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EL ÁRBITRO

El árbitro comúnmente, se les presenta como ese ser malvado, arbitrario, e


injusto; al cual muchas veces se le carga la culpabilidad por la derrota de algún
equipo; este siempre es abucheado, chiflado, y siempre se le recuerda su "pobre
madre".

    El árbitro es símbolo de autoridad, de ley, de rectitud; por lo tanto, muchas


veces va a actuar, defendiendo unos intereses, pero castigando a otros. El árbitro,
se ha tomado como "la figura mala del partido", incluso se ha interpretado el color
de su vestimenta, como signo de luto, muchos se preguntarán, ¿luto por quién?,
es luto por él mismo, por su "desdichada" suerte de ser arbitro .

    Sin embargo, muy pocos se han atrevido a reflexionar acerca de la importancia


del árbitro en el fútbol, ese ser que siempre es abucheado, chiflado y hasta
insultado, incluso antes de que salte a la cancha, es parte fundamental de este
deporte, este en gran medida es el que controla y regula el partido en sí, es el que
condiciona los ánimos de los jugadores, es quien previene y castiga; sin él los
partidos serian diferentes; el árbitro, con sus implementos básicos, como las
tarjetas, y fundamentalmente el pito, es la persona que con un solo silbido, da el
empujón definitivo para que el paso del mundo y el tiempo real, a un mundo y
tiempo "irreal" comience; permitiendo la sustracción de la realidad y
reincorporación a esta.

 En el afán de escapar de esa realidad política, económica, social, e ideológica, los
hinchas acuden al estadio para apoyar a un equipo en particular, sin embargo lo
que sucede en ese espacio, aparte del apoyo al equipo, gira alrededor de poder
hacer lo que comúnmente no se hace, o a "actuar como sí", donde ese "actuar
como sí" se ve reflejado en el hecho de hacer lo que no se es, de hacer lo
"prohibido"; y es precisamente en este punto donde el árbitro se encuentra en el
dilema del odio y la necesidad del mismo, ya que durante esa experiencia de
noventa minutos que dura un partido de fútbol, y que se puede ver como un
momento sublime y propio para que la expresión del mundo de lo lúdico, lo no
productivo, y lo "irreal" cobre mayor importancia y actuación, así pues, podemos
ver como el árbitro se comporta como ese conector que no permite una
desconexión completa con el mundo real o productivo; esto me llevaría a pensar y
a analizar cómo durante un partido de fútbol, las agresiones verbales y en algunos
casos físicas que le hacen a los árbitros, lo que están reflejando en si es el odio
por no permitir que el ocio, la lúdica, lo "improductivo" y lo "irreal" se manifiesten
en un cien por ciento, ya que siempre falta ese uno por ciento para completarse, y
ese uno por ciento, sería el que establecería la diferencia entre un desligamiento
completo de "la realidad" y un reconocimiento de un espacio como tal donde se
puede actuar "como sí" pero con una conexión o un enlace entre lo productivo y lo
improductivo.

    A modo de comentario final y como reflexión:

    "El árbitro es arbitrario por definición. Éste es el abominable tirano que ejerce
su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder
absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la
fatalidad del destino y otorga o anula los goles. Tarjeta en mano, alza los colores
de la condenación: el amarillo que castiga al pecador y lo obliga al
arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja al exilio.

      Los Jueces de línea, que ayudan, pero no mandan, miran de afuera. Solo el
árbitro entra al campo de juego; y con toda razón se persigna antes de entrar, no
bien se asoma ante la multitud que ruge.

      Su trabajo consiste en hacerse odiar. Única unanimidad del fútbol: todos lo


odian. Lo silban siempre, jamás lo aplauden.

      Nadie corre más que él. Él es el único que está obligado a correr todo el
tiempo. Todo el tiempo galopa, deslomándose como un caballo, este intruso que
jadea sin descanso entre los veintidós jugadores; y en recompensa de tanto
sacrificio, la multitud aúlla exigiendo su cabeza. Desde el principio hasta el fin de
cada partido, sudando a mares, el árbitro está obligado a perseguir la blanca
pelota que va y viene entre los pies ajenos. Es evidente que le encantaría jugar
con ella, pero jamás esa gracia se le ha sido otorgada. Cuando la pelota, por
accidente, le golpea el cuerpo todo el público recuerda su madre. Y sin embargo,
con tal de estar ahí, en el sagrado espacio verde donde la pelota rueda y vuela, él
aguanta insultos, abucheos, pedradas y maldiciones.

      A veces, raras veces, alguna decisión del árbitro coincide con la voluntad del
hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y
los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de
todas las desgracias, los hinchas tendrían que inventarlo si el no existiera. Cuanto
más lo odian, más lo necesitan.

      Durante más de un siglo el árbitro se vistió de luto. ¿Por quién? Por él. Ahora
disimula con colores."

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