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El espíritu de la calle

huellas
Memoria y Texto de Creación

La colección h uellas resume la memoria y los textos de creación


que potencian el conocimiento social del porvenir. Se refiere
a los grandes creadores de cultura y a sus más destacados
investigadores. Se propone darlos a conocer a un público amplio,
de manera asequible pero seria y documentada, a través
de series mutuamente complementarias.

Serie
Problemas. La complejidad negada
El espíritu de la calle
Psicología polttica
de la cultura cotidiana

PABLO FERNÁNDEZ CHRISTLIEB

PRóLOGO DE RAQUEL GONZÁLEZ LOYOLA PÉREZ


El cspÍiitu de la calle : Psicología polftica de la cultmn cotidiana 1
Pablo Fcmández Chiistlieb ; prólogo de Raquel Gonzñlez Loyola Pérez.
- Rubí (Barcelona) : Anthropos Editoiial ; México : Universidad de
Querétano - Facultad de Psicología, 2004
XVII+ 124 p.; 18 cm.- (Huellas. Memmia y Texto de Creación; 2.
Seiie Problemas. La complejidad negada)

Bibliografía p. 121-122
IS13N 84-7658-700-7

l. Psicología social 2. Ciudades- Aspectos sociales 3. Cultura- Aspectos


sociológicos 4. Psicología política I. Gon:dtlez Loyola Pérez, Raquel, pr.
ll. Universidad de Querétano. Facultad de Psicología (Mé.xico) Il1. Tllulo
N. Colección
301.151

Piimera edición en Univet'sidad de Guadalajam: 1991


PJimera edición en Anthropos Editoiial revisada y con·egida: 2004

© Pablo Femández Cluistlieb, 2004


© Anthropos Editoiial, 2004 :
Eclita: Anthropos Editoiial. Rubí (Barcelona)
www.antlu·opos-editoiial.com
En coedición con la Facultad de Psicología de la Universidad
· de Querétano (México)
ISBN: 84-7658-700-7
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por e•crito de la editorial.
ParaPía
Prólogo

Escribir el prólogo de una obra se considera como la ela-


boración de tm exordio, lo cual qtúero tomar al pie de la letra.
Significa la incitación o, mejor dicho, la excitación de la aten-
ción y el ánimo del lector, tal vez una predisposición para lo
que leerá, o tma anticipación de lo que podrá encontrar el
lector más allá del texto mismo y también una presentación
del a utor en su contexto. Sin embargo, esto impone el filtro
particular interpretativo de qwen muestra lo que ahí está
contenido, puesto que lo que estaré haciendo es invitar al lec-
tor a darle una resignificación y redefinir un sentido en rela-
ción con el contexto desde el cual se n1ira. Es un pLmto de
partida y de enfoque hermenéutico e intersubjetiva: mi parti-
cipación deberá ser entendida como tal, no sill dejar de resal-
tar la relevancia en sí misma de la reedición de esta obra.
A través de estas páginas, Pablo Femández Christlieb
aporta un nuevo giro a la psicología social-pem1eada desde
sus orígenes del pensamiento racionalista-cientificista-mo-
dernista-, para delinearla dentro de tma psicología social
crítica, pues logra modificar la perspectiva desde la que ha de
concebirse lo que el pensamiento moderno proscribió por
disfuncional: el pensamiento afectivo. Caracterizada por su
volubilidad, fue abandonada al vacío, al limbo de la inexisten-
cia porque la ciencia no logró materializarla en un objeto
puro; más bien era l.m estorbo, por ser impredecible, por
·irrumpir abmptamente, por incontrolable, por inconsciente.
Otra virtud por la cual me parece importante rescatar
este libro estliba en que el autor logró darle una nueva vigen-

VII
da, un nuevo aire, un nuevo espíritu a la psicología colectiva
--en el momento en que ha traspasado el umbral de un ter­
cer milenio tan plagado de· reproducciones banales sin nove­
dad. Al releer y reinterpretar el pensamiento de autores de
finales del siglc_¡ XIX, los acopla con autores de los albores del
siglo XXI: Wundt, Tarde, Le Bon, Blondel, Halbwachs, Pier­
ce, Habermas, Moscovici, Gergen o Billig, por mencionar
algunos, y vuelve a ubicar al lector en sus orígenes para con­
feccionar una psicología colectiva del siglo XXI en plena pos­
modernidad. La relectura actualizada del pensamiento so­
cial que hace Pablo Femández Christlieb muestra la multi­
plicidad de nuevas significaciones posibles e inacabadas
para una comprensión de la esencia humana en su ámbito
natural: la vida cotidiana, los espacios comunes, sus pensa­
mientos y sus sentimientos ordinarios.
Sin embargo, es común pensar que cuando se hace una
revisión o una relectura de autores clásicos o contemporá­
neos se puede caer en la tentación de creer que quien lo hace
intenta dar la versión de verdad última y acabada de su inter­
pretación. En este caso, la vigencia de Ja relectura no radica
en invocar nuevamente a los propios autores en sus propias
palabras, sino de significarlos en otra� palabras y en otros
contextos. Aun así, ¿podemos seguir proponiendo otras co­
sas o cosas nuevas con las mismas ideas y el mismo lengu aje
o se ha empobrecido la posibilidad de decir, de hablar, de
pensar, de sentir, de hacer.porque hemos agotado la versati­
lidad del pens�miento al unificarlo en el lenguaje téc1úco y al
reducirlo sólo a sus individuos?
La relevancia de EL ESPfRITU DE LA CALLE. PS�COLOG1A
POLÍTICA DE LA CULTURA COTIDIANA, publicado por primera
vez en 1991 por la Universidad de Guadalajara, radica en
que logra crear otras posibilidades para volver a pensar lo
político: devuelve el carácter público a lo político, desde la di­
mensión de lo afectivo. Reflexiona sobre la 1nanera en que la
vida cotidiana, secularizada y segmentada en vida privada y

VIlI
vida pública, ha sido afectada por la transformación moder-
nista de la sociedad y del Estado: lo mundano se volvió un
ámbito privativo y particula1izado, asentado en espacios ce-
rrados y especializados (pasillos, cámaras, oficinas, p arla-
mentos) p3;ra sujetos expertos y - si se puede decir tal cosa-
pr ofesionalizados en tales tem as y asuntos (f-tm cionmios y
políticos, hombres en todo caso, en ninguno mujer es), lejos
de la mirada y el acceso de las personas comunes, en el que
priva el sentido de la razón como eje conductor en la cons-
trucción de una fonna de pensamiento social. Pensamiento
que, como el mismo Fernández Chris tlieb 1 sostendrá des-
pués, también será partic1..liarizado en pensamiento indivi-
dual, encajonado en la mente com o generadora de todo pen-
samiento y, para darle una ubicación físico-tangible, relega-
da al cerebro como órgano del pensamiento.
Este proceso de sectuarización y de dicotomización racio-
nalista-instmmental del pensamiento será construido con
mayor intens idad a l o largo de los tres últimos siglos de ilus-
tración por los científicos sociales del pensamiento de la mo-
dernidad: Locke, Hobbes, Rousseau, Montesquieu, Comte,
Durkheim, Marx, Weber, Parsons. Paradójicam en te estos au-
tores - sin proponérselo especialmente- darán vida y senti-
do a toda u na fon na de pensam iento social que se propone la
universalización del conocim iento científico, a tr avés de la
construcción de un pensamiento individ ualista-modetno.
Pensamiento social que prevalece hasta nuestr os días como
único esquem a posible de entender y vivir en el mundo, pero
al que, al m ism o tiempo, no se le reconocer á como pensa-
miento social surgi do de las afectividades colectivas propias
su
de época y del contexto histórico-social en que se gestan.

l . Pablo Femández Ch., «La socied ad q ue piensa y qué piensa la so-


ciedad. Razones para hacer una psicología colectiva», en Isabel Pippet·
(comp.) (2002), S u jetos y resistencias. Debates y críticas en psicología so-
cial, Santiago de Chile, Arcis, pp. 15 1-170.

IX
Como bierr planteara Philippe Aliés, 2 en el surgimiento
de la vida moderna aparecen tres eventos que trastocarán la
vida plivada de los individuos y modificarán las mentalida-
des profundas de las sociedades medievales: la transforma-
ción de las ciudades-Estado en Estados-nación, la masifi-
cación de la lectura gracias a la imprenta mecanizada, y la
modificación de la vida espiritual derivada de la reforma lu-
terana y calvinista, propusieron, o mejor dicho, impusieron
tm litmo de vida retirado de la mirada de los que en ese
momento se comenzó a percibir como extraños.
Estas modificaciones no se gestaron de un momento a
otro, ni siquiera de una década a otra, la gente-no supo en
qué momento y en qué sentido se empezaron a cambiar los
vínculos afectivos colectivos, comunitarios, familiares, por
relaciones sociales, políticas o económicas. El impacto se
observó mucho tiempo . después,
-
no sólo de generación en
generación o en las familias sino en sociedades enteras. Di-
- ríamos que casi cinco siglos ele modernización después, re-
cién ahora nos vamos dando cuenta de sus efectos. Nos fui-
mos acostumbrando a que los cambios fueran una obligada
ley natural, efecto del pensamiento evolucionista darwinia-
no. Pero los cambios que se sucedieron, ele los cuales nos
estamos dando cuenta ahora, a inicio ele otro siglo más, nos
obligaron a reflexionar sobre la for ma de pensar y de sentir,
de hacer y de decir, de habitar los espacios públicos y pli-
vados, porque lo que hemos visto es una sociedad carac-
telizada por la indolencia, la apatía y la indiferencia ante lo
inmediato de la vida cotidiana, pero contradictoria y excesi-
vamente sobreafectivizacla hacia lo que acontece en otros
espacios distantes de su entorno.
De esta forma, Pablo Fernández apuesta a la recupe-

2. P. Ariés y G. Duby (1985), Historia de la vida privada. El proceso


de cambio en la sociedacl de los siglos XYI-XVIII, Maddd, Taums, 1992,
pp. 7-69.

X
ración de la palabra, del lenguaje, del diálogo, de la comuni-
cación, no como ün mero proceso, sino como actos que sir-
. ven para fundar nuevos sentidos de y en lo social y lo afecti-
vo, nuevos modos de ser y de existir, de reunir nuevamente
lo que fue s~parado. Para él, el lenguaje es· el órgano con
el que piensan las ciudades y las sociedades que las habitan,
el lenguaje será el que dará cuenta de la modificación de los
espacios, de las fom1as de pensar, de ser, de lo que sentimos
y de cómo lo sentimos. Por ello la importancia de recuperar
lo que la gente dice en la calle, en los espacios abiertos, como
expresión del espíritu de la ciudad, recuperar lo que se dice
en los ámbitos públicos, sin que se conflmda con lo que apa-
rece disfrazado de opinión pública en los periódicos, en la
radio, en la TV; no eso que se presenta como expresión ciu-
dadana en los estudios de opinión de las agencias de market-
ing político para los profesionales de la política, sino lo que
·dice la gente en la fila de las tortillas, en la parada de los
.camiones, en los pasillos de los mercados, en las tienda~ de
la colonia o del hamo.
Esta es la apuesta de Fernández Christlieb: la recupera-
ción de la lógica del pensamiento ordinario y la estética de
la percepción habitual; no como postulados que diera el
propio autor como fórmulas para ser feliz (que implicarían
una enunciación de verdad ortodoxa) sino como una pro-
puesta de creació.n de otros sentidos, de quien acepta po-
. nerse en ese otro lugar propuesto, és~ otro espacio en el
que se sugiere mirar de manera distinta las cosas que ya
sabemos que siempre han estado ahí, pero que de tan sabi-
do, han sido olvidadas y encerradas en el desván de las
cosas inútiles.
Así pues, pretende recuperar las voces viejas que han
quedado grabadas en los objetos y las cosas, en los espacios y
en la memoria. No pretende erigirse como un autor que ha
descubierto la verdad última, nueva, acabada, el de la idea
que nadie más que él habría inventado. Como él mismo dirá:

XI
<<lo novedoso está siempre hecho de m emoria».3 Lo novedo-
so de su trabajo es que rescata tres elementos fundam entales
para hacerlos propios de todo aquel que lo lea:

a) Reúne a los viejos teóricos de la psicología colectiva


con los de la psicología social contemporánea: ele tal form a
que la vitalidad del pensamiento de Pierce, Halbwachs o
Blondel recobran actualidad con el pensamiento de Gergen
o de Billig y mueslran su brillanlez a la luz del encanto litera-
rio de Alberoni.
b) Recupera el pensamiento y el sentido poético de la
vida cotidiana.
e) De G.H. Mead, recoge el sentido ele la acción cotidia-
na ele los individuos, con su propia capacidad ele reflexión,
ele autonomía, sin afanes protagónicos, es decir, desde el
anonimato, para convertido en un sentido político, donde
aparecerá un sujeto con identidad propia, con conciencia
propia, pero como tma expresión de la colectividad en la que
habita, un sujeto que pretende recuperar su voz, su capaci-
dad de voluntad sobre el rumbo que tomará su acción y de
incidencia en el ámbito ele la política. Hace aparecer al suje-
to como sujeto colectivo en el sentido de que el sujeto indivi-
dual es sólo una expresión de la colectividad.

Este es el sentido político de la acción ele la sociedad civil,


que había sido apropiado por la sociedad política y el Estado,
acción política que será tomada de las imágenes cotidianas,
del lenguaje callejero, en un momento histó1ico en el que la
sociedad mexicana somete a prueba el poder y la estabilidad
del sistema político que prevaleció durante las siete últimas

3. La cita refiere a la edición de 199 1, publicada por la Universidad


de Guadalajara, México, cap. 2: «Los emplazamientos de la memoria co-
lectiva», «Tercer emplazamiento: la casa sale al café>>, p . 27 (p, 25 de esta
misma edición).

XII
décadas del siglo XX, momento histórico nacional que es
acompañado de la convulsión global del mundo gracias a la
muerte de las utopías y la hegemonización rotunda del mode-
lo político-económico de la democracia de mercado.
Si bien el ~ño 1968 es el parteaguas político mundial, lo
que sucederá a finales de los años ochen ta modificará subs-
tancialmente la manera de pensar, de sentir, de actuar y de
dialogar de la gente. México no puede ser la excepción. La
impetiosa tarea de sobrevivencia de la ciudad y sus habitan-
tes después del terremoto de 1985 echará a andar los viejos
mecanismos de solidaridad de las redes sociales que se coli-
gan para no supeditarse más a los vaivenes caprichosos y
absurdos de tm poder desgastado, sin autoridad, de la violen-
cia sin sentido legitimada por el Estado. Hace surgir la capa-
cidad de protesta no sólo de los citadinos, sino de la sociedad
mexicana entera. Hace que la participación y la organiza-
ción autogestiva se vuelva el (mico modo posible no sólo de
sobrevivir, sino de colocarse en el centro del juego polílico.
La sociedad civil aparece como un actor emergente: nume-
rosa, autónoma, f·u erte.
Este suceso pone en juego lo que redundantemente des-
de el Estado se le ha llamado Cultura Politica. Ténnino tau-
tológico en sí, pues al ser cultura actúa en todo momento, es
de todos y está en todo, lo que la vuelve cultura cotidiana,
que es en sí misma pública al ser cotidiana y, por lo tanto, es
política, y no ptivativa sólo de quienes son acreedores de ser
considerados como ciudadanos. Lo que se impone de esta
noción es la intención de resttingir nuevamente el ámbito de
participación de esta nueva sociedad civil, al acotar su parti-
cipación por la vía de los partidos políticos. Al ser par tidos,
partidizarán la vida política, al sustraer lo sentido por el co-
mún de la gente para volverlo herramienta de negociación.
Así, la cultura está hecha de vida cotidiana, en tanto que
implica el intento continuo y permanente de construirle sen-
tido a la vida, de buscar formas de comprenderla para que

XIII
sea significativamente valiosa. Por ello es que resulta incom-
prensible y sin sentido lo que hacen los llamados «profesio-
nales>> de la política. Lo político perdió el sentido de partici-
pación en lo público para el ciudadano común frente a La
Polftica que se erigió como un ~mbito privativo para su en-
tendimiento y su participación. La recuperación del sentido
público y colectivo de lo político en lo cotidiano se vuelca en
la posibilidad de redimensionar la comLmicación, no como
un acto informativo excluyente, sino como un flujo vital,
continuo y permanente de las significaciones y resignifica-
ciones de lo que la sociedad es y ha sido. Es decir, sin la
comunicación no puede hablarse (este verbo es la esencia
misma del actó) de que exista el espíritu de una colectividad,
de un pueblo, de una sociedad, de una ciudad.
En EL ESPÍRITU DE LA CALLE se muestra una genealogía de
la sociedad moderna, lo que ha sido la historia perversa,
oculta de la modernidad que fue separando los ~spacios y
dispersando lo que había en ellos: los objetos, las personas, el
pensamiento, los afectos.
La cultura y la sociedad, dirá Pablo Fernández, están
ocupadas por el lenguaje, o también piensan y sienten con el
lenguaje, están hechas de lenguaje, que es agencia y resulta
-de la revoltura dé palabras, ruidos, imágenes, pensamientos,
sentimientos, objetos, gestos, memoria, tiempo, espacios y
vados ... que estaban juntos. En el momento en que la mo-
dernidad aparece, hará brotar una ciencia o un arte para
cada una de estas nociones, como un conocimiento especia-
lizado, disciplinado para que separe tanta mezcla. Así, el len-
guaje será la especialidad de la lingüística; las palabras de la
-literatura; la cuitura de la antropología; la sociedad de la so-
ciología; el pensamiento se convertirá en conocimiento ra-
cional que constmye teorías; de los midos hará sonidos m·-
mónicos para convertirlos en música; las imágenes serán
capturadas por la fotografía o por el cine; la memoria queda-
rá reducida a datos para la historia; los espacios serán com-

XN
puestos y ordenados por la arquitectura y dejarán de existir
vacíos innecesarios, el tiempo será capturado por los hora-
rios y los relojes; las cosas, los objetos deberán tener una
funcionalidad inútil.
El desarrollo de la teoría social de los siglos XIX y XX
(esencialmente serán los positivistas, los empiricistas, los ·
materialistas y los racionalistas, que, aunque parezcan ideo-
lógicamente opuestos, emanan de la misma fuente de pensa-
miento liberal) permitió la construcción de un pensamiento
social que ha sostenido la dicotomización secularizada del
mundo: el paraíso de los expertos, de los teóricos, de los inte-
lectuales está tan separado del mundo de lo mtmdano que en
sí resulta redundante.
Así como tm objeto no puede ocupar dos lugares al mis-
·mo tiempo, los afectos no pueden estar donde reina el pen-
samiento· racional. Esta enorme zanja que apareciera entre
lo público y lo ptivado, entre lo individual y lo social, entre lo
político y lo doméstico, entre lo afectivo y lo racional, entre
lo masculino y lo femenino, se va alimentando del mismo
afán ordenador y clasificatorio que desprecia la necesidad de
sostener espacios de.comunicación entre éstos: la comunica-
ción pierde su sentido de sustento espiritual de la intersubje-
tividad, se mecaniza y lo que hace fluir son datos privados.
La cultura cotidiana es excesivamente mundana para ser
considerada por o permitir que se inmiscuya en La Política,
salvo cuando los individuos se han atomizado o son molécu-
las de un organismo pensante -la institución-, pero sin
capacidad autogestiva, sin sentido de autonomía, pues al ha-
berles asignado roles y funciones por el sistema, sólo deben
saber cómo operar en éste; en ninguna otra cosa más puede
pensarse su participación.
Si bien Haberrrias mostrará la utilidad de la aplicación
de la técnica en la administración y la organización de la
sociedad como lo ha sido en la producción material, quien se
encargará iniciahnente de justificar y legitimar el uso racio-

XV
nal-instruruental de la burocracia será el mismo Max We-
ber,4 -quien ya advierte a finales del siglo XIX los abusos de
w1a excesiva rigidización del aparato burocrático eh la re-
cién surgida sociedad moderna democrática alemana. We-
ber justifica y legitima la existencia indispensable del apara-
to burocrático como el responsable de administrar la acción
social y política del Estado, com o el medio racional más efi-
caz para ejercer la autoridad sobre los humanos, con lo que
hará una clara y perfecta defensa ele la diferenciación del
papel y las facultades del funcionmio, del in telectual y del
político, este último c;omo el único capaz ele dirigir causas,
luchas, demandas y proyectos del pueblo. Dos especialistas,
·el político y el técnico - intelectual o funcionario-, que han
.mantenido el dominio ele la escena pública. Figuras que em-
piezan a mostrar sti desgaste por su inutilidad para conectar
lo que ya estaba vinculado desde antes y que parece que la
sociedad civil se vuelve a encargar de hacer existir en su es-
pacio natural: la calle.
Estar en la calle significó por mucho tiempo estar en nin-
gún lado, por que la calle era el lugar inexistente, un espacio
que no le pertenece a nadie, según los políticos, pero que es
la hebra que conduce a todos los lugares, es la vena que nutre
todos lo afectos, que deshilacha lo que quiere adjudicársela
como propia. Lugar ocupado por ese aire cargado de pensa-
miento, envuelto por el afecto del espíritu colectivo y habita-
do por la memoria colectiva ele las piedras, air e que m erece
circular nuevm;nente en el ánimo y por el ánima ele los ciuda-
danos que habitan la ciudad: la movilización social, la orga-
nización colectiva, la protesta de la sociedad civil. De ella, de
la calle, tiene que recuperarse la punta de la hebra para vol-

4. Max w éber, Elp~lítico y el científico. Obra citada por George Rit-


zer (1993), Teorías sociológicas clásicas, México, Me Graw Hill, p. 267. Y
en Nora Rabotnilmf (1 989), Max Weber: Desencanto, política y democra-
cia, México, UNAM,pp. 197-216.

XVI
ver a retejer el entramado social que se ha desaganado, recu-
perar la solidaridad afectuosa, cálida del diálogo en la calle,
del grito profundo.
Concluyo, no sin antes advertir que si nos descuidamos,
la sociedad civil corte el riesgo nuevamente de convertirse en
un espacio, un afecto, que puede ser manoseado por lo priva-
do del poder, porque intentará nuevamente apropiársela, ad-
judicándose su voluntad y su autonomía para legitimarse
nuevamente.
Y finalmente quiero reconocer el trabajo de recuperación
y transcripción del escrito, posible gracias a la labor paciente
de estudiantes y egresados ele licenciatura en psicología so-
cial: Dulce, Jacqueline, Candy, Geros, Anafs, Luz, Yoshio,
Toño, Erica, Nohemi, Rocío, Erendira, Lupe, Susana, Melis-
sa, Fabián, Hugo, Ernesto; un agradecimiento en particular
a Héctor Robledo, ·qtúen se ha convertido más de alguna
ocasión en mi alter en la discusión; a los estudiantes de la
primera generación de la maestría en psicología social: y a
los que pueda omitir involtmtariamente: todos ellos con los
que he compartido el encanto de sumergirse en el pensa-
miento de la psicología colectiva devu elto a la luz pública
por Pablo Fernández Chrjstlieb, al que puedo considerm~ no
sólo un profesor invitado de esta maestría y su primera gene-
ración, sino su mentor.

RAQUEL GONZÁLEZ L OYOLA P ÉREZ


Universidad Autóno ma de Querétaro
Maestría en Psicología Social
Julio de 2004

XVII
paz

La metáfora del espíritu*

Así como decimos que un cue1po está en


movimiento, y no que el movimien to está
en Lm cuerpo, así debemos decil' que nos-
olros estamos en el pensamien to, y no
que el pensamiento está en nosotros.
Ch. S. PELRCE

Al parecer, la sociedad civil ya se levantó para no quedar-


se dormida en este siglo; afortunadamente hoy se levantó de
buena gana, con ganas democráticas. Casi tan de improviso
como un temblor, la gente sale a la calle y se organiza, se
vuelve respondona ante los noticieros y en los parlamentos,
con mejores argumentos que los locutores y los funciona-
rios; las masas acaudalan avenidas y se cuajan en las plazas
cada vez que se les antoja; y mientras, todo el mundo habla,
platica, demanda y critica todo lo que qtúere en los camiones
y parques y cantinas aunque no conozca al de aliado, porque
hay por fin un tema común que unifica: un reclamo colectivo
sólido pero paciente, con boca pero con oídos, a tal grado de
solidez y con l?oca que, a partir de este siglo y hasta nuevo
aviso, cualquier gobierno, discurso, decisión, programa, te-
lenovela, salida decorosa y truco publicitario tendrá que to-
mar en cuenta los pensamientos y los sentimientos de la so-
ciedad civil, porque ya la gente se enteró de que puede jun-
tarse, sobrevivir, mandar y divertirse sobre o sin los poderes
políticos o económicos, pero no viceversa.
El ascenso de la sociedad civil consiste en que la gente
tomó la ciudad en sus manos. Pero no la tomó «tomando
conciencia» como proponen los expertos concienciadores de

1
la televisión y la psicología, ni la tomó, tampoco, obteniendo
salarios, puestos, esta tus y otros satisfactores de los intereses
particulares, sino qúe la sociedad civil tomó la ciudad de una
manera precisa: la tomó por la calle. Las calles y plazas, que
se habían acostumbrado a ser sitios transitorios e indiferen-
tes, un poco turísticos, se tornaron lugares habitables, soli-
darios, interesantes, disputables, festivos, apasionados y ra-
zonables, mientras que las casas, las oficinas y las televisio-
nes se volvieron más aburridas, más mentirosas en sus pro-
mesas de hospitalidad; y mientras, un graffiti rezaba: «apaga
la televisión y enciende la vida».

La sorpresa de sergente

La vida de la sociedad civil es una sorpresa para quienes


salen de sus casas y quehaceres y se tmen a la caJie: la sorpre-
sa de no ser los mismos de siempre, de verse a sí mismos
haciendo, pensando y sintiendo, siendo, de distinta manera,
de no reconocerse a sf mismos al encontrarle de pronto sen-
tido al anonimato, gusto a ser sólo uno de tantos, a ser mu-
chos, a ser gente, a marchar, gritar y cantar, no para expre-
sarse a sí mismos ni para manifestar sus intereses, sino exac-
tamente para expresar y manifestar la vida de la calle. Como
si la calle tuviera su propio temperamento, y pensara y sin-
tiera en vez de ellos. Verse en el espejo o en los qjos de los
conocidos no con·esponde a verse en los recuerdos de haber
estado en la calle.
Y la sorpresa es adecuada, porque para la mayoría de los
que ahora salen la sociedad civil había estado desactivada
desde que nacieron, pero asimismo la diferencia es correcta,
porque se sabe que la sociedad civil no es un conglomerádo
de individuos, sino un espírill.t, ese espíritu ele ciudadmúa
que está hecho de ciudad. La ciudad ya no es lo contrario del
campo, sino el alma del siglo XXI: el espíritu contemporáneo

2
...
es urbano hasta en el desierto. Y no cabe imaginar a la ciu-
dad como un mueble grandote ahí puesto, ni tampoco como
una maquinaria, ni siquiera como el escenar io de la vida
social o el reflejo de la cultura, sino como un pensamien-
to, que ha tenido, entre otras ocurrencias, la ele inventar a
los ciudadanos. ·
Un ciudadano tiene una biografía que incluye papás y
tíos, algunos conocimientos no mayores q ue su persona y
algunos sentimientos limitados por el radio de sus circuns-
tancias, así como un guardarropa y unos gustos y unos ges-
tos, cie1ios hábitos como lavarse los dientes o ser profesiona-
les, y un horizonte del tamaño de sus pasos, ele la dur ación
de sus lecturas, de la extensión de sus conver saciones y del
alcance de sus reflexiones; pero no mucho más. Seg(m este
retrato, resulta inapropiado para una sociedad civil en as-
censo imaginarse a la realidad colectiva con los métodos que
usan los ciudadanos individuales para conocerse, quererse,
criticarse y realizarse, o todo lo contrario. La ciudad, en
cambio, ese espíritu civil, contiene gente con todo y lo que la
gente tiene, y además contiene obras, distancias, funciones,
trazado y una his toria, que rebasan cualquier conocimiento
de todos los ciudadanos juntos, aunque sean dieciocho u
ochenta millones. Así que, para entender a la sociedad civil,
parece más indicado tratar de pensar y sentir cómo piensan
las ciudades: considerarlas vivas y conscientes, como lo es-
tán, para que ellas tengan consideración con nosotros. Cada
vez que pensamos y sentimos, es en realidad la ciudad la que
nos está pensando y sintiendo, porque las ideas y los afectos
que nosotros utilizamos nacieron y se desarrollan conforme
nacieron y se desarrollan las ciudades. Para em pezar, pue-
de decirse que la ciudad es una m emoria, pero esto no es
metáfora: la ciudad no es una metáfora, sino que la metáfora
es una ciudad. ·

3
La metáfora es una ciudad

Hoy en día, la mayoria de personas tienen «conciencia»


hasta para preferir los aerobics a la contaminación, y algu-
nas, más sofisticadas, tienen psique, sobre todo cuando van
al psicoanalista; pero, en esta era de neurociencia y tecnopsi-
cología, ya casi nadie tiene «alma» o <<espírittl», porque sue-
nan poco compatibles con el microchip. Sin embargo, estos
términos pasados de moda resultaban ser más precisos por-
que no separaban la razón de la pasión; en efecto, todo espí-
ritu connotaba al mismo tiempo pensamiento y sentimiento,
como cuando se dice «espíritu de la época>> o «espírittl de
lucha», de manera que no es, en (¡}tima instancia, posible
pensar sin sentir, ni sentir sin pensar, como pretenden res-
pectivamente el modelo computacional y el modelo senti-
mental; la tecnocracia y la cocacola respectivamente.
A falta de práctica para usar vocabularios anacrónicos,
puede concederse de entrada la utilización del pensamiento,
que ya luego y sin ayuda se verá cómo se llena de sentimien-
tos, y terminará siendo alma o espíritu, que si sienten mien-
tras piensan. En todo caso, el pensamiento está hecho de
lenguaje, de una lista de palabras ordenadas conforme a
ciertas reglas, y que se usan para reflexionar en silencio, ha-
blar en voz alta, leer, escribir y cualquier otra forma de co-
municación, incluidas la pinttrra o la danza, que sólo son
pintura y danza porque sabemos, con palabras, que lo son.
Pensando con palabras podemos decidir que un partido de
fútbol parezca baile, guerra, deporte, coreografía o, como
pretenden hacérnoslo ver actualmente los comentaristas de-
portivos, tecnología altamente especializada.
Uno entiende las cosas pensando, y se las explica con
frases como las siguientes: <<nuestro amor se hunde», «Se sa-
lió por la tangente>> o «por la puerta falsa>>, «subirle el volu-
men», y «bajarle a la radio>>, «entrar en detalleS>>, «ascender
de puesto>>, «este texto está muy enredado>>, «decir frases

4
-
huecas», «caer en el olvido, el error o la trampa», «tener una
educación sólida», «andarse con cuidado>>, y así sucesiva-
mente. Pues bien, desde la palabra «siguienteS>> hasta «Suce-
sivamente>>, inclusive, todas las frases son metáfor as y, si
uno se obsesiop.a un poco m ás, tomando, por ejemplo, «des-
de la palabra "siguientes" hasta "sucesivamente">>, que quie-
re decir «desde allá hasta acá», puede concluirse, antes de
obsesionarse de más, que el lenguaje está hecho de m etáfo-
ras. En sentido estricto, uno no piensa <<cosas>>, sino que
piensa palabras y, por lo tanto, no pue de haber frases <<hue-
cas>>, y en realidad un texto muy enredado debería tener los
renglones en fom1ación de spaghetti a la bolognesa; y sin
embargo, así pensamos, y lo que es más extraüo, nos enten-
demos. Una metáfora es la comprensión de una cosa en tér-
minos de otra, describir algo para entender algo distinto. 1 Lo
bonito de las metáforas es que cuando uno dice <<el aüo que
viene», debiera imaginarse a las hojas del calendario acer-
cándose en fila india, o extraüarse de que nadie dude de su
salud m ental cuando dice <<hoy tuve un día muy duro en la
oficina>>. Ciertamente, las metáforas están hechas de imáge-
nes, y son estas imágenes las que hacen que un pensamiento
sea comprensible, y también que sea interesante, emocio-
n ante, estético. Una imagen es aquella parte de lo pensado
que no tiene palabras, que es sabido pero que no puede·ser
explicado, solo visto, oído, palpado, experimentado, sentido:
allí están los sentimientos. La imagen es lo conocido que no
tiene nombre: lo real innombrable que ronda las palabras,
pero que nunca es atrapado por ellas. Si el pensamiento nor-
mal, de diario, ya no parece metafórico se debe a que ha sido
atrapado por las palabras, esto es, que está compuesto de lo
que se denomina m etáforas muertas, es decir, un lenguaje
incapacitado para provocar imágenes y que, por lo tanto,
sólo se utiliza como una clave, un código, una orden, pareci-
dos a los de las computadoras, pero ya no es pensamiento
vivo. Para resucitarlo hace falta, por lo común, un niüo o, en

5
su defecto, un poeta que pregunte: «papá, ¿a dónde van los
dias que pasan?», verso de J.E. Pach eco. Por cierto, el térmi-
no «metáfora muerta» es una metáfora viva porque todavía
uno tiende a imaginársela muy circLmspecta en su velorio: si
da la imagen de un pensamiento momificado, des-pensado.
El pensamiento vivo, inventor, descubridor y recuperador de
imágenes, se encuenh-a sobre todo en la poesía, en el humor,
en el slang y los dobles sentidos, y en la ingenuidad curiosa:
la sonrisa sorprendida que provocan proviene de la claridad
inexplicable que crearon. Y siempre, explicar un chiste es
deshacerlo.
La regla de las metáforas es que <<entender es ver». Por
sus imágenes se entra, se sale (salirse con la suya), se sube,
se baja (bajar el ánimo), se mete, se saca (sacar de quicio), se
construye, se destruye (castillos en el aire), se va y se viene
(esa camisa si te va; pero la talla no te viene), es decir, se ha-
bla en términos de espacios, por que las imágenes están he-
chas de lugares. El pensamiento aparece como si fuera un
edificio, un cuarto, una plaza, como un lugar construido y
distribuido, literalmente urbanizado, por donde los objetos y
las personas pueden transitar y quedarse a habitar. Pero
como puede notarse, las imágenes de los lugares y las cosas
que se construyen y se distribuyen en el pensamiento están
alli, efectivamente reales, físicas, visibles, tocables, fuera de
nosotros y fuera de las palabras: aquí está el cuarto, allí está
el edificio, allá está la plaza, construidos, donde se distribu-
yen a discreción los árboles, los coches, la gente, y la mesa y
la silla con el café y el cenicero, y el periódico, y uno mismo
o, cuando menos, lo que se alcanza a ver de uno mismo, las
manos y una punta de nariz; y sólo has ta el último están
las imágenes interiores de la imaginación, que son una sopa
hecha con todas las.imágenes de afuera. Es, en suma, la ciu-
dad misma la que aparece como lugar: los lugares construi-
dos y distribuidos con que se piensa están presentes como
imágenes, no hechas sólo de imaginación, sino especialmen-

6
pz

te de carne y hueso, de concreto y vidrio, de color y olor y so-


nido y textura, rondando a las palabras. Ello no significa que
el pensamiento sea una cosa material, sino algo mejor: que el
espacio es totalmente simbólico. Si se desanda ahora el ar-
gumento, resu_lta que los lugares son las imágenes ele las me-
táforas con que se dice el pensamiento. Este es el espüitu ele
la colectividad, el alma ele la sociedad civil.

La ciudad piensa con la calle

Para la vanguardia desilustrada que todos somos en este


siglo, referirse a los griegos como cuna de la civilización oc-
cidental es un lugár común. La vanguardia desilustracla tie-
ne razón: los griegos inventaron el lugar común, aunque
como no hablaban latín (locus com.munis), le llamaban tópi-
co (tópos), que ya se ha puesto otra vez ele moda para llamar
más impresionantemente al mismo lugar común.
En la ciudadanía griega, la producción de cultura, conoci-
miento, sabiduría, se hacía mediante un sistema, a saber, el
diálogo, la controversia, la discusión, el debate y el conflicto
ele las ideas, en una especie de juego floral ele dimes y diretes
intelectuales que más tarde se llamó filosofía. Así fundaron el
pensamiento occidental, esto es, con el método denominado
«retórica>>. Aunque más que método, la retórica es un arte, el
arte de construir pensamientos de manera clara, emotiva, in-
teresante, convincente e indispensablemente pública, toda
vez que las discusiones se llevaban a cabo en medio de espec-
tadores ovacionantes y divertidos.2 Dentro de estas controver-
sias se les llamaba «lugares comunes» a una serie ele tem_áti-
cas en las cuales se podían encontrar y desarrollar los argu-
mentos y razones suficientes para salir de aprietos o poner en
aprietos al adversario, y eran comunes porque todo el mtmdo
los conocía y los aceptaba como correctos e importan tes, y en
consecuencia, el retórico, o rétor, que los usaba adecuada-

7
mente se ganaba al público, lo que equivalía a ganar la cliscu-
sión. Lo notable es que los g¡iegos le pusieron al pensamiento
público un nombre de lugar, como sabiendo a ciencia cierta
de dónde vienen las metáforas: el lugar com(m era precisa-
mente un lugar del pensamiento al que todos podían acuclir
para tomar argumentos y contrargumentos, para abrevar
pensamiento. Sucede de manera muy parecida en las legisla-
ciones actuales: una ley cualquiera se puede usar de diversas
maneras, incluso contradictorias, para ganar el caso, lo cual
hace comprensible que antiguamente las leyes estuvieran es-
critas en verso, poéticamente, para que fueran más ambiguas
y por ende más utilizables; el chiste está en saber u tilizarlas,
que es cuestión de ingenio, o como se decía en el siglo XVI
sobre la retórica: es cuestión de witcraft, juego de palabras
que significa más o menos «la hechicería del talento», y no
por casualidad los griegos llamaban «hechiceros» a los retóri-
cos. Un lugar común era, por ejemplo, la afinn ación de que
«toda cuestión tiene dos puntos de vista opuestos igualmente
verdaderos»:3 a toda verdad se le puede oponer otra verdad
idéntica pero contraria, incluyendo esta misma afirmación.
Su correcto empleo da por resultado, por ejemplo, la dialécti-
ca de Hegel y Marx.
Pero los griegos no sólo pensaron el lugar común, tam-
bién lo construyeron. En efecto, los lugares comunes servían
para pensar dentro de otro lugar de acceso libre y general:
la plaza pública (el ágora gd ega y el foro romano), porque la
plaza pública tenfa una función y un objetivo concretos: ser-
vía para pensar. Porque se p ensaba públicamente; de hecho
no hay otra manera de hacerlo, todo pensamien to se da fr:en-
te a un público, ya sea real o imaginario: cada uno siempre
piensa a solas qué ropa ponerse, piensa quién lo va a ver y
qué le va a decir, y hasta se imagina cuál va a ser la respues-
ta: piensa en su público, aunque en este desolado siglo por lo
común uno se tiene que conformar con ser su pr opio públi-
co, que, como bien saben los neuróticos y los autocríticos, no

8
jiiiP

siempre aplaude. La plaza pública se ideó y se construyó


para sostener, literalmente, el diálogo y el debate. Y por ex-
traño que parezca, la ciudad en general se construyó exclusi-
vam~nte para tener plaza pública.
La metáfora del lugar común se inventó en el lugar co-
mún sin metáfora: los que inventaron el lugar com(m del pen-
samiento construyeron al mismo tiemp o el lugar común de la
plaza pública, que, como dice Ortega y Gasset, es el invento
más grande de la cultura helénica. Más tarde los romanos lo
volvieron a lograr, y el resto de las naciones mediterráneas y
sus países conquistados lo siguieron copiando. El lugar co-
. mún es al mismo tiempo el pensamiento y el espacio. Crear la
plaza pública equivalió a crear un espacio dentro del espacio,
algo así como tratar de pintar un punto blanco sobre tma
pared blanca, como recortar con las tijeras un retazo de aire,
o como apartar un laguito en medio del Atlántico. La plaza
pública es la construcción de un espacio separado del espacio
-natural, y junto con él, de un pensamiento civil separado-del
pensamiento natural. Para tal efecto, los gliegos tomaron de
donde pudieron un hueco vacío, y lo rodearon de ciudad, de
manera que ésta, con sus veredas, mercados y casas, sirviera
para apartar la plaza del resto del espado. Fabricaron un es-
pacio excluido del espacio que todo lo incluye.4
En la ciudad ya instalada, las calles que desembocan en
la plaza, poco a poco se van «emplazando» ellas mismas,
como lo muestran las etimologías, que no son erudiciones
gratuitas, sino vestigios del pensamiento cotidiano original:
zonas arqueológicas del alma; las etimologías son las metá-
foras básicas que describen al espacio pensante. El lenguaje
es el eco del espacio, su maqueta verbal. Como sea, «plaza>>
empezó significando eso, «plaza», pero su imagen se fue an-
gostando para empezar a significar también «calle ancha»,
aunque nunca debe angostarse tanto como para significar
<<Supermercado monumental» como pretende el mercantilis-
mo norteamericano; mientras tanto, la <<calle», que comenzó

9
significando «sendero angosto», se fue ampliando hasta que-
rer decir «calle ancha». Las etimologías convergen y se re-
suelven: la calle se hace más ancha y plana para que la plaza
pueda entrar en ella. Ahora bien, como lugares ahuecados
que deben ser, las plazas y calles están pobladas de aire: el
aire del pensamieilto. Y efectivamente, otra vez las etimolo-
gías tienen la razón, porqut:; tanto <<alma» como «espíritu»
significan, ni más ni menos «aire>> . El aire del espacio pen-
sante, que hoy en día está hecho de gente, de conversaciones
y conglomeraciones, de la traza de la ciudad, de ruidos y
vehículos y uno que otro accidente causado por éstos últi-
mos, de trabajo, de periódicos y anuncios, de fachadas y con-
taminación, que para ser comprendido se requiere de alguna
especie de geografía del pensamiento, arquitectura de los
sentimientos, una ecología de los sú11bolos, alguna psicolo-
gía colectiva,5 una psicología política. El alma colectiva anda
como el aire por la calle e inspira a los ciudadanos que pue-
den aspirar, expirar y respirada, lo que quieran . El pensa-
miento anda suelto por la ciudad y no encerrado en las con-
ciencias de los individuos.

Hoy es día de salida

La calle es el cerebro y el cor azón de la sociedad civil.


Ello contradice la idea de que las razones, las leyes, los pro-
yectos y las soluciones tengan que hacerse en los cubículos
de las universidades~ las cámaras de los parlamentos, las ca-
marillas de los políticos y los cerebros privilegiados de algu-
nos individuos, es decir, en espacios privados a la sombra de
la luz pública. Esta idea ha producido mucho poder sordo y
bruto y suficiente soledad bruta y muda, pero muy poca ca-
pacidad para organizar a la sociedad. E l ascenso de la socie-
dad civil en todas partes del planeta en este principio de siglo
ha vuelto a mostrar que, efectivamente, la vida colectiva

10
:;as

piensa y siente con la calle, y que ésta tiene una razón más
extensa, múltiple y plural que la de cualquier otro lugar. Así,
la única fom1a de tener razón en la sociedad civil es sacando
las cliticas y propuestas, desilusiones y utopías, enojos y ale-
glias a la intemperie, para que allí crezcan como les plazca.

Notas

* Este pdrner capítulo apareció, palabras más palabras menos, en la


Sección Cultural de Víctor Roura de E/ Financiero, n.'" 1.867 y 1.871, 2 y
8 de febrero de 1989. Y de hecho, el trabajo completo fue idea del mismo
Roura.
l. Hay 1m trabajo de Lakoffy Johnson (1980) que muestra hasta qué
punto el lenguaje cotidiano está constmido de metáforas, de modo que
la fmma de ver el mundo depende de la rnetc'lfora que se utilice para
describirlo, y así las metáforas se convierten efectivamente en la reali-
dad. Los autores dan el ejemplo de la metáfora <<Una discusión es 1ma
guen-a>> gracias a la cual se puede <<perder>> o <<ganar 1ma discusión>>, y
donde el interlocutor es percibido en realidad corno 1m oponente, -que
tiene un arsenal de ideas y planea sus estmtegias, lo que convierte, lite-
mlmente, una discusión en 1ma gtlen-a donde se sigtle la n ecesidad lógi-
ca ele aniquilar al adversa.Iio, por ejemplo, buscando la rescisión del con·
trato ele un colega con el que no se está de acuerdo. Ahom bien, «trate-
mos de imaginar 1ma cultura en la que las discusiones no se viemn en
términos bélicos, en la que nadie perdiem ni ganam, donde no existiera
el sentido de atacar, sino que tma cliscusión fuem visualizada como tma
danza, los participantes como bailarines, y en la cual el fin fuera ejecu-
tarla de tma manem equilibrada y estéticamente agmdable. En esta cul-
tura, la gente consideraría las discusiones de tma fmma diferente, las
llevada a cabo de otro modo y hablada acerca de ellas de otm manem.
Pero nosotros segummente no consiclera!Íamos que estaban discutiendo
en absoluto, pensaliamos que hacían algo dis tinto simplemente. Incluso
parecelia extraño llamar discutir a su actividad>>(p. 41). Si se cambia la
metáfom, se cambia la misma realidad y sus consecuencias.
Las ciencias de la cultw-a l:c'liTibién piensan con metáfoms, y según
sea la metáfom elegida, así son sus verdades (cfr. Ge1·gen, 1986). Las
vivencias sociales más tecnologizaclas han echado mano, predominante-
mente, de las metáforas ele que la sociedad es una máquina o 1m organis-

11
mo, de donde se pueden sacar conclusiones como que su objetivo es el
funcionamiento eficiente o que hay que extirpar los órganos enfermos: lo
que es cierto para el mecánico o el médico, se vuelve verdadero para la
política. Si, en cambio, se utilizara la met<lfora de que la sociedad es tm
juego, como lo han argumentado, además de Huizinga (1937), corrien-
tes de pensanliento como el interaccionismo simbólico, la situación so-
cial seria no sólo más inofensiva y más motivante, sino evidentemente
más democrática.
2. Una interesante argumentación sobre el arte de la retórica, no
sólo como recurso de persuasión sino como construcción del conoci-
miento en general y como teoría d e la estructura del pensamiento y final-
mente como psicología social, h ace Michael Billig (1987), a partir de la
·que puede concluirs·e que la retórica no es solamente un antecedente de
la epistemología, la psicología general, la comunicología, la ciencia polí-
tica y sus diversas teorizaciones sobre el lenguaje, la sintaxis, la creativi-
dad, el conflicto, el consenso o la democracia, sino que es, ante literam,
una de sus fmmas más acabadas, por lo que estas ciencias bien pueden
ponerse como tarea la repetición de lo que ya estaba escdto p em que se
fue olvidando a partir del siglo XIX, cuando el positivismo cientificista
soslayó la retórica por tratarse de «mera palabreria» o, como se acos-
ttunbró a decir desde entonces, «mera retódca». No hace falt.o'l mencio-
nar· al respecto la Ú'élse de Anch·é Gide de que «ya todo está dicho, pero
como nadie escucha, hay que volver a decirlo», porque esta frase se prue-
ba a sí misma cada vez q ue se le cita, especialmente porque cada vez se le
atribuye a tm autor diferente. ·
3. Frase atribuida por Diógenes a Pmtágoms, a quien se le atribuye,
además, la fundación de la r-etórica segtrido por Gorgias e Hipias, así
como la autoría de catorce libros - todos ellos desparecidos-, la crea-
ción de la sintaxis y el descubrimiento de los tiempos de Jos verbos, la
primem compilación de lugares comunes y la organización de las com-
petencias de argumentos. Y si falta hiciera, Pmlágoms tiene el honor de
ser el primer hombre cuyos escritos fl.reron quemados por la autoridad
(cfr. Billig, 1987, pp. 40 y ss.).
4. En su Rebelión de las masas (1937), Ortega y Gasset esctibe tma
p ágina - la 134-- de las que pueden llamarse petfectas, en la que e;xplica
el milagro de la plaza pública como ptmto de partida, como «un hecho
que necesitamos tomar como absoluto y d e génesis misteliosa, tm he-
cho del que hay que partir sin más» (p. 133) para cualquier consideración
sobt-e la cultura occidental. Vale la pena reproducirla: «El caso es qüe la
excavación y la arqueología nos permiten ver algo d e lo que había en el

12
>

suelo de Atenas y en el suelo de Roma antes de q ue Atenas y Roma existie-


sen. Pero el tránsito de esta prehistmia, puramente n.mtl y sin carácter
específico, al brote de la ciudad, fruta de nueva especie que da el suelo de
ambas penínsulas, queda arcano: ni siquiera está claro el nexo étnico en-
tre aquellos pueblos protohistódcos y estas extrañas comunidades, que
aportan al repertorio humano una gran innovación: la de constn.tir una
plaza pública, y en tomo una ciudad cerrada al campo. Porque, en efecto,
la definición más certera de lo que es la urbe y la polis se parece mucho a
la que cómicamente se da del callón: toma usted tm agujero, lo rodea de
alambre muy apretado, y eso es un cañón. Pues lo mismo, la tu'be o polis
comienza por ser un hueco: el f-oro, el ágora; y Lodo lo demás es pn~texto
para asegurar este hueco, para delimitar su dintomo. La polis no es, pd-
mordialmente, un conjunto de casas habitables, sino un lugar de ayunta-
miento civil, LUl espacio acotado para funciones públicas. La urbe no está
hecha, como la caballa o el domus, para cobijarse de la intempetie y en-
gendrar, que son menesteres pdvados y familiares, sino para discutir so-
bre la cosa pública. Nótese que esto significa nada menos que la invención
de una nueva clase de espacio, mucho más n ueva que el espacio de Eins-
tein. Hasta entonces sólo existía un espacio: el campo, y en él se vivía con
todas las consecuencias que esto trae para el hombre. El hombre campe-
sino es todavía un vegetal. Su existencia, cuanto piensa, siente y quiere,
conserva la modorra inconsciente en que vive la planta. Las grandes civili-
zaciones asiáticas y africanas fueron en este sentido grandes vegetaciones
antropomorfas. Pero el grecon-omano decide separarse del campo, de la
"naturaleza", del cosmos geobolánico. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo
puede el hombre retraerse del campo? ¿Dónde ká, si el campo es toda la
tierra, si es lo ilimitado? Muy sencillo: limitando un b-ozo de campo me-
diante unos muros que opongan el espacio incluso y finito al espacio
amorfo y sin fin. He aquí la plaza. No es, como la casa, un "intcdotJ'
cerrado por aniba, igual que las cuevas que existen en el campo, sino que
es pura y simplemente la negación del campo. La plaza, merced a los
muros que la acotan, es un pedazo de campo que se vuelve de espaldas al
resto, que prescinde del resto y se opone a él. Este campo menor y t-ebelde,
que practica secesión del campo infinito y se rcsetva a sí mismo ti-ente a
él, es campo abolido y, por lo tanto, un espacio su igeneris, novísimo, en el
que el hombt-e se liberta de toda comunidad con la planta y el animal, deja
a éstos fuera y ct-ea un ámbito aparte, puramente humano. Es el espacio
civil. Por eso Sócrates, el gran urbano, l!iple extracto del jugo que t-esuma
la polis, dirá: "Yo no tengo q ue ver con los át·boles en el campo; yo sólo
tengo que ver con los hombres en la ciudad"».

13
Curiosamente, esta página fue reproducida como epígrafe de las me-
modas del 8th. Iriternational Congress of Modem Arquitecture (CIAM)
que tuvo por tema central «El Corazón de la Ciudad» (cfr. Tirwhittet al.,
1952). En todo caso, es por estas razones que la ciudad puede ser consi-
derada como el sujeto de todo pensamiento y sentimiento colectivos. El
ser humano es estrictamente ser tu·bano, porque la humanidad es en
piimer lugar urbanidad.
S. La psicología colectiva se ocupa de interpretar el sentido que tie-
nen los pensamientos y los sentimientos ele la ciudad, que es lo que este
ensayo pretende. Dicho más técnicamente, se ocupa de comprender los
procesos de creación de los símbolos mediante los cuales se constmyc
1.111 acuerdo común respecto a qué se va a entender por realidad, quiénes
somos nosotros, y qué vamos a hacer con esa realidad. Mutatis mutan-
dis, esta concepción de psicología colectiva se puede enconl.rar en un
siglo de autores: W1.111dt (1912), Blonclel (1928), Halbwachs (1950), Mos-
covici (1984).

14
jiiiP

Los emplazamientos
de la memoria colectiva

La arqui tectura es tm gesto.


L. W TITGENSTEIN

Existe la creencia no dicha de que la civilización empezó


el mismo día que el teléfono, por lo que se supone que toda la
cultura prévia a la línea telefónica está hecha, como Dios en
reversa, a su imagen y semejanza, esto es, según el modelo
<<emisor-canal-receptor», que es el modelo de la informa-
ción, útil para producir mensajes y para producir en serie: en
ambos casos algo entra por un extremo de la línea y sale por
el otro. La revolución informática ha puesto de moda el tema
de la comunicación pero, bajo el lema de que todo lo que
existe es nuevo o por lo tanto no existe, la comunicación es
concebida como si fuera in(ormación, con la novedad afíadi-
da de que ahora es más rápida y sobre todo más vistosa,
puesto que corre por las pantallas de las computadoras: el
apantallamiento de la información.
La infon11ación, como en los canales de radio o televi-
sión, camina en una sola línea porque de otra manera se
pierde, como cuando hay estática, ruido, o se cruzan Jos telé-
fonos. Sin embargo, quizá sea lamentable para muchos tec-
nocomtmicólogos enterarse de que la sociedad no la inventó
Graham Bell, de que la comunicación y la cultura, y la histo-
ria y la civilización ya existían desde antes que los teléfonos,
por lo que se tuvieron que hacer con otro modelo, anterior al
invento de los canales, las líneas y otras formas de la primera
y segunda dimensión, del plinto y la raya de Morse y el teJé-

15
grafo: se construyeron con un modelo de tres y cuatro di-
mensiones, donde cupiera la gente, las cosas, todo, incluso el
tiempo y la memoria.
En las dimensiones de la comunicación caben las pala-
bras, pero también los gestos como las sonrisas y los contac-
tos como los besos, o los ceños fruncidos y los golpes, las
cosas como los muebles y los semáforos, los lugares coi:no
las azoteas y las esquinas, y los huecos como la velocidad y el
silencio. Todo lo que existe en el espacio es comunicativo y,
al revés de la información, que es una vfa de tránsilo, la co-
municación es una estancia que puede acumular objetos:
tiene memoria, pero no como la memoria de las computado-
ras, que guardan señales, sino como la memoria de la vida,
que guarda realidades vivas, de suerte que lo nuevo y lo viejo
forman igualmente parte de la comunicación que se lleva a
cabo en cualquier lugar. La cultura, tanto la alta cultura
como la cultura menor y cotidiana, está construida de comu-
nicación, no de información: cultura es la forma de entender
el mundo, el proceso de darle sentido a la vida y, por lo tanto,
es el modo de pensar y de sentir, el espíritu. Así que si se
acepta que la música es cultura, que la arquitectura es cttllu-
ra, que la escultura es cultura, que los modales en la mesa y
los diseños de automóviles y la confección de modas tam-
bién lo son, tendrá que aceptarse que son igualmente una
forma de pensar y de sentir: que son comunicación.
Y la mayor parte de la cultura contemporánea está for-
mada de memoria colectiva, esto es, de construcción y distri-
bución y ocupación de espacios logrados poco a poco. Pen-
samos y sentimos de memoria: tmo cierra la puerta dEl su
cuarto y se queda a solas porque hace doscientos años se
decidió que ahí tenía que haber una puerta para cerrarse tras
de uno, y uno qÚedarse a solas. La cantidad de infelices soli-
tario_s_que ha producido esta mínima tradición es, a la fecha,
desconocida; pero, en todo caso, el espíritu colectivo vive en
los espacios que se han construido desde hace tiempo, y se

16
comunica mediante ellos, sin saber mucho qué es lo que co-
munica, porque de eso no ha sido informado: la comunica-
ción colectiva es lo que no está en la información masiva.

Primer emplazamiento : las plazas y las ca lles

Los verdaderos modos de comunicación de masas no pa-


san de cinco, y ninguno de ellos es la televisión, y tampoco
ninguno es novedad de nuestro tiempo. El primero es griego
y se llama plaza pública, que tiene fisicamente la forma de la
comunicación, porque es un lugar horizontal, amplio, abier-
to, y que produjo, entre otras cosas, la democracia; la demo-
cracia es estrictamente un estilo de comunicación, y la mo-
narquía podrá ser otro, pero no cabe en una plaza pública.
Puesto que la comunicación es un fin en sí mismo en tanto
que no sirve para nada excepto para comunicarse, o sea,
para entender la vida y encontrarle algún sentido que haga
que valga la pena vivirla, y hasta hoy el único sentido encon-
trado ha sido la coniunicación misma, con lo cual se entien-
de que la gente lo primero y suficiente que hace con sus pro-
blemas sea platicarlos, así el espacio público queda privile-
giado sobre los espacios ·privados, 1 los cuales, no obstante
ser inútiles para eso de encontrarle sentido a la vida, son
necesarios para hacer otras cosas como dormir o bañarse.
Por ello, alrededor de la plaza pública tienen que aparecer
las calles para ir a las casas a dormir, de suerte que aquí se
inicia la posibilidad de un espacio menos público y, en con-
secuencia, a medida que se alejan de la plaza pública, y su
comunicación, por razones espaciales, se va restringiendo, el
espacio se va haciendo más privado, y mientras más angosta
y alejada del centro sea la calle, más se pueden hacer cosas
privadas, cosas que no son de interés general, como rascarse
la nariz, acto que, en rigor, no puede hacer grandes contribu-
ciones al mejoramiento de la democracia.

17
Las calles forman liD área menos pública dentro del espacio
público, y es la Edad Media la que se encarga de desarrollarlas,
desde la plaza principal donde se llevan a cabo festividades,
torneos y teatros, hasta los callejones torcidos y estrechos. La
mejor parte de la Edad Media, que los renacentistas llamaron
gótica para despreciarla, presenta ]a forma más perfeccionada
de ]a calle hasta hoy en clia: hecha sin planos, más bien traza-
da según ]as necesidades de la gente de encontmrse y desen-
contrarse a cada rato, como jugando al escondite, para así vol-
verse a saludar y a juntar y a platicar. Y es que ]a ciudad medie-
val tiene la urbanización dellaberinto2 y la arquitectura de la
sorpresa, como lo muestran sus calles y catedrales. Las calles se
mueven al compás de la gente, y así el gesto de la arquitectura
gótica ha sido el más parecido al que utiliza ]a gente para estar
cerca lma de otra, y el urbanismo contemporáneo no ha logra-
do reproducirla. Por lo mismo, las casas y la vida bajo techo
sólo cumplen ]a función biológica de protección contra ]a in-
temperie; son liD cobijo natural, como ]a ropa y ]a pie], pero no
un lugar de vida social: las puertas y las ventanas se cien·an
para resguardarse de los elementos, no de los demás.
Lo que sí se perdió durante el medioevo fue la forma
pública ele autogestión de la colectividad pero, en todo caso,
el espacio público urbano en su conjunto --calles y plazas-,
como lugar del espíritu colectivo, reúne lo público y lo priva-
do, la razón y la pasión, lo culto y lo ignorante, la herejía y el
dogma, las reglas y la desobediencia, el defecto y la virtud, el
esplendor y la miseria, las muertes y los nacimientos, en fin,
todos los eventos de la vida: toda la comunicación junta en
un mismo espacio.
La oscuridad presunta de la Edad Media puede resumirse
en el hecho de que las dificultades de la vida, el tiLánico-traba-
jo de ]a mera sobrevivencia día tras día, provocan que el espa-
cio público urbano, como modo de comunicación, se agote,
se canse, dé de sí; como si el aire de ]a calle se hubiese vuelto
lento, como si se hubiera cuajado; como si ]a atmósfera fuera

18
...
de gelatina. El rey más culto de su tiempo, Cadomagno, no
logró, por más que se afanó, aprender a escribir. La riqueza
que trajo la revolución mercantil a partir del siglo XIII, ade-
más de quebrar el espacio medieval, permitió que hubiera un
intento de revitalizar la cullura y la comunicación; pero pues-
to que la calle ·s e había vuelto un lugar lan homogéneo, tan
repetitivo, donde lo que se comunicaba ya era siempre lo mis-
mo, este intento tiene que darse por otra vía.

Segundo emplazamiento: la calle construye la casa

Hay diversas maneras de empezar a hablar de la Edad


Moderna; la más simpática dice que la modernidad se inicia
con la torna de Constantinopla por los t1.1rcos en el año 1453.
Entre las otras, se puede decir que empieza con la invenCión
de los libros de contabilidad, que a todo le pusieron precio; o
con la fundación de los museos, que mezclan objetos de todo
tipo; o con el alineamiento de las calles para que pasen ca-
miajes, porque el poder no sabe andar a pie; o con el des-
arrollo de la perspectiva en el dibujo, porque permite ver el
mundo desde un ángulo distinto al ele los demás.3 O tam-
bién, la Edad Moderna se inicia el día que se cerraron las
puertas de las casas aunque no hiciera frío, porque tras ese
portazo se fimda un nuevo espacio comunicativo: el espacio
privado dom.éstico, o más domésticamente, la casa. No es
fortuito, por caso, que Brunelleschi haya tenido entonces la
ocurrencia inédita de hacer muros que no sirvieran para sos-
tener techos, síno nada más para ser vistos, o más bien, para
que no sea visto lo que está detrás, es decir, para separar un
espacio de otro; la arquitectura contemporánea de Luis Ba-
rragán repitió poéticamente esta idea: el muro como crea-
ción de un sentimiento de soledad aparte.
La casa, en su versión fundamental, es una cocina equipa-
da con camas, porque es alrededor de la lumbre donde se

19
.
gesta su comunicac10n: «.h ogar dulce hogan> es ese fuego
donde se hace la comida, se calienta el aire y se desentumece
el cuerpo. La gente se reúne en la cocina y allí platica sobre los
asuntos de la colectividad, p ero lo hace, literalmente, desde la
perspectiva de la casa, por lo que ésta se inventa corno lugar
de creación de perspectivas, es decir, de diferencias que con-
tribuyan a liD mundo necesitado de pluralidad. La cocina es,
desde entonces, la plaza pública de la casa, y donde se cocie-
ron, entre otras cosas, las ideas del Renacimiento. En efecto,
la creación de la casa como espacio comunicativo no obedece
a deseos de apartarse de la vida pública, sino, por el contrario,
a la necesidad de enriquecerla: por eso la calle traslada el
centro de la vida social a la casa. Incluso los centros de gobier-
no, como los principados, o las casas comerciales, o la iglesia,
se pueden considerar como otras tantas casas, porque el po-
der y las relaciones políticas, económicas o artísticas se ejer-
cen con la lógica de la comunicación doméstica: Miguel Án-
gel o Leonardo provienen del espacio doméstico, y salen de
sus casas sólo para ir a trabajar a la casa de los Médicis, o a
«la Casa de Dios», que por entonces también era la de Lucre-
cía Borgia. El altar de las iglesias es literalmente la mesa don-
de se cocina la Última Cena, que actualmente ya es sólo lm
recalentado. Y el hecho de que los príncipes tuvieran por casa
a la ciudad entera no cambia el espacio.4
Sin embargo, después de lll1 par de siglos de vivir entre
cuatro paredes, la casa debe resultar muy estrecha para la
mayoría, y puesto que ya existían las ventanas con vidrio
desde el año 1180, se da por la fuerza de la ociosidad produc-
tiva el descubrimiento de que las ventanas no sólo sirven
para que entre el sol, sino también para que las miradas de
los mismos ociosos salgan por allí hada la calle, causándole
a la gente una especie de nostalgia de la intemperie, y provo-
cando una necesidad de salir a la calle que empieza como
necesidad de relaciones interdomiciliarias. Se instituye en-
tonces la modalidad de las invitaciones a las casas y, puesto

20
...
que la cocina es su centro, aparecen las comidas y cenas de
invitados. La invitación es una fonna de mostrarle al mundo
la casa propia, con sus estilos, ideas y sentimientos, cuyo
ostentoso resumen puede ser la imagen del cardenal Riche-
lieu, que atendía todos los asuntos de Estado en su cama,
excepto las entrevistas con el rey, quien las concedía en la
suya. En el recinto privado de la casa se crea una zona de
intercambio público alrededor de la m esa del comedor, para
la que se confeccionan formas de expresión especiales, que
funcionan como bases comunes de comunicación entre gen-
tes de diferente casa: an·eglos, puestas de mesa, vajillas,
menú. Ciertamente para estas fechas la gastronomía empie-
za a mejorar, aunque lentamente incluso hasta el siglo XVII,
pero cuando menos se les quita la costumbre de meter los
cisnes vivos al horno, con plumas y todo; es también la época
en que se escriben algunos tratados de m odales y costum-
bres referentes al comportamiento en la mesa, probable-
mente con carácter de urgentes.

Tercer emplazamiento: la casa sale al café

Si hay ricos y pobres, también hay casas completas como


los palacios, y casas mínimas, casi accidentales, como las de
cualquier hijo de vecino. Para la práctica de la invitación en
las primeras se construyen los salones, donde se suscitan las
reuniones cortesanas y se celebran obras de teatro, conciertos
ele música y fiestas de bufones y cirqueros. En estas invitacio-
nes la intención es traer el mundo a la casa para mostrarle sus
excelencias, por lo que la relación interdoméstica tiene carac-
terísticas de espectáculo y entretenimiento, pero no exacta-
mente de intercambio recíproco de perspectivas; para los po-
derosos la reciprocidad tiene algo de incómodo, prefieren
una diversión candorosa, tal cual de cortesías, donde se acari-
cien los sentidos pero sin azuzar las neuronas, y así se hace

21
curioso que desde su mismo inicio se considere a los salones
como propios de mujeres, de lo femenino, con lo que se da
principio o cuando menos formalización a la separación so-
cial entre el hombre y la mujer, entre la racionalidad y la
afectividad, y entre lo público y lo privado, de donde resulta la
ya gastada ecuación: mujer, sentimental, en su casa. De todas
maneras, en el momento de abrir la puerta para que entraran
los invitados, el aire de la calle se coló a la fiesta, y de este
modo el teatro, los conciertos y las fiestas se volvieron eventos
públicos, y los salones se convirtieron en los teatros.
En las casas mínimas, por su parte, las invitaciones que
se celebraban en la sala-cocina-comedor tenían de inicio la
vocación de sacar la casa al mundo, y f1.mdar allá fuera un
intercambio de perspectivas domésticas, lo que implica
crear un espacio comunicativo inédito, que no sea ni casa ni
calle, sino otro, semiprivado y/o sem.ipúblico, entre cuatro pa-
redes pero con las puertas abiertas. Ni casa ni calle, por lo
que se la llamó «Casa pública», Public House, mejor conoci-
da por su apócope Pub, que comprende sobre todo los cafés,
pero más tarde bares, restaurantes y todo aquel lugar que
abra sus puertas para que la gente vaya a sentarse y se ponga
a platicar, con el prete.>..'to convencional de tomar un café o lo
que sea. No deja de ser interesante que este nuevo espacio se
funde alrededor de la est1.1fa, del mismo aparato que agluti-
naba a la casa, y con la gente en las mismas circunstancias
de no tener nada mejor que hacer; ciertamente el café es el
hogar público: ciertamente la estufa es una máquina de con-
gregar. Los cafés se inauguran a partir de la ya entonces di-
fundida cost1.tmbre de tomar café, té o chocolate; florecen
entre 1680 y 1730, y para principios del siglo xvm sólo en
Londres había más de tres miJ.S Estalla la sociedad de las
cafeterías. La razón por la cual parece necesario un espacio
diferente al de la calle, es que la ciudad ya se ha vuelto dema-
siado grande y, entre mercantilismo e inmigración, se en-
cuentra demasiado poblada de desconocidos y extraños, por

22

lo que se dificulta el establecimiento de Lma conversación
más allá de fórmulas de saludo y de trabajo.
La conversación que se suscita en los cafés se basa en
una comunicación libre y animada sobre temas de interés
común, y toca.por fuerza las cuestiones politicas del gobier-
no y la ciudad. Hablar de política es siempre controvertido, y
de hecho en los cafés se inaugura el debate, la discusión, la
polémica como modo específico de comunicación, donde
fluyen las ideas, ocmrencias, críticas, u topías, proyectos, so-
luciones. Lo que se pone en el centr o del debate es en rigor la
cuestión de la sociedad civil, y ya por eso es en los cafés
donde instala su habitación. No es de extrañar que la gente
se pasara más tiempo en el café que en su trabajo, y que
incluso llegara a trabajar ahí: los verdader os acontecimien-
tos políticos se daban en ese lugar, y no en los gobiernos,
como lo muestra el hecho de que los periódicos, en el sentido
actual de la palabra, surgen no sólo en ese momento, sino
también concretamente en ese espacio: su tiraje equivale
casi a un periódico por cada café; The Taller tiraba cuatro mil
ejemplares, y entonces parece justificado que los dueüos de
los cafés solicitaran en 1729 el monopolio de los periódicos;
después de todo, ahí eraii leídos en voz alta p ara ser discuti-
dos por todos y, en buena medida, alú eran escritos. En efec-
to, la gente se reu~a en los cafés para conocer las noticias,
comentarlas, discutirlas, decidirlas y, en su caso, contestar-
las por medio de cartas a la redacción. Hay continuidad en-
tre palabra escrita y hablada, porque ambas son parte de la
misma conversación, en la que cabían, por lo demás, hasta
relaciones bancarias y de segw-os; el banco Lloyd's de Ingla-
terra se funda, y opera, en un café. Así, no parece del todo
raro que a los ojos de los gobernantes los cafés fueran lugar
de agitación política, de la mism a manera que para todo go-
bierno autárquico la sociedad civil es subversiva. Los cafés
eran considerados como penny w 1.iversities, y los grupos que
alú se reunían se ponían nombres como «el pequei'io sena-

23
do». Ciertamente el hogar público es el parlamento privado,
donde se construye la opinión pública como espú·ilu válido
de la sociedad civil. Para fines del siglo xvm, los parlamentos
oficiales tuvieron que aceptar como correcta la voz de la opi-
nión pública; y como en el ágora griega, en los cafés se hace
la democracia, por cierto que reproduciendo hasta sus estu-
pideces, puesto que la sociedad de las cafeterías tampoco era
para todos: si los griegos excluyeron a los esclavos, los die-
ciochescos, a las mujeres; el café y el alcohol, la democracia
y el conocimiento eran sólo para hombres. 6
La comunicación, aparte del lugar y el tema, también es
un estilo y una regla. Así, la conversación de los cafés y taber-
nas se basa en el acuerdo general de la igualdad de rangos; el
café es un lugar de iguales, y las diferencias ele la calle, el
trabajo, el estatus y el dinero no tiene validez alguna; todos
tenían el mismo derecho a la palabra y la misma obligación
ele escuchar a quien se sentara junto, porque las mesas eran
· compartidas por las extracciones más disímbolas. Puesto
que se suspendían las diferencias, nadie era experto ni espe-
cialista en nada, o más bien, todos eran especialistas en todo,
de manera que cualquiera podía hablar sobre demografía o
literatura, apoyado en la sólida base de la igualdad conversa-
cional. Por esta razón se ponen en práctica en los cafés las
reglas inviolables del tacto y la tolerancia, de la urbanidad en
el mejor sentido ele la palabra, de oír con atención al otro a
condición de que el otro lo oiga a uno, de poder rebatir sin
susceptibilidades, porque exis te especialmente la prohibi-
ción de tocar cuestiones personales y, mucho menos, ser uti-
lizadas como argumento en contra del interlocutor. Plessner
define a la vida del café como «la esfera de la validez del
tacto» donde impera la razón del m ejor argumento, lo que
permite, además de un diálogo fluido y enriquecedor, ilus-
trativo, percatarse de la importancia ele los convencionalis-
mos sociales, cuando éstos son significativos.
El espacio de los cafés coincide con el de los teatros y

24
otros entretenimientos; la diferencia es que los primeros
usan la conversación y los segundos usan la actuación o re-
presentación. E n los teatros los estilos y reglas aparecen en
forma de moda, arquitectura, estilos artísticos; la teatralidad
generalizada del tiempo de los cafés es óptimamente lúdica,
porque se sabe que la cultura o se juega o se vuelve bm·ocra-
cia, y se expresa característicamente en el barroco, ese estilo
«concientemente exagerado, intencionadamente imponen-
te, reconocidamente irreal», como dice Huizinga. Y ele todo
lo que es el barroco, el vestido sobresale, y de todos los vesti-
dos, el masculino; a partir de 1620, cuando los hombres se
dejan crecer el pelo, la estilización y exageración de las mo-
das aumenta; cada vez más pelucas, n1oños, lazos, rubores,
coloretes, lunares, polvos, hasta llegar a fines del siglo XVIII,
que termina con la moda totalmente burlona, humorística,
increíble, de los incroyables, vestidos de riguroso exceso, sin
nada que envidiar a los punks de dos fines de siglo más tarde,
como si siempre hubiera alguien dispuesto a cu mplir los m i-
tos de fin de siglo. La vida era teatral, un espectáculo de
masas. Cabe notar que las puertas abiertas tienen la cualidad
de confundir el aire de los espacios contiguos y, por lo tanto,
la vida de cafés y teatros· tiende a continuarse en el espacio
público; se pierde la línea divisoria entre puertas adentro y
puertas afuera y, de hecho, no hay grandes diferencias entre
barra, mesa, n1esero y cliente, como tampoco entre escena-
rio, actor, butacas y público; ni desde ambos sitios hacia la
calle. En efecto, la gente que entraba al teatro se vestía y se
comportaba igual que los actores; la diferencia entre act1.1ar y
no actuar era indiscernible; el ya inmortalizado Garrick
(que, de paso, era actor dramático y no cómico com o prego-
na Juan de Dios Peza) usaba su ropa de todos los días para
interpretar Otelo, por lo que la actuación de Alee Guiimes
vestido de diar~o en el papel de César, de Shakespeare, hace
algunos años, no es exactamente una innovación teatral: lo
novedoso está siempre hecho de memoria. En todo caso, en

25

los teatros dieciochescos, los actores aplaudían, contestaban
interpelaciones, intemnnpían sus diálogos y los repetían si
le gustaban a la gente, a partir de lo cual se concluye que el
actual teatro de revista no es una degeneración del teatro,
sino por el contrario, es más originario, y tiene una memoria
perfectamente localizable. De cualquier manera, así como el
café es el teatro de las ideas y de la razón, el teatro es el café
de las imágenes y los afectos. 7

Cuarto emplazamiento : el café ascien de al parlamento

Una vez echada a andar la sociedad civil, la parte m ás


asustadiza del café prefiere la paz de las jerarquías sociales y
fLmda los clubes ele caballeros, que son lugares semipúblicos,
pero sobre todo semiprivados, donde se puede estar sin los
contratiempos de ser iguales, ni siquiera de hablar, y donde
por lo tanto no cuenta la fuerza de los argum entos sino la
fL1erza de las credenciales y los apellidos; la intrascendencia
civil de estos clubes es inversamente proporcional a su éxito
en la actualidad, en la fonna evolucionada de clubes deporti-
\ 'OS, fraccionaúlientos para pocos privilegiados, bares y dis-
cotecas por acciones, que se construyen para públicos priva-
dos que pretenden ser exclusivos, es decir , excluir: privado
sigrufica p1ivar a lo~ demás.
Pero la parte más mlimosa de los cafés, aquella que efec-
tivamente conslmyó la ilustración y armó una opinión pú-
blica válida y legitimadora, ascendió al parlame11to, o sea, a
la capacidad de decidir efectivamente sobre las cuestiones
prácticas de la sociedad, y puso su conocimiento hum anísti-
co y científico al servicio del gobierno. Es cierto que el parla-
m ento es mucho m ás viejo; por ejemplo, el parlamento. in-
glés se divide en dos cámaras ya desde 1332; desde el año en
que empieza la peste negra, pero lo que importa es que sólo
hasta el año en que se termina la primera edición de la Enci-

26
jiiiS

clopedia Británica, hasta 1771 , los debates de dicho parla-


mento obtienen el derecho a hacerse públicos, a formar par-
te de la conversación colectiva: dicho en este contexto, el
parlamento deja de ser «Casa» para volverse <<café». El par-
lamento no debe tomarse en su acepción legislativa, históri-
camente sujeta a voluntades de poderosos, sino en su acep-
ción parlante, o sea, dialógica, civilizada, parloteante y c;ivil
que se obtiene a partir de los cafés: el parlamento como café
público en con·espondencia con el café como parlamento
privado, y no en m enor m edida, según se ha visto, como
teatro, con sus ach.taciones altisonantes y diversiones.
Pero casi desde el principio las virtudes del café se trasto-
can en los defectos del parlam ento, por que, por definición, si
cambia el espacio ·la comunicación es otr a, y aunque se pre-
tenda decir lo mismo, se dice necesarimnente otra cosa con
otros significados. El café alcanzó su nivel de incompetencia
en el parlamento. En efecto, las ideas que se produjeron en
los cafés, por ejemplo, la fe en la ciencia y la técnica como
portadoras de la civilización, hicieron suponer que el parla-
mento debería ser un lugar donde reinara la racionalidad
ordenada, la verdad científica, la aplicación tecnológica, la
utilidad cuantificable, la ·eficiencia productiva, es decir, los
valores recién adquiridos de la sociedad indust:J.ial: la pr e-
tensión, muy al tono ele la época, ele hacer una fáb1ica de
decisiones. Lo primero que sucede es que un parlamento así
no puede ser un lugar para la gente, sino, p or el contrario, un
lugar para expertos, técnicos, especialistas, porque son ellos
los que poseen el tipo de verdad puesto de m oda. 8 Cuando
hay expertos, la comunicación se acaba y empieza la infor-
mación, porque ya no se le otorga la razón a la persuasión
volátil, sino a los elatos duros y pesados, y, de hecho, en el
mismo parlamento deja ele discutirse y empieza a votarse,
puesto que el número de manos levantadas pesa más que la
calidad alada de los argum entos, que prefieren desafiar la
gravedad en todas sus acepciones; 9 la razón de la contabili-

27

dad. La institución de los expertos fundada en el manejo de
información es exactamente lo opuesto al principio de inex-
periencia consensual que obligaba en el café; de hecho, la
separación entre una y otro se consuma en el momento en
que se empieza a pagar un salario a los parlamentarios, por-
que ello implica el reconocimiento de que se trata de un tra-
bajo altamente especializado y suplementariamente engo-
rroso, mientras que nadie pudo jamás cobrar sueldo por pla-
ticar en un café; hacer politi ca era un gozo civil; ahora es una
profesión nada mal remun·e rada.
De esta manera, el parlamento se constituye en el lugar
de la ruptura de las igualdades, y como tiene poder para ello,
la hace valer: diseña una tecnología capaz de aplicarse a los
asuntos de gobierno, técnicamente llamada «administra-
ción», cuyos mecanismos configuran la máquina burocráti-
ca de gobernar. Según Habermas, la administración es la
suposición de que así como la técnica se puede aplicar a la
producción material, í.o'llnbién se puede aplicar a la organiza-
ción de la sociedad. El gobierno como burocracia tiene el
objetivo técnico de organizar la sociedad y administrar los
recursos, pero este objetivo, desde el ptmto de vista de la
comunicación civil, es en realidad otro: indicar la separación
entre administración y gente, y dejar claro que no son igua-
les. El dispositivo de ventanillas, filas, escritorios, formula-
rios, archivo, que configuran la «decoración de interiores»
de la Administración Pública, son objetos que·se colocan en-
tre el funcionario y el ciudadano, con cualquier pretexto,
pero para mostrar. físicamente que se está situado y se perte-
nece a dos lugares distintos, y las mismas atribuciones del
funcionario, tales como saber el nombre del otro y hacerle
preguntas pero no viceversa, fijar los horarios, cerrar venta-
nillas y conocer el reglamento interno, dejan claro que el
administrador es el experto y el usuario tm tonto inoportuno.
En general, la labor de un experto consiste en ocullar infor-
mación, como·lo hacen los magos, o los médicos que ex.1Jli-

28
can las dolencias con tecnicismos para que el paciente no se
entere y siga consultándolo.
En fin, el parlamento tiene ciertamente las característi-
cas de un nuevo ámbito de la colectividad, pero es el lugar
donde el aire de la calle da vuelta y se regresa, puesto que allí
ya no hay gente, sino expertos, y ya no hay comunicación
entre ellos, sino información, por lo que se trata principal-
mente de un espacio in{ormacional e.xtrapúblico, o espacio
informático, para decirlo más al día con los avances tecnoló-
gicos. Como puede verse, es más bien descamado o, como
dicen los que tienen que hacer trámites, deshumanizado.

Reemplazamientos y desplazamientos :
del parlamento al baño ·

Desde la máquina de administrar, situada por aniba de


la calle y de la vida pública, se procede a organizar la vida
seg(m los criterios de la sociedad industrial, en un a, b, e que
empieza por a) la calle. Esta se planea para el tránsito, para el
transporte de la mayor carga posible (persona, animal o
cosa) por la mayor distancia posible en el menor tiempo po-
sible, sin obstrucciones ni distracciones. París es atravesada
y cortada por boulevards en 1850, 10 y desde 1850 el transpor-
te masivo empieza a intensificarse exponencialmente; en
sólo 1856 se transportaron ya 107 millones de personas.
Londres inicia la constntcción del metro en 1863, aunque en
el mismo año se da tiempo para tratar de establecer la dife-
rencia entre el fútbol y el rugby, que por entonces no era
nada clara; en 1890 se establece la línea telefónica con París,
y quizás lo primero que se platicaron fueron sus respectivos
pánicos financieros, que tuvieron a bien estallar por casuali-
dad como si los h1,.lbieran sincrónizado. A partir de 1840 los
periódicos son, por fin, de verdadera difusión masiva, con
grandes tirajes, mientras que el correo se multiplica debido a

29

que todo el mundo envía facturas. Lo que realmente se está
inventando son las prisas, las caras ocupadas y los pasos di-
ligentes, por lo que los relojes de bolsillo empiezan a pro-
ducirse en serie también desde 1840, y las cortesías se em-
plean ahora como tácticas para no estorbar ni ser molestado,
para no quitar tiempo, y asimismo se emplea el paño ne-
gro para confeccionar una moda seria, tmiforme y práctica
como corresponde a quien no pierde el tiempo en pasatiem-
pos inútiles. La racionalidad ocupa la calle, y la afectividad
para su casa; el hombre ocupa la calle, y la mujer para su
casa, donde puede seguir arreglándose con la calma y la irra-
cionalidad que el siglo le atribuye.
En 1833, en Francia, se prohíben las discusiones públi-
cas de b) cafés entre los trabajadores, bajo el prete>..1:o de que
bebían demasiado en las tabernas, aunque la verdad era que
p1'acticaban el subversivo arte de la conversación. Los ingle-
ses, más flemáticos para su despotismo, no prohíben pero
consideran una falta de decoro no sólo beber, sino incluso
estar, en lugares públicos, así que desde 1830 disminuyen las
tabernas y aumentan a cambio las vinaterías, donde uno
compra su botella y se la va a beber respetablemente en pri-
vado. Las casas públicas se han vuelto <<Casas públicas», y
también las mujeres que persisten en andar por la calle a
esas horas del puritanismo victoriano. 11 Por otra parte, apa-
rece en 1852 también la primera tienda que vende mercan-
cía a precios fijos: el Bon Marché, evitando el dilatado rega-
teo, porque ya patentada la máqüina Singer desde el afio
anterior, hasta la alta costura se hace en serie, y es por tanto
indispensable vender más y platicar menos. La f1.mción del
regateo se sustituye por la publicidad, y la p1imera agencia
de publicidad surge en 1855, en Alemania, contra toda la
ética de los viejos comerciantes, que consideraban falto de
moral anunciar sus productos. Como puede advertirse, esta
secuencia de reemplazamientos y desplazamientos de espa-
cios es lo que de otra manera se puede llamar el ascenso de

30
jiiiiP

las clases medias. Para entonces en el teatro ya solamente se


aplaude con recato, pero no se grita ni se llor a ni se insulta,
ni se siente, como antes, porque eso de sentir en público ya
se ha vuelto de mal gusto, estorboso e ineficiente: la teatrali-
dad también Sy va para su casa, por lo común en la form a de
escenitas. No es de extrañar que por este tiempo la lectura
comience a hacerse en silencio, cosa que antes no se usaba ni
para leer a solas; de hecho, el gran tiraje de los periódicos
equivale paradójicam ente al aislamiento de la comunica-
ción, se requieren tantos periódicos y con tantas seccion es
-desde finanzas hasta nota roja- porque cada quien lo·lee
ya para sí mismo, tan calladamente que ni el de al lado lo
pueda oír. Lo que se está edificando es el aislamiento; la apa-
riencia de progreso qu e tiene se debe a que los números, los
tamaños, las cantidades de todo aumentan.
El diseño y [·unción del espacio doméstico no escapa a los
encantos del progreso científico aplicado al modo de vida:
los avances en materia ele salud e higiene logran convencer
acerca de que la planificación de la vivienda debe hacerse
técnicamente, basándose en variables tales como ilumina-
ción, ventilación y separación de funciones,l 2 es decir, no
estar todos juntos haciendo de todo en el mismo cuarto, sino
cada quien con sus cosas en lugares especiales de e) la casa:
ni dormir donde se come ni platicar donde se cocina. Puesto
que tal orden es una idea pública q ue se introduce en un
espacio privado, la separación de funciones concuerda con
la separación entre actividades que pueden ser m ostradas
públicamente y aqúellas que no mucho o de plano no; lo
ordenado y adornado se considera público; lo sentimental o
fisiológico, privado. Lo orgánico y lo emocional se equipa-
ran: a los dos se les llama «la carne»; aquello que las normas
purificadoras ele la urbanidad no pu eden transm utar del
todo, como lavarse o estar enfermo, pasa a formar parte de
lo privado. Aquello que queda a m edio carnina entre lo fisio-
lógico y lo ornam ental, como la comida, se pone en el sitio

31

intermedio que corresponde al comedor y la cocina, destina-
do a atender a «los amigos de la casa». Paulatinamente la
casa se va subdividiendo en su interior, como si le crecieran
lugares por dentro: la sala de estar se convierte en la sala de
visitas y en el lugar más cercano a la calle, con decoración de
buen gusto establecido públicamente; el comedor se formali-
za, la cocina se funcionaliza y, puesto que se trata del lugar
de paso entre el arreglo y el desarreglo, se establece la cos-
tumbre de pronunciar frases de disculpa por el desorden
cada vez que un invitado entra a ella. La casa se va desdo-
blando hacia adentro para inaugurar sitios más privados
dentro de la misma privacidad: pisos, paredes, desniveles y
puertas se multiplican, y lo más privado se traslada a una
segunda planta donde queda la estancia familiar, en realidad
reducida a un pasillo, porque ya se han erigido paredes para
hacer recámaras, o sea, cuartos dentro de cuartos, casitas
dentro de la casa donde habitar; se instituye la inaudita idea
de las puertas interiores para separar a la gente dentro de
una misma casa y, puesto que las puertas están hechas para
cerrarse, la posible convivencia queda detrás de ellas, aun-
que no completa, porque las recámaras todavía tienen puer-
tas en su interior, que dan hacia los closets y guardarropas:
puertas tras puertas para ocultar las cosas no mostrables ni
al cohabitante de cuarto, porque son de il1terés personal o,
como dicen sus poseedores, de valor sentimental: cartas, fo-
tografías, mechoncitos de cabello; recuerdos e ilusiones. Ha-
cia fuera se vivecomo si lo de adentro no existiera.
En todo caso, es como si la comunicación colectiva, em-
pujada por la información técnica desde el parlamento hacia
fuera en las calles y fuera de los cafés, en la casa tampoco
encontrara un lugar donde situarse, arrimándola cada vez
más hacia un rincón. A todo esto, cabe tm paréntesis: el de la
mujer, porque_queda considerada por la sociedad tecnoma-
chista como un lugar más de la casa, como el paréntesis más
o menos ubicado entre la recámara y el guardarropa, para el

32
-
cual se construye un muro de tela y una puerta de botones,
que la hace inmostrable e inaccesible, como debe ser todo lo
que es privado, afectivo e irracional. Para 1840 el traje feme-
nino ya tenia botones hasta el cuello y faldas hasta el tobillo,
como primer paso; como segundo, surge la moda de los mi-
riñaques, que son esas estructw·as de metal que se usaban
bajo el vestido, y que estaban hechas con las misma ingenie-
ría y la misma estética que las estructuras de hierro que por
las mismas fechas (c. 1850) se empezaron a utilizar para
construir puentes, mercados y estaciones de ferrocarril; un
ejemplo sintomático de esta arquitect1.1ra es el nuevo local
del Bon Marché, construido por Eiffel y Boileau en 1876; un
miriñaque habitable. El miriñaque del traje femenino sirve,
según Sennett, para distorsionar la apariencia del cuerpo, de
manera que no hubiera relación entre un cuerpo vestido y
uno desvestido, puesto que la mujer no sólo no debía ser
vista, sino tampoco imaginada, al grado de considerarse in-
conveniente que la gente que entrara a una casa les viera las
patas a la mesa o al piano, porque por asociación podia ima-
ginarse las piernas de su dueña; así que se les cubria. 13

Q uinto emplazamiento: el último sitio de reunió n:


el individ uo

La organización técnica de la sociedad industrial parece


querer sacar de lo público y empujar hacia lo privado a los
espacios comunicativos de la colectividad, cosa que no pue-
de hacerse porque éstos se preservan como memoria colecti-
va. Pero lo que sí logra es crear uno nuevo: el cuerpo como
espacio íntimo individual, como tm lugar todavía m ás allá de
las recámaras y los closets, tras las puertas de la piel. Y como
puede deducirse, este espacio empezó siendo mujer.
Aunque desde 1596 Harrington -no aquel James que
escribió y discutió en las cafés su utopía Oceana, sino otro,

33

John- inventó el Water Closet; éste también resultó utopía
porque es recién en 1778, cuando John Bramah construye
otro, que, gracias a los avances de la revolución industlial en
materia de cañerías, el W.C. tiene éxito. Lo que estrictamen-
te se constntyó fue tm nuevo cuarto de la casa y, cierta-
mente, todas las definiciones de diccionario a él se refieren:
Water closet O WC es Un <<CUarto pequeño COn tilla charola
donde la matelia evacuada de los intestinos puede ser desa-
guada por tubería m ediante agua prove1úente ele una cister-
na»; en efecto, se trata ele un cuarto de agua, porque closet
es un «cuarto» y, aunque en su uso acll.tal y norteame1icano
sea un «Cuarto pequeño para guardar cosas», en su uso anti-
guo e inglés era un «cuarto pequeüo para entrevistas priva-
das». Ahora, en castellano en desuso, el retrete es un «cuarto
pequeño de la casa, destinado para retirarse», y por ciertas
razones se instaló allí el aparatito inodoro; excusado, por su
parte, es un adjetivo que significa «retirado o separado del
uso común», y que califica al cuarto: cuarto excusado. Así,
excusado y privado vienen a ser sinónimos, lo cual pemútia
hablar ele, por ejemplo, capital excusado. Y efectivamente, el
bailo es un lugar ele la casa, el último, donde la gente puede
entrar intempestivamente, bajo el común acuerdo de que lo
que haga ahí dentro es cosa suya, y nadie debe pregtmtar y
todos pueden no contestar qué estaban haciendo. Por lo tan-
to, excepto para los niños, a quienes no se les ha otorgado el
derecho a la ptivacía, el bafí.o puede utilizarse, como de he-
cho se utiliza, para toda clase de expresiones igualmente
poco sociables como llorar, reflexionar, sufi.ir, ensayar ges-
tos~ ser feliz bajo criterios distintos ele los buenos m odales,
leer, recitar bajito, distraerse, tardar, tener tiempo libre; un
poco eso que se llama «ser uno mismo» que, aunque no exis-
ta, se siente bien.
Bajo el argttmento científico de que el baüo es un lugar
sano y saludable, la arquitectura utilitarista cambia de profe-
sión; ya no está al servicio del hogar y la sociabilidad como

34

hasta entonces, sino al servicio del cuerpo y del aislamiento,
y para éste constmye, y con ello dibuja el croquis del último
sitio de reunión de la sociedad. No tiene, después de todo,
nada de extraño que uno de los primeros objetos que fueron
introducidos·al baño sean los espejos, porque, dado que la
gente se mete al baño para estar consigo misma, puesto que
entra a verse a si misma, lo natural es que lo haga cara-a-
cara. Mientras que uno puede conocer sus propios pensa-
mientos mediante la reflexión, los espejos son la única forma
de conocer los propios gestos, y ele düigirlos a uno mismo:
así como uno · puede peinarse, igual que puede smu·eirse,
gustarse; el espejo es la forma de reflexión del sentimiento,
como bien saben los actores, que estudian sus expresiones
frente a él. La reflexión del pensamiento se llam a reflexión
por que hace con palabras lo m ismo que el espejo hace con
imágenes: lo refleja a lUlO mismo.
El baño es el umbral del individuo, ese nuevo espacio co-
municativo que se abre frente al espejo. El cuerpo es un espa-
cio en el mismo grado arquitectónico que los otros espacios,
como puede verse en el hecho de que se hable cotidianamente
del «interior>> o de <<aquí dentro>> para referirse a los pensa-
mientos y sentimientos que habitan el propio cuerpo. El espa-
cio individual es eri realidad un poqtúto m ás grande que el
propio cuerpo, como si se tuviera lUl halo del tamm1o de la
apariencia vestimentaria, de los movimientos y posiciona-
mientos, de los tonos de voz, de los estilos personales y las
gesticulaciones, eri. franca contin uidad con el espacio conti-
guo; también el individuo continua hacia adentro con una
clepartamentalización m ás o menos isotópica, que tiene
igualmente sus lugares públicos y privados. En su parte pú-
blica accesible ubica las ideas e imaginaciones colectivamen-
te admitidas com o racionales, razonables, civilizadas, agra-
dables, pu blicables; lo público individual ha recibido el nom-
bre de lo <<consciente», mientras que su pat·te m ás privada,
alejada, cen·ada, excusada finalmente, r ecibe el nombre de lo

35

«inconsciente», que hace pensar que hay un lugar dentro del
cuerpo donde nosotros somos visitas de nosotros mismos, fo-
rasteros de nuestro propio cuerpo; en rigor es corr ecto por-
que quien lo ha inventado, diseñado, amueblado y habitado
es la colectividad, de la misma m anera que lo ha hecho con
los demás espacios, y por eso el objetivo de ir al psicoanalista
es quejarse de los progenitores. El si-mismo es ese <<algo que
se está pensando dentro de IlÚ», como escribió Onetti.
Es justamente cuando el espíritu colectivo empieza a ser
empujado hacia los rincones de la intimidad, a finales del
siglo XVIII, que aparecen la novela sentimental, el géner o epis-
tolar «de corazón a corazón», el dimio íntimo, el romanticis-
mo vulgarizado y, por fin, la expresión cientificista de todos
ellos: la psicología; en conjunto pretenden ser expresión y co-
nocimiento de lo subjetivo, aunque en realidad están inven-
tando esa subjetividad pará luego ir a descubrirla; como ente-
rrar un tesoro para después encontrarlo por sorpresa. Así se
inicia la moda de la expresión o represión individual, seg(m se
vea la feria de la vida; pero, en todo caso, debido a que cuaja
como espacio comunicativo, la sociedad en su conjunto em-
pieza a ser vista a través de los ojos del individuo, y al1ora los
acontecimientos soCiales son los individuos; los grandes indi-
viduos son los ~andes acontecinúentos de la sociedad, aque-
llos que han salido del baño hechos <<toda una per sonalidad»,
y que al hacer su presentación en los otros espacios, sobre
todo el teatro, la calle y el parlamento, crean el mito de la
fama e instituyen el star system, cuya primera superestrella
f·ue Paganini, un violinista que, a decir de sus contemporá-
neos, no era exactamente un gran músico, pero su presencia
era impactante, máxime cuando le reventaba dos o tres cuer-
das al violín y seguía tocando: en realidad era un brillante
ejecutante de sí mismo, un excelente actor de su personali-
dad. El nombre de la última superestrella del siglo XX (y en
medio quedan Lenin, Einstein o Picasso, que ya pertenecen al
panteón de la sociedad del espectáculo de la personalidad)

36
está a discusión, pero podría proponerse a J olm Lennon, que
sintetizó en su imagen los sueños de una generación, inclu-
yendo la forma en que terminaron.

La memoria colectiva

Todo lo que se ha tratado de argumentar es muy poco,


concretamente, que el espíritu colectivo piensa y siente me-
diante espacios, por lo que éstos deben entenderse como ve-
rídicas personas colectivas que se mueven, no entre lo cons-
ciente y lo inconsciente, ni entre lo racional y lo pasional, ni
·entre lo social y lo individual, sino entre lo público y lo priva-
do. Esto cabe en un esquema:

Espacio
exLrapúblico
infonrwciontJl
Parla- -
mento
Adminis-
t.ración
pública -
!
-
E5pacio Plaza - Calle
público pública
urbano
1 l
Espacio
semipúblico
semiprivado
Casa_j
Caf6'
Teatro

!
-
Espacio
privado
doméstico
!
-
-
Es¡iacio Cue1]JÜ/
f11timo Interio-
individual rielad
Espacios
tiempos Siglos XIV,XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX

37

Este esquema se puede leer de la siguiente manera; el es-
píritu colectivo, que abarca todo el cuadro, empieza pensan-
do y sintiendo con la calle; la calle inventa la casa; la casa
construye el café; el café crea el parlamento; el parlamento se
revierte y al final el espíritu colectivo crea al individuo. Este
proceso de creaciones es un juego entre lo público y lo priva-
do, entre hablar y callar, pensar y sentir, juntar y aislar, reunir
y fragmentar, mostrar y ocultar, pero lo que se puede notar al
cabo de la historia, es que ya no hay demarcación clara entre
lo público y lo privado, sino que ambos están en todas parles,
y todas partes tienen sus decretos y sus secretos; cada espacio
tiene su publicidad y su privaciclacl. La sala es lo público ele la
casa y la recámara lo privado, de manera análoga a como los
espacios en general pueden ser públicos o privados con res-
pecto a otros, como el café, que es casa pública o parlamento
privado, seg(m se vea. El significado de «hacer algo en públi-
CO» depende del espacio en que se esté hablando.
Pero esto no es una historia, porque los datos son meros
ejemplos del argumento, 14 de modo que aunque no se hubie-
ran encontrado esos datos, o se hubieran encontrado otros,
el argumento funcionaría igual, y sobre todo no es historia
porque se trat:;t del .presente; en efecto, el espíritu colectivo
piensa, siente y se mueve actualmente, con las contradiccio-
nes, distribuciones y ocupaciones de los espacios creados
poco a poco. 15 De la misma manera que hoy pensamos con
lo que recordamos y que los recuerdos están depositados en
las cosas que traen recuerdos, así la vida contemporánea
está hecha de memoria; las ideas, estilos, humores qu~ se
usan en la actualidad nacen en algún emplazamiento de la
memoria colectiva. 16 La gente, en general, está hecha de to-
dos estos espacios, por lo que se puede entender que alguien
sea estrictamente solemne con la ropa, los modales, las opi-
niones y el lenguaje durante tma reunión de trabajo, y estric-
tamente infantil, juguetón, ingenuo y hogareño durante una
reunión familiar, yque ambos comportamientos p uedan ser

38
...
vistos desde otro espacio como estrictameú te ridículos. Una
misma gente es, con toda honestidad, cu atro o cinco perso-
nas distintas durante el día; se puede creer en la soledad y en
la salud, en la sopa caliente, en la tolerancia y el iluminismo,
en el pueblo y la comunidad, y en el organigrama de la ofici-
na, según el espacio vaya cambiando. Quienes piensan son
los espacios y si, por ejemplo, uno deja de leer y se levanta
para ir a comprar el periódico, podrá advertir en el trayecto
que va caminando entre el pensamiento de la colectividad.

Notas

l. En efecto, "el ágora griega era nn lugar vacío, que no contenía


ningún templo ni altar, edificio público o habitación, puesto que estaba
diseñado específicamente para ser ocupado por gente. Asimismo, las
viviendas griegas eran sumamente fn.tgales, y quien tuviese tma casa
demasiado grande era expulsado de la ciudad (cfr. Gied ion, 1952). A par-
tir de la alta preeminencia que tenía la vida pública se pueden entender
ciertas excen tricidades, com o por ejemplo el hecho ele que los retóricos y
sofistas fueran los vagabtmdos (cfr. Huizinga, 1937), pues lo que no sa-
lían del espacio público; o q ue Protágoras, además de fundar la retólica,
tenga la reputación de haber inventado el cojinete de cargad01· (porters's
pad: cfr. Billig, 1987, p. 4 1), es decir, tma forma de cargat· por las calles
públicas s us adminículos d e vida privada. También el mi to de Diógenes
viviendo den tro de tm barril es perfecta m ente razonable dentro del m ar-
co de la vida pública gtiega.
2. Por lo demás, el trazado laberintico ele las ciudades medievales
tenía también nna función ele sobrevivencia, puesto que servía para que
en ellas se per-dieran los invasores que lograban cruzar b m uralla, de
manera que no pudieran llegar fácilmente al ccntm.
3. Giedion (1940, pp. 33 y ss.) encuen tra en la sorprendente creación
de la perspectiva lineal el comienzo de la modernidad; la perspectiva es
nna obra colectiva, porque efectivnm en te la colectividad Jo crea Lodo, has-
ta la il1dividualiclacl, a nnque su s p rm1eras expresiones concretas puednn
verse en el fresco La Trinidad de Masaccio (discípulo ele Brunelleschi, y es
probable que éste haya pmtado la perspectiva de ese fresco), y en la capilla
ele Snn Andrés, en Manlua, de Alberti, a quien el fresco de Mnsnccio sirvió

39
como modelo. La idea del alineamiento de las calles para el tránsito del
podet· mercantil es de Churchill (1945), y se restune en esta frase suya:
«Los desfiles y el poder no son s utiles: necesitan grandes espacios, obvie-
dad siméttica y simpleza, porque la comprensión que les cm-responde es
burda>> (pp. 12-13). Respecto a los museos, véase a Bell (1987): en los
museos, «toda clase de objetos creados por la cultura, y an-a.ncados de sus
contextos tradicio!k'lles, son exhibidos en tul nuevo contexto de sincretis-
mo: el de una historia revuelta» (p. 28). Por otm p arte, Wemer Sombart
attibuye los libros de contabilidad a un tal Luca Pacioli, y con ellos se
instituye la cuantificación, según la cual las cosas se ven como dinero, y ya
no como cosas concretas; siempre es agradable citar a Churchill: «La igle-
sia pet-dió su tiempo peleándose con Galileo, porque la Ctúdad de Dios no
cayó por la ley de la gravedad, sino por la regla de los contadores» (1945,
p. 18). Por último, la cuestión de los turcos corresponde al h tm1or invo-
luntario del sistema de enseñanza de la educación p timaria.
4. Así como el poder y el gobiemo, también la p roducción y el co-
met-cio pueden considerarse como cuestiones caseras de relaciones en-
tre moradores particulares. De esta manera, por ejemplo, los perióclicos
y correos ele los siglos ~y XVI funcionan explícitamente como inter-
cambio de infmmación entt·e los comerciantes, cuyo negocio depende a
menudo de cU~rtas noticias. Sin embargo, el llamado de la calle medie-
val, como memoria colectiva viva, sigue vigente; así se explica que dichos
petiódicos tiendan a incluir cuestiones de interés general y sabidm·ía
pública como, por ejemplo, histmias ele «lluvias de sangre y fuego, ele
conversiones judíós, de quemas ele bmjas y condenas diabólicas, de jui-
cios divinos y resun·ección ele muertos» (Habermas, 1962, p . 279). Por lo
demás, estas noticias estaban esctitas en verso, porque estaban redacta-
das para ser leídas en voz alta ante tma audiencia, de suerte que no cabe
hablar ele analfabetismo, aunque los oyentes n os supieran leer, sino ele
una especie de alfabetismo oral como método de comunicación social,
que sólo trató ele replegarse hasta el siglo XIX, que es cuando ya se puede
hablar realmente d e analfabetismo. La oralidad continúa como fmma de
comunicación propia en otros espacios del espídtu colectivo incluso
hasta nuesttus días; la Caperucita Roja es un buen ejemplo, porque se
pueden detectar vmiaciones enom1es entre la n arración miginal, donde
Caperucita muere; en Pen-ault, que tt-a.nscribe sus Cuentos del tiempo
pasado en 1697, donde el Lobo invita a Caperucita a la cama; y en la
versión actual, con final feliz: lo que se pued e observar es q ue, a pesar de
Pen-ault, el cuento no ha podido ser sacado d e la tradición m-al, y como
dice Margit Frenk, en toda litemtum omllas versiones cambian necesa-

40
riamente y se acomodan según la audiencia y el nan'ador, y así el texto se
mantiene vivo. Por otm patte, muchas de aquellas noticias en verso se
han preservado hasta la actualidad en la forma de rimas infantiles, cuyo
último ejemplo bien puede ser el de «Mambrú se fue a la gucrm», que se
refiere a la vida del duque de Maloborough, quien, por lo demás, tiene
una deuda grande con sus narmdores, porque más bien murió en su
cama después de' no haber hecho nada heroico que le mereciera el honor
de set· tema musical.
S. J.M. Pérez Gay da 1687 como el año en que un oriental abre la
primera Casa de Café en Europa. Ahora bien, la ausencia de tradición
del café en alg¡mos países latinoamericanos, puede entenderse por las
prohibiciones vin:einales sobre la existencia de lugares d onde los habi-
tantes novohispanos se reunieran a platicar, comer o beber sin vigilan-
cia; así, los lugares para beber se establecían en la vía pública, en el
entendido de que al encontmrse en público se comportarían con lama-
yor decencia a la vez que poddan ser vigilados con mayor eficacia. Los
españoles de todas maneras bebían en sus casas, de donde surge la tmdi-
ción familiar espafiola y su arquitectura doméstica en honor de la comi-
da, que conserva las gmndes cocinas y hace hogar, pero de todas mane-
ms no pudieron evitar la independencia. Lo q ue sí hubo, en cambio,
fueron entretenimientos públicos como los teatros, las procesiones, los
toros y el frontón (cfr. Viqueira Albán, 1987).
6. «Del año 1674 es ya el panfleto "Petición de las Mujeres contra el
Café, presentado a la Consideración Pública, debido a los Grandes In-
convenientes que el Uso Excesivo de este Licor Resecante y Debilitante
ocasiona a las Actividades propias de su Sexo" (The Womens Petition
against Coffe, representing to Public Considera/ion ofthe Granel lr1conve-
niences acording lo their Sex from the Excessive Use ofthat Drying, Enfee-
bling Liquor)» (Habermas, 1962, p. 283).
7. Desde el punto de vista del gobiemo y de los reyes, todo esto, el
café y el teatro, era tiesgoso: al poder siempre le resulta prefetible el or-
den a la comunicación. Y sin embargo, la arquitectura oficial realiza tm
gesto involtmtario, en el siglo XVII en París y Londres: construye plazas
y espacios abiertos; aunque el fin reconocido em el embellecimiento cor-
tesano de la ciudad, su sigrtificado real aparecería no sólo en la Revolu-
ción Fmncesa, sino en los movimientos de masas del siglo siguiente. En
el otro extremo, la casa también realiza un gesto involuntatio de utiliza-
ción pública postetior: puesto que a nadie le interesa ya lo que sucedía
tms sus puettas cen<ldas, el estilo interior se hace negligente, como lo
ejemplifica lampa negligée, cómoda y desenfadada, de donde salen, acle-

41
más de los incongmentes 11egligés de hoy, la moda cuasi-negligée de mira-
das lánguidas, pelo revuelto y ropa distraída que caracterizó al romanti-
cismo, y que caracteriza ahora a todos los movimientos culturales a par-
tir de la posguena. Con lo negligé, el espacio privado de la casa empieza
T
su proceso de desentendimiento de lo público, que va a marcar la pauta
ele los siglos XIX y XX.
Datos respecto a los cambios en la traza Lll·bana pueden encontrarse
en la historia de Giedion (1 940), donde el disei'io de jardines, empezando
con los del Palacio de Versalles, juega tm impmiante papel. Respecto a
otros datos, aquellos sobre las casas de café y su relación con los periódi-
cos y revistas, así como la vida política e intelectual, se pueden encontrar
en la histoiia de la opinión pública ele Habem1as (1962), donde aparecen
cosas como, por ejemplo, que en Inglaterra el periódico The Taller, de
luminosa y fugaz existencia, se dirigía expresamente a <<los prósperos ciu-
dadanos que pasan más tiempo en las casas ele café que en sus negocios»
(p. 286), o que en el Café Button la cOITespondcncia a los periódicos se
colocaba en las fauces de tmleón esculpido, por lo que luego apareció una
revista con el nombre El Rugido del León; es a trnvés de la vida de los cafés
qúe el <<público» sustüuye a la <<humanidad» como protagonista de la
sociedad, y su opinión, la' pública, es admitida como legítima en el pada-
mento de 1792.' unos veinte ai'ios después de que Jos cafés habí~m sido
dmamente cdticados en ese lugar, por auspiciar la petversión intelectual
de los buenos súbditos de Su Majestad. Datos respecto a las casas de café ·
o casas de reliigedo y sus reglas ele conversación, respecto al teatro y sus
usos y costmnbres, así como respecto a las modas, entre otros, pueden
enconlrnl"Se en el libro de Se1mett (1974) sobre el hombre público, donde
se consignan anécdotas de la siguiente clase: <<En Londres, Jos ltmares se
colocaban en el lado derecho o izquierdo del rostro y la ubicación depen-
día de que uno fuese liberal o conservador. Durante el reinado de Luis-XV,
Jos lunares se usaban parn indicar el carácter del parisino: a tm costado
del ojo representaba la pasión; en el centro de la m"jilla la alegría, en la
nmiz, insolencia. Se suponía que mm asesina debía usar lunares en Jos
pechos» (pp. 92-99). Y así sucesivamente, entre el uso cotidiano de antifa-
ces, de pelucas con el modelo a escala de un barco entre las olas de peina-
do, o el peinado de una altura que había que hincm"Se para cruzar las
puertas, entre el empleo de mui'iecas vestidas como tal o cual atistócrata
Jo había hecho algtma vez, que se exportaban para ser copiadas por toda
Europa, se llega hasta el ptmto máximo, en 1795, de la apariencia negligée
del cuerpo semidesnudo, mojando lampa de muselina para que se trans-
parentara el cuerpo, cuya consecuencia inmediata fue una epidemia de

42
tuberculosis al plimcr invierno, o el corte de pelo a la victime, o sea, a la
guillotinada, segím se les coriaba a aquellos que iban a ser decapitados,
;¡ara que no estorbara. De hecho, junto con las cabezas de la guillotina,
también rodaban las pelucas, que seg(m Huizinga son uno de los elemen-
tos más significa tivos de los siglos XVII y XVID, tanto más por su uso
masculino; respecto a las modas y el Barroco, el Rococó y por último el
Neoclasicismo, y sú relación con el espÍlitu lúdico de la cultura, véase el
Hamo Lude11S de Huizinga (1937).
8. Una argumentación respecto a las diferencias entre la comtmica-
ción (denominada acción comunicativa, interacción simbólica o con.oci-
miento práctico) e infmmación (acción racional con respecto a fines, o
trabajo), puede encontrarse inmejorablemente en Habermas (1968). Se-
gún él, la ciencia y la tecnología, gracias a su productividad material a
partir de la revolución industrial, se salen de su esfera adecuada que es la
de la información, y se introducen inacionalmente en la esfera de la
comunicación, donde no pueden pertenecer, por lo que se convierten en
ideología; ideología ~e define aquí como «COmtmicación sistemática-
mente distorsionada», y como tal es propia de la revolución imlustr·ial, y
prácticamente inexistente antes de ella.
9. Segím Tarde, la contabilización de la opinión es otr-a de las para-
dojas producidas por la generalización de la prensa en tanto medio de
infmmación: la gente, al tener el petiódico en su casa, ya no tiene que ir
al café para enterarse de nada, de modo que se pierde el contacto perso-
nal, y con ello la necesidad de comprender el punto de vista del otro; el
elemento afectivo del conocimiento social es amputado de Jos métodos
de conocer, y con él se pietde también la comprensión misma de los
eventos; sólo se consetva su registro: «la prensa petiódica capacitó a los
gmpos primarios de individuos similares, para formar tm agregado se-
cundario m ucho m ayor, cuyas unidades estaban estr"Cchamente ligadas
sin necesidad de contacto personal. De esta sittmción surgieron difet"Cn-
cias importantes; entre otms, ésta: en los grupos ptimarios, la voz de sus
miembros es ponderada -ponderantur- antes que cuantificada - nu-
merantur- , mientras que en los gmpos más grandes y sectmclmios, a los
que se suinan a ciegas individuos que no pueden verse entre sí, la voz
sólo puede ser contabilizada, pero no sopesada. Así, la pt"Cnsa coadyuvó
inconcientemente a la Ct"Cación ele la ft terza del número, y a la reducción
ele la fuerza del carácter, si no es que de la inteligencia» (1898, p. 302).
10. Uno de los objetos sociales de la nueva urbanización del siglo
XIX em, claramente, el control de las multitudes. El caso ejemplar es el
de París y la urbanización emprendida por Georges Eugéne Haus-

43
smann, «a tono con la época industrial», como dice Giedion. Concreta-
mente, los propósitos de Haussmann eran los sig¡_úentes: primero, «ais-
lar los grandes edificios, palacios y cuarteles, de manera que resultaran
más agradables a la vista, y que permitieran un acceso más fácil en los
días de celebración de actos, y que simplificaran la defensa en los mo-
T
mentos de revuelta>>; seg¡_mclo, «mejoramiento del estado de salud de la
ciudad por medio de la destrucción sistemática de callejones infectos y
otros focos de infección», y tercero, <<asegurar la paz pública p or medio
ele la creación ele amplios bulevares, que no sólo pem1itieran la circula-
ción del aire y ele la luz, sino que también el fácil acceso y movimientp ele
tropas. Con esta ingeniosa combinación, el destino del pueblo se verá
mejorado, y su continua disposición hacia la revuelta clismintúrá» (cita-
do por Giedion, 1940, p. 668). Cabe aqtú hacerle un reconocimiento al
irónico sen tido del humor que tiene la historia, porque boulevard quiere
decir <<muralla» (bulwark). Ahora, todo junto puesto en una frase de
Churchill (1945, p. 20): «Par-ís impuso el nuevo estilo de planeación. Na-
poleón III, un tonto Y. un déspota, vio que las multitudes no pocllian ser
controladas en la vieja ciudad. El Bar-ón Haussmann, tm déspota pero no
un tonto, lo mregló, no sin beneficio propio».
11 . Así comienza la bohemia tradición de <<los bajos fundos», como
denomina y documenta González Roclliguez (1988): en efecto, con el
ordenamiento ele la sociedad inclusuial, un lado ele la sociedad se oscure-
ce; no se pierde, sino que sólo se traslada a sitios más privados del espíri-
tu colectivo, ag¡_mrclanclo el momento para reapan~cer en público.
12. En realidad, la aplicación técnica del conocimiento médico se
formaliza en la arquitectura en la década de 1930, con el Funcionalismo
(cfr. Gehl, 1980, p. 45), q ue constmye <<la casa orientada al sol, y no,
como había sido previmnente, mientacla a la calle». Sin embargo, esta
búsqueda ele condiciones apropiadas para el cuerpo, como intentando
escombrar un terreno que sirviera de sitio para el nuevo espacio conumi-
cativo del individuo, aparece socialmente desde antes, desde el estilo
habitacional del siglo XVIII: <<En las mansiones privadas de las g¡m1des
ciudades han sido reducidos a su mínima expresión todos los espacios
funcionales de la casa completa: los amplios vestíbulos se han visto redu-
cidos a un mísero zaguán, y por la profanada cocirm sólo corretean don-
cellas y cocineras en lugar de la fmnilia y el espíritu hogareño; per() es
sobr-e todo notable que los patios se ha:Yan convertido en tincones a me-
nudo angostos, h(¡medos y malolientes. Si echamos un vistazo al interior
de nuesl!-as viviendas, encontramos que la habitación familiar·, esto es, la
estancia común de marido, m ujer y nir"íos y servició se ha hecho cada vez

44
-
más pequeña, si no ha desaparecido del todo. En cambio, las habitacio-
nes particulares de los diversos miembros de la familia han sido provis-
tas cada vez más y con mayor propiedad. El aislamiento del miembro de
la familia incluso·en el interior de la casa pasa pOI-distinguido» (Reihl,
citado por Habermas, 1962, p. 82).
13. Hay algo trucado en las moralizaciones machistas ele la época,
en dos sentidos. Primero: la desfiguración del cuerpo femenino propor-
cionaba la idea de que bajo el vestido habitaba la forma misteliosa, oscu-
ra y desconocida ele la pasión irracional, lo cual lo hacía un objeto más
tentador para escuclriñat~ en efecto, como argumenta Descamps (1979),
la esencia de la ropa radica en mostrar más que en cubtir: mientras más
oculta, más revela, porque marca exactamente Jos sitios del cuerpo que
hay que atender (actualmente nadie está interesado en los tobillos de
nadie, porque no se ocultan): la ropa sitve para dejar todo a la imagina-
ción, que es más real que los hechos objetivos. Segundo: la pasión e
irracionalidad que se guarda en el habitáculo de la mujer es la del hom-
bre; es el hombre quien le endosa sus plivacidades para apartarlas de sí,
para fingir en público que no las tiene, y para ir de vez en cuando por
ellas: la mujet· queda socialmente considerada como el objeto más priva-
do del hombre, pero no necesruiamente el más gozable, según pt-econi-
zaría la noción ele la mujer como objeto sexual, sino probablemente
como el más doloroso. Como quiera que sea, debido a la gran cantidad
de elementos que el racionalismo tecnócrata depositó en el lugar de la
mujer, es de este lugar donde surgen las mej01-es altemativas de la cultu-
ra del siglo XX: conct-etamente, 1~ posibilidad de una sociedad más sen-
sible y razonable, menos poderosa y violenta, porque tal tipo de sociedad
está contenido de antemano en los estereotipos de lo que el sentido co-
mún considera como característicamente femenino. Por ejemplo, en el
caso de las ciencias sociales y la filosofía, puede observru-se actualmente
una especie de «feminización del método», que ya no consiste en la dm-e-
za de los datos ni en la validación de la utilidad, sino en la comprensión
comunicativa del sentido de la r-ealidad que, paradójicamente, algtmas
teorizaciones feministas no comparten (cfr. Gergen, 1985).
Otros datos y eventos consignados han sido tomados de Giedion (1940),
Chmchill (1945), Habermas (1962), Sennett(1974) yPascoe(ed. 1974).
14. Ciertan1ente, las fechas y hechos empíricos no son importantes,
p01·que en general, los datos son solamente ejemplos de la te01·ía, pero no
verifican ni falsifican nada. Lo que aquí importa es la compt-ensión de la
vida colectiva, y ésta se basa no en datos precisos, sino en significados
verosímiles; como decía Wtmclt, se busca la probabilidad psicológica.

45
Así, los datos registrados en este trabajo son, por así decirlo, arbitrarios,
y pueden ser sustitwdos por otros o eliminados del todo, porque en con-
junto ninguno es impmiante; el argumento se sostiene sin ellos -<> se
cae con todo y datos-; Jo que sí es importante, en cambio, es que haga
sentido la idea de la génesis y presencia ele diversos espacios comunicati-
vos como fom1a de pensárniento y afectividad de la colectividad.
15. En urbanismo, Lavenclan habla ele una «ley ele la persistencia del
plano», seg(m la cual, atmque las edificaciones se arruinen o desaparez-
can, el trazado original permanece; por ejemplo, en cita ele Churchill,
«los edificios se hacen obsoletos y se destmyen o se caen, pero la tierra
debajo pem1anece. "La calle que se llama Derecha" pem1anece en Da-
masco, y aunque el palacio del César no existe más, los turistas pueden
decir correctamente, "por esta calle caminó el César"» (1945, p. 6). Asi-
mismo, desde el ptmto de vista ele tma psicología colectiva, puede plan-
tem-se que los objetos donde está depositada la memoria colectiva son
mucho más sutiles que los bmdos souvenirs del pasado. En efecto, los
objetos pueden ser ele dos maneras: existen las cosas, que son objetos
llenos, como tma estatua o una mesa, donde no se puede estar dentro,
sinó sólo verlos desde el exterior y rodearlos, y por lo mismo son bastan-
te obvios; pero existen.otros objetos como los espacios, que son objetos
vacíos, vano~, que parece que no existen porque uno se encuentm dentro
ele ellos, es decir, que son aire constmil:lo y distribuido, que no se ve pero
sin embargo se habita y se usa especialmente con el movimiento, y que
es responsable de tma especie de estética afectiva, que se siente pem no
se conoce. La memoria colectiva se encuentra tanto en las cosas como en
los espacios, ciertamente, pero lo que mejor per-siste intacto, sin ser ma-
noseado, expuesto, ·ideologizado, es lo que pasa inadvertido, y esto son
los espacios, de donde se p uede concluü· que una gran parte del espíritu
colectivo está hecha de huecos, de intersticios, ele recovecos. No es tanto
las paredes, sino el espacio construido entre ellas lo que está pensando:
la no-pared, de la misma manera que en una conver-sación lo más signifi-
cativo es lo que no se dice entre lo que se está diciendo, como por ejem-
plo las pausas y los silencios, las entonaciones y los gestos, porque ahí
radjcan los dobles significados, los ánimos y el objetivo mismo de la
comunicación. Y ciertamente, la cultura cotidiana es Ja cultura que que-
da entre los huecos de lo que se considera cultura.
16. El concepto de memoria colectiva es original del sociólogo francés
Maurice Halbwachs, de vida muy productiva y muerte muy absurda en
tm campo ele concentración en 1945. E ntre la docena ele libros que escli-
bió, cuyos temas van desde el cálculo de probabilidades hasta la morfolo-

46
...
gía social, tres se refieren al de la memoria colectiva: el plimero esclito en
1925, sobre los marcos sociales de la m~moria; el segundo, ei11941' q ue es
tma investigación sobre la memoria de los lugares evangélicos en Tien-a
Santa; y el tercero publicado póstuman1ente en 1950, que se intitula ya
simplemente lA. memoria colectiva. Ninguno ha sido b.-aducido a(m al
español. [Recientemente, Anthropos Editorial ha publicado Los marcos
de
sociales la memoria (N. del E.).] En todo caso, según Halbwachs, la
memotia colectiva es el pmceso social de rcconsLTUcción del pasado vivi-
do y experimentado por un detenninado grupo, comunidad o sociedad.
Este pasado vivido es distinto a la histolia, la cual se 1efiere más bien a la
serie de fechas y eventos registrados, como datos y como hechos, indepen-
dientemente de si éstos han sido sentidos y expe1imentados por alguien.
Mientras que la historia pretende dar cuenta de las transformaciones de la
sociedad, la memoria colectiva insiste en asegtu-ar la permanencia del
tiempo y la homogeneidad de la vida, como en tm intento por mosb.-ar que
el pasado pe1manece, que nada ha cambiado dentro del grupo, y por
ende, jtmto con el pasado, la identidad de ese grupo también pe1manece,
y asimismo sus pmyectos. Mient:I-as que la historia es informativa, la me-
moda es comw'licativa, por lo que los datos veridicos no le interesan, sino
que le interesan las expedencias veridicas, por mor de las cuales se penni-
te tmstocar e inventar el pasado cuanto sea menester. Los grtipos tienen
necesidad de teconstruir pem1anentemente sus recuerdos a través de sus
conversaciones, contactos, rememomciones, efemérides, usos y costum-
bres, conservación de sus objetos y pertenencias, y 'pem1anencia en los
lugares en donde se ha desmTollado su vida, porque la memotia es la
única garantía de que el grupo sigue siendo el mismo, en medio de tm
murido en perpetuo movimiento. Toda memotia, incluso la individual, se
gesta y se apoya en el pe~amie.nto y la 'c omunicación del gmpo: cada uno
está seguro de sus recuerdos porque los demás k'Ullbién los conocen, aun-
que el evento recordado no haya existido realmente, como en el caso de
las anécdotas de la infancia, que tmo tiene que llegar a creerlas, e incluso a
recordadas, o hasta ir a contárselas al psicoanalista, pÜrque el resto de la
familia asegura que son ciertas. -
Ahom bien, la comwlicación y el pensamiento de los diversos gmpos
de la sociedad están estrueti.n-ad<?s en marcos, los marcos sociales de la
memada. De los distintos posibles, los básicos son los marcos tempora-
les y los marcos espaciales. Los marcos tempomles de la memolia colec-
tiva están armados con todas las fechas de f-estividades, nacin'lientos,
def1,1nciones, aniversruios, cambios de estación, que funcionan como
puntos de referencia, como hitos a los cuales hay que I-ectmir pma en-

47
contrar los recuerdos: las fechas y peliodos que son considerados social- .
mente significativos siempre tienen tm recuerdo construido, y así, ·con
base a estos mojones, se puede ir configurando una biografía congmente
de individuos y grupos.: ante la aparición de tma fecha im]JOttante, un
aniversario individual, cívico o religioso, el pensamiento ve aparecer
ante sí los recuerdos que de otra manera no existilian porque no hubie-
ran sido recordados; en efccto,los recuerdos están más en los marcos, en
los hitos, en las fechas,. que en los pensamientos, como cuando unó se
acuerda de una obligáción porque se entera de que hoy es viernes. En el
tiempo está deposÚada la memotia, como si la memotia fuem un objeto
y el tiempo fuem un lugar, y si faltan estos lugares, el recue1·do que conte-
túan no puede ser devuelto, como cuando uno se olvida de una obliga-
ción porque no se enteró de que hoy era viemes. Y es que el tiempo es
igual al espacio, solamente que hecho de minutos en vez de centímetros.
Así, los marcos eSpaciales de la mem01ia colectiva consisten en.los luga-
res, las construcciones y los objetos, donde, por vivir en y con ellos, se ha
ido depositando la memoria de los gmpos, de m odo que La! esqttina, tal
bar, tal objeto, en fin, evoca el recuerdo de la vida social q ue fue vivida
ahí, y su ausencia, pérdida o destmcción impide la reconstrucción de la
memoria; con cada edificio que se denumba, tm trocito de pensamiento
colecl.ivo se rompe, queda inconéluso. El espacio es fundamental a la
memotia colecliva porque, al revés del tiempo que est:."' hecho de conven-
ciones, éste está hecho ele ·piedra inerte, que es más estable y dtu-able, y
puede mantener así la memotia viva por más Liempo: la permanencia ele
una edificación significapam los interesados la petmanencia de sus re-
.· cuerdos, porque en \!fecto, como se dice cotidianamente, <das cosas traen
recuerdos», frase que debe entenderse literalmente. Pero, no óbstante,la .
importancia del espacio se vuelve doble para la memotia por el hecho de
que aunque una consliucción se destmya, siempre podrá decirse que
<<aquí estuvo», porque en efecto, la tt-aza, el emplazamiento, es lo último
que se bona. Por eso Halbwachs le dedicó una investigación minuciosa
a los espacios de la memotia, y por eso mismo, cuando define a la me-
motia colectiva, la encucntm sobre todo depositada en el espacio: <<No es
exacto que para poder.recordar haya que transportarse con el pensa-
miento afuera del espacio, puesto ·que, por el contrario, es la sola imagen
del espacio la que; en razón de su estabilidad; nos da la ilusión de no
cambiar a través del tiempo, y de encontnu· el pasado dentro del pt-esen-
te, que es preCisamente la forma en que puede definirse a la memoria;
s.ólo el espacio es tan estable que puede durar sin envejecer ni perder
algtmas de sus pmtes» (1950, p ...167).

48
-
La formación social
de las piedras

Los objetos están a nuestro alrededor


como una sociedad muda e inmóvil.
M. rlM.nwAcJis

El espíritu colectivo

Las palabras y las imágenes

El espíritu colectivo es el aire que habitamos, y está forjado


con la aleación de dos elementos: las palabras y las imágenes.
De las dos, mezcladas en cualquier proporción, están constitu i-
dos los espacios comunicativos: sus limites, sus tránsitos, sus
interiores, su gente, sus actividades y sus objetos. Las palabras
que, ateniéndose a la metáfora del espíritu, son aire dicho e
incluyen todos los nombres, frases, oraciones, sentencias, tex-
tos, que describen, invocan, evocan imágenes existentes, o que
inventan obras: el lenguaje trae imágenes, ya sea que las traiga
de donde ya estaban como al decir <<la mona lisa», o que las
traiga de la nada o del futuro como cuando se plantea un pro-
blema, con el cual se inventan in1ágenes que no estaban en
ningtma parte; pero, en todo caso, toda palabra trae adhetida
una imagen, ya sea fonnal como la que viene pegada a la pala-
bra <<Silla>>, o abstracta como la que trae la palabra <<libertad»,
porque de lo contrario no es palabra, es n údo, como las letras
desechables de las canciones comerciales. De modo que la una-
gen es el significado de las palabras; piénsese, por ejemplo, en la
palabra <<camaleón » y aparecerá su imagen: ése es su significa-

49
..
do. Por su parte, las imágenes son aire visto, oído, olfateado,
palpado; son espúitu sentido que no necesitan o que no tienen
nombre con el cual ser dichas o que tienen nombres que les
quedan chicos, de modo que nadie cambiaría tm beso por la
p alabra que lo designa, y por lo tanto pueden funcionar sin
ellos, como la vivacidad de los colores, la alegría de ver tma
cara, el indecible olor del café en1Tem ezclado con tabaco, el
recuerdo del rocío, la rabia, la risa, los movim ientos de masas,
el mareo, la 1:listeza y otras imágenes que tienen a(m m enos
nombre, las cuales, a falta de ser dichas, son sentidas, gozables,
sufribles, pero poco explicables. 1Y las cosas, es decir, cualquier
objeto tangible, son finalmente la encamación de los dos ele-
mentos, pero manufacturados con otro matetial. Un cuadro,
una catedral, una sartén, una corbata, un libro, un pasillo, son
objetos llenos de palabras e imágenes, que valen sólo porque
han sido pensados en palabras y sentidos en imágenes tma y
otra vez: en ellos se depositan ideas, como la idea ele fabricarlos
de tal o cual manera para tal o cual efecto, y se depositan afec-
tos, como la sensación al tocarlos o verlos, e incluso se les depo-
sitan cariños, como el sentimiento de propiedad que le inspiran
a su dueño, o los recuerdos que traen consigo: son, en todo
caso, el aire transitado, manipulado, utilizado, adamado. Son
el mismo espúitu de colectividad, que tienen además la ventaja
de ser más estables y la desventaja de estar un poco más endu-
recidos. Se diría que falta saber qué es la gente, y aunque setia
un poco cruel decir que la gente es tma mezcla del mismo tipo
que los objetos, a veces resulta didáctico ser tm poco cruel por-
que, en efecto, la gente está constituida de imágenes y palabras,
o como lo dijo Peirce, «el hombre es un signo», pero es el sig-
no de signos, y por ende tiene la capacidad de mover a los sig-
nos a voluntad, de manejarlos con una maestría tal que a fin de
cuentas la gente es operaria del espacio, intérprete del espíritu,
honor éste que a veces le obnubila la modestia, porque en rigor
las palabras e imágenes fabrican cosas y gentes a su imagen
y semejanza.

so
-
La lógica y la estética

El espíritu colectivo no es un pegoteadero ni un amontona-


clero de sus elementos: tiene un orden y, como en este tmiverso
sólo hay dos elementos, este orden solamente puede estar he-
cho de lo mismó, de palabras e imágenes: el orden de las pala-
bras es una lógica, que requiere que unas palabras vayan des-
pués de las otras para que las frases se entiendan, y donde hay
preposiciones y conjunciones, puntos y aparte, etcétera. El or-
den de las imágenes configura tma estética, que requiere que se
establezcan las relaciones entre las diferentes partes de tma
imagen para que se vea completa y se note si algo falta. Lo que
sucede inmediatamente después de decir esto, es que la lógica
del lenguaje, al irse annando, va adquiriendo en sí misma una
imagen, como, por ejemplo, la sucesión lineal de estos renglo-
nes, y por lo tanto va teniendo una estética, y de hecho lo que se
propone el lenguaje es traer imágenes y por ende armar confi-
guraciones estéticas: tm buen argumento, un buen esclito, no
es sólo lógicamente correcto, también se vuelve borrito. Y ~la
inversa, una imagen completa con todas sus partes en buen
lugar y composición, está consb.·uida conforme a una cietta
lógica, que bien puede ser. desclita, como las esculturas de
Moore o el estilo de caminar de alguien, de manera que lo que
se siente es una manera del pensamiento, y lo que se piensa tma
manera del sentimiento. Cuando la razón es afectiva, cuando la
afectividad es razonable, cuando imágenes y palabras se mez-
clan, entonces alza el vuelo la comunicación. Las cosas de uso
diario, por ejemplo las artesanias o el diseño industrial o la
arquitectura, tienen absorbido este doble orden: son objetos
que han sido pensados para algo, para cocinar, por ejemplo,
que al ctm1plirlo configuran una imagen querida y, por eso a
veces, uno no puede desprenderse de su vieja cafetera. La co-
municación es el vuelo de las palabras y las imágenes, incluidas
las contenidas en los objetos. El espíritu es el aire aleteado pc:-
el vuelo de la comunicación.

51
Lo público y lo privado

Tanto el sobresalto de una pesadilla como una fómmla


matemática son maneras de la comunicación: la diferencia
entre uno y otra es el grado de orden y la proporción de los
componentes: en el primero está la casi pura aparición desor-
denada de un espanto, y en la segunda el orden extremo de la
casi pura señal. Uno podrá concederle la atención debida a
sus pesadillas pero estás no serán atendidas en un congreso
de matemáticas puras, donde, en cambio, tomarán atenta
nota de una fórmula tan clara que, no obstante, el hijo de
vecino que soñó su pesadilla no puede entender en absoluto.
Entender y no entender no es una cuestión de inteligencia,
sino de lugar: un congreso de ciencias exactas no es tm lugar
para soñar pesadillas y por eso no se entienden, mmque todos
sus asistentes las sueñen en sus ratos libres; el sueño tampoco
es un lugar para fonnular claves matemáticas y por eso no se
entienden, aunque el durmiente sea un cientifico. Cada lugar
tiene su forma propia de entender, su fonna de ordenar y pro-
porcionar las imágenes para que sean comprensibles, correc-
tas, válidas y, en última instancia, reales. Lo real del sueüo es
real en sueüos; lo real de la matemática es real en m atem áticas;
y fuera de sus lugares son incomprensibles, incon-ectos, falsos,
irreales. El ave de la comunicación atraviesa por distintos luga-
res de distintas lógicas y estéticas, con distintos equilibrios en-
tre las palabras y las imágenes, volviéndose, como en aleteo,
como en una sístole y tma diástole, comprensible e incompren-
sible, real e irreal: son los lugares del aire, los momentos del
vuelo, público y privado; el espíritu colectivo se mueve en fases
públicas y privadas. Lo público y lo privado son las formas que
inventó la modernidad para m overse a través de la historia: la
técnica de aleteo del ave de la comunicación. Son dos palabras
opuestas, como la luz y la sombra, arriba y abajo, aqtú y allá,
pero son, sobre todo, un concepto cuya palabra no está aún
totalmente acuñada, como claroscuro, subibaja o vaivén. Lo

52
--
público y lo privado son escorzos del1llismo aire, perspectivas
del espíritu: son la dirección de la Illirada, que en tm sentido ve
público y en el otro, privado.
Por público se puede entender todo aquello (ideas, sensa-
ciones, gestos, objetos, colores, ropas, r eglas, f1.mciones, espa-
cios, lo que sea) que es comprensible en lU1 m omento y lugar
dados, pero que en otros ni es comprensible, ni sabido, ni com-
partido, ni conocido, ni real, ni público y, por lo tanto, es piiva-
do, que es todo aquello que no cabe en tm momento y Jugar
dados, y que no funciona com o real alú, aunque en otros tenga
una realidad sólida y duradera. 2 Así, los conocimientos de la
historia de la civilización valen en las universidades y afortuna-
damente en alguna que otra cafetería, pero todavía no valen
como verdaderos para muchos gobiernos, y son perfectas in-
congruencias a la hora de arreglar desavenencias de enamora-
dos, porque al tiempo que valgan su amor se ha brán acadenu-
zado y desenamorado. Y es que, en efecto, por úllimo ejemplo,
la aspiración del amor sólo se hace real si se hace pública, es
decir, si el otro está de acuerdo en ese ari10r. Los cambios entre
público y privado no son cambios de tema, sino cambios de
lógica, de estética, de palabras y de imágenes.

El espacio íntimo individual

La superficie y el subsuelo

Lo más privado, el mundo de cada cabeza, el espacio ínti-


mo individual, está hecho de memoria, es decir, con los mis-
mos planos con que fue edificada la ciudad, de la cual el indivi-
duo es, en rigor, Jos últimos rincones ya sin salida, y por lo
tanto, como se sabe, también tiene sus arribas y sus a bajos, sus
muros y sus puertas, sus rases de tierra y sus proftmdidades
donde, al igual que en cualquier otro espacio, se van colocando
objetos. Puesto que la geografia interna del individuo es m ás

53
bien vertical, con arriba y abajo más que izquierdas y derechas,
en los lugares altos, que por antonomasia están iluminados, se
ponen objetos tales como las altas virtudes o las elevadas aspi-
raciones, mientras que en los lugares bajos y sombrios, incluso
subterráneos, se colocan las bajas pasiones, los bajos instintos,
en suma, las bajezas y, por no dejar, tmo que otro tesoro ente-
rrado que hay que buscar y sacar a la luz, como por ejemplo, lo
bondadoso que uno es en el fondo. Las razones bajas del indivi-
duo qu e, puesto que son privadas, él mismo desconoce, y que
por lo tanto, no son reales para él, hasta que salen a la superfi-
cie: es lo que cotidiana y psicoanaliticamente se llama el in-
consciente. Sin embargo, la zona privada del individuo sola-
mente puede ser una zona elucubrada pero no vista, porque de
serlo, ya no seria privada, y por lo tanto, de ella sólo se puede
saber que hay una puerta, una escalera que se transforma en
penumbra bajando, una pared cruzada de la cual ya no se sabe
nada, un abismo cuyo fondo no se ve, y donde lo desconocido
solamente se intuye por sus límites conocidos; lo que cruza esa
puerta, tm recuerdo, una idea, tma sensación, se va a la nada, al
olvido absoluto, y nunca vuelve, porque lo que va a la nada
nunca vuelve, y lo que viene de la nada siempre es nuevo. El
inconsciente es pues el nombre de lo que no existe siquiera,
porque nadie puede decir que lo ha visto. Cuando aparece algo
que no se conocía, como un mal sueño o una buena idea, se
supone que viene de allá abajo, con la diferencia de que se dice
que lo feo ha saltado de las mazmorras de los bajos fondos, en
tanto que, gracias a esa utilísima capacidad del autoelogio, lo
bonito brota por los manantiales de la inspiración.

El pensamiento imágico

A través de la contradictoria historia de la modernidad,


las zonas públicas y privadas de los diversos espacios se han
utilizado para dividir y guardar trozos repartidos ele la reali-

54
--
dad y la razón colectivas, con la resulta de que algunos ya no
se han vuelto a ver juntos. En el individuo se han utilizado la
zona privada para endosarle lo incontrolable, para adjudi-
carle las criaturas indomeñables del espíritu, y las zonas pú-
blicas, en cambio, para lo controlable, las criaturas amansa-
das: aqtú dentro ya hay una separación social entre lo üra-
cional y lo racional, entre lo animal y lo humano.
Cuando se habla de la cartografía del individuo se sabe, más
pronto que en ningún otro caso, que se trata. de tilla metáfora,
pero no porque sea menos verdadera, sino porque se describen
objetos y espacios con palabras, siendo que en el interior indivi-
dual hay sobre todo imágenes: la interioridad es la misma ar-
quitectura, el mismo aire que el de afuera, sólo que hecho con
otro material; en lugar de piedras y voces hay imágenes, y con
ellas se levantan sus alturas, se cavan sus bajezas, se distribuyen
los lugares y se fabrican los objetos, o sea, las ideas y los senti-
mientos. Así, la comunicación que se lleva a cabo interionnente
está hecha de esa naturaleza. Son las in1ágenes auditivas del
lenguaje, táctiles de las sensaciones, kinestésicas de los mareos,
musicales de los sonidos, pero sobre todo, son imágenes visua-
les, y entonces lo correcto, lo verdadero, lo real, se parece aquí
dentro principalmente a lo'bonito: en efecto, no se piensa con
nn lenguaje gramaticalmente correcto, sino más bien con pala-
bras sueltas que valen por su apariencia misma y, en especial,
tillo no describe las ideas, sino que las ve: 3 nno ve las soluciones,
se imagina las posibilidades, visualiza los pormenores, etcétera,
sin metáfora algnna, sino literalmente. En el pensamiento inte-
rior la misma lógica es estética. Y las ideas son correctas cuan-
do a uno le gustan, que significa que valen por su estructura
armónica, por su congruencia, ritmo, color, y dependiendo en-
tonces de su estética, nno decide si son malas o feas, o buenas y
hermosas, y entonces se convence de que tiene razón, se per-
suade de la idea. Persuadir es lo mismo que conocer, como ya
lo sabían los rétores griegos, porque persuadir es hacer que algo
valga como real en nn momento dado. En el caso ele la inte-

55
..
rioridad individual, w1o se persuade de la belleza de sus propias
imágenes y aprende, o se le ocurre, algo nuevo. Pero también
fuera del individuo, en cualquier espacio, la persuasión radica
en la estética de las imágenes.
Es curioso que, al revés de los demás espacios, como las ca-
sas y los edificios, en los que se entra por la planta baja, al es-
pacio individual se entre por aniba. Esto se debe a que, metafó-
ricamente, el individuo se encuentra a ras del suelo de la colecti-
vidad, y su zona alta y pública queda, por lo tanto, en la superfi-
cie, y para adentrarse en él y sus privacidacles hay que escarbar
sus subsuelo y descubrir las galerías subterráneas como hacen
los arqueólogos, y no por casualidad, porque se supone que lo
arcaico,lo primitivo de los individuos, se encuentra ahi.

La piel y sus alrededores

Y como cualquier espacio, el del individuo colinda con otro:


con el de la casa, y así como Ja casa tiene una fachada e>.'tel?or,
el individuo, a su modo, tiene sus paredes, sus umbrales, sus
puertas y sus ventanas que cierran el paso o lo abren, y están
hechos, como todo, de lo mismo: ele palabras, imágenes y co-
sas. El espacio individual tem1ina donde tennina la piel, por-
que sólo como segw1da idea se le ocurre o se le ocurrió algtma
vez andar desvestido; como han mostrado los historiadores del
vestido, la indumentaria es contemporánea de la hominiza-
ción; y asimismo, el individuo acaba donde terminan sus gestos
y sus movimientos, de manera que el espacio individual es tma
especie de aura; y termina iguahnente donde termina el volu-
men de su voz y la frecuencia con la que la usa, que en ciertos
casos inoporl:lmos parece no tener límite. Estas fronteras,
como todas, tienen un anverso y tm reverso que se pen11ea y se
impermea para que las imágenes salgan convertidas en pala-
bras y gestos y apariencias o para que elmw1do entre converti-
do en imágenes: tal traducción es requisito de aduana. Con ]a

56
apariencia y los movimientos y la voz el individuo puede llamar
o rechazar al mundo, puede acercarse o alejarse de él, como
cuando sonríe y pregtmta o cuando con un tono altivo corta las
respuestas. Asimismo se viste para pertenecer a un grupo y al
mismo tiempo para no pertenecer a otro; tal es la hmción de la
moda y el vestido. Y la fachada extetior del individuo, la arqui-
tectura del gesto, a veces barroca y sobrec.:'1rgada y a veces fun-
cional y mínima, es evidentemente lo más público del indivi-
duo, lo más superficial, lo que da la publicidad, y tanto, que
queda casi insertada en el espacio contiguo que es la casa, por-
que, en efecto, la zona pública de un espacio es muy similar a la
zona ptivada del siguiente: gente a solas, por ejemplo, cavilan-
do sobre la mugre de sus tillas, está tanto en la parte pública de
su individualidad como en la parte privada de su casa; la dife-
rencia es que en esta última tal gente es sólo tm elemento más
de ella, junto con el color de las paredes, el arreglo de la cama, el
desorden de la mesita de noche y las cartas de amor en los
cajones; el conjtmto forma un cuadro.
Y es que la gente, en general, es un elem ento más del espa-
cio colectivo, y una creación del espíritu colectivo. Cada época y
cada espacio construye un tipo de gente diferente; se sabe que la
gente que habita los sueños' o que habita la cocina es distinta de
la gente que habita las calles o los parlamentos: no usan las pa-
labras y las imágenes de la misma manera, ni piensan y sienten
del mismo modo; al insensible tecnócrata de la oficina también
se le ocurren dulces tonterías mientras se p eina en el espt:jo. 4

El espacio doméstico

La lana y el cristal

En fin, la zona privada de la casa-habitación, del espacio


doméstico, está compuesta de todos los sitios que se extien-
den detrás de las puertas, al final de los corredores, escaleras

57
arriba. Y mientras que dentro del individuo lo p1ivado es os-
curo y lo público claro, lo privado doméstico es cálido: la cali-
dez como de lana es el ambiente que se constn tye en esta
zona, y en consecuencia está poblado de palabras, imágenes y
cosas que despiden calor, sea de f·u ria o de gusto: desde el
agua de la regadera, el tejido de los cobertores, hasta los senti-
mientos de los objetos que pueblan el baño, las recámaras o
los anuarios tienen la esencia de lo orgánico, vivo y, por ende,
cmnrptible, degradable. Desde el punto de vista de la imagi-
n ación colectiva, que no sigue los criterios clasificatorios de la
biología, es material orgánico todo lo que se mueve, se ensu-
cia, se avejenta, se desordena y se ablanda, y por ello son
habitantes típicos de lo privado los cuerpos sin ropa, la ropa
sin cuerpos, las cartas de amor, los álbumes de fotografías,
los celos, los gritos, los mummllos, los llantos, los canturrees,
los besos, los pecadqs, los ceniceros calientes de colillas, cuyo
olor de organicidad hace en conjunto un lugar acogedor. Por
eso a la casa, cuando se la quiere eqtúparar a la felicidad, se la
refiere como un nidito, como hogar-dulce-hogar; de hecho,
para llamar a la casa con nombre de cariño se escogió el obje-
to más caliente 'de ella: el hogar, y nunca, ni por asomo, se
ocurrió cualquier otro, como podría ser el lavamanos.
Los lugares privados de la casa están separados de los
lugares públicos mediante espacios angostos, que se estre-
chan para filtrar la vida, para que no pasen al otro lado ni
todas las gentes ni todas las voces ni todas las miradas, sino
sólo unas cuantas disminuidas. Toda barrera es un lugar que
angosta el aire para que quepa menos, y la casa tiene mu-
chos de ellos, reales o virtuales, como los pasillos y corredo-
res, las puertas entornadas, las escaleras, que son el dificul-
toso umbral hacia arriba de una pared horizontal llamada
techo, que sirven para lo mismo que el cnrce transversal de
las paredes enderezadas. Del lado público de estos desfilade-
ros de alfombra y papel tapiz, la temperatura se enfría, por-
que, por el contrario, la zona pública de la casa se ordena por

58
la frialdad y se ocupa con objetos de matetial mineral, que es,
física y química aparte, lo que no se mueve ni se con·ompe,
rú se estima pero sí adorna, como los cuadros, los sillones
pesados, los ceniceritos de cristal, lo limpio, lo nuevo, lo
dtrro, lo intocable, lo geométrico, lo estático, inclLúdas las
gentes con su cara de visita y buenas maneras, con su len-
guaje de domingo y su decencia de aluminio; es lo frio del
cristal que puede contemplarse en las salas, los comedores,
los recibidores y el subutilizado baño de visitas con su jabón
seco y agrietado de tanto no usarse. Como ya se había men-
cionado, hay un lugar intermedio entre lo público y lo priva-
do domésticos que se supone que no es de paso y se sabe que
no es de estancia. Ciertamente, la cocina es el lugar entre lo
cálido y lo frío que se manifiesta en la frialdad metálica del
acero inoxidable pintada con los colores del f·uego y del ho-
gar. Entre lo orgánico y lo mineral, la cocina, mitad carne
mitad metal como las sartenes en horas de trabajo, es el sitio
donde se congelan las cuestiones orgánicas y se entibian las
minerales: las visitas que llegan hasta la cocina se acercan a
la amistad, p ero el infortunado amante que sólo llega hasta
la cocina, ya se acerca también a la amistad.

El <<simposium» de la simpatía

La comunicación de la casa tiene, como en todo espacio,


sus propias lógica y estética, que consisten en una retórica de
sobreentendidos, en la que poco se expresa y todo se entien-
de. En este espacio ya caben las palabras pronunciadas, las
imágenes tangibles y las cosas hechas de cosa, pero todavía
se rige mucho más por la estética de las irnágenes que por la
lógica del lenguaje. Se trata de una commúcación más afee~
tiva que racionaL En efecto, en el mundo casero lo que se
habla está muy poco articulado, muy mal definido, impreci-
so, bastante entrecortado y repetido de manera que sólo sus

59
t
....

habitantes saben de qué se está hablando. Nadie entiende los


nombres ni los chistes de la casa ajena porque se habla en
clave, con significados que ya se deben entender de antema-
no: sólo los de la casa saben cuál es, por ejemplo, «el florero
de abajo» aunque haya cuatro y se encuentren arriba. Asi-
mismo, todo lo que no se dice se expresa gesticulando; la
casa es sobre todo el lugar de los gestos, y a falta de buen
idioma hay abrazos, mutismos, risas, cachetadas, miradas,
roces, comisuras que se tuercen, cejas que se levantan, dedos
que tamborilean, como puede verse en cualquier reunión ele
plática ligera de sobremesa, tarde de descanso, noche de
amigos, cena familiar; es más comunicable la simpatía que
el tema en cuestión, si acaso hay uno. Y por cierto, una co-
municación basada en sobreentendidos únicamente alcanza
para tratar lo que ya se sabe, de forma que la comunicación
de la casa es sobre todo tm ritual de confirmación de la vida
de esa casa: repetición de chismes, anécdotas, chistes. Lo
que se comunica es tma ambientación: la imagen difusa ad-
herida a todas las voces, gentes, actividades, utensilios, ruti-
nas, de que todo está hoy igual que ayer y, por supuesto, que
mañana: en el paisaje amueblado de una casa, alguien levan-
ta la ceja y sigue lavándose los dientes cada vez que alguien
más carraspea cuando revisa las cuentas por pagar, mientras
alguien más allá dice un sinsentido con signos de interroga-
ción: todo es comprensible y todo está claro.

El automóvil y el trayecto

Pero hay, por ultimo, un último GUar to de la casa, tan


extremadamente público que de hecho se desprende ele la
casa y funciona com o paso al exterior. El automóvil es un
saloncito portátil roclante equipado com o un lugar de la casa,
con sus ceniceros, espejos, tapices, sillones y donde se pu~de
continuar las platicas y las actividades iniciadas en algún otro

60
cuarto de la casa; en vez de decir <<pasemos a Ja sala» se dice
<<síguemeplaticando en el coche». Al igual que la fachada de
la casa, tiene p uertas y ventanas que se abr en y se cierran al
exte1ior para conectarse o desconectarse, para pasar de lleno
a un espacio co~tiguo. En efecto, la frontera o franquicia en-
tre el espacio privado dom éstico y el espacio semiprivado y
semip úblico de los sitios de reunión abiertos a la ciudadanía
es, en rigor, liD trayecto que es recorrido en coche, y a falta de
él se puede recorrer en persona, es decir, utilizando el cuerpo
como vehículo privado. Ciertamente, la gente sale de sus ca-
sas, pero sale verdaderamente sólo después de recon·er un
trayecto que transcurre como limbo, es decir, sólo cuando
entra a otro lugar. En estos términos, las calles por las que
uno pasa funcionan como equipo de transporte, no como lm
lugar de estancia. Desde el punto de vista colectivo, de lo pri-
vado y de lo público, y de la comunicación, el espacio conti-
guo a la casa son los sitios de r eunión, con sus cuatro paredes
cerradas pero sus puertas y ventanas de par en par.

El espacio semiprivado semi púb lico

Las espaldas y las caras

Los sitios de reunión se han multiplicado en sus giros y


son, además de los cafés y bares, los hoteles, las salas de con-
cierto y cualquier otro lugar adonde pu eda entrar cualquier
hijo de vecino de acuerdo con cierto pr ecio, horario, etiqueta,
edad, examen de conocimientos y otras formas de reservarse
el derecho de admisión, ·q ue es la frontera que este espacio le
pone a la casa en reciprocidad por la suya. De cualquier ma-
nera, la forma espiritual de estos espacios, la distribución de
su aire, es, independientemente de los planos del arquitecto,
c_ircula1~ semicircular o cuando m enos dizque-c~rcular, alrede-
dor de tm centro, com o los círculos de amigos o los círculos

61
de lectores, donde el centro funciona como pretexto para
echar a volar la comunicación. Es, por ejemplo, una taza de
café en derredor de la cual se arregla al mundo, tma película
que concentra la atención, una e}>..-posición o una mercancía
en tomo de las que se arremolina el interés y se discuten los
p recios, se recuerda con malas palabras a la política económi-
ca, se anecdotiza la situación social o se habla del clima en
espera de mejor temática. Los espacios abiertos de reunión
no tienen divisiones interiores establecidas: mientras que el
individuo se subdivide por dentro mediante canceles y plata-
formas virtuales, y la casa lo hace con paredes verdaderas, en
cambio los restaurantes, salones de fiesta, recintos de con-
venciones y otros lugares de paso hacen sus separaciones in-
temas ante lo privado y lo público con otro material, muy
práctico y versátil: la gente. Las partes privadas se hacen con
las espaldas de esa gente, que forman tma ronda o círculo
cerrado con su propio pretexto central, su privada razón de
estar reunidos, otorgándole la espalda y la indiferencia al res-
to del espacio, y asf, dentro del concilio del espacio se con-
fonna un conciliábulo en cada corrillo, y cualquier extraño
que pase sabe de suyo que alú no puede sentarse y, para que
se note, se instrumentan diversos dispositivos: la gente que se
congrega en una mesa o en una barra completa el circulo
iniciado con sus espaldas, con el truco de extender los brazos,
colgar paraguas y sacos y bolsos de manera que cubran los
intersticios entre los cuerpos, y poblar el tenitorio ocupado
con papeles, cigarros, agendas, relojes, como para señalizar
que alú no hay lugar, que se trata de un sitio privado aunque
el recinto sea de acceso libre. En una buena tarde concurrida,
el panorama de los sitios de reunión, como los lobbies de los
cines o los grandes almacenes, es el de los amplios espacios
rellenados de pequefios circulitos de gente. Ahora bien, la
parte del espíritu colectivo que guardan y salvaguardan estas
múltiples mesitas redondas es el derecho de la pluralidad,
creado en algún momento de la memoria de la modernidad,

62
-
es decir, el derecho de que en cada círculo se trate de lo que se
quiera, aunque ahora se haga como derecho privado de los
lugares sernipúblicos.
La zona publica, en cambio, se hace con las caras de la
gente, esto es, que está compuesta por aqu ella parte del es-
pacio donde opera el mismo pretexto para todos y donde
todos están frente a él, y dada la disposición circular del
lugar, se constntye un mundo cara-a-cara: es un círculo
grande donde la dirección de la mirada se focaliza al inte-
rior, y no al exterior allende las espaldas displicentes. En los
sitios de reunión que se han vuelto más semiplivados que
semipúblicos, donde se busca más la privatización que la
comunicación, el pretexto común que encaran todos es uno
bastante insulso, como las normas de comportamiento en
un cine, la buena educación, el tipo de ropa que ha de usar-
se, o sea, la mera observancia de los requisitos de admisión;
esto sucede en los restaurantes, salas de espera, estaciones
de transporte, tiendas y en cualquier lugar en donde la gen-
te va a lo suyo. Pero donde más se conserva el lugar semipú-
blico es en los teatros, aulas, asambleas, donde existe un
gran círculo generalizado, sumamente mal hecho, pero en
torno a un solo pretexto: que guarda, como objeto propio, la
parte del espílitu colectivo que corresponde a la obligación
del consenso, es decir, a la voluntad común de llegar a un
acuerdo válido para todos los participa ntes del espacio. En
efecto, la memoria colectiva de los sitios abiertos de reunión
ha construido, mediante la conservación y la discusión, la
figura del consenso de la pluralidad, p ero ha extraviado el
encuentro de ambos. Por eso son pocas las polémicas. El
derecho del consenso y la obligación de la pluralidad coexis-
ten en realidad, pero separados en público y privado, como
realidades distintas irreales entre sí, porque mientras una
da la cara, la otra da la espalda.

63
y

La sobremesa de debates

Pero éste es el lugar preferido del lenguaje, porque es


aquí donde la palabra prueba sus promesas de comunica-
ción, ya que aquí se construyen realidades entre gente que
no tiene más lazo de unión que h ablar el mismo idioma,
pero hablado bien, pues to que debe ser comprensible para
los desconocidos y los distintos. Así, el lenguaje de los espa-
cios semiprivados o semi públicos, según se venga de la casa
o se vaya hacia la calle, es necesariamente más articulado,
más continuo y más respetuoso de la sintaxis, las definicio-
nes, los signos de puntuación. Aquí rige la retórica de la ar-
gumentación como la forma de la lógica y estética de la
comunicación, y hay más palabras que imágenes: aqtú la
verdad y la realidad que persuaden están hechas de las imá-
genes que se puedan hacer con las palabras. Ciertamente,
como en todo lenguaje hablado, hay repeticiones, huecos y
muletillas, y asimismo se utilizan muchos gestos y otras
imaginerías, pero no sirven tanto para sustituir a las pala-
bras como para crear énfasis, marcar ironías y demás do-
bles sentidos: para llenar de afectos las frases dichas, para ir
sintiendo el aleteo del propio discurso, para dibujar con las
manos lo que se va narrando con la voz. Por lo demás, los
gestos tienen la función organiza ti va de regular el flujo de la
conversación entre los interlocutores, porque para tomar la
palabra en una discusión, y para quitarla, no dejársela arre-
batar, o perderla, se emplean los gestos de los ojos y los
tonos de la voz; así, si alguien no quiere ser interrumpido,
no le dirigirá la vista a quien amenaza con querer interve-
nir, y éste nunca encontrará la oportunidad, salvo violando
reglas conversacionales perfecta aunque implícitamente es-
tablecidas.5 Mientras la gente conversa, se desarrolla tam-
bién u n debate de miradas.

64
La invitación y el precio

Como todo espacio, menos uno, los sitios semip úblicos


de rewúón tienen sus membranas que los delimitan y los
separan del espacio contiguo superior q ue es la calle, con el
cual se contacta y se aparta. Este limite está constmido a
base de apa radores llamativos y de cuentas por pagar, con
los cuales se inauguran cercanías pero se fundan dis tancias,
invitan a en trar y cierran el paso. Los aparadores, ventana-
les, marquesinas, letreros, menús e invitaciones funcionan
como esa ventana transparente de la m embrana que mues-
tra el interior, como expresando la existencia de lo que hay
dentro. De la misma manera que tm individuo sonríe mos-
trando la simpatía, un almacén abre el escaparate mostran-
do la mercancía, pero también le pone precio que desalienta
a muchos de la misma manera que tma condición puesta
por un individuo; los vendedores de enciclopedias son las
síntesis de ambos ejemplos. Los sitios de reunión también
cierran el paso, se reservan el derecho de adm.isión de mu-
chas maneras, con variados gestos: los honorarios, los re-
quisitos de edad, los preciqs, la etiqueta en el vestir, el nivel
académico, son impedimentos con los cuales estos espa cios
se alejan del aire de la calle. Mientras el escaparate sonríe, el
precio frunce el ceño.

El espacio público urbano

El laberinto y la explanada

Y empieza la calle. El espacio público urbano tiene traza-


das sus zonas pública y privada desde los tiempos griego y
medieval: su zona privada es la que tiene forma de laberinto,
donde, puesto que la ciudad es un p ensamiento, se entra
siempre por una distracción, como las que usan los turistas,

65
+

los niños, los desempleados, los poetas, los felices y otros


expertos perdedores de tiempo, es decir, cuando el trayecto
marcado de la casa al banco, de la oficina al restaurante, se
olvida y deja de ser trayecto para convertirse en deambular
sin ton ni son, que deja también de m edir el tiempo y borra
por un lapso la idea de que se tiene que llegar a alguna parte:
entonces se ha llegado a la calle, al laberinto de callejones,
callecitas, callejuelas, bocacalles, cruces, esquinas, recove-
cos, nichos, andadores. Es la zona oculta del espíritu urbano
porque ahí, visto desde cualquier otra perspectiva, no pasa
nada, es el terreno de lo incidental, lo diario, lo inmemora-
ble; y ta mpoco pasa nadie, ninguno, porque es el lugar del
anonimato, como diría Paz, del Don Nadie ninguneado. ·No
son exactamente los cinturones y los m árgenes de la socie-
d ad, sino a menudo la piel con piel del mismo centro. El
laberinto privado de la ciudad es tm lugar para perderse,
p ara encontrar lo que no puede buscarse. Ellabetinto de la
ciudad, con su memoria de lo gótico y de lo barroco, es un
sitio riquísimo en objetos, lleno de cosas que sólo pueden ser
vistas a la hora de dis traerse, de perder el camino y el tiem-
po; en primer lugar, está lleno de gente, sin nombre y sin
biografía sino sólo con ires y venires, ropas, colores, prisas y
otros atributos de la coreografía, y también esta lleno de au-
tomóviles, fachadas, escaparates, marquesinas, ruido, músi-
ca, murmullos, basura, charcos, intemperie.
La zona pÓblica de la calle es, no sin paradqja, muy dis-
tinta en su contraparte: esta vacía, es una explanada, a la
cual no se llega más que por voluntad. A ella pertenecen to-
das las plazas y avenidas principales que puedan servir de
escenario a movimientos sociales, a expresiones públicas.
Cada ciudad tiene obligatoriamente cuando menos uno de
estos lugares, porque cuando no los hay se inventan con la
facilidad que dan la rabia y la alegría. De diario, este lugar
está lleno de aire, y por eso aparece vacío en las fotografías,
pero es aire cargado de los pensamientos y afectos del espfri-

66
tu colectivo, que a veces se ha llamado precisamente clima
social: este estado de animo, humor civil, que pesa sobre el
centro y que se sabe y se siente, aunque no aparezca en las
primeras planas ni se vea ni se toque, es el alma ele la calle, en
la cual, de saber leer el aire, se leerían las vicisitudes ele la
memoria colectiva, con los plenos de sus recuerdos y los va-
cíos de sus olvidos. El clima social que se respira en la plaza
central de la ciudad está hecho de ideas y sentimientos muy
concretos, muy precisos, pocos, pero muy concentrados,
muy densos, comprimidos, como granito transparente al
que se le puede pulsar su tranquilidad en un clima social
distendido, y su rigidez en uno tenso. En ciertos momentos
de la vida de la colectividad, cuando es menester, su concen-
tración puede llegar al punto en el que el aire se solidifica, se
opaca, y el espíritu de la calle se encarna en la forma de
multitudes concitadas en las plazas y avenidas, que son me-
ramente el espíritu colectivo hecho de carne y hueso, para
que los insensibles que no saben respirar el aire puedan ver-
lo, oírlo, pero tocarlo no porque les da miedo.

La voz de la ciudad

En la calle, las palabras y las imágenes se vuelven cosas


llenas de imágenes y palabras: aquí se da una comunicación
sobre todo entre cosas. El lenguaje se vuelve escrito, en petiódi-
cos, revista, libros, grafittis,6 y puesto que se habla urbi et orbi, a
la ciudad y al mundo, su lenguaje, para ser comprensible, se
torna preciso, cuidado, literario en el sentido más variado. Sin
embargo, las publicaciones tienen sus imágenes, que pueden
ser no solamente fotografías o esquemas con que se ayudan,
sino también el tamaño, la calidad, la edición, el diseño de la
portada, su publicidad, el precio, que en tanto imágenes se co-
nectan con el resto de las imágenes del espacio público urbano,
que a partir de la publicación se continúa en las vitrinas de las

67
librerías y puestos de periódicos y de revistas, pero que se sigue
en la misma fachada de las librerías y su letrero en letras gran-
des, y se extiende en las demás fachadas de toda la ciudad, y sus
dibujos y pintas sobre las paredes, y el trazado ele las calles, y los
núdos, y las gentes, anuncios, arquitectura, monumentos, par-
ques, distancias, velocidades, tráfagos, trajines, temperaturas.
En conjunto, la calle es toda ella tm lenguaje, una imagen, tm
objeto, en pleno vuelo, y todo lo que se esclibe y se publica, lo
que se constmye y se pinta,lo que se actúa y protagoniza dentro
de ella, equivale a una palabra, un gesto, una cosita colocada en
su enorme comunicación, de la cual no se puede aspirar a ente-
rarse por completo; salir a la calle es entrar a Lm espacio, y sólo
se puede pretender ser parte de ese pensamiento y de ese sen-
timiento, que se mueven autónomamente con su propia lógica
y estética.

El espacio extra público informacional

La legalidad y la legitimidad

La calle no tiene fronteras, porque lo público no las necesi-


ta. Pero más allá de ella, más arriba, en el estrato de las cúpulas,
está lo más público que lo público, lo demasiado público, lo
e;-..1:rapúblico y, por lo tanto, otra vez, plivado, y es solamente lo
plivado lo que necesita tener límites y a lo que le gusta poner
fronteras. Así, el espacio informático tiene, como Jas casas, sus
formas de cerrar la puerta, y como los cafés, sus formas de salir
a la calle, que son, respectivamente, su legaHdad y su legitima-
ción. La legaHdad está compuesta de toda esa serie de órdenes,
decretos, prohibiciones, obligaciones, reglas, constituciones,
bandos, ordenanzas, sobre tablas de piedra escritas y gracias a
las cuales las pasiones, ideas y aspiraciones que son más voláti-
les pueden quedar reguladas y atemperadas, de modo que, por
muchas ganas que haya, la organización de la sociedad no se

68
pueda cambiar excepto por los métodos establecidos, en el en-
tendido de que ha sido la sociedad civil, la c.:-ille m isma, la que
ha establecido tal forma de organización social, y así tales me-
c.:'Ulismos para cambiarla, aunque no lo haya hecho por escrito,
porque eso no le.toca. La calle dio su palabra, y la administra-
ción se la enseña esclita, para que la cumpla. Por el contrario, la
legitimidad es el camino de regreso de la legalidad, y est."\ com-
puesta de todas las acciones administrativas en las que el espa-
cio de arriba le muestra a la calle que eslá haciendo las cosas
conforme los designios de la sociedad civil, y ésta se reconoce
en ellas; es tma fom1a de decir que todos los hechos de aclminis-
tración son todavía producto directo de las aspiraciones y de la
memoria de la colectividad.
Mediante la legislación, que siempre tiene algo de prohi-
bición, la administración cierra sus puertas al aire de la calle;
a cambio, mediante la legitimación, que siempre tiene algo
de concesión, la administración sale a la calle y se m uestra
comprensiva y comunicativa, aunque se meta en el lugar que
no le corresponde.

El seNicio de mensajería

Pasando la calle está la administración, el espacio infor-


mático, y así como el espacio externo del individuo vive con
puras imágenes y con casi nada de lenguaje, este otro, su
extremo opuesto, vive con casi puro lenguaje y casi nada de
imágenes. En efecto, la comunicación del espacio extrapú-
blico usa la retórica de los datos. Para que un suceso cual-
quiera de la vida colectiva sea comprensible, se haga real a
estas alturas, debe estar codificado en un lenguaje perfec-
tamente preciso, inequívocamente definido, estlictamente
ordenado, donde no puedan caber las interpretaciones alter-
nativas, sino sólo las verdades o las falsedades. Es éste, cier-
tamente, el lenguaje de los n(rmeros, las cantidades, estadís-

69
T
ticas, porcentajes, escrito en signos exactos, con los cuales ya
no se construyen imágenes, siempre ambiguas, si~o nada
más se indican operaciones, se dan órdenes, corno los signos
aritméticos que indican y ordenan qu é es lo que se tiene que
hacer, aunque a uno no le guste sumar ni restar, y los cuales
asimismo no se ayudan de imágenes, porque el estilo con
que se diga 2 + 2 = 4 no altera el resultado. Aqtú, la comuni-
cación ya no es exactamente persuasiva, sino solamente fal-
sa o verdadera. Pura lógica y nada de estética, puro pensa-
miento y nada de afectividad, lo cual es meramente una pre-
tensión por lo demás imposible porque, para empezar, no
hay verdades absolutas ni éste es tampoco un espacio abso-
luto. Pero mientras tanto, tampoco es exactamente comuni-
cación, sino más bien información. Ciertamente, de la mis-
m a manera que es un espacio más público que lo público, es
también más comunicación que la comunicación, esto es, de
tan estricta ya no se puede llevar a cabo entre gente siempre
cambiante, veleidosa, versátil, de doble sentido, sino entre
números siempre idénticos a sí n~ismos en un mismo senti-
do. La infonnación es comunicación endurecida. Comuni-
cación es expresión, interpretación y memoria de experien-
cias; información es emisión, transmisión y recepción de
mensajes: se parecen, tanto corno un poema se parece a una
requisición de mercancías.
Toda vez que espacios y fronteras están hechos del mate-
rial' del espíritu, puede advertirse que la legalidad adopta el
perfil de la información mientras que la legitimidad se da
aires de comunicación. Las leyes son la comunicación de la
calle convertida en información con el objeto de poderse ins-
trumentar técnicamente, de modo que el acuerdo comunica-
tivo tomado en algún lugar de la memoria colectiva de que,
por ejemplo, es mejor lo limpio, sano y ordenado que lo su-
cio,· enfermo y desordenado, se traduce al tono informático
de reglamentos de higiene y medicina social. La legitimación
es entonces la infonnación convertida en comunicación, de

70
--
modo que la calle pueda entender en sus propios términos de
qué se trata cuando la administración habla como la gente,
haciendo público de varios modos, con fotos vistosas y voces
enmieladas, que una ciudad limpia es una ciudad bonita y
que hay que cuidarse de los catarros del invierno y que nues-
tro hijos nos lo agradecerán.

La administración y el poder

Puesto que la inforn1ación es un espacio otra vez privati-


zado con respecto a la calle, la cual resulta ser no sólo el
origen sino el centro de .la colectividad, la secuencia de sus
zonas se invierte y la que esta m ás cercana a la calle no es la
privada sino la pública. La zona pública del espacio inforn1á-
tico se llama administración, que consiste en la aplicación
técnica de un conocimiento: la comunicación convertida en
información útil, los símbolos convertidos en signos, las pa-
labras en cifras, las pasiones en votos, el ar gumento en ma-
nos levantadas, el sentido de la vida en eficiencia, y los fines
en m edios . Todo ello está muy bien, porque la obligación de
la administración es encontrar los modos de organizar la
sociedad de manera efectiva, práctica y durable. Y en efecto,
la administración piensa a la sociedad corno en un organi-
grama gracias al cual se puede repartir, regular, planear,
equilibrar, calcular, prever , mejorar y remendar sus diversos
aspectos, así como evaluar sus resultados. Los planes de ju-
bilación, los contratos colectivos, las cláusulas de los divor-
cios, las actas de nacimiento, las cuentas de cheques, son
ejem plos de cómo los actos de la vida se pueden convertir en
inforn1ación y ser archivados y sumados, restados, computa-
rizados para producir m ás y m ejor información que luego
puede ser aplicada ele múltiples maneras: tasas de n acimien-
to, balanzas de pago, requerimientos de fuerza ele trabajo~ Es
la tecnologización de la vida, como tantas otras. Las public

71
relations, la psicología industrial, la planificación urbana,
son también tecnologías de la vida colectiva. Así, el espacio
infom1ático no está compuesto solamente por los parlamen-
tos, gobiemos y estados, sino por todas las oficinas, empre-
T
sas, despachos, consultorios, bancos, escritmios y ventani-
llas de todos aquellos lugares que de tan eficientes parecen
que están deshabitados, donde se fabrica, se opera, se capta,
se vende, se compra y se oculta información.
Lo que más se parece a los números es el dinero, y es que,
ciertamente, la información convierte el espíritu colectivo en
recurso material. En el vaivén de sus múltiples procesamientos
va produciendo un excedente infom1ático, y se van secretando
recursos materiales, que ya no forman parte de la administra-
ción transparente e informable sino que, por el contrario, se
trata de infonnación que permanece oculta, fuera de la vida de
la colectividad, inaccesible al conocimiento público y a la co-
municación de la sociedad, como cuando entre sumas, saldos,
restas e intereses bancarios queda un remanente de dinero que
resulta no ser de nadie y del que nadie se entera. Esta informa-
ción oculta se llama poder: el poder es la zona privada del espa-
cio informacion<;J; cuando la infonnación se convierte en po-
der, deja de pertenecer al espíritu colectivo y empieza a formar
parte del mundo natural, físico, de las fuerzas que actúan sin
preguntar y sin oír razones. De este poder se entera la colectivi-
dad como se entera de un piquete de alfiler, frente al cual no se
puede hacer de entrada otra cosa que sentirlo y pegar tm brin-
co. El poder ya no pertenece, porque no es comprensible, como
por el otro lado tampoco pertenece el inconsciente, a la dimen-
sión espiritual cultural de la colectividad. El poder es el olvido
de las instituciones, así como probablemente el olvido es el po-
der sobre los individuos. Por eso el progreso que se basa en el
poder no tiene memoria.
Esta especie de geografía del aire puede ponerse en una
especie de mapa del espíritu: en él aparece lo dicho hasta
aquí y, de una vez, lo que todavía falta:

72
Espacios Zonas Estilos de Ideología
pública comuni- y política
y privada cación

p /
La oficina Poder I
--------------- Informa- D o
Admi.Jús- ción E L
LA tración o EL
L T
ME- Lac.'1.lle Explanada o I ES-
TÁ- ----------- Publica- G z PÍ-
FO- Laberinto ción I A RI-
RA z e TU
La reunión Car<1s A I
DEL --------------- Conversa- e ó DE
Espaldas ción I N
ES- ó LA
Pf- La casa Sala N
RI- ------------- Simpa Lía IRO-
TU Recámara NÍA

El indivi- Consciente
duo -----------·-- Imagina-
Olvido ción

Notas

l. La idea de que la realidad está compuesta de la •·elación entre


palabras e imágenes está presente, bajo múltiples nombres, en todas las
tcotias del conocimiento, empezando por la semiótica de Pcirce (c.
1900), quien tuvo varios y buenos discípulos, como Royce, Mead, o Mo-
nis, y seguidores, o mejor, redescubridores más tardíos como Apel. Si-
guiendo a Peirce, aunque no del todo obedientemente, pueden estable-
cerse otros nombres de pares para esta relación, y que sirven para enten-
der distin tas cosas, por ejemplo, y respectivamente, los pares símbolos y
significado, lenguaje y afectos, razón y pasión, pensamiento y sentimien-
to; en efecto, el sigruficado vivo de símbolos tales como las palabras
consiste en una imagen, y así m ismo Jos sentimientos, esos mrebato~ sin
explicación, son esuictamente una imagen.

73
Pero sobre todo, falta lll1 tercer elemento, que no se menciona porque
es irunencionable, toda vez que cuando se le nombra, ya no está en el
nombre sino en otra parte, y es el más importante, a saber, la interpreta-
ción (o el interpretante según Peirce) o el intérprete de la relación entre
palabras e imágenes, es decir, aquello que decide el sentido en qu~ tm
símbolo tiene significado: el que detennina si el gato del que se habla es
de angora o hidráulico. Este intérprete es aquí, o seda, para no hacerse
ilusiones, el lector, que, evidentemente, no puede es lar mencionado por-
que siempre va a estar fuera de la página del texto. La realidad sólo existe
en la medida que hay alguien que la intervreta, pero el in térprete que
hace que la realidad sea real no puede ser real denlm de esa realidad.
Tanto Cervantes en el Quijote, como Michael Ende en La historia inter-
minable, o Stanislaw Lem en Vacío perfecto, han jugado con este juego de
meter al lector o sacar al protagonista de las páginas del libro, y el lector·
se divierte confundiendo los planos de la realidad.
2. Lo público tiende a ser puesto en palabras porque el lenguaje, por
ejemplo el lenguaje escrito, es más sólido, duradero y unívoco, de manera
que una gran parte de la población puede ponerse de acuerdo y mantener~
se en lo que respecta a sus significados: lo que está escrito o dicho es más
ampliamente comunicab)e, y sus significados supuestamente menos am-
biguos, al grado de que se pueden hasta estipular en el diccionar·io, y
quien lo consulte, por lo com(m, le cree. ·En cambio, lo privado tiende a
tener la esencia de las imágenes, que son generalmente ambiguas en su
signil'icado, lo cual quiere decir que puede haber múltiples significados
para cada imagen, como sucede precisamente en el hecho de que para
una palabra - verbigracia «paz>>- públicamente aceptada, existar1 mu-
chos significados privados y en desacuerdo; hay, no obstante, cücciona-
rios de imágenes, como por ejemplo los diccionarios de simbolismos o los
libros de astrología, donde se explica qué quier-en decir las pirámides, el
número tres o la posición de los planetas, a los cuales, al revés de los
diccionarios de la lengua, tmo se siente con el derecho de no creerles.
3. Amheim (1974) muestra hasta qué ptmto el pensamiento interior
no se lo lleva a cabo mediante palabras, sino mediar1te imágenes, las cua-
les son en su mayoría, imágenes de procesos, de relaciones, de movimien-
tos, más que de objetos concr-etos, por lo que las imágenes con las que se
a
piensa se pat-ecen más a pinturas abstractas, gráficas o a garabatos, Jo
cual hace difícil de reconocerlas como imágenes y, por lo tanto, difícil de
aceptar que pensan1os así. A todo esto, Huizinga (1937) habla de la necesi-
dad de hacer tma esp~cie de psicología del ablll'rinúento, que explique los
rayones y dibujitos que la gente hace en los márgenes de sus cuademos de

74
notas durante las conferencias abturidas, o en cualquier papel mientras
habla por teléfono. Desde el ptmto de vista del pensamiento visual que
postula Amheim, estos garabatos serían pues, literalmente, el retrato de
los pensamientos del abtmido. La estructura del pensamiento es precisa-
mente la que aparece en la estructura del garabato.
4. Cieriamente, de la misma manera que los espacios de la memoria
colectiva han creado sus atuendos, sus temas ele conversación o sus esti-
los, así también han creado sus gentes. Un análisis concentrado en la
gente, y no, como aquí, en los espacios, no obstante ser más restringido
anujmia las mismas caracteristicas adscritas a los espacios. Puesto que
la gente es el objeto que más llama la atención, tal vez porque constituye
la configtu-ación estética más am1oniosa y compleja, o tal vez porque se
parece demasiado a cada uno ele nosotros, vale la pena hacer un excurso
al respecto.
El siglo XX ha creado dos tipos de gente: los públicos (di·. Tarde,
1901) y las masas (cfi·. LeBon, 1895). Ambos, públicos y masas, son reu-
niones de gente, ele número vadable, cuya tarea es enriquecer la comuni-
cación de la sociedad, comunicar lo que no se ha comunicado, exponer
lo que no se ha expuesto, llevar la comunicación de las zonas privadas a
las zonas públicas o, en suma, pensar y sentir como no se había pensado
y sentido algo: hacer cultura cotidiana. Pero además de eso, son muy
distintas retmiones. Los públicos utilizan en sus reuniones las mzones
por encima de los afectos, o dicho de olra m anem, el lenguaje por enci-
ma de las imágenes: son, sobre todo, reuniones razonables, sensatas. Las
masas, por el contmlio, u-abajan con imágenes en lugar· ele palabms, con
los afectos en lugar de las razones: son especialmente afectivas, pasiona-
les. Los públicos se confiuntan, se m1tagonizan, se conElictúan entre sí a
través de la conversación, el debate, la discusión, la polémica, y al final
de este sensato za4'1!11!Ilcho, producen ideas, pensamientos, ocurrencias,
conocimientos nuevos, que publican urbi et orbi. Las masas, en cambio,
se pegan, se comprimen, se funden, se fusionan, comulgan entre sí a
través de la concentración, la proximidad, la cercanía, el contacto, y al
final de este apasionado apachun=iento aparece tma afectividad , un
sentimiento, una emoción inédita con la cual irntmpen y fuscinan en la
vida pública de aliado. Públicos y masas crean comunicación.
Ahora bien, existen públicos de una gente, de dos o más, y de multitu-
des; es decir, siempre hay un público. El público de uno es uno mismo,
cuando anda callado y pensando, sin, por lo com(m, despegar los labios,
aunque mucha gente se distrae y abre la boca, y entonces se dice que está
hablando sola, lo cual es falso; desde Isócrates y Platón se sabe q ue el

75
pensamiento es estrictamente una conversación intedor, con todas sus
características, solamente que en silencio; uno habla consigo mismo, y
discute y no llega a ponerse de acuerdo, que es cuando se dice que tmo
está dudando. Hay públicos de dos o más, y son las p láticas y conversa-
ciones que se llevan a cabo en todas partes, desde las cafeterías hasta las
universidades. Y hay, finalmente, públicos de multitudes, como los lec-
tores del pedódico o los escuchas de la radio o, igualmente, las audien-
cias de tm evento o los espectadores de tm espectáculo que, cuando se
juntan, por razones diversas, pierden su carácter típicamente conversa-
cional y dan paso a un carácter más ceremonial, más cargado ele afectos,
y por lo tanto, tienden a dejar de ser paulatinamente públicos para con-
ver·tirse repentinamente en masas.
Así que hay, evidentemente, masas de multitudes, sumamente cono-
ciclas, que son las que inundan avenidas y desbordan estadios, linchan
árbitros de fútbol, hipostasian héroes, saquean comercios, etcétera; pero
también hay masas de más de dos gentes, que se pueden encontrar en las
fiestas, los fcmerales, los bailes, las parrandas y las pandillas y que, aun-
que más p equeñas, se sienten igual de omnipotentes, ubicuas y eternas
que sus mayores; las masas se creen todo porque no saben, sólo sienten.
E igual de omnipotentes, ubicuas y eternas son las masas mínimas, las
masas de dos, , mejor conocidas como enamoramiento (cfr. Alberoni,
1982), las cuales inurnpen súbitamente,en la vida pública de la oficina,
el cine, el parque, el autobús y donde sea, para sorvresa, incomodidad y
envidia de los simplemente mortales.
Pero no existe una masa de uno porque, toda vez que las masas están
construidas con imágenes, y al contrario de los públicos, que utilizan el
lenguaje, no pueden existir dentro de Lm mismo individuo dos imágenes,
una mirándose a la otra, no hay dos afectos, Lmo sintiendo al otro. A
estas imágenes afectivas tenclr·ía que llamársele sensaciones, que cuando
están desbocadas, arrebatadas, se les llama vértigos, como la montaña
rusa y el orgasmo, de los cuales uno sólo se deja llevar como pm· tm canto
de sirena que tern1ina en la deslmcción ·de la sensación como en cda
muerte pequeña» del amor, o de la sensación con todo el individuo como
en el vértigo de altura cumplido. Pero, cuando, en cambio, estas sensa-
ciones son controladas y guiadas, se llaman creatividad, q ue es la posibi-
lidad de traducir esas inlágenes amorfas ya sea en otras imágenes más
precisas como en el caso de la pintura o la música, ya sea traducidas a
palabras, como en el caso de todo aquél que piensa, lo cual constituye,
bien a bien, otra vez, Lm público de uno.
S. En efecto, tanto las pláticas domésticas como las conversaciones

76
más amplias, en sus planos privado y público , están fim1c pero muy
flexiblemente reglamentadas en lo que se refiere a su inicio, desanullo,
terminación, posición de los interlocutores, usos de la palabra. Estas
reglamentaciones se cumplen con tan buena voluntad y su funciona-
miento es tan perfecto que la existencia de dichas reglas no se nota, y hay
que esperar a q ue sean violadas de alguna manera para percatarse
de que verdademmente ahí había tula regla co lectivamente acordada,
lo que de paso pe1mite considerar a la conversación en gen eral como lo
más parecido a una sociedad anarquista. Pueden darse ejem plos de va-
lios sistemas de reglas para la conversación: están estipuladas las distan-
cias entre los interlocutores seg(m los grados d e plivacidad y los lugares
donde se habla, en rangos que van de O a 45 centímetros (que es el aura
de la piel, dentro de cuyo radio se puede sentir el calor y olor de otra
persona; intimidad ésta que puede enfatizarse mediante la disminución
de la luz ambiente: es la geografía de los románticos), de 45 a 120 centí-
metros, de 1,20 a 2 metms y de 2 a 3,5 ;nett-os, seg(m el tipo de conversa-
ción de que se trate (Cfr. Hall, 1966). Asimismo, los acuerdos y desacuer-
dos, simpatías y antipatías, que más a menudo no están aclaradas en el
texto literal de la conversación, se expresan adoptando posturas iguales,
mirándose fTecuentemente, moviéndose sincrónicamente (si tmo se in-
clina de codos sobre la mesa, el otro se echa h acia atrás sobre el respaldo:
tm baile conversacional), etcétera (e&-. F. Davis, 1971).
La posición de los interlocutores también incide en el significado de
las intervenciones durante la conversación. Quien o cupa la cabecera,
dada la importancia atribuida cultm-almente a este asiento, cuenta con
mayores posibilidades de hacer 'v aler su opinión, lo mismo que quien
prefiere mantenerse de pie en el curso del diálogo, como si estableciera
por sí mismo tm proscenio desde donde ser escuchado. De la misma
manera, en lUla conversación concurrida, los defensores de una opinión
tienen mayores oportunidades de hacerla valer si se encuentran distri-
buidos entre todos los participantes que si estuvieran congregados en tm
mismo lugar, p orque sus intetvenciones producen la impresión de ex-
tenderse por todo el espacio, como si fuera tma opinión generalizada, y
por ende verosímil: típica táctica de asamblea (Cfr. Moscovici, 1976).
Un hecho culioso es lo que se denomina los «mecanismos de tumo»
de la palabra en el transcurso de tma conversación. Para ceder el tumo se
hace una pregunta levantando la voz, luego se deja caer la voz lentamen-
te y se alza la mhada, y si n adie toma la palabra, el hablante recurre a
muletillas del tipo de «en fin, pues así es», en espera de que alguien lo
releve. Para solicitar el tumo, o quitarlo si es el caso, se busca la mirada

77
del hablante, se asiente con la cabeza insistentemente a lo que está di-
ciendo, se le ayuda a terminar pronunciando la conclusión, o se .van
metiendo frases a medio comenzar entre sus pausas, y ya, si nada f1ll1-
ciona, se empieza a hablar simultáneamente, traslapando los discW'sos,
y manteniendo la voz más alta que el otro, quien la irá bajando paulati-
namente. Para conservar el tumo, para no dar· la palabra, el hablante
sube el volumen y la velocidad de la voz cuando aparecen sei'iales de
solicitud de su tumo, y asimismo se cuida de no tener pausas, p01· lo
cual, cuando no se le ocurre la siguien te frase, llena ese hueco con toda
suet'te de muletillas y repeticiones, como bon'ándole los puntos y aparte
a su monólogo, y siempre evitando mirar al solicitante, porque un con-
tacto de ojos es conversacionalmente ineludible, como bien lo saben los
meseros y las aeromozas que no pueden o no quieren a tender a un clien-
te (cfr. Wolf, 1979; Knapp, 1980). Ejemplos de episodios de conversación
pueden encontrarse en el muy buen libro de divulgación de Argyle y
Tmwer (1980), para enterarse de cosas como que mientras los puertorri-
queños se tocan a razón de 180 veces por hora cuando están platicando,
los ingleses se tocan Oveces.
6. En un texto, como el presente, que supuestamente trata sobre co-
mllnicación social, puede parecer patológico que no se haya dicho nada
sobre los medios electrónicos de difusión masiva, como la radio y la
televisión. La razón es que, como comunicación propiamente dicha, no
son del todo impm'tantes, toda vez que son sobre todo canales instm-
mentales, herramientas, tecnología, máquinas que no le agregan nada,
excepto cantidad (que es demasiado poca cosa) a la cultura cotidiana,
aunque ciertamente, agregar cantidad puede quitar cualidad, lo cual sí
es importante. En todo caso, la televisión, la radio, la prensa o el cine, no
son, como se ha querido ver, una forma de conciencia que se inyec;ta a
los subyugados, sino, meramente, lm d ato de la realidad que se utiliza en
la comunicación colectiva como tema y pretexto de conversación, dato
éste que se pone a discusión en los distintos espacios, y seg(m sea el
espacio, íntimo, doméstico, semipúblico, m·bano o informático, así será
de público o pdvado, racional o afectivo, completo o fragm entado lo que
de dicha discusión resulte.
Sin embargo, parece ser que hay tma caractedstica definí toda de esos
diversos medios, desde el plmto de vista del espacio comunicativo, a sa-
ber, su porlalibilidad: si son livianos pueden transportarse de un lugar a
otm, como los libros, y si son pesados se quedan instalados en un solo
lugar, como los televisores. El radio, por ejemplo, puede ser llevado de
un lugar a otro y acompañar al escucha en sus diversas actividades, ya sea

78
lavar platos o pintar murales. Así, Jos distintos medios, debido a la portati-
bilidad de su aparato receptor, son interpretados en distú1tos espacios, y
es la interpretación que se hace de ellos lo que les da su contenido. La
televisión, en cambio, además de estar situada en las zonas privadas de la
casa, y más a(m, en contacto con un individuo que, p or estada atendien-
do, no puede estar en contacto con otros individuos, lleva a pensm· que el
televisor se sitúa concretamente en el espacio íntimo de los individuos, y
el televidente, la mayoría de las veces, no sale de sí mismo a la hora de ve1·
la televisión; varios individuos aislados Ji-ente al televiso¡: ésta es la idea
modemista de la comunidad en familia. Así, la transmisión televisiva no
es, po1· mucho que lo pm-ezca, tma comunicación pública, sino más bien
la inserción de contenidos públicos en el espacio ultimadamente ptivaclo
ele los individuos solitalios. Por lo tanto, basta la fecha, la televisión no ha
sido una ventana que se abre al mtmclo, sino la forma de cerrada: la televi-
sión es la tmjeta postal del mundo que tapa la ventana por la qüe se ve el
mundo. Para ir al cine hay que salir, acompafíar, reconer, es decir, hay
que hacer vida social, de modo que los videocassetes, que pe1miten ver
películas encerrado en el cumto de la televisión, no son equivalentes del
cine, toda vez que rompen la vida social y enciemm al individuo delante
de una pantalla. Los millones de receptores prendidos a la misma hora
con el mismo programa, no reúnen a la gente en el mundo, sino que
fragmentan al mtmdo en millones de pedacitos. En suma, no es el órgano
inf01mativo el que constmye la realidad, sino el espacio en donde éste es
recibido y procesado; y, en fin, puede decirse muy esquemátican1ente que
la teJevisión es un objeto perteneciente al espacio íntimo individual, el
radio al espacio doméstico, lo mismo que el teléfono (de modo que los
teléfonos inalámblicos funcionan como mecanismos para extender el lu-
gar de la casa más allá de su fachada, de la misma m anera que hacen los
automóviles: fonnas de plivatización del espíritu); los libros, revistas y
periódicos, dada su enorme portatibilidad y su en01n1e cantidad de len-
guaje, pertenecen a cualquier espacio en el que se desplieguen sus pági-
nas. Pero, mientras que la televisión tiene la vocación de meterse hasta
dentm del cuerpo, los libros tienen la vocación de llegar, siempre, hasta la
calle, porque de otra manera no se escribirían (para no llegar a la calle
están los diados íntúnos y las cartas). El lenguaje al uso es explícito: mien-
tras que «la televisión le lleva el mundo hasta sus hogares», los libros
simplemente se publican, esto es, se hacen públicos.

79
El vaivén de la realidad

.. .la tristeza de LUla puerta cansada de


ser puerta...
V.M. SAN JosE

La repetición de la ideología

La pn"vatización de lo público

El poder es hoy información almacenada que deja de ser


simbólica o espiritual para volverse materia, porque el poder
se puede usar pero no comprender; se puede hablar sobre él,
pero él, como el olvido, no habla. El poder es la fuerza sorda
de los hechos y de las cosas que se pueden domesticar y usar a
favor, o que se pueden desatar y volver contra sus hacedores;
pero en ningún caso el poder entiende razones o reflexiona,
porque está fuera del espíritu de la colectividad. El poder es la
realidad dura que no cambia sólo porque le hablemos en
buen tono. Y el poder, como toda infom1ación, no ocupa lu-
gar, pero sí lo qtúta; tiene algo de divertido que, mientras que
en un pequeño disco de computadora caben buenas cantida-
des de información, el edificio de la ffiM o cualquier otro
centro de información, como los gobiernos, ocupen lugares
gigantescos. La información que se oculta rezuma moles de
concreto. Así, de la misma manera que el olvido de los indivi-
duos es conciencia quitada, la información materializada en
poder es espacio quitado, de entre los cuales los más notorios
son los edificios empresariales y comerciales, que llegan a
ocupar un gran porcentaje de la ciudad y que le van quitando
territorio al espacio público urbano de la calle.

80
El poder es la aplicación tecnológica de la información
para producir cosas, y sus primeras cosas producidas son
precisamente los medios de información cada vez más sofis-
ticados: teléfono, radio, prensa, computación, con lo cual
queda comprobado que la infonnación es verdaderamente
eficiente, pero esa misma eficiencia lo obliga a utilizar al
máximo todos los canales que ha producido, es decir, a lle-
nar de información todo lo que se pueda, independiente-
mente de que existan o no mensajes que transmitir. Los pe-
riódicos, por ejemplo, aparecen todos los días haya o no no-
ticias, y se tienen que llenar por la fuerza con algo. La infor-
mación tiene la obligación informática de informar mmque
no haya nada que informar. También un buen funcionario
es capaz de, además de desayunar tres veces en una mafíana,
pronunciar tres sentidos discursos sobre los niños que. no
tienen desayuno. La repetición se hace esencia de la infor-
mación, como cuando un locutor deportivo tiene que hablar
durante dos horas de transmisión de un partido de ajedrez o
de fútbol, suceda o no suceda nada en el terreno de juego, de
suerte que acaba llenando la transmisión de ruidos que pare-
cen palabras. Es tan eficiente la infonnación que fablica me-
dios aunq~e no haya fines. Ocupa como sea los canales y,
puesto que el espílitu colectivo está hecho de palabras e imá-
genes, cualquier espacio y lugar de la sociedad puede ser
convertido en canal infom1ativo: no sólo la televisión o la
fotografía, sino las paredes de las casas y los vestidos de la
gente, los cuales, lógicamente, no pueden desperdiciarse
porque de hacerlo se dejaría de ser eficien te: todo se vuelve
canal de infonnación, que no ocupa espacio pero sí lo quita.
La información administrada utiliza así la calle como canal
infom1ativo en la forma de anuncios, slogans, pintas merce-
narias, arquitectura, decoraciones, modas, modelos de auto-
móviles y formas de comportaJ11iento, cuyo carácter mera-
mente informativo se nota por su repetición, como las facha-
das planas de clistal de los edificios donde la plimera fue

81
T
una sorpresa pero la última el aburrimiento, o la manufaclll-
ración en serie de modas y anuncios y modos de andar y
frasecitas al uso. Lo que trataba de ser publicación se vuelve
publicidad, la legitimación se hace ideología, y la tecnología
se erige en tecnocracia.
Y es que la ideología, en rigor, no consiste en decir m enti-
ra s, sino en decir las mism as verdades una y o tTa vez, sin
impor tar si es el lugar para decirlas o no, has ta que las ver da-
des den de sí y dejen de serlo hasta para la primera vez que se
dijeron: después de haber visto la últim a fachada de cristal,
hasta la primera es aburrida retroactivamente. Cada vez que
un empresario o funcionario, un publicista, en sum a, habla
de <<creatividad», por ejemplo, significa que no tiene nada
que decir; la creatividad se vuelve slogan que cada vez q ue se
repite como muletilla para referirse a falta de soluciones, a
un nuevo producto, ~los peinados o a la cocacola, la verdad
de la creatividad se pierde hasta por primer a vez, y en cada
lugar que se va repitiendo, es un lugar quitado al significado
verídico de la creatividad, deja de ser una realidad en ese
lugar: es repetible pero no comprensible, es informable pero
no comunicable. Cuando esto sucede en la calle, vía la dema-
gogia gubernamental y la publicidad co m ercial, la verdad de
la creatividad tiene que ir a hacerse real a las conversaciones ,1
¡
de las cafeterías, donde el aire de la calle ya no entre; pero si
por casualidad entra alli gracias a alg(m conversador que a
falta de algo que platicar le da p or decir que <<es necesario·ser
creativos», habrá entonces que ir a darle significado al espa-
cio más privado de la casa, y si ahi también en tra la r epetiti-
vidad designificante de la creatividad publicitaria al ponerse
de moda <<ser muy creativo para preparar las ensaladas», la
gente tendrá que callársela también en la casa e ir a sentirla
en la intimidad de uno mismo, aunque si, a causa de dema-
siada televisión y poco pensamiento, se confu nde in te-
riorn1ente la imagen de la creatividad con la imagen del pu-
blicista, la verdad de la creatividad acaba entonces olvidada,

82
y en su lugar queda, con la misma palabra, ya usurpada, un
slogan publicitario que puede ser cualquier cosa, especial-
mente repetición, pero no creatividad. Por eso los verdade-
ros creativos no hablan de creatividad: sólo crean. Y así
como un mensaje burocratizado puede entrar hasta el fondo
del olvido, la misma lógica con la que está hecho se va colan-
do. En efecto, la lógica de la información se instaura como
lógica de comportamiento en las calles y, entonces, la ciudad
aparece como si fuera una correa de transmisión cargada de
cosas transportándose rápida y eficientemente de un lugar a
otro, como sobre los alambres del teléfono y la electricidad,
donde en vez de bits hay velúculos que llevan objetos de pro-
ducción y fuerza ele trabajo -en otras partes llamada <<per-
sonas»-, información útil a fin de cuentas, mediante cana-
les rápidos como las autopistas y avenidas que se han pavi-
mentado por encima de cualquier concepción tradicional,
vieja, de ciudad. Y así sucesivamente, el restaurante se vuel-
ve fastfood, sitio de reabastecimiento de combustible para
los operadores de la producción: gasolina al automóvil, cer-
veza a la garganta, noticias al cerebro, y a continuar transmi-
tiéndose de un lado a otro, no porque el fin justifique los
medios, lo cual es una concepción todavía romántica, sino
porque los medios rebasaron hace mucho tiempo a los fines
en la carrera de la información.
En efecto, la ideología consiste en que lo público publici-
tado se vaya metiendo a lo privado, y que, a empujones, lo
privado se vaya saliendo del espíritu. La verdad universal
alguna vez escrita de la realidad, acaba siendo una imagen
ilmombrable en el fondo olvidado de millones de individuos.
La repetición no multiplica, sino que divide y fragmenta.
La repetición y la privatización se cumplen tanto a lo largo
de la sociedad como a lo ancho de cada espacio. En cada tmo
de los espacios del espíritu colectivo se vuelve a suceder la
historia de repetir y privatizar.

83
El espacio encerrado como un mundo completo

La memoria colectiva, al irse emplazando en distintos


espacios, pudo ir creando la democracia moderna, la indivi-
dualidad, la razón, la pluralidad, la ciencia y la tecnología,
pero al mismo tiempo fue separando el espíritu colectivo en
mitades tales como lo racional y lo afectivo, lo masculino y lo
femenino, lo global y lo fragmentario, lo orgánico y lo mine-
ral, lo duro y lo blando, lo público y lo p1ivado, y el resto de
cosas partidas en dos que existen. La ideología va extendien-
do el territorio de las primeras mitades y empujando las se-
gundas hasta que no les quede lugar y desaparezcan por la
alcantarilla de la desmemoria: la tendencia ideológica es que
un espacio ocupe el lugar de los otros y, si se observa, el
truco para lograrlo consiste en sentirse la única realidad po-
sible, el universo completo, el conocimiento total, de manera
que no pueda1 hablar más que en monólogo, porque no hay
nadie más; y ciertamente, se entie~de a sí mismo. En el caso
de la burocracia, ésta cree que sus bits inform áticos son el
lenguaje universal, y los implanta en cualquier otro espacio
obviando su existencia, y puesto que habla en monólogo,
siente que todo es diáfanamente comprensible. Ya que cada
espacio, la calle, las reuniones, la casa y los individuos, están
también divididos en público y privado, la historia se va ha-
ciendo de la misma manera.

Autotema: cada espacio habla de sí mismo

Aunque en verdad los espacios son mtmdos fragm enta-


dos, en tanto mundos aparte viven encerrados dentro de sí
mismos creyéndose mundos completos: sólo saben hablar
de sí mismos y a partir de sus propios esquemas, valores,
ilusiones, reglas, sus propias lógicas y estéticas, sus únicas
retóticas, y así, de tanto practicarlas, su comunicación se

84
hace meramente reiterativa, y se deseca; la vida se deslava,
porque de tanto discurrir el mismo discurso, se va paulati-
namente sobreentendiendo y se olvida hasta que hay que
decirlo, discurrido, como le sucede a un náufrago de isla
desierta que va. olvidando su idioma a fuerza de no usarlo, y
cada vez tiene que ir llamando a la realidad con menos
nombres, y la realidad se le va encogiendo; o como un pro-
fesor que tiene que repetir cinco veces seguidas el mismo
curso. En cada individuo, familia, círculo de conocidos y en
cada ciudad, se va agotando el tema de comunicación, y se
sigue reiterando sin darse cuenta el poco que les queda.
Esto sucede, por ejemplo, en los casos de ritualización sin
significado, como en las casas, donde el rito de las comidas
los domingos, de las fiestas y los cumpleaüos, de la buena
educación en la mesa, de la autoridad, o de la misma vida
en familia, se cumple sin que ya tenga significado, y el senti-
do de comunidad empieza a parecer sólo como el ritual de
aburrirse juntos, pero eso si, muy unidos. Los dogmatismos
de toda índole, desde el dogmatismo tecnocrático hasta los
moralismos medievales de los gn1pos antisexo, son produc-
to de la falta de comunicación con el resto de la vida: entre
el progreso a toda costa y el catecismo cueste lo que cueste
no hay mayores diferencias. El dogmatismo, por muy hierá-
tico y antiguo que parezca, es una forma de la infonn ática
en el sentido de que transmite sin que haya de por medio ni
interpretación ni diálogo, como lo hace un emisor a un. re-
ceptor, de manera que la comunicación que hubiera podido
tener lugar ahí es empujada a un ámbito más privado; cuan-
do se aceptan, por ejemplo, los dogmatismos de casa, el
conflicto, con todo y sus claroscuros, es transportado a la
interioridad del individuo: lo que no puede comunicarse en
casa tendrá que comunicarse con uno mismo, desde el bmi.o
hasta el inconsciente.

85
-
El mundo completo es un espacio encerrado

Por razones obvias, los habitantes de tmos espacios co-


nocen otros, siquiera porque pasan por la calle de vez en
cuando. Pero resulta que cuando realmente quieren salir a
un espacio más público no saben cómo, porque el único dis-
curso que conocen es el suyo, y para ellos no existe ningún
otro lenguaje, ni parámetro ni estilo ni mundo que el suyo;
viven encerrados dentro de w1 solo sistema de lógica y de
estética y, por lo tanto, son incapaces de hacer una traduc-
ción a otra retórica, por lo que, cuan do salen, lo único que
hacen es enquistar su espacio privado en otro más público,
como cuando se elige votar por un candidato político sobre
la base de que sonríe muy bonito: la simpatía hace las veces
de argumento; los espacios más privados se empotran en los
espacios más públicos sin modificación alguna, y con eso las
personas creen que ya salieron al mundo, cuando en rigor
sólo lo privatizaron. Este ridículo es patéticamente claro en
los individuos aislados o egocéntricos, ya sean de egocentlis-
mo doloroso o prepotente, que creen que ellos son siempre el
tema de conversación y que a la menor provocación em-
plean la palabra «yo», que es no sólo la más quelida, sino la
única que les queda con algo de significado, y así, si se habla
del clima, siempre será oportunidad para decir que ellos
traen tm suéter de repuesto o cualquier yoísmo por el estilo.
Se trata de la implantación de un discurso privado con ca-
racterísticas propias en un sitio más público; y en contra de
las características propias de ese ámbito, utilizar en una dis-
cusión las anécdotas familiares o personales, argumentar
que hay escasez porque uno no encontró azúcar en la tienda,
tratar a la empresa como la gran familia o al gobierno como
un padre, son además de analogías gastadas, implantaciones
ideológicas. La fama como fenómeno colectivo consiste en
transplantar la imagen de un individuo, con su biografía,
amores, intimidades y dolores de muela, al tetTeno público;

86
-
las ansias de ser famoso están de moda. Nada distinto de la
otra moda del espontaneísmo, según la cual hay que sentir y
sólo sentir, sin pensar y a como dé lugar; este nuevo modelo
de la felicidad busca colocar la irracionalidad y la pasión en
territorios donde lo cmi.1prensible utiliza estilos más raciona-
les: en vez de articular un argumento y persuadir, hay que
bailar, gritar y contorsionarse.

Imitación: salir hacia adentro

La ideologización es el proceso mediante el cual una rea-


lidad más pública, dura e infonn ática le va quitando espacio
a una realidad más privada, blanda y comunicativa. Y se dan
dentro de la sociedad múltiples intentos de contran·estar
esta tendencia, haciendo que lo privado vaya tomando espa-
cios de lo público, pero, merced al encietTo y la repetición,
los espacios privados toman como modelo de acción a ,los
espacios públicos, cometiendo el error de jugar con las re-
glas del enemigo y anotar puntos a favor de los contrarios: se
argumenta en favor de una realidad blanda con métodos du-
ros, como tratando de demostrar con datos que los datos no
existen, pero mostrando en verdad hasta qué grado lo blando
se ha endurecido que sólo entiende la ternura si se le explica
su técnica, lo que equivale a argumentar que las personas
son dignas de respeto porque pueden pertenecer al mundo
de las máquinas. Esto, a la postre, es querer salir por la en-
trada, y cuando se logra, es salir hacia adentro. Esto sucedió,
por ejemplo, con ciertos sectores de la militancia feminista,
que para plantear la razón de lo femenino echó mano de la
idea de igualdad e intercambiabilidad, y utilizó métodos ra-
cionalistas, estadísticos, informáticos, duros, como prueba
de que las mujeres eran capaces de ser tan frías, calculado-
ras, eficientes, competitivas, interesadas y tecnocráticas
como el más duro de los hombres, y no sólo en el hogar, sino

87
T
también en la oficina y en el poder: 1 que podían exigir su
derecho a oprimir, el cual se les había negado. El resultado
fue una mayor masculinización de la sociedad, que le an-an-
có todavía más espacios a la feminidad. El sentido común
contemporáneo se quedó, finalmente, con esta idea del femi-
nismo como equivalente de la militancia dura.
De cualquier manera, puede concluirse que la ideología
no es un grupo demoníaco que confabula en las cúpulas del
poder de la sociedad, sino que es el empobrecimiento de la
comunicación que se da en cada lugar donde se repiten los
pensamientos y sentimientos sin pensarlos y sin sentirlos,
hasta que pierden su significado. Y lo contrmio de la ideolo-
gía es la política.

La invención de la política

Conclusión incorrecta

Después de una paciente y minuciosa erosión del espíritu


colectivo, sobre la calle, como primeras planas de peliódico
barridas por el viento, queda lo que ha sido definido como de
interés general y problema nacional, que se refiere a cuestio-
nes de finanzas y de programas aunque sean de salud o vi-
vienda. En el laberinto de la misma calle quedan los rumores
sin validación oficial, apuntados en revistas, paredes y voces.
Cuestiones pertinentes pero más intemporales y etéreas
como qué es el Estado, qué es la historia, cuál es el fu turo y
dónde está la identidad, son temas para discusiones de café,
política de café, de café que se toma en las universidades y en
otras partes donde todavía se puede razonar todo aunque no
sirva ni haya tiempo para nada, porque dejan la respuesta
para cuando la tengan y no para cuando se necesite. Mien-
tras, cuando no escuchan todos sino unos cuantos en círculo
cerrado, las elucubraciones pasan de la cuestión de Estado al

88
chisme de vecindad, y se habla de los amores y la cotidiani-
dad y el tabaquismo de los intelectuales mientras les toca el
turno de la palabra para volver a discurrir sobre la esencia del
Estado. Ahora bien, las preguntas respecto al amor y el desa-
mor, al alejamiento o acercamiento respecto a dónde ha ido a
parar la ternura,las buenas maneras y las ilusiones de adoles-
cencia, se tantean dentro de casa cuando se puede hablar, en
momentos especialmente extrovertidos de la vida familiar,
cuando no hay que lavar ropa, hacer cuentas, mirar pegados
pero no juntos la videograbadora o hacer pegados pero no
jLmtos el amor, y cuando es viernes por la noche. Pero mien-
tras tanto, en ese sitio silencioso de los pensamientos, quedan
las preguntas sobre la soledad, sobre quién es uno y para qué,
sobre el silencio que rodea a la palabrería o el absurdo del
prestigio y la tarea cumplida. En vista panorámica, las finan-
zas públicas de las primeras planas se parecen demasiado
poco al diario íntimo que se escribe en las paredes del cráneo
y los ventrículos con el objeto de que siga siendo íntimo, hasta
que se borre un día porque el viento del olvido también sopla
por ahi, erosionando los leves esgrafiados del recuerdo perso-
nal. Y por supuesto, lo que se siente casi sin saberlo no puede
ser elevado a rango constil"ucional, y las constituciones no
parecen poder legislar lo que se siente sin saber.
Esta es la visión de una sociedad que se autoconsume,
que se corroe a sí misma, pero es incorrecta, porque entre-
tanto existe, y alegremente, la invención, el descubrimiento,
la política, y si a veces no se ve, es cosa de inventarla, descu-
brirla, politizarla: politizar es sacar las cosas a la ciudad. Si la
ideología es la técnica de la verdad al cuadrado, la política es
el arte de las vérdades confrontadas, encontradas, que se en-
cuentran y conversan de sus cosas, merced a lo cual se crea
el conocimiento o el espíritu, que sale volando hacia la publi-
cación, hacia las calles: merced a lo cual lo privado se hace
público. Lo privado es lo dividido, lo callado, lo oculto, lo
olvidado: lo público es lo reunido, lo encontrado, lo inventa-

89
T
do, lo descubierto, que queda verdaderamente inventado
cuando llega a la calle. El método de la política es la poética.

Del cuerpo a la casa

Lo más privado es el olvido: el olvido es el espíritu colecti-


vo que, después de ser dividido en asuntos estrictam ente per-
sonales, es empujado dentro del individuo mismo hacia la
zona en blanco donde ya no hay nada que valga como reali-
dad, para nadie. Puesto que lo que va al olvido nunca vuelve
y lo que viene del olvido siempre es nuevo, todo recuerdo es
más bien un descubrimiento o invento: pensar, imaginar,
sentir, es crear realidades nuevas que antes no estaban alú,
es hacer mtmdos nuevos cargados del pasmo del descubri-
miento, de la proeza del proyecto, llenos de sentido, que ha-
cen que el mundo de siempre sea otra vez el mtmdo por
primera vez; encontrar un recuerdo perdido, como un objeto
olvidado hace ya mucho, comprender por fin tma experien-
cia pasada, es una novedad, y no una vejedad. Es el descubri-
miento y la invención de realidades. La memoria es crea-
ción. La creatividad individual, la imaginación, consiste en
mezclar imágenes, contraponer dudas, desenvolver alucina-
ciones, desarrollar recuerdos, con los que se fabrican cosas
distintas, ocurrencias, ideas que antes no estaban ahí, pensa-
mientos y sentimientos previamente inexistentes, y que tmo
descubre e inventa y, sobre todo, se sorprende de sus propias
ocmTencias: es que lo desconocido, lo privado, lo impensado
y lo insentido se ha conocido, publicado, pensando y sentido;
y siempre que esto sucede, sucede por primera vez: pensar es
por definición pensar por primera vez, porque la segunda ya
es repetición. Y asimismo, toda invención es una buena noti-
cia: hay que ir a comunicársela a alguien; cuando algo bueno
se le ocurre a alguien, no se aguanta las ganas de decírselo al
primero que pase. La palabra eureka fue hecha para decirse

90
en voz alta. En suma, lo privado se hace público, salta de la
sombra privada a la luz pública del propio conocimiento, y
en ese momento se reúnen lo racional y lo afectivo, como,
por ejemplo, cuando se narran los sueños: el sueño como tal
es un licuado de afectos incliferenciados, peró su interpreta-
ción los diferen"cia y los ordena en una secuencia lógica que
reconstruye racionalmente la afectividad y el sueño se hace
comprensible, y entonces se hace realidad. Como el sue"ñ o,
también la poesía, el arte o las soluciones d e las problemáti-
cas diarias, las obras de la cultura cotidiana, son formas de
irle dando significado a lo que no lo te1úa, de conocer lo que
sólo se sentía, de conferirle w1 sentido a aquello que era w1
sinsentido; y son, en rigor, un acto de politización del espa-
cio íntimo. Es sacar las cosas a la plaza pública que todos
llevamos dentro, mejor conocida como conciencia.
Lo que se hace público en la intin1idad del individuo es
automáticamente privado en el ámbito de la casa, porque los
descubrinuentos interiores no llegan mucho más allá del
baño, esto es, se mantienen como asuntos de índole personal;
para que se hagan públicos de nueva cuenta tienen que tras-
pasar, en primera instancia, las fronteras de la piel y, en se-
gunda, sortear los vericuetos tortuosos de dentro del espacio
doméstico. Hay retenes materiales para el vuelo del espíritu.
Una colectividad interesada en pluralizar el aire de suspensa-
n1ientos y sentimientos, en hacer que lo privado se haga pú-
blico para poder ser discutido y resuelto abiertamente, ten-
dría pues que practicar una suerte de albañilería del cuerpo y
de la casa, para que sus pasos de un lado al otro fuesen más
fluidos. Reconfigurar los espacios es transfommr el nusmo
espíritu, porque ambos están hechos del mismo barro con el
mismo soplo. En el caso del cuerpo, implica enriquecer sus
recursos de actuación, de manera que sus palabras y su voz,
sus gestos y movinllentos, y su vestido y su apariencia sean
capaces de expresar, de translucir lo que la imaginación ha
construido, de poder poner en palabras, tonos, ademanes,

91
textiles y peinados lo que uno piensa y siente en imágenes: es
una cuestión estrictamente histriónica de representación, fic-
ticia, pero sólo tanto como la realidad misma, porque las imá-
genes internas que no pueden ser puestas en símbolos exter-
nos y comprensibles, no existen para los demás y, por lo tan-
to, existen demasiado poco. Ahora bien, en el caso de la casa
es al parecer más fácil replanificar su distribución, de manera
que lo personal y lo familiar puedan ir y venir más libremen-
te; la casa-habitación contemporánea está construida con
una lógica de adelante y atrás, al frente y al fondo, y dividida
por paredes, pasillos y puertas: hacer más abatibles, como
mínimo, éstas últimas y reordenar su distribución con una
lógica más urbana de al centro, donde los cuartos al derredor
confluyan libremente; es decir, se puede reconfigurar la casa
mediante la cons trucción de tma plaza doméstica, donde bien
pudiera situarse la cocina, que siempre ha sido el hogar. Con-
cederle a la casa un claro. Tanto en la memoria de la ciudad
como en la de la casa está ya lis to el dibujo de los planos desde
hace tiempo: en el patio central, que el progreso volvió u·aspa-
tio. Tanto en el cuerpo como en la casa, como en los demás
espacios, se trata de una arquitectura capaz de pintar las pa-
redes de transparente.

De la casa al café

En el espacio de la casa, el eureka de la invención y el


descubrimiento se hace con el mismo procedimiento pero
con diferente matelial, a saber, con el material con que se
hace la plática y el calor de hogar, y con el procedimiento del
intercambio de palabras y gestos y todo lo demás. Lo que la
invención crea en el espacio de la casa son haUazgos en vir-
tud de las mezclas, juegos, intercambios, que resultan en
nuevos chistes, en giros de lenguaje, en arreglos, ideas, solu-
ciones, sorpresas, que estaban presentes como posibilidad,

92
pero en realidad ausentes. Es en estos deambulares de la
plática casera en los que, bien escogido el momento, cuando
la conversación ya está bien templada, o más congmente-
mente dicho, cuando está a punto de turrón, pueden plan-
tearse cuestiones de índole personal, como conceptos perso-
nales sobre la decoración, la familia, el amor, la soledad o la
muerte. Hacer público lo privado no significa presentar un
informe sobre los acontecimientos de la intimidad, sino ex-
poner en los lenguajes y estilos propios de la anécdota y el
chiste una nueva argumentación que no se va a quedar como
estaba, sino que entra en franca comunicación con los
acuerdos y saberes ya conocidos y establecidos que, a la par
del nuevo argumento, se ponen en tela de juicio y se proce-
san. Se trata, pues, de meter lo inédito en lo sobreentendido,
y de hacer chocar la tradición con lo nuevo, para que siga
andando la historia y, sobre todo, de hacer remúr lo personal
con lo social: lo íntimo también es compartido; dos ámbitos
que coexisten separados aparecen conviviendo juntos. Si lo
personal puede ser exteriorizado, si lo indecible puede ser
dicho, si lo imaginado puede ser verbalizado, el individuo se
politiza en la casa: las recámaras bajan al comedor.
La comunicabilidad es consustancial a la comunicación.
La perogrullada puede desentrañarse de la siguiente mane-
ra: uno no piensa por ninguna razón ni dialoga por ninguna
otra que no sean pensar y dialogar, es decir, que la comuni-
cación no puede tener otro fin que ella misma: la cultura es
inútil para cualquier cosa porque sólo es ú til para sí misma.
Si tal es el fin, éste se cumple comtmicando lo máximo, y lo
máximo es hacer público lo que es privado; habrá, en efecto,
medios instmmentales para hacerlo, pero no habrá nunca
razones técnicas ni [·uera de la comunicación para llevarlo a
cabo. Así que por vida propia, por sobrevivencia, toda comu-
nicación busca los espacios públicos, porque lo público es su
tierra natal, su querencia. Por lo tanto, el siguiente paso de
toda comunicación y de toda publicación una vez realizadas,

93
w

es comurúcarse más, hacerse más pública y, por lo mismo, lo t


que se ha construido, inventado y descubierto en el espacio
doméstico de la casa, apenas puede esperar para irse al café.
Lo que puede detener esta tendencia de las casas de acer-
carse a otras casas y asimismo a los cafés, está inscrito tam-
bién en la arquitectura. A las casas actuales ya les falla desde
nuevas un cuarto: aquél que estaba a medio camino entre la
casa y la calle; las casas se pueden acercar entre sí f"t.mdando
de nuevo el porche o cualquier sucedáneo, qu e permita que
se queden abiertas las puertas hacia adentro como las puer-
tas hacia f1.1era, porque serían dos puertas distintas dado que
en medio habría un lugar a donde se pueden llevar activida-
des de dentro, tales como perder el tiempo o remendar los
calcetines, y a donde se pueden llevar actividades de afuera,
tales como saludar a los vecinos o jugar dominó en las tardes
merecidas. 2 Este lugar p erdido es asimismo descendiente de
otro lugar perdido previamente, y que sirve también para
acercar las casas y los sitios de reurúón; se trata del lugar de
trabajo, como el taller, que en el Renacimiento estaba adhe-
rido a la casa-habitación y que la industrialización del traba-
jo abolió por infuncional, pero en el cual la socialidad laboral
estaba en línea continuada con la socialidad familiar, lo cual
pennite ir mezclando imperceptiblemente la zona pública
de la casa con la zona privada del café: este acercamiento
físico entre espacio doméstico y espacio laboral, que es una
modalidad de los sitios de reunión, vuelve redLmdante el au-
tomóvil en tanto instrumento de alejamiento, lo inutiliza en
cierta medida porque ya no hay que salvar las distancias en-
tre la casa, el trabajo y el café: el automóvil acelera la veloci-
dad, pero atasca la comunicación de la sociedad; su aboli-
ción y su sustitución por medios de transportes más socia-
bles tales como bicicletas, zapatos, patines o por distancias
cortas, parece una utopía, pero es, además de una prueba del
apocamiento actual de las utopías, una utopía tan necesaria
como la de que nadie se quede sin educación en el planeta.

94
Yendo en los velúculos más pedestres, de tecnología menor,
el viajero, o sea el peatón o c.i.clista, está más en contacto con
el mundo en todos los sentidos, incluyendo los cinco, porque
se ve, se toca, se huele más y mejor a pie q ue en automóvil.3
El objetivo fina.! de la arquitectura y el u rbanismo era la co-
municación colectiva y no la eficiencia productiva: por eso
antes era un ar te y ahora es una técnica; pero si lo que im-
porta es lo primero, tienen que recuperar el arte que llevan
hibernando dentro. Todo arte es un modo de comunicación.
Ahora bien, lo que la casa contiene como evento público
es, al parecer, el acontecimiento de la afectividad, ele la sim-
patía y la antipatía, que asimismo se contiene, pero en priva-
do, en los círculos de espaldas del café. Tanto por razones
tácticas como de sustancia, la afectividad n o puede ex-presar-
se en el café como se hace en casa, porque no cabe, se antoja
desencajada; muy merecidamente son incomprendidos los
aspavientos de los gimoteos y las risotadas, los lazos emoti-
vos de los guiños y las sonrisas, los eslabones calentitos de
los abrazos y los besos: esto es mundo privado, zona privada
para un lugar donde se trabaja con la conversación y con la
argumentación de las ideas, con la verosimilitud a debate.
Aquí, para que la simpatía sea comprendida, es necesario
traducirla a una disquisición sobre la simpatía, con ese u
otro nombre, pero en todo caso, en los cafés se discute sobre
lo que sea. Lo que es privado sólo puede aparecer en este
lugar público por la vía de las argumentaciones y sus ador-
nos enfáticos. Los elementos provenientes de la casa, cuando
son bien traducidos, forman parte de la confrontación con
que se lleva a cabo la invención: lo que se hace público es la
afectividad elevada al rango de la racionalidad; lo que se des-
cubre es la razón; lo privado que se hace público es el placer
de la inteligencia, la inteligibilidad del corazón. Ahora bien,
dentro de la confrontación con que se hace la conversación,
aparecen ideas, soluciones, planteamientos, que son produc-
to clarísimo del conflicto, en el sentido de que la razón se

95
hace de los pLmtos de vista contrapuestos, y por eso goza del
debate, de suerte que puede concluirse que lo que se inventa
y se descubre, lo que salta al espacio público del café, lo que
se comunica, es la reunión de la pluralidad y el consenso, que
en otras circunstancias se hallan separados; como decía He-
ráclito, lo diverso une, lo opuesto fortifica. Por lo lanlo, se
funden igualmente las separaciones entre lo global y lo espe-
cial, lo especializado y lo inexperto, etcétera. Cabe subrayar,
no obstante, que la creación de los sitios de encuentro no se
reduce solamente a discursos, sino que también aparece en
formas más tangibles, puesto que genera nuevas formas de
actuación social, de organización, nuevos estilos de reunión
y, por lo demás, de ahi surgen nuevas expresiones en las
artes, que corresponden principalmente a la dimensión de
las imágenes.
A veces, discusiones de este nivel se suscitan en espacios
más privados; lo que sucede en esos casos no es que lo público
se esté privatizando infonnativamente, sino que lo privado se
está elevando a condiciones más públicas, como cuando de
repente una plática casera desemboca en una discusión filo-
sófica sobre corrientes artísticas. Allí lo público no es trans-
portado a lo privado, sino que lo privado ha devenido público.
Cambiando de tema, puesto que el café tiene sus cercos y
distribuciones de por sf móviles, toda vez que están hechos
de muebles verdaderamente muebles, no inmuebles, de me-
sas y sillas, así como de ese portento de movilidad que es la
gente, se puede acercar entonces a otros cafés y a la calle,
simplemente sacando sus sillas y sus mesas y sus gentes,
como sucede en los cafés mediterráneos, y disolviendo sus
distinciones entre uno y otro para que el sistema de los sitios
de reunión de la ciudad f1.mcione como un solo gran café, y
quitando las reservas al derecho de admisión tales como
consumo, horario, etiqueta, y los requisitos etarios o acadé-
micos y otras ingeniosas trabas que se ponen a la entrada
libre, de m anera que puedan funcionar como verdaderos si-

96
tios de reunión de la población civil y como foros de cüscu-
sión, como los cafés pmisinos de los años veinte donde se
gestó el surrealismo. Si los dos extremos de la forma del café
son por un lado las cafeterías y por el otro las universidades,
ambos sitios de reunión y discusión, se trata entonces de que
las universidades se parezcan más a las cafeterías en motiva-
ción e infonnalidad, y de que las cafeterías se parezcan más
a las universidades en voluntad de profundizar y argumentar
los puntos ele vista que alú se e>,:pongan, porque, después de
todo, si la memoria colectiva no falla, ambas eran lo mismo.
Por lo tanto, los libros y otras formas organizadas del cono-
cimiento que surgen como invención de los cafés, y que se
utilizan en la ranciedad de las universidades, pueden volver a
entrar, como efectivamente sucede, como forma de lenguaje
en los cafés, a condición de que el lenguaje de las universida-
des también se coloquialice lo suficiente. Entre los extremos
de las cafetelias y las universidades, se encuentra toda la
gama de sitios de reunión, por supuesto. La Escuela de
Frankfurt, cuna de uno de los movimientos culturales más
emocionantes y fructíferos que tuvo el siglo XX, ele donde
salió la obra de Fromm, Benjamín, Adomo, Horkheimer o
Marcuse, y actualmente Habermas, era un sitio ele discusión
académica o universitaria lo suficientemente desenfadado
como para haber sido llamado «el Café Marx», debido a que
alú se discutía el marxismo como no se pen11itía hacerlo se-
gún los cánones ortodoxos; y tan inventivo fue el marxismo
resultante, q ue se le fue cambiando el nombre hasta conver-
tirse en «el Café Max», porque hizo un marxismo ya no estilo
Marx, sino estilo Max Horkheimer, que era su director. Sólo
en las universidades, escuelas, institutos, centros y foros que
recuerdan que su aliento proviene ele los cafés y no de la
burocracia, se han producido adelantos culturales. Es simi-
lar el caso de la también alemana E scuela de la Bauhaus,
que inventó el concepto del diseño industrial, por donde
pasó gente como Gropius, Klee, Kandinslcy, Herpbert Bayer

97
y Matfas Goeritz y que, de hecho, rediseñó y transformó,
entre fiestas, trasnochadas y celebraciones, la apariencia for-
mal del mundo entero: uno no tiene por qué saberlo, pero la
silla donde está sentado leyendo, y la lámpara de junto y el
cenicero, y el edificio donde uno se encuentra, tiene la forma
que tiene actualmente gracias a las ideas sobre la forma de
los objetos que surgieron en la Bauhaus.

Del café a la calle

Las razones inventadas en los cafés, entre las que desta-


can las grandes ideas de la modernidad, las corrientes artísti-
cas y las escuelas de pensamiento en general, son lo suficien-
temente completas para buscar s u salida al ruedo de la calle,
esto es, politizarlas y, a estas alturas, metropolizarlas y cos-
mopolitizarlas. Del café a la calle, politizar las ideas es preci-
samente publicarlas: escribir, actuar, construir, protagoni-
zar. Ciertamente, las invenciones del café no salen a la calle
en la forma de conversaciones, sino en la forma de objetos
concretos, con los que se adorna el laberinto de la zona pri-
vada urbana. El lenguaje, en efecto, toma la apariencia de
objeto porque es lenguaje escrito, y las letras impresas se
pueden tocar, tienen un tamaño y un color y, si están en una
pared, cualquiera se puede recargar en ellas. En todo caso,
ese lenguaje es más calculado que el lenguaje hablado, con
m enos fisuras y sin asumir sobreentendidos y, además, suele
viajar guardado en libros, esas cajitas llenas de lenguaje que
circulan bajo los brazos o que esperan tras las vidrieras a su
brazo que vendrá a recogerlas. Al volverse objeto, el lenguaje
se m ezcla con la imagen y puede ir tomando nuevas cualida-
des afectivas, similares a las de otras ideas no escritas, como
las de las artes plásticas, que también están traducidas en
objetos, y sacadas a la calle aparecen como murales, facha-
das, monumentos, paisaje; asf como hay ideas transcribí-

98
bles, también las hay constmibles, fabricables, y todas jun-
tas, habitables, y la mayoría de las veces no son sólo ideas
estéticas sino que también se refieren a funciones, movi-
mientos y necesidades que quedan adheridas a las formas
mismas. Incluso la filosofía puede publicarse no sólo por el
medio escrito, sino por el medio textil y de comportamiento
de las modas y los ademanes, como lo hizo el existencialismo
en el movimiento Beat de los años cincuenta, o en el hecho
de que la última gran herencia del marxismo haya sido los
pantalones de mezclilla. Y las invenciones también son ac-
tuables, y aparecen como happenings o pe1jormances, estilos
de comportamiento o modos del lenguaje. En smna, el alma
de la colectividad que alcanza la calle se inscribe en primera
instancia en la fisonomía y ambientación del laberinto ele la
ciudad; el aire callejero está compuesto ele este pensamiento
y esta afectividad, y por eso cuando sopla se le Ilam~ corrien-
te de opinión.
Como en todo espacio, la reconfiguración física de la calle
recompone al espíritu colectivo, y pese a la magnitud de la
tarea de reconfigurar una ciudad, ésta parece poder lograrse
más mediante la omisión que la comisión: puede decirse que
no hay reconfiguración de la calle más instantánea y barata
que la abolición del automóvil; la presencia de ese artefacto
ha dotado a la ciudad de una sustancia que parece pasajera e
inmaterial, pero que es permanente y sólida: la velocidad. La
velocidad, esa raya, ha hecho que las calles, aun cuando pue-
dan ser métricamente amplias, se tomen angostas, y por eso
se trazan líne~s de transporte, porque por la calle se anda
sobre pasillos. De igual manera, ver la ciudad montado en la
perspectiva de la velocidad, hace que los objetos pequeños y
detallados, como la herrería de los balcones o las caras de la
gente, así como los objetos demasiado cercanos, se borren,
desaparezcan, simplemente porque pasan demasiado pronto
y, por lo tanto, hace que lo que pueda ser visto desde el auto-
móvil tenga que ser grande y siempre a la distancia, sin nin-

99
...
gún detalle ni cuidado, como por ejemplo los anuncios publi-
citarios, que cada vez son más grandes y sin preciosismo al-
guno, puesto que son hechos para ser vistos rápido, desde
lejos y sin posibilidad de detenerse, tanto por el tránsito como
por la cantidad de actividades que se supone que da tiempo
de hacer yendo a la velocidad del automóvil. La velocidad
crea demasiadas actividades fuera de la calle, y dentro de ella
la exclusiva actividad de transportarse, ele modo que al final
la ciudad está hacinada, pero no de gente, como dicen los que
usan coche, sino de coches que ocupan ocho veces más espa-
cio que una persona; así, sin automóviles, la ciudad se haria
de repente ocho veces más extensa, las prisas se reducirían en
60 kilómetros por hora y habría lugar hasta para que cupiera
la posibilidad de detenerse a que reaparezcan ante los ojos
objetos no vistos antes por ser demasiado pequeños y estar
demasiado cerca, y en cambio, lo que dejaria de poder ser
visto, toda vez que un transeúnte no levanta la vista más de
diez metros,4 sería el gigantismo de los anuncios publicitarios
y los rascacielos que, por lo demás, bien vistos, resultan de-
masiado planos como para que valga la pena levantar la vista:
lo gigante se haría invisible, al tiempo que aquello que está a
la altura del ser humano reaparecería. Y por último, la calles
dejarían de ser transitables sólo longitudinalmente, como lí-
neas, para serlo también transversalmente, oblicuamente,
deambulantemente, como suele moverse la gente cuando jue-
ga, baila, contempla o se comunica; e incluso podría realizar-
se en ellas cualquier actividad que se ocurra, y las ocurrencias
vendrán solas una vez teniendo el lugar, de la misma manera
que a uno se le ocurre fumar cuando ve un cigarro o sentarse
cuando hay una silla. El espacio invoca la actividad. Cuando
las calles se amplían, pueden transformarse en cualquier ins-
tante en explanada, o sea, en la zona pública del alma de la
calle para lo que sea menester, que ya también se ocurrirá,
puesto que la idea que ya se ocurrirá existe latente en la zona
privada del laberinto. De hecho, pasar de la zona ptivada a la

100
zona pública de la calle consiste e..c;trictamente en convertir
las calles en plazas; por eso, lo primero que sucede durante
los movimientos sociales con marchas y mítines es la inte-
rmpción del tráfico de automóviles. En resumen, la velocidad
es tm objeto que hace que los espacios sean lineales, enormes,
lisos y sobreespecializados. Para reconfigurar el espacio calle-
jero y jLmtar sus zonas privada y pública, basta disminuir la
velocidad, aboliéndole sus automóviles: ello equivale a cons-
truir espacios lentos, minuciosos y múltiples, que es donde le
gusta revolotear a la comunicación, qu e siempre ha tenido
vocación de paloma.
De cualquier manera, politizar en este espacio significa
llevar las ideas que trashuman por la ciudad hacia el cen-
tro, al corazón, a la plaza pública donde, para que quepan,
adoptan formas muy concentradas, en muy pocas palabras y
muy pocas imágenes, pero suficientemente contundentes: en
la plaza pública las razones se convierten en presencias, en la
acumulación compacta de gente que con gritos y pancartas
hace exigencias simples de honestidad, igualdad, libertad,
paz, educación, salario o cualquier otra cosa que se le haya
quitado. Es como si las corrientes de opinión, el lenguaje, los
afectos y las argumentaciones se encamaran en un solo ser
sólido, una sola voz, una sola idea, una sola demanda, una
. sola imagen y un solo movimiento frente al cual, a pesar de la
simpleza, nadie puede hacerse el desentendido, ni el que no
entiende: todos ya saben de qué se trata y, en especial, lo sabe
el destinatario, el interlocutor: la burocracia informática y,
más específicamente, su zona administrativa, la cual no pue-
de, pese a que lo suponga, cerrar las p uertas y ventanas y
orejas de su espacio para no enterarse porque, de hacerlo,
deja de existir: se incomunica y se vuelve irreal, que es lo que
ha sucedido a las dictaduras, que se convierten meramente en
un golpe sordo y bruto, como los terremotos y las mordi-
das de los perros, que se terminan tarde o temprano dejando
tras su paso un número indeterminado de víctimas; pero

101
como las catástrofes naturales, las dictaduras son astmtos
que deben ser arreglados por las buenas o por las malas, de
una vez por todas, sin que haya necesidad de ning(m entendi­
miento. Derrocar dictaduras no es una cuestión psicológica,
sino biológica de supervivencia. Pero, en todo caso, las admi­
nistraciones que no se qtúeren volver irreales para la sociedad
civil no pueden cerrar las ventanas, porque en ese preciso
instante la sociedad civil es capaz de fundar LU1a administra­
ción de facto, es decir, es capaz de autoorganizarse, autoges­
tionarse y continuar la vi.da por su parte, como lo ha hecho la
economía informal, las organizaciones vecinales y tantas
otras fonl1as de la colectividad que ya no esperan no sólo que
las oigan, sino ni siquiera que no las oigan. La tendencia bu­
rocrática de solicitar para todo que se llene un formulario que
se convi..erta en trámite, ya sea para impartir justicia, distri­
buir salud o cambiar gobiernos, provoca que la calle se dé
cuenta de que puede realizar las operaciones sin pasar por las
ventanillas ni los escritorios ni los f-tmcionarios, y como en
una iluminación de su memoria colectiva, el alma de la calle
se acuerda que ella creó a la administración, y no, como se
especifica en los formularios de los trámites, al revés.
Y. es que, en rigor, la vi.da colectiva se congrega en la
plaza pública para hablar consigo misma, y es por eso que es
la administración la que debe salir a la plaza, y no la plaza
entrar en el parlamento. La cúspide de lo público está en la
calle. Y entonces es cuando el espacio extrapúblico inforn1a­
cional se acuerda de que es la calle quien lo legitima, quien le
da existencia y le permite conservarla, para lograr lo cual lo
que le corresponde es administrar bien y transparentemente.
Para eso le pagan. No en balde a los burócratas se les llama
servidores públicos.
La máquina administradora de la sociedad se esconde de
la calle mediante el truco de la omisión de infonnación, que
es la fuente de su poder. El poder era información omitida y,
por lo tanto, su forma específica de politizarse, de sacar las

102
cosas a la ciudad, es haciendo público lo e11.1rapúblico, lo
cual implica hacer que sus límites sean fluidos, osmóticos,
permeables, lo que se logra por la comisión cabal de infor-
mación, esto es, informar de todas sus actividades en un len-
guaje propio y sin perpetrar atentados publicitmios autolegi-
timadores; es decir, no debe utilizar el estilo ambiguo, multi-
lateral, polisémico, bello y persuasivo propio de la cultura
cotidiana de las calles y sus adentros, sino el que le corres-
ponde, o sea, el lenguaje meramente informativo, porque las
interpretaciones no son tarea de la administración, sino del
resto del espíritu colectivo. A la administración le correspon-
de el papel de ser útil, eficiente, efectiva, pero no el de utili-
zar. Así es la genuina retórica de la información: la incolora
belleza del dato preciso, que es, finalmente, una ética.
Al mismo tiempo, en el interior mismo de la burocra-
cia, la politización consiste en sacar al poder de su zona
privada y pasarlo a la zona pública de la administración.
En suma, utilizar todos los recursos, tecnologías y posesio-
nes para administrarlos en favor de la colectividad, e infor-
mar llanamente de ello. La informática politizada no se
justifica: administra.

Notas

l. En efecto, como muestra Gergen, el tipo de conocimiento que se


consigue con métodos empitistas <<ha sido emplead o a menudo por los
hombres para construir versiones de la mujer que coadyuvan a su sub-
yugación» (p. 272), por lo cual las teólicas feministas han sido las p rime-
ras en ensayar métodos alternativos de conocimiento.
El empilismo se justifica sobre el método científico, pero éste no es liD
problema del método de las ciencias natltrales en sf, sino de su implanta-
ción ideológica a las ciencias sociales y del espúitu: son métodos cientili-
cistas. Lo que se llama método científico es, bien entendido, liD procedi-
miento de dominio y control sobre la natmalcza, concretamente sobre la
naturaleza física, y que se sustenta, se justifica y se verifica precisamente
por su capacidad de manipulación y utilización de dicha naturaleza (cú-.

103
Habe1mas, 1968). Este control, que linde sus frutos mediante la aplica­
ción tecnológica y con la obtención de 1iqueza material es, pues, la garan­
tía de verdad de las ciencias naturales: los dominadores de la naturaleza
son así una alta expresión de la racionalidad. Sin embargo, la ideologiza­
ción de la ciencia y su método consiste en extrapolar la idea ele naturaleza
más allá de su ámbito propio y hacer que abarque a la sociedad y a la
gente por igual, de manera que se pueda considerar a la gente como obje­
to natural, ñsico y, por lo tanto, susceptible de control y dominio: como
recw-so utilizable. Así, con el método científico, que justifica válidamente
el dominio sobre la natwrueza, se justifica inválidamente el dominio so­
bre la gente, y entonces quienes ejercen el control social aparecen asimis­
mo como los que son racionales y poseedores de la verdad (cfr. Moscovici,
1976). En suma, el que ejerce el dominio social asume que tiene ele su lado
la verdad, y lo puede demostrar empíricamente. Las ideas sociales de pro­
greso, trabajo, eficiencia, modenúzación, descansan sobre este tipo de
racionalismo cientificista y, en reswnen, descansan sobre él las justifica­
ciones de un grupo sobre otro, concretamente la dominación masculina
sobre la sumisión femenina, según puede verse en el hecho de que la
racionalidad científica y la liialdad calculadora aparezcan estereotípica­
mente como atributos de los hombres, mientras que la racionalidad afec­
tiva, llamada por los hombres afectividad inacional, aparezca como atti­
buto de las mujeres, lo cual puede condensarse en la opitúón de sentido
común según la cual los hombres no saben llorar y las mujeres no saben
conducir. Sin embargo, parece ser que la verdad establecida es verdadera
no por ser científica sino por ser masculina.
Cabrá quizá aclarar que los géneros no tienen sexo, porque son más
bien formas ele pensamiento, y por lo tanto lo masculit10 no es propiedad
exclusiva de los hombres y lo femenino no lo es de las mujeres, de suerte
que hay feminidades maclústas de la núsma manera que hay masculini­
dades fenúnistas. Pero, en todo caso, el empleo ideologizado del método
científico en las ciencias de la cultura, que mcluye la idea de que la ver­
dad .es verdad aunque no nos guste, porque así es la ciencia y porque está
objetivamente depositada en una realidad que es mdependiente y exte­
rior a las personas, y la cual puede ser demostrada mediante datos y
demás cuantificaciones empíiicamente vetificables, son procedimientos
verídicos, pero no veraces, porque cada vez que se analiza la maliciad
social con métodos cienti.ficistas, se est{i colando entrelú1eas una versión
de la realidad en la que hay dommadores y dominados y que, puesto que
puede ser comprobada mediante el método científico, tiene que ser ad­
mitida por quienes salen perdiendo.

104
í
Por las razones antetiores se hace bienvenjda una metodología que
compmta tma racionalidad de otro orden, capaz de comprendet·la lógica
de los afectos sobre la de los cálculos, de la comw1icación sobre la infor-
mación, de las experiencias sobre las utilidades, de las rewuones signifi-
cativas por una metodología de género femenino, en donde, de imci(), el
conocin1iento no es independiente de los participantes sino, al contrario,
constmido por ellos, es decir, que la verdad es una creación, tma obra
realizada por la comunicación de los interesados, constmida según sus
necesidades y proyectos, no mediante la imposición sino mediante la
argumentación, la negociación y el acuerdo. No se trata de una verdad
cum1titativa técnica, sino de una veracidad cualitativa práctica, que no
es-lo-que-es, sino lo que queremos que sea. La verdad no es tma descrip-
ción de hechos, sino tm proyecto de sociedad, proyecto éste que se hace
entre todos y donde no caben los dominadore¿ ni los dominados, ni los
expettos t1i los ignorantes, m los héroes m los mártires, ni los hombres ni
las mujeres, sino los participantes en igualdad comtmicaLiva: en buen
castellano se llama democracia radical, y en castellano académico se
llama método hermenéutico, comprensivo o interpretativo.
2. Gehl, arquitecto, urbamsta y ciclista, tiene tmlibro sobre La vida
entre los edi(icios (1980), que constituye un alegato a favor de la suaviza-
ción de la tajancias entre los distintos espacios, de manera que los eventos
y actividades puedan fluir de un lado a otro fácilmente, toda vez q ue la
gente tiende a la calle porque la gente busca a la gente, pero donde el
diseño arquitectónico se lo impide. Con respecto a las casas-habitación
plantea tres propuestas que restime así: fácil acceso de entrada y salida,
sin escaleritas, con·edorcitos m puertas gratuitas que separen el adentro y
el afuera; buenas áreas de estcwcia directamente enfr-ente de la casa, don-
ele se puedan colocar sillas, mesas, radios, peliódicos, tazas, juguetes; y
algo qué hacer y con qué trabajar directamente enfr-ente de la casa. Cuan-
do esto sucede, la casa queda directamente comunicada con el exterior
público (bien a bien, este sitio de enfr-ente de la casa equivale a la instala-
ción de un espacio sen1iprivado sen1ipúblico: cada casa con su propio
café), sin por ello perder su privacidad necesatia pero no obligatotia.
3. Según Hall (1966) el viaje en automóvil «reduce la sensación de
desplazan1iento por el espacio» al mismo tiempo que «emborrona la
visión» del paisaje, jtmto con el hecho de que «encierra a sus ocupantes
en tma concha de metal y viddo» (pp. 214 y ss.); resulta que el cuerpo
pierde contacto con el mundo y se vuelve, en ténninos ele cog¡ución y
percepción, un ser bastante más pdmilivo y rudimenl<'lrio que el peatón,
y tanto más cuanto más lujoso sea el automóvil, pero el solo hecho de

lOS
hablar de ello le hace perder a Hall su flema científica: «consideremos
esos extravagantes armatostes de Dctroit, de ancha base, que atestan
nuesb-as can-eteras. Su gran tamafio, sus asientos estilo canapé, sus sua­
ves muelles y su ruslamiento están hechos para procurar la menor sensa­
ción posible del camino» (p. 80). Pero no sólo sus tripulantes prescinden
del mw1do, sino que les plivan ele mundo a los que se encuentran fuera,
tocia vez que, siempre Hall, «el automóvil es el mayor consumidor de
espacio, personal y público, creado por el hombre hasta ahorn. En Los
'Angeles, ciudad automovilística por excelencia, Barbara Ward aveiiguó
que 60 % o 70 % del espacio está dedicado a los coches (calles, estaciona­
mientos y viaductos o caminos de acceso limitado). El velúculo se traga
los espacios donde pocllia reunirse la gente. Parques, paseos, todo es
para el automóvil».
4. La relación entre velocidad, contacto social, arquitectura y tama­
i'io físico de la ciudad puede encontrnrse suficientemente argumentada
en los libros recíprocos de Gehl (1980) y Hall (1966). Este último, antro­
pólogo, puede considerarse como el sorprendente descub1idor de lo que
él denominó «la din1ensión oculta», es decir, del espacio como fom1a de
percepción, cognición, afectividad, pensa miento y exp1-esión de la vida.
Y su texto es, con todo merecimiento, el clásico al respecto.

106
El espíritu de la ironía

Hay una ironía elemental que es indis-


cemible del conocimiento, y que, como
el arte, es hija del tiempo libre.
V. J ANKÉLÉVIT CH

Po litizares reunir

La memoria colectiva pluralizó el espíritu de la colectividad


pero, al mismo tiempo, lo partió en m itades. Uno de los coi-tes
más quirúrgicamente precisos es el que separa la cultura de la
«política» profesional, de donde se supone que lo cultural no
tiene nada que ver con lo político, que lo cultural es lo bonito
pero lo político es lo real, de manera que quienes se dedican a la
cultura deben recibir premios pero no meterse en cosas de poli-
tica, y cuando ellos insistan·en que sí, hay que darles otro pre-
mio. Sin embargo, para la colectividad, lo político está en todas
partes, sólo que repartido, distribuido, de donde se puede con-
cluir que, bien a bien, politizar es remlir: remlir lo cultural y lo
político, así como lo privado y lo público. Reunir aquellas par-
tes de la memoria colectiva que la historia ha separado pero
que, una vez que se encuentren frente a frente, puedan confron-
tar sus diferencias. Por razones inherentes a la comunicación,
cuyo fin es ella misma y que, por lo tanto, no se puede confbr-
m ar con comunicar sólo hasta cierto punto, sino comunicarlo
todo, el lugar ultimado de encuentro de la pluralidad de lo pú-
blico es la calle, porque es el único espacio que se colma. De
entre las miles de cosas partidas por la mitad que quieren reu-
nirse por la mecánica de la invención política, están, adem ás de

107
lo conocido y lo desconocido, también lo racional y lo afectivo,
lo especializado y 1o holistico, lo experto y lo cotidiano, lo social
y lo individual, lo masculino y lo femenino, lo mineral y lo orgá­
nico, lo cognoscitivo y lo estético, las palabras y las imágenes, y
tantas otras cosas que no se juntan por la razón de que son
contradictorias, pero que deben juntarse justamente porque la
razón es contradictoria, puesto que consiste en la comunica­
ción de las diferencias.

Los trabajos de politizar

Politizar, hacer que lo privado se vuelva público, no es


cuestión de voluntad, porque eso es solipsismo ptivado, muy
al uso, y tanto que en el manual de urbanidad de la izquierda
ha recibido el nombre de «concientización», según el cual
resulta de buen gusto y encantador en las reuniones de todo
tipo advertir que uno está realmente concientizado, muy «po­
litizado», siendo del todo conveniente utilizar el calificativo
de «reaccionario» contra todos, de ser posible aderezado con
palabras gruesas. Pero los trabajos depolitización son otros, y
son tres. El primero consiste en tener algo que decir, lo cual no
es muy complicado porque en cualquier lugar están presentes
múltiples experiencias que no han sido dichas. El segundo
consiste en saberlo decir y/o exponer y/o actuar en el siguiente
espacio más público, como sucede cuando uno tiene que ex­
presar en palabras lo que sabe en imágenes o imaginaciones,
lo cual es un poco más complicado, porque implica la capaci­
dad de pensar y sentir en dos espacios diferentes al mismo
tiempo y, por lo tanto, conocer ambos lenguajes y ambos esti­
los para poder pasar el conocimiento inventado de un la�o a
otro, que es el talento del traductor, quien puede sentir una
misma experiencia en dos idiomas; muchos saben hacer esa
traducción: novelistas, cantantes, cronistas, periodistas, ora­
dores, escritores epistolares y de diarios íntimos, buenos con-

108
versadores, lo están haciendo, y en especial los movimientos
culturales y políticos que emergen continuamente en la socie-
dad. Todos ellos están presentando en términos comprensi-
bles ciertas realidades que hasta entonces habían pertenecido
a un espacio más privado como, por ejemplo, las madres de
los desaparecidos políticos, o los ecologistas, o las feministas,
o los movimientos estudiantiles.
Después de tener algo que decir y de poder decirlo, el tercer
trabajo de la politización es paradójicamente el más difícil: ser
oúl.o, porque el aire de la ciudad está tan saturado del ruido en
círculos de la ideología, es decir, que ya hay tantas cosas que
ver, oír, leer, usar, sentir, que difícilmente puede resultar llama-
tivo ver, ofr, leer, usar, sentir tma cosa más. Cualqtúer cosa que
se presente en público, sea tm libro, una pintada en la pared,
una desgracia más, una obra de arte, otro proyecto, alguna pro-
testa, pasa a sumarse al vórtice de palabras, imágenes y objetos
que la publicación y la publicidad han producido, sobre todo en
los últimos cien años de la historia. Actualmente, tma cosa más
es una cosa de más. Así las cosas, puede bien tener algo que
decirse y poder traducirse, pero su problema es ser oído, por lo
que el trabajo consiste en que lo que se haga público aparezca
como digno de ser atendido, qtJe resulte interesante, como tma
realidad emocionante por sí misma, persuasiva. En efecto, la
comunicación no es tanto una cuestión ele precisión sintáctica
o de exactitud semántica como de persuasión pragmática, por-
que la voz que clamaba en el desierto pudo haber sido todo Lm
modelo de perfección gramatical, pero si el desierto siguió sor-
do y desinteresado en el arte de hablar correctamente, la voz se
volvió muda. Tampoco el fenómeno de la persuasión tiene que
ver con el asentimiento por cansancio que se logra en las asam-
bleas o con la aquiescencia por empalagamiento de las campa-
ñas electorales, donde asambleístas y votantes can1bian su opi-
nión o voto, pero su visión del mundo no se ha movido ni tm
milímetro. En cambio, el fenómeno de la persuasión es, el acto
de volver a inventar en público la misma invención hecha en

109
privado, es hacer que se descubra un descubdmiento de nuevo
por vez primera, como rúños frente al mago o como cuando
uno se vuelve a entusiasmar con una canción muy vieja y la
vuelve a oír y sentir como si fuera la primera vez. Es ver con los
ojos atórútos la aparición de lo invisible, lo impensable, lo ini­
maginable, lo inconcebible. De modo que, si la conmnicación
siempre es persuasiva, entonces es, por definición, la tarea de
fabricar utopías: una utopía es w1 lugar de otro mundo, un
objeto de otro espacio, una coordenada ele otro mapa, o sea, la
realidad de lo privado vuelta realidad en público. La persuasión
es, pues, tm golpe de luz que alumbra realidades que no esta­
ban alli antes, es la iluminación de una imagen insólita, como
encender la luz de la recámara y encontrarse el Mar Caribe,
incluido un barco pirata. Y una visión inédita es siempre bella,
pero no bella por su parecido con la idea de belleza, sino be­
lla por su novedad; la política de la persuasión no se rige por la
estética del parecido, de los estilos establecidos, sino por la esté­
tica de la so,presa, frente a ]a cual se opacan, se obsoletizan
todas las demás bellezas ya sabidas y las realidades anteriores a
la nueva realidad se hacen insípidas, abmridas, vi�jas. 1 La per­
suusión no muestra necesariamente cosas nuevas, sino el senti­
do de las cosas, que, por definición, siempre es nuevo. En suma,
el trabajo de ser atendido consiste en que lo privado se haga
público y lo público se haga insólito. Una vez que la utopía se
hace real, es decir visible, es decir comprensible, el mundo de
hecho, defacto, se toma elástico, manuable, transformable. Por
eso quizá uno deba acostumbrarse a la vida, pero no debe acos­
tumbrarse a la realidad.

El humor y sus densidades

Es curioso que lo que sorprende, lo insólito descubierto en


las propias narices, el eureka ele la humanidad, provoque típi­
camente una reacción: la risa. En efecto, cuando uno descubre

110
o inventa algo, cuando se da cuenta de que tiene lo increíble ·
frente a los ojos, uno se pone contento, se ríe, incrédulo, incluso
ante las malas noticias, de las que se entera, las sabe y no lo
cree, de forma que la prueba de que algo se ha hecho público,
de que algo se ha politizado, es la risa. Ciertamente, el mecanis-
mo de la sorpresa e_:, igual al mecanismo del humor.
De entre las diferentes risas, el chiste es la fom1a más burda
del humor, el humor propiamente dicho es la forma natural de
la sorpresa, y la irmúa es la fom1a sutil del humor, que por
sutileza, no se ríe, sino sonríe. Entre la invención y el htm1or no
hay mayor diferencia; la única es que la invención está disponi-
ble para el que la está buscando, para quien sí quiere encontrar
un nuevo conocimiento, por ejemplo, para el poeta que se sien-
ta toda la tarde a encontrar el verso que le falta, o para quien
sale a la calle buscando la ciudad; el hmnor, por el contrario, es
la manera en que un conocimiento se le presenta a quien no lo
está buscando ni lo quiere encontrar, y por eso se le tiene que
aparecer por sorpresa, tomándolo desprevenido. La ideología,
al extremo opuesto de la invención y el humor, no sólo no quie-
re saber nada más, sino siempre quiere saber algo menos: de
alú su solemnidad. En sus tres formas, y para inteligencias dis-
tintas, el humor en general consiste en el cambio repentino de
espacios y de objetos pertenecientes a otros espacios, como
cuando uno va a un museo y se encuentra tma pala de nieve
colocada en el lugar de una escultura: se le aparece algo que no
es, es una escultura que no es, o lo que no es una escultura
también lo es. La risa que provocó Duchamp a p1incipios del
siglo XX dejó sin definición a la escultura por el resto del mile-
nio. El que se ríe había aceptado previamente una trama como
real, y la fue siguiendo por un rato sin reírse, pero al final se
encuentra con que estaba en otra. Después de un baño de hu-
mor, los lugares y los objetos del mundo ya no pueden seguir
siendo lo que eran, porque de ahí en adelante se hace difícil
marcar la diferencia entre lo real y lo irreal, entre lo que está allí
y lo que no, entre un museo y un tiradero de chatarra, entre La

11 1
Piedad de Miguel Ángel y un puente envuelto en tela. El humor
junta lo que la seriedad separa.

El humor espeso

En los chistes, el narrador describe un escenario que todo


el que oye tiene la obligación de aceptar como c01Tecto,
como sucede al contar cuentos de hadas donde al aceptar ele
entrada corno correcto el escenario es perfectamente normal
que aparezca una bruja aunque en otro contexto no se acep­
taría; y así también en los chistes, la nan-ación transcurre
consecuentemente hasta el último momento, donde se intro­
duce un elemento que es igualmente correcto, pero pertene­
ciente a otro escenario, como si la princesa del cuento de
hadas al final se fuera en helicóptero, y uno se ríe. Los chis­
tes de política transcmTen en el terreno de la política pero se
desenlazan en una frase que pertenece al terreno de lo fami­
liar, y a los chistes sobre Dios se ]es pone a lo último un
elemento humano. Lo que era y lo que no aparecen juntos.
Dos cosas que se entienden seriamente por separado, se ·ha­
cen apenas risiblernente comprensibles cuando se juntan,
como el presidente de la nación jugando con sus barquitos
en la bañera. Pero no hay que dar ejemplos de chistes, por­
que todos saben algu no y, sobre todo, porque los chistes no
duran más que una vez, y cuando se repiten ya no tienen
chiste y cuando se reiteran pierden hasta el chiste de la pri­
mera vez: acaban con la sorpresa retroactivamente. Puesto
que los chistes son historietas empaquetadas, terminadas y,
por ende, repetibles una y otra vez, son carne fácil de ideolo­
gía, que es repetición, así que no duran como sorpresa: por
muy bueno que sea el chiste, a la segunda vez es malo. El
chiste es la forma del humor que más fácilmente puede ser
atrapada por la inercia. Es la fom1a más lerda del humor, la
más espesa y, no por casualidad, la más consagrada por una

112
sociedad encerrada en el individuo; el cerebro tem1inada-
mente aislado de los individuos sólo puede guardar historie-
tas aisladamente terminadas. Los chistes son diálogos artifi-
ciales, que se insertan en el diálogo natural sin relación ni
continuidad alguna, y que se insertan cada vez que ya no se
tiene nada de qué hablar. Cuando en una reunión aparecen
los chistes, es que la conversación se ha tem1inado: después
de un silencio irrompible, alguien pregt.mta quién se sabe un
chiste. Es un humor placebo.

El humaren su estado natural

El humor propiamente dicho, en cambio, va brillando


entre la conversación. Para decir un chiste se empieza avi-
sando que se va a contar un chiste, pero el humor no avisa,
sino que va subido siempre en el tren de la comunicación, y
aprovecha los elementos que en ella aparecen para darles la
vuelta y dotarlos de una lógica distinta, y sin detenerse mu-
cho, como si en un abrir y cerrar de puerta se vislumbrara la
luz de otro espacio; el mejor humor es corlo y rápido. El
humor es un chiste contextualizado, irrepetible fuera del con-
texto, y si alguien quiere enseñar los toques de humor dados
en una conversación le va a costar trabajo, porque debe ex-
plicar primeramen te el contexto donde se dio la respuesta
ingeniosa y el cambio de sentido o el juego de palabras, el
golpe maestro de la ilógica, con lo cual deshace el humor
porque lo vuelve chiste. Así el humor es más durable porque
es menos atrapable, más difícil de repetirse, porque forma
parte de un contexto y no se puede disociar de él. El humor
es oportuno; los chistes son importunaciones. Todas las
transformaciones político-culturales del siglo XX se han he-
cho con humor, desde las sufragistas inglesas que gritaban
consignas a los hombres del parlamento y que en el momen-
to de ser sacadas del recinto resultaba q ue estaban encade-

113
nadas a sus asientos, hasta el grafftti de las primaveras y los
mayos del 68, cuyas convicciones se expresaban con frases
del tipo de «soy marxista de la tendencia Groucho», movi­
miento éste que, con el recmso de pintar paredes que se
aprende a los cinco años, fue más convincente que la televi­
sión y la prensa: cuando, citando otra vez sus paredes, la
imaginación tomó el poder. Asimismo, las caricaluras políti­

a
cas de los periódicos son más recordables e ilustrativas que
los cuadros estadísticos, aunque se refieran a lo mismo; un
funcionario le duele más una calicatura que un análisis: a
éste lo puede desmentir, a aquélla no.

El humor fluido

Si el chiste tiene la apariencia pegoteada de un set cinema­


tográfico y el humor
1
es la fachada y la decoración de una cons-
tmcción sólida, la ironía, por su parte, representa la belleza de
la propia estmctma, bastante menos notoria, pero tanto más
f1.mdamental. En efecto, la ironía es el humor sutil. Etimológi­
camente significa «interrogación fingiendo ignorancia», que es
lo que hacía Sócrates, de donde resulta que también se le ha
definido como «burla fina y disimulada»; disimula tan fina­
mente que para dar a entender algo dice todo lo contrmio:
«¡Qué persona tan seria es usted!»; en efecto, en oh·a definición
aparece que «la palabra es directamente opuesta al pensamien­
to, pero lejos de ocultar el pensamiento, esta manera de em­
plear la palabra hace resaltar con más fuerza lo que se siente».Y
por eso se pone seria: para reírse mejor. 2
La sorpresa de la ironía, por sutil, es irrepetible, y por eso no
puede ser atrapada, de manera que es durable, porque la ironía ni
anuncia que es un chiste ni se reconoce como humor, sino que
pasa por la comunicación sin ammcio y sin noticia, por lo que,
aunque se quiera repetir parece que no hay nada que repetir, y
de hecho, la ironía siempre puede declarar que no hubo tal, lo

114
cual es, de paso, otra ironfa: es un golpe sin pruebas, la coartada
de estar en otra parte. La ironía es el comexto mismo. Ello hace
casi imposible dar ejemplos de ironfas, aunque siempre que no
se pueda no aplaudir a los poderosos, se les puede aplaudir
demasiado. De la misma manera que siempre se puede solici-
lar, conforme a riguroso protocolo, el Premio Nobel de la Paz
para los dictadores. La ironfa es respeluosa de las apariencias;
sólo deslruye las esencias. En todo caso, puesto qu e la ironía no
es atrapable, tampoco es cooptable: no puede volverse ideolo-
gía porque no puede ser repetida, y, sin ánimo de repetir , se
sabe que la repetición es la condición de la ideología. La ironía
es una forma de comunicación que no puede volverse informa-
ción, porque lo que expresa no lo dice, sólo lo muestra. Por la
sorpresa y por el humor es capaz de ser comprendida y gozada
pero, por su textura de pez, escurridiza y resbalosa, no puede
ser retenida; siempre se escapa. La ironía solamente es ironiza-
ble, pidiendo un aplauso más fuerte y además el Nobel de Lite-
ratura, aunque esta ironía de rebote no siempre llega, toda vez
que la tecnocracia infonnativa desconoce la figura de la irmú a,
porque ésta no puede ser codificada en ·signos. La administra-
ción técnica de la sociedad, como cualquier tecnología, sólo
puede entender lo que se dice y de una sola manera, pero no lo
que no se dice y de dos maneras a la vez. Una computadora
jamás podrá entender una ironía.3 El tama.ii.o de la ironía es
humano, no cibernético, y por eso puede tocar las redes del
poder sin ser atrapada por ellas. Solamente lo repetible es ideo-
logizable, pero al contra.r io de los pantalones de mezclilla y de
las consignas políticas, la ironía no puede producirse en serie.

El es pacio común

La ironía reúne lo que la ideología separa. Si el espúitu


colectivo está dividido en espacios contrapuestos, cada uno
con sus propios lenguajes e imágenes, con sus propios cono-

115 t.
l
cimientos, el espíritu irónico es aquella forn1a de 1a comuni­
cación que, al mencionar en una frase algo y su opuesto, está
juntando el pensamiento y el sentimiento de dos espacios
opuestos dentro de uno. Sócrates inauguró oficialmente el
conocimiento occidental con un discurso irónico: « Yo sólo
sé que no sé nada», con lo que juntó la sabidlllia y la igno­
rancia en un lugar por encima de ambas, que es un lugar ra­
zonable. Y así, dela misma forma, la prosecución de la razón
sigue consistiendo en juntar los espacios opuestos: lo indivi­
dual y lo colectivo, lo racional y lo afectivo, lo público y lo
privado, la amargura y el cariño. Con ello, la ironía funda,
sobre espacios públicos, lugares donde está presente lo pri­
vado: disuelve las divisiones del espíritu sin atentar contra la
diferencia y la pluralidad, porque para la ironía sería atentar
contra sí misma, sería ponerse seria. La ironía hmda, por
encima de los espacios privado y público, un tercer espacio,
distinto, un espacio común, el lugar común revisitado, tan
público que le cabe hasta lo privado, donde todos los pensa­
mientos y sentimientos del espíritu colectivo pueden deam­
bular y comunicarse sin restricciones.
Pero este tercer espacio es más bien «virtual», todavía no
se ha construido materialmente; por hoy es puro aire, puro
vuelo, espíritu desencarnado y de pocas palabras: es la ima­
gen del sentido de la vida de la colectividad, inatrapable e
irrepetible. Paulhan llamó correctamente a la ironía,· no
exento de ella, «el tercer espíritu». El tercer espíritu es ese
pensamiento y esa afectividad que andan volando sin posar­
se en ten-eno algun o, porque es ese espúit1.rpara el cual toda­
vía no hay construido ni distribuido físicamente 1m tercer
espacio donde encarnar; el tercer espíritu solicita w1 espacio
múltiple donde quepan tolerantemente, gentilmente, todas
las gentes, todas las actividades, todas las tradiciones, to­
das las ideas, todas las pasiones, todos los proyectos, que
saben aceptarse unos a otros porque saben reírse de sí mis­
mos: el criadero de ironías, porque la ironía que no es auto-

116
irónica es destructiva, autodestructiva. Al parecer, la verda­
dera cantidad de la colectividad es tres, que es la cantidad de
la razón, porque siempre la razón es la reunión de dos verda­
des contradictorias. Y la ironía siempre conserva la razón,
aunque no siempre la vida: la última ironía del primer ironis-
. ta consistió en beber cicuta, y ni sus partidarios ni sus adver­
sarios todavía se reponen de ella.
La ironía se advierte por un deje, rn1 guiüo, un tono de
voz, una mirada buscando cómplices: «el deje de ironía». En
efecto, la ironía no impone sus ideas ni sus verdades ni sus
conocimientos, sino que sólo «deja», como al pasar, sus sor­
presas en la comunicación. Contrariamente al dogmatismo,
que es la forma moralista de la publicidad, la ironía no impo­
ne: sólo pone, sin vigilar ni cuidar sus creaciones, y por lo
tanto, no termina nada, no resuelva nada, no finiquita con
certezas las dudas, no cierra la comunicación, sino nada más
la abre, la inaugura con dudas. Por eso la ironía que se vuelve
crnel destruye la comunicación: porque no deja lugar a la
respuesta. La ironía politizadora es humorista, porque invita
al adversario a la comwlicación. En efecto, el papel de la
ironía, que es el de la politización, es inaugurar espacios de
commlicación donde puedan ser dialogadas y discutidas to­
das las diferencias de la pluralidad. La ironía sólo se dedica a
sacar todos los trapos al sol de la calle para que la ropa sucia
ya no se tenga que lavar en casa. La ironía muestra cuál es la
estructura y la dinámica del espíritu colectivo, para que éste
siga creándose, porque sólo conociendo las reglas del juego
se puede seguir jugando. La ironía revela las reglas del jue­
go frente a quienes lo tomaron en serio: deshace la realidad
del juego para rehacer el juego de la realidad.
Y puesto que todo texto sobre la iro1úa busca una con la
cual terminar el texto, la de éste es que no se encontró ningtma.

117
Notas
1. Se trata de despertar el asombro en público, pero al p<u-ecer sólo el
asombro tenue de la ironía perdma, porque otros asombros como, por
ejemplo, las modas, la arquitectura, las consignas, los movimientos, los
lenguajes... se vuelven rápidamente habituales: en efecto, una vez incor­
porados a la percepción o a la memoria, se vuelven contenidos de pensa­
miento, pero dejan de ser procesos de pensar, eslo es, envejecen y por eso
pierden su carácter de sorpresa y sus posibilidades. El caso de la ropa es
claro; cada generación, cuando menos, tiene que ir ftmdanclo sus pro­
pias modas de vestir, sus modos de sorprender y hacerse visible, presen­
te, pero cada generación termina percUendo en el momento en que sus
ideas de vestimentas, en el caso de haber siclo exitosas, son asimiladas
por el grueso de la gente y, lo que es peor, por la fabricación y venta a
gran escala, que es el momento en que dejan de ser expresión del grupo
que las creó: la ropa se momifica, y en efecto, los escaparates son los
mausoleos de la moda, cuyo último ocupante es el fenómeno punk, hoy
punk a la Christian Dior.
De cualquier manera, el asombro es el recurso posible con que cuen­
tan los gmpos sociales para presentar sus versiones de la realidad en la
esfera-pública de la sociedad. Serge Moscovici, en un libro (1976) que
puede muy bien considerarse como Lm manual de psicología política,
como una especie de recetario de cómo hacer para influir cuando no se
tiene poder ni voz ni voto, pero a cambio se tienen convicciones profLm­
das, plantea, pues, la existencia de tres 1101mas a través de las cuales se
perciben y se evalúan los objetos de la realidad; tres formas de ver la vida:
a) La nonna de objelividad, que evalúa los planteamientos buscando su
validación bajo el criterio de la realidad objetiva; se basa en lo compro­
bable; argumenta sobre los eventos por lo que éstos son y no por lo que
podrían ser ni por lo que uno quisiera que fueran; la norma de objetivi­
dad logra el consenso a través de lo que es tangiblemente verificado. b)
La. nonna de preferencia, que es la de los diferentes gustos sobre los que
no hay nada escrito, y se rige o se argumenta por la gratificación perso­
nal que los objetos aportan -lo que me gusta y lo que me disgusta-; el
consenso se logra a través de la comparación con las preferencias de
otros. e) La. norma de originalidad es la que está a medio camino entre las
otras dos; por un lado convence porque es ve1ificable y, por otro, porque
es dife1·ente, es decir, que se argumenta e influye por la capacidad para la
novedad y la sorpresa; el consenso se logra a través ele la presentación de
lo más apropiado y a la vez de lo más insólito. La representación gráfica

118
que se tenga de la realidad en general, puede servir para ejemplificar
estas tres normas: a) según la objetividad, la realidad se representa1ia
por fotografías que reproducen la fom1a exacta (según las leyes de la
perspectiva, matemáticamente verificables) e inobjetable ele la realidad;
b) la preferencia se ejemplificaría por la representación ele la realidad a
través de dibujos personales: como cada quien la ve y gusta ele reprodu­
cirla; e) finalmente, la originalidad estar.ia dada poi· ciertas muestras pic­
tóticas como Dalí, Magritte o Escher, en donde la realidad aparece reco­
nocible pero entreverada por la fanlasía singular del autor, ciando como
resullaclo una reproducción insólita ele la realidad. Nótese cómo los
grandes movimientos culturales, verbigracia el surTealismo, están signa­
dos por Ja norma de originalidad. En los ejemplos pueden conslatarse
otras ciertas caracteristicas sociales ele las nonuas mencionadas: la obje­
tividad tiende al confom1ismo social en tanto que es el objeto concreto el
que decide la veracidad del argumento; frente a la realidad, una sola
respuesta es considerada como verdadera y las otras necesmiamente
como falsas (dos y dos son cuatro y nada más). Por su parte, la prefen!n­
cia está ausente ele toda verificación puesto que busca precisamente lo
individual y peculiar y en ello carece ele presiones. Así pues, la 1101111a ele
objetividad representa la realidad pública y ésta ejerce un papel ele con­
trol social por cuanto que no acepta respuestas alternativas. De manera
opuesla, la 1101111a de preferencia representa la realidad piivacla.
La notma de originalidad, como mitad del camino, representa la
conjunción de realidad pública y privada: es la respuesta singular acep­
tada por todos. En su carácter de congn.1ente con la realidad tangible
tiene que mostrarse objetivan1ente válida; en su carácLer de insólita evita
necesariamente lo trivial, lo ordinario, lo habitual. Comienza siempre en
privado, como realidad ptivada, vida personal, y se convie1te en pública.
La norma de originalidad, en tanto apreciación diferente de la realidad
existente, es, por definición, innovadora, debido a que autodza a los
demás a ver y a pensar las cosas de manera diferente a la tradicional. Los
individuos y grnpos que pretenden cambiar la visión de las cosas tienen
mayores probabilidades ele éxito si la norma empleada es la odginalidad.
2. La concepción de la ironía como retmión de dos elementos con­
trapuestos puede encontrarse en la Filosofía de la ironía pergeñada por
Fr. Paulhan (1925), razón por la cual este autor la denomina, no sin
ironía francesa, el «tercer espúitu», espí1itu que en este trabajo puede
encamar en el tercer lugar o espacio común. Por otra parte, su sutileza,
su fluidez y otra multitud ele atributos de la ironía pueden documentarse
en el libro de Jankelevitch (1964) al respecto. Pero, en ambos casos, así

119
como en toda concepción de la ironía, debe diferenciarse la irorúa hu­
morista de otros tipos de ironía, en especial las destructivas. El viejo
diccionario enciclopédico de Montaner y Simon (Barcelona) de 1941,
consigna alguna clasificación, aunada a ciertos comentarios citables:
«[... ] como la irorúa es un paralelo que se hace en el entendimiento,
supone tm alma tranquila para trazar as( tm cuadro de lo que tma cosa es
con los rasgos de lo que no es. Bajo este aspecto, y porque es Lma burla
ligera o penetrante, dulce o amarga, la ironía conviene mejor al tono de
la comedia. Sin embargo, puede decirse de ella lo que de la risa: expre­
sión ordinaria de la jovialidad y del place1·, puede ser también el rasgo
característico de la desesperación y de la rabia. La irorúa tiene sus distin­
tos caracteres, como tiene fuentes vadadas, y, según sus modificaciones,
así cambian sus nombres. Se le llama asteísmo cuando, inspirada por la
estimación o la amistad, cubre un elogio con el velo de la censura. Unas
veces se reviste de gracia y elegancia, y su burla encantadorn agrada aun
a aquellos mismos a quienes hiere dulcemente con sus dm·dos, y enton­
ces se llama carenlismo; otra, cuando procede del odio, del desprecio o
de la cólera, parodia el tono, los gestos y las palabn1s de otro, a fin de
iidiculizarse, en cuyo caso se llama mímesis. El diasismo es una especie
de ironía desdeñosa y maligna, que por tma bmla humillante entrega al
desprecio a la peniona que es objeto de ella. En fin, el sarcasmo, que
muerde la carne viva como lo indica su etim6logía (sarx, en griego), es la
palabra ultrajante del vencedor a su enemigo abatido. Fuera del sarcas­
mo, los otros nombres dados a la ironía han dejado de usar'Se hasta en
los tratados de Retó1ica. Tampoco seüalan hoy los preceptistas, con
buen acuerdo, más regla que la de la oportunidad de la ironía. Persiste,
sin embargo, la clasificación filosófica entre tma irorúa socrática que es
lúdica y productiva, y una ironía romántica que es más bien escéptica y
melancólica» (cfr. Abbagnano, 1963).
3. A pai.tir de esta frase las ciencias exactas han empezado a trabajar
sobre «la matemática borrosa» (Furias, 1989), en la asunción ele que
pensar en ténninos imprecisos o aproximados puede ser altamente de­
seable, parn, por ejemplo, escoger información relevante en la toma ele
decisiones, descifrar manusc1itos o reconocer una irorúa, cosas que las
computadoras no pueden hacer. Esta matemática borrosa trabaja sobre
aquellos signos que pueden significm· una y otra cosa al mismo tiempo, o
sobre elementos que pueden pertenecer simultáneamente o dos conjun­
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120
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122
Índice

Prólogo, por Raquel González Loyola Pérez . . . . . . VII

LAMETÁI'ORADELESPíRITU . . . . . . . . . . . . 1
La sorpresa de ser gente . . 2
La metáfora es una ciudad . 4
La ciudad piensa con la calle 7
Hoy es día de salida . . . . 10

L OS EMPLAZAMIENTOS DE LA MEMORIA COLECTNA 15


Primer emplazamiento: las plazas y las calles 17
Segundo emplazamiento: la calle construye la casa 19
Tercer emplazamiento: la casa sale al café . . . . . 21
Cuarto emplazamiento: el café asciende al parlamento 26
Reemplazamientos y desplazamientos: del parlamento
albaño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
Quinto emplazamiento: el último sitio de rewuón:
el individuo . . . . 33
La memoria colectiva . . . . . . . 37

LA FORMACIÓN SOCIAL DE LAS PIEDRAS . . . . . . . . 49


El espíritu colectivo . . . . . . 49
Las palabras y las imágenes 49
La lógica y la estética . . 51
Lo público y lo privado . . 52
El espacio íntimo individual . 53
La superficie y el subsuelo 53
El pensamiento imágico 54
La piel y sus ah'ededores 56
El espacio doméstico . 57
La lana y el clistal . . . . 57

123
E l simposium de la simpatía o o 59
E l automóvil y el trayecto o o o o 60
El espacio semiprivado semipúblico 61
Las espaldas y las caras o o 61
La sobremesa de debates o 64
La invitaciónyel p recio o 65
El espacio público urbano o o 65
El laberinto y la explanada 65
La voz de la ciudad o o o o 67
El espacio extrapúblico informacional o 68
La legalidad y la legitimidad 68
E l servicio de mensajeria o o 69
La administración y el poder 71

ELVAIVÉNDELAREALIDAD o o o o o o o o o o o o o 80
La repetición de la ideología o o o o o o o o o o o o 80
La privatización d e lo público o o o o o o o o o 80
E l espacio encerrado como un mundo completo 84
Autotema: cada uno habla de sí mismo o o o o 84
E l mundo completo es un espacio encerrado o 86
Imitación: salir hacia adentm 87
La invención de la p olítica 88
Conclusión incorrecta 88
Del cuerpo a la casa o 90
De la casa al café 92
Del café a la calle o o 98

EL ESPÍRITU DE lA IRON1A 107


Politizar es reunir o o o 107
Los trabajos d e politizar '108
El humor y sus densidades o 110
El humor espeso o o o o 112
El humor en estado natural 113
El humor fluido 114
El espacio común 115

Bibliografía o o o 121

124
ISBN: 84·7658·700·7

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