casada con
un policía y no vive acá. Con esto [la coca] yo le di estudio a ella.
Figura 3. Pregunta: ¿La experiencia con la coca fue: ¿positiva? ¿Positiva y negativa por igual? ¿Negativa?
200
188
180
160
145
140
Número de encuestados
120
100
79
80
60
[24]
40
20
0
Positiva Positiva y negativa por igual Negativa
Esta valoración mixta se apoya en diferentes perspectivas. Por una parte, está la
crítica a la monetización y a la laicización de la vida cotidiana con la brusca y brutal
entrada de una economía monetaria articulada al mercado global. Como lo muestran
los siguientes fragmentos, son pocas las personas que se mueven en el mundo cocalero
que no encuentran que la ilegalidad tiene costos prohibitivos.
E: ¿y qué razones les diría a esas personas para que no vuelvan a sembrar coca?
Lideresa: Vivir en la legalidad es lo más lindo que hay. Poderse usted sentar en una esquina
a comerse algo con toda la tranquilidad del mundo, que vivir uno escondido como una cuca-
racha, con los bolsillos llenos de plata, pero escondidos. Eso no puede ser, yo no lo comparto.
Yo prefiero comerme la chinchurria allá en la esquina y no tengo ningún problema. Y lo
otro debemos de darle un buen ejemplo a nuestros hijos.
[…] el cultivo de uso ilícito cambia el uso del suelo, cambia la forma de pensar, cambia la
economía solidaria por una economía salvaje porque el problema de la gente que es cocalera
es que anda atrás de una cantidad de plata, no sueña en plata poquita. El anciano nuestro
Por otro lado, a la coca se la identifica como fuente de transformación social positiva.
Nótese que no se trata apenas de mejores ingresos, como en la hipótesis estándar, sino
de avances sociales metódicos, basados en el acceso a tierra, educación y trabajo, en el
contexto de una economía campesina con una tenencia de la tierra relativamente bien
distribuida para el contexto colombiano.
[…] donde lo primeros que llegaron sólo encontraron montañas y selvas, ríos, mucho paisaje,
muy buen aire, pero todo lo demás por construirlo, entonces los que iban llegando, le iban
dando a los otros que iban llegando, yo creo que [eso] es cultura.
[25]
En el mundo cocalero, juegan en particular dos características. Por una parte, la re-
lativa equidad y la propia fluidez de derechos de propiedad sobre la tierra, informales y
marcados por el riesgo, y que permiten transferencias y diversas formas de mutualismo
en torno a la propiedad (lo cual explica que no sea raro que muchos jornaleros termi-
nen, así sea parcialmente, como propietarios). En este contexto se desarrollan también
múltiples formas de colaboración en la vida productiva. Por otra parte, la defensa del
territorio contra acciones del Estado —como la erradicación forzada o la fumigación—
ofrece importantes puntos focales para la acción colectiva (Estrada et al., 2019; MEROS,
2015; Ramírez, 2001). Tal parece, entonces, que no todo es destrucción del tejido social
e individualismo desconsiderado: eventos de movilización social tan masivos como las
marchas de 1996 o los recientes paros cocaleros en el Catatumbo (2013) y Putumayo
(2014) demuestran una amplia capacidad de agencia, y sí: de solidaridad.
La defensa del territorio amenazado pasa, sin embargo, por la pérdida de control sobre
él —lo que añade una capa de ambigüedad adicional a la situación—. Como el Estado no
puede estar presente como regulador de una actividad ilícita, y sistemáticamente se ha
opuesto a hacer inversiones sociales en predios con cultivos ilícitos (piénsese en el criterio
coca-cero de los programas de desarrollo alternativo), esa regulación cae en manos de gru-
pos no estatales. En la medida en que el cocalero es un mundo de alta movilidad espacial
y social, eso plantea un problema a los reguladores, para quienes es fundamental poder
controlar la información y, en ciertos casos, cerrar el territorio. Según Hobsbawm (2018),
Hay una gran variación territorial con respecto del impacto de la coca en diferentes
grupos sociales, campesinos o étnicos; sin embargo, Tumaco, en buena medida, refleja
las tensiones, las ambigüedades y las ambivalencias de las que hemos venido hablando.
En los resultados de la encuesta del PNIS y en nuestras entrevistas, observamos dos
percepciones directamente relacionadas con el foco de nuestro artículo: por un lado, la
economía cocalera trajo toda una serie de efectos y mecanismos negativos, que se resumen
en la categoría de “descomposición social”; adicionalmente, en Tumaco dichos costos
son percibidos desde los líderes de las comunidades negras (representantes de consejos
comunitarios, líderes religiosos y demás organizaciones afro) como una afrenta a sus
formas tradicionales de producción y como una amenaza directa a su territorialidad.
Por otro lado, la misma experiencia de los líderes, de campesinos y usuarios del PNIS
reconoce el avance social significativo de la economía cocalera.
“Por lo menos, yo entiendo de que alguien debe reparar algún día eso”, dice un líder
de un consejo comunitario. Según otro,
Finalmente, la coca trajo consigo a grupos armados no estatales, cuyo actuar fue muy
violento —en esto, el escenario tumaqueño fue más traumático que el de otros territorios
(Rodríguez Cuadros, 2015—.
De todas maneras, nosotros en la parte de la violencia no es que hayamos sido unos santos,
pero no nos ha gustado derramar mucha sangre, pero cuando ya llegó la coca y esos estilos
de vida diferentes se inició precisamente a cambiar la estructura mental de las personas.
Con la coca pues primero (llegaron) los paramilitares después la guerrilla […] Nunca ni la
guerrilla ni los paramilitares podrán reparar ese daño que nos han hecho.
Según nuestra encuesta, los pobladores de Tumaco tienen una percepción clara de
que la coca fue un catalizador de la violencia, como lo expresa la figura 4.
Figura 4. Pregunta: ¿Considera usted que la coca ha aumentado, reducido o no ha tenido efectos en los niveles de violencia?
200
173
180
160
Número de encuestados
140
120
100
80
60
40
11 22
20
0
Aumentado la violencia Reducido la violencia No ha tenido ningún efecto
en los niveles de violencia
Efectos de violencia
Pero también están las otras caras del dado. Como se ve en la figura 5 los encuestados
[28] perciben que su situación mejoró con el arribo de la coca.
120
96
100
Número de encuestados
85
80
59
60
48 51 49
40
20
11 13
0
Tumaco Puerto Asís
Municipio
[…] nosotros seguimos raspando. El marido que yo tuve fue un negro muy trabajador y pues
a mí también me gustaba mucho trabajar, pero pues hoy día yo ya casi no puedo trabajar.
Yo mantengo muy enferma. A mí me gustó ser muy luchadora, tener lo mío y luchar por
tener mis cosas. Eso fuimos nosotros aquí. Nosotros luchamos, primero que todo, por dónde
meter la cabeza y ahí sí conseguimos pedacitos de tierra.
Un líder apunta:
Inicialmente el negocio empezó a dar, así fuera espejismos pero la gente empezó a comprar
sus cosas, su motor, su moto, su carro, su equipo de sonido, su buen televisor, su casa, el [29]
negocio inicialmente fue bueno, después es que ya todo, se gira la torta porque ya además
de que la gente tiene lo que uno anhela tener en su casa, ya empezó a comprar la 8 o la 9
milímetros y ya era el que hacía más tiros, gritara más en la fiesta, y a cada rato los proble-
mas y la gente se siente muy grande con arma.
Hasta el mundo de las cantinas, que tiene tanto impacto visual en las descripciones
del mundo cocalero, tiene una valoración menos rectilínea que lo que podría suponerse.
Una lideresa que montó su propia cantina recuerda cómo gracias a ese negocio pudo
obtener su autonomía, lo que la cambió para siempre:
Los que tenían las cantinas, por ejemplo, yo vendía harta cerveza, aguardiente, esos pollos
de engorde criollos los vendía, y siempre la plata estaba ahí, como que usted compraba, lle-
gaba gente acá, al otro día vuelve y come. Yo puedo decir que, si así estuviera la economía
hoy, nunca desearía tener marido porque yo sabía que todos los fines de semana vendía y
tenía mi plata en el bolsillo para mis necesidades y para mi comida.
CONCLUSIONES
Naturalmente, todo lo expuesto sí genera una fuerte ruptura entre legalidad y legi-
timidad. “No es un crimen cultivar coca aquí en el Putumayo. Otra cosa es lo legítimo
para nosotros. Para nosotros es legítimo cultivar coca” (Ramírez, 2001, p. 189; ver tam-
bién Ferro et al., 1999, y Ciro, 2020).
La hipótesis estándar registra esta ruptura, pero arranca estos efectos de su contexto
y de su base material, y pierde por completo de vista su ambigüedad intrínseca y su
significado tanto para esas sociedades como para el país en su conjunto. Aquella rup-
tura se produce en muchos contextos; en parte, podría ser intrínseca, precisamente, de
diversos procesos de desarrollo y cambio dinámico, y los valores culturales y morales
negativos no siempre se pueden imputar a la legitimidad informal. También hay que
destacar cómo cierto culturalismo, que retrata a las personas como simples títeres de
sus valores, es sobremanera deshumanizante, en la medida en que separa la producción
de sentido de la base material en la que ella se produce, y en que quita a sus objetos de
análisis su agencia y su capacidad de autorreflexión. Por eso no debe extrañar que la
idea condescendiente de salvar a esos agentes de su incapacidad para darse cuenta de sus
propios intereses —y que está en el núcleo de parte de la retórica nacional, pero también
internacional, del desarrollo alternativo— se preste para toda clase de estigmatizaciones.
Una reconstrucción cuidadosa de los efectos de los cambios sociales masivos produci-
dos por la entrada de cultivos ilícitos, inevitablemente, llega a conclusiones distintas de
las del simple sermón moral. En este replanteamiento, el problema del mundo cocalero
no es una simple cuestión de altos ingresos contra buenos comportamientos (con el ine
vitable, pero deprimente, triunfo de los primeros). El ingreso de relaciones capitalistas
agresivas y globalizadas al campo colombiano en un contexto de tenencia de la tierra
fluida y relativamente equitativa dio al campesinado, y a distintos sectores sociales den-
[30] tro de él, posibilidades reales de avance social. También los reconfiguró marcando su
sociabilidad política, su relación con el Estado, su trayectoria vital y sus aspiraciones. En
Colombia, aquí y ahora, el sector agrario ilegal tiene ventajas claras y distintivas sobre el
legal, comenzando por la tenencia de la tierra y terminando por la capacidad de ahorro,
fundamental en cualquier noción seria de desarrollo; de hecho, se podría conjeturar que
grupos humanos sin grandes asimetrías y con capacidad para ahorrar y para hacer pla-
nes a futuro tienen, a la larga, incentivos más fuertes que otros sectores para orientarse
hacia el trabajo duro. Y si la brusca exposición a la economía monetaria ha barrido con
múltiples prácticas sociales y “con las fiestas patronales”, cabe recordar que las sociedades
no son museos, sino interacciones vivas entre seres humanos y su entorno. Si desde una
perspectiva conservadora se puede establecer esa comparación entre un pasado bien or-
denado, donde las mujeres no salían a trabajar y los jóvenes respetaban a los mayores, el
analista no debe adoptarla acríticamente: está obligado a evaluarla desde las diferentes
perspectivas y los intereses de los involucrados.
No, el agricultor es uno, que es el campesino que la cultiva allá y se saca sus kilitos y eso lo
vende, pero es para sobrevivir él, el campesino que cultiva eso es para sobrevivir, para su
mercado, para la ropa, para los hijos, pero ese no es narco, ese es solamente un agricultor.
Por lo anterior, Espinosa podría tener razón con respecto de la originalidad. Pero su
conclusión “no original” es —quizá, precisamente, por no serlo— en extremo importan- [31]
te. El “campesinado ilícito” tiene características distintas a las que convencionalmente
se atribuye a los campesinos en distintas literaturas (Gutiérrez, 2021b), pero encarna
procesos mucho más grandes y complejos de cambio social que una simple catástrofe
moral. Todo esto debería interrogarnos. ¿Cómo llegamos aquí? ¿Cómo entender estas
experiencias? ¿Qué diseños de política pública y cambios en el campo colombiano se
necesitan para que pueda darse un tránsito viable desde las economías agrarias ilegales
hacia alternativas viables y deseables?
REFERENCIAS
Aponte, A., & Benavides, J. (2016). Las Farc y las organizaciones comunitarias en San Andrés de Tumaco.
Desafíos territoriales ante una eventual implementación de los acuerdos de la Habana. Controversia,
15, 99-148.
Archivo ANLA. (2008). Oficio del Ministro de Vivienda Juan Francisco Lozano Ramírez por el coordinador del grupo
de asuntos étnicos de la procuraduría. ANLA.
Archivo General de la Nación. (1978). Carta del procurador general de la nación Jaime Serrano Rueda al presidente
Turbay. AGN.
Archivo PLANTE. (s.f.). Monitorio y siguimiento y utillzacion del crédito PLANTE. PLANTE.
Arcila, O., González, G., Gutiérrez, F., Rodríguez, A., & Ariel, C. (2002). Caquetá. Construcción de un territorio
amazónico en el siglo XX. SINCHI-Tercer Mundo Editores.
Bocarejo, D. (2018). Thinking with (Il)legality The Ethics of Living with Bonanzas. Current Anthropology, 59.
Britto, L. (2020). Marijuana Boom: The Rise and fall of Colombia’s first drug paradise. https://books.google.com/
books?hl=es&lr=&id=xX7JDwA AQBAJ&oi=fnd&pg=PR11&dq=lina+britto+marijuana+boom+&ot
s=Jf18sTmHty&sig=Pp2MuiJhH7QIuRuIoJMdgnzHdBk
Ciro, E. (2020). Levantado de la selva. Vidas y legitimidades en los territorios cocaleros del Caquetá. Ediciones
Uniandes.
Chang, H. (2010). Bad samaritans. The myth of free trade and the secret history of capitalism. Bloomsbury Publishing.
De Rementería, I. (2001). La guerra de las drogas: Cultivos ilícitos y desarrollo alternativo (Vol. 10). Planeta Co-
lombiana.
Díaz, A. M., & Torres, F. J. S. (2004). Geografía de los cultivos ilícitos y conflicto armado en Colombia. Universidad
de los Andes.
Estrada, J. H. E., Jiménez, A., & Puello, J. (2019). Catatumbo resiste. UNIJUS-Universidad Nacional de Colombia.
Ferro, J. G. (2000). Las FARC y su relación con la economía de la coca en el sur de Colombia: Testimonios de
colonos y guerrilleros. L’ordinaire Latino-Americain, 179.
Ferro, J. G., Osorio, P. F. E., Uribe, G., & Castillo, O. L. (1999). Jóvenes, coca y amapola: un estudio sobre las
transformaciones socioculturales en zonas de cultivos ilícitos. Universidad Javeriana.
Galvés, A. (1989). Capitalismo y drogas ilegales. En G. Palacio (Ed.), La irrupción del paraestado. ILSA-CEREC.
García, M., & Espinosa, J. (2013). El derecho al Estado: los efectos legales del apartheid institucional en Colombia.
Reino de los Países Bajos.
Gramsci, A. (2018). Note sul Macchiavelli, sulla politica e sullo stato modernoNote sul Macchiavelli, sulla politica e
sullo stato moderno. Sinapsi Editore.
Grandin, G. (2019). The end of the myth. From the frontier to the border wall in the mind of America. Henry Holt
and Company.
Gutiérrez D., J. A. (2021). ‘Whatever we have, we owe it to coca’. Insights on armed conf lict and the coca
economy from Argelia, Colombia. International Journal of Drug Policy, 89. https://doi.org/10.1016/J.
DRUGPO.2020.103068
Gutiérrez, F. (2021b). Mangling life trajectories: institutionalised calamity and illegal peasants in Colombia.
Third World Quarterly. 10.1080/01436597.2021.1962275
Gutiérrez, F., & Vargas, J. (2016). El despojo paramilitar y su variación: quiénes, cómo y por qué. Editorial Uni-
versidad del Rosario.
Henderson, J. (1984). Cuando Colombia se desangró: una historia de la Violencia en metrópoli y provincia. Áncora
Editores.
Hobsbawm, E. J. (2018). ¡Viva la revolución! Eric Hobsbawn sobre America Latina. Editorial Paidós.
Iglesias Velasco, J. (2003). Representaciones en el discurso estatal de los pequeños cultivadores de plantas
de uso ilícito, 1994-2002 [Tesis]. Universidad de los Andes. https://repositorio.uniandes.edu.co/
handle/1992/24519?show=full
Jaramillo, A. M. (1997). Consideraciones sobre el conf licto armado en el Medellín de los años noventa. Es-
tudios Políticos, 10, 150-159. https://revistas.udea.edu.co/index.php/estudiospoliticos/article/view/16152
[33]
Jaramillo, J., Cubides, F., & Mora, L. (1989). Colonización, coca y guerrilla. Alianza Editorial Colombiana.
LeGrand, C. (1988). Colonización y protesta campesina en Colombia (1850-1950). Universidad Nacional de Co-
lombia. http://www.sidalc.net/cgi-bin/wxis.exe/?IsisScript=BIBA.xis&method=post&formato=2&cant
idad=1&expresion=mfn=001352
Li, T. M. (2014). Land’s end: Capitalist relations on an indigenous frontier. Duke University Press.
Lobo, I., Vélez, M. A., & Arroyo, Á. (2020). Origen de la resistencia comunitaria a los cultivos de uso ilícito:
evidencia de un Consejo Comunitario de comunidades negras al sur de Buenaventura. Estudios Socio-
Jurídicos, 22(2). https://doi.org/10.12804/REVISTAS.UROSARIO.EDU.CO/SOCIOJURIDICOS/A.9148
Lund, C. (2016). Rule and rupture: State formation through the production of property and citizenship.
Development and Change, 47(6), 1199-1228. https://doi.org/10.1111/DECH.12274
Marín, M., Machuca, D., & Acero, C. (2020). El PNIS en terreno: voces del campesinado cocalero. Observatorio
de Restitución y Regulación de los Derechos de propiedad rural, IEPRI. https://www.observatoriode-
tierras.org/wp-content/uploads/2020/05/El-PNIS-en-Terreno_-Voces-del-campesinado-cocalero.pdf
MEROS. (2015). Putumayo: Sembrando vida, construyendo identidad. Historia de la Mesa Regional 2006-2014.
Planeta Paz.
Mockus, A., & Corzo, J. (2003). Dos caras de la convivencia. Cumplir acuerdos y normas y no usar ni sufrir
violencia. Análisis Político, 48.
Montoya, R. A. (2009). El narcotráfico y el desafío campesino. Revista del Pensamiento Sociológico, 215-239.
Moore, M. (2007). How does taxation affect the quality of governance? Institute of Development Studies-Centre
for the Future State.
Moore, M., & Prichard, W. (2017). How can governments of low-income countries collect more tax revenue? Institute
of Development Studies.
Observatorio de Drogas de Colombia. (2016). Caracterización Regional de la Problemática asociada a las drogas
ilícitas en el departamento de Nariño. MinJusticia y UNODC.
Parada, M., & Marín, M. (2019). Mujeres y coca: una relación agridulce. Análisis Político, 32.
Parada, M., & Marín, M. (2021). Cocalero women and peace policies in Colombia. International Journal of
Drug Policy, 89. https://doi.org/10.1016/J.DRUGPO.2021.103157
Ramírez, M. C. (2001). Entre el estado y la guerrilla: identidad y ciudadanía en el movimiento de los campesinos coca-
[34] leros del Putumayo. Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Colciencias. http://www.sidalc.net/
cgi-bin/wxis.exe/?IsisScript=IDEA.xis&method=post&formato=2&cantidad=1&expresion=mfn=001897
Ramírez, W. (2017). Adiós a las armas. La historia de vida de “Teófilo González”. Centro de Estudios e Investiga-
ciones Interdisciplinarias.
Rincón, A., Pascual, U., & Romero, M. (2013). An exploratory spatial analysis of illegal coca cultivation in
Colombia using local indicators of spatial association and socioecological variables. Ecological Indicators,
34, 103-112.
Rodríguez Cuadros, J. D. (2015). Génesis, actores y dinámicas de la violencia política en el Pacífico nariñense.
Universidad Javeriana.
Salinas, Y., & Zarama, J. M. (2012). Justicia y paz. Tierras y territorios en las versiones de los paramilitares. Centro
Nacional de Memoria Histórica.
Sedlacek, T. (2014). La economía del bien y del mal. La búsqueda del significado económico desde Gilgamesh hasta
Wall Street. Fondo de Cultura Económica.
Thoumi, F. E. (2005). The Colombian competitive advantage in illegal drugs: the role of policies and insti-
tutional changes. Journal of Drug Issues, 35.
Thoumi, F. E. (2009). Necessary, sufficient and contributory factors generating illegal economic activity, and
specifically drug-related activity, in Colombia. Iberoamericana. América Latina - España - Portugal, 9(35),
105-126. https://doi.org/10.18441/ibam.9.2009.35.105-126
Torres, M. C. (2011). Coca, política y Estado. El caso del Putumayo. 1978-2006 [Tesis de maestría]. Universidad
Nacional de Colombia, Bogotá.
Tovar Pinzón, H. (2015). Que nos tengan en cuenta : colonos, empresarios y aldeas: Colombia, 1800-1900 (Segunda
Ed). Universidad de los Andes.
Uribe, G., & Ferro, J. G. (2002). Las marchas de los cocaleros del departamento de Caquetá, Colombia: con-
tradicciones políticas y obstáculos a la emancipación social. Cuadernos de Desarrollo Rural, 49. http://
www.redalyc.org/html/117/11704905/
[35]
Van Dorn, A. (2016). UN drug policy: continuity and change. The Lancet.
Waldmann, P. (2003). El Estado anómico. Derecho, seguridad pública y vida cotidiana en América Latina. Nueva
Sociedad.
Camilo Andrés Devia Garzón, docente e investigador de la Universidad Militar Nueva Granada. Profesional en
Relaciones Internacionales y Estudios Políticos. Magíster en Asuntos Internacionales. Correo electrónico:
camilo.devia@unimilitar.edu.co
RESUMEN
Este artículo tiene como objetivo analizar las particularidades y las debilidades en materia de poder
(capacidades) y desarrollo de Colombia y Perú para la consolidación de sus estrategias de erradicación
de cultivos ilícitos en el marco de sus agendas de paz, dado el complejo de regímenes sobre desarrollo
[36] y lucha contra las drogas. Gran parte de las debilidades en sus estrategias de la lucha contra el narco-
tráfico y sus agendas de paz radica en la baja capacidad para garantizar los medios para el bienestar,
el progreso y el desarrollo, ante sus restringidas capacidades semimateriales, como consecuencia de su
patrón de desarrollo —rentista y financiero—, que limita la cohesión interna con la provisión de servi-
cios públicos y prosperidad. Así, los paradigmas de desarrollo y lucha contra las drogas responden a la
lógica top-down, inscrita en la agenda temática de sus políticas exteriores, en contraposición a una lógica
bottom-up que dé paso a la democratización y la politización resultante de las necesidades domésticas en
la relación Estado-sociedad.
Palabras clave: capacidades, desarrollo, lucha contra el narcotráfico, agendas de paz, regímenes inter-
nacionales
ABSTR AC T
This article aims to analyze the particularities and weaknesses of Colombia and Peru in terms of power
(capacities) and development for the consolidation of their strategies to eradicate illicit crops within the
framework of their peace agendas given the regime complex on development and the fight against drugs.
1 Este documento es producto del proyecto de investigación INV-EES-3173 “Implementación de agendas de paz en
escenarios de erradicación de cultivos ilícitos”, financiado por la Universidad Militar Nueva Granada-Colombia
para la vigencia 2020.
Much of the weaknesses in their counternarcotics strategies and peace agendas lie in their low capacity
to guarantee the means of well-being, progress, and development in the face of restricted semi-material
capacities as a result of their pattern of development—rentier and financial—which limits internal co-
hesion with the provision of public services and prosperity. Thus, development paradigms and the fight
against drugs respond to a top-down logic inscribed in the thematic agenda of their foreign policies as
Key words: Capacities, Development, Fight against Drug Trafficking, Peace Agendas, International
Regimes
INTRODUCCIÓN
Las estrategias sobre los cultivos por aspersión y de perseguir las redes por interdic-
ción —estrategias principalmente militares— han sido insuficientes. De esa manera,
las estrategias se han centrado, sobre todo, en la represión, como una solución política
para responder a su dimensión económica frente a un fenómeno mutante, y por ello se
da una inviabilidad de reducir de manera militar el narcotráfico. Los cuestionamientos
a las estrategias implementadas, como es el caso particular de Colombia y Perú, pasan
por cuestionar cómo dicha actividad ilegal ha sobrevivido en un Estado que ha imple-
mentado una serie de políticas y acciones para combatirlo (Niño, 2016).
METODOLOGÍA
El abordaje académico propuesto aborda como marco de referencia, desde las Relacio-
nes Internacionales (RI), el binomio poder-capacidades, para analizar los estudios de caso
con especial énfasis en las capacidades semimateriales a partir de las cuales se resaltan
los problemas estructurales, las características y las particularidades socioeconómicas
2 Para el Collier (2009), las guerras civiles consisten en el enfrentamiento entre un gobierno y un grupo militar
privado ilegal (rebeldes, terroristas, guerrilleros o bandidos).
desde una mirada de la economía política, teniendo en cuenta el enfoque de las varie-
dades de capitalismo.
Inicialmente se abordan los principios y las normas sobre desarrollo y la lucha contra
las drogas en el actual complejo de regímenes internacionales. Lo anterior, al abordarse
Así, el artículo plantea un análisis sobre las capacidades —dado el poder nacional
e internacional de Colombia y Perú— para la lucha contra las drogas, y su incidencia
en y de la agenda multilateral, a partir de las condiciones, las realidades y los mitos en
materia de desarrollo, desde el trilema seguridad, desarrollo y paz; por ende, se toma
en cuenta el índice de poder mundial y sus tres dimensiones (capacidades materiales,
semimateriales e inmateriales), así como las particularidades en materia de desarrollo,
de acuerdo con sus modelos según el enfoque de variedades de capitalismo. Desde
dichos referentes se resaltan similitudes y diferencias estructurales que inciden en sus [39]
estrategias de las agendas de paz.
[…] las soluciones de gobernanza global deben adoptar uno de los dos enfoques: a) los actores
internacionales pueden intentar crear un régimen abarcador que pueda abordar todas las
dimensiones del problema, o b) los actores internacionales puedan aceptar que las soluciones
políticas se elaborarán, coordinarán e implementarán dentro de un complejo de régimen [41]
más amplio. (Alter & Raustiala, 2018, p. 344)
[…] los Estados pueden preferir la ambigüedad y flexibilidad política que crea la complejidad
del régimen internacional, o los Estados con poder de bloqueo pueden preferir el conjunto
de reglas, responsabilidades y procedimientos de votación del statu quo en comparación con
las alternativas propuestas [ganadores y perdedores, Estados poderosos y menos poderosos].
(Alter & Raustiala, 2018, p. 348)
3 La falta de jerarquía significa que no hay manera de resolver definitivamente las cuestiones sobre qué normas
o procedimientos de toma de decisiones prevalecen, o de imponer una sola solución a diversos actores; además,
los Estados pueden crear nuevos acuerdos o instituciones parcialmente superpuestos, que solo pueden rivalizar
con algunos elementos de los acuerdos existentes (Alter & Raustiala, 2018, p. 334).
ODS 16
Paz, justicia e
Estado Seguridad
Mercado
Paz Desarrollo
ODS 3 ODS 10
Salud y Reducción de las
bienestar desigualdades
Sociedad
Las estrategias en las agendas de paz han buscado priorizar la erradicación de los
cultivos ilícitos en sus agendas administrativas, en las que se contraponen el problema
de erradicación y el problema de desarrollo rural frente a la heterogeneidad existente
respecto a la idea del desarrollo; no obstante, la lucha contra las drogas y el desarrollo
sostenible y los alternativos han estado delimitados y sujetos a los regímenes interna-
cionales e inscritos en las agendas temáticas de las políticas exteriores de Colombia y
Perú, alineados a la potencia hegemónica que, como sheriff mundial y paymaster, ha
establecido los principios, las normas, las reglas y los procedimientos de decisión en
temas específicos de la agenda internacional en el ámbito intergubernamental, donde,
con su evolución, y dadas la multidimensionalidad y la complejidad de los fenómenos
transnacionales actuales, se ha dado paso a un overlapping como consecuencia de un
complejo de regímenes que excluye a otros actores subestatales y no estatales en una
auténtica gobernanza multinivel.
Hectáreas cultivadas
171000 169000
154475
146000 143000
133496
96000
81000 104772 103302 101940 100549
73000 69000 94605
96003 62000 64000
48000 48000 59978
60565 55532 52001
43804 47052
35201 30456 37199 17642 29393 35996 37693
22121 13473
11703
0 03163 0 0
2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 2016 2017 2018 2019 2020
Fuente: elaboración propia, con base en datos tomados de UNODC (2021, 2020c, 2020d).
[45]
64400
59900 61200 60400
56100 54100 54700
49800 49900
42900 43900
40300
31205 35868
23785 30150 23025 25107 25526
14171
10143 10025 12033 10290
2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 2016 2017 2018 2019
En este escenario, y dada la vinculación de las temáticas con la política exterior que
han llevado a su aproximación y su formulación, para responder a factores sistémicos
más que domésticos, un elemento de análisis pasa por las aproximaciones a la formula-
ción de la política exterior, dado el carácter hiperpresidencialista del régimen político
en cuanto a los asuntos externos que la han reducido, como políticas exteriores elitistas
con gran peso político-ideológico. En este escenario, el debate plantea un análisis de
una política exterior que le dé continuidad, por una parte, como una política exterior
de Estado y, por otra, una mayor participación y más legitimidad como una política pú-
blica. Lo anterior, entendiéndose como argumento que una política exterior de Estado
no se entiende como sinónimo de política pública.
Respecto a Colombia, pese a ser una de las democracias más antiguas de América
Latina, en su trayectoria histórica ha enfrentado una violencia generalizada y graves abu-
sos contra los DD. HH., que, dado el acuerdo de paz firmado en 2016, enfrenta grandes
desafíos para la consolidación de la paz y la garantía de los derechos políticos y de las
libertades civiles, a la vez que enfrenta demoras en la implementación, por ejemplo, de los
mecanismos de consulta para los grupos marginados, ante la baja participación de estos
en la formulación de políticas nacionales, así como en la erradicación manual y la susti-
tución de cultivos a través del Programa Nacional Integral de Sustitución (PNIS) (2017).
[…] la violencia política a gran escala y la consiguiente quiebra del Estado dan lugar a te-
rritorios que gozan de una ventaja comparativa en materia de delincuencia internacional, y
que constituyen un refugio seguro tanto para los delincuentes […] como para sus actividades
materiales, con el almacenamiento de productos ilegales, sobre todo las drogas. (Collier,
2009, p. 183)
4 Algunas de las lecciones, desde un enfoque multidimensional y construido desde lo local, pasan por estrategias
desde lo local, con soluciones duraderas a consecuencia del Estado trabajando con las comunidades a través de
estrategias incrementales y efectivas que suman actores diversos y ayudan a cuidar recursos, en cuya interac-
ción la solución no es qué hace el Estado, sino si estas comunidades logran la inserción (Bermúdez Liévano &
Garzón, 2020).
conflictos, entre otros, y demuestra así estar lejos de ser pacífica, pese a la militariza-
ción de la seguridad pública en el contexto de las guerras antidrogas, que ha resultado
ser insuficiente, pues el poder del Estado y su debilidad institucional son impugnados
activa y violentamente por actores estatales y no estatales, en una suerte de gobernanza
subnacional (Müller, 2018) o, en ocasiones, una gobernanza criminal, que también go-
bierna personas y espacios proporcionada por el narcotráfico (Lessing & Wills, 2019).
En las RI, el poder es determinado por las capacidades de los Estados para ostentar
un poder nacional e internacional. Por lo anterior, las capacidades son la base intrín-
seca del poder y “[…] pueden entenderse como las competencias o aptitudes que tiene
un Estado para actuar en el sistema internacional” (Rocha & Morales, 2018, p. 153).
Siguiendo a Morales Ruvalcaba (2019), las capacidades nacionales que tiene un Estado
para ejercer su poder, comprenden: 1) las capacidades materiales (Hard Power), 2) las
capacidades semimateriales y 3) las capacidades inmateriales (Soft Power).
Las capacidades materiales (MCI) 5, o Hard Power (poder duro), ref lejan el poder
económico-militar de los Estados siendo principales y determinantes, pues definen la
materialidad necesaria para que un país impulse un determinado proceso de crecimien-
[48] to, desarrollo, progreso y seguridad. Las capacidades inmateriales (IMCI) 6, o Soft Power
(poder blando), ref lejan el poder político-comunicativo-cultural relacionado con los
valores y el atractivo cultural, así como con la dirección y el liderazgo político de un Estado,
y sirven para configurar las preferencias de otros actores internacionales, promover la
cooperación, modelar la agenda y generar adhesión; sin embargo, las capacidades semi-
materiales (SMCI)7 son el poder socio-institucional de un Estado mediante su grado de
fortaleza para garantizar los medios del bienestar, el progreso y el desarrollo, así como
la cohesión interna, mediante la legalidad en sus acciones, la provisión de servicios pú-
blicos y la prosperidad de sus ciudadanos (Rocha & Morales, 2018).
5 Las capacidades materiales (MCI) comprenden: producción nacional; superficie total; defensa; comercio inter-
nacional; finanzas, e investigación y desarrollo.
6 Las capacidades inmateriales comprenden las capacidades políticas (gasto público, inf luencia ideológica, ima-
gen del Gobierno nacional, etc.), comunicativas (medios de comunicación, exportación de valores e ideas, etc.)
y de atracción cultural (producción cultural, recepción de turistas y de estudiantes extranjeros, etc.) de una
sociedad nacional, a través de las variables: 1) gasto público; 2) atractivo turístico; 3) ayuda internacional; 4)
líneas telefónicas; 5) inf luencia académica, y 6) cosmopolitismo.
7 Las capacidades semimateriales, que hacen referencia a la situación de riqueza y bienestar, comprenden: producción
per cápita; población; consumo: gasto de consumo final de los hogares per cápita; energía, educación, y salud.
0,965 0,9664 0,962 0,961 0,96 0,959 0,957 0,955 0,955 0,954 0,954 0,954 0,955 0,952 0,951 0,953 0,954 0,954
0,97
0,77
0,67
0,618 0,619 0,622
0,589 0,596 0,599 0,606 0,612 0,609 0,602 0,6
0,577 0,573 0,576
0,57 0,562 0,569 0,574
0,57 0,544 0,552 0,551 0,554 0,555 0,551 0,552
0,521 0,516 0,514 0,513 0,531 0,535 0,543 0,524 0,53 0,525 0,523 0,522
0,513 0,512 0,516 0,524 0,506 0,513 0,518
0,493 0,496
0,48
0,467 0,472 0,476
0,451 0,461
0,47 0,439 0,443 0,44 0,443 0,441 0,443
0,43
0,406 0,409 0,413 0,421 0,426
0,396 0,392 0,387 0,385 0,383 0,385 0,388 0,395
0,37
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 2016 2017
Nota: índice de poder mundial y de las asimetrías existentes en términos de poder mundial.
[49]
Fuente: elaboración propia, con base en datos tomados de Morales Ruvalcaba (2019).
A los retos y los desafíos del problema mundial de las drogas se suma el debate de
las capacidades de los Estados marcados por fuertes asimetrías y disparidades, como se
ve en la figura 4; en particular, hacia la potencia hegemónica —Estados Unidos—, así
como por las debilidades que restringen su acción tanto interna como externa, según se
muestra en la figura 5. De esta manera, su poder nacional e internacional se ve limitado
para impulsar sus procesos (capacidades materiales), así como para ejercer un verdadero
liderazgo político (IMCI) como rule makers en el sistema internacional y en la configu-
ración de los distintos principios y normas de los regímenes internacionales vigentes, y
se reduce así a un rol de rule takers; sin embargo, y de acuerdo con la figura 5, su gran
déficit y su debilidad estructural pasan por su bajo grado de fortaleza para garantizar
los medios del bienestar, el progreso y el desarrollo, así como por la cohesión interna
mediante la legalidad en sus acciones, la provisión de servicios públicos y la prosperidad
de sus ciudadanos (Rocha & Morales, 2018), que son insuficientes para consolidar sus
agendas de paz y desarrollo.
Las SMCI, que hacen referencia a la situación de riqueza y bienestar, pasan por el de-
bate sobre el papel del Estado en el desarrollo económico, pues los mercados por sí solos
no logran la prosperidad compartida y duradera (Stiglitz, 1999), y cabe tener en cuenta,
además, que la ortodoxia neoliberal en el desarrollo económico y el bienestar deja de
lado las fuentes de riqueza de las naciones; no obstante, en la región latinoamericana las
especificidades y las particularidades de la estructura productiva y su capital natural han
determinado su crecimiento dependiente de la renta, que ha limitado su desarrollo econó-
mico de transformación productiva con “equidad”, lo cual no se ha traducido en riqueza,
y limita el surgimiento y la consolidación de un bienestar latinoamericano, lo cual, por
el contrario, se ha visto exacerbado por las demandas sociales y las reformas económicas.
Figura 5. Capacidades materiales, semimateriales e inmateriales, según el Índice de Poder Mundial (2000-2017)
0,65
[50]
0,63
0,61
0,59
0,57
0,55
0,53
0,51
0,49
0,47
2000
2001
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2000
2001
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2000
2001
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
Colombia Perú
Nota: las tres dimensiones de poder mundial demuestran las dificultades para impulsar, garantizar y liderar.
Así pues, entre las causas económicas de la violencia y de las guerras civiles existe la
ambigüedad respecto a que los recursos aumentan el riesgo de conflicto violento, por
cuanto su abundancia resalta la dependencia de los recursos naturales y la relación en-
tre materias primas y renta. Lo anterior, dado que, por una parte, se da una distinción
entre la riqueza de una nación y la riqueza de determinados individuos; por otra, existe
[…] la búsqueda de renta se asocia al intento de conseguir una porción mayor de la tarta
económica de la nación, en oposición a la creación de riqueza, que trata de aumentar las
dimensiones de dicha tarta. […]. Una batalla exitosa contra la búsqueda de renta redunda
en redirigir los recursos hacia la creación de riqueza. (Stiglitz, 2020, s. p.)
Para Collier (2009), la subida del precio de las materias primas (renta) aumenta el
riesgo de guerra civil y de violencia en los países que las exportan; sin embargo, si la
democracia es bastante sólida, el riesgo no empeorará, pues “[…] resulta evidente por
qué los recursos naturales pueden agravar la propensión a la violencia, a saber: porque
constituyen una accesible fuente de financiación para los grupos rebeldes, porque re-
presentan un botín por el que luchar […]” (p. 168).
De esta manera, se presenta una discrepancia entre los beneficios sociales y los retos
privados ante la dualidad entre riqueza y renta, lo que pone en jaque la democracia y
sus instituciones y ha aumentado la desigualdad, en una situación donde los gobiernos [51]
deben orientarse a crear riqueza, en vez de la búsqueda de renta. Asimismo, se necesita
“un nuevo contrato social” que busque un equilibrio entre el mercado, el Estado y la
sociedad y acabe con la desigualdad y las protestas (La República, 2020), y donde los
Estados deban mejorar así los estándares de vida permitiendo crear una sociedad más
equitativa (Stiglitz, 1999). Por lo anterior, “los recursos y esfuerzos institucionales que
fortalezcan sus democracias deben dirigir los recursos hacia la creación de riqueza”
(Stiglitz 2020).
Para Rodrik (2012), los problemas económicos se derivan del fundamentalismo del
libre mercado y de su creencia en que la intervención del gobierno es ineficaz y dañina,
frente a lo cual el Estado debe intervenir para volver más eficaz, más justa y más sos-
tenible la globalización. De esta manera, uno de sus principales argumentos es que los
[52] mercados y los gobiernos se complementan, no se sustituyen.
Capitalismo orientado por Capitalismo regulado por el El Estado es intervencionista Capitalismo desregulado, subor
Por ende, el Estado es débil y tiene poca autonomía. Los actores sociales también
son débiles, y la coordinación entre los sindicatos y el capital (y el Estado) es casi inexis-
tente. Por último, se caracterizan por salarios bajos, los cuales crecen por debajo de las
De acuerdo con Bértola (2015), es importante resaltar que existen cinco fuentes de cre-
cimiento económico sustentado por fuerzas sociales y económicas que han determinado las
dinámicas y los patrones de desarrollo: el kaldoriano, el schumpeteriano, la transferencia
internacional de tecnología, el crecimiento inducido por renta y el crecimiento inducido
por la expansión financiera; sin embargo, en el crecimiento y los patrones de desarrollo
latinoamericano se ha evidenciado “[…] que la tendencia divergente a largo plazo y la
volatilidad de la economía latinoamericana han estado muy vinculadas al predominio del
crecimiento basado en el patrón rentista y financiero […]” (Bértola, 2015, p. 283).
100
90
80
70
60
50
40
30
20
[54] 10
0
Colombia
Perú
Colombia
Perú
Colombia
Perú
Colombia
Colombia
Colombia
Perú
Colombia
Perú
Colombia
Perú
Colombia
Perú
Perú
Perú
Colombia
Perú
Colombia
Perú
Colombia
Perú
Perú
Colombia
Perú
Colombia
Perú
Colombia
2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 2016 2017 2018 2019
Nota: el desglose de las exportaciones totales resalta la primerización de su estructura productiva y su incipiente industrialización, que
determina su dependencia y su vulnerabilidad en un tipo de capitalismo liberal y un patrón de desarrollo rentista y financiero.
Fuente: elaboración propia, con base en datos de perfiles comerciales (2006-2021) (OMC, 2021).
Respecto al crecimiento inducido por renta, este se halla determinado por los abun-
dantes recursos naturales, dependiente de los precios en el mercado internacional, y no
de una valorización por el cambio tecnológico. Por otra parte, el crecimiento inducido
por la expansión financiera es efímero, “enfermedad holandesa”, pues no está basado
en ningún sector productivo (Bértola, 2015), que, en el caso de Colombia y Perú, en
9 En aquellos países donde la sociedad civil es débil, se orienta a las ganancias el modo de acumulación y consu-
mo contrario a los beneficios y salarios. Asimismo, el rentismo no induce a la innovación, a una utilización más
eficiente de los recursos y la productividad.
de Drogas de Colombia, 2021). Al anterior panorama se han sumado las disputas entre
los campesinos, los indígenas, la Fuerza Pública y los actores armados por las labores de
la erradicación de los cultivos cocaleros (130.147,33 hectáreas de erradicación manual)
y el control sobre todos los eslabones del narcotráfico (Ríos & Niño, 2021).
En el caso peruano, los cultivos de hoja de coca aumentaron hasta 61.777 hectáreas,
cifra por encima de las de 2019 (54.655 hectáreas), en territorios de pueblos indígenas,
quienes son desplazados por organizaciones criminales (Briceño, 2021). El aumento se
vio como consecuencia del cese en la erradicación forzada de la hoja de coca por cuenta
de la COVID-19, puesto que los recursos y la vigilancia policial se redireccionaron al
rescate económico. A lo anterior se suma el efecto globo, con la expansión de cultivos a
otros territorios, la migración de la ciudad al campo como consecuencia de la crisis eco-
nómica —en la que las plantaciones representaron una de las pocas opciones económicas
como medio de sustento— (InSight, 2021), pese a la caída de los precios de la hoja de
coca en algunas zonas cocaleras del país, que disminuyeron en más del 50 % (EFE, 2020).
Se prevé que esta grave contracción económica y la consiguiente pérdida de puestos de tra-
bajo harán que un número cada vez mayor de hogares vulnerables recurran a mecanismos
de defensa negativos, como los cultivos ilícitos, si no existen otras opciones de generación de
ingresos. Es probable que la repentina alteración observada en el Perú, donde los precios
de la hoja de coca cayeron en un 46% de enero a abril de 2020, sea de corta duración, ya
[56] que los precios de consumo de la cocaína están aumentando y los traficantes de drogas son
adaptables. (UNODC, 2020a, p. 26)
y paz. En el marco de la lucha contra las drogas, cada una de dichas dimensiones ha
determinado un solapamiento de enfoques —político y de seguridad, económico y social—
para responder al problema mundial de las drogas en sus agendas de paz; no obstante,
en cada de una de esas dimensiones se encuentran debilidades estructurales que pasan
por las capacidades semimateriales de sus factores domésticos; condicionantes que cons-
Ante estas realidades de Colombia y Perú para responder a los mitos de los paradigmas
institucionalizados en el actual complejo de regímenes internacionales sobre desarrollo
y lucha contra las drogas, la pandemia se configuró como un catalizador en el fenó-
meno del narcotráfico, puesto que las capacidades semimateriales y las características
socioeconómicas de los estudios de caso no representan inhibidores significativos para
disminuir la actividad del narcotráfico, aun en tiempos de pandemia, dada la exacerba-
ción de las debilidades estructurales internas/domésticas que constriñen sus estrategias
en las políticas de la lucha contra el narcotráfico en sus agendas de paz.
REFERENCIAS
Alter, K. J., & Raustiala, K. (2018). The rise of international regime complexity. Annual Review of Law and
Social Science, 14, 329-349. https://doi.org/10.1146/annurev-lawsocsci-101317-030830
Bermúdez Liévano, A., & Garzón, J. C. (2020). El catálogo de las pequeñas soluciones. Alternativas para sustituir
los cultivos de coca en Colombia. Fundación Ideas para la Paz, FESCOL.
Bértola, L. (2015). Patrones de desarrollo y Estados de bienestar en América Latina. En A. Bárcenas & A.
Prado (Eds.), Neoestructuralismo y corrientes heterodoxas en América Latina y el Caribe a inicios del siglo
XXI (pp. 261-295). CEPAL. https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/39634/S1500293_
es.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Bizberg, I., & Théret, B. (2014). Introducción. En I. Bizberg (Ed.), Variedades de capitalismo en Amperica Latina:
los casos de México, Brasil, Argentina y Chile (pp. 1, 11-40). El Colegio de México.
Bizberg, I. (2019). Diversity of capitalisms in Latin America. En Diversity of Capitalisms in Latin America. https://
link.springer.com/book/10.1007%2F978-3-319-95537-7
Briceño, F. (2021). Perú: aumentan cultivos de hoja de coca durante la pandemia. AP News. https://apnews.com/
article/noticias-766c47da31927de4d7d011dcbd9c89d0
CEPAL. (2021). Perspectivas del comercio internacional de América Latina y el Caribe. https://repositorio.cepal.
org/bitstream/handle/11362/47535/1/S2100599_es.pdf
Devia, C., & Ortiz Morales, C. (en prensa). Una aproximación ref lexiva a la crisis del multilateralismo en las
políticas de lucha contra el narcotráfico y el desarrollo sostenible: ¿la erradicación de cultivos ilícitos
en Colombia y Perú como paradigma alternativo? Revista Hallazgos, 19(37).
EFE. (2020). La erradicación de hoja de coca se desploma en Perú durante la pandemia. Agencia EFE2. https://
www.efe.com/efe/america/politica/la-erradicacion-de-hoja-coca-se-desploma-en-peru-durante-pande-
mia/20000035-4279404
InSight. (2021). Tres razones detrás del aumento de cultivos de coca en Perú. InSight Crime. https://es.insightcrime.
org/noticias/3-razones-detras-aumento-cultivos-coca-peru/
Jeong, H.-W. (1995). Alternative development strategies and regeneration of social space for human develo-
pment. Peace & Change, 20(3), 329-347. https://doi.org/10.1111/j.1468-0130.1995.tb00237.x
Keohane, R. (1990). Multilateralism: An agenda for research. International Journal, 45(4), 731. https://doi.
org/10.2307/40202705
Keohane, R. O. (2014). Contramultilateralismo. En Tomás Ariztía (Ed.), Cátedra Norbert Lechner (2012-2013)
(pp. 173–185). Ediciones Diego Portales.
La República. (2020). Joseph Stiglitz reclama un “nuevo contrato social” para acabar con la desigualdad.
https://larepublica.pe/domingo/2020/02/03/joseph-stiglitz-reclama-un-nuevo-contrato-social-para-
acabar-con-la-desigualdad/
Lessing, B., & Wills, G. D. (2019). Legitimacy in criminal governance: Managing a drug empire from behind
bars. American Political Science Review, 113(2), 584-606. https://doi.org/10.1017/S0003055418000928
Méndez, A. L. (2020, 21 de junio). La ONU ofrece auditar el proceso para reiniciar la aspersión aérea. El
Tiempo. https://www.eltiempo.com/justicia/conf licto-y-narcotrafico/representante-de-unodc-habla-de-
disminucion-de-cultivos-en-colombia-509314
Müller, M.-M. (2018). Governing crime and violence in Latin America. Global Crime, 19(3–4), 171-191. https://
doi.org/10.1080/17440572.2018.1543916
Niño, C. (2016). El narcotráfico mutante: nueva perspectiva de análisis del fenómeno en Colombia. Revista
Científica “General José María Córdova”, 14(18), 113. https://doi.org/10.21830/19006586.45
ONU. (1986). 41/128 Declaración sobre el derecho al desarrollo. Asamblea General de Las Naciones Unidas. https://
www.ohchr.org/sp/professionalinterest/pages/righttodevelopment.aspx
ONU. (2005). Documento Final de la Cumbre Mundial 2005. Asamblea General. (A/RES/60/1). https://www2.ohchr.
org/spanish/bodies/hrcouncil/docs/gaa.res.60.1_sp.pdf
ONU. (2014). 68/196. Principios Rectores de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Alternativo. En Sexagésimo
octavo período de sesiones (A/RES/68/196; Issue 68/196). https://undocs.org/pdf?symbol=es/A/RES/68/196
ONU. (2020). El coronavirus interrumpe las rutas del narcotráfico y genera una escasez de drogas a nivel mundial
[comunicado de prensa]. https://news.un.org/es/story/2020/05/1473952
Programa Nacional Integral de Sustitución de cultivos de uso ilícito (PNIS). (2017). http://es.presidencia.gov.co/
normativa/normativa/DECRETO%20896%20DEL%2029%20DE%20MAYO%20DE%202017.pdf
Ríos, J., & Niño, C. (2021). Dinámicas de la inseguridad y la violencia durante la pandemia en Colombia.
Revista UNISCI, 56(mayo), 95-115. http://www.unisci.es/dinamicas-de-la-inseguridad-y-la-violencia-
durante-la-pandemia-en-colombia/
Rocha, A., & Morales, D. (2018). El poder nacional-internacional de los Estados. Una propuesta transestruc-
tural. Geopolítica(s) Revista de Estudios Sobre Espacio y Poder, 9(1), 137-169.
Rodrik, D. (2012). La paradoja de la globalización: La democracia y el futuro de la economía mundial. Antoni Boch.
Rosenau, J. (2000). Governance, order, and change in world politics. En J. Rosenau & E.-O. Czempiel (Eds.),
Governance without goverment: order and change in world politics (pp. 1-29). Cambridge University Press.
Soberón Garrido, R. (1994). Inf luencia del tema del narcotráfico en el desarrollo del derecho internacional
y las relaciones internacionales. Agenda Internacional, 1(2), 95-101.
Stiglitz, J. (1999). El papel del gobierno en el desarrollo económico. Cuadernos de Economía, 18(30), 347-366.
https://revistas.unal.edu.co/index.php/ceconomia/article/view/11460
UNODC. (2020a). COVID-19 y la cadena de suministro de drogas: de la producción y el tráfico al consumo. https://
www.unodc.org/documents/data-and-analysis/covid/Covid-19_Suministro_de_Drogas.pdf
[60] UNODC. (2020b). Executive summary, impact of COVID-19, policy implications. En World Drug Report. https://
wdr.unodc.org/wdr2020/field/WDR20_BOOKLET_1.pdf
UNODC. (2020c). Monitoreo Integral al Programa de Desarrollo Alternativo (Informe Ejecutivo Consolidado No.
22). https://www.unodc.org/documents/colombia/2020/Octubre/Informe_Ejecutivo_No._22.pdf
UNODC. (2020d). Monitoreo Integral al Programa de Desarrollo Alternativo (Informe Ejecutivo Consolidado No. 23).
https://www.unodc.org/documents/colombia/2021/Febrero/INFORME_EJECUTIVO_PNIS_No._23.pdf
UNODC. (2021). World Drug Report 2021. Statistical Annex: illicit drug cultivation and production (tables). https://
www.unodc.org/unodc/en/data-and-analysis/wdr2021_annex.html
Yira López Castro, Ph. D. en Derecho, y profesora de carrera de la Universidad del Rosario. Directora de la
Especialización en Derecho Comercial de la Universidad del Rosario. Correo electrónico: yira.lopez@urosario.
edu.co ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7668-6780
Rocío del Pilar Peña Huertas, Ph. D. en Derecho, y profesora de carrera de la Universidad del Rosario. Coordinadora
de la red de investigación Observatorio de Restitución y Regulación de Derechos de Propiedad Agraria. Editora
en jefe de la revista Estudios Socio-Jurídicos. Correo electrónico: rocio.pena@urosario.edu.co - ORCID: https://
orcid.org/0000-0002-2167-8676
Bryan Triana Ancinez, investigador del Observatorio de Restitución y Regulación de Derechos de la Propiedad
Agraria. Abogado de la Universidad del Rosario. Correo electrónico: bryan.triana@urosario.edu.co.
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-0686-4358
Lina María Ortega Van Arcken, investigadora del Observatorio de Restitución y Regulación de Derechos de
la Propiedad Agraria. Abogada y politóloga de la Universidad Javeriana. Correo electrónico: lina.ortega@
javeriana.edu.co ORCID: https://orcid.org/0000-0002-2170-9196
Milton Alberto Valencia Herrera, investigador del Observatorio de Restitución y Regulación de Derechos de la [61]
Propiedad Agraria. Abogado y Filósofo de la Universidad del Rosario. Correo electrónico: milton.valencia@
urosario.edu.co ORCID: https://orcid.org/0000-0002-0364-8588
RESUMEN
La política pública de erradicación de cultivos de uso ilícito en Colombia se desarrolló por más de 20
años, a través del PECIG, un programa que tenía por objeto la disminución de cultivos de uso ilícito me-
diante la aspersión aérea de herbicidas. El programa partía de la hipótesis de que existía una correlación
entre los cultivos de uso ilícito y el conf licto armado. En este artículo nos centraremos en el papel de
los jueces en la reparación de daños ocasionados por dichas aspersiones, bajo la tesis de que las cortes
se vieron fuertemente inf luenciadas por el enfoque contrainsurgente del programa, y esto explica la
negación del derecho a la reparación de los daños por las aspersiones. Además, el cambio de precedente
judicial, en el que se priorizaron los derechos de las comunidades afectadas por las fumigaciones, no
se dio por un cambio de legislación o por un giro garantista de los jueces, sino por un cambio explícito
del enfoque de la política pública.
1 Este artículo es resultado del proyecto de investigación “Instituciones Jurídicas, Conf licto Armado y Desigual-
dad Agraria”, financiado por MinCiencias (Código: 1101-852-71427, Contrato 472-2020) y dirigido por Rocío
del Pilar Peña Huertas.
ABSTR AC T
The public policy for the eradication of illicit crops in Colombia was developed for more than 20 years
through a program that aimed to reduce illicit crops through aerial spraying of herbicides. The program
was based on the hypothesis that there was a correlation between crops for illicit use and the armed
conf lict. This article focuses on the role of judges in repairing damages caused by such sprayings under
the thesis that the courts were strongly inf luenced by the program’s counterinsurgency approach, and
this explains the denial of the right to compensation for damages caused by the sprayings. Furthermore,
the change in judicial precedent in which the rights of the communities affected by fumigations were
prioritized was not due to a change in legislation or a conversion of the judges into guarantors but rather
to an explicit change in the public policy approach.
INTRODUCCIÓN
Para explicar lo anterior, analizaremos las decisiones judiciales que fueron expedidas
en relación con el PECIG, a la luz de la literatura que explora la relación entre jueces
y políticas públicas. Esta agenda de investigación ha sido desarrollada por diferentes
autores que pretendieron entender el papel de los jueces en las democracias actuales
(Uribe et al., 2020). Una parte de dichos estudios se concentró en repensar el papel de
la rama judicial, debido a que algunos desarrollos se derivaron de las ideas que trajo el
constitucionalismo contemporáneo (Ferrajoli, 2010; Uribe et al., 2020). Otra parte de la
literatura se ha preocupado por documentar y explicar las intervenciones judiciales en
En la primera parte del texto expondremos el marco teórico sobre los jueces y las
políticas públicas, y describiremos las principales conclusiones de la literatura en esa
materia y la forma como se relacionan con nuestro artículo. En la segunda parte presen-
taremos nuestros hallazgos sobre el estudio de caso seleccionado. Para ello, iniciaremos
con una breve contextualización del programa PECIG, en la cual explicaremos el enfoque
contrainsurgente de esta política y las consecuencias sociales y políticas que conllevó
ejecutar el programa desde esta perspectiva. Luego mostraremos la línea cronológica
de los hitos de la jurisprudencia de las altas cortes y los cambios de la política de fumi-
gación que construimos con base en nuestra evidencia empírica. Allí explicaremos la
correlación que se presentó entre las decisiones judiciales y las decisiones políticas del
PECIG. Por último, presentaremos nuestras conclusiones.
La relación entre la rama judicial, la democracia y las políticas públicas ha sido ob-
jeto de estudio en las ciencias sociales desde diferentes enfoques. Recientemente, las
En primer lugar, es importante precisar que nos aproximamos al PECIG como una
política pública adoptada por el Estado colombiano a través de diferentes gobiernos. La
definición de políticas públicas que utilizaremos para este artículo parte de los plantea-
mientos de Adre-Nöel Roth (2003). Para el autor, las políticas públicas se caracterizan por:
1) identificar situaciones en las que se debe intervenir; 2) definir objetivos que guiarán la
intervención; 3) crear y diseñar programas, acciones o medidas para lograr los objetivos,
y 4) contar con la participación, directa o indirecta, del Estado (Uribe, et al., 2020). Ade-
más, los programas y las propuestas se desarrollan en largos periodos (Pallarés, 1998), e
integrando “decisiones, acciones, inacciones, acuerdos e instrumentos” (Velásquez, 2009,
[64] p. 156) para definir los asuntos públicos. Este primer paso es fundamental, pues configura
una visión del mundo que determina los instrumentos por emplear para responder a la
situación. Como mostraremos más adelante, la comprensión del campesinado cultivador
de coca como actor del conflicto armado fue fundamental para facilitar la adopción de
la aspersión con glifosato. Tanto el proceso de definición de las situaciones como las
herramientas por emplear y los objetivos que se pretenden lograr se plasman en actos
formales, que cuentan con diversos grados de vinculatoriedad (Knoepfel et al., 2008).
En Colombia, los debates sobre la organización del Estado y el papel de los poderes
públicos estuvieron presentes en la elaboración de las diferentes constituciones (Quinche,
2008); sin embargo, no fue sino hasta la Constitución de 1991, con su característica de
ser un texto contencioso (Quinche, 2008; Triana & Cristancho, 2021), cuando el control
de constitucionalidad adquirió una relevancia fundamental. Este poder ha sido utilizado
En general, los estudios nacionales sobre las políticas públicas y los jueces comparten
varias de las conclusiones a las que llegaron Rodríguez Garavito y Rodríguez Franco
(2013), y que defienden la intervención judicial en temas políticos en dos escenarios es- [65]
pecíficos: las fallas sistémicas de políticas públicas para cumplir derechos o el bloqueo
institucional para actores sociales específicos. Estos dos criterios coinciden con la mayoría
de las publicaciones nacionales que defienden el activismo judicial. Los argumentos de
los autores que justifican la intervención de la judicatura en aspectos políticos coinciden
con alguno de los criterios referenciados, o con los dos (García Villegas, 2014; Henao,
2013; Uprimny, 2001; Uprimny, 2007; Uprimny & Sánchez Duque, 2012). El primer
criterio justifica la intervención judicial cuando se corrobora una masiva vulneración
de derechos humanos propiciada por la insuficiencia o la ausencia de políticas públicas.
Y el segundo criterio consiste en el reconocimiento de que existe un “equilibrio institu-
cional perverso” que impide el debido funcionamiento estatal y el cumplimiento de los
derechos (Rodríguez Garavito & Rodríguez Franco, 2013).
Aunque los autores reconocen la importancia de los reclamos políticos por las acciones
judiciales en el país y los impactos positivos de estas, manifiestan que solo es pertinente
hacerlos en los dos escenarios ya descritos. De esta forma, el apoyo a la intervención
judicial en políticas públicas es limitado, pues los estudios encuentran riesgos y proble-
mas a esa práctica. Como se puede ver en la tabla 1, los principales efectos negativos
descritos por la literatura nacional coinciden en resaltar la importancia de los mecanis-
mos de participación políticos en el plano democrático y los pocos efectos tangibles de
las órdenes judiciales.
Tabla 1. Efectos negativos de la intervención judicial en las políticas públicas identificados por la literatura nacional
[66]
Fuente: elaboración propia con base en: García, 2014; Lemaitre, 2009; Uprimny, 2001; Uprimny y Sánchez, 2012; Rodríguez y Rodríguez,
2013.
De las investigaciones sobre los jueces y sus intervenciones en decisiones políticas, son
pocas las que han analizado la política de drogas en espacios judiciales. Dos trabajos se
acercaron a entender la incidencia de las decisiones judiciales en la política pública de
aspersiones: 1) Arenas (2019a; 2019b) explicó que las decisiones judiciales de la Corte
Constitucional, además de reconocer la afectación a los derechos de las comunidades
indígenas, modificaron la política de erradicación aérea porque utilizaron los derechos
étnicos como un límite al programa; 2) por su parte, Triana y Cristancho (2021) mos-
traron que el PECIG, mientras estuvo vigente, generó una tensión con los postulados
democráticos del Estado colombiano —en especial, luego de 1991—. En tal escenario,
a pesar de que diferentes agencias públicas y organizaciones sociales manifestaron su
rechazo a la política, como lo describieron los autores, los jueces fueron los únicos que
lograron poner límites a la actuación desbordada del ejecutivo; además, como explicaron
Machuca y Triana (2021), durante el intento actual del gobierno de reanudar las asper-
siones con glifosato, los jueces siguen jugando un papel importante. Para los autores, la
rama judicial en diversas ocasiones ha restringido o aplazado el reinicio de la política, y
ocasionado con ello que el ejecutivo reaccionara modificando el reparto de las acciones
jurídicas en contra de la política de drogas, para que estas se centralizaran en un solo
órgano judicial, ubicado en Bogotá (Decreto 333 de 2021).
Con este artículo pretendemos contribuir al marco teórico expuesto de dos formas: 1)
brindaremos una primera aproximación de los efectos sociales y políticos que tuvieron
las decisiones judiciales relacionadas con las políticas de drogas en Colombia. Para ello,
analizaremos el caso del PECIG y mostraremos que las sentencias fueron irradiadas por
el enfoque contrainsurgente del programa, lo cual conllevó la negación del derecho a la
El PECIG fue un programa que tenía por objeto la disminución de cultivos de uso
ilícito mediante la aspersión aérea de herbicidas en Colombia. Aunque se realizaron as-
persiones experimentales desde la década de 1970 (Machuca et al., 2021; Vargas, 1999a;),
estas fueron creadas formalmente como política solo desde 1994, y la aspersión aérea
se mantuvo hasta 2015. Mientras estuvo vigente el PECIG, diferentes actores políticos,
sociales e institucionales se opusieron al programa (Acero et al., 2019; Gutiérrez, 2021;
Machuca, 2021; Triana & Cristancho; 2021). Los efectos en la salud, el medio ambiente
y los riesgos sociales y económicos de esta política fueron los principales argumentos
expuestos por los opositores. Uno de los temas concretos expuestos sobre las implicacio- [67]
nes de las aspersiones fueron los daños que estas ocasionaban en cultivos de uso lícito u
otros tipos de bienes de los habitantes de las zonas asperjadas. La consecuencia negativa
de la política no había sido prevista por la regulación del programa, como lo manifestó
el Defensor del Pueblo en 2001. De acuerdo con el funcionario, en el sur del país, el
PECIG generó daños en diferentes bienes lícitos de pobladores de la región; incluso, se
realizaron aspersiones en proyectos productivos entregados por el Estado, en desarrollo
del programa de sustitución impulsado en aquel momento (Triana & Cristancho, 2021).
Las diferentes solicitudes ciudadanas presentadas por los daños ocasionados en de-
sarrollo del PECIG y la denuncia realizada por el Defensor del Pueblo llevaron a que se
diseñara un procedimiento administrativo para reparar estas afectaciones; sin embargo,
el trámite fue poco efectivo. Como lo explicaron Triana y Cristancho (2021), la decisión
sobre la reparación recaía en la entidad que realizaba las operaciones que producían los
daños: la DIRAN3. No había término para decidir las solicitudes de reparación, pero sí
se estableció un término de caducidad para poder presentarlas. El procedimiento solo
atendía daños sobre bienes, y no otros daños, como a la salud o al medio ambiente; ade-
más, la carga de la prueba sobre la ocurrencia de los hechos recaía sobre los solicitantes
(Lyons, 2018).
A pesar de estas falencias, el procedimiento estuvo vigente desde 2001 hasta 2013,
pues ese año el Consejo de Estado decidió declarar nula la resolución que regulaba este
aspecto del programa (Consejo de Estado, 25 de julio de 2013). Después de ese año, la
DIRAN creó un protocolo para atender las quejas, y que calcaba la resolución anulada
y daba continuidad a la ruta establecida por esta entidad, lo cual no fue eficiente, pues,
como la misma entidad reportó, de las solicitudes de reparación de daños tramitadas
entre 2001 y 2015, hubo 17.017 peticiones que fueron rechazadas o archivadas; 474 más
fueron compensadas, catorce no aceptaron la compensación ofrecida y 138 se encontraban
aún en proceso (Lyons, 2018).
[68] La relación de los grupos armados con el tráfico de las drogas facilitó que en dife-
rentes países se adoptaran políticas que agrupaban bajo el mismo paraguas el objetivo
de disminuir la presencia de cultivos de uso ilícito y el de atacar a los grupos armados
ilegales (Felbab-Brown, 2010). En el caso colombiano, esto generó que los cultivadores de
plantaciones de uso ilícito fueran identificados como auxiliares o apoyo de las guerrillas
colombianas (Abril et al., 2019; Ramírez, 2001a). Por otra parte, los actores políticos que
rechazaron estos programas antidrogas también estuvieron sometidos a una política de
identificación: su oposición a los programas contra las drogas los podría encasillar como
guerrilleros o paramilitares (Gutiérrez, 2021). Enseguida mostraremos la relación que
existe entre las políticas antidroga y la contrainsurgente, y cómo impactó ello en el PECIG.
La unificación de las políticas contrainsurgentes y las políticas contra las drogas bajo
la égida de la lucha contra el narcoterrorismo se sustentan en la hipótesis de que dis-
minuir la producción de la droga mejora los resultados de la política contraterrorista.
Esta hipótesis analiza el nexo entre grupos armados ilegales y el mercado de la droga
solo desde el punto de vista económico. En tal sentido, según esta visión, la única mo-
Finalmente, el PECIG logró mantenerse debido a que los políticos nacionales y re-
gionales también quedaron sometidos al problema de la identificación. De acuerdo con
Gutiérrez (2021), la ejecución de una política como el PECIG, auspiciada por Estados
[70] Unidos, requiere que el país norteamericano identifique quién es quién en el sistema
político colombiano. Lo mismo sucedió en el ámbito interno. Era necesario saber qué
personas estaban vinculadas con los narcotraficantes y los grupos armados ilegales. El
escenario nacional, donde diferentes funcionarios estaban relacionados con algunos de
estos grupos armados ilegales, profundizó la necesidad de identificar a unos y otros.
Esto generó que los diferentes políticos toleraran políticas como el PECIG, pues contra-
riarlo significaría exponerse a ser tachado de narcotraficante, paramilitar o guerrillero
(Gutiérrez, 2021).
Las víctimas de los daños generados por las fumigaciones aéreas con glifosato han
acudido a los jueces a través de acciones judiciales para defender sus derechos, solicitar
la suspensión de las fumigaciones y obtener del Estado una reparación por los perjuicios
causados por el PECIG. Los argumentos que las organizaciones y los ciudadanos han
expuesto en las altas cortes reflejan los efectos socioeconómicos de la fumigación y el
contexto en el cual el gobierno ha implementado la política de aspersión aérea.
A continuación presentamos una línea cronológica que hila los hitos de la jurispru-
dencia de las altas cortes, con la transformación del PECIG, y el contexto social en el
cual se ha implementado, lo que se refleja en los reclamos de la ciudadanía frente a los
perjuicios generados por las fumigaciones.
En 1992, cuando se dio la discusión sobre retomar las fumigaciones con glifosato en
la Sierra Nevada de Santa Marta, e implementarlas por primera vez en otros departa- [71]
mentos, se presentó una fuerte oposición desde diversos sectores de la ciudadanía; entre
ellos, las comunidades indígenas, a través de la organización Gonawindúa Tayrona, y
que indicaban que los indígenas aún sufrían las secuelas de la fumigación realizada años
atrás, reflejadas en el alto índice de enfermedades respiratorias y la poca producción en
los cultivos de pancoger (Iguarán, 1992, 10 de febrero).
A raíz de esto, a inicios del decenio de 1990 se propuso buscar alternativas para
erradicar los cultivos de uso ilícito mediante procedimientos mecánicos y manuales; sin
embargo, en 1992 el Consejo Nacional de Estupefacientes (CNE) aprobó las fumigaciones
con glifosato, sin todos los requisitos legales, pues el Ministerio de Salud y el Instituto
Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (Inderena) las aprobaron
solo hasta 1994. Con la aprobación del CNE se atendió a las directivas que habían dado
Estados Unidos y algunos países europeos en pro de disminuir los cultivos de amapola,
y en 1993 se volvió a fumigar en la Sierra Nevada.
En los años noventa del siglo XX, el movimiento agrario de los departamentos de
Putumayo, Guaviare, Caquetá, Vaupés, Vichada y Meta se opuso a la política de erra-
dicación de cultivos de uso ilícito propuesta por el Gobierno nacional; principalmente,
en contra del PECIG. Estas manifestaciones se transformaron en paros cívicos que los
campesinos impulsaron entre 1994 y 1996, y que constituyeron un hito en la moviliza-
ción cocalera (Abril et al., 2019, p. 4). La oposición de los manifestantes se centró en los
daños generados por el PECIG a cultivos lícitos y la solicitud de implementar el programa
de desarrollo alternativo del momento (Ramírez, 2001a); sin embargo, y a pesar de las
múltiples denuncias y las acciones sobre afectaciones por el PECIG, durante esa década
el Consejo de Estado no reconoció ningún daño a la ciudadanía, ni suspendió ni limitó
[72] las aspersiones aéreas.
Por su parte, la Corte Constitucional solo se refirió al tema de cultivos de uso ilícito
en la Sentencia C 176 de 1994, al realizar el control previo de constitucionalidad a la
Ley 67 de 23 de agosto de 1993, por la cual se ratificó la “Convención de las Naciones
Unidas contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Sicotrópicas”. Tanto en
la convención como en la providencia se hace referencia a que los cultivadores de ar-
busto de coca o de la planta de cannabis cometen delitos (art. 3 de la convención). Según
la corte, el tratado tiene como objeto reprimir y criminalizar todas las actividades que
5 Para analizar la responsabilidad del Estado, es necesario justificar la razón por la que se le imputó la responsa-
bilidad por un daño. Esta razón se denomina título de imputación. El título de imputación más utilizado es la
falla del servicio, mediante la cual el Estado es responsable cuando genera un daño por incumplir una obligación
que le corresponde (Consejo de Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo, Sección Tercera, 7 de marzo de
2012 C.P.: Hernán Andrade Rincón).
están relacionadas con el tráfico de drogas, incluyendo el cultivo, pues se concluyó que
propietarios y cultivadores hacen parte del negocio del narcotráfico. A pesar de que la
sentencia puso límites a las acciones del Estado al perseguir estas conductas, la providen-
cia funcionó como justificación de la fumigación en perjuicio de los cultivadores, pues el
enfoque criminalizador con el cual se hacía la política antidrogas en el país —incluyendo
en ella el Consejo adoptó argumentos de talante político, con una visión prohibicionista
y belicista de la lucha contra las drogas.
De las pruebas reseñadas no se infiere, con certeza, que el glifosato empleado para la erra-
dicación de los cultivos ilícitos produzca daños irreversibles en el medio ambiente; por lo
contrario, hay elementos de juicio que permiten concluir que la regeneración de las zonas
asperjadas se produce en lapso no muy largo y que, en cambio, numerosas hectáreas de
bosques son destruidas por causa de la tala de éstos por los cultivadores ilícitos. Claro está
que la aspersión debe producirse de conformidad con las pautas que señalen las autoridades
ambientales, sin que deba permitirse su más leve trasgresión; razón por la cual es necesario
que se lleve a cabo un control permanente con evaluaciones continuas de los efectos que
puedan ir apreciándose. Sin embargo, esto no puede conducir a la suspensión de las fumigaciones,
pues tal medida podría llevar al debilitamiento del Estado al tiempo que se fortalecerían los distintos
grupos que se financian con el producto del tráfico de drogas, que es, sin duda alguna, flagelo para
la sociedad colombiana y para toda la humanidad. (Consejo de Estado, 19 de octubre de 2004;
énfasis nuestro)
Hubo tres sentencias de tutela emitidas por el Consejo de Estado en las cuales no se
accedió a las solicitudes de tres demandantes, que, de manera independiente, solicitaron
la reparación por los daños generados por fumigaciones en el municipio de Belén de los
Andaquíes, Caquetá (Consejo de Estado, 21 de marzo de 2005; 14 de abril de 2005; 28 de
abril de 2005). Según las sentencias, los demandantes habían utilizado las vías procesales
inadecuadas, pues debían acudir al sistema de quejas establecido en la Resolución 17
del 4 de octubre de 2001, o a acciones de reparación directa, y demostrar los elementos
de la responsabilidad estatal: 1) el daño, 2) la imputación y 3) la relación de causalidad.
Finalmente, dentro de esta década hubo una discusión importante sobre si se debía
fumigar en parques naturales, pues ese año el CNE aprobó dicha medida a través de
la Resolución 0013 del 27 de junio, y el Congreso de Estados Unidos autorizó que se
destinaran recursos del Plan Colombia para ello (Samper Pizano, 2004, 25 de febrero).
En los siguientes años, tanto la política antidroga como la jurisprudencia sobre daños
derivados de las fumigaciones con glifosato sufrieron una contorsión. Por un lado, con
la llegada de Juan Manuel Santos a la presidencia, en 2010, se dio una ruptura con el
Las entidades demandadas señalaban que el accionante debía probar la clase de herbicida
que afectó los cultivos. Para el Consejo de Estado, esa clase de prueba no les era exigible
a los demandantes, y consideró pruebas suficientes los testimonios de los habitantes del
sector, que “de manera clara y espontánea” contaron las afectaciones a cultivos, animales
y fuentes de agua, y un informe de Corpoamazonía; sin embargo, el Consejo de Estado
redujo la indemnización, para condenar solo por el daño emergente; es decir, el valor de
los cultivos destruidos. La sentencia revocó la suma que el tribunal de primera instancia
había ordenado por lucro cesante; o sea, aquello que había dejado de entrar al patrimo-
nio de las víctimas, pues, según la sentencia, esa suma no se había podido demostrar en
el proceso.
faculta a los jueces a no considerar las reglas procesales de congruencia y non reformatio
in peius6, pues se trata de eventos en los cuales se afecta el interés colectivo.
La sentencia también resulta relevante porque consideró que las víctimas no deben
demostrar que el Estado incumplió algún protocolo o alguna norma mientras realizaba
la fumigación, y que esa falla había causado el daño, sino que, como la actividad es en sí
misma peligrosa, a las víctimas les corresponde probar que ocurrieron las fumigaciones
6 Principio del derecho que prohíbe reformar una decisión empeorando la situación jurídica del vinculado.
7 Los profesores Adriana Camacho y Daniel Mejía, de la Universidad de los Andes, presentaron evidencia científica
sobre la relación entre aspersión aérea de cultivos de coca y abortos espontáneos. Utilizaron un gran conjunto
de datos que incluyó registros médicos individuales e información precisa sobre los km 2 rociados diariamente,
durante cinco años (de enero de 2003 a diciembre de 2007). Analizando la evolución de los diagnósticos médi-
cos y los diferentes niveles de exposición al herbicida, encontraron que las fumigaciones han incrementado la
probabilidad de que las mujeres sufran abortos (Acevedo, 2013, 18 de julio 3).
8 Así, por ejemplo, en uno de los casos más relevantes sobre daños a la salud generados por glifosato, el Tribunal
Superior de San Francisco encontró que Monsanto había omitido advertir al señor DeWayne Johnson y otros
consumidores sobre los riesgos de cáncer que tenían sus herbicidas; en particular, el Roundup, elaborado con
glifosato —y utilizado también en Colombia—. El señor Dewayne había aplicado durante años Roundup, en
su condición de jardinero. El tribunal encontró que el químico era la causa del linfoma no Hodgkin (LNH)
que padecía el señor Johnson. Ver: Dewayne Johnson v. Monsanto Company. et al., Case No. CGC16550128,
in the Superior Court of the State of California, County of San Francisco. https://app.vlex.com/#/search/
jurisdiction:CO,US+country_ jurisdiction:AFD,AS/Dewayne+Johnson+vs.+Monsanto/WW/vid/781287309
9 A esta sentencia, del 20 de febrero de 2014, la llamamos sentencia de los pueblos étnicos del Pacífico nariñense.
y el daño; es decir, así el Estado pueda demostrar que no cometió una falla en la acti-
vidad de fumigación y que siguió los procedimientos establecidos para ella, eso no lo
exonera de indemnizar los daños generados por esta actividad (Consejo de Estado, 20
de febrero de 2014). A esta decisión se sumó el Auto 073 del 27 de marzo de 2014 de
la Corte Constitucional (seguimiento a la Sentencia T 025 de 2004)10, el cual, en desa-
10 Sentencia que declara inconstitucional el estado de cosas derivado del desplazamiento forzado.
“probablemente cancerígeno para los humanos” (El Espectador, 2015, 24 de marzo). Esta
investigación abrió el debate poniendo sobre la balanza la salud versus la seguridad.
Ese mismo año, el CNE expidió la Resolución N.º 0006 del 29 de mayo de 2015, por
la cual se ordenó la suspensión de las fumigaciones aéreas con el herbicida glifosato. La
orden de suspensión de fumigación, cuyo alcance fue nacional, se basó en la sentencia
del Consejo de Estado de los pueblos étnicos del Pacífico nariñense, y el Auto 073 de
marzo 27 de 2014 de la Corte Constitucional. En la resolución se indicó que el PECIG
es inconstitucional, pues al realizarse un test estricto de proporcionalidad se encontró
que, si bien el PECIG persigue un fin constitucionalmente legítimo, que es la lucha con-
tra las drogas y es una medida idónea para erradicar cultivos de uso ilícito, no es una
medida necesaria ni proporcional.
Para el Consejo de Estado, la muerte de los peces es un daño antijurídico; es decir, una
afectación que una persona no debe soportar. Siguiendo la línea jurisprudencial que se
fue construyendo desde 2012, los antecedentes expuestos le permiten a la sala determi-
nar, sin lugar a dudas, que el empleo del glifosato como medio policivo para erradicar
cultivos de uso ilícito constituye una actividad riesgosa, pues tiene la potencialidad de
producir daños ambientales indiscriminados, susceptibles de causar también perjuicios
individuales, así como de, eventualmente, dañar la integridad física de los habitantes
del territorio nacional (Consejo de Estado, 2 de junio de 2016).
En 2017, el Consejo de Estado mantuvo esta línea. En septiembre de ese año declaró
a la nación y el Ministerio de Defensa como responsables por los daños derivados de
Pasaron más de dos lustros antes de que la Corte Constitucional revisara nuevamente
el tema de fumigación aérea; sin embargo, en 2017 emitió cuatro sentencias de revisión de
tutela, en las que resolvió casos relacionados con comunidades indígenas. Estas decisiones
resultan ambiguas en cuanto a la protección de dichos pueblos, pues si bien concedieron
algunas pretensiones de los accionantes, también abrieron camino para el retorno del
PECIG. En 2017, representantes de un resguardo indígena de Puerto Nare, Antioquia,
solicitaron, mediante acción de tutela, que se detuviera definitivamente la aspersión aé-
rea de glifosato sobre sus territorios, por ir en contra de la salud de los miembros de su
comunidad y el medio ambiente sano. En la Sentencia T 080 de 2017, la corte resolvió la [79]
tutela y amparó los derechos fundamentales a la consulta previa y a la integridad étnica y
cultural, a la libre determinación, a la salud en conexión con la vida y al medio ambiente
sano de los accionantes.
Esta sentencia, que fue posterior a la suspensión de la fumigación aérea, abrió la puerta
para dos temas importantes, pero contradictorios: el primero es que la corte estableció
una serie de condiciones necesarias para reiniciar la aspersión de glifosato, condiciones
que, de acuerdo con el actual gobierno de Iván Duque, el Estado ha cumplido; en segundo
lugar, abrió una puerta para la reparación de las víctimas étnicas de la aspersión, dado
que concluye que el derecho a la consulta puede desarrollarse también para obtener una
reparación o una compensación (con el enfoque diferencial, al tratarse de una etnorrepa-
ración) cuando las actividades implementadas por el Estado hayan culminado sin haber
realizado procesos de consulta. La etnorreparación es uno de los ejes de la sentencia,
para desarrollar este tema la Corte Constitucional utilizó como precedente judicial sus
fallos y los fallos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Ese mismo año, mediante la Sentencia T 236 de 2017, la Corte resolvió una tutela
presentada por el personero municipal de Nóvita, Chocó. En la sentencia de tutela, la
corte habló de manera explícita de reparación del daño; haciendo referencia a la SU 383
de 2003, la corte señaló que, a diferencia de lo planteado por las entidades del Gobierno
nacional, este precedente aplica a todos los casos de afectación directa ocasionada por
los programas de erradicación de cultivos, haya o no usos ancestrales o tradicionales
del cultivo en cuestión. Se dejó por sentado que la consulta previa a las comunidades
indígenas, afrodescendientes y tribales no depende únicamente de la utilización tradi-
cional de la hoja de coca, sino de la individualización y la identificación de un impacto
directo. La corte concluyó que el Gobierno nacional ha fijado un nivel de riesgo aceptado
demasiado alto en relación con el principio de precaución.
Finalmente, la Defensoría del Pueblo del Putumayo interpuso una acción de tutela
porque, a su criterio, el programa de erradicación manual y aspersión aérea de cultivos
de uso ilícito que se estaba realizando en su jurisdicción no contaba con la participación
de las comunidades indígenas en el diseño y la implementación de un plan de prevención
y contingencia del desplazamiento, y vulneraba así los derechos de varias comunidades
del departamento de Putumayo. La corte advirtió que el Estado actuó de manera dili-
gente en la implementación de una política con un claro desarrollo progresivo, por lo
cual no consideró que debiera tutelarse el derecho de los indígenas y, lo más importante,
evadió el tema de la reparación de los posibles daños.
Debido a que entre 2013 y 2018 se presentó el periodo en el que el país tuvo el creci-
miento más rápido de su historia en cultivos de uso ilícito, el gobierno de Estados Uni-
dos empezó de nuevo a ejercer presión sobre Colombia para que reanudara el PECIG.
El presidente Donald Trump, quien tuvo una ruptura con el gobierno estadounidense
anterior, asumió una postura impositiva frente a la erradicación de cultivos de uso ilícito
estableciendo para Colombia el compromiso de eliminar para 2023 el 50 % de los culti-
vos de uso ilícito (El Nuevo Siglo, 2019, 12 de julio); esto, sin considerar mecanismos de
erradicación alternativos, ni los costos que representa para la paz colombiana retornar
al glifosato.
Siendo así, el presidente Iván Duque quien asumió su cargo en 2018 con posturas
políticas afines al paradigma prohibicionista y con un gobierno que se ha alejado del
acuerdo de paz, solicitó a la Corte Constitucional, en 2019, modular la Sentencia T 236
de 2017, para reanudar el PECIG. Ante la insistencia de Néstor Humberto Martínez Nei-
ra, fiscal general de la Nación de la época, del Gobierno nacional y de otras presiones
Como resultado de lo anterior, se emitió el Auto 387 del 18 de julio de 2019, que
aclaró los seis requisitos de la Sentencia T 236 de 2017, pidió, además, tener en cuenta el
acuerdo de paz y dejó en manos del CNE la decisión final sobre el PECIG. Dicho orga-
nismo asumió el deber de “considerar y ponderar toda la evidencia científica y técnica
disponible en lo que se refiere a la minimización de los riesgos para la salud y el medio
ambiente”. Para algunos analistas, esa decisión abrió la puerta a la fumigación aérea; sin
embargo, la corte mantuvo la no reanudación hasta tanto no se diseñara y se pusiera en
marcha un proceso decisorio que exigirá el cumplimiento de siete requisitos específicos12.
Si bien se volvió a hablar del daño a la salud y al medio ambiente, no se establecieron
criterios para determinar la responsabilidad del Estado en el daño, ni en cuanto a cómo,
ni a quién ni cuándo debe el Estado indemnizar. Tal retroceso en la protección de la
ciudadanía se presentó también en el Consejo de Estado entre 2019 y 2020, porque esta [81]
corte, por un lado, advirtió que debía separarse a los jueces de la política de sustitución
de cultivos de uso ilícito y, por otro, emitió decisiones que dificultaron la reparación de
los daños ocasionados por el PECIG.
En enero de 2019, el Consejo de Estado resolvió en segunda instancia una acción popular
interpuesta en 2015, la cual pretendía que se suspendiese la fumigación aérea a cultivos
de uso ilícito, y se ordenó una concertación con las familias y las organizaciones del mu-
nicipio de Policarpa, Nariño, para realizar un plan gradual de sustitución de cultivos de
11 De acuerdo con noticias de prensa, el embajador de Estados Unidos invitó a cenar a la sala plena de la Corte
Constitucional, para hablar de temas diversos, en la misma época en que estaban estudiando el caso (El Tiempo,
2019, 3 de abril). Por otra parte, en abril de ese mismo año noticias de prensa advertían sobre el retiro de las
visas a tres magistrados de la misma corte (Semana, 2019, 9 de mayo).
12 Seis requisitos de la Sentencia T 236 y uno adicionado en el Auto 387. 1) con una regulación efectuada y re-
glamentada por un órgano distinto e independiente de las entidades encargadas de ejecutar los programas
de erradicación de cultivos de uso ilícito; 2) tal regulación se derivará de la evaluación de los distintos riesgos;
entre ellos, el de salud y ambiente, y en el marco de un proceso participativo y técnicamente fundado, con
carácter continuado; 3) tal proceso decisorio incluirá una revisión automática de las decisiones, que alertará
sobre nuevos riesgos, y en la reglamentación o la legislación, una previsión sobre cuáles son las entidades con
competencia para emitir las alertas, que, como mínimo, comprendiesen a las entidades nacionales y de orden
territorial del sector salud, las ambientales y las que conforman el Ministerio Público; 4) que la investigación
científica para determinar los riesgos planteados cumpliese exigencias de rigor, calidad e imparcialidad; 5) que
los procedimientos de queja fuesen comprehensivos, independientes, imparciales y vinculados con la evaluación
del riesgo, y por último, 6) que la decisión sobre la reanudación se sujetará a evidencia objetiva y concluyente
sobre la ausencia de daño para la salud y el medio ambiente.
coca. El Tribunal Administrativo de Nariño declaró que ya se habían superado los hechos
que dieron lugar a la acción popular, pues las fumigaciones ya se encontraban suspendi-
das; sin embargo, ordenó que se concertara un plan gradual de sustitución de cultivos de
coca. El Consejo de Estado ratificó la existencia de un hecho superado y revocó la orden
de concertación del plan de sustitución, pues consideró que el demandante no probó la
ausencia de medidas públicas en materia de sustitución de cultivos ni la afectación a dere-
chos colectivos. Así mismo, el Consejo de Estado hizo un llamado de atención al Tribunal
Administrativo de Nariño, pues consideró que dicho tribunal no tenía herramientas para
ordenar medidas de orden técnico, que son propias de la Administración Pública; espe-
cialmente, en temas “tan sensibles” como la sustitución de cultivos de uso ilícito (Consejo
de Estado, 25 de enero de 2019).
Las siguientes sentencias evidenciaron las dificultades para tasar la indemnización por
los daños generados por la fumigación con glifosato, pues las víctimas deben probar el
valor del daño para que los jueces puedan determinar la cuantía de la indemnización. Si
bien el Consejo de Estado alivió la carga de los demandantes sobre la necesidad de que
probaran que el Estado había incumplido protocolos para la fumigación o demostraran
con pruebas científicas que los daños eran generados por el glifosato, las víctimas deben,
en todo caso, probar, con base en elementos técnicos, las inversiones que realizaron hasta
el momento de la fumigación (daño emergente) y los ingresos que de estas se obtenían o
esperaban obtener, susceptibles de ser cuantificados, y los cuales fueron interrumpidos
[82] como consecuencia del daño sufrido (lucro cesante). Aunque los demandantes suelen
solicitar el pago por daños morales, los jueces suelen considerar que cuando se trata de
daños a cosas (cultivos y animales) no se configuran daños morales.
Durante 2019 y 2020, el Consejo de Estado analizó al menos seis acciones de tutela
interpuestas por víctimas en contra de las decisiones de los tribunales administrativos.
Los casos coinciden en que las víctimas consideran que los montos de las indemnizacio-
nes ordenadas por los jueces y los tribunales administrativos son inferiores a los daños
demostrados, con lo cual se viola el principio de reparación integral. En todos los casos,
el Consejo de Estado declaró improcedentes las tutelas y mantuvo las decisiones de los
tribunales.
1994
Protestas en Putumayo y Guaviare
1995
Presión por parte de EE. UU. para fumigar. Se habla
Fumigación en Nariño, Putumayo, Guaviare, Cauca, de sustitución. Inicia PLANTE en Guaviare [83]
Antiquia, Huila, Cauca, Valle y Catatumbo
1996
Fumigación en la frontera, en Catatumbo
Presión de Myles Frechette embajador de EE. UU.
Se usa herbicida distinto al glifosato llamado Imazapyr
1997
Suspenden fumigación, pero se retoma EE. UU. descertifica a Colombia en lucha contra las drogas.
en 48 horas en Guaviare y Huila Se prueba otro herbicida, Tebuthiuron
1999
La fumigación con glifosato no da resultados. Los cultivos
2000 se desplazan de Perú y Bolivia a Colombia
Fuente: Elaboración propia a partir de la revisión de prensa y de jurisprudencia realizada para la construcción del artículo.
2001
Se presenta acción de grupos ante
Tribunal de Cundinamarca
Reino Unido deja de apoyar la lucha antidroga en
Colombia, que había apoyado desde los noventa
2002
Se refuerza el glifosato, dosis con más químico.
Se intenta reencauchar Plan Colombia Después de un año de reanudación de la fumigación
en el Catatumbo
Reanudan fumigaciones en el sur del Cauca
2005
El gobierno sigue intentando fumigar en parques natura-
OEA saca informe que apoya la fumigación de parques les (Sierra Nevada, La Macarena y Barí en Catatumbo)
naturales. Universidad Nacional desmiente el informe.
Se pone en discución la falta de estudios
independientes sobre glifosato
Se buscan alternativas al glifosato. Mariposas gringas,
Tras demanda de Ecuador a Colombia en la OEA alternativa que dan ambientalistas
suspenden fumigaciones en la frontera
2006
Fumigación en Magadalena Medio y en La Macarena
Aumentan cultivos. No sirve la fumigación
Conflicto entre Colombia-Ecuador es llevada a la CAN
2007
Sigue implementándose el Plan Colombia
Continúa el problema fronterizo. Ecuador
demanda en La Haya
2008
Desplazamiento de personas por la fumigación. Fumigación en Putumayo, Nariño y Magadalena Medio
Se presentan daños a la salud de las personas
2009
Reducción de recursos del Plan Colombia Ecuador sustenta la demanda ante CIJ
2011
Fumigación en Bajo Cauca antioqueño y Chocó
2012
Fumigación en Nariño
Reducción de recursos del Plan Colombia a la mitad
2013
Estudio de la U. de los Andes muestra conexión
entre el glifosato y abortos espontáneos Se presenta acción de grupo para frenar fumigaciones
2014
Consejo de Estado declara la nulidad de la norma [85]
que permitía la fumigación en parques naturales
2015
El Consejo Nacional de Estupefacientes suspende
La OMS advierte sobre la relación entre el glifosato el uso del glifosato
y el cáncer. Se abre debate de Salud vs. Seguridad
2016
Se relaciona el glifosato con casos de niños que nacieron
Se opta por fumigar con glifosato, pero de manera
con ceguera en Nariño
terrestre. Se habla de sustituir. Especialmente en Putumayo
Inician negociaciones de paz con las FARC
UNGASS convención que apoya el cambio de paradigma
2019
El gobierno hace petición a la Corte Constitucional Corte Constitucional hace una audiencia sobre el uso
para reanudar fumigación con glifosato de glifosato. Participan expertos, el presidente
Iván Duque y el expresidente Juan Manuel Santos
Mediante Auto Corte Constitucional mantiene su
decisión de 2017, pero hace unas aclaraciones.
Se debe tener en cuenta el Acuerdo de paz. La decisión
sobre usar glifosato recae en el CNE EE. UU. presiona con descertificar a Colombia
en lucha contra drogas
Oposición por parte de gobernadores frente
a la asperción aérea. Especialmente en Nariño
Aumentan metas de erradicación
2020
Presidente estadounidense pide retomar El gobierno presenta proyecto de decreto para
asperciones aéreas reglamentar la fumigación aérea
[86]
CONCLUSIONES
La correlación que aquí mostramos entre políticas públicas antidrogas y las decisiones
judiciales sobre reparaciones por daños del PECIG nos llevó a concluir que se generó un
efecto negativo para los sujetos afectados por las aspersiones: la negación de derechos
por la irradiación de las políticas públicas en las sentencias.
El enfoque contrainsurgente del PECIG llevó a que los órganos judiciales negaran
la reparación por daños de las aspersiones porque recepcionaron en sus providencias la
estigmatización que generaba el programa de fumigaciones a los campesinos cocaleros
como auxiliares de los grupos armados (Ramírez, 2001a). Tal estigmatización judicial se
sumó a la inefectividad del procedimiento administrativo de reparación que estuvo vigente
entre 2001 y 2013, con lo cual las víctimas de las fumigaciones enfrentaron obstáculos
para la reparación, lo mismo ante los jueces que frente a las autoridades administrativas.
El enfoque contrainsurgente del PECIG pudo incidir en que las altas cortes negaran las
demandas ciudadanas, por estar sometidas a una política de reconocimiento, en la cual
los actores políticos que se opusieran a los programas de la “guerra contra las drogas”
podrían ser tachados a escala nacional o internacional como miembros o auspiciadores
de organizaciones criminales (Gutiérrez, 2021).
La política contra las drogas fue utilizada como mecanismo de lucha contrainsur-
gente en Colombia. El PEGIC no se concentró en asperjar las zonas con mayor presencia
de cultivos de uso ilícito (Marín, 2021), sino que su objetivo fue atacar a las guerrillas
colombianas (Felbab-Brown, 2010; Gutiérrez, 2021; Ramírez, 2001a; Vargas, 1999b).
Lo anterior generó una política de reconocimiento que consistió en que los campesinos
cultivadores fueron identificados como auxiliadores de las guerrillas (Ramírez, 2001a;
2001b) y los políticos que se opusieron al programa estaban amenazados de ser tachados
Las dos primeras décadas de decisiones judiciales parten del supuesto según el cual
la fumigación permite que el Estado cumpla sus funciones, y por ello solo el Estado será
responsable si el demandante logra demostrar que hubo una falla en los protocolos de
fumigación y si, además, prueba mediante estudios científicos la relación causal entre la
aspersión y los daños. Durante la última década cambió el supuesto de aplicación, pues el
Consejo de Estado empezó a considerar que la fumigación es en sí misma una actividad
peligrosa; por lo tanto, la víctima no debe demostrar la culpa del Estado en el desarrollo
de la actividad, sino el daño generado por las fumigaciones. Ese giro en la jurisprudencia
coincide con los cambios en las decisiones gubernamentales sobre las fumigaciones, por
lo cual podría afirmarse que las decisiones de las altas cortes sobre las reparaciones por
fumigaciones han sido permeadas por la posición que los gobiernos han adoptado frente
a las políticas antidrogas.
El cambio en los supuestos de los que parten los jueces para analizar la responsabilidad
frente a las aspersiones aéreas con glifosato también evidencia el papel que cumplen las [87]
decisiones judiciales en la configuración de las políticas sobre fumigaciones.
REFERENCIAS
Abril, N. A., Gutiérrez, M. T., Jiménez-Nicholls, M. C., Ortega, L. M., & Uribe, L. F. (2019). Rupturas y con-
tinuidades del movimiento cocalero: acciones, repertorios y organizaciones. Análisis Político, 32(97),
3-23. https://doi.org/10.15446/anpol.v32n97.87188
Acero, C., Parada, M. M., & Machuca, D. X. (2019). La paz narcotizada: decisiones, presiones y diseño ins-
titucional del Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito. Análisis Político,
32(97), 114-135. https://doi.org/10.15446/anpol.v32n97.87195
Arenas, H. A. (2019a). La responsabilidad extracontractual del estado colombiano por las fumigaciones con glifosato.
Ed. Ibáñez.
Arenas, H. A. (2019b). Las fumigaciones con glifosato (“Round up”) a los cultivos de drogas en territorios
indígenas en Colombia. Veredas do Direito, 16(36), 11-39. http://www.domhelder.edu.br/revista/index.
php/veredas/article/view/1492
Björnehed, E. (2004). Narco-Terrorism: The merger of the war on drugs and the war on terror. Global Crime,
6(3-4), 305-324. 10.1080/17440570500273440
Consejo de Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo, Sección Tercera. Sentencia. Rad.: CE-SEC-EXP1993-
N7719. (C.P. Daniel Suárez Hernández; Junio 11 de 1993).
Consejo de Estado. Sala de lo Contencioso Administrativo. Sección Primera. Sentencia. Radicación: 11001-
03-24-000-2003-00129-0. (C.P. Marco Antonio Velilla Moreno; Julio 25 de 2013).
Consejo de Estado. Sala de lo Contencioso Administrativo. Sección Tercera., Subsección B. Sentencia. Radi-
cación: 41001-23-31-000-2000-02956-01. (C.P. Ramiro Pazos Guerrero; Febrero 20 de 2014).
Consejo de Estado. Sala de lo Contencioso Administrativo. Sección Segunda. Subsección B. Rad.: 11001-03-
15-000-2018-04740-01(AC). (C.P. César Palomino Cortés; Abril 4 de 2019).
Consejo de Estado. Sala de lo Contencioso Administrativo. Sección Tercera. Subsección. Rad.: 11001-03-15-
000-2019-04944-00(AC). (C.P. Guillermo Sánchez Luque; Enero 31 de 2020).
[88]
Consejo de Estado. Sala de lo Contencioso Administrativo. Sección Primera. Rad. número: 11001-03-15-000-
2020-00096-00(AC). (C.P. Nubia Margoth Peña Garzón; Febrero 13 de 2020).
Consejo de Estado. Sala de los Contencioso Administrativo. Sección Tercera. Rad. 18001-23-31-000-1999-
00397-01(22219). (C.P. Carlos Alberto Zambrano Barrera; Enero 27 de 2012).
Consejo de Estado. Sala de los Contencioso Administrativo. Sección Tercera. Sentencia de reparación directa.
Rad: 18001-23-31-000-1999-00278-01(22060). (Stella Conto Díaz; Enero 30 de 2013).
Consejo de Estado. Sala de los Contencioso Administrativo. Sección Tercera. Sentencia. Radicación número:
52001-23-31-000-2003-01063-01(36357) B. (C.P. Danilo Rojas Betancourth; Junio 2 de 2016).
Consejo de Estado. Sala de los Contencioso Administrativo. Sección Tercera. (C.P. Jaime Orlando Santofimio;
Septiembre 8 de 2017).
Consejo de Estado. Sala Plena. Rad. 25000-23-25-000-2001-0022-02(AP). (Nicolás Pájaro Peñaranda: Octubre
19 de 2004).
Consejo de Estado. Sección Cuarta. Sentencia de tutela rad. 18001-23-31-000-2004-00612-01(AC). (C.P. María
Inés Ortiz Barbosa; Marzo 21 de 2005).
Consejo de Estado. Sección Quinta. Sentencia de tutela rad. 18001-23-31-000-2004-00614-01(AC). (C.P. Rei-
naldo Chavarro Buriticá; Abril 28 de 2005).
Corte Constitucional. Auto 387 de 2019, verificación de cumplimiento de órdenes proferidas en la Sentencia
T-236 del 2017.
Corte Constitucional. Sentencia C 176 de 1994. (M.P. Alejandro Martínez Caballero: Abril 12 de 1994).
Corte Constitucional. Sentencia SU 383 de 2003. (M.P. Álvaro Tafur Galvis: Mayo 13 de 2003).
Corte Constitucional. Sentencia T 236 de 2017. (M.P. Aquiles Arrieta Gómez: Abril 21 de 2017).
Corte Constitucional. Sentencia T 300 de 2017. (M.P. Aquiles Arrieta Gómez: Mayo 8 de 2017).
Corte Constitucional. Sentencia T 690 de 2017. (M.P. Luis Guillermo Guerrero Pérez: Noviembre 23 de 2017).
El Espectador. (2015, 24 de marzo). Se reabre el debate sobre aspersiones. Glifosato, probablemente cancerí-
geno. p. 25.
El Espectador. (2001, 28 de julio). La medida será por el término de tres días. Ordenan suspender fumiga-
ciones. p. 6A.
El Nuevo Siglo. (2019, 12 de julio). Hoy radican ponencia sobre fumigación aérea con glifosato. p. 4A.
El Tiempo. (2019, 3 de abril). La invitación fallida del embajador de E.E.U.U. a la corte. https://www.eltiempo.
com/justicia/cortes/la-invitacion-fallida-del-embajador-de-ee-uu-a-la-corte-constitucional-345456
[89]
El Tiempo. (1997, 27 de febrero). “Abolir certificación”: The New York Times. Mañana, hora cero para la
certificación. p. 8A.
Felbab-Brown, V. (2010). Shooting up. Counterinsurgency and the war on drugs. Brookings Institution Press
García Villegas, M. (2014). Derecho a falta de democracia: La juridización del régimen político colombiano.
Análisis Político, 27(82), 167-195. https://doi.org/10.15446/anpol.v27n82.49413
Gargarella, R. (2011). La justicia frente al gobierno: sobre el carácter contramayoritario del poder judicial. Ed. Centro
de Estudios y Difusión del Derecho Constitucional (CEDEC).
Gómez Masen, S. (2012, 14 de febrero). Ayuda de EE. UU. al Plan Colombia cayó a la mitad. El Tiempo, 1-4.
Gutiérrez, F. (2021). Fumigación y democracia: Aún otra crónica de una tragedia anunciada. En F. Gutiérrez,
D. X. Machuca, B. Triana, M. Marín, S. Cristancho, Fumigación: Daños a la salud democrática (pp. 15-39).
https://www.observatoriodetierras.org/fumigacion-danos-a-la-salud-democratica/
Gutiérrez, J., & Thomson, F. (2020). Rebels-Turned-Narcos? The FARC-EP’s Political Involvement in Colombia’s
Cocaine Economy. Studies in Conflict & Terrorism. 10.1080/1057610X.2020.1793456
Henao Pérez, J. C. (2013). El juez constitucional: un actor de las políticas públicas. Revista de Economía Insti-
tucional, 15(29), 67-102. https://revistas.uexternado.edu.co/index.php/ecoins/article/view/3620
Iguarán, A. (1992, 10 de febrero). No hay orden para fumigar con glifosato en la Sierra. El Heraldo, 1D.
Knoepfel, P., Larrue, C., de Subirats, J., & Varonne, F. (2008). Análisis y gestión de políticas públicas. Ariel.
Lemaitre, J. (2009). El derecho como conjuro: fetichismo legal, violencia y movimientos sociales. Siglo del Hombre.
Lyons, K. (2018). Chemical warfare in Colombia, evidentiary ecologies and senti-actuando practices of justice.
Social Studies of Science, 1-24. i10.1177/0306312718765375
Machuca, D., Acero, C. Triana, B., Gutiérrez, F., & Davila C. (2021). Analysis of drug policy and its actors in
Colombia. https://drugs-and-disorder.org/wp-content/uploads/2021/05/05_21_Analysis-of-drug-policy-
and-its-actors-in-Colombia_Final.pdf
Machuca, D. X., & Triana, B., (2021). El regreso de las aspersiones: Una afrenta a la Paz. En F. Gutiérrez,
D.X. Machuca, B. Triana, M. Marín, S. Cristancho, Fumigación: Daños a la salud democrática (pp. 94-111).
https://www.observatoriodetierras.org/fumigacion-danos-a-la-salud-democratica/
Makarenko, T. (2004). The crime-terror continuum: Tracing the interplay between transnational organised
crime and terrorism. Global Crime, 6(1), 129-145. 10.1080/1744057042000297025
Marín, M. (2021). Lo que nos dicen las cifras sobre las aspersiones. En F. Gutiérrez, D. X. Machuca, B. Triana,
M. Marín, S. Cristancho, Fumigación: Daños a la salud democrática (pp. 80-93). https://www.observato-
riodetierras.org/fumigacion-danos-a-la-salud-democratica/
[90] Pallarés, F. (1998). Las políticas públicas: El sistema político en acción. Revista de Estudios Políticos, (62), 141-162.
Peña Huertas, R., & Parada Hernández, M. (2014). Tensión entre la democracia inclusiva y la mayoría: El
matrimonio igualitario en el Congreso Colombiano. Revista de Derecho Uninorte, (42), 65-95. 10.14482/
dere.42.5563
Peña Huertas, R., Abondano, A., Abril, N., Jiménez, M., & Uribe, L. (2018). Land tenure systems and pro-
perty rights: Socio-legal studies in the Colombian case. Tilburg Law Review, 23(1-2), 43-58. http://doi.
org/10.5334/tilr.3
Presidencia de la República de Colombia. Decreto 333 del 6 de Abril de 2021 “Por el cual se modifican los
artículos 2.2.3.1.2.1,2.2.3.1.2.4 Y 2.2.3.1.2.5 del Decreto 1069 de 2015, Único Reglamentario del sector
Justicia y del Derecho, referente a las reglas de reparto de la acción de tutela”.
Quinche, M. (2006). La elusión constitucional: una política de evasión del control constitucional en Colombia. Uni-
versidad del Rosario.
Quinche, M. (2008). Derecho constitucional colombiano: de la carta de 1991 y sus reformas. Ibañez.
Quinche, M., & Peña, R. (2013). El derecho judicial de la población LGTBI y de la familia diversa. Legis Editores.
Ramírez, M. C. (2001a). Entre el Estado y la guerrilla: identidad y ciudadanía en el movimiento de los campesinos
cocaleros del Putumayo. Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Colciencias.
Ramírez, M. C. (2001b). Los movimientos cívicos como movimientos sociales en el Putumayo: el poder vi-
sible de la sociedad civil y la construcción de una nueva ciudadanía. En M. Archila, M. Pardo (Eds.),
Movimientos sociales, Estado y democracia en Colombia (pp. 127-149). Universidad Nacional de Colombia.
Ramírez, M. C. (2017). Las conversaciones de paz en Colombia y el reconocimiento de los cultivadores de coca co-
mo víctimas y sujetos de derechos diferenciados. Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies
/ Revue canadienne des études latinoaméricaines et caraïbes, 42(3), 350-374. 10.1080/08263663.2017.1379135
Rodríguez Garavito, C., & Rodríguez Franco, D. (2013). Cortes y cambio social: Como la Corte Constitucional
transformó el desplazamiento forzado en Colombia. Dejusticia
Samper Pizano, E. (2017). UNGASS 2016 y el nuevo paradigma sobre el problema mundial de las drogas.
Desafíos, 29(2), 353-367.
Semana. (2019, 9 de mayo). La justicia bajo presión: Estados Unidos les quitó la visa a tres magistrados.
https://www.semana.com/nacion/articulo/la-justicia-bajo-presion-estados-unidos-les-quito-la-visa-a-
tres-magistrados/613998/
Triana, B., & Cristancho, S. (2021). Fumigación y democracia a treinta años de la Constitución de 1991. En F.
Gutiérrez, D. X. Machuca, B. Triana, M. Marín, S. Cristancho, Fumigación: Daños a la salud democrática
(pp. 40-79). https://www.observatoriodetierras.org/fumigacion-danos-a-la-salud-democratica/
Uprimny Yepes, R., & Sánchez Duque, L. M. (2012). Constitución de 1991, justicia constitucional y cambio
democrático: un balance dos décadas después. Cahiers Des Amériques Latines, 71, 33-53. https://doi.
[91]
org/10.4000/cal.2663
Uprimny, R. (2001). Legitimidad y conveniencia del Control constitucional a la economía. Revista de Derecho
Público, 12, 145-184.
Uribe, L., Valencia, M., López, Y., Triana, B., Lozano, A., & Peña, R. (2020). Los jueces y la propiedad rural. El
eslabón perdido de la política pública sobre la tierra. Observatorio de Restitución y Regulación de Derechos
de Propiedad Agraria.
Vargas Manrique, C. E. (2004). Cultivos ilícitos y erradicación forzosa en Colombia. Cuadernos de Economía,
XXIII(41), 109-141.
Vargas, R. (1999a). Fumigación y conflicto: Políticas antidrogas y deslegitimación del Estado en Colombia. Trans-
national Institute.
Vargas, R. (1999b). Drogas, máscaras y juegos. Narcotráfico y conflicto armado en Colombia. Tercer Mundo Editores.
Vargas, R. (2005). Drogas y conf licto armado: el caso colombiano y el paradigma de seguridad global. Eguz-
kilore, 19, 23-46.
Velásquez Gavilanes, R. (2009). Hacia una nueva definición del concepto política pública. Revista Desafíos,
149-187.
Adelaida María Ibarra Padilla, doctora en Derecho de la Universidad de los Andes. Docente tiempo completo
de la Universidad Militar Nueva Granada. Correo electrónico: adelaida.ibarra@unimilitar.edu.co.
Cristian Rojas Reyes, abogado de la Universidad Militar Nueva Granada sede Campus. Correo electrónico:
u0601758@unimilitar.edu.co.
RESUMEN
Uno de los puntos abordados en los diálogos de paz celebrados entre el gobierno de Colombia y la guerrilla
de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) fue el narcotráfico. Lo pactado respecto
a este tema se resume en tres puntos: la sustitución de cultivos ilícitos por otros legales, el establecimiento
de una política de salud pública frente al consumo y la lucha contra la producción y la comercialización
de narcóticos. De acuerdo con los diferentes informes de las autoridades nacionales e internacionales, se
evidencia que los cultivos, el tráfico y la comercialización de las drogas ilícitas en Colombia luego de la
desmovilización de las FARC-EP no solo no han disminuido, sino que han aumentado. Este artículo analiza
las estrategias implementadas por el Gobierno nacional contra el narcotráfico tras el acuerdo de paz y los
factores que han impedido el control de esta problemática.
[92]
Palabras clave: narcotráfico, acuerdo de paz, cultivos ilícitos, sustitución de cultivos, coca
ABSTR AC T
One of the points addressed in the peace talks held between the Colombian government and the
FARC-EP guerrillas was drug trafficking. The agreement on this issue is summarized in three points:
substitution of illegal crops with legal ones, establishment of a public health policy on consumption,
and fight against the production and commercialization of narcotics. According to different reports of
national and international authorities, the cultivation, trafficking, and commercialization of illicit drugs
in Colombia after the demobilization of the FARC have not only not decreased but have increased. This
article analyzes the strategies implemented by the national government against drug trafficking after
the peace agreement and the factors that have prevented the control of this problem.
Keywords: Drug Trafficking, Peace Agreement, Illicit Crops, Crop Substitution, Coca
1 Producto derivado del proyecto de investigación “Estrategias contra el narcotráfico en Colombia en el marco
del acuerdo de paz”, adelantado por el estudiante Cristian Rojas, bajo la dirección de la Dra. Adelaida Ibarra,
para optar al título de abogado.
INTRODUCCIÓN
En Colombia, la salida a un conflicto de más de cinco décadas con una de las guerrillas
más fuertes del país, las FARC-EP, tuvo su fase exploratoria en La Habana, Cuba, en 2012.
Su base está en el derecho constitucional a la paz. La firma del acuerdo finalmente tuvo
Dentro del proceso de paz se establecieron cinco puntos de negociación para alcan-
zar una paz estable y duradera. El cuarto punto de estos fue dirigido a dar solución al
problema de las drogas ilícitas; para ello, se debían diseñar programas que facilitaran
la sustitución de cultivos ilícitos, implementar planes integrales de desarrollo con la
participación de las comunidades, procurar la recuperación ambiental, efectuar pro-
gramas para prevenir el consumo de esas sustancias, mejorar la salud pública y mitigar
la producción y la comercialización de narcóticos.
El acuerdo de paz con una de las guerrillas más significativas de la historia colom-
biana buscó atacar varias problemáticas que originaron el conflicto armado interno
—entre ellas, el narcotráfico—; sin embargo, varios puntos del acuerdo —entre ellos,
la sustitución de cultivos ilícitos— presentan atrasos y contrariedades. Un ejemplo de
ello es el programa PNIS, el cual tenía previsto cambiar los cultivos de hoja de coca por
proyectos productivos (Romero, 2019).
Las estrategias antidrogas en el país tienen efectos sobre tres aspectos: en primer
lugar, en el hacinamiento carcelario, puesto que los delitos relacionados con drogas
Estas cifras, aunque elevadas, evidencian una reducción en los cultivos ilícitos, que
rompen con la tendencia al incremento presentada a lo largo de los últimos cuatro años.
Los departamentos que presentaron una disminución significativa en el cultivo de hoja
de coca fueron Nariño, Putumayo, Meta, Chocó y Amazonas, mientras que, los departa-
mentos de Norte de Santander, Bolívar y el Cauca presentaron un incremento que oscila
en 9000 ha. Nariño, por su parte, continúa reportando un mayor número de hectáreas,
[94] pese a mostrar una reducción del 8,4 % (Naciones Unidas, 2019). Con posterioridad al
acuerdo de paz, se presentó no solo un incremento en el cultivo y la producción, sino
también, en el tráfico y el mercado de drogas ilícitas. La Oficina de Política Nacional de
Control de Drogas de los Estados Unidos (2019) sostiene que la producción de cocaína
en Colombia llegó a 951 toneladas en 2019, según lo cual registró 212.000 ha; o sea,
4000 ha más que en 2018.
El presente trabajo tiene como objetivo general identificar las estrategias adoptadas
para enfrentar el problema del narcotráfico posterior al acuerdo de paz. En cuanto a la
metodología, este trabajo acude a la investigación descriptiva con enfoque cualitativo,
describe las estrategias adoptadas por el Gobierno nacional contra el fenómeno del nar-
cotráfico y su comportamiento luego del Acuerdo de Paz con las FARC-EP. Se sirvió de
fuentes secundarias, que incluyen informes de autoridades nacionales e internacionales,
revistas especializadas, consultas en bases de datos y repositorios académicos.
En el caso del Cartel de Cali, sus líderes, los hermanos Rodríguez Orejuela, emplea-
ron la violencia selectiva, el chantaje y la corrupción, acciones delictivas que los hicieron
menos visibles y les permitieron alianzas con algunas autoridades del Estado, a fin de
abatir al Cartel de Medellín y asumir el control del mercado mundial de cocaína; sin
embargo, tal estrategia no duró mucho tiempo, en razón del apoyo de Estados Unidos
en la lucha contra el narcotráfico, lo que dio como resultado la captura de los hermanos
Rodríguez Orejuela y su correspondiente extradición.
La incursión de las guerrillas en el negocio del narcotráfico tuvo lugar desde la década
de 1980, cuando las FARC-EP empezaron con la protección a cultivos ilícitos, centros de
procesamiento y pistas clandestinas, y el cobro de vacunas a narcotraficantes, como una
forma de financiación de su lucha armada. Posteriormente, las FARC-EP empezaron a
tener el control de los cultivos y de la producción de pasta base, y a facilitar el tránsito
de drogas hacia Estados Unidos a cambio de dinero y armas. Los conflictos entre los
carteles y las guerrillas condujeron a la agudización del conflicto armado en el país. Se
conjugaron entonces los intereses de los narcotraficantes con los de los terratenientes,
Entre 1996 y 2002 se presentó un nuevo ciclo de violencia, en razón del fortalecimien-
to y el avance territorial que tuvieron las autodefensas en las zonas controladas por las
guerrillas de las FARC-EP y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que se caracterizó
por prácticas de terror para los dominios político y social de algunas zonas del país que
eran estratégicas para el narcotráfico (López, 2010).
Entre 2003 y 2006 tuvo lugar la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Co-
lombia (AUC), lo cual trajo como consecuencia una mayor fragmentación en el negocio
del narcotráfico, dada la delegación de este, por parte de los jefes de las autodefensas,
en estructuras delincuenciales menores, las cuales, a falta del control que ejercía este
grupo ilegal, pasaron a enfrentarse entre sí (Echandía, 2013).
Las denominadas “bandas criminales” (Bacrim) fueron las que asumieron principal-
mente el negocio del narcotráfico que tenían en su poder las autodefensas y el Cartel del
Norte del Valle. De igual manera, las guerrillas también jugaron un papel importante
con respecto al narcotráfico. Por un lado, el ELN tuvo una mayor participación en esta
actividad ilícita en las zonas donde tenía poder; por otro, tanto las FARC-EP como el
ELN y los herederos de las AUC se aliaron para controlar algunas zonas del país estra-
tégicas para el negocio. Este fue el caso del ELN y de Los Rastrojos en el Cauca, y de los
frentes 5 y 58 de las FARC-EP, que operaron en conjunto con Los Urabeños en la región
de Urabá (Fundación Seguridad y Democracia, 2008).
El problema de las drogas puede ser abordado desde diferentes modelos de regula-
ción. El modelo prohibicionista, usualmente empleado por Estados Unidos, consiste en
penalizar de manera severa la producción, el tráfico y el consumo de sustancias psicoac-
tivas ilícitas. Por otro lado, el modelo de reducción del daño, empleado en países como
Holanda o Suiza, si bien penaliza el tráfico de las sustancias psicoactivas, despenaliza
su uso o, en su defecto, las sanciones establecidas no acarrean sanción privativa de la
libertad. Esta política se orienta al fortalecimiento de un sistema de salud pública donde
la prioridad no es erradicar todo tipo de consumo, sino reducir los daños.
[98] Con la Ley 800 de 2003 se aprobó la Convención de las Naciones Unidas contra la
Delincuencia Organizada Transnacional, cuyo principal objetivo es promover la coo-
peración internacional para combatir la delincuencia organizada transnacional, lo que
constituye una importante herramienta en la lucha contra el narcotráfico.
El 9 de diciembre de 2009 se dio inicio a una tercera fase, con la reforma del artículo
49 superior, que consagra el derecho a la salud. Con esta se reconocieron por primera
vez los derechos de los consumidores a su dosis personal, y se dispuso como única con-
secuencia del porte de sustancias psicoactivas la imposición de medidas pedagógicas,
profilácticas y terapéuticas, siempre y cuando mediara el consentimiento del consumidor.
En 2011, la Ley 1453, conocida como la Ley de Seguridad Ciudadana, eliminó del
Código Penal la disposición que permitía la dosis personal para consumo; sin embargo,
mediante pronunciamiento judicial se estableció que no era posible constitucionalmente
penalizar el porte de drogas para consumo.
La Sentencia C- 574 de 2011 indicó que la reforma del artículo 49 superior no pe-
nalizaba el porte de drogas psicoactivas para consumo, sino que, por el contrario, iba
dirigida a la implementación de medidas administrativas con fines terapéuticos que
debían efectuarse bajo el consentimiento informado del consumidor. Esta postura tam-
bién fue examinada por la Corte Suprema de Justicia, la cual, en relación con las dosis
de aprovisionamiento, sostuvo que si se captura a una persona con una cantidad leve
Con la Ley 1566 de 2012 se presentó una cuarta fase, en la que priman la despena-
lización y la implementación de medidas preventivas y terapéuticas; es decir, medidas
estrategia antidrogas conocida como Plan Colombia. Dicha estrategia tenía dos objetivos
principales: reducir en el 50 % la producción de drogas ilegales y recuperar zonas del
territorio colombiano que estaban en manos de grupos armados ilegales (Departamen-
to Nacional de Planeación, 2006). Dentro de las principales acciones desarrolladas en
el Plan Colombia se encuentran la aspersión aérea a cultivos de coca, la erradicación
manual, programas de desarrollo alternativo, el control a precursores químicos que se
empleaban para el procesamiento de la coca, la destrucción de laboratorios y la incau-
tación de cargamentos hacia el exterior.
La Ley 793 de 2002, por su parte, estableció las reglas bajo las cuales operaba la
extinción de dominio. Esta pérdida del derecho de propiedad sobre los bienes se hacía
efectiva cuando su origen era una actividad ilícita, bien fuera el delito de enriquecimiento
ilícito, conductas cometidas en perjuicio del tesoro público o aquellas que deterioraran
la moral social; en esto último se incluyen los delitos en contra de la salud, lo que es
aplicable al narcotráfico.
La agenda de seguridad del gobierno de Álvaro Uribe Vélez estuvo marcada por
una fuerza pública dirigida a luchar contra los grupos insurgentes, porque puso en un
mismo plano a los narcotraficantes, los guerrilleros y otros grupos al margen de la ley
(Tickner et al., 2011).
Una vez el problema del narcotráfico ya no radicaba en los grandes carteles, sino en
las Bacrim, en 2007 la Policía Nacional creó el Mecanismo de Verificación y Seguimiento
del Problema (MEVEC), que luego tomó el nombre de Centro Integrado de Inteligencia [101]
contra las Bandas Criminales (CI2-Bacrim). Este organismo operó hasta 2011, como
parte de un comité de coordinación interinstitucional que tenía a su cargo monitorear
los principales aspectos de operación de las Bacrim, realizar acciones de inteligencia
para unificar información y orientar las decisiones estratégicas en contra de estas orga-
nizaciones (Policía Nacional, 2004).
Con el accionar del CI2-Bacrim se logró unificar la información que se tenía de las
Bacrim, lo cual permitió que distintas autoridades conocieran la forma como operaban
estas organizaciones, sus líderes, y sus principales zonas estratégicas. Según el CI2-
Bacrim, en 2007 se registraron 23 grupos, en 2008 se presentaron 16, y en 2010, solo
ocho grupos, cuyo poder se ejercía en 102 municipios para 2007; en 94, para 2008, y
en 159, en 2010 (Romero & Arias, 2011).
El gobierno Santos, como parte de la política integral de lucha contra las bandas
criminales, reconoció a las Bacrim como grupos de crimen organizado diferentes de
los grupos armados ilegales. Bajo su mandato se expidió la Ley de Víctimas, la cual,
de manera explícita, reconoció la existencia del conflicto armado interno en el país
(Llorente, 2015).
Durante el gobierno Santos se crearon nuevos tipos penales y se aumentaron las penas
en determinados delitos, política que contribuyó a empeorar el hacinamiento carcelario en
el país. A lo anterior se sumó la creación de jueces itinerantes de control de garantías, quie-
nes tenían a su cargo la legalización de capturas de forma oportuna, pero sin presencia en
las zonas de mayor influencia de las Bacrim. También se realizaron diferentes operaciones
de inteligencia que llevaron a la judicialización de integrantes de estas bandas criminales.
Se destacó el denominado “Plan Troya”, desarrollado a inicios de 2011 en departamentos
estratégicos de las Bacrim, como Córdoba, Antioquia y Sucre. A mediados de 2011, este
plan se realizó en los departamentos de Cauca, Nariño y Valle; en el segundo semestre de
2011, en Chocó (Ministerio de Defensa, 2011), y a finales de 2012, en el Parque Tayrona,
para combatir estas organizaciones en el departamento de Magdalena.
Con la firma del acuerdo final entre el Gobierno nacional y las FARC-EP, el 24 de
El segundo eje está dirigido a la prevención del consumo y la salud pública. El Estado
se comprometió a la promoción de la salud, a la prevención, a la atención integral y a la
inclusión social. Para ello, las autoridades locales, en conjunto con el Gobierno nacional,
tienen la responsabilidad de formular planes de acción para hacer frente al consumo, y
la creación de un sistema nacional de atención a las personas consumidoras de drogas
ilícitas, capaz de brindar tratamiento, rehabilitación e inserción social (CIDOB, 2017).
[103]
El tercer eje se enfoca en la producción y la comercialización de narcóticos. Se trata de
una estrategia dirigida a atacar las economías ilegales que financian las redes del crimen
organizado empleando como medidas el fortalecimiento institucional para la detención,
el control y el reporte de operaciones financieras ilícitas, la extinción de dominio y una
campaña de cultura contra el lavado de activos, entre otros; también, una estrategia
dirigida a controlar los insumos y la corrupción, y a fortalecer el diálogo internacional
sobre la lucha contra las drogas y el negocio del narcotráfico (CIDOB, 2017).
a la lucha contra las drogas deben emplear nuevas tecnologías y atender a las dinámicas
poblacionales y los territorios donde exista esa problemática; 3) sostenibilidad: contar con
personal capacitado, recursos tecnológicos actualizados, recursos financieros y el trabajo
articulado de las diferentes instituciones con las comunidades; 4) lucha integral: abarcar
esta problemática desde todas sus fases, desde el cultivo, pasando por la producción, el
tráfico y la comercialización hasta el consumo, y en todos los niveles territoriales; 5) lucha
inclusiva y diferencial: cualquier programa o cualquier estrategia deben enfocarse en las
necesidades de cada territorio y en la población afectada, teniendo en cuenta su etnia y
su nivel socioeconómico y cultural, a fin de mitigar la desigualdad, la discriminación y la
exclusión social; 6) lucha participativa: su construcción y su implementación deben efec-
tuarse con base en las experiencias y las percepciones de la población afectada por esta
problemática y los demás actores que hagan parte de la política, y 7) lucha articulada: la
responsabilidad por la implementación de cualquier tipo de acción contra las drogas recae
de forma articulada sobre la nación, las entidades territoriales, la sociedad civil organizada
y la sociedad en general (Ministerio de Justicia, 2017).
Las estrategias antidrogas que operan en Colombia hacen parte de la meta estraté-
gica número tres: “disminuir el delito asociado al narcotráfico orientando los esfuerzos
del Estado para impactar a los eslabones intermedios y superiores de esta cadena”. La
estrategia parte de la realidad de que el narcotráfico es un negocio rentable, que aca-
rrea problemáticas sociales y económicos, y origina violencia, marginalización y efectos
[104] negativos en la salud pública, la seguridad, la economía y la institucionalidad.
El pilar número tres se diseña en razón de que las drogas son un mercado ilegal
rentable para las organizaciones asociadas al narcotráfico, y que paralelamente produce
violencia, marginalización, efectos negativos en la salud pública, inseguridad y estanca-
miento en el desarrollo del país. Dicho accionar se fortalece por cuanto su operación se
realiza en diferentes zonas del territorio colombiano y de forma continua transforman
su modus operandi, ante lo cual es complejo afectar de manera significativa su estructura.
El cuarto pilar se enfoca en afectar las economías y las rentas criminales. Al respecto,
el Estado colombiano identificó las principales fuentes de ingreso de estas organizaciones,
fortaleció el sistema antilavado de activos, efectuó acciones contra la financiación del
terrorismo y estableció qué actividades como el narcotráfico, el contrabando y la corrup-
ción incentivan el actuar de las organizaciones delictivas; el narcotráfico es la actividad
dominante y la que más ha logrado canalizar recursos ilícitos por su economía ilegal
(Ministerio de Justicia, 2018).
CONCLUSIONES
Para ello, se establecieron diferentes pilares que, en conjunto con objetivos estratégicos y
diferentes estrategias, van dirigidos a hacer frente a todas las líneas de acción criminal
del narcotráfico.
REFERENCIAS
Adams, D. (2011). Vínculos entre paramilitares y drogas: antes y después de la desmovilización. En Restrepo
E. M. y Bagley, B. La desmovilización de los paramilitares en Colombia: entre el escepticismo y la esperanza
(pp. 69-87), Universidad de los Andes.
Asociación Nacional de Instituciones Financieras (ANIF). (2017). Dividendos, beneficios y costos del Proceso de
Paz de Colombia. http://anif.co/sites/default/files/investigaciones/anif-fasecolda-paz1016.pdf
Defensoría del Pueblo. (2017). Análisis de la fase inicial de diseño e implementación del Programa Nacional de
Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito – PNIS. https://verdadabierta.com/wp-content/uploads/2018/11/
[108]
Informe-PNIS-2017-para-web-1.pdf
Corte Constitucional. Sentencia C- 574 de 2011. (M.P. Juan Carlos Henao Pérez).
Departamento Nacional de Planeación (2006). Plan Nacional de Desarrollo 2006-2010. Presidencia de la República.
Echandía, C. (2013). Narcotráfico: génesis de los paramilitares y herencia de bandas criminales. Informe FIP (19).
Fundación Ideas para la Paz.
Gootenberg, P. (2012). El ‘efecto boomerang’ de la cocaína: cadenas de mercancías y los orígenes de la crisis
mexicana. En Regulando las guerras contra las drogas, Informe Especial. London School of Economics.
International Crisis Group (2005). Guerra y droga en Colombia. Informe sobre América Latina N.° 11. https://
d2071andvip0wj.cloudfront.net/11-war-and-drugs-in-colombia-spanish.pdf
Kapkin, S. (2016). En Colombia hay más de 26 mil presos por delitos relacionados con drogas. https://pacifista.tv/
notas/en-colombia-hay-mas-de-26-mil-presos-por-delitos-relacionados-con-drogas/
Ley 30 de 1986. Por la cual se adopta el estatuto nacional de estupefacientes y se dictan otras disposiciones
Febrero 5 de 1986. DO. N.º 37335.
Ley 1566 de 2012. Por la cual se dictan normas para garantizar la atención integral a personas que consu-
men sustancias psicoactivas y se crea el premio nacional “entidad comprometida con la prevención del
consumo, abuso y adicción a sustancias” psicoactivas. Julio 31 de 2012. DO. N.° 48508.
López, C. (Ed.) (2010). Y refundaron la patria… De cómo mafiosos y políticos reconfiguraron el Estado colombiano.
Corporación Nuevo Arcoíris.
Llorente, M. V. (2014), Crimen organizado, actores del conf licto armado y narcotráfico en Colombia. En
Lineamientos para un nuevo enfoque de la política de drogas en Colombia. Fundación Ideas para la Paz.
Llorente, M. V. (2015). From war to peace: Security and the stabilization of Colombia. Stability: International
Journal of Security and Development, 4(1). http://doi.org/10.5334/sta.gq
Llorente, M. V., & McDermott, J. (2014). Colombia’s lessons to Mexico. En C. Arnson, E. Olson y C. Zaino
(Eds.), One goal, two struggles: Confronting crime and violence in Mexico and Colombia (pp. 1-46) Wilson
Center Latin American Program.
[109]
Medina, C. (1990). Autodefensas, paramilitares y narcotráfico en Colombia. Origen, desarrollo y consolidación. El
caso de Puerto Boyacá. Editorial Documentos Periodísticos.
Ministerio de Justicia. (2018). Ruta Futuro: Política Integral para Enfrentar el problema de las Drogas 2018 – 2022.
http://www.odc.gov.co/Portals/1/Docs/POLITICA_RUTA_FUTURO_ODC.pdf
Ministerio de Defensa. (2007, 16 de julio). Comunicado del Ministerio de Defensa Nacional [comunicado de
prensa]. http://web.presidencia.gov.co/sne/2007/julio/16/09162007.htm
Ministerio de Defensa. (2011). Política de Integral de Seguridad y Defensa para la Prosperidad. Bogotá
Naciones Unidas. (2019). Informe de Monitoreo de Territorios afectados por Cultivos Ilícitos en Colombia. https://
www.unodc.org/documents/crop-monitoring/Colombia/Colombia_Monitoreo_Cultivos_Ilicitos_2019.pdf
Observatorio de Drogas. (2013). Comisión asesora para la política de drogas en Colombia. http://www.odc.gov.co/
Portals/1/comision_asesora/docs/comision_asesora_politica_drogas_colombia.pdf
Palou, J. C., & Arias, G. (Coord.) (2011). Balance de la Política Nacional de Consolidación Territorial. Fundación
Ideas para la Paz.
Policía Nacional. (2004). Cobertura policial del territorio. Revista Criminalidad, 3(46), 9-20.
Romero, M., & Arias, A. (2011). A diez años del inicio del Plan Colombia: Los herederos de las AUC, la geo-
grafía del narcotráfico y la amenaza de nuevos carteles. Revista Arcanos, (16), 4-27.
Tickner, A., García, D., & Arreaza, C. (2011). Actores violentos no estatales y narcotráfico en Colombia. En A.
Gaviria, D. Mejía, D., Políticas Antidrogas en Colombia: éxitos, fracasos y extravíos. Universidad de los Andes.
[110]
Carlos Fernando Morales Sánchez, profesor asistente de la Universidad de La Salle, Bogotá. Magíster en Ciencias
Económicas. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7119-2183 cfmorales@unisalle.edu.co.
Ángela Cristina Pinto Quijano, profesora asistente de la Universidad de La Salle, Bogotá. Magíster en Estudios
Internacionales. ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4314-9254. apintoq@unisalle.edu.co
Jaime Edison Rojas Mora, profesor asistente de la Universidad de La Salle, Bogotá. Magíster en Ciencias
Económicas. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6519-6732. jerojas@unisalle.edu.co
Irma Liliana Vásquez Merchán, profesora asociada de la Universidad de La Salle, Bogotá. Doctora en Ciencia
Política. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-5357-3537. ivasquez@unisalle.edu.co
RESUMEN
La política Ruta Futuro, del gobierno colombiano, tiene como reto ofrecer un modelo para enfrentar la
problemática de las drogas ilícitas que supere el enfoque prohibicionista, hacia una perspectiva integral [111]
que reconozca las dimensiones de salud pública y desarrollo territorial. Las tensiones entre estas dos
aproximaciones se ref lejan en la implementación y el posicionamiento de la política ante la opinión pú-
blica. De ahí que la presente investigación tenga como propósito examinar la orientación de la política
Ruta Futuro y la manera como esta se percibe a través de los medios de comunicación escritos. Para
ello, se hizo un análisis de contenido, apoyado por técnicas de minería de textos, para determinar el
posicionamiento que tienen los enfoques mencionados de esta política en el debate público. Como resul-
tado, se evidencia una desarticulación entre las intenciones manifestadas por el Gobierno en la política
antidrogas y los mensajes priorizados en los medios de comunicación, lo cual afecta la credibilidad tanto
del gobierno como de la política Ruta Futuro.
Palabras clave: Colombia, Política Antidrogas, política pública, Ruta Futuro, análisis de contenido,
minería de textos, medios de comunicación
ABSTR AC T
A challenge for the Colombian government’s “Ruta Futuro” policy is to offer a model for dealing with
the problem of illicit drugs, which goes beyond the prohibitionist approach towards a comprehensive
* Producto derivado del proyecto de investigación Lineamientos para la reformulación de la Política Nacional
Antidrogas en Colombia, código UAC191030, financiado por la Universidad de La Salle- Vigencia 2020-2021.
perspective that recognizes the dimensions of public health and territorial development. Tensions bet-
ween these two approaches are ref lected in the policy itself, its implementation, and its positioning in
public opinion. In this sense, this research aims to examine the orientation of the anti-drug policy “Ruta
Futuro” and the way it is perceived through written media. To do this, content analysis and text mining
techniques are used to determine the positioning of the prohibitionist and comprehensive approaches
in the fight against drugs in the public debate. As a result, there is evidence of a mismatch between the
intentions expressed by the government in the anti-drug policy and messages prioritized in the media,
which affects the credibility of both the government and its “Ruta Futuro” policy.
Keywords: Colombia, Anti-drug Policy, Public Policy, “Ruta Futuro,” Content Analysis, Text Mining, Media
INTRODUCCIÓN
Cabe señalar que el acuerdo de paz y la política nacional de drogas deben responder
a la búsqueda de soluciones frente al fenómeno y sus impactos sociales, económicos y
políticos. Así, el Ministerio de Justicia y del Derecho se encargó de formular la política
nacional de drogas mediante Decreto 2897 de 2011, cuya implementación está a cargo
de la Dirección de Política de Drogas y Actividades Relacionadas; sin embargo, se ha
hecho evidente que las estrategias utilizadas han sido insuficientes, pese a los esfuerzos
del Gobierno nacional por enfrentar la situación, pues la problemática persiste en los
territorios afectados. Ello podría indicar un vacío no solo en la reflexión, el análisis y
el debate respecto al problema, sino también, en las prioridades y las estrategias del
Estado para tratarlo.
2 Acuerdo Final para la Terminación del Conf licto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera entre el
Gobierno Nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC).
El tema de las drogas ilícitas como problemática ha sido tratado de diferentes maneras
y por muchos países alrededor del mundo: China, Filipinas, Afganistán, Rusia, Ucrania,
España, Holanda, Estados Unidos, Canadá, México, Perú y Colombia, por nombrar solo
algunos. Mientras unos se han enfocado en estrategias de prevención, otros han optado
por las de guerra y represión, como ha sido el caso de muchos países en América Latina
(Avilés, 2018). Durante más de cuatro décadas, los gobiernos de la región han contemplado
en su política la solución al problema; sin embargo, sus esfuerzos no han arrojado resulta-
dos positivos que mitiguen el flagelo: por el contrario, se ha observado una evolución de
la violencia (Collins & Torres, 2021) y de las organizaciones criminales, que han minado
no solo a la sociedad, sino también, a las instituciones (Comisión Latinoamericana sobre
Drogas y Democracia, 2009).
1.1. Desde una perspectiva policy-oriented: ¿medidas reactivas para una política integral?
Las drogas ilícitas en Colombia, como tema de política pública, alcanzaron un auge
como estrategia de la cooperación entre Colombia y Estados Unidos con el denomi-
nado Plan Colombia, cuando se reforzó la interpretación sociopolítica dentro del país
como “guerra contra las drogas” (Tickner & Cepeda, 2011). Esta connotación reafirma
el sentido de una política reactiva, más que de prevención, con el propósito de afectar
la producción, el tráfico y el consumo, en vez de una política inclusiva e integral hacia
los campesinos, el medio ambiente, las regiones distantes y las afectaciones a la salud
pública. En este contexto, el abordaje del marco teórico en la presente investigación
se compone de tres partes: primero, una perspectiva policy-oriented, con la cual se es-
tablecen las categorías de análisis que se emplearán en la metodología. En la segunda
parte se discute la importancia de la comunicación para la legitimidad y la aplicación
de las políticas públicas. En la tercera se examinan la estructura y las motivaciones de
la política Ruta Futuro.
(SP). Adicionalmente, se propone un enfoque integral (I), que se corresponde con uno
de los objetivos de la política Ruta Futuro: reconocer la necesidad de una orientación
multifactorial de la problemática. Estos tres enfoques se corresponden con las catego-
rías que se trabajan en el análisis de contenido, siguiendo la clasificación de Suárez y
Cardona (2017).
Según Pastrana et al. (2021), en el gobierno de Duque se reafirma una fuerte ideologi-
zación y una acción con acercamiento a los Estados Unidos que los autores consideran una
“estadounidización y narcotización de la agenda exterior del actual gobierno” (p. 111), la
cual, vista desde Washington, se base en una lucha contra las drogas. Frente a esta pers-
pectiva, Guerra-Molina y Badillo-Sarmiento (2021) indican la importancia de desecuritizar
tal lucha de manera que conduzca a una solución integral al problema, y consideran el
acuerdo de paz la piedra angular para transformar la política pública en cuestiones del
narcotráfico. Esto evidencia un cambio abrupto de perspectiva del presidente Duque con
respecto a su antecesor, Juan Manuel Santos (Collins & Torres, 2021), mediante el retorno
a una política punitiva para afrontar el problema de las drogas; un ejemplo de ello se ve
reflejado en la reducción de cultivos ilícitos mediante aspersiones con glifosato (Acero &
Machuca, 2021; Vélez & Lobo, 2019).
Cabe señalar que la fuerte relación entre la guerra contras las drogas y el crimen orga-
nizado, incluyendo las implicaciones de la evolución del conflicto armado y el populismo
punitivo (Londoño & Restrepo, 2011), conducen a estrategias y políticas reactivas de control.
En tal sentido, Rubiano y Martín (2016) argumentan que la implementación de medidas
de control en tiempos de posconflicto perjudica la capacidad del Estado para afrontar el
[116] fenómeno, y conduce al incremento de problemas secundarios como la producción, el con-
sumo y el tráfico; con bajo alcance en los problemas primarios ocasionados por el consumo
de dichas sustancias en la salud pública (Hulsman, 1991; Nadelmann, 1992).
En realidad, los problemas los resuelven los actores sociales mediante la implementación
de sus estrategias, la gestión de sus conflictos y sobretodo mediante procesos de aprendi-
zaje. Las políticas públicas construyen un marco, un espacio que da sentido, en el cual los
actores van a redefinir sus problemas y a experimentar soluciones. Por lo tanto, hacer una
política pública no es resolver un problema sino construir una nueva representación de los
problemas que establece ciertas condiciones para el tratamiento de estos por la sociedad y,
a la vez, que estructura la acción del Estado. (pp. 89-90)
Aunque ambos enfoques responden de manera distinta ante los problemas pri-
marios y los secundarios, aún se puede considerar un tercer enfoque, el cual plantea
que algunas medidas de la GCD y de la perspectiva de SP pueden funcionar de forma
complementaria si se reconoce que la existencia de organizaciones criminales justifica
la existencia de medidas coercitivas, pero que la creación de condiciones sociales y eco-
nómicas favorables en la comunidades pueden desincentivar la producción, el tráfico y
el consumo de drogas. Este enfoque se puede calificar como integral (I). En particular,
Vélez (2020) plantea tres ideas principales acordes a la perspectiva I: la intervención a
las economías ilícitas en general, una política ambiental en concordancia con la política
de drogas, y la necesidad de involucrar los colectivos y las comunidades a lo largo del
territorio nacional.
Así, por ejemplo, el gobierno fija una agenda (agenda-setting del gobierno) al plantear
un enfoque normativo de la política antidrogas; sin embargo, la ciudadanía establece
cuáles son los temas centrales que valora frente a la problemática de las drogas (agenda-
setting de la ciudadanía). Los medios, a su vez, tienen sus propios intereses políticos o
económicos (agenda-setting de los medios), pero deben adaptarse a lo que los gobiernos
quieren comunicar (pueden ser una fuente de recursos) y a lo que la ciudadanía quiere
consumir (niveles de audiencia). Al respecto, la presente investigación estudia, ante todo,
la agenda del gobierno expresada en la política Ruta Futuro y en su participación en los
medios de comunicación; y en segunda instancia, la agenda de los medios expresada en
los artículos de prensa referentes a la política antidrogas.
Al respecto, se encuentra que la narrativa utilizada por los medios escritos es cla-
ve para comprender la inclinación por la percepción de la política pública antidrogas
como punitiva o de reducción del daño. Santander (2020) examina cómo la idea de la
política punitiva está consolidada en Colombia, so pena del alto costo social y las presiones
por el cambio. Asimismo, Zittoun (2009) reafirma que el cambio institucional y de política
pública antidrogas llevan implícito un problema discursivo: cambian de un discurso de
cooperación a uno de securitización, donde el sistema de creencias y percepciones esta-
blecidas influyen en la reinvención de la política.
No obstante lo anterior, las ideologías políticas tienen una fuerte inf luencia en
la comunicación de políticas públicas. Siguiendo a Laborda (2012), los políticos son su-
[118] jetos comunicativos que crean códigos retóricos, los cuales, a su vez, permiten revelar
ante los ciudadanos un mensaje sustentado sobre el principio de la sinceridad. Y ahí
surge un problema social: el de la veracidad. En ese sentido, ni la verdadera intención, ni
la verdadera postura, ni la verdadera ideología del político se evidencian tan solo en el
documento de la política, sino también, en el mensaje transmitido al público, mediante
diversos enunciados metadiscursivos, transmitidos en diferentes productos de comuni-
cación (entrevistas, columnas, etc.); por tanto, para identificar sinceridad en el político
es necesario que haya coherencia en esas dos dimensiones.
Esta relación entre la política pública y su comunicación a través de los medios configu-
ran la percepción de la opinión de la población en torno a los avances y los retrocesos de la
política, pero también, los principales temas en torno a los cuales gira la inclinación de esta
última; es decir, si es punitiva o si es de reducción al daño. Así, la capacidad del Estado para
generar un cambio en política pública que conduzca a un aprendizaje tipo policy-oriented
(Sabatier & Weible, 2007) se halla arraigada profundamente en las percepciones tradiciona-
les, que en este caso se encuentran en un contexto de violencia con aspectos determinantes
Aunque no hay evidencia de investigaciones que usen la minería de texto para estu-
diar políticas antidrogas, sí hay antecedentes de aplicaciones de dicha minería sobre otras
políticas. Por ejemplo, Kang et al. (2021) analizan las perspectivas de diversos actores
frente a la política de restricción de uso de plásticos en China. Para ello, utilizaron 310
noticias obtenidas en el motor de búsqueda chino, Baidú. Usando el método de asignación
latente de Dirichlet (LDA) para identificar temas principales de los artículos, los autores,
pudieron separar y caracterizar las opiniones en medios de productores, minoristas,
consumidores, funcionarios públicos a cargo de la política, así como las de expertos. Los
autores encontraron que la política generó inconformismo en la opinión pública, pues
se la percibió como muy exigente, poco clara y con pocas alternativas de adaptación. En
cambio, Park y Yong (2017) estudiaron la consistencia entre la nueva política nuclear de
Corea del Sur y los comunicados de prensa del ministerio encargado de la energía. Para
esto, los autores combinaron el método LDA con el de análisis semántico latente (LSA), a
fin de predecir, con elevados niveles de objetividad, los cambios de la política nuclear, a
partir de los comunicados de prensa de los cinco años anteriores. En síntesis, y teniendo
en cuenta lo anterior, se justifica el estudio que estas páginas plantean.
A simple vista, la política de drogas adoptada por el Gobierno nacional intenta afron-
tar los problemas de una manera social y preservando los Derechos Humanos (DD.
HH.) en el discurso; sin embargo, pese a que tiene varios objetivos e intenta abarcar
diversos problemas que laceran la sociedad colombiana, el presupuesto dice claramente
que los principales objetivos (el 95 % del presupuesto) de la política son la erradicación
y la desarticulación de las bandas productoras, lo que permite inferir una proclividad
hacia criminalizar la producción, la distribución y el consumo de drogas en el país. Otro
elemento para resaltar es la intención de la política en términos diferenciados; es decir,
una formulación que no sea aplicada de manera homogénea, por cuanto las causas, el
[120] desarrollo y los resultados de este fenómeno presentan diferencias regionales; esto últi-
mo es, quizás, el mayor desafío de Ruta Futuro: una política diferencial (Ministerio de
Justicia y del Derecho de la República de Colombia, 2019).
De acuerdo con Bonilla et al. (2020), la política diseñada por el presidente Duque
retoma con más entusiasmo la criminalización del consumo y de la producción. Esto se
ve reflejado no solo en las estrategias de ejecución de la política, sino también, en las
iniciativas legislativas del gobierno y de los partidos políticos oficialistas durante los pri-
meros años de presidencia. Una de las más criticadas ha sido la propuesta de retomar la
fumigación aérea, a pesar de las advertencias de diferentes organizaciones nacionales e
internacionales sobre el riesgo ambiental y de salud propio del uso de sustancias como
el glifosato.
Igualmente, se observan siete principios en torno a los cuales gira la propuesta del
gobierno Duque. El primero —y quizás, el que más concierne a estas líneas— habla de un
enfoque integral, que le apunta a un abordaje del problema desde los escenarios de los
cultivos, la producción, el tráfico y sus finanzas, la comercialización, el crimen organizado
y los demás actores que lo sustentan y, por supuesto, el consumo. Dicho abordaje se plan-
tea a través de programas y proyectos que integren los órdenes nacional, departamental,
municipal, local y comunitario; de ahí lo integral que intenta ser la política.
Inclusiva y diferencial es otro de los principios mencionados, donde las etapas propias
de formulación de políticas públicas toman en cuenta las particularidades geográficas y
ambientales del país, así como las poblaciones afectadas. Enfocado este principio en dicha
diferenciación, el diseño, la implementación, el seguimiento y la evaluación de la política
serán más efectivos y, por consiguiente, permitirán reducir la desigualdad. Lo anterior
es posible si este principio se vincula con los otros cinco, en cuanto a que sea articulado,
sostenible, participativo, innovador y flexible, y dé muestras de evidencia técnica y cien-
Tanto en el PND como en Ruta Futuro se observa la intención del Gobierno nacional
de atacar la economía ilegal derivada del narcotráfico, sin limitarse exclusivamente a la
erradicación de cultivos. De ahí se desprenden alternativas que transforman la particu-
laridad de las regiones o las zonas donde está más presente el problema. La lectura de
estos dos documentos permite inferir que, al crear alternativas diferentes, por ejemplo,
para los cultivos ilícitos en dichas regiones, se legitima la política; se entiende, pues, que
[…] la legitimación se consigue cuando un grupo de actores sociales tiene los medios para
hacer prevalecer su definición de la realidad y hacer adoptar de manera colectiva un estilo
de vida y unas reglas que le acompaña, es decir, ‘que la legitimidad supone el acatamiento
voluntario y no tiránico del poder’. (Wilches et al., 2020, p.153)
Aun cuando Ruta Futuro presenta los lineamientos por seguir para reducir cultivos
ilícitos en el marco del Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos, a partir
de la reforma rural integral, esto se evidencia como el compromiso de Colombia frente
a la comunidad internacional en temas de drogas y de la Agenda 2030, mas no como la
continuación del compromiso del Estado con un acuerdo de paz firmado.
En esta línea, el Gobierno nacional indica una serie de estrategias que le apuntan al
logro de los objetivos trazados en la política. Entre ellas están elaborar los programas
que ayuden en la sustitución de cultivos ilícitos de coca, amapola y marihuana; adoptar
acciones de interdicción de sustancias químicas y todo aquello utilizado en la producción
de drogas ilícitas; afectar el negocio del narcotráfico a través del control marítimo, flu-
vial, aéreo y terrestre; fortalecer el control y la fiscalización de sustancias químicas para
evitar el mal uso; identificar y caracterizar las nuevas sustancias psicoactivas, así como
sus dinámicas, de tal amanera que permita la creación de políticas para contenerlas y
prevenir el consumo, y por último, en cuanto a la comercialización, plantea implementar
acciones enfocadas en erradicar las zonas donde este fenómeno se identifique (Depar-
tamento Nacional de Planeación, 2019b).
Si bien es cierto que Ruta Futuro como política pública responde y va bien dirigida
a lo que en la teoría se conoce como la orientación de la política, y a la formulación, la
implementación y la evaluación de esta (Aguilar Villanueva, 2007; Behn, 2007; Landau,
2007; Roth Deubel, 2002), aún se encuentra lejos de pensarse a un futuro real, que
coincida con la erradicación o, al menos, una reducción del problema. Lo anterior, da-
do que retoma estrategias como la aspersión aérea y sigue enfocándose en mecanismos
más de coacción que de prevención, lo que para autores como Tokatlian y Peter Reuter,
mencionados en el análisis hecho por el Observatorio de Drogas de Colombia del Mi-
nisterio de Justicia colombiano sobre la heroína en Colombia (2015) —y con quienes los
autores de estas líneas están de acuerdo—, son mecanismos que solo han generado más
violencia, más corrupción y más mafias, y no han logrado reducir el consumo y, con
este, los riesgos que en salud pública implican.
Hasta aquí, la política integral para afrontar el problema de las drogas en Colombia
desde Ruta Futuro es bastante optimista e inclusiva tratando de articular elementos que
en el pasado no se habían considerado, tales como la población afectada, las particu-
laridades geográficas y el enfoque diferencial. Por tanto, suponer desde lo conceptual
que su implementación lleve a salidas positivas del problema resulta fácil, si se tiene en
[122] cuenta, por ejemplo, la definición que ofrecen Torres y Santander (2013) de lo que es
una política pública: “reflejo de los ideales y anhelos de la sociedad, [que] expresan los
objetivos de bienestar colectivo y permiten entender hacia dónde se quieren orientar, el
desarrollo y cómo hacerlo” (p. 15).
2. METODOLOGÍA
Enfoque-categoría Subcategorías
Capturas: Publicaciones sobre capturas por producción, tráfico o consumo de drogas ilícitas.
Denuncias: Sobre hechos relacionados con la producción, tráfico o consumo de drogas ilícitas.
Enfoque-categoría Subcategorías
Derechos Humanos: Publicaciones relacionadas con la defensa de los DD. HH. en el contexto de
las políticas de drogas dentro del enfoque SP.
Medio Ambiente: Publicaciones sobre el vínculo entre problemáticas ambientales y drogas ilícitas.
Derechos Humanos: Publicaciones sobre la relación entre DD. HH. y drogas ilícitas.
El procedimiento operativo implicó tres etapas, que se aplicaron por separado a cada
corpus y corresponden a técnicas específicas de análisis de contenido. La primera fue el
análisis de los corpus identificando las palabras con mayor frecuencia, y su representa-
ción gráfica mediante nubes de palabras. Luego se procedió al análisis de correlaciones
entre palabras para identificar parejas y clústeres de términos. Finalmente, se efectuaron
análisis de sentimientos para identificar las emociones preponderantes en cada corpus.
La tabla 2 refleja las etapas de este análisis, acompañadas de las herramientas aplicadas
a cada corpus.
Corpus
Técnica Herramientas Publicaciones Fuente
Ruta Futuro
en medios
3. DISCUSIÓN Y RESULTADOS
De los resultados del análisis de contenido para la política Ruta Futuro, se observa
que, considerando la frecuencia de palabras, predominan términos neutros, sobre los
cuales no es posible identificar alguna de las categorías o las subcategorías policy-oriented
presentadas en la tabla 1 de la metodología. Por ejemplo, sustancias, drogas, producción y
cultivos son términos aplicables a cualquier enfoque; sin embargo, hay elevada frecuen-
cia de términos tales como zonas, integral y desarrollo, que pueden asociarse al enfoque
I. También figuran términos asociados al enfoque GCD, tales como control, ilícitos,
criminales y enfrentar. Con menor preponderancia, aparecen términos que se puedan
asociar a la salud pública, tales como consumo, salud o prevención. Por otro lado, entre las
seguimiento
estratégico seguridad
planes fortalecimiento seguimiento
investigación
territorial internacional
objetivo comunidades
desarrollo justicia
comunidades
internacional
salud
fortalecer uso estrategias
promover problema
intervención
programas información prevención
pública
territorio
sistema
tráfico coca
personas producción intervención
sustancias
organizaciones
capacidades integral nacionales
estratégico
drogas
químicas
psicoactivas
colombia
psicoactivas entidades
territorio químicas territorios
enfrentar social sistema
criminales
capacidades organizaciones
política zonas
acciones
implementación
acciones
coca salud territorio
territorial planes
cultivos consumo
problema
ilícitos coordinación
fortalecer reducir objetivo
desarrollo droga ilícitos control colombia
integral enfrentar
estrategias
nacional
autoridades nacional criminales
información implementación programas
control
problemática mecanismos [127]
zonas
consumo resultados cocaína
cultivos
producción
política
sustancias
drogas
porcrf [1:40]
0,35
0,30
0,25
0,20
Frecuencia
0,15
0,10
0,05
0,00
Emociones
[128]
En esta sección se presentan los resultados del análisis de contenido al segundo cor-
pus, y su comparación con el corpus 1. En este caso se incluyó un análisis de estadística
descriptiva de las publicaciones. Algunos detalles sobre la estructura del corpus se pre-
sentan en los anexos 2, 3 y 4. Coincidiendo con los géneros periodísticos identificados
por Acevedo (2013) respecto a las drogas ilícitas, se encuentra que la mayor parte de
las publicaciones pertenecen a los géneros de noticia (62 %), informe (11 %) y entrevista
(8 %). Si se suman las noticias con los artículos breves, se alcanza el 66 % de las publica-
ciones. Aunque es normal que la mayor parte de las publicaciones de los medios escritos
pertenezcan a estos géneros, preocupa que haya baja o nula participación de géneros
periodísticos que contribuyen más en la deliberación pública, tales como el reportaje
(3 %) o la crónica (0 %).
Figura 3. Afinidad promedio con el Gobierno nacional de las publicaciones en medios (corpus 2)
120%
100%
80%
Muy baja
Baja
60%
Neutra
Alta [129]
40% Muy alta
20%
0%
2018 2019 2020 2021
30
25
20
15 Salud pública
Integral
10
Guerra contra las drogas
0
2018 2019 2020 2021
[130]
Si se clasifican las publicaciones con respecto a la relación identificada con los cinco
pilares de la política Ruta Futuro, se percibe que el pilar de reducción de la disponibilidad
de las drogas es el que tiene mayor participación desde 2019. El de reducción del consumo
tiene el segundo lugar en la mayoría de los años, seguido por el pilar de transversalidad.
El pilar de desarticulación de las organizaciones criminales nunca supera el 7 % de la
participación, mientras que el de afectación de las economías ilícitas solo aparece en 2018
y 2019. Ello muestra cómo hay un pronunciado desbalance en la atención que los pilares
de la política tienen en los medios de comunicación.
fenómenos vinculados con las rentas criminales y sus flujos financieros, tales como lavado
de activos o delincuencia organizada, no aparecen a menudo en la política ni en los medios.
colombia futuro
ruta cada
unidos reducción resultados
droga problema sustitución
cultivos
futuro
problema droga lucha
producción
ruta desarrollo
familias
drogas política
reducción
sustitución zonas cacaína integral
lucha
asperción policia
coca ilícitos
desarrollo
presidente programa
cocaína acuerdo
justicia territorios municipios
sustancias
nacional
acciones
narcotráfico sustancias
duque
erradicación
toneladas
erradicación estrategia
porcmed [1:40]
Fijando un nivel de dispersión del 0,6 —es decir, manteniendo los términos que apa-
recen en el 60 % de los documentos—, se aplicó la técnica de agrupamiento jerárquico.
Fue así como se obtuvieron los 45 términos incluidos en el dendrograma AGNES, que
se muestra en la figura 6. En dicho gráfico, la altura (height) se refiere a la frecuencia de
cada término, y su ubicación indica las agrupaciones o los clústeres de palabras que tien-
den a aparecer cercanas en los textos estudiados. Se decidió agrupar las palabras en tres
clústeres (rectángulos azules) para evaluar si las publicaciones en medios corresponden
a los tres enfoques policy-oriented identificados en el marco teórico. El primer clúster de
izquierda a derecha es el más grande, e incluye varios términos disímiles, aunque por
frecuencia se destacan desarrollo, cocaína y resultados. Otros términos que se destacan son
reducción, delito y justicia e integral. Dadas las características de este clúster, se aprecia
una cercanía al enfoque I. El segundo clúster incluye las palabras uso, salud, sustancias,
drogas y consumo, que se vinculan al enfoque SP. Finalmente, el tercer clúster se compone
de una sola palabra: narcotráfico, la cual se vincula al enfoque GCD. En este se evidencia
que el término salud tiene elevada frecuencia y tiene elevada cercanía a términos como
uso, sustancias y consumo. Esto puede explicarse por la creciente preocupación que los
temas asociados a la demanda doméstica y el consumo tienen en la opinión pública, y
los cuales generan audiencia para los medios de comunicación. También es relevante
señalar el agrupamiento entre los términos coca, cultivos, ilícitos, Colombia, delito y reduc-
ción, pues, aunque se vinculan con otros temas asociados a una política integral, reflejan
que todavía predomina en los medios la interpretación de los cultivos de coca como un
problema con connotaciones judiciales, en vez de un problema vinculado al desarrollo
territorial o a la inclusión social.
Dendrograma Agnes
0,05 0,15 0,25 0,35
narcotáfico
salud
uso
desarrollo
cocaína
resultados
problema
Altura
pública
enfrentar
reducción
justicia
erradicación
hectáreas
integral
delito
lucha
droga
coca
colombia
consumo
drogas
sustancias
duque
presidente
nacional
gobierno
política
cultivos
ilícitos
unidas
naciones
futuro
ruta
[132]
0,20
0,10
0,05
0,00
Enojo Anticipación Disgusto Miedo Alegría Tristeza Sorpresa Confianza
Emociones
Para tener una mejor comprensión del comportamiento de las emociones en el corpus
de publicaciones, se decide visualizar la evolución temporal de los sentimientos en las
publicaciones seleccionadas. Asignando valoraciones diferentes a las emociones positivas
y negativas, es posible obtener los gráficos de Syuzhet (Jockers, 2015) que permiten un
análisis cuantitativo de la tendencia temporal de los sentimientos analizados.
0 20 40 60 80 100
CONCLUSIONES
Una cuestión que vale la pena plantear en este punto es la eficacia de la comunicación
de la política por parte del gobierno. Desde una perspectiva de agenda-setting, se puede
afirmar que el gobierno mantuvo una eficacia relativamente alta, aunque decreciente a
la hora de imponer la agenda sobre la política antidrogas en los medios de comunicación.
Esto, considerando que la mayor parte de los medios que informaron sobre la política
REFERENCIAS
Acero, C., & Machuca, D. (2021). The substitution program on trial: progress and setbacks of the peace agre-
ement in the policy against illicit crops in Colombia. International Journal of Drug Policy, 89, 103158.
https://doi.org/10.1016/j.drugpo.2021.103158.
Acevedo, E. (2013). Drogas ilegales: un análisis de contenido sobre el tratamiento periodístico dado al tema
en tres diarios colombianos. Folios, revista de la Facultad de Comunicaciones, (28), 91-114.
Aguilar Villanueva, L. F. (2007). El estudio de las políticas públicas. Estudio introductorio. Miguel Ángel Porrúa.
Avilés, W. (2018). The drug war in Latin America: Hegemony and global capitalism. Routledge Taylor & Francis
Group.
Badillo, Á., Mastrini, G., & Marenghi, P. (2015). Teoría crítica, izquierda y políticas públicas de comunicación:
[136]
el caso de América Latina y los gobiernos progresistas. Comunicación y sociedad, (24), 95-126.
Behn, R. D. (2007). El análisis de políticas y la política. En Luis F. Aguilar Villanueva, El estudio de las políticas
públicas. Estudio introductorio (pp. 275-280). Miguel Ángel Porrúa.
Bonilla, J., García, M., Patiño, A., & Restrepo, A. (2020). Problemática del consumo de estupefacientes en Co-
lombia, ¿criminalización o atención integral? Revista de Estudiantes de Ciencia Política, (15-16), 119-142.
Bracho, Á. (2018). Tratamiento sobre política y economía en la prensa nacional tras el 15 octubre de 2017.
Análisis de contenido. Telos, 20(3), 537-558.
Collins, J. (2021). How can we end the war on drugs? Drugs and Development Hub. London School of Economics
and Political Science (LSE). https://www.lse.ac.uk/research/research-for-the-world/politics/how-can-we-
end-the-war-on-drugs
Collins, J., & Torres, A. K. (2021). Colombia, the drug wars and the politics of drug policy displacement –
from La Violencia to UNGASS 2016. Journal of Illicit Economies and Development, 3(2), 190-205. http://
doi.org/10.31389/jied.93
Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia. (2009, 11 de febrero). Drogas y Democracia: hacia un
cambio de paradigma. http://www.cicad.oas.org/fortalecimiento_institucional/planesNacionales/docs/
Drogas%20y%20Democracia.%20Hacia%20un%20cambio%20de%20paradigma.pdf
Consejo Nacional de Estupefacientes (2019). Plan de Acción de la Política Ruta Futuro 2019- 2022. Bogotá.
Cooper, J. (2018). The United States, Mexico, and the war on drugs in the Trump administration. Willamette
Journal of International Law and Dispute Resolution, 25(2), 234-301.
Coyne, C. J., & Hall, A. (2017). Four decades and counting: The continued failure of the war on drugs. Cato
Institute Policy Analysis, (811).
Dearing, J. W., Rogers, E. M., & Rogers, E. (1996). Agenda-setting (Vol. 6). Sage.
Decreto 2897 de 2011. Por el cual se determinan los objetivos, la estructura orgánica, las funciones del Minis-
terio de Justicia y del Derecho y se integra el Sector Administrativo de Justicia y del Derecho. Agosto
11 de 2011. DO. N.° 48158.
Departamento Nacional de Planeación. (2019a). Pacto por Colombia, pacto por la equidad. Plan Nacional de De-
sarrollo 2018-2022: Retos, estrategias y metas. Todo lo que no le han contado del Plan. https://colaboracion.
dnp.gov.co/CDT/Prensa/PND-Resumen-2018-2022.pdf
Departamento Nacional de Planeación. (2019b). Plan Nacional de Desarrollo 2018-2022: Pacto por Colombia,
pacto por la equidad. https://colaboracion.dnp.gov.co/CDT/Prensa/PND-Pacto-por-Colombia-pacto-por-
la-equidad-2018-2022.pdf
Durán-Martínez, A. (2018). The politics of drug violence: criminals, cops, and politicians in Colombia and Mexico.
Oxford University Press.
[137]
Feinerer, I., & Hornik, K. (2020). TM: Text Mining Package. R package version 0.7-8. https://CRAN.R-project.
org/package=tm
Felbab-Brown, V. (2020). Detoxifying Colombia’s Drug Policy: Colombia’s counternarcotics options and their impact
on peace and state building. The Brookings Institution.
Fontaine, G. (2015). El análisis de políticas públicas: Conceptos, teorías y métodos. Anthropos Editorial.
Gaviria, A., & Mejía, D. (2011) (Comps.) Políticas antidroga en Colombia: éxitos, fracasos y extravíos. Universidad
de los Andes.
Hulsman, L. (1991). The abolitionist case: Alternative crime policies. Israel Law Review, 25(3-4), 681-709.
doi:10.1017/S0021223700010694
Isasi, J. (2021). Análisis de sentimientos en R con ‘syuzhet. Programming Historian en español 5. https://doi.
org/10.46430/phes0051.
Jockers, M. L. (2015). Syuzhet: Extract Sentiment and Plot Arcs from Text. https://github.com/mjockers/syuzhet
Kang, A., Ren, L., Hua, C., Dong, M., Fang, Z., & Zhu, M. (2021). Stakeholders’ views towards plastic restric-
tion policy in China: Based on text mining of media text. Waste Management, 136, 36-46.
Keefer, P., Loayza, N., & Soares, R. R. (2010). Drug prohibition and developing countries: Uncertain benefits,
certain costs. Innocent bystanders: Developing countries and the War on Drugs, 13.
Laborda Gil, X. (2012). Lágrimas de cocodrilo. Análisis del discurso político. Pragmalingüística, (20), 302-304
Landau, M. (2007). El ámbito propio del análisis de políticas. En Luis F. Aguilar Villanueva, El estudio de las
políticas públicas. Estudio introductorio (pp. 275-280). Miguel Ángel Porrúa.
Lawlor, A. (2018). Media and public policy. En L. Dobuzinskis & M. Howlett (Eds.), Policy analysis in Canada
(pp. 351-368). Bristol University Press. https://doi.org/10.2307/j.ctt22rbkbb.22
Londoño Berrío, H. L., & Restrepo Parra, A. (2011). Guerra contra las drogas, populismo punitivo y cri-
minalización de la dosis personal. Estudios Políticos, (39), 141-167. https://www.redalyc.org/articulo.
oa?id=16429067007
Maechler, M., Rousseeuw, P., Struyf, A., Hubert, M., & Hornik, K. (2021). Cluster: Cluster Analysis Basics and
Extensions. R package version 2.1.2.
[138] Ministerio de Justicia y del Derecho de la República de Colombia. (2019). Ruta Futuro: Política integral para
afrontar el problema de las drogas. http://www.odc.gov.co/Portals/1/Docs/POLITICA_RUTA_FUTU-
RO_ODC.pdf
Ministerio de Justicia y del Derecho, Observatorio de Drogas de Colombia. (2015). La heroína en Colombia,
producción, uso e impacto en la salud pública. Análisis de la evidencia y recomendaciones de política. http://www.
odc.gov.co/Portals/1/publicaciones/pdf/consumo/estudios/nacionales/CO03132015-la_heroina_en_co-
lombia_produccion_impacto_salud.pdf
Ministerio de Justicia y del Derecho, Observatorio de Drogas de Colombia. (2021). Situación del consumo de drogas
en Colombia. https://www.minjusticia.gov.co/programas-co/ODC/Paginas/Situaci%C3%B3n-consumo.aspx
Moore, L. D., & Elkavich, A. (2008). Who’s using and who’s doing time: incarceration, the war on drugs, and
public health. American Journal of Public Health, 98(Supplement 1), S176-S180.
Nadelmann, E. A. (1992). Thinking seriously about alternatives to drug prohibition. Daedalus, 121(3), 85-132.
http://www.jstor.org/stable/20027122
Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), Sistema Integrado de Monitoreo de
Cultivos Ilícitos (SIMCI). (2020). Monitoreo de territorios afectados por cultivos ilícitos 2010. UNODC-SIMCI.
Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), Sistema Integrado de Monitoreo de
Cultivos Ilícitos (SIMCI). (2021). Monitoreo de territorios afectados por cultivos ilícitos 2020. UNODC-SIMCI.
Orgeret, K. S. (2020). Discussing emotions in digital journalism. Digital Journalism, 8(2), 292-297.
Park, C., & Yong, T. (2017). Prospect of Korean nuclear policy change through text mining. Energy Procedia,
128, 72-78.
Pastrana Buelvas, E., & Gehring, H. (2018) (Eds). La problemática del tráfico ilícito de drogas: impactos regionales
y globales. Pontificia Universidad Javeriana, Fundación Konrad Adenauer KAS.
Peñaranda, L. (2010). Tres décadas de noticias en la prensa colombiana sobre drogas ilícitas. Universidad del Rosario.
Procuraduría General de la Nación (PGN). (2020). Segundo Informe al Congreso: Sobre el estado de avance de
la implementación del Acuerdo de Paz 2019-2020. Septiembre. https://www.procuraduria.gov.co/portal/
media/file/Segundo%20Inf%20al%20Congreso%20sobre%20el%20estado%20del%20avance%20de%20
la%20implementaci%C3%B3n%20Acuerdo%20de%20Paz%202019%202020.pdf
R Core Team (2021). R: A language and environment for statistical computing. R Foundation for Statistical Com-
puting, Vienna, Austria. URL https://www.R-project.org/
Richard, E., & González, A. (2020). Colombia: El pulso por el liderazgo. Más poder local, (41), 31-33.
Robinson, P. (2000). The policy-media interaction model: Measuring media power during humanitarian
crisis. Journal of Peace Research, 37(5), 613-633.
Roth Deubel, A.-N. (2002). Políticas públicas. formulación, implementación y evaluación. Ediciones Aurora.
[139]
Rubiano, S., & Martín, B. J. (2016). ¿La pipa de la paz? Los derechos humanos, el medio ambiente y la refor-
ma de las políticas sobre drogas en el (pos)conf licto colombiano. En H. Alviar García & I. C. Jaramillo
Sierra, Perspectivas jurídicas para la paz (pp. 93-137). Universidad de los Andes.
Sabatier, P. A., & Weible, C. M. (2007). The advocacy coalition framework. En P. A. Sabatier, Theories of the
Policy process (pp. 189-220). Westview Press.
Santander, J. (2020). Narrative reinventions as cognitive mechanisms for public policy stability: the case of
anti-drug policy in Colombia. Revista de Administração Pública, 54(6), 1613-1631. https://doi.org/10.1590/
0034-761220190442x
Sarmiento Hernández, E. A., Rojas-Guevara, J. U., & Rojas Guevara, P. J. (2020). Incidencia del proceso de
paz con las FARC en la política antidrogas de Colombia. Revista Científica General José María Córdova,
18(32), 816-837. https://doi.org/10.21830/19006586.632
Smith, C. L., Hooks, G., & Lengefeld, M. (2014). The war on drugs in Colombia: The environment, the tread-
mill of destruction and risk-transfer militarism. Journal of World-Systems Research, 185-206.
Suárez, M. C., & Cardona, Y. C. (2017). ¿Los medios promueven una opinión pública deliberativa sobre
la criminalización internacional de la droga? Análisis de contenido en El Tiempo y El Espectador.
Cuadernos de Ciencias Políticas, (8), 49.
Tickner, A. (2014). Legalización de las drogas: entre las políticas de seguridad y la salud pública. Trans-Pasando
Fronteras, (5), 21-28.
Tickner, A., & Cepeda, C. (2011). Las drogas ilícitas en relación Colombia-Estados Unidos: balance y perspec-
tivas. En A. Gaviria Uribe y D. Mejía Londoño (Comps.), Políticas antidrogas en Colombia: éxitos, fracasos
y extravíos (pp. 205-234). Ediciones Uniandes.
Torres Melo, J. & Santander, J. (2013). Introducción a las políticas públicas: Conceptos y herramientas desde la
relación entre Estado y ciudadanía. IEMP Ediciones.
Vélez, M. A. (2020). ¿Tenemos que replantear la política de drogas? Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas
(CESED). Universidad de los Andes. https://cesed.uniandes.edu.co/tenemos-que-replantear-la-politica-
de-drogas/
Vélez, M. A., & Lobo, I. (2019). Challenges of organised community resistance in the context of illicit econo-
mies and drug war policies: Insights from Colombia. Journal of Illicit Economies and Development, 1(1),
72–79. http://doi.org/10.31389/jied.15
Volkow, N. D., & Morales, M. (2015). The brain on drugs: from reward to addiction. Cell, 162(4), 712-725.
Wickham, H., François, R., Henry, L., & Müller, K. (2021). DPLYR: A Grammar of Data Manipulation. R pac-
kage version 1.0.5. https://CRAN.R-project.org/package=dplyr
Wilches Tinjacá, J. A., Ruiz Collantes, X., & Guerrero Sierra, H. F. (2020). Estados en pandemia y narcopopu-
lismos reinventados: consolidación del “narco” como orientador de sociedades ilegales, pero legítimas.
Análisis Político, 33(100), 146-166. https://doi.org/10.15446/anpol.v33n100.93409
Zahariadis, N. (2007). The multiple streams framework: structure, limitations, Prospects. En P. A. Sabatier,
Theories of the Policy process (pp. 65-92). Westview Press.
[140]
Zittoun, P. (2009). Understanding policy change as a discursive problem. Journal of Comparative Policy Analysis:
Research and Practice, 11(1), 65-82.
consumo control
cultivos 0.74
0.71
0.54
0.61 0.57
0.95 0.63
sustancias 0.99
0.92
zonas
[141]
Fuente: elaboración propia.
Oficial
Nacional, 59% Internacional, 11% 3%
El Espectador, 2 Comando
General de
las Fuerzas Radio
El Tiempo, 19 El País, 1 La FM, 1 Panam Post, 1 Militares, 1 Nacional, 1
Agencia
Diálogo: Latinoame-
Revista ricana
Militar Razón Información
El Heraldo, 1 Digital, 1 Pública, 1 ALAI, 1 Vanguardia, 1
El Quindiano, 2
Análisis,
Breve, 4% 3%
Artículo de Columna de
Noticia, 62% opinión, 6% opinión, 3% Reportaje, 3%
coca
cocaína 0.73
0.54 0.78
0.49 narcotráfico
0.61 0.6
política reducción
[143]
José A. Gutiérrez, Ph. D., Universidad Santo Tomás Medellín e International Institute for Conflict Resolution and
Reconstruction, Dublin City University. Jose.danton@ustamed.edu.co
RESUMEN
La relación entre economías ilícitas y conf lictos armados ha sido objeto de una prolífica literatura aca-
démica durante las últimas décadas, y existe un creciente cuestionamiento a la noción de una relación
unívoca entre ambos. El Acuerdo de paz celebrado entre el Gobierno nacional de Colombia y las Fuerzas
Revolucionarias Armadas de Colombia - Ejército del Pueblo (FARC-EP) ha replicado la premisa de que
solucionar el problema de las drogas ilícitas necesariamente contribuye a la creación de una paz estable y
duradera. En este artículo, utilizando a Argelia, Cauca, como un caso de estudio, discutiremos que, más
allá de los incumplimientos del Gobierno nacional frente a este punto, el Acuerdo poseía limitaciones
estructurales (óptica punitiva, problema de la tierra, acceso a mercados, dimensión global del tema de
[144] drogas) que limitaban su eficacia, aun si el gobierno hubiera cumplido. Abordar estas limitaciones es
clave para poder retomar un camino hacia una paz transformativa.
Palabras clave: Acuerdo de paz, narcotráfico, guerra contra las drogas, conf licto agrario, Cauca
A N D W H AT I F T H E Y H A D CO M PL I E D? I L L E G A L D R U G S A N D T H E PE AC E AG R E E M E N T
B E YO N D (O BV I O U S) N O N - CO M P L I A N C E
Abstract
The relationship between illicit economies and armed conf licts has been the subject of a prolific aca-
demic literature in recent decades, with the notion of a one-to-one relationship between the two being
increasingly questioned. The peace agreement between Colombia’s national government and the Revo-
lutionary Armed Forces of Colombia-People’s Army (FARC-EP) has repeated the premise that solving
the illicit drug problem necessarily contributes to the creation of a stable and lasting peace. In this
article, using Argelia, Cauca, as a case study, we will discuss how the agreement, beyond the national
government’s non-compliance on this point, had structural limitations (a punitive perspective, the land
problem, access to markets, the global dimension of the drug problem) that hindered its effectiveness
even if the government had complied. Addressing these limitations is key to resuming a path towards
a transformative peace.
Keywords: Peace Agreement, Drug Trafficking, Drug War, Agrarian Conf lict, Cauca.
INTRODUCCIÓN
La relación entre economías ilícitas y conflictos armados ha sido objeto de una au-
téntica obsesión en los estudios de conflicto durante más de dos décadas, desde que se
planteara en su fórmula prístina en las discusiones sobre avaricia y agravio en las gue-
La Milicia de Michigan […] fue incapaz de crecer más allá de algunos cuantos voluntarios a
medio tiempo, mientras que las FARC en Colombia han crecido hasta emplear [sic] alrededor
de 12.000 personas. Los factores que dan cuenta de esta diferencia entre fracaso y éxito no
se encuentran en las “causas” que estas dos organizaciones rebeldes dicen defender, sino en
las oportunidades radicalmente diferentes de financiarse. La[s] FARC obtiene[n] alrededor
de $700 millones anuales de las drogas y el secuestro, mientras que la Milicia de Michigan [145]
estaba probablemente en la bancarrota. (Collier, 2000, p. 1)
No hay que ser, desde luego, un experto en Michigan ni en Colombia para percatarse
de lo problemática que resulta esta relación simplista, reduccionista y unívoca —además,
fundada en una afirmación totalmente errónea, como que las FARC-EP emplean a sus
combatientes—. Y aunque la inmensa mayoría de los trabajos en esta corriente no pecan
de este grado de caricaturización, el simplismo argumentativo que relaciona sin pro-
blematizar rentas ilícitas y conflicto tiende a ignorar la complejidad del problema. Las
relaciones de poder, conflictos sociales y de clase, los procesos de construcción de Estado,
y un largo etcétera de condicionantes socioeconómicos, son invisibilizados tras correla-
ciones entre hectáreas de coca y violencia homicida. Esto ha sido señalado por diversos
autores que han complejizado y problematizado la relación entre conflictos armados y
economías ilícitas (Cramer, 2002; Goodhand, 2008; Gutiérrez-Sanín, 2004; Gutiérrez &
Thomson, 2020). Ni los conflictos se pueden explicar simplemente por la presencia de
drogas ilegales, ni las drogas ilegales generan, necesariamente, conflictos armados.
El cultivo de drogas ilegales está asociado con conflictos, no por las drogas en sí, sino
porque la comunidad internacional ha declarado una guerra contra ellas. En realidad, esta
guerra ha sido declarada contra los eslabones más vulnerables de la cadena productiva
y de valor de las drogas ilegales (Gutiérrez & Ciro, 2022). Hasta donde sé, todavía no se
ha fumigado o bombardeado al primer banco, pese a la importancia de los tentáculos
financieros en la cadena de valor de las drogas ilegales. Esta, en realidad, es una guerra
contra los campesinos que cultivan plantas de usos ilícitos y en menor medida contra la
pobreza urbana, donde abundan jíbaros, aspirantes a traquetos y mulas. Las armas de
la guerra están reservadas para los pobres, principalmente del campo.
significativa hacia la sustitución de los cultivos de uso ilícito por cultivos lícitos alternativos
hacia la solución de los problemas estructurales del campo, o hacia la construcción de una
paz estable y duradera. Esto, debido a que no abordaron por lo menos cuatro temas que
identificamos como cruciales para resolver esta relación entre cultivos ilícitos, conflicto
agrario y conflicto armado: el abandono de una óptica punitiva, considerar el problema
Este artículo espera ser una contribución a la construcción de paz (en un momento
en que muchos parecen perder la fe en ella), y a un tema íntimamente ligado con esta:
la superación de inequidades estructurales en el campo —de lo cual los cultivos ilícitos
son expresión—. Procederé de la siguiente manera: primero, discutiré los supuestos
contenidos en el Acuerdo de paz, en particular frente al tema de drogas ilegales. Luego,
desde la investigación en un municipio cocalero (Argelia, Cauca), discutiré algunos de
los desafíos que se presentaron en las regiones cocaleras en el contexto del acuerdo y
del posacuerdo. Posteriormente, teniendo esta experiencia en mente, discutiré algunos
elementos clave que siguen siendo problemáticos para la sustitución de cultivos de uso
ilícito en clave de construcción de paz. Por último, plantearé algunos puntos esenciales
para retomar la discusión sobre conflicto, construcción de paz y cultivos de uso ilícito.
Espero, en particular, contribuir a la superación del discurso de las drogas ilícitas co-
mo “combustible del conflicto”, discurso que no solamente reifica las drogas, sino que
tiende un velo cómplice sobre los gobiernos y los poderes políticos que han tomado la [147]
decisión explícita de bombardear, fumigar, asesinar, capturar y encarcelar a poblaciones
vulnerables, con el argumento de la guerra contra una entidad inanimada: las drogas.
La “sabiduría” de estas decisiones políticas es lo que queda oculto detrás de dichas fór-
mulas —hecho asaz lamentable, pues es en este punto, precisamente, en el cual podemos
efectuar cambios conducentes a superar esta guerra sin fin—.
MÉTODOS
Este trabajo se basa en una investigación cualitativa con un fuerte enfoque etnográfico.
La investigación general se realizó en seis localidades del suroccidente colombiano; el
corregimiento de Sinaí en Argelia, Cauca, fue solamente uno de los casos de estudio. En
Argelia pasé cinco meses en total entre 2015 y 2018, durante los cuales desarrollé una
serie de métodos de investigación, incluidos métodos visuales. Este artículo se basa sobre
todo en observación participante, es decir, en la observación sistemática de fenómenos
sociales mientras se participa de ellos en contextos cotidianos (Bulmer, 1984; Hammers-
ley & Atkinson, 2007). Mi aproximación a la observación participante mezcló periodos
prolongados de trabajo de campo e informantes clave (Sluka & Robben, 2007). Aparte
de la observación participante, realicé dos discusiones grupales en el corregimiento de
Sinaí, Argelia. En la primera, participaron cuatro hombres y tres mujeres (01/04/16),
y en la segunda, cuatro hombres y dos mujeres (26/02/18). También realicé diez entre-
vistas semiestructuradas, con informantes clave, a siete hombres y tres mujeres. En el
El análisis de los datos recogidos siguió el método del caso extendido, es decir, se
utilizó un caso de estudio para contrastar teorías y descubrir las anomalías contenidas
en ellas. Este método deductivo-inductivo e híbrido está íntimamente asociado con la
observación participante, debido a su énfasis en procesos microsociológicos, así como
con las experiencias subjetivas de los participantes en el contexto de los procesos sociales
macro que los constriñen y moldean. Dicho método también tiene un fuerte enfoque
dialógico y colaborativo hacia el proceso investigativo, debido a consideraciones éticas,
pero también porque reconoce que la intervención del observador participante es nece-
sariamente disruptiva de la realidad que este estudia, y por tanto requiere un modelo
autorreflexivo (Burawoy, 1998; Lichterman, 2002; Samuels, 2009; Tavory & Timmer-
mans, 2009; Wadham & Warren, 2014).
En el Acuerdo de paz, el tema de los cultivos ilícitos aparece como el punto cuatro:
“solución al problema de las drogas ilícitas”. No es menor que este punto se haya enten-
dido como estrechamente relacionado con necesarias transformaciones estructurales del
agro, y que, en este sentido, el acuerdo vaya más allá de la visión reduccionista —que
había sido hegemónica en las últimas dos décadas—, la cual entendía los cultivos de
uso ilícito (y en particular la coca) como causa y motivo del conflicto colombiano. En el
Acuerdo, la relación entre coca y conflicto aparece mucho más matizada:
El conflicto interno en Colombia tiene una larga historia de varias décadas que antecede y
tiene causas ajenas a la aparición de los cultivos de uso ilícito de gran escala, y a la produc-
ción y comercialización de drogas ilícitas en el territorio. (Cancillería, 2016, p. 98)
[…] diseñar una nueva visión que atienda las causas y consecuencias de este fenómeno,
especialmente presentando alternativas que conduzcan a mejorar las condiciones de bienes
tar y buen vivir de las comunidades —hombres y mujeres— en los territorios afectados por
Que esta nueva visión implica buscar alternativas basadas en la evidencia y dar un tratamiento
distinto y diferenciado al fenómeno del consumo, al problema de los cultivos de uso ilícito, y
a la criminalidad organizada asociada al narcotráfico, que utiliza indebidamente a las y los
jóvenes […]. Que esas nuevas políticas, tendrán un enfoque general de derechos humanos
y salud pública, diferenciado y de género, y deben ajustarse en el tiempo con base en la
evidencia, las lecciones de buenas prácticas y las recomendaciones de expertos y expertas
y organizaciones nacionales e internacionales especializadas […]. Que esas políticas darán
un tratamiento especial a los eslabones más débiles de la cadena del narcotráfico que son
las personas que cultivan y las que consumen drogas ilícitas, e intensificarán los esfuerzos
de desarticulación de las organizaciones criminales. (Cancillería, 2016, p. 99)
Un asunto de particular relevancia es el vínculo explícito que se hace entre los cul-
tivos de uso ilícito y la cuestión del agro. En el Acuerdo se establece que para dar solu-
ción al problema de los cultivos de uso ilícito “es necesario poner en marcha un nuevo
programa que, como parte de la transformación estructural del campo que busca la RRI
[Reforma Rural Integral], contribuya a generar condiciones de bienestar y buen vivir
para las poblaciones afectadas por esos cultivos” (Cancillería, 2016, p. 100). En particu-
lar, el Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos Ilícitos (PNIS) se entiende
como un componente de la Reforma Rural Integral (RRI). Este es un punto clave, en el
Sin embargo, si bien el tema de cultivos ilícitos está claramente ligado con el desarro-
llo rural, su relación con la paz no es necesaria. La mata Erythroxylum sp. en sí no mata
a nadie. Este vínculo se mantuvo mediante la fórmula del narcotráfico como motor del
conflicto —descontextualizando la guerra contra las drogas de las decisiones políticas de
actores nacionales e internacionales—. Y ahí es donde se termina de cuadrar el círculo
de la lógica subyacente al Acuerdo: subdesarrollo rural > cultivos de uso ilícito > narco-
tráfico motor del conflicto > erradicación + desarrollo rural = paz estable y duradera.
Bajar la intensidad de la guerra contra las drogas era, desde luego, un gesto impor-
tantísimo para convencer a las FARC-EP, así como a sus bases rurales de apoyo, sobre
la seriedad del Gobierno en la búsqueda de un acuerdo de paz que fuera más allá de la
mera desmovilización. Así debe leerse la suspensión de las aspersiones por glifosato en
2015 (Ramírez, 2017). Pero de este modo, y mediante la lógica descrita, el Acuerdo de
paz terminó, como bien lo observan Acero et al. (2019), en un compromiso, insostenible
a la larga, entre una aproximación eminentemente punitiva al problema de los cultivos
de uso ilícito y otra que privilegiaba una estrategia desarrollista. En este equilibrio frágil
terminó por imponerse, en la práctica, debido a una mezcla de inercias institucionales
[150] y de opciones políticas de las élites nacionales e internacionales, la opción punitiva. Es
decir, la guerra contra las drogas le ganó al desarrollo rural integral del campo. Los
incumplimientos no hicieron más que exacerbar estas limitaciones y contradicciones de
diseño del Acuerdo.
Para entender los problemas de fondo del Acuerdo, asentados en el enlace que hace
entre drogas ilícitas, construcción de paz y un desarrollo rural sin redistribución de
tierras, exploraremos el problema de los cultivos desde la experiencia de Argelia, un
municipio ubicado en el sureste del Cauca. Su territorio de 75.736 hectáreas se extiende
desde las montañas de la cordillera Occidental hacia las tierras bajas del Pacífico. El
municipio es atravesado por el río San Juan de Micay, en cuyas orillas se encuentran
ubicados los principales asentamientos del municipio. Estos asentamientos son el fruto
de una colonización reciente, de colonos que llegaron en las primeras décadas del siglo
XX tras la cera de laurel. Sin embargo, fue durante el periodo de la Violencia cuando
esta región experimentó un flujo importante de colonos de extracción liberal, mezcla
de perseguidos políticos y aventureros, en busca de asilo.
década de 1990 cambió por completo la cara del municipio, la coca no era nueva en esta
región. Desde un primer momento, los colonos mantenían algunas matas de coca para
mambear y para vender a los indígenas en el mercado de Almaguer; fue a finales de
1970 que algunas personas comenzaron a procesar la hoja para producir pasta base de
cocaína, pero para la década de 1990 era todavía una economía marginal.1
1 Toda la reconstrucción histórica de Argelia fue hecha con el trabajo incansable del profesor Guillermo Mos-
quera, de la institución educativa del Sinaí, con escasas fuentes escritas y testimonios orales de los colonos más
antiguos del municipio (algunos de los cuales todavía mambean, sobre todo en El Diviso), realizadas entre 2016
y 2017.
2 Según estadísticas oficiales del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). https://www.
datos.gov.co/widgets/qzc6-q9qw
3 Información del gobierno municipal, la cual fue corroborada por el sindicato agrario Ascamta y el comité
cocalero, quienes durante negociaciones con el Gobierno entregaron un listado de los campesinos que se com-
prometían con la sustitución, la cual es consistente con estas cifras.
era de unas 3 hectáreas por familia, el tamaño promedio de las fincas cafetaleras en
Colombia.4 Estas condiciones de fragmentación extrema de la propiedad y de falta de
acceso a la tierra hacen que, salvo la coca, sea imposible para los campesinos trabajar
de manera viable cualquier otro cultivo.
El conflicto tiene una larga historia en Argelia, partiendo del hecho de que muchos
de sus primeros colonos eran liberales perseguidos en otras partes del país. Los primeros
grupos guerrilleros se formaron en la década de 1960, como respuesta a las incursiones
de grupos armados de conservadores, conocidos localmente como los matojeros.5 Sin
embargo, la presencia estable de la guerrilla en esta región comenzó en 1970, con alguna
presencia del Ejército Popular de Liberación (EPL) y del Movimiento 19 de Abril (M-19),
pero sobre todo con la consolidación del Frente 8 de las entonces FARC que operaban
4 Trabajo grupal con miembros de Ascamta (01/04/2016) y entrevista a un colono de El Diviso (12/07/2016).
5 Entrevista EP-01-Ca-m, 15/05/16.
en toda esa zona, incluidos Patía, Balboa y El Tambo. La fuerza de las FARC-EP (que
agregaron “Ejército del Pueblo”, EP, a su nombre en la conferencia guerrillera de 1982)
llegó a ser tal que en 1993 se creó el Frente 60 Jaime Pardo Leal. Argelia se convirtió
así en el único municipio con un frente guerrillero propio. Este frente fue por décadas
autoridad indiscutida en el municipio, adjudicador de disputas locales y regulador de
Si erradican la coca, ¿usted cree que el gobierno va a invertir en estas escuelas que tenemos?
Vea, somos pobres, pero cualquier poquito de dignidad que tenemos en nuestras vidas se lo
debemos al sentido de la disciplina que nos ha dado la FARC y a la coca […].6
Tras el Acuerdo de paz entre el Gobierno nacional y las FARC-EP, el Frente 60 hizo
un listado de las inversiones que habían realizado en las comunidades, muchas de ellas
con los recursos que habían extraído por concepto de impuestos a la coca. En el caso
de Argelia, detallan la construcción de por lo menos 71 kilómetros de carreteras y la
manutención de otras, por un valor, según el cambio de la época, de $1.915.000.000.
También detallan la construcción de dos puentes por $225.000.000, la construcción y
mejoramiento de escuelas por $331.600.000, el desarrollo de infraestructura deportiva
y religiosa por $167.000.000, el establecimiento de una estación de radio comunitaria
por $35.000.000, la construcción de acueductos y proyectos de agua por $225.000.000,
y de proyectos de viviendas por $52.000.000, la construcción de una caseta comunal en
Sinaí por $60.000.000, y proyectos de producción de alimentos, incluido uno dirigido
específicamente a las mujeres, por $70.000.000.8 Esta amplia gama de proyectos da una
idea de la relación establecida entre la insurgencia y estas comunidades rurales, al punto
que, según un líder comunitario, “mucha gente aquí ve a la guerrilla como el verdadero
gobierno. Nosotros nos hemos guiado con la ley del monte, y eso nos ha funcionado
bien”.9 Estos proyectos y esta infraestructura social básica, con todo, fueron posibles
gracias a la importante contribución que la coca ha tenido en esta región.
Desde 2011 hasta la desmovilización de las FARC-EP a finales de 2016, Argelia fue un
importante bastión tanto para la insurgencia como para el movimiento campesino; esta
región probablemente tenía una de las organizaciones campesinas mejor estructuradas
en el país. Esta asociación, conocida como Asociación Campesina de Trabajadores de
Argelia (Ascamta), estuvo al frente de la resistencia de masas contra múltiples intentos
[154] fallidos de erradicación forzada entre 2015 y 2016. Dicha resistencia, aparte del factor
organizativo, se veía facilitada por las condiciones topográficas y demográficas en este
cañón estrecho, rodeado de montañas y con una alta concentración de población.
Por parte de los cocaleros argelianos había una cierta ansiedad hacia el final del pro-
ceso de paz. Era frecuente escuchar a campesinos decir que las FARC-EP iban a “entre-
gar la coca”, o “abandonar a los campesinos”. La visita de representantes del Gobierno
no hacía sino acrecentar esa ansiedad —en una reunión abierta con la comunidad en la
ciudad de Argelia, el 11 de mayo de 2016, por ejemplo, el entonces Alto Consejero para
el Posconflicto, Rafael Pardo, en una intervención que muchos campesinos interpretaron
como una amenaza apenas velada, insistió en que mientras existieran cultivos de uso
ilícito habría violencia en el municipio—.11 La interpretación de los campesinos de este
Acá hubo incumplimientos, sin lugar a dudas, sea por falta de voluntad política, por
falta de presupuesto y por desfinanciación de la implementación del Acuerdo (particu-
larmente grave en el gobierno de Duque, pero también en el anterior), por incapacidad
y desarticulación institucional, por presiones internacionales de la administración de
Trump en Estados Unidos, y un largo etcétera. Ha habido injustificables retrasos en
aprobar el tratamiento penal diferenciado para los eslabones más vulnerables de la ca-
dena productiva de las drogas ilícitas; un número alarmante de asesinatos y amenazas
sobre los líderes comunitarios en el proceso de sustitución de cultivos ilícitos; retrasos o
no pagos de apoyos a los campesinos en proceso de sustitución, y tentativas de reanudar
la fumigación con glifosato (Gutiérrez-Sanín & Marín, 2018).
Efectivamente, el tema de los cultivos de uso ilícito está ligado con el problema
agrario (en particular a la tierra), y el tema de la tierra está ligado con el conflicto so-
cial y armado, como lo ha explorado una nutrida literatura sobre el tema. Pero acá no
hay una causalidad directa entre estos temas, sus relaciones son no lineales y bastante
más complejas. De hecho, la presencia de cultivos ilícitos no tiene resultados violentos
unívocos, y como ha señalado Goodhand (2008) para el caso de Afganistán, en ciertas
condiciones puede incluso fortalecer la construcción de paz. En ausencia de una política
redistributiva de tierras, ante la pobreza endémica de tierra de los campesinos caucanos
en general y argelianos en particular, los cultivos de uso ilícito representan una alter-
nativa viable para la reproducción de la economía familiar y para impulsar procesos
comunitarios de desarrollo local en ausencia de una política decidida de inversión social
en estos territorios por parte del Estado colombiano.
La relación entre cultivos de uso ilícito, problema agrario y conflicto está mediada
por la decisión política, de las élites nacionales e internacionales, de mantener la guerra
contra las drogas, la cual fue empaquetada, en el contexto del Acuerdo de paz, tras la
fórmula de la droga como “motor del conflicto”, aun cuando hemos visto que era mucho,
muchísimo más que eso para las comunidades. Era también su garantía de vida pobre,
pero medianamente digna en medio de la falta de tierras, era lo que les daba el exce-
dente para construir puentes, carreteras, escuelas y todas aquellas cosas que mantenían
¿la granadilla? Más allá de los incumplimientos en el punto agrario (García, 2018), aun
cuando el Gobierno hubiese cumplido, no había tierra para efectivamente implementar
esta política de apoyo técnico a la economía campesina y de sustitución de cultivos de
uso ilícito. Sin una reforma que toque esta distribución profundamente desigual de la
tierra en Colombia es muy improbable poder solucionar el problema de la sustitución
El tema del acceso a los mercados es otro tema clave en que el Acuerdo de paz que-
dó corto. No basta con tener suficiente tierra para producir cultivos alternativos a los
de uso ilícito. Aparte de esto, se necesita tener un mercado que permita dar salida a la
producción. En el Acuerdo encontramos medidas tendientes a acortar la intermediación,
estimular la creación de centros de acopio, mejorar la logística, promover mercados
campesinos, tecnologías de la información en el agro y compras públicas. Acá se repite,
además, el mismo punto sobre los encadenamientos productivos mediante el trabajo
asociado: “promoción de encadenamientos de la pequeña producción rural con otros
modelos de producción, que podrán ser verticales u horizontales y en diferente escala”
(Cancillería, 2016, p. 31).
Todos estos centros de acopio y mejoras técnicas resultaban insuficientes ante la com- [159]
petencia de productos extranjeros altamente subsidiados que están copando el mercado
gracias a acuerdos de libre comercio, y ante las trabas no arancelarias que está enfren-
tando la producción campesina; por ejemplo, la proliferación de normas fitosanitarias
que el pequeño productor no puede cumplir (Acero & Thomson, 2021). En la práctica,
la promesa del Acuerdo de crear un “plan nacional para la promoción de la comerciali-
zación de la producción de la economía campesina, familiar y comunitaria” (Cancillería,
2016, p. 30) no se ha visto en los territorios en que algunos campesinos comenzaron a
sustituir. Durante una visita a Maravelez, Putumayo (en octubre de 2019), los campesi-
nos que se habían comprometido con cambiar la coca por cultivos alternativos, como la
pimienta en este caso, se quejaban de que no había mercado para estos cultivos y que
se había perdido la cosecha, porque, sencillamente, no había compradores. La coca,
en cambio, no es solo un cultivo de alto rendimiento y altos retornos, condición que le
da una ventaja única desde la perspectiva de campesinos con acceso escaso a la tierra,
además es un cultivo que tiene un mercado ilegal, pero estable y garantizado.
Europea, que ha sido objeto de críticas (Cruz, 2017)—. Estas movilizaciones, que deri-
varon en el paro agrario en el 2013, se dieron en medio de las negociaciones del punto
agrario entre las FARC-EP y el Gobierno nacional. Sin embargo, estos tratados de libre
comercio eran parte de un modelo económico en el cual el Gobierno nacional había
trazado una línea roja. Era imposible negociar eso, pese a que millones de campesinos
y simpatizantes en todo el país así lo demandaban. De esta manera, para muchos cam-
pesinos, los cultivos de uso ilícito seguirán representando una alternativa cuando los
otros mercados se sigan estrechando.
La solución al problema de los cultivos de uso ilícito no es algo que dependa exclu-
sivamente de Colombia. Esto es un problema de carácter global, que tiene que ver con
políticas adoptadas desde la comunidad internacional, con un evidente peso de la política
de Estados Unidos, que ha enmarcado la cuestión de las drogas en una guerra declarada
ya de prácticamente medio siglo: aunque fuera Reagan quien formalmente declarase
la guerra contra las drogas en la década de 1980, la escalada de las intervenciones con-
tra los narcóticos y su definición como un problema de ‘seguridad nacional’ ya había
comenzado con Nixon en los años setenta. El proceso de paz proveía una oportunidad
para dar una discusión más amplia sobre la sabiduría de seguir con una política que
ha tenido escaso éxito desde sus propósitos declarados, pese a sus costos humanos y
[160] económicos astronómicos. En términos de desplazamientos, enfermedades, violencia y
muertes, las políticas antinarcóticos en Colombia literalmente han institucionalizado la
calamidad en la vida de los campesinos y destrozado en el proceso la vida de millones
de personas (Gutiérrez-Sanín, 2021). En términos económicos, se calcula que, hasta hace
una década, la guerra contra las drogas había costado por encima del billón de dólares,
es decir, USD 1.000.000.000.000 (Rosen, 2013).13
[…] deben regirse por el ejercicio de los principios de igualdad soberana y no intervención
en los asuntos internos de otros Estados y deben asegurar la acción coordinada en el marco
de la cooperación internacional, en la medida en que la solución al problema de las drogas
ilícitas es responsabilidad colectiva de todos los Estados. (Cancillería, 2016, p. 99)
13 En esta referencia se utiliza la numeración simplificada común en lengua inglesa que a un billón (en castellano,
un millón de millones) le atribuye el término trillion.
Esta no fue una postura aislada en el Acuerdo de paz. Las propias intervenciones del
presidente Juan Manuel Santos en diversos foros internacionales expresaban un cierto
giro en este sentido. Por ejemplo, en sus intervenciones ante la Organización de las Na-
ciones Unidas (ONU) en el periodo 2012-2017, Santos reconoció abiertamente el fracaso
de la política de guerra contra las drogas en términos lapidarios y llamó abiertamente
He dicho muchas veces que la guerra contra las drogas no se ha ganado ni se está ganando;
que requerimos de nuevos enfoques y nuevas estrategias […] como el de no criminalizar a los
adictos, y entender el consumo de drogas como un asunto de salud pública y no de política
criminal. La Guerra contra las Drogas ha cobrado demasiadas vidas —en Colombia hemos
pagado un precio muy alto, tal vez el más alto de cualquier nación—, y lo que se está viendo
es que el remedio ha sido muchas veces peor que la enfermedad. […]. Es hora de aceptar
—con realismo— que mientras haya consumo habrá oferta, y que el consumo no se va a
acabar […]. Es hora de hablar de regulación responsable por parte de los Estados; de buscar
caminos para quitarles oxígeno a las mafias, y de afrontar el consumo con más recursos para [161]
la prevención, la atención y la reducción de daños a la salud y al tejido social. (Santos, 2017)
Efectivamente, una alternativa al problema de los cultivos de uso ilícito y las drogas
ilícitas es, sencillamente, regularizar esos usos, legalizando así los mercados ilegales.
Esta discusión se insinuó, pero finalmente no se avanzó al esperado cambio de política
internacional. En ausencia de esa discusión global y de un cambio de políticas por parte
de la comunidad internacional, y en particular por parte de Estados Unidos, país que
como dice Marco Palacios (2012) ha proveído la agenda y los recursos para la guerra
contra las drogas en Colombia, la inercia llevó por consolidar, una vez más, una aproxi-
mación represiva que se acentuó —pero no comenzó— con el gobierno de Iván Duque.
La discusión sobre las fumigaciones con glifosato y la militarización de las zonas coca-
leras propuestas por la administración de Duque exacerba una tendencia represiva que
ya se vivía desde fines del gobierno de Santos, quien en 2017 intensificó la erradicación
forzada manual, en parte como respuesta a presiones internas y externas (Gutiérrez-
Sanín et al., 2019).
CONCLUSIONES
Aun cuando los incumplimientos en la implementación del Acuerdo de paz entre las
FARC-EP y el Gobierno nacional de Colombia de 2016 sean un obstáculo formidable
para la construcción de esa elusiva paz estable y duradera, no son el único problema.
Es decir, si bien los incumplimientos son evidentes, sistemáticos, masivos y extendidos,
aunque el Gobierno hubiera cumplido, es muy poco probable que la política de drogas
ilícitas del Acuerdo hubiera, efectivamente, contribuido a la construcción de la paz esta-
ble y duradera. Esto, porque no existe una relación unívoca entre cultivos de uso ilícito
y conflicto, sino que ella se encuentra mediada por el conflicto agrario (en particular,
la concentración de tierras) y la decisión de dar tratamiento de guerra a las drogas, dos
cosas que el Acuerdo no abordó, o lo hizo insuficientemente. La insistencia en denunciar
el incumplimiento por parte del Gobierno de lo estipulado en el Acuerdo de paz entre
las FARC-EP y el Gobierno nacional (tanto del espíritu como de lo formal), aunque justa
y necesaria, se arriesga a ocultar y velar las limitaciones estructurales y políticas con-
tenidas en el Acuerdo, lo que crea la ilusión de que el cumplimiento de este entregaría
una solución a problemas que son mucho más complejos y estructurales.
AGR ADECIMIENTOS
REFERENCIAS [163]
Acero, C., Parada, M., & Machuca, D. (2019). La paz narcotizada: decisiones, presiones y diseño institucional
del Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito. Análisis Político, 97, 114-135.
Acero, C., & Thomson, F. (2021). “Everything peasants do is illegal”: Colombian coca growers’ everyday
experiences of law enforcement and its impacts on state legitimacy. Third World Quarterly (internet).
Arnson, C., & Zartman, W. (2005). Rethinking the economics of war: The intersection of need, creed, and greed.
Johns Hopkins University Press.
Ávila, A. (2016). La masacre que quiere esconder José Félix Lafaurie. Semana.
Ballentine, K., & Sherman, J. (2003). The political economy of armed conflict: Beyond greed and grievance. Lynne
Rienner.
Berdal, M., & Malone, D. (2000). Greed and grievance: Economic agendas in civil wars. Lynne Rienner.
Burawoy, M. (1998). The extended case method. Sociological Theory, 16(1), 4-33.
Cancillería. (2016). Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera.
Gobierno de Colombia.
Ciro, E. (2018). Las tierras profundas de la “lucha contra las drogas” en Colombia: la ley y la violencia estatal
en la vida de los pobladores rurales del Caquetá. Revista Colombiana de Sociología, 41(1), 105-133.
Collier, P. (2000). Economic causes of civil conflict and their implications for policy. World Bank.
Collier, P., & Hoeff ler, A. (1998). On economic causes of civil wars. Oxford Economic Papers, 50(4), 563-573.
Cramer, C. (2002). Homo economicus goes to war: Methodological individualism, rational choice and the
political economy of war. World Development, 30(11), 1845-1864.
Cruz, E. (2017). La rebelión de las ruanas: el Paro Nacional Agrario en Colombia. Análisis, 49(90), 83-109.
Daviron, B., & Ponte, S. (2005). The coffee paradox: Global markets, commodity trade and the elusive promise of
development. Zed Books.
Estrada, J. (2019). El Acuerdo de paz en Colombia: Entre la perfidia y la potencia transformadora. CLACSO.
Fajardo, D. (2015). Estudio sobre los orígenes del conf licto social armado, razones de su persistencia y sus
efectos más profundos en la sociedad colombiana. En Comisión Histórica del Conf licto y sus Víctimas,
Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia. Desde Abajo.
Felbab-Brown, V. (2005). The coca connection: Conf lict and drugs in Colombia and Peru. Journal of Conflict
Studies, 25(2), 104-128.
García, A. (2018). Yes but no: Havana peace agreement’s ambiguous sway on Colombia’s rural development policy
[164] [Tesis doctoral]. Waterloo, Ontario.
Gilhodés, P. (1970). Agrarian struggles in Colombia. En R. Stavenhagen (Ed.), Agrarian problems and peasant
movements in Latin America. Anchor Books.
Glimmermann, K., Espinoza, J., Arnold, J., & Arning, N. (2017). The land-drugs nexus: How illicit eac crop
cultivation is eaced to eace eaced. Bulletin on Narcotics (UNODC), 66, 75-104.
Goodhand, J. (2008). Corrupting or consolidating the eace? The drugs economy and post-conf lict peacebuil-
ding in Afghanistan. International Peacekeeping, 15(3), 405-423.
Gootenberg, P., & Dávalos, L. (2018). The origins of cocaine: Colonization and failed development in the Amazon
Andes. Routledge.
Grajales, J. (2011). The rif le and the title: Paramilitary violence, land grab and land control in Colombia. The
Journal of Peasant Studies, 38(4), 771-792.
Grajales, J. (2020). A land full of opportunities? Agrarian frontiers, policy narratives and the political economy
of peace in Colombia. Third World Quarterly, 41(7), 1141-1160.
Grajales, J. (2021). Losing land in times of peace: Post-war agrarian capitalism in Colombia and Côte d’Ivoire.
The Journal of Peasant Studies, 48(5), 1054-1074.
Gutiérrez, J. (2020). Toward a new phase of guerrilla warfare in Colombia? The reconstitution of the FARC-
EP in perspective. Latin American Perspectives, 47(5), 227-244.
Gutiérrez, J., & Thomson, F. (2020). Rebels-turned-narcos? The FARC-EP’s political involvement in Colombia’s
cocaine economy. Studies in Conflict & Terrorism, 44(1), 26-51.
Gutiérrez, J., & Ciro, E. (2022). Tillyian process without a Tillyian effect: Criminalised economies and
state-building in the Colombian conf lict. Journal of Political Power.https://doi.org/10.1080/215837
9X.2022.2031109
Gutiérrez-Sanín, F. (2021). Mangling life trajectories: institutionalised calamity and illegal peasants in Co-
lombia. Third World Quarterly (internet).
Gutiérrez-Sanín, F., & Marín, M. (2018). Tierras en el posconf licto: ¿En el fondo cuál es el problema? Análisis
Político, 92, 18-38.
Gutiérrez-Sanín, F., Machuca, D., & Cristancho, S. (2019). ¿Obsolescencia programada? La implementación
de la sustitución y sus inconsistencias. Análisis Político, 97, 136-160.
Gutiérrez-Sanín, F. & Vargas, J. (2016). El despojo paramilitar y su variación: Quiénes, cómo, por qué. Universidad
[165]
del Rosario.
Mansfield, D. (2018). Turning deserts into f lowers: Settlement and poppy cultivation in Southwest Afghanis-
tan. Third World Quarterly, 39(2), 331-349.
Martínez, T., & Zuleta, W. (2019). Cultivos de coca y violencia: El cambio después de iniciados los diálogos
de paz. Documentos CEDE, 26 (Universidad de los Andes).
Molano, A. (1994). Algunas consideraciones sobre colonización y violencia. En A. Machado (Ed.), El agro y la
cuestión social. Tercer Mundo.
Peña, R., & Zuleta, S. (2018). El derecho al despojo en Colombia: Un análisis de la regulación de adjudicación
de baldíos desde abajo. Análisis Político, 92, 3-17.
Pizarro, E. (2002). Colombia ¿Guerra civil, guerra contra la sociedad, guerra antiterrorista o guerra ambigua?
Análisis Político, 46, 164-180.
Presidencia de la República. (2018). Acuerdo Colectivo para la Sustitución Voluntaria y Concertada de Cultivos
de Uso Ilícito del Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito (PNIS) y el Desarrollo
Territorial, en el Marco de la Implementación del Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Cons-
trucción de una Paz Estable y Duradera.
Ramírez, M. (2017). Las conversaciones de paz en Colombia y el reconocimiento de los cultivadores de coca
como víctimas y sujetos de derechos diferenciados. Canadian Journal of Latin American and Caribbean
Studies / Revue canadienne des études latinoaméricaines et caraïbes, 42(3), 350-374.
Rettberg, A., & Ortiz, J. (2016). Golden opportunity, or a new twist on the resource-conf lict relationship:
Links between the drug trade and illegal mining in Colombia. World Development, 84, 82-96.
Rosen, J. (2013). The war on drugs in Colombia: A current account of U.S. policy. Perspectivas Internacionales,
9(2), 58-83.
Samuels, G. (2009). Using the extended case method to explore identity in a multiracial context. Ethnic and
Racial Studies, 32(9), 1599-1618.
[166] Santos, J. (2017). Palabras del Presidente Juan Manuel Santos ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en
el 72° periodo de sesiones ordinarias. http://es.presidencia.gov.co
Sluka, J., & Robben, A. (2007). Ethnographic FIELDWORK. An anthropological reader. Blackwell Publishing.
Tavory, I., & Timmermans, S. (2009). Two cases of ethnography. Grounded theory and the extended case
method. Ethnography, 10(3), 243-263.
Thomson, F. (2011). The agrarian question and violence in Colombia: Conf lict and development. Journal of
Agrarian Change, 11(3), 321-356.
Wadham, H., & Warren, R. (2014). Telling organizational tales: The extended case method in practice. Or-
ganizational Research Methods, 17(1), 5-22.
Rodrigo Uprimny Y., profesor titular Universidad Nacional e investigador sénior Centro de Estudios de Derecho,
Justicia y Sociedad “Dejusticia”.
RESUMEN
El autor, a partir de una reedición de trabajos previos, propone elementos metodológicos para lograr una
política democrática que enfrente en forma más lúcida el narcotráfico en Colombia. El autor considera
que es necesario distinguir tres problemas diversos pero interrelacionados: el impacto del narcotráfico
en la violencia y la democracia colombianas, la discusión sobre el prohibicionismo y el grado de auto-
nomía de Colombia frente al régimen internacional de control de sustancias psicoactivas. A partir de
esas distinciones, el autor concluye que la política colombiana frente al narcotráfico debe buscar tanto
alternativas a la prohibición (por ser la prohibición un régimen injusto e ineficaz) como alternativas
dentro de la prohibición (pues este régimen se mantendrá en el mediano plazo, al menos para drogas [167]
como la marihuana o la cocaína).
W H AT T O D O W I T H D R U G T R A F F I C K I N G A N D I L L I C I T D R U G S I N CO LO M B I A?
M E T H O D O LO G I C A L E L E M E N T S FO R A S TAT E P O L I C Y
A B S T R AC T
Based on a re-edition of previous works, the paper proposes methodological elements to achieve a
democratic policy that more lucidly faces drug trafficking in Colombia. It considers that three diverse
but interrelated problems need to be distinguished: the impact of drug trafficking on violence and
democracy in Colombia; the discussion of prohibitionism; and Colombia’s degree of autonomy vis-à-vis
the international regime of control of psychoactive substances. Based on these distinctions, the study
concludes that Colombian drug trafficking policy must seek alternatives both to prohibition (because
prohibition is an unjust and ineffective regime) and within prohibition (because this regime will stay in
the medium term, at least for drugs such as marijuana or cocaine).
INTRODUCCIÓN
Uno de los problemas más complejos que, desde finales de los años setenta, enfren-
ta la precaria democracia colombiana es el narcotráfico, que ha intensificado nuestras
violencias, agravado las violaciones de derechos humanos y la corrupción, y ha teni-
do impactos profundos, en general negativos, sobre múltiples dimensiones sociales y
culturales. Es entonces esencial que Colombia desarrolle una política apropiada para
enfrentar el problema del narcotráfico y de las llamadas drogas ilícitas. Este artículo
busca contribuir a ese propósito.
Sin embargo, no es fácil hacer propuestas realistas en este campo, por cuanto los
vínculos entre el narcotráfico, el deterioro democrático y la violencia en Colombia son
complejos, ya que al menos remiten a debates y niveles de análisis diversos: por un lado,
el estudio del impacto del narcotráfico sobre la democracia, la crisis de derechos huma-
nos y el conflicto armado colombiano; y por otro, la discusión más general en torno al
prohibicionismo y el régimen internacional sobre ciertas drogas, con el fin de determinar
cuál es la política apropiada para enfrentar el tema de abuso de sustancias psicoactivas.1
Estos problemas están vinculados, por lo cual es usual que los debates sobre narcotráfico
y democracia en Colombia transiten, sin mucha claridad, de una discusión a la otra.
Pero se trata de problemas distintos, por lo cual esos saltos de un nivel de análisis al
otro terminan provocando confusiones y equívocos.
[168]
Esta situación y el propósito del artículo —que es una reflexión de política pública
basada en trabajos previos del autor—2 explican su estructura, la cual comienza (a) por
una reflexión esencialmente metodológica, que presenta en forma analítica las dimensio-
nes del problema, esto es, las complejas relaciones entre narcotráfico, conflicto armado y
deterioro democrático en Colombia. Luego se procede a (b) articular esas dimensiones y a
explicar mi visión general sobre cómo enfrentar el problema del narcotráfico y las drogas
en Colombia. Esta visión supone una crítica al prohibicionismo, la cual es desarrollada
en el siguiente punto, en el cual (c) debato cuál es la política más apropiada frente a las
sustancias psicoactivas. Luego, dado que la prohibición es un régimen internacional,
(d) analizo el margen de autonomía jurídica y política que tiene Colombia para tomar
1 Por simplificación de lenguaje, en este artículo considero equivalentes las expresiones “drogas” y “sustancias
psicoactivas”. Las llamadas drogas, como la marihuana, la cocaína, los barbitúricos o el alcohol, son sustancias
que tienen efectos directos y sensibles sobre el sistema nervioso central y tienen la potencialidad de producir
dependencia y ocasionar daños a la salud. Pueden ser sustancias muy diversas, por lo cual algunos hablan de
“drogas duras”, para referirse a aquellas con mayor riesgo sanitario y mayor potencial adictivo, como la he-
roína, y drogas “suaves”, menos riesgosas en esos aspectos, como la marihuana. En ese sentido, la expresión
sustancias psicoactivas es la que mejor parece capturar esa dimensión común a lo que en el lenguaje ordinario
suele conocerse como drogas. Sobre los equívocos de la noción de drogas, véase Olmo (1986).
2 Este artículo está basado en trabajos previos que el autor ha desarrollado en los últimos 25 años, en forma
independiente o en coautoría, como (Uprimny 1995,1998 y 2002), (Uprimny et al., 2012a; 2012b), (Uprimny
& Guzmán 2016) y (Uprimny et al., 2017). Sin embargo, el artículo no es una simple reedición de estos, sino
que los actualiza con una perspectiva específica: proponer elementos metodológicos para lograr una política
democrática que enfrente en forma más lúcida el narcotráfico en Colombia.
Como ya vimos, la relación entre las drogas, la democracia y el conflicto armado re-
mite a debates diversos: por un lado, a la discusión específicamente colombiana acerca
del impacto del narcotráfico en el conflicto armado, la violencia y la crisis democrática.
Pero igualmente alude, por otro lado, a la discusión sobre la prohibición de las drogas y
cuáles son las estrategias para enfrentar el problema del abuso de sustancias psicoactivas
frente a las drogas ilícitas, debate que se ha abordado a escala mundial y en muchísimos
países y que no obligatoriamente se refiere al caso colombiano. Esta última discusión
remite igualmente al debate sobre el margen de autonomía del Estado colombiano para
tomar decisiones frente al prohibicionismo. Brevemente procedo, entonces, a precisar
un poco más en qué consisten estos tres problemas.
Obviamente, frente a estas posiciones extremas, que hemos simplificado, existen mu-
chas visiones intermedias.
El tercer problema es la discusión acerca del margen del Estado colombiano para
tomar decisiones autónomas frente al prohibicionismo, teniendo en cuenta que este se
deriva de tratados internacionales, referidos esencialmente a la Convención Única de
Estupefacientes de 1961, la Convención sobre Psicotrópicos de 1971 y la Convención de
Viena de 1988 sobre estupefacientes y sustancias psicoactivas, que están vigentes interna-
cionalmente y son apoyados por países poderosos. Debido a eso, algunos sostienen que
el margen de autonomía colombiano es mínimo. Otros, por el contrario, afirman que el
margen de autonomía es hoy mayor, no solo porque ese régimen internacional es más
[170] flexible de lo planteado por las interpretaciones más ortodoxas, sino que, además, está
hoy en crisis, lo cual permite a los Estados hacer pasos audaces, como los de Uruguay
con la legalización de la marihuana. Y también frente a esta discusión existen posiciones
intermedias (Walsh & Jelsma, 2019).
Estos tres problemas tienen autonomía, pues distintos analistas pueden responderlos
de manera diversa. Alguien puede considerar que el peso del narcotráfico en el conflicto
armado y el deterioro democrático en Colombia es menor y que las drogas deben ser
legalizadas, mientras otro puede concluir todo lo contrario, esto es, que el narcotráfico
ha transformado radicalmente la guerra colombiana y tiene un impacto decisivo en
nuestras violencias y déficits democráticos, pero que las drogas no deben ser legalizadas.
Otro, en cambio, puede concluir que el narcotráfico es el factor esencial explicativo de
nuestra crisis y que las drogas deberían ser legalizadas, pero que Colombia no puede
hacerlo unilateralmente. Y así sucesivamente.
3 Por simplificación de lenguaje, en este documento vamos a hablar de “drogas prohibidas” o “sustancias pro-
hibidas” para referirnos a aquellas sustancias psicoactivas, como la marihuana, la cocaína y los opioides, que
están sometidas a un régimen internacional de fiscalización severo. En sentido estricto, esas sustancias no están
prohibidas, pues se admite excepcionalmente su producción, distribución y uso para efectos médicos e investi-
gativos. Sin embargo, en la medida en que su uso para efectos recreativos está prohibido y que el narcotráfico
se ha desarrollado para satisfacer la demanda por esos consumos prohibidos, no es realmente inexacto hablar
de “drogas prohibidas”.
Una explicación más plausible es la diversa estructura agraria de los tres países y
sus efectos sobre las dinámicas políticas. Con todos sus problemas, tanto la revolución
boliviana de los años cincuenta como el régimen militar peruano reformista de los años
sesenta realizaron reformas agrarias importantes, de suerte que en esos países disminuyó
considerablemente el peso de los terratenientes. En Colombia, en cambio, las tentativas
de reforma agraria fueron siempre muy precarias y terminaron siendo bloqueadas; el
[172] poder terrateniente se mantuvo casi intacto. Por ende, cuando el narcotráfico irrumpió
con fuerza en los años ochenta, se tejieron alianzas entre ciertos políticos locales, algunos
terratenientes y aquellos narcotraficantes que empezaron a comprar masivamente tierras.
Estas alianzas, que contaron con distintos grados de complicidad de las autoridades locales
y de los militares, alimentaron muchas dinámicas paramilitares, como lo han demostra-
do numerosas investigaciones académicas y judiciales (Reyes 2009; Echandía, 2013). Los
efectos de los dineros del narcotráfico han sido particularmente amenazantes en nuestro
país porque han acentuado tendencias antidemocráticas de la política colombiana.
Esta respuesta intermedia al primer interrogante, que coincide con varios de los ensa-
yos de la llamada Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas4, lleva a una primera
conclusión: el narcotráfico no explica totalmente la guerra ni la crisis democrática en
Colombia, pero la presencia de esta economía ilícita las ha agravado y profundizado.
Para robustecer esa tesis, hagamos el siguiente experimento mental: supongamos que
un “conjuro” nos hubiera permitido extirpar, sin dolor, el narcotráfico de Colombia. Si
así fuera, el conflicto armado no hubiera sido tan intenso y las posibilidades de la paz
serían mayores, lo cual lleva a la siguiente conclusión: deberíamos recurrir a esa magia
4 Esta comisión fue creada durante las negociaciones de paz con las FARC-EP y reunió a doce importantes inves-
tigadores y dos relatores para que ofrecieran su visión de los orígenes, la dinámica y los impactos del conf licto
armado. Varios ensayos, como los de Daniel Pecaut, Gutiérrez Sanín, Alfredo Molano o Gustavo Duncan insisten
en que si bien el conf licto armado no surgió ni se explica únicamente por el narcotráfico, esta economía ilícita
lo modificó y agravó profundamente, y es un elemento clave que explica su persistencia. (Véase Comisión His-
tórica del Conf licto y sus Víctimas, 2015).
para deshacernos del narcotráfico, pues sin esa economía ilícita sería más fácil lograr
una paz duradera y profundizar la democracia. Ahora bien, la legalización de las dro-
gas hoy ilícitas parece ser ese conjuro, ya que el narcotráfico se ha desarrollado para
satisfacer la demanda por esas drogas ilícitas. Por consiguiente, si esas drogas fueran
legales, en el sentido de que la producción y distribución para su consumo recreativo
Considero que los sectores democráticos deben continuar impulsando el debate in- [173]
ternacional sobre la búsqueda de alternativas a la prohibición de las drogas, que tanto
sufrimiento ha ocasionado en el mundo y en Colombia en particular. Y que debe ser po-
lítica del Estado colombiano abrir espacios para una discusión del régimen internacional
prohibicionista. Sin embargo, la propuesta y el debate de la legalización de las drogas, por
importantes que sean, son insuficientes para enfrentar los problemas negativos del nar-
cotráfico sobre las violencias y la democracia en Colombia, por cuanto (y eso me permite
presentar mi posición frente al tercer problema) el margen de autonomía de Colombia frente
a la prohibición internacional existe, pero es limitado, porque el régimen prohibicionista
es internacional, sigue vigente y es apoyado por Estados muy poderosos, como Estados
Unidos, Rusia, China, los países musulmanes y la mayor parte de los países europeos.
Aunque hoy el consenso prohibicionista tiene ciertas fisuras y es posible que el estatus
de dos sustancias prohibidas, como la coca y la marihuana, tenga cambios importantes,
lo cierto es que en el corto e incluso mediano plazo no ocurrirán reformas importantes
frente a la cocaína o los derivados del opio. Y como el narcotráfico en América Latina está
hoy esencialmente asociado con el tráfico de cocaína y, en menor medida, de heroína, los
cambios del régimen internacional frente a la marihuana o la coca tendrán poco impacto
sobre el narcotráfico colombiano y latinoamericano, y sus violencias y corrupciones.
que en los próximos años la cocaína y la heroína seguirán siendo drogas prohibidas y
traficadas.
En la tabla 1, con base en trabajos previos, resumo las principales políticas en materia
de drogas.5 Estos “tipos ideales” weberianos son una simplificación, pues aunque el marco
internacional prohibicionista es bastante rígido, existen diferencias nacionales y regionales
significativas. Así, la política estadounidense no ha sido igual a la holandesa, e incluso,
en ciertos momentos, ciudades tan cercanas como Fráncfort o Múnich, en Alemania, pre-
sentaban estrategias diversas (Cesoni, 1996). Sin embargo, creo que la tabla 1 engloba y
precisa las diferencias básicas entre las distintas políticas.
[174]
I II III IV
T ip o de p o lític a, Prohibición estricta o “gue- Prohibición flexible o Despenalización flexi- Despenalización es-
denominación y rra a las drogas”. Estrategia “reducción del daño”. ble, “reg ulariz ac ión” o tricta o política de “li-
algunos ejemplos de países como Estados Estrategia holandesa, “legalización regulada”. beralización general”.
históricos Unidos, Rusia y los países suiza y de otros países Política actual en mu- Política dominante en
musulmanes. y ciudades. chos países frente al al- el tabaco hasta hace
cohol o el tabaco, y de pocos años.
algunos países frente a
la marihuana.
Filosofía implícita y - Perfeccionismo moral o - Reducción de los abu- - Protección de la salud - Libre opción y elec-
objetivos protección a la salud im- sos y de los daños aso- pública en el marco de ción.
puesta por el Estado. ciados con el consumo. los derechos humanos. - Protección al máxi-
- El consumo es vicio mo- - Reducción de los da- - Reducción de los daños mo de la libertad in-
ral, o delito, o degradación ños asociados con las en todas las fases de la dividual y restricción
personal. políticas de control en economía de la droga. de la intervención del
- Es necesario erradicar todo relación con el consu- - El consumo es admi- Estado.
consumo de drogas ilícitas, midor. tido en respeto de la - Co nf ian z a e n e l
o al menos reducirlo signifi- autonomía, pero deses- papel regulador del
cativamente. timulado. mercado.
Papel del derecho Máximo, en todas las fases Mínimo en consumo y Mínimo en consumo, Prácticamente elimi-
penal y sancionador de la economía de la droga distribución minorista, distribución y produc- nado, al menos como
(producción, distribución y pero máximo en pro- ción. política diferenciada
consumo). ducción y distribución frente a las sustancias
mayorista. psicoactivas.
5 La tabla 1 fue formulada inicialmente en Uprimny (1998). Fue retomada por la Comisión Asesora para la Política
de Drogas en Colombia (2013). Véanse tipologías semejantes en Bertram et al. (1996) y CICAD (2013).
I II III IV
Uso de otros instru- Mínimos, y siempre al servi- Fuertes y diferenciados Fuertes y diferenciados Papel regulador del
mentos cio de la represión. en consumo, pero mí- en toda la cadena. mercado, por lo cual
nimos en relación con no hay instrumentos
la oferta. específicos.
6 Sobre el origen y expansión, tanto en Estados Unidos como a escala global, de esta perspectiva de “guerra a las
drogas”, véase Bertram (1996).
7 En esta tipología usamos la “reducción del daño” como uno de los modelos globales de respuesta al desafío
de las sustancias psicoactivas. Pero la reducción del daño es entendida igualmente, por ciertos autores, como
una filosofía y unas herramientas específicas de cualquier política frente a las drogas e incluso frente a otros
fenómenos sociales. Sobre el concepto de reducción del daño o “ harm-reduction”, por su conocida expresión en
inglés, véase IHRA (2009).
Una vez descritos esquemáticamente estos modelos regulatorios, surge una pregunta
obvia: ¿cuál es el más apropiado para enfrentar el desafío que plantean a nuestras so-
ciedades los eventuales abusos de drogas? Para responder a ese interrogante, comienzo
con la crítica al prohibicionismo, para luego abordar la alternativa de la regulación o la
legalización regulada.
La crítica al prohibicionismo
Unos pocos datos del mercado de cocaína ilustran ese fracaso: si uno examina los
[176] informes mundiales de drogas de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y
el Delito (UNODC, por sus siglas del inglés The United Nations Office on Drugs and
Crime) —que desde 1997 ha hecho informes todos los años—, las interceptaciones anua-
les mundiales de cocaína pasaron de 291 toneladas en 1990, a 712 en 2008 y 1.436 en
2019, lo cual mostraría un enorme éxito de la represión; sin embargo, en esos mismos
años, la producción potencial de cocaína pasó de 771 toneladas en 1990 a 865 en 2008
y a 1.784 en 2019 (UNODC, 2011 y 2021). Durante esos mismos años, el precio al detal
de un gramo de cocaína en Europa no se ha elevado, sino que incluso en muchos años
se ha reducido. Por ejemplo, pasó de 143 euros en 1990 a 70 en 2008. Todo esto muestra
que, como tendencia, a pesar de que las incautaciones aumentan, el mercado sigue bien
abastecido. Los mercados de heroína y de marihuana han tenido evoluciones semejantes.
homicidios en Colombia en las últimas décadas se explica por el narcotráfico (Mejía &
Restrepo, 2013).
Dada esa evolución, no es de extrañar que la prohibición también haya llenado las
cárceles de personas que no han cometido crímenes violentos ni graves. Son simplemente
consumidores o pequeños traficantes, que representan hoy un porcentaje importante
de las personas privadas de la libertad en nuestros países, como lo mostró un estudio
comparado sobre América Latina, con todos los efectos devastadores que ese encarcela- [177]
miento tiene en la vida de estas personas y sus familias (Chaparro & Pérez, 2017).
Este impacto discriminatorio es tan fuerte que algunos consideran que no es tanto
un efecto no querido de la prohibición, sino uno de sus propósitos, lo cual parece con-
firmado por la historia del surgimiento de la prohibición en Estados Unidos, que tuvo
un claro sentido discriminatorio. Por ejemplo, en 1909 se prohibió en ese país fumar
opio, pero no se criminalizó el consumo de otras formas de opiáceos, como la morfina y
la heroína, que son más riesgosos en términos de salud. Y en ello desempeñó un papel
esencial el racismo por parte de los anglosajones contra la población china —principales
fumadores de opio en esa época—, debido a la competencia creciente que esta minoría
estaba ejerciendo en el mercado de trabajo (Olmo, 1986, p. 9).
A todo ello hay que agregar las gravísimas violaciones de derechos humanos ocurridas en
las campañas antidrogas, como han sido, por solo citar un ejemplo, las miles de ejecuciones
Un ejemplo ilustra esa diferencia: una cirrosis provocada por el consumo excesivo de
alcohol o un cáncer pulmonar causado por el cigarrillo son “problemas primarios”, pues
derivan del abuso de estas sustancias. En cambio, la violencia generada por las mafias
que controlan la producción y la distribución de la cocaína, o la contaminación por VIH
de los consumidores de heroína que comparten jeringas, o la sobrecarga de los sistemas
carcelarios, constituyen “problemas secundarios”, pues derivan de la criminalización de
la producción y el consumo de esas drogas.
Esta distinción es elemental, pero clave, pues muestra que las políticas destinadas
a controlar el consumo de las sustancias psicoactivas pueden ser muy dañinas para la
sociedad y para los propios consumidores. Así, permite analizar mejor los costos y be-
neficios de las distintas estrategias.
Como ya lo señalamos, las características del mercado de las drogas hacen que la
prohibición no pueda eliminar la producción ni el suministro de drogas. Esa estrategia
no logra controlar adecuadamente los problemas primarios asociados con los abusos de
drogas. En cambio, esa prohibición ocasiona problemas secundarios muy graves que ya
señalamos, en la medida en que genera un mercado ilícito controlado por redes crimina-
les, con todas sus graves consecuencias: violencia, corrupción, inestabilidad institucional,
Con la evidencia teórica y empírica disponible, es razonable suponer que las políticas
tipo III de legalización regulada conducirán a una disminución aún mayor de ambos
tipos de problemas; así, es evidente que la legalización regulada de la producción y la dis-
tribución de esas sustancias reduce los problemas secundarios, pues disminuye los costos
de las políticas de control, en la medida en que arranca a las organizaciones criminales
el manejo de estos mercados, con lo cual decrece la violencia y la corrupción asociada
con el narcotráfico. Un ejemplo viejo de ese impacto es la reducción significativa de la
violencia homicida y de la criminalidad organizada con la derogación de la prohibición
del alcohol, que rigió en Estados Unidos entre 1920 y 1933. En esos años, por ejemplo,
la tasa nacional de homicidio prácticamente dobló (de aproximadamente 5 por 100.000
habitantes en 1920 a 10 en 1932), para luego descender drásticamente desde 1933 y
En forma más clara, la legalización regulada permitiría combatir mejor a las organiza-
Esta legalización regulada eliminaría también los rasgos autoritarios del derecho penal
de las drogas. A su vez, la disminución de los costos de la represión permite incrementar
los recursos para las estrategias preventivas, terapéuticas y de intervención comunitaria,
por lo cual es probable que los problemas asociados con el abuso disminuyan, aunque
el consumo general pueda incrementarse levemente. Además, hoy tenemos evidencia
bastante sólida que confirma parcialmente que la legalización no implica incrementos
brutales del consumo a partir de las evaluaciones que se han hecho sobre los impactos de
la experiencia de legalización de la marihuana para uso recreativo en varios Estados de
los Estados Unidos, como Colorado, Washington o California. Aunque las experiencias
son recientes y los datos son tentativos, hay estudios (Dills et al., 2021) que muestran que
la legalización no provocó un incremento significativo de la prevalencia del consumo [181]
de marihuana, que siguió las tendencias previas a la adopción de la medida. Lo mismo
sucedió con el consumo de otras drogas, como cocaína o alcohol, que algunos críticos de
la legalización consideraban que iba a crecer significativamente.
Finalmente, las políticas de liberalización total reducen aún más los problemas secun-
darios, pues ni siquiera es necesario controlar eventuales mercados paralelos, ya que no
habría regulaciones especiales para las sustancias psicoactivas; pero, al carecer de estrategias
preventivas y terapéuticas adecuadas, es probable que los problemas primarios asociados
con el abuso de las drogas puedan aumentar considerablemente. El ejemplo del mercado
libre del tabaco y los estragos sanitarios que ocasionó muestra los riesgos de la liberalización
frente a los problemas primarios.
Figura 1. Problemas primarios y secundarios asociados con las distintas políticas frente a las drogas
II
Problemas
secundarios
III
IV
Problemas primarios
[182] primarios), como los daños derivados de las propias políticas destinadas a controlar di-
chos abusos (problemas secundarios). La idea no es entonces reemplazar la prohibición
por un mercado libre de drogas, que pocos defienden, sino pensar en estrategias de
salud pública que minimicen los daños ocasionados por el abuso de sustancias psicoactivas,
pero que respeten los derechos humanos —tanto de los usuarios de drogas como de la
población en general—, y tomen en cuenta los costos y los efectos perversos de las propias
políticas de control.
Desde esa perspectiva, y con el fin de arrancar a las organizaciones criminales el mo-
nopolio de la distribución, es indispensable admitir la existencia de canales legalizados de
producción y distribución, controlados por el Estado, que tendrían características diversas
según los tipos de drogas. En efecto, la distribución de marihuana —droga casi inocua— no
puede ser la misma de la heroína, droga capaz de producir dependencia física y psíquica,
y con altos riesgos de sobredosis. Primaría, de esa manera, un criterio sanitario en la dis-
tribución y se buscaría que las drogas más peligrosas fueran las de más difícil acceso, para
desestimular así los abusos potenciales.
Como el consumo de las drogas no se considera algo conveniente y que deba ser
estimulado por la sociedad —sino una conducta tolerada—, ese mercado tendría que
ser pasivo; es decir, se despojaría a las redes legales de distribución de toda agresividad
comercial: prohibición de propaganda y publicidad, exclusión de marcas, etc. Como se
La política estatal buscaría un equilibrio entre dos imperativos: ser al mismo tiem-
po flexible —en materia de precios y reglas de distribución— para evitar la extensión
indebida de un mercado paralelo, pero igualmente lo suficientemente severa como para
desestimular los abusos de drogas. Eso no sería siempre fácil, pero poco a poco, en forma
pragmática, se podrían encontrar las mejores soluciones.
Una pregunta surge del anterior examen: ¿qué margen de actuación tiene el Estado
colombiano frente a esas regulaciones internacionales? ¿Podría Colombia adoptar unila-
teralmente una estrategia de legalización regulada? [183]
Hasta hace unos 15 años, la respuesta a las anteriores preguntas era simple: el margen
era mínimo, por dos razones: (a) políticamente, el régimen internacional prohibicionis-
ta no tenía fisuras, pues era apoyado por casi todos los Estados; y (b) la interpretación
dominante de ese régimen, liderada por los Estados Unidos o la Junta Internacional de
Estupefacientes (JIFE), defendía posiciones prohibicionistas a ultranza. El único punto
en que se reconocía algún margen de discrecionalidad a los Estados era en relación con
el consumo, pero incluso en este campo la JIFE llegó a considerar que las estrategias
de “reducción del daño” eran contrarias a los tratados internacionales sobre drogas.8
8 Véase el prefacio del entonces presidente de la JIFE al informe de 2002 en INCB (2002).
9 El ejemplo tal vez más importante es la llamada Comisión Global sobre Política de Drogas (Global Commission
on Drug Policy), que fue creada en 2011, ha sido muy crítica del prohibicionismo y llama a un nuevo enfoque
fundado en salud pública y derechos humanos. Esa Comisión reúne numerosos expresidentes (como Cardoso,
de Brasil; Lagos, de Chile; Gaviria y Santos, de Colombia; Zedillo, de México; Sampaio, de Portugal; Kwasniews-
ki, de Polonia; Dreifuss, de Suiza; Obasanjo, de Nigeria; Uteem, de Mauricio), numerosos antiguos primeros
ministros (como Motlanthe, de Sudáfrica; Clark, de Nueva Zelanda; Clegg, de Reino Unido; Papandreou, de
Grecia, o Gallup, de Australia) o varios exfuncionarios internacionales de altísimo nivel (como Kofi Annan,
momento lo hizo Santos en Colombia o Mujica en Uruguay. Pero, además, esas críticas
se han acompañado de decisiones políticas que erosionan el consenso prohibicionista,
como la aprobación de la legalización de la producción de marihuana para consumo
interno recreativo en Uruguay, Canadá o en varios Estados de los Estados Unidos.
Por el contrario, las obligaciones internacionales de los Estados frente a las drogas
derivan de tratados que, si bien fueron realizados en el marco de las Naciones Unidas,
no son obligaciones que deriven de la Carta de las Naciones Unidas. Por consiguiente,
[184] los Estados pueden invocar sus obligaciones en derechos humanos, como frente a la sa-
lud de sus habitantes, para apartarse de los mandatos prohibicionistas (Uprimny, 2015;
Van Kempen & Fedorova, 2018).
El régimen internacional de las drogas debe ser entendido e interpretado de forma que
sea compatible con las obligaciones internacionales en derechos humanos. Esto significa
que además de la flexibilidad interna que tienen las convenciones de drogas, que otorgan
cierta autonomía a los Estados, existe una suerte de “flexibilidad externa”, que deriva del
hecho de que las obligaciones de los Estados frente a las drogas deben ser interpretadas en
una forma que sea compatible con las obligaciones internacionales en derechos humanos,
y no viceversa. Todo esto otorga a los convenios de drogas más flexibilidad de lo que su-
gieren las interpretaciones aisladas y guerreras de estos que predominaron en el pasado.
Esto muestra que hoy Colombia cuenta con un mayor margen de autonomía frente
al tema de las drogas ilícitas. Esto permitiría, por ejemplo, abandonar estrategias pu-
nitivas en materia de cultivos ilícitos o de consumo; o que Colombia tuviera estrategias
más finas para enfrentar la criminalidad organizada asociada con el narcotráfico, como
centrar los esfuerzos en las organizaciones más violentas y peligrosas. Todo eso parece
antiguo Secretario General de Naciones Unidas, o Louise Arbour, antigua Alta Comisionada de Derechos
Humanos). Incluso participan de esta comisión importantes exfuncionarios de Estados Unidos, como Georges
Shultz, antiguo secretario de Estado, o Paul Volcker, antiguo presidente de la FED. Sobre esta Comisión, se
puede consultar su página web: https://www.globalcommissionondrugs.org/
hoy posible política y jurídicamente. Pero esa autonomía no debe ser exagerada, pues
no solo resultaría imposible jurídica y políticamente que el Estado colombiano legalizara
unilateralmente la producción y distribución de drogas como la cocaína o la heroína,
sino que ciertos analistas, que incluso son muy críticos de la prohibición, cuestionan esas
interpretaciones jurídicas, por cuanto consideran que medidas unilaterales de Estados
El examen precedente ha permitido llegar al menos a seis tesis sobre el problema del
narcotráfico y las drogas en Colombia que, aun a riesgo de repetir cosas ya dichas en este
artículo, conviene sistematizar para lograr la mayor claridad. Primero, el narcotráfico ha
tenido impactos negativos y profundos sobre la violencia, el conflicto armado y la demo-
cracia colombianas. Segundo, por consiguiente, deshacernos del narcotráfico ayudaría
mucho a la consolidación democrática y la paz en Colombia. Tercero, la regulación o le-
galización regulada es la mejor política frente a las sustancias psicoactivas, por lo cual el
prohibicionismo debe ser criticado, combatido y superado. Cuarto, esa legalización sería [185]
además muy beneficiosa para Colombia y América Latina, pues acabaría con el narcotrá-
fico, ya que eliminaría ese mercado de drogas ilícitas. Quinto, el consenso prohibicionista
internacional está debilitado, lo cual incrementa el margen de autonomía de Colombia para
criticar el prohibicionismo y desarrollar políticas que se acerquen a formas de regulación,
al menos en relación con la coca o la marihuana. Sin embargo, sexto, el prohibicionismo
subsiste como régimen internacional y es apoyado por Estados muy poderosos, sin que sea
previsible en el corto plazo que exista alguna posibilidad de avances hacia la legalización
de la cocaína o la heroína, que son las sustancias mayormente traficadas por las mafias en
Colombia y en América Latina.
Estas seis tesis podrían ser asumidas como las premisas empíricas de una política de
Estado colombiana frente a las drogas y al narcotráfico, que debería fundamentarse en
dos componentes aparentemente contradictorios, pero indispensables y complementarios:
debe buscar tanto (a) “alternativas a la prohibición” como (b) “alternativas en el marco
de la prohibición”. Desarrollo brevemente estos pilares.
Alternativas a la prohibición
Esta política internacional puede tener varias dimensiones: (a) debería implementarse
la propuesta, incluida en el Acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC), de que Colombia lidere una gran conferencia internacional que redis-
cuta el tema, con el fin de mostrar la necesidad de superar la prohibición. (b) Colombia
debería abandonar, a escala internacional, cualquier discurso que legitime la prohibición,
señalando que la respeta por necesidad, pero no por convicción; esto es, por respeto al
derecho internacional y por cuanto no puede modificarla unilateralmente. (c) Colombia
debería apoyar las medidas que otros Estados adopten en la perspectiva de la regulación,
como los mercados regulados para marihuana recreativa, o un mercado legal para la hoja
de coca que vaya más allá de la protección ya existente a los consumos tradicionales de
los pueblos indígenas. (d) Para evitar que esas experiencias reguladoras, que desconocen
el régimen internacional de drogas, impliquen una erosión del derecho internacional,
Colombia debería no solo apoyar la tesis de la prevalencia de las obligaciones interna-
cionales de derechos humanos, que algunos hemos defendido, sino, además, avanzar en
algunas vías jurídicas complementarias, como las planteadas por Walsh y Jelsma.
[186] Según su propuesta, los países críticos de la prohibición deberían presentar reservas
a los tratados existentes o desarrollar acuerdos entre ellos para reformar parcialmente
esos tratados, con efectos únicamente para esos Estados, que es lo que llaman “trata-
dos inter se”, un procedimiento previsto por el artículo 41 de la Convención de Viena
sobre tratados (Walsh & Jelsma, 2019). Por ejemplo, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia
podrían adoptar un tratado para un mercado legal regional de hoja de coca para usos
distintos a la fabricación de cocaína y con acuerdos con otros países para la exportación
de esos productos.
Tengo claro que ambas políticas pueden suscitar fuertes oposiciones internas y que
desconocen los actuales tratados de drogas. Pero creo que un debate democrático ilustrado
puede vencer esas resistencias, y esas innovaciones serían aceptadas por la comunidad
internacional, en especial debido a la experiencia de mercados legales de marihuana en
Estados Unidos. Y vale la pena proponer esos cambios, que serían avances significativos
en una perspectiva de regularización y superación progresivas de la prohibición.
Esta posición puede parecer cínica, pues acata una política que critica por perjudicial
e injusta; pero en realidad es una estrategia fundada en un pragmatismo con cierta
dimensión trágica: nos vemos forzados a aceptar, al menos temporalmente, ese régimen
prohibicionista, por cuanto no lo podemos cambiar unilateralmente, pero evitamos hacer
de esa necesidad una virtud. Y por ello buscamos las mejores estrategias en ese marco,
teniendo claro que el propósito no es obligatoriamente reducir el tamaño del mercado
ilícito de drogas, como lo pretende la prohibición, sino que el objetivo es minimizar
los daños del abuso de drogas, pero también los daños que ocasiona la prohibición y la
presencia de ese mercado ilícito.
violatorios de los derechos de los usuarios (Comisión Asesora para la política de Drogas
en Colombia, 2013; Uprimny et al., 2014).
Las políticas frente a los cultivos ilícitos deberían enfatizar, como lo establece el
Acuerdo de paz, el desarrollo alternativo y la erradicación voluntaria frente a aquellas
estrategias de erradicación forzada. En particular, debe abandonarse la fumigación, que
tiene graves efectos ambientales y sobre la salud, afecta la legitimidad local de las ins-
tituciones y no es eficaz para la reducción de esos cultivos en el mediano y largo plazo.
Por el contrario, las estrategias de sustitución, cuando son apoyadas por la creación de
bienes públicos rurales, como infraestructura vial para la comercialización de los produc-
tos alternativos, han mostrado resultados más sostenibles en el tiempo en la reducción
de los cultivos ilícitos en un determinado territorio, pues reducen las vulnerabilidades
locales que facilitan el desarrollo de esas actividades ilegales. Además, a diferencia de la
erradicación forzada, que criminaliza a los cultivadores, estas estrategias de sustitución
han mejorado la vida de los pobladores y no han tenido los efectos negativos, en refe-
rencia a la violencia y pérdida de legitimidad institucional local, de las erradicaciones
forzadas (Bermúdez & Garzón, 2020).
Este pragmatismo trágico también debe orientar la lucha contra el tráfico y contra
el crimen organizado. Colombia debe tener políticas frente a los desafíos de esta crimi-
nalidad organizada, pues las mafias del narcotráfico son altamente desestabilizadoras
de nuestras precarias democracias. Por consiguiente, el Estado colombiano debe seguir
fortaleciendo su capacidad para investigar policialmente y sancionar judicialmente a
las organizaciones criminales mafiosas asociadas con el narcotráfico. Pero la necesidad
de enfrentar estos desafíos de la criminalidad organizada no nos debe hacer olvidar la
crítica radical al prohibicionismo, pues la posible desarticulación de esas organizaciones
no logrará reducir globalmente la magnitud de la economía ilícita de las drogas, debi-
do al efecto globo que señalamos anteriormente. Otras organizaciones surgirán en su
reemplazo. A lo sumo, lograremos “exportar” el problema de las mafias de las drogas
a nuestros vecinos.
La idea no es entonces que Colombia combata a las mafias del narcotráfico para
“salvar” al mundo de las drogas, pues la prohibición no logra ese propósito. El foco
debe estar más en reducir el impacto negativo del narcotráfico en violencia, corrupción
y criminalidad, aunque esto no obligatoriamente reduzca la magnitud del narcotráfico,
pues nuestro problema es controlar el impacto antidemocrático de ese mercado ilícito
Este enfoque descarnado permite orientar más lúcidamente las estrategias, tanto frente
al microtráfico como al gran tráfico y a las grandes mafias, para lo cual es pertinente
recordar que no todos los mercados ilícitos de drogas son igualmente violentos. Y por
consiguiente, a veces (no siempre), la mejor estrategia es convivir con un mercado ilícito
de drogas sin pretender eliminarlo o reducir su tamaño, pero desarrollando estrategias
para limitar su violencia y su impacto antidemocrático. Un ejemplo significativo al res-
pecto fue el llamado “milagro de Boston”, liderado por el criminólogo David Kennedy,
en asocio con la policía local, que logró reducir drásticamente los homicidios entre
jóvenes en esa ciudad a mediados de los años noventa (Kennedy et al., 2001). Muchos
de esos homicidios estaban ligados con bandas criminales juveniles, muchas vinculadas
al microtráfico, pero en vez de tratar de acabar el tráfico, la estrategia fue reducir la
violencia de esas organizaciones, por medio de intervenciones en que la policía les hacía
saber a los líderes de esas bandas que el foco de la intervención policial no estaría en
el tráfico como tal, sino en quienes ejercieran violencia homicida. La estrategia no fue [189]
entonces suprimir el mercado ilícito, sino reducir su violencia, y el resultado fue positivo.
No existen fórmulas mágicas para poner en marcha esta estrategia de centrar la lucha
contra el tráfico y las mafias en reducir sus impactos violentos y antidemocráticos, y no
obligatoriamente en limitar el tamaño del narcotráfico, pues estrategias que han funcio-
nado bien en ciertos contextos pueden ser desastrosas en otros. Por ejemplo, con el fin
de evitar que surjan mafias desestabilizadoras como el llamado Cartel de Medellín, que
puso en jaque al Estado, la estrategia colombiana ha sido descabezar a las organizacio-
nes narcotraficantes y ha funcionado para esos propósitos, pues, aunque el narcotráfico
no se ha reducido significativamente, no han surgido organizaciones con el poder de
intimidación de Pablo Escobar. Pero esa misma estrategia tuvo resultados negativos en
México, cuando fue impulsada por el presidente Calderón, pues desestabilizó los arre-
glos locales de poder e incrementó la violencia homicida en ese país (Morales, 2011).
Además, en ciertas ocasiones, la mejor forma de enfrentar ese poder desestabilizador
de las mafias puede ser reducir el mercado ilícito. Sin embargo, la asunción de este
pragmatismo trágico frente a la prohibición propuesta en este texto, combinada con un
enfoque de derechos humanos, debería permitirnos tener la lucidez para enfrentar de
la mejor forma posible el problema del narcotráfico y de las drogas ilícitas en Colombia.
REFERENCIAS
Bermúdez, A., & Garzón, J. (2020). El catálogo de las pequeñas soluciones: Alternativas para sustituir los cultivos
de coca en Colombia. FIP y FESCOL.
Bertram, E., Blachman, M., Sharpe , K., & Andreas, P. (1996). Drug war politics. The politics of denial. Berkeley:
University of California Press.
Cesoni, M. L. (Ed). (1996). Usage des stupefiants: politiques européenes. Georg Editeur.
CICAD. (2013). El problema de las drogas en las Américas. Informe Analítico. OEA.
Comisión Asesora para la política de Drogas en Colombia. (2013). Lineamientos para una política pública frente al
consumo de drogas en Colombia. Ministerio de Justicia. http://www.odc.gov.co/Portals/1/comision_asesora/
docs/comision_asesora_politica_drogas_colombia.pdf
Csete, J., Kamarulzaman, A., Kazatchkine, M., Altice, F., Balicki, M. Buxton, J., Cepeda, J., Comfort, M.,
Goosby, E., Goulão, J., Hart, C., Kerr, T., Madrazo Lajous, A., Lewis, S., Martin, N., Mejía, D., Cama-
cho, A., Mathieson, D., Obot, I. Ogunrombi, A., … Beyrer, C. (2016). Public health and international
drug policy. The Lancet, (387). https://doi.org/10.1016/S0140-6736(16)00619-X
Chaparro, S., & Pérez, C. (2017). Sobredosis carcelaria y política de drogas en América Latina. Dejusticia.
Dills, A., Goffard, S., Miron, J., & Partin, E. (2021). The Effect of State Marijuana. Policy Analysis, (908).
Comisión Histórica del Conf licto y sus víctimas. (2015). Contribución al entendimiento el conflicto armado en
[190]
Colombia. https://indepaz.org.co/wp-content/uploads/2015/02/Version-final-informes-CHCV.pdf
Echandía, C. (2013). Narcotráfico: Génesis de los paramilitares y herencia de bandas criminales. Fundación Ideas
para la Paz.
Greenwald, G. (2009). Drug Decriminalization in Portugal: Lessons for Creating Fair and Successful Drug Policies.
Cato Institute.
Henderson, J. (2012). Víctima de la globalización. La historia de cómo el narcotráfico destruyó la paz en Colombia. Si-
glo del Hombre.
Human Rights Watch (HRW). (2017). License to kill Philippine police killings in Duterte’s “War on Drugs”.
https://www.hrw.org/sites/default/files/report_pdf/philippines0317_web_1.pdf
Hulsman, L. (1987). La política de drogas: fuente de problemas y vehículo de colonización y represión. Nuevo
Foro Penal, (35).
INCB. (2002). Report of the International Narcotics Control Board for 2002. E/INCB/2002/1, United Nations
Publications. http://www.ukcia.org/research/incb2002/#foreword.
IHRA. (2009). What is Harm Reduction? A position statement from the International Harm Reduction Association.
International Harm Reduction Association. https://www.hri.global/files/2010/08/10/Briefing_What_
is_HR_English.pdf
Kaldor, M. (1999). New and old wars: Organized violence in a global era. Polity.
Kennedy, D. Braga A. Piehl, Aet al. (2001). Reducing gun violence. The Boston Gun Project´s Operative Ceasefire.
Washington. NIJ National Institute of Justice. https://www.ojp.gov/pdffiles1/nij/188741.pdf
McVay, D. (2006). The United States and the Netherlands. En J. M. Fisch (Ed.), Drugs and Society. US Public
Policy. Rowman and Littlefield Publishers.
Morales Oyarvide, C. (2011). La guerra contra el narcotráfico en México. Debilidad del Estado, orden
local y fracaso de una estrategia. Aposta. Revista de Ciencias Sociales (50). https://www.redalyc.org/
pdf/4959/495950246005.pdf
Nadelman, E. (1990). Prohibición de la droga en Estados Unidos: costos, consecuencias y alternativas. Economía
Colombiana, (226-227).
Nino, C. S. (1991). ¿Es la tenencia de drogas con fines de consumo personal una de las acciones privadas
de los hombres? En J. Miller, Constitución y derechos humanos. Jurisprudencia nacional e internacional y
técnicas para su interpretación. Astrea.
Sander, G. (2018). The death penalty for drug offences: Global overview 2017. Harm Reduction International.
https://www.hri.global/death-penalty-drug-offences-2017
Thoumi, F. (2003). Illegal drugs, economy, and society in the Andes. Johns Hopkins University Press.
Reuter, P. (2009). Systemic violence in drug markets. Crime Law and Social Change, 52.
Uprimny, R. (1995). Ética, droga y derecho: una contribución al debate sobre la despenalización. Revista
Colombiana de Psicología, (4). https://revistas.unal.edu.co/index.php/psicologia/article/view/15931/16750
Uprimny, R. (1998). ¿Qué hacer con las drogas? Políticas vigentes y alternativas emergentes. En M. Hopen-
hayn (Comp.), La grieta de las drogas. CEPAL.
Uprimny, R. (2002). El desfase entre los que saben y los que hacen: ref lexiones sobre el marco jurídico y
cultural de la política contra las drogas en Colombia. En D. Shreck & E. Milanese (Eds.), Seminario de
expertos farmacodependencia y política de drogas. Freiburg, Caritas.
Uprimny, R., Guzmán, D., Parra, J., & Bernal, C. (2014). Política de drogas frente al consumo en Colombia:
análisis desde una perspectiva de derechos humanos. En C. Pérez (Ed.), Consumo, consumidores de drogas
y las respuestas estatales en América Latina. Fontanamara.
Uprimny, R. (2015). Marco jurídico para un política sobre drogas o sustancias sicoactivas. En Documentos
Técnicos Comisión Asesora de Política de Drogas en Colombia. Ministerio de Justicia. http://www.odc.gov.
co/Portals/1/comision_asesora/docs/documentos_tecnicos_comision_asesora.pdf
Uprimny, R., Guzmán, D., & Parra, J. (2012a). Diálogos de paz y drogas: posibilidades en medio y más allá
del prohibicionismo. Revista Foro (78).
Uprimny, R., Guzmán, D., & Parra, J. (2012b). La adicción punitiva. La desproporción de leyes de drogas en Amé-
rica Latina. Dejusticia.
Uprimny, R., & Guzmán, D. (2016). Seeking alternatives to repression: drug policies and the rule of law in
Colombia. En B. Caiuby Labate, C. Cavnar, & T. Rodrigues (Eds.), Drug policies and the politics of drugs
in the Americas. Springer.
Uprimny, R., Chaparro, S., & Cruz, L. F. (2017). Delitos de drogas y sobredosis carcelaria en Colombia. Dejusticia.
Van Kempen, P. H., & Fedorova, M. (2018). Regulated legalization of cannabis through positive human rights
obligations and inter se treaty modification. International Community Law Review, (20). https://www.
researchgate.net/publication/328522192_Regulated_Legalization_of_Cannabis_through_Positive_Hu-
man_Rights_Obligations_and_Inter_se_Treaty_Modification
Walsh, J., & Jelsma, M. (2019). Regulating drugs: Resolving conf licts with the UN drug control treaty system.
Journal of Illicit Economies and Development, 1(3). https://jied.lse.ac.uk/articles/10.31389/jied.23/
Wilson, J. Q. (1998). Against the legalization of Drugs. En J. A. Schaler (Ed.), Drugs. Should we legalize, decri-
minalize or deregulate? Prometheus Book.
[192]
RESUMEN
Este artículo analiza la trayectoria histórica de la región del Ariari hacia los cultivos de coca. Estudia el
proceso histórico comprendido entre 1950 y 1990, a lo largo del cual una frontera abierta se convirtió en
un epicentro agroindustrial rodeado por cultivos ilícitos de coca. El texto muestra cómo una dinámica
transnacional como la Revolución Verde conf luyó con una economía y una cultura agrícola de frontera,
para producir un proceso acelerado de modernización agrícola desigual y violenta. La coca mestiza y
colona fue un resultado inesperado de esta transformación social.
R I C E A N D CO C A: A N U N E Q UA L A N D V I O L E N T AG R I C U LT U R A L M O D E R N I Z AT I O N , [193]
A R I A R I , CO LO M B I A , 1950 -1990
A B S T R AC T
This article analyzes the historical trajectory of the Ariari region towards coca cultivation. It studies the
historical process between 1950 and 1990, through which an open frontier became an agro-industrial
epicenter surrounded by illicit coca crops. The text shows how transnational dynamics like the Green
Revolution met with a frontier economy and culture to generate an accelerated process of agricultural
modernization. Mestizo and colonist coca was an unexpected result of this social transformation.
INTRODUCCIÓN
No hay duda de que las tecnologías de la Revolución Verde no son neutrales con respecto al
tamaño de las explotaciones. Los grandes propietarios adoptaron estas tecnologías primero,
en mayor proporción y se beneficiaron más de ellas. [Estas tecnologías] han exacerbado el
proceso de diferenciación social en las zonas rurales. (Fedearroz, 1992a, p. 43)
El presente artículo analiza la trayectoria histórica de la región del Ariari hacia los
cultivos de coca. Estudia el proceso histórico comprendido entre 1950 y 1990, mediante
el cual una frontera abierta se convirtió en un epicentro agroindustrial rodeado por
cultivos ilícitos de coca. El texto muestra cómo una dinámica transnacional como la Re-
volución Verde confluyó con una economía y una cultura de frontera, para producir un
proceso acelerado de modernización agrícola. La coca mestiza y colona fue un resultado
inesperado de esta transformación social.
Las posibilidades de justicia social para el campo se vieron aún más restringidas
con la implementación de agresivas políticas neoliberales durante el decenio de 1990.
El texto analiza el impacto del “giro neoliberal” en la expansión de los cultivos de coca.
Muestra también cómo la apertura de la economía hundió la industria del arroz —el
A partir del decenio de 1950, los habitantes del interior emigraron al Ariari; especial-
mente, los pequeños productores y los aparceros provenientes del vecino departamento
del Tolima (Incora, 1974). Allí, en el Tolima, los extensos distritos de riego construidos
en la década de 1950 impulsaron la modernización de la agricultura hasta el punto de
transformar este departamento en el centro de la industria arrocera colombiana en los
decenios de 1940 y 1950 (Leurquin, 1967; Lozano, 1959); sin embargo, las exigencias
de usar métodos modernos de agricultura amenazaron a los aparceros y a los pequeños
agricultores (Leurquin, 1967). Estos factores hicieron que el estrato más bajo de los
cultivadores de arroz del Tolima emigrara en los años cincuenta del siglo XX al Ariari,
una región más pacífica, con tierras abundantes y más baratas.
En la frontera del Ariari, el cultivo de arroz mecanizado e irrigado exigía unos costos
de producción tan elevados que este tipo de agricultura fue una excepción y una rareza
hasta la década de 1980. El método de cultivo predominante era aquel conocido como
arroz secano manual, o a chuzos (Fedearroz, 1958b). Durante los meses secos, los colonos
quemaban los árboles y las malas hierbas. Durante la temporada de lluvias, preparaban
la tierra para las actividades de siembra. Esta se hacía a mano, con la ayuda de palos,
o chuzos. Cuadrillas de picadores abrían surcos en el suelo y procedían a depositar las
semillas en cada hueco. Al final de la temporada de lluvias, los regadores cosechaban el
arroz descorchando manualmente las espigas y guardando los granos en latas de grasa
animal. Se les pagaba a los trabajadores según el número de latas suministradas; cada
una tenía capacidad para almacenar hasta una arroba. Una parte de la cosecha se molía
a mano para el consumo familiar, y el excedente se vendía en el molino más cercano,
para luego ser transportado a los mercados en Bogotá (Fedearroz, 1958b). Esta forma
artesanal de producción de arroz era socialmente relevante, ya que representaba una
fuente tanto de nutrientes como de dinero en efectivo para los hogares de los colonos.
Las publicaciones de la Revista Arroz permiten entrever esta transición hacia la meca-
nización de la agricultura. En 1982, el joven ingeniero industrial Luis Ernesto Villalba
se trasladó de la ciudad a una finca en el departamento de Meta, que había heredado
de su padre (Fedearroz, 1989a). Su progenitor había logrado criarlos modestamente a
él y a sus hermanos dedicándose a la producción ganadera; sin embargo, Luis Ernesto
consideraba que tenía la educación universitaria necesaria para hacer de la tierra una
empresa más rentable. Por ello, decidió invertir en métodos modernos de cultivos de
arroz. “Si hubiera empezado a cultivar arroz secano, habría seguido siendo un secanero
toda mi vida. En cambio, decidí construir un distrito de riego y utilizar las semillas más
tecnificadas”, afirmó Luis Ernesto (Fedearroz, 1989a, p. 22). Como tenía la gran ventaja
de poseer un título legal de la tierra, rápidamente obtuvo un préstamo bancario. Com-
pró una retroexcavadora para construir un dique de riego que conectara los campos
con el río. En seis meses, Luis Ernesto instaló un canal de 7 millas, el cual podía regar
unas 1.000 ha de arroz. No recibió ninguna ayuda del gobierno, pues los trámites para
solicitar una línea de crédito oficial eran tan complicados, que habría tardado años en
conseguir su aprobación (Fedearroz, 1989a). Así, Luis Ernesto representaba una nueva
En 1990, Fedearroz publicó el primer Censo Nacional del Arroz, el cual reveló la
magnitud de la transformación: el arroz secano había desaparecido por completo del
departamento de Meta. En ese momento, la superficie cultivada de arroz en el Meta se
estimaba en 75.985 ha, de las cuales el 55 % correspondía a arroz mecanizado, y el 45 %,
a arroz irrigado (Fedearroz, 1990). El Ministerio de Agricultura de Colombia confirmó
el aumento significativo de la producción de arroz en Meta: en 1984, la producción de
arroz irrigado alcanzó 164.800 toneladas, y luego se disparó a 230.800 en 1990. El arroz
mecanizado siguió la misma tendencia al alza, como se ve en la figura 1.
250.000
200.000
Toneladas métricas
150.000
[198]
100.000
50.000
0
1984 1986 1988 1990
Arroz irrigado 164.680 146.100 222.000 230.800
Arroz mecanizado 111.800 119.300 204.700 231.900
Fuente: elaboración propia con base en Ministerio de Agricultura (1985, 1990, 1992).
En tan solo una década se produjo una fuerte concentración de la tierra. Para 1984,
el coeficiente Gini en el departamento de Meta ascendía a 0,88 (Instituto Geográfico
Agustín Codazzi, 2012). En poco menos de 50 años, la región pasó de ser una frontera
agrícola abierta, con arreglos de tenencia de la tierra más equitativos que el resto de la
Colombia rural, a tener una de las distribuciones de la tierra más desiguales del país.
En 1990, Colombia tuvo los índices latinoamericanos más altos de productividad del
arroz —esto es, 4,7 toneladas/ha—, en comparación con el promedio de América Latina
—de 2,3 toneladas/ha— (Fedearroz, 1990). Dentro del país, los departamentos con ma-
yores índices de productividad eran los pertenecientes al cinturón arrocero tradicional:
Huila (6,9 toneladas/ha) y Tolima (6,8 toneladas/ha), seguidos por Cundinamarca (6,7
toneladas/ha) y Meta (5,4 toneladas/ha) (Fedearroz, 1990).
*Incluye algodón, arroz irrigado, banano para exportación, cacao, palma africana, ajonjolí, sorgo y soya.
Fuente: Sarmiento y Moreno (1990) con base en datos del Ministerio de Agricultura.
Sin embargo, este “milagro” económico también fue posible gracias a la aparición de
los empresarios de la droga. A partir de la década de 1980, los narcotraficantes acumu-
laron vastas extensiones de tierra para el lavado de dinero (Berry, 1995). Abel Zabala
(1999), un agudo observador local, constató que los ingresos del narcotráfico fluían
hacia el sector rural, para ser invertidos en la agricultura y en la ganadería. Los jefes
mafiosos blanqueaban dinero en los sectores del arroz, el maíz y la soya; especialmente,
en las tierras más fértiles situadas a orillas del río Ariari. Los pequeños agricultores se
veían obligados a vender a un precio exiguo sus tierras, o a abandonarlas (Zabala, 1999).
El economista Jesús Bejarano (1988) afirmó que las inversiones de los narcotraficantes
[201]
En 1988, la Misión de Estudios del Sector Agropecuario (MESA, 1990) estimó que entre
el 8 % y el 23 % del dinero del narcotráfico que ingresaba a Colombia había sido invertido
en tierras agrícolas. El informe indicaba que los narcotraficantes eran propietarios de
cerca de un millón de hectáreas de tierra en el país, lo que representaba alrededor del
2,8 % de la superficie total (MESA, 1990). Los economistas Libardo Sarmiento y Carlos
Moreno (1990) indicaron que los dineros ilícitos invertidos en los sectores agrícolas se
concentraban principalmente en Meta, Casanare, el Magdalena Medio, el Urabá antio-
queño y la Costa del Caribe (Sarmiento & Moreno, 1990). El narcotráfico actuaba como
catalizador del proceso de modernización agrícola en esas fronteras agrícolas.
y entrenó unidades paramilitares en sus extensas fincas de San Martín, las cuales pro-
tegían a los grandes terratenientes de los secuestros y las extorsiones realizados por las
FARC-EP (Sobrevivientes del Comité Cívico por los Derechos Humanos del Meta, 1997).
A partir de la década de 1980, los paramilitares evolucionaron hacia “una combinación
de anticomunismo arraigado con intereses creados en el narcotráfico” (Gómez-Suárez,
2015). Así, en las subregiones del alto y el medio Ariari, la modernización agrícola es-
tuvo lejos de ser impulsada exclusivamente por la innovación científica y la solidez de
las instituciones del gremio arrocero: más bien, fue catalizada por los empresarios de la
cocaína, mediante el ejercicio brutal de la violencia.
Durante el Frente Nacional, los gobiernos diferenciaron el trato hacia los colonos del
Ariari según su filiación partidista. En 1964, en el marco de la reforma agraria promo-
vida por la Alianza para el Progreso, el presidente Guillermo León Valencia inauguró
un proyecto de desarrollo agrícola en las colonias liberales y conservadoras situadas en
el alto y el medio Ariari; sin embargo, ese mismo año lanzó una campaña contrainsur-
gente, también financiada por Estados Unidos, y conocida como Operación de Seguridad
Latinoamericana, en los asentamientos comunistas del bajo Ariari.
Durante las décadas de 1960 y 1970, Medellín del Ariari y los pueblos aledaños a la
serranía de La Macarena fueron considerados zona roja. Sus habitantes fueron prime- [203]
ro vistos como simpatizantes comunistas, y posteriormente, como colaboradores de las
FARC-EP. Este estigma los marginó significativamente de la inversión pública, razón por
la cual el Sindicato Agrario del Meta tuvo que suplir la falta de ayuda gubernamental.
Ruby Castaño, una líder del sindicato, recordó en una entrevista que
[…] nadie se atrevía a venir a Medellín del Ariari. No había inversión del gobierno. Muchos
campesinos murieron por fiebres, paludismo, accidentes de trabajo y mordeduras de ser-
piente debido a la distancia de los centros de salud y a los ríos intransitables. El abandono
estatal y la pobreza prevalecían. (International Peace Observatory [IPO], 2012, p. 4)
Mientras tanto, los dirigentes del Frente Nacional en Bogotá recompensaban a sus
clientelas gastando recursos oficiales exclusivamente en los bastiones liberales y con-
servadores del Ariari. Por ejemplo, en 1973, el gobierno de Pastrana Borrero pretendió
reconciliar a los pueblos rojos y azules construyendo un puente llamado “Puente de la
Amistad” sobre el río Ariari (Sintragrim, 2009). Este río había servido durante y después
de La Violencia como frontera divisoria entre el asentamiento liberal de El Castillo y la
colonia conservadora de Cubarral. Pero como todas estas poblaciones eran relativamen-
te cercanas, los comunistas de Medellín del Ariari se beneficiaron indirectamente del
acercamiento entre liberales y conservadores, y utilizaban el puente para transportar sus
mercancías, como todos los demás (Sintragrim, 2009). De esta manera, las comunidades
de izquierda lograron sortear pragmáticamente la narrativa discriminatoria impulsada
desde el ámbito nacional.
La disolución del Frente Nacional permitió un mayor margen de maniobra para las
organizaciones no afiliadas a los dos partidos tradicionales. En 1979, el Ministerio de
Obras Públicas, finalmente, reconoció el estatus legal de Sintragrim, creado a mediados
de los años cincuenta del siglo XX (Sintragrim, 2009). A partir de entonces, la organi-
zación pudo expandir su influencia a otros asentamientos ubicados en los alrededores
de la serranía de La Macarena, como Uribe, Vistahermosa y Mesetas; además, logró
aumentar el número de sus afiliados a 2.500 miembros (Sintragrim, 2009). Para sus lí-
deres, el sindicato constituía “un proceso de resistencia campesina que durante muchos
[204] años ofreció una alternativa de vida y acceso a la tierra” (Sintragrim, 2009, p. 172). Estas
organizaciones de base jugaron un papel informal —pero decisivo— en la regulación
de la vida cotidiana.
o a Bogotá (Molano, 1989); sin embargo, los colonos pronto descubrieron los secretos
del cultivo de la coca. Sus semillas se extendieron hacia el norte, a lo largo de los ríos,
desde La Libertad hasta San José del Guaviare, y desde allí, hasta Puerto Rico, en el
sur de Meta, y luego, hasta la serranía de La Macarena (Molano, 1989). Así, se abrieron
pequeñas parcelas de coca en zonas aisladas dentro del parque protegido.
La coca representó una forma de resiliencia para los colonos. Para Molano, “parecía
como si todos los sufrimientos, las privaciones y la explotación a los que habían sido so-
metidos los colonos se hubieran vengado de repente. ¡Y qué venganza!” (Molano, 1989,
p. 301). La noticia del cultivo ilegal pronto atrajo a más personas, quienes inundaron
la periferia para cultivar y procesar las hojas. Llegó una gran variedad de gente que
ofrecía todo tipo de bienes y servicios: vendedores de insumos químicos, comerciantes,
prostitutas, vendedores ambulantes y recolectores estacionales de hoja de coca. Todos
ellos fueron atraídos a esta reserva natural, ahora transformada en un importante punto
de producción y venta de droga para el mercado global. Los negocios legales, incluyendo
hoteles, restaurantes y tiendas, florecieron de la mano de la coca (Zabala, 1999).
producción de coca a pequeña escala. Según Óscar Arcila (1989, p. 175), “se notificó a los
colonos que, por cada hectárea cultivada en coca, debían sembrar otra en yuca, plátano y
maíz”; además, “un llamado Jueves Agrario inculcaba que todos debían dedicar ese día de
la semana a actividades agrícolas diferentes al cultivo de coca” (Arcila, 1989, p. 175). Con
ello, la guerrilla de las FARC-EP buscaban preservar el origen campesino de los nuevos
cocaleros. Esta era una tarea sumamente difícil, dado que sus ingresos como organización
rebelde dependían cada vez más de los impuestos recaudados de la economía cocalera.
Luis Alberto Morantes, alias Jacobo Arenas, era consciente del reto que suponía la
producción capitalista de la droga. El cuadro comunista había desempeñado un papel
esencial en la creación de Medellín del Ariari, a finales de la década de 1950, y se había
convertido en el ideólogo de la guerrilla a finales de la década de 1980. Jacobo Arenas
expresó este reto en una entrevista a la prensa:
Yo soy un revolucionario, no tengo nada qué ver con el capitalismo, peleo contra el capitalismo.
Lo que pasa es que como vivo en el capitalismo, lucho en el capitalismo; y como se necesita
capital para hacer la revolución, pues, entonces, lo hacemos. Pero cuando triunfe la revolución
paramos ahí el proceso y creamos un nuevo modo de producción, una nueva concepción de
la vida donde se suprima la explotación de unos hombres por otros. (Semana, 1987)
Lo que nosotros hacemos con los cultivadores es decirles: compañeros, no les vamos a pro-
hibir que siembren porque eso es una cosa que se hizo general, y además no somos gobierno
para prohibir; cultívenla, pero compren ganado, monten sus fincas, higienicen sus casas,
eduquen a sus muchachos, porque de pronto esto de la coca se va a terminar. Y la gente está
haciendo exactamente eso, simpatiza con esa orientación y no solamente simpatiza sino que
tiene que aceptarla”. (Semana, 1987)
Pese a ello, Colombia siguió siendo, en su mayor parte, un país procesador de cocaína
durante la década de 1980. Se estima que entre el 83 % y el 93 % de la pasta de coca se
seguía importando de Perú y Bolivia, como se muestra en la tabla 2.
presentes en los actuales conflictos sociales”, rezaba el acuerdo (citado en Romero, 2011,
p. 415). El acuerdo de paz también se comprometió a introducir reformas adicionales
en el Congreso para garantizar la seguridad de los líderes de la oposición (Romero,
2011, p. 413-416). A los combatientes de la guerrilla se les concederían garantías para
organizarse política y económicamente, aunque no se especificaron los detalles sobre
la desmovilización completa de la guerrilla; además, el acuerdo de paz se comprometía
a promulgar elecciones populares de gobernadores y alcaldes, que hasta entonces eran
nombrados por el gobierno central. De este modo, los Acuerdos de Uribe parecían abrir
oportunidades democráticas, luego del excluyente Frente Nacional bipartidista. Ofrecía
la oportunidad de llevar a cabo reformas sencillas, pero cruciales, para resolver de una
vez por todas el conflicto armado de tres décadas, que hasta entonces asolaba princi-
palmente la periferia del país.
[208] Este partido volvió a agitar las banderas del “problema campesino”. Su platafor-
ma de campaña abogaba por una reforma agraria que expropiara los latifundios y los
redistribuyera sin costo alguno entre los campesinos sin tierra (citado en Romero, 2011,
p. 418). Su política agraria proponía la construcción de infraestructura vial y la concesión
de créditos agrícolas a largo plazo y a bajo interés, así como la introducción de técnicas agrí-
colas modernizadoras (citado en Romero, 2011, p. 418). Así pues, las reivindicaciones de
la UP en materia de reforma agraria se daban dos décadas luego del impulso reformista
de la Alianza para el Progreso y del Programa Agrario Revolucionario de las FARC-EP.
En el Ariari, los miembros de las ligas agrarias recibieron con los brazos abiertos a
la UP. “El pueblo organizado en el Sindicato de Trabajadores Agrícolas Independientes
del Meta y en el Partido Comunista, le apostó incondicionalmente a este proceso, colo-
cándole los mejores cuadros políticos y sindicales a esta batalla de ideas políticas”, dictan
las memorias del Sindicato de Trabajadores Agrícola Independiente de Medellín del
Ariari (Sintragrim, 2009, p. 173). Los militantes sindicales se movilizaron masivamente
para apoyar el nuevo partido: “Se esperaba y se creía que los cambios se iban a dar. Las
movilizaciones que se hacían lo demostraban; ríos de gente se movían en los caseríos,
inundados de felicidad, entre aplausos y admiración vivía la población”, recuerda uno de
ellos (Sintragrim, 2009, p. 173). La UP también atrajo a algunos liberales y progresistas,
a los independientes, a los estudiantes y a otras organizaciones comunitarias, a tal punto
Sin embargo, la UP suscitó una feroz oposición por parte de la clase política, los mili-
tares y los grandes terratenientes. Al respecto, la directora del sindicato de Medellín del
Ariari afirmó, con amarga indignación: “Como culebras venenosas escondidas entre los
matorrales buscaban como único objetivo acallar las voces de esperanza”, (Sintragrim, [209]
2009, p. 173). La UP llegó a ser vista como una amenaza para el control regional de los
partidos mayoritarios, y como una fuerza que podría renovar la agenda política para
incluir temas como la reforma agraria (Dudley, 2006).
El nuevo partido político apenas si estaba empezando a tomar forma cuando esta-
lló la violencia política contra sus militantes. Una de las primeras víctimas fue Pedro
Nel Jiménez, antiguo miembro del Partido Comunista y abogado de presos políticos,
y quien había sido recientemente elegido congresista de la UP por el departamento de
Meta. El 1 de septiembre de 1986, solo un mes después de asumir el cargo, Jiménez fue
asesinado a tiros delante de su hija, mientras la recogía de la escuela primaria en Villa-
vicencio (Asfaddes, 2000). “Mientras más visibilidad ganaba la UP, más se intensificaba
la violencia”, señaló el académico Andrei Gómez-Suárez (2015, p. 186). La guerra sucia
se dirigió no solo a los políticos, sino también, a los militantes de base. Por ejemplo, en
1986, la señora Ruby Castaño, miembro de Sintragrim, exclamó en una entrevista: “¡Al
sindicato le mataron la junta directiva hasta tres veces!” (IPO, 2012, p. 4). Explicó que
el sindicato tuvo que reemplazar la junta directiva en tres ocasiones, porque todos sus
miembros fueron asesinados (IPO, 2012). Un año más tarde, en 1987, Arnulfo Vargas,
presidente de Sintragrim y concejal de la UP en el municipio de El Castillo, fue asesina-
do cuando regresaba del funeral de otros dirigentes sindicales (IPO, 2012; Sintragrim,
2009). Los directivos de Sintragrim fueron físicamente exterminados, y la organización,
desmantelada.
La paz con las FARC-EP tuvo una vida corta. En abril de 1987, Braulio Herrera e Iván
Márquez, dos líderes guerrilleros amnistiados que se desempeñaban como congresistas
de la UP, regresaron a las filas de la insurgencia aduciendo falta de seguridad (Giraldo,
2001). Estas decisiones significaban que el proceso de paz había terminado. Las fuerzas
rebeldes estaban de nuevo en guerra con el establecimiento colombiano, pero esta vez
contaban con una fuente de financiación rentable: la tributación a la producción de
drogas.
Mientras tanto, las organizaciones campesinas de base siguieron atrapadas entre dos
fuegos. Por citar solo un ejemplo, en 1987 unos 10.000 campesinos del Meta se reunieron
en la Marcha del Iraka para instar al Gobierno nacional a detener la matanza (Sintragrim,
2009); sin embargo, la respuesta a esas apremiantes demandas de derechos humanos fue
el asesinato de Jaime Pardo Leal, candidato presidencial de la UP y militante comunista,
el 11 de octubre de 1987 (Sintragrim, 2009). Años más tarde, el 3 de junio de 1992, María
Mercedes Méndez, alcaldesa de la UP de El Castillo, fue asesinada a tiros, junto con otros
miembros del gabinete cuando regresaba de un batallón militar, donde exigió garantías
de seguridad (Asfaddes, 2000; CNMH, 2015). Estos asesinatos fueron solo algunos entre
cientos de casos. Según las organizaciones de derechos humanos, entre 1986 y 1996, cerca
de 485 representantes y simpatizantes de la UP fueron asesinados en el departamento de
Meta, mientras que 117 fueron desaparecidos (Sobrevivientes del Comité Cívico por los
Derechos Humanos del Meta, 1997). Para Ruby Castaño, líder de Medellín del Ariari,
[210] el mensaje de los militares y los paramilitares era claro: “si ustedes permanecen acá o
participan en la organización, les pasará lo mismo” (IPO, 2012, p. 5).
Todo era desolación: solo se veían perros hambrientos y burros flacos. En casi todas las casas
se leía: “se alquila”, “se vende”, “se permuta”. Las casas estaban vacías y sobre las puertas
habían clavado maderos para afirmar que aquel pueblo se estaba convirtiendo en un pueblo
fantasma. Solo encontré dos cantinas abiertas con un grupo de ancianos jugando billar. No
había un solo joven. No había una mujer. No había niños. No había futuro. (Sobrevivientes,
1997, p. 257)
Horrorizado, Josué Giraldo comprobó que los colonos habían sido desplazados una
vez más. Se mostró desolado al descubrir que las ligas campesinas de la serranía de La
Macarena habían sido diezmadas sin haber siquiera conseguido títulos de propiedad
para sus afiliados (Sobrevivientes, 1997). La líder sindicalista campesina Ruby Castaño
Según Josué Giraldo, líder de la UP, los crímenes contra los militantes de su partido
fueron ordenados en los cuarteles, y luego, ejecutados por los paramilitares (Sobrevi-
vientes, 1997). Los testimonios disponibles sugieren que la mayoría de estos asesinatos
fueron anunciados días antes —incluso, meses antes— de su perpetración; las fuerzas
de seguridad del gobierno bien podrían haber evitado estos crímenes si se hubieran
decidido a hacerlo. A finales de la década de 1980, el proceso de paz con el mayor grupo
guerrillero había fracasado estrepitosamente. Los sectores de ultraderecha más recalci-
trantes —es decir, las élites regionales bipartidistas, los narcotraficantes y los oficiales
militares— habían conseguido sabotear el acuerdo de paz junto con cualquier posibilidad
de democratizar el campo.
En marzo de 1996, Josué Giraldo escribió: “He aceptado salir en cuatro ocasiones en
momentos difíciles. Por estas salidas es que aún estoy vivo. Cada vez prolongo un poco
más el tiempo en el que me han de matar” (Sobrevivientes, 1997, p. 293). Lamentó verse
obligado a abandonar las luchas que más le importaban: “Es enajenarle tu libertad a [211]
los verdugos; es endosarle al criminal la condición de un dios que puede decidir sobre
tu vida o tu muerte. No lo acepto. Ceder me parece más terrible que la muerte misma”
(Sobrevivientes, 1997, p. 307). El 13 de octubre de 1996, seis meses después de escribir
estos pensamientos, Josué Giraldo fue asesinado en la puerta de su casa en Villavicencio
(Sobrevivientes, 1997).
La guerra sucia contra los militantes de la UP cerró las posibilidades de atenuar los
efectos sociales de la modernización agrícola. Mientras tanto, las políticas económicas
neoliberales exacerbaron las tensiones rurales, lo cual deterioró las condiciones de vida
del campesinado y creó las condiciones para la propagación masiva de la coca ilícita en
los años noventa del siglo XX.
Usted, más que nadie, conoce el aporte de los arroceros a la paz social de Colombia, no solo
por la participación en el PIB, sino por el empleo que genera y por el número de personas
que en una u otra forma dependen de la actividad. (Fedearroz, 1991a, p. 5)
Los editoriales de la Revista Arroz reflejaban los recelos con respecto a las políticas
neoliberales. En marzo de 1991, un editorial señalaba:
No podemos confiar la seguridad alimentaria de nuestro pueblo a los vaivenes de los mer-
cados mundiales. En arroz, definitivamente la meta tiene que ser el autoabastecimiento.
No podemos olvidarnos de que para todos los colombianos, el arroz es el cereal de mayor
presencia en la mesa diaria y que para nuestros compatriotas de menores ingresos es la
[212] principal fuente de proteínas y calorías. (Fedearroz, 1991b, p. 5)
El Idema llegó a regular el sector del arroz fijando precios mínimos y desarrolló una
red de infraestructura para el almacenamiento del grano en todo el país. Desde los años
cincuenta del siglo XX, el Idema había desempeñado un papel crucial a la hora de garan-
tizar un mercado a los productores de arroz y protegerlos de la caída de los precios; sin
embargo, a principios de la década de 1990, el Idema se hallaba en una situación crítica.
Perdía credibilidad incluso entre algunos altos funcionarios de Fedearroz. Por ejemplo,
El Estado y los consumidores necesitan de un ente regulador de los precios de los productos
del agro, distinto de la mano invisible del Adam Smith. No sólo los precios internacionales
pueden darnos esa pauta. Así los ortodoxos digan lo contrario, hay que insistir en la per-
manencia del Estado como figura reguladora. (Fedearroz, 1992a, p. 17-18)
Así, a principios de los años noventa del siglo XX, el gremio arrocero consideraba
que la regulación estatal no podía delegarse exclusivamente en el sector privado, pues
el arroz era un elemento indispensable en la canasta básica de alimentos. [213]
[214] A medida que transcurría la década de 1990, la Apertura se reflejaba en las páginas
de la Revista Arroz. En ella aparecían cada vez más frecuentemente artículos analizando
la industria arrocera en Asia, en Estados Unidos, en la Comunidad Económica Europea
y en los demás países andinos. La revista dedicaba páginas enteras a comparar los sub-
sidios gubernamentales en otros países, las variedades de semillas, los calendarios de
cosecha, los rendimientos, las producciones y los niveles de consumo. Aunque el mercado
mundial parecía desalentador, la competencia con los países vecinos lucía menos desa-
fiante; o al menos eso pensaban los arroceros durante los primeros años del mandato
de Gaviria. Los productores del cereal vieron una oportunidad rentable en la zona de
libre comercio del Pacto Andino, creado en enero de 1992. Entre los países firmantes del
acuerdo internacional, Colombia era el mayor productor de arroz, con el 50 %, seguida
por: Perú, con el 24 %; Venezuela, con el 12 %; Ecuador, con el 10 %, y Bolivia, con el 4 %
(Fedearroz, 1991d). A excepción de Colombia, todos los demás países andinos dependían
del arroz importado (Fedearroz, 1991d ). La federación confiaba en el hecho de que
Colombia era autosuficiente y producía a menor costo; proponía, entonces, orientar los
excedentes internos hacia los vecinos (Fedearroz, 1992c). A principios de la década de
1990, el sector arrocero colombiano alcanzó a ilusionarse con la posibilidad de aprove-
char su ventaja comparativa y beneficiarse de una zona de libre comercio andina, que
garantizaba unos aranceles elevados para los países no miembros.
Sin embargo, las expectativas chocaron con la realidad. Entre 1991 y 1996, las impor-
taciones de arroz aumentaron a un nivel sin precedentes, según se aprecia en la tabla 3.
Fedearroz acusó a Ecuador y a Venezuela de infringir continuamente el Pacto Andino.
Estos países importaban arroz blanco, también denominado con cáscara, subvencionado
de Estados Unidos y Asia, y con el único objetivo de exportarlo libre de impuestos a
Colombia (Fedearroz, 1995a). Los representantes de la Federación denunciaron: “Esta
actividad de maquila constituye una forma de triangulación de los Estados Unidos a
Colombia” (Fedearroz, 1995a, p. 3). Por ello, se dirigieron al recién elegido gobierno:
1990 66 93 159
Fuente: www.fedearroz.com.co/
500.000
450.000 ▲
▲ ▲
400.000 ▲ ▲
▲
Toneladas métricas
350.000
▲
300.000
250.000
■ ◆ ◆
◆ ◆
200.000 ■ ■ ■ ◆
■
150.000 ■ ■
100.000
50.000
0
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996
Arroz irrigado 230.800 207.000 240.928 252.195 230.315 188.027 161.794
Arroz mecanizado 231.900 191.500 186.199 152.845 184.589 171.900 162.974
Total 462.700 398.500 427.127 405.040 414.904 359.927 324.768
140.000
120.000
80.000
60.000
40.000 ◆
20.000
0
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996
Arroz irrigado 57.400 47.100 52.758 56.483 53.470 41.766 38.970
Arroz mecanizado 57.500 46.800 43.935 37.036 45.355 43.094 40.913
Total 114.900 93.900 96.693 93.519 98.825 84.860 79.883
[217]
En este contexto, Rafael Hernández, director de Fedearroz, pronunció nuevamente
otro discurso en la apertura del Congreso Nacional de Arroceros de 1996. En esa oca-
sión, afirmó que antes de la introducción de las medidas neoliberales el sector arrocero
contaba “con los más altos niveles de tecnología del continente, con excelentes calidades
y con amplias capacidades agroindustriales para procesar el producto. Pasamos de ser
un país exportador de arroz a un país importador de arroz” (Fedearroz, 1996a, p. 5).
Hernández señaló que entre 1992 y 1995 los ingresos reales de los agricultores colom-
bianos se redujeron en el 34 %, lo cual significó que su poder adquisitivo disminuyó en
un tercio (Fedearroz, 1996a). La crisis afectó no solo al gremio arrocero, sino también,
a otros cultivos transitorios, como la soya, el sorgo y el algodón. Como resultado, las
inversiones públicas se estancaron y el desempleo rural se disparó. En dicha cumbre,
el directivo de la federación interpeló con preguntas espinosas a los altos funcionarios
del gobierno presentes en el auditorio: “¿A qué sectores ha beneficiado este modelo
económico? ¿En qué medida este cambio de política ha contribuido al desarrollo del
campo colombiano? ¿Dónde está el crecimiento de la inversión en infraestructura ru-
ral?” (Fedearroz, 1996a, p. 5). En su crítica, declaró: “Nos han engañado y debe haber
un responsable. César Gaviria debe responder por esta catástrofe” (Fedearroz, 1996a,
p. 5). Para Hernández, el sector agrícola había sido el “mayor perdedor” de las políticas
económicas neoliberales. Como resultado, afirmó, la década de 1990 fue “la década
perdida de la agricultura colombiana” (Fedearroz, 1996a, p. 6).
Durante el periodo 1981-1996, los cultivos de coca se multiplicaron casi por 20: pa-
[218] saron de 3.000-4.000 ha en 1981 a 67.200 ha en 1996. Por dramático que parezca este
aumento sostenido en el área sembrada en coca, dichas cifras palidecen en comparación
con aquellas registradas en los otros países andinos. Entre 1981 y 1993, Perú concentró
del 55 %-58 % de la superficie andina ocupada en coca, seguido por Bolivia, con el 25 %,
y Colombia, con el 17 %-20 % (figura 5). Durante la mayor parte del periodo compren-
dido entre 1981 y 1996, las hectáreas de coca en Colombia languidecieron detrás de
Perú y Bolivia. Aunque la producción de hoja de coca colombiana estaba directamente
conectada con el mercado global de las drogas, sus efectos más notorios se restringieron
al ámbito local hasta mediados de la década de 1990.
140.000
120.800
120.000
80.000 Colombia
67.200
53.386 Perú
60.000
38.472
20.000
25.000
0
1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996
Fuente: elaboración propia con base en U.S. International Narcotics Control Strategy Report (1996; 1988; 1987).
El político garabateó una nota indicándole que con ella podría reclamar la instala-
ción de la electricidad en la vereda. “Con eso me llenó de alegría”, comentó doña Ligia.
Una autoridad estatal había reconocido, por fin, sus difíciles condiciones de vida, y ya se
podía hacer algo. “Me dio un papel, y ahí lo tengo, que para que con eso reclamáramos
para que nos pusieran la luz por cuenta de la gobernación. Y sigue siendo sinvergüenza,
porque no puso nada de luz”. Con la nota en mano, María Ligia tocó a las puertas de
todos los despachos en Villavicencio, pero nadie le dio respuesta. Al final de la entrevista,
la colona, de 85 años, contó que uno de sus hijos le había ofrecido que dejara la finca
y se uniera a su familia en el pueblo, donde tendría más comodidades para atenderla
durante los últimos años de su vida.
En poco menos de medio siglo, la frontera abierta del Ariari se transformó en un epi-
centro agroindustrial rodeado por bolsones de coca. Este cultivo ilícito fue el producto
inesperado de un proceso de modernización agrícola profundamente desigual. La guerra
sucia sofocó cualquier intento de hacer un poco menos inequitativa y caótica esta trans-
formación económica. Durante el periodo 1980-1990, una generación de defensores de
A mediados de la década de 1990, Colombia, un país con una historia cocalera rela-
tivamente marginal —en comparación con Perú y Bolivia—, se había convertido en el
mayor productor andino de esta planta para el comercio internacional de drogas. En
regiones como el Ariari, la coca se divorció desde un principio de las tradiciones cocaleras
indígenas. Se formó, entonces, una cultura cocalera mestiza y colona, enraizada en medio
siglo de historia agraria. Tal como la generación de colonos partijeros que llegaron a la
región en la primera mitad del siglo XX, los cocaleros buscaron tierras baratas, dinero
en efectivo y tranquilidad. La represión estatal no eliminó la producción de drogas,
REFERENCIAS
Arcila, O. (1989). Sectores de actividad económica regional. En La Macarena reserva biológica de la humanidad:
territorios de conflicto. Universidad Nacional.
Arenas, J. (1985). Cese al fuego: una historia política de las FARC. La Oveja Negra.
Asfaddes. (2000). Colombia, nunca más: crímenes de lesa humanidad. Proyecto Nunca Más. [221]
Bejarano, J. A. (1988). Efectos de la violencia en la producción agropecuaria. En Misión de estudios del sector
agropecuario. Departamento Nacional de Planeación.
Berry, A. (1995). The contribution of agriculture to growth: Colombia. En J. Mellor (Ed.), Agriculture on the
Road to Industrialization (pp. 263-306). Johns Hopkins University Press.
Chernick, M. (1988). Negotiation and armed conflict: The Colombian peace process (1982-1986). Columbia Univer-
sity, Institute of Latin American and Iberian Studies.
CNMH, (2015). Todo pasó frente a nuestros ojos. El genocidio de la Unión Patriótica 1984-2000. Centro Nacional
de Memoria Histórica.
Cook, T. (2011).The financial arm of the Farc: A threat finance perspective. Journal of Strategic Security, 4(1),
19-36.
Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). (1961). Censo Nacional Agropecuario. DANE.
Dudley, S. (2006). Walking ghosts: Murder and guerrilla politics in Colombia. Routledge Taylor & Francis.
Franco, S. (2010). Lineamientos de un programa de ordenamiento de la propiedad rural en la zona rural de la Maca-
rena. http://ccai-colombia.org/files/primarydocs/1010 OrdenamientoLaMacarena.pdf
Gómez-Suárez, A. (2015). Genocide, geopolitics and transnational networks: Contextualizing the destruction of the
Unión Patriótica in Colombia. Routledge.
Gómez, H. J. (1988). La economía ilegal en Colombia: tamaño, evolución y características e impacto econó-
mico. Revista Coyuntura Económica, 18(3), 93-113.
Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (INCORA). (1974). La colonización en Colombia: una evaluación
del proceso. Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas.
Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC). (2012). Atlas de la distribución de la propiedad rural en Colombia.
Imprenta Nacional.
International Peace Observatory (IPO). (2012). Estamos recuperando la herencia histórica del sindicato.
Pa’lante 12, 3-9.
Leurquin, P. (1967). Rice in Colombia: A case study in agricultural development. Food Research Institute, Stan-
ford University.
Ministerio de Agricultura. (1985). Anuario: estadísticas del sector agropecuario. Ministerio de Agricultura.
Ministerio de Agricultura. (1990). Anuario: estadísticas del sector agropecuario. Ministerio de Agricultura.
Ministerio de Agricultura. (1992). Anuario: estadísticas del sector agropecuario. Ministerio de Agricultura.
Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural. (2000). Anuario Estadístico del Sector Agropecuario 1999-2000.
Ministerio de Agricultura-DPS.
Misión de Estudios del Sector Agropecuario (MESA). (1990). El desarrollo agropecuario en Colombia: Informe
final. DNP, Ministerio de Agricultura.
Ramírez, M. C. (2011). Between the guerrillas and the State: The Cocalero Movement, Citizenship, and Identity in
the Colombian Amazon. Duke University Press.
[223]
Romero, R. (2011). Unión Patriótica: expedientes contra el olvido. Centro de Memoria, Paz y Reconciliación.
Sarmiento, L., & Moreno, C. (1990). Narcotráfico y sector agropecuario en Colombia. Revista Economía co-
lombiana, 226(227), 29-37.
Sintragrim. (2009). El Ariari: zona de organización y resistencia. En Ariari, memoria y resistencia (pp. 170-175).
Noche y Niebla, Cinep, Sintragrim.
Sobrevivientes del Comité Cívico por los Derechos Humanos del Meta. (1997). Ceder es más terrible que la
muerte: Una década de violencia en el Meta, 1985-1986. ILSA.
Thoumi, F. (2009). From drug lords to warlords: illegal drugs and the unintended consequences of drug
policies in Colombia. En E. Wilson & T. Lindsey (Eds.), Government of the Shadows: Parapolitics and
Criminal Sovereignty. Plutobooks.
Universidad Nacional de Colombia. (1989). La Macarena, reserva biológica de la humanidad. Territorio de con-
flictos. Universidad Nacional.
United States of America. Department of State (1997). Bureau of International Narcotics Control Strategy Report,
March 1996. Washington D.C.
United States of America. Department of State (1988). Bureau of International Narcotics Control Strategy Report
1987. Washington D.C.
United States of America. Department of State (1987). Bureau of International Narcotics Control Strategy Report
1986. Washington D.C.
Zabala, A. (1999). La economía subterránea y sus motivaciones socioeconómicas en la región del Ariari. Centro de
Capacitación e Investigación Territorial.
[224]