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Cuando el ser humano vio por primera vez su propio reflejo, quedó fascinado por las
superficies que proyectan nuestra propia imagen. Posiblemente, por causa de esta
fascinación, una gran variedad de supersticiones, mitos y leyendas rodean los espejos. En
el momento en que Alicia, después de su periplo por el país de las maravillas, pasa al otro
lado del espejo, se muestra confusa: se encuentra con los mismos objetos que antes (o al
menos parecen ser los mismos) pero se comportan de distinta manera.
Al colocarnos frente a un espejo, la persona que aparece al otro lado es exactamente igual que
nosotros. Sin embargo, si levantamos el brazo derecho, ese otro ‘yo’ hace lo propio pero con el
izquierdo. Sería nuestro ‘yo zurdo’. En la Química ocurre algo parecido. Hay moléculas que se
comportan como si estuvieran en diferentes lados del espejo. A simple vista parecen ser
las mismas pero no es así: una es ‘zurda’ y la otra ‘diestra’. A estos compuestos se les conoce
como enantiómeros. Dos enantiómeros son imagen especular el uno del otro pero no son
superponibles y, por supuesto, son moléculas diferentes. Por ejemplo, la molécula de limoneno
tiene dos variantes que producen dos olores diferentes: en un lado del espejo produce el olor
característico a limón; sin embargo, del otro lado, sorprendentemente, proporciona olor a
naranja. Algo similar sucede con la molécula de carvona, que da olor a menta u olor a comino
según sea ‘zurda’ o ‘diestra’.
Con este desagradable capítulo de la historia, queda patente que incluso en el extraordinario
mundo de la Química, el viaje entre los dos lados del espejo, por muy corto que sea, puede
salir caro.