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EL YING Y EL YANG DEL COVID 19

WHUAN DE PUEBLO DESCONOCIDO A TERROR BIOLOGICO MUNDIAL

LUZ MARÍA HERNÁNDEZ MÁRQUEZ

Las semanas transcurrían sin notar cambio alguno en nuestras ocupaciones, la


gente en el mercado, los estudiantes en sus aulas, todo en una aparente
normalidad, pero ya en las noticias internacionales aparecían indicios de un tipo
desconocido de neumonía, en China, específicamente en la provincia de Hubei en
su capital llamada Wuhan, un apacible pueblo no tan conocido como Pekín, con
una población de casi 11 millones de habitantes, donde sus pobladores humildes y
trabajadores dedican su tiempo a realizar distintas actividades comerciales,
científicas, de investigación y tecnológicas, con aceptable clima, rodeados de
parques y apacibles pero hermosos e imponentes lagos. China siempre suena
como algo tan remoto que aquellas noticias no nos alarmaban. Los chinos saben
mucho, son milenarios, ya resolverán.

Allí los lugares antiguos y la historia, forman parte de la conciencia pueblerina de


aquella comunidad, que es representada por el Museo Provincial de Hubei, que
tiene en sus salas, el imponente ataúd del Marqués Y de Zeng y las campanas
musicales de bronce de su tumba del siglo V antes de Cristo (a.C). Irónico, pero
sincero, así como el ataúd y las campanas de bronce, se advierte en las noticias la
llegada de una de las pandemias más catastróficas para humanidad conocida, en
diciembre de 2019; que estalló en aquel centro de transporte y grandes negocios,
con autopistas interconectadas y con docenas de ferrocarriles y vías ferroviarias
en distintas direcciones, queda en jaque a todo aquel que allí vive. La” Chicago de
China” la llaman, y su “Canal de Oro” están ahora en el ojo de un huracán
mundial. Aislada por las autoridades, puesta en cuarentena ante tan desastroso
hallazgo: una peste mortal y desconocida.

La velocidad de un virus
Esas noticias, que creímos no nos afectarían por estar en hemisferios opuestos,
lejanos, no era razón para preocuparnos, sin embargo, el letal y desconocido virus
iba ganando campo y extendiéndose por Estados Unidos, Europa y otros países,
donde el escepticismo y la ignorancia de muchos, daba pié a la expansión sin
control. Fueron los países de más alto desarrollo los primeros afectados, las
comunicaciones y negocios que allí se desarrollan se convirtió en su peor
enemigo. Sin darnos cuenta y en poco tiempo ya había muchas personas
infectadas a nivel mundial y un pronóstico devastador amenazaba el mundo.

Eran muchas las cosas que se decían, yo en mi trabajo escuche muchas veces:
que no afectaba en climas cálidos, que solo contagiaba a personas mayores; y
eran temas ya de discusión entre los ciudadanos: los riesgos, las amenazas, las
restricciones para socializar, las protecciones y condiciones; hasta que llegó a
América infectando a más y más personas. Gente que no creía, vio la muerte
desde cerca, familiares contagiados, hospitales abarrotados, este virus no
perdona: políticos, militares, miembros del clero. A la par la Organización Mundial
de la Salud (OMS) anuncia que la nueva enfermedad llamada coronavirus 2019
(Covid-19), se caracterizaba ya como una pandemia por haber afectado a miles
de personas en todo el mundo y propagarse con asombrosa velocidad.

Tras la mirada de todo aquel con conocidos infectados, leves o graves Venezuela
se une al clamor mundial y da recomendaciones a sus pobladores, mantener la
calma, tomar medidas de seguridad de protección y sobre todo permanecer en
casa. Ya la situación recrudecida en el mundo se comenzaba a instaurar en
Venezuela, mucho miedo comenzó a solaparse con angustia, noticias sobre
enfermos vagando como sombies, personas que caen en las calles, muertas en el
acto, fue uno de los comentarios de mi tía en Italia.

Ignorancia y negación

En mi trabajo pude ver gente que sin ninguna protección se instalaba y obligaba a
permanecer en las aulas a sus estudiantes, negándose a toda posibilidad de
contagio. También escuché comentarios negligentes de incredulidad ante la
enfermedad, mostrando negación ante la realización de actividades de manera
virtual, quizás por miedo al cambio, quizás por no tener dominio sobre las
tecnologías, o por no tener los medios para utilizarlos. Cosas como esas te hacen
preguntar: ¿cuánto vale la vida para ti?, tiene algún valor la vida de los demás?
Muchos de esos que antes no daban créditos a tan contagiosa enfermedad hoy no
están para responder esas preguntas. Un profesor director de área se dio a la
tarea de perseguir y juzgar a todo aquel que no hacía permanencia en sus clases
y por ende no atendía a sus estudiantes, y en menos de tres semanas,
desesperado ante los síntomas que nunca consideró fueran de Covid 19, falleció,
dejando también contagiados a su esposa y dos hijos menores.

Su esposa milagrosamente sobrevivió, después de un largo tratamiento, por cierto


también muy costoso, que por suerte sus familiares y amigos consiguieron
después de muchas verbenas, bingos, rifas (todas virtuales) y donaciones de
personas que o habían pasado ya esas mismas circunstancias o consideraba la
posición de aquella madre que por atender a su esposo enfermo pero negligente
se había contagiado.

La cara buena de un confinamiento

Otro aspecto, quizás no tan malo, del Covid 19, fue la confinación voluntaria de las
familias en sus hogares. Teniendo que permanecer en ellas todo el tiempo y
compartiendo, mejorando sus relaciones, dejando a un lado la tecnología y vivir un
enlazamiento, padres que pasaban todo el día en el trabajo ahora pudieron
estrechar sus vínculos con sus hijos a diario, sin horario de atención previsto,
trabajando desde casa y haciendolo en armonía con el entorno familiar. Pero eso
dura muy poco ya que también me enteré de casos que tuvieron que aprender
nuevamente a vivir bajo el mismo techo, ante las condiciones actuales de
contagios, las familias aprendiendo a convivir, a un reaprender a conocer a su
pareja, a sus hijos, a sus padres, a sus abuelos, y en esto soy sincera y digo, que
no fue todo tan malo, porque conozco el caso de amigos que precisamente y
debido a la pandemia descubrieron que no podían vivir juntos, que ya por el tren
de trabajo o por la costumbre de no compartir se sentían extraños.
¿Cómo cambió la vida de todos esta pandemia, todavía presente en nuestras
vidas? Aun lloramos por los que ya no están, por los que están lejos y vivieron los
estragos de su padecimiento sin tener la compañía deseada de sus familiares, o
por padecerla y estar solos en nuestras casas. Familiares están lejos o los que no
lograron superarlo. Sé de familias enteras que perdieron la batalla juntos, que aun
con los tratamientos adecuados no lograron subsanarlos; se de familias que
perdieron la fe al encontrarse solos porque de tres miembros queda solo uno,
porque lograron encontrar los medicamentos pero perdieron todo cuanto tenían
para lograrlo.

Personas que por resistirse al planteamiento tecnológico, quedaron sin empleo,


sufriendo por el papel moneda, por mantener la nevera con alimentos; lugares que
por acatar las restricciones de resguardo se fueron deteriorando y hasta quedaron
en la desidia, empleados, empleadores todos viviendo los estragos de la hoy
conocida como la pandemia más terrible que ha vivido la humanidad en tan poco
tiempo. En mi lugar de trabajo poco a poco y bajo las estrictas condiciones de
bioseguridad, se fue entrenando al profesorado en plataformas tecnológicas,
(desde luego también hubo mucha resistencia al cambio y resilencia por parte de
algunos profesores), así como a los estudiantes (quienes de alguna manera se
sentían encarcelados en sus casas), se dio paso a los cambios necesarios dentro
de programas y unidades curriculares para poder dar continuidad a la tan
apreciada Educación, logrando salir al paso en los momentos más críticos, que
hoy por hoy y en las actuales condiciones ya podemos decir que casi llegan a la
normalidad, gracias a los avances médicos(vacunas y acceso a ellas), más
seguridad por disminución de contagios, clases semipresenciales y sobre todo
conciencia en la población para el manejo de las condiciones de bioseguridad.

Todo eso nos hace recapacitar y pensar que no todo es malo después de todo,
que esa angustia, incertidumbre, miedo y sentimientos encontrados que tenemos
por la llegada inopinada de una pandemia, valió la pena, porque nos ha hecho
más fuertes, mas unidos, más comprensivos y caritativos ante situaciones
extremas. Que podemos librar batallas y ganarlas o perderlas pero siempre nos
queda la experiencia y con ello la solidaridad que como seres humanos nos
caracteriza y distingue de otras razas…

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