Está en la página 1de 314

héroes ni villanos

Retrato e imagen de personajes mexicanos del siglo XIX


0

héroes ni villanos
Retrato e imagen de personajes mexicanos del siglo XIX

Mílada Bazant | Coordinadora

TEXTOS DE:

Mílada Bazant Érika Pani


Carlos Herrejón Peredo Rafael Rojas Cruz
Carmen Salinas Sandoval Conrado Hernández López
Enrique Serna Enrique Krauze

MÉXICO 2010
Esta investigación, arbitrada por pares académicos,
se privilegia con el aval de la institución propietaria
de los derechos correspondientes.

Primera edición, octubre del año 2005


Primera reimpresión, mayo del año 2010

©2005-2010
EL COLEGIO MEXIQUENSE, A.C.

©2005-2010
Por características tipográficas y de diseño editorial
MIGUEL ÁNGEL PORRÚA, librero-editor

Derechos reservados conforme a la ley


ISBN 970-701-601-9

Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta


del contenido de la presente obra, sin contar previamente con la
autorización expresa y por escrito de los editores, en términos de
lo así previsto por la Ley Federal del Derecho de Autor y, en su
caso, por los tratados internacionales aplicables.

IMPRESO EN MÉXICO PRINTED IN MÉXICO

Amargura 4, San Ángel, Alvaro Obregón, 0 1 0 0 0 México, D.F.


ntroducción

Esta obra, considerada de divulgación, reúne los


trabajos que presentaron varios especialistas en
la serie de conferencias que llevó el mismo nombre
y que organicé, bajo el patrocinio de El Colegio
Mexiquense, A.C. y con el apoyo del Centro
Cultural Isidro Fabela durante los meses de sep-
tiembre y octubre del año 2000. El propósito de
esta serie fue recapitular sobre los aciertos y los
errores, las victorias y las derrotas que tuvieron
los distintos protagonistas al vivir el drama de su
historia. La idea central es ofrecer una visión
novedosa de siete historias de vida imbricadas en
la vida nacional. El libro está dirigido a estudian-
tes y maestros y al público en general; trata de
despertar el interés por la historia de México y en
hacer comprender, a los lectores del siglo xxi, y
sin sesgos oficialistas, los acontecimientos que
urdieron los héroes y los villanos del siglo xix. La
pluralidad en los enfoques y en los lenguajes histo-
riográficos enriquece la obra e implica su recepción
por parte de un "lector nuevo", capaz de cuestio-
narse sobre la versión de los hechos que se le pre-
sentan y capaz también de "completar la lectura",

5
Milada Bazant
6

pues como decía Marc Bloch, toda historia es necesa-


1
riamente incompleta.
La introducción está dividida en tres partes:

1. los héroes como principales hacedores de a historia;


2. el perfil psicológico del héroe, y
3. los antecedentes históricos de los caudillos y gobernantes y
la presentación de las siete personalidades recreadas por los
distintos autores.

Una corriente importante de teóricos de la historia y de


otras disciplinas como la filosofía, la sociología y la econo-
mía, afirma que los grandes cambios del pasado han obede-
cido a las acciones de los individuos, a la fuerza de las perso-
nalidades, a la clarividencia de los héroes, a la voluntad de
los iniciados.2 Son los hombres, investidos con poderes
especiales, los que mueven a las masas y en ellos reside el

1
Meza hace una analogía entre lo que decía Bloch en torno a la historia y lo
que pensaba el poeta Roberto Juarroz: "un poema será siempre inacabado y es el
lector quien está obligado a terminarlo". Bloch también pensaba que la historia
tenía algo de poesía y que había que hacer todo lo posible para evitar que eso se
perdiese. Meza, 2004, p. 53.
2
Plekhanov en "The role of the individual in history", 1959; Hegel en sus
Lecciones sobre la filosofía de la historia universal; James en "Great men and
their environment"; Scheller en El santo, el genio, el héroe; Konstantinov, El mate-
rialismo histórico, en Hernández, 1964, pp. 31, 33, 47, 51, 54, 149; Bergson,
1996, pp. 116 y 117;Toynbee, 1954, pp. 276-277; Weber, 1972, pp. 77-128, 245-
250; Carlyle, 1890, pp. 180-224; Russell, 1957, p. 38. Es:a corriente de pensa-
miento dio origen a una vertiente de la metodología individualista de la historia, la
de la "historia biográfica tradicional", escuela que examina las acciones de los
individuos y sus motivaciones personales y piensa que la historia se fabrica
"desde arriba". Véase, por ejemplo, Lloyd, 1993, pp. 73-74.
Introducción
7

peso de la evolución humana, de los acontecimientos histó-


ricos. Uno de los exponentes más destacados de esta línea
de pensamiento es Arnold Toynbee quien, en su preclaro
estudio sobre las civilizaciones,3 sustenta que las personali-
dades "superiores", los raros individuos que realizan el
milagro de la creación social, el desarrollo de las sociedades
humanas, son algo más que hombres... pueden hacer lo
que a los hombres les parece un milagro porque ellos mismos
son superhombres, en sentido no sólo metafísico sino lite-
ral. El resto de la humanidad, asienta Toynbee, permanece
estático y no cambia, de ahí el dicho conocido de que la
"naturaleza humana nunca cambia". 4 Otro seguidor de esta
corriente ideológica, Henri Bergson atribuye a la acción de
los seres extraordinarios la transformación de la humanidad:
"el empuje vital ha conducido, de tiempo en tiempo, en un
hombre determinado, a un resultado que no se hubiera podi-
do conseguir de golpe para el conjunto de la humanidad". 5
La vida es un constante devenir en la que nada se repite;
todo se transforma en una nueva y constante creación. Las
acciones de hoy permanecerán siempre y esa noción del
tiempo que desarrolla Bergson estimula en nosotros el sen-
tido de vida.6 Este filósofo e historiador idealista apunta que

3
En esta magistral obra, A study of history, Toynbee aborda el surgimiento,
desarrollo y derrumbe de las grandes civilizaciones de la humanidad.
4
Toynbee, 1954, pp, 211 -215. Para Toynbee las personalidades "superiores"
son también los genios y los místicos lo mismo que para Scheller, en Hernández,
1964, p. 51.
5
Bergson, 1996, pp. 116-117.
6
Bergson, 1948.
Mílada Bazant
8

así como hay hombres geniales que surgen como de repente


en la especie humana, así también hay almas privilegiadas
que por solidaridad se abren a la humanidad por un "impulso
de amor". 7
En su obra, ya clásica, El culto a los héroes, Thomas
Carlyle señala que los héroes han existido siempre y por
todas partes: en el hombre "hábil", investido con los símbo-
los de la "habilidad, dignidad, veneración,8 realeza o como
quiera llamarse... radica todo el proceso social, ya sea bien
o mal desempeñado".9 El hombre excepcional es el hombre
que realiza algo en contra de la historia porque impone su
voluntad a las masas. La aparición de un héroe representa
una "victoria" del "libre albedrío humano sobre la necesi-
dad". La tarea del historiador, apunta Carlyle, tiene como
objetivo "entonar un himno en honor del individuo heroico"10
como él mismo hizo al escribir las magistrales obras sobre
CromweII y Federico el Grande. La biografía era, para él, la
esencia de la historia.1'
Influido por Carlyle, como muchos filósofos, Weber
desarrolló el concepto del individuo carismático, el posee-

7
Bergson, 1996, pp. 116-117.
8
Carlyle utiliza en este término un homónimo worship (.worth-ship), "que
vale la pena", Carlyle, 1890, p. 181.
9
Carlyle, 1890, pp. 181-184. Carlyle analiza, sobre todo, las personalidades
de CromweII y Napoleón y el cómo cambiaron el curso de la historia. Para este
autor los héroes también están representados por las divinidades, los profetas,
los poetas, los sacerdotes y los hombres de letras.
10
De su ensayo On biography, White, 2001, p. 147.
11
Enciclopedia Británica, 1958, t. 4, p. 883.
Introducción
9

dor del "don de gracia", el hombre con cualidades "sobrena-


turales", no accesibles al común de los mortales. El líder es
reconocido en su pueblo por su arrolladora personalidad y
sustenta, internamente, el "llamado" de los hombres. Los
hombres no lo obedecen por simple tradición o estatus sino
porque creen en él y porque éste clama ostentar el legítimo
poder.12 Los héroes son seres humanos sobredotados, con
una personalidad arrolladora, capaces de provocar "emo-
ción" en las masas; son hombres con férreas voluntades
que arriesgan su vida por el bien común, por la realización
de los grandes ideales.13 Pero no siempre sucede así, sugie-
re el filósofo alemán Spengler; para él, los grandes hombres
de Estado son raros; cuando existen "destruyen más que
edifican -por el hueco que su muerte deja en el torrente del
suceder". Más bien, el gran político es aquel que crea una
"tradición": "no crea un César, pero sí un Senado". El héroe
es aquel que cimenta el presente para el futuro; se susti-
tuye, entonces, el gran político por la gran política. Los idea-
les de sabiduría, justicia, libertad e igualdad son siempre los
mismos; el estadista -que no el gobernante- es el que "orga-
niza lo imperceptible", el que hace lo necesario a "tiempo". 14
De acuerdo con estos pensadores, el peso que las persona-
lidades tienen para definir el curso de la historia es decisi-
vo; convierten, digamos, una posibilidad x en un hecho real.
Los sucesos históricos "recreados" por los historiadores, los
que a éstos les interesa, sobre todo, han sido aquellos que

12
Weber, 1972, pp. 79-80.
13
ldeas de Bergson y Scheller. Hernández, 1964, pp. 46 y 51.
14
Spengler, 1932, vol. iv, pp. 266-269.
Milada Bazant
10

han provocado grandes cambios en el curso de la historia,


aquellos liderados por los superhombres.15 Aquí cabría la
pregunta, ¿y qué papel han desempeñado las fuerzas
sociales? Una visión a mi parecer equilibrada, la aporta el
eminente filósofo ruso Plekhanov. Parafraseando a Carlyle,
Plekhanov, sostiene que los héroes son "inventores" porque
ven más allá que los demás y desean las cosas más fuerte-
mente que los demás. Son héroes, no en el sentido de que
pueden parar o cambiar el curso de los acontecimientos,
sino en el sentido de lo "inevitable": simplemente toman la
"iniciativa de satisfacer las necesidades sociales". Recono-
cido por Lenin como el más sobresaliente pensador del
socialismo, Plekhanov sustenta que los hombres eminentes
desempeñan un rol primordial en la historia, pero su "efica-
cia" depende de las fuerzas sociales que imperan en ese
momento,16 punto de vista que comparte el teórico Aron
quien afirma que los líderes deben estar y encontrarse a la
par "con las circunstancias de su momento, por disímiles
que parezcan y por vanadas que sean", 17 pero, advierte
Lacombe, es una "tentativa quimérica" tratar de determinar
cuál es más determinante si el "individuo que hace parte de
su destino o los hombres fortuitamente encontrados en cir-

15
Bajo otra perspectiva un hecho intrascendente adquiere la importancia de
histórico cuando produce efectos, cuando tiene consecuencias. La historia es la
suma de muchos sucesos, es decir, un proceso. Meyer, Sobre la teoría y la meto-
dología de la historia, en Hernández, 1964, pp. 63-64. Pero el meollo de la histo-
ria consiste en encontrarle sentido a los procesos, en interpretar los sucesos del
pasado.
16
Plekhanov, 1959, pp. 138, 156, 165.
17
Hernández, 1964, p. 99.
Introducción
11

cunstancias particulares y accidentales".18 Luego, la per-


sonalidad carismática y las fuerzas sociales interactúan y
determinan el acontecer histórico. ¿En qué momento surge
el superhombre?
El pasado no transcurre con los mismos ritmos, armonías
y velocidades. En ocasiones, el movimiento histórico es
sumamente lento, en otras, sumamente rápido.19 Algunos
teóricos afirman que determinados periodos históricos como
los prerrevolucionarios o revolucionarios, cuando la veloci-
dad es vertiginosa, son más proclives para que surja el hom-
bre dirigente, ordenador, capacitado para actuar y conducir a la
sociedad hacia una nueva forma de vida. En esos momen-
tos la humanidad está presa de incertidumbre y es cuando
se manifiesta la urgente necesidad de un conductor. Parecería
que el resurgimiento de sus personalidades tiene un timing,
un momento propicio que sólo aparece en los momentos de
transición y evolución hacia nuevas etapas de la existencia
humana.20 ¿Y qué pasa cuando no se presentan momentos
críticos, coyunturales, en la construcción de la historia?,
¿no surgen entonces líderes? Pienso que sí; su liderazgo
descuella cuando se adelantan a su tiempo, cuando piensan
algo novedoso, cuando logran articular los deseos de sus
subditos; es entonces cuando se arriesgan, toman deci-
siones, seleccionan la coyuntura más adecuada para actuar

18
Lacombe, 1948, p. 217.
19
Konstantinov, El materialismo histórico, en Hernández, 1964, p. 149.
20
Como Ernest Cassier, El mito del Estado, en Hernández, 1964, p. 150.
Nietzsche sostenía, por ejemplo, que "la historia sólo es impulsada por las persona-
lidades vigorosas, y sólo en ciertos momentos, que apagan por completo a los
débiles", Hernández, 1964, p. 141.
Milada Bazant
12

y los resultados de sus acciones desencadenan, a corto,


mediano y largo plazo múltiples y diversos resultados; todo
depende qué tan bien calibraron los anhelos y las necesi-
dades de las personas y midieron y previeron, dentro de lo
posible, cuáles podían ser las consecuencias de sus inicia-
tivas. Sin embargo, todo acontecer histórico es complejo
pues hasta el azar interviene para modificar el orden social
y natural y las razones de los hombres.
La experiencia muestra, según John Stuart Mili que
eventualmente los grandes hombres aparecerán siempre y
cuando las condiciones sociales sean propicias. Es así como
el progreso puede reducirse a ciertas leyes. La creencia de
que esto es factible es igualmente consistente con el hecho
de asignar poco o mucho peso a la influencia de los hom-
bres excepcionales como principales actores en la histo-
ria.21 En esas circunstancias clave en que la humanidad
transita por grandes trastornos sociales, la imperiosa fatali-
dad de la existencia de un líder llega al extremo que de no
surgir uno, surge inevitablemente otro. Engels afirmó que
de no haber existido un Napoleón se hubiese revelado otro:
"Que fuese Napoleón... el dictador militar que exigía la
república francesa agotada por su propia guerra fue una
casualidad pero si no hubiese habido un Napoleón habría
venido otro a ocupar su puesto, lo demuestra el hecho de
que siempre ha sido necesario un hombre: César, Augusto,
Cromwell, etcétera." 22 Del otro lado del océano, el coronel
Manuel de la Barrera, alguna vez colaborador de Vicente

21
EnGard¡ner, 1959, p. 102.
22
C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, en Hernández, 1964, p. 149.
Introducción
13

Guerrero, enunció en 1837 una idea semejante al cele-


brarse el aniversario de la independencia: "aun sin haber
existido esos nobles caudillos, la libertad se hubiera alcan-
zado, porque si no, se hubieran roto las leyes de la natura-
leza; otros en su lugar la hubieran promovido, serían héroes
como aquéllos y el éxito fuera el mismo".23 Así pues, las
mutaciones de las sociedades se deben, por una parte, a la
"maduración" del momento en el cual suceden y, por otra,
a las acciones de los individuos dotados de gran intuición
para percibir ese momento. Los protagonistas que han
encabezado un momento "clave" en la construcción de la
singular circunstancia histórica que acaudillaron y han
escrito acerca de él piensan, como resulta obvio, que su
actuación fue decisiva en el curso de la historia. Por ejem-
plo, en su libro Entendiendo la historia, Bertrand Russell,
cita una frase del duque de Wellington después de haber
obtenido el triunfo en la batalla de Waterloo: "Fue una cosa
fantástica. Estoy seguro que si no hubiese estado yo allí, no
hubiésemos ganado."24 Sin embargo, por otra parte, los sol-
dados y oficiales que participaron en este crucial combate
lo ganaron igualmente. Así escribió un soldado raso:

La batalla de tres días ha concluido. Estoy sano y salvo, que ya


es bastante. Ahora, y en cualquier oportunidad, pondré por
escrito los detalles del gran acontecimiento, es decir, lo que me
fue dado observar... La mañana del 18 de junio amaneció sobre
nosotros y nos encontró calados de lluvia, entumecidos y tiritan-

23
Cita en el ensayo de Herrejón de esta obra.
24
"lt was a damned nice thing. I do believe if I had not been there we should
not have won", en Russell, 1957, p. 38.
MiladaBazant
14

do de frío... El año pasado me reñiste muchas veces por fumar


en casa, pero debo decirte que, si no hubiera tenido una buena
provisión de tabaco esa noche, habría muerto.25

Después el soldado Wheeler continúa con la dramática


descripción de la batalla de Waterloo: el soportar el fuego
de la artillería francesa, el dramatismo de ver montones de
cadáveres, el saqueo de dinero al cuerpo muerto de un ofi-
cial francés, etcétera.26 El testimonio de Wheeler así como el
de otros soldados en otras épocas y ámbitos geográficos,27
ha contribuido a ver la "otra cara" de los hechos históricos.
Este enfoque ha sido abordado, desde hace cuatro décadas,
por una corriente historiográfica inglesa, "la historia de
abajo", que pretende "explorar las experiencias históricas
de las personas cuya existencia tan a menudo se ignora, se
da por supuesta o se menciona de pasada en la corriente
principal de la historia". 28 Edward Thompson, quien bautizó
el término, llamaba a comprender al conjunto de seres
humanos comunes y corrientes pues, argumentaba que la
cultura y la identidad de los hombres no se construía sim-
plemente por monarcas y gobernantes.29 Desde entonces

25
Se trata de William Wheeler del 51 regimiento de la infantería británica
quien escribió ese texto a su mujer, en Sharpe, 1994, p. 38.
26
Sharpe, 1994, p. 39.
27
Por ejemplo el de Bazant y Bazant, 2004. En este libro se introduce el
diario de un soldado raso, de nacionalidad checa, que vino con el Cuerpo
Austriaco de Voluntarios acompañando al emperador Maximiliano. Su testimonio
refiere la importancia del papel que desempeñó tanto él cono el resto de la tropa.
28
Sharpe, 1994, p. 39.
29
Ibidem, p. 41.
Introducción
15

esta escuela de pensamiento ha cundido entre varios gru-


pos de historiadores entre los cuales ha destacado por
ejemplo, Eugene Genovese, quien en su obra sobre la
esclavitud norteamericana ha apuntado que los esclavos
"fueron capaces de construir un mundo por sí mismos: de
ese modo fueron actores históricos, crearon historia". 30 Así,
puedo concluir en esta parte de la introducción, que la apre-
ciación de los hechos históricos es susceptible de variación
según el enfoque que adoptan los historiadores y así como
en algún tiempo predominó la escuela del individualismo en
la historia, ahora la balanza historiográfica se inclina por la
historia social, la de los grupos marginados, la de los
movimientos de las masas, la de las fuerzas sociales como
motores que definen su propia historia.31
Ahora paso al terreno de la psicología del héroe. ¿Qué
tipo de personalidad tiene?, ¿nace o se hace?, ¿qué lo
mueve a actuar, el interés colectivo o el afán personal de
brillo y de lucro? La teoría moderna del liderazgo ha cuestio-
nado el supuesto tradicional de que se nace líder pero, por
otra parte, no cualquiera posee las cualidades y capaci-

30
lbidem, p. 56. Sobre la importancia de estudiar a "los de abajo" véase tam-
bién Hobsbawm, 1998, pp. 204-219. Sobre la metodología véase, por ejemplo,
Moniot, 1985, pp. 117-134; Duby, 1985, pp. 156-177.
31
Aquí no hay que confundir a la historia social con el marxismo pues esta
corriente estudia a las masas cuando toman parte en actividades políticas abier-
tas o bien se comprometen en periodos de desarrollo económico muy conocidos.
Según Dosse, el marxismo "dejaba poco lugar a la libertad de los actores"; Dosse,
1996, p. 229. Aunque ya desplazado teóricamente en los estudios historiográfi-
cos, el materialismo histórico ha sido un legado intelectual muy importante.
Mílada Bazant
16

dades para desarrollar el liderazgo.32 Desde 1921 Freud


había reconocido y formulado las principales características
de los líderes de masas:

...el líder necesita sentirse libre de la necesidad del amor de los


demás, ser capaz de amarse a sí mismo y de cristalizar de ese
modo, en su amor narcisista, las aspiraciones de la masa de
unirse a un ideal del yo proyectado. El líder debe ser autocon-
fiado, independiente y sereno; necesita ser dominante y absolu-
tamente narcisista... el líder debe ser también capaz de evocar
temor y trasmitir un poder ilimitado para controlar al grupo.33

De acuerdo con las teorías sobre liderazgo el narcisis-


mo constituye una cualidad indispensable de los líderes;34

32
Kernberg, 1999, p. 207. Está ya aceptado entre los especialistas que las
raíces de la personalidad narcisista tienen procedencia genética y ambiental,
Gregory, 1999. De acuerdo con Freud el término narcisista fue elegido en 1899
por P. Nácke "para designar aquellos casos en los que el individuo toma como
objeto sexual su propio cuerpo y lo contempla con agrado, lo acaricia y lo besa,
hasta llegar a una completa satisfacción", Freud, 1979, p. 7. El término narciso
viene de la mitología griega: Narciso fue hijo del río Cefiso y de una ninfa. Se
enamoró de su propia imagen al contemplarse en las aguas de una fuente, y, al no
poder asirla, se dejó morir de dolor. Su cuerpo fue transformado en la flor que
lleva su nombre, Enciclopedia Ilustrada, 1956, t. n, p. 928.
33
Kernberg, 1999, p. 64.
34
De acuerdo con las contribuciones contemporáneas rnás importantes y con
base en sus propios estudios clínicos y teóricos, el reconocido psicoanalista alemán
Kemberg apunta que los líderes deben tener cinco características que él considera
"fundamentales y deseables": 1. inteligencia, 2. honestidad personal e incorrupti-
bilidad, 3. capacidad para establecer y mantener relaciones objétales con profundi-
dad, 4. un narcisismo saludable, y 5. una actitud paranoide saludable. Kernberg
anota que los últimos dos componentes, los más importantes, fueron señalados por
Freud en su estudio de 1921, Group psychology and the analysis of the ego. Este
autor sostiene que los "líderes de consenso" pueden y deben desarrollar estas cuali-
Introducción
17

sin embargo, la dificultad consiste en que este tipo de per-


sonalidades ostenten la dosis correcta, "la disposición narci-
sista" adecuada.35 Sobre todo en las naciones no democrá-
ticas los líderes desarrollan poderes ilimitados, situación
que es propicia para desencadenar un narcisismo manipu-
lador; explotan los sentimientos de sus seguidores y los
inducen a que tengan conductas regresivas. Algunos desarro-
llan capacidades hipnóticas sobre las masas y sacrifican
el bienestar común por las "extravagancias personales";36
justifican sus acciones, muchas veces inmorales, por el
supuesto bien de la humanidad. Aquí quisiera hacer alusión
a lo que dice Raskolnikof, un personaje literario famoso, en
torno a la justificación de los actos inmorales de los líderes.
Transcribo este pasaje de Crimen y castigo porque se reco-
noce en Dostoievski, su autor, un genial manejo de los recove-
cos del alma humana; que penetra, como pocos escritores, en
el descubrimiento del "tiempo interior" de los seres
humanos, descubre su "trágica y oculta naturaleza". No en
balde las descripciones psicológicas de sus personajes, sin
paralelo en el mundo, nutrieron el talento del creador del
psicoanálisis, Sigmund Freud.37 En Crimen y castigo Raskol-
nikof describe así, el perfil psicológico de los héroes:

dades, indispensables para "trabajar en grupo y tolerar la retroalimentación".


Kernberg, 1999, p. 65. La obra de este autor se relaciona a los líderes de organiza-
ciones; sin embargo, el perfil psicológico de los líderes de naciones es el mismo.
35
Ketsde Vriesy Miller, 1985.
36
Ídem.
37
Introducción de Rosa María Phillips a la obra Crimen y castigo, 2001;
Enciclopedia Británica, 1958, vol. 7, p. 547.
Mílada Bazant
18

...los hombres pueden dividirse en general y de acuerdo con el


orden de la misma naturaleza, en dos categorías: una inferior, la
de los individuos ordinarios, es decir el rebaño cuya única misión
es reproducir seres semejantes a ellos, y otra superior, la de los
verdaderos hombres, que se complacen en dejar oír en su medio
"palabras nuevas". Naturalmente, las subdivisiones son infinitas,
pero los rasgos característicos de las dos categorías son, a mi
entender, bastante precisos. La primera categoría se compone de
hombres conservadores, prudentes, que viven en la obediencia,
porque esta obediencia los encanta... En la segunda categoría,
todos faltan a las leyes, o por lo menos, todos tienden a violarlas
por todos los medios... En la mayoría de los casos estos hombres
reclaman, con distintas fórmulas, la destrucción del orden estable-
cido, en provecho de un mundo mejor. Y, para conseguir el triun-
fo de sus ideas, pasan si es preciso sobre mon:ones de cadáveres
y ríos de sangre... Mi opinión es que deben obrar así;... pero, que
quede esto bien claro... teniendo en cuenta la clase e importancia
de sus ideas... Los hombres de la primera categoría son dueños
del presente; los de la segunda, del porvenir..,38

Raskolnikof asevera que los hombres extraordinarios


tienen el derecho moral, mas no legal, "de permitirá su con-
ciencia franquear ciertos obstáculos en el caso de que así
lo exija la realización de sus ideas, tal vez beneficiosas para
toda la humanidad"; es decir, aprueba el derramamiento de
sangre si los objetivos aportan beneficios a la sociedad.
Ejemplos de estos hombres extraordinarios son, de acuer-
do con Raskolnikof, Mahoma y Napoleón, entre otros,

38
Dosto¡evsk¡, 2002, p. 224.
Introducción
19

quienes transgredieron el orden establecido y cometieron


actos inmorales, entre otras cosas, para lograr una socie-
dad mejor. Me pregunto: ¿No se trata más bien de lograr la
consecución de los fines personales?, ¿hasta dónde llega
la frontera de la ambición personal y / o empieza la del ideal
de querer una nación más justa y feliz? Varios historiadores
se han abocado al estudio de este dilema; consecuente-
mente abordo este tema al estudiar a los caudillos, prototi-
po de líder hispanoamericano cuyo surgimiento fue deter-
minado por circunstancias históricas específicas.
El término caudillo39 ha sido utilizado por varios estu-
diosos al referirse a los distintos autócratas que goberna-
ron en el mundo hispánico40 y que emergieron a raíz de las
guerras de independencia. Los caudillos, con "altas cualida-
des personalistas", llenaron el vacío dejado por la autoridad
institucional, el rey. Con una profunda carga carismática y
con fuertes dotes "machistas", los caudillos trataron de
controlar las fuerzas políticas tejiendo alianzas y reuniendo
lealtades al consolidar su poder más a través de su presti-
gio, perspicacia y fidelidad de sus seguidores que con la
fuerza,41 aunque ésta se haya utilizado cuando su poder se

39
Del latín capitellum, diminutivo de capuí o cabeza, Hamill, 1992, p. 5. El
empleo del término en México seguramente viene del puesto que desempeñaba
el caudillo que era en las haciendas de ganado el segundo jefe, inferior solamente al
caporal, Santamaría, 1978, p. 230.
40
Hamill, 1992; Krauze, 1994; Brading, 1988; González Navarro, 1983; Díaz
y Díaz, 1972.
41
Algunos autores como Francisco José Moreno apuntan que el caudillismo
se ejercía con bases legítimas mientras que las dictaduras se basaban en la
fuerza, otros, como José Luis Romero, afirman que "...su autoridad fue siempre
de fado y sus políticas autoritarias", Hamill, 1992, pp. 6-7.
Mílada Bazant
20

debilitaba o se encontraba en peligro. En muchos casos los


caudillos actuaron más por intereses y ambiciones perso-
nales que por diferencias de partido. Los caudillos adopta-
ban la ideología opuesta a la de sus adversarios y cambiaban
de bando con el objetivo de mantenerse en el poder.42 De
acuerdo con los estudiosos Wolf y Hansen cuatro son sus
principales características:

1. el continuo surgimiento de alianzas armadas de tipo clien-


telista, basadas en vínculos personales de dominio y sumisión;
deseo generalizado de obtener riqueza por medio de las armas;
2. ausencia de medios institucionales para establecer la suce-
sión de funcionarios;
3. el uso de la fuerza en la contienda política, y
4. el fracaso continuo de otros líderes dotados de fuerza sufi-
ciente para mantener su posesión como figuras centrales.43

En México, los caudillos fueron herederos de otros prota-


gonistas coloniales. La creación virreinal del puesto de capi-
tán de la milicia, funcionario local con poderes independien-
tes, contribuyó, paradójicamente, a que disminuyera el poder
del virrey y, paralelamente se formaran centros regionales de
poderío, con fuerza adicional, gracias al control de las armas
otorgadas por la institución colonial. Aunque la alianza
entre criollos y mestizos fue decisiva para el triunfo de la
guerra de independencia, tanto los unos como los otros
compitieron por el poder, la riqueza y las armas. Los bene-
ficiarios de ello fueron los caudillos, los "líderes a caballo",

Entrena, 1995, pp. 66-68.


Wolf y Hansen, 1992, pp. 63-64.
Introducción
21

y el sistema político que engendraron: el caudillaje.44 En su


preclaro estudio sobre los caudillos mexicanos del siglo xix
Enrique Krauze se remonta aún más hacia las raíces históri-
cas y atribuye el carisma de los caudillos a un "halo reli-
gioso, ligado en ocasiones al providencialismo, otras, a la
idolatría; a veces, a la teocracia". El origen, apunta Krauze,
proviene del tlatoani, el emperador azteca que era una
especie de encarnación divina ante la cual los hombres no
tenían el derecho de "alzar la mirada". Esa actitud de sumi-
sión "pasó intacta" a la época colonial y el tlatoani fue
sustituido por el conquistador, el encomendero, el "cacique"
o "mandón", el virrey y el hacendado. El tlatoani no sólo fue
dueño y señor de la vida de sus subordinados sino "padre y
madre de los indios como refieren los cronistas de Indias".45
Así las cosas, por una parte encontramos al héroe, la perso-
nalidad, el líder -llámese como se quiera- encarnado en lo
que se ha denominado el "caudillo" decimonónico, cuyo lega-
do proviene del mundo prehispánico y por otra, se encuen-
tra el espíritu de sumisión de las masas, añeja herencia de
la cultura azteca, cultivada durante tres siglos de época
colonial. Si bien de acuerdo con los estudiosos los caudillos
tienen y adquieren ciertas características para su supervi-
vencia, no existen dos caudillos iguales como tampoco exis-
ten dos seres humanos idénticos. El caudillo es un arque-
tipo de hombre y los caudillos que se presentan en esta
obra tienen similitudes pero también divergencias. Consi-
dero que Benito Juárez y Maximiliano de Habsburgo quedan

44
lbidem, p. 63.
45
Krauze, 1994, p. 18.
Mílada Bazant
22

excluidos de la categoría de caudillo porque su forma de llegar


al poder y de gobernar dista considerablemente de las carac-
terísticas anteriormente mencionadas como propias de un
caudillo.
La manera de abordar a los personajes es diversa, según
el autor, pero en todo caso se intenta despojarlos de mitos y
plasmarlos como los héroes y los villanos que fueron.
Inicio con la presentación del primero de ellos: el Padre
de la Patria, Miguel Hidalgo y Costilla.
El reconocido estudioso de Hidalgo, Carlos Herrejón,
recoge mitos, ritos, juicios de protagonistas, insurgentes y
no insurgentes, de historiadores de varias épocas que han
aportado testimonios que van desde la acérrima condena a
su actuación sangrienta, considerada como innecesaria; ya
que Hidalgo parece haber protagonizado la guerra de inde-
pendencia de manera improvisada, sin plan alguno, hasta la
reinvindicación y glorificación de su figura que surge a par-
tir del Grito de Dolores. El hilo conductor del análisis de
Herrejón son los sermones y los discursos que se pronun-
ciaron en torno a la independencia, desde los inicios de la
lucha hasta la guerra de reforma.46
A lo largo del trabajo el culto a Hidalgo transita entre el
heroísmo y el antiheroísmo y sufre varios reacomodos en
aras de la reconstrucción de su figura como mito histórico.
Paradójicamente, apunta Herrejón, las críticas que se elabo-
raron en torno a Hidalgo, con el pasar de los años se trans-
formaron en "cualidades épicas".

46
Este trabajo fue publicado con el título "Hidalgo, entre la historia y el mito",
Construcción del mito de Hidalgo, UNAM y CEMCA, 2000, pp. 235-249.
Introducción
23

Con el objetivo de satanizar a Hidalgo, después del


Grito de Dolores se le acusó de haber leído a los enciclope-
distas47 quienes profesaban las ideas de igualdad y justicia
y proponían un régimen político basado en la división de los
poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Aunque no se le
pudo comprobar que leyera a los enciclopedistas, sí hay
elementos -acota Herrejón- para pensar que tenía cono-
cimiento de la Declaración de los Derechos del Hombre de
la Revolución francesa, texto difundido en el medio social
¡lustrado dentro del cual circulaba Hidalgo. De modo que,
años después, los arquitectos del mito de Hidalgo utilizan,
paradójicamente, su enciclopedismo para hacer de él un
héroe, que supone, de acuerdo con Herrejón, "debe ser ilu-
minado con las mejores luces".
Otro de los mitos relativos a Hidalgo que Herrejón
desmitifica es el relacionado a la absoluta ausencia de un
plan en su movimiento insurgente, crítica que formularon
contra él Mora, Zavala y Alamán. De acuerdo con Herrejón,
hay ciertas bases que indican que Hidalgo sí tenía un plan
de acción, pero pronto, lo "rebasaron los acontecimientos".
En cuanto a la matanza ordenada por él en Valladolid y
Guadalajara, no se puede negar, pero la guerra es la guerra
y, como apuntó Vallarta en 1858, en todas las batallas "corren

47
Con el título de Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des
arts et des métiers bajo la dirección de Diderot y D'Alembert se publicó en París la
primera enciclopedia de los tiempos modernos. Colaboraron en la obra 160 escri-
tores, entre ellos, Rousseau, Voltalre, Montesquleu, Helvecio, Condorcet, etcétera.
La obra influyó de manera decisiva en la Revolución francesa y rigió las corrientes
filosóficas de Europa y de América; Enciclopedia Ilustrada, 1956, t. ll, p. 54.
Mílada Bazant
24

ríos de sangre". Constatación prosaica que, a los ojos del


jurista jalisciense, justificaba la actuación sangrienta de
Hidalgo.
El primero en reinvindicar a Hidalgo fue su sucesor en la
lucha insurgente, Ignacio Rayón quien, el 1(3 de septiembre
de 1812, celebró por primera vez el Grito de Dolores, feste-
jo que fue prohibido durante varios años y que Iturbide reto-
mó en 1822. Resulta interesante observar que a partir de
1825 los discursos retóricos en torno a la ceremonia de la
independencia salen de los templos para ir a las plazas
públicas y se convierten en discursos cívicos, pronunciados
por laicos, tradición que perdura a la fecha. La construcción
del mito de Hidalgo se fue elaborando con los años; las
festividades septembrinas se encargaron de revalorar su
gesta heroica. La justificación de sus defectos o de sus limi-
taciones vino a ser una característica de le reinvindicación
del mito de Hidalgo.
Los mexicanos hemos recibido, en nue:stras lecciones
de historia patria, la imagen de un Iturbide traidor a la patria.
Por su perfil oportunista -primero combatió a los insur-
gentes y luego se unió a ellos- viene a ser uno de los villanos
en la historia de México. Carmen Salinas pone en la balan-
za a este controvertido personaje y sin enjuiciarlo, lo
comprende. Sopesa las fuentes: los testimonios de los
actores de su tiempo, las diversas y opuestas interpreta-
ciones a las que dio lugar su figura y plasma un retrato
alejado de posturas partidistas. Iturbide, apjnta Salinas, es
un caudillo producto de su tiempo; actuó de acuerdo "a los
requerimientos y al juego de fuerzas que se desarrolló". La
Introducción
25

autora entreteje la historia personal de Iturbide con la his-


toria de la vida nacional; una y otra interactúan y van
urdiendo los hilos del devenir histórico.
De cuna criolla, Iturbide creció en un ambiente privile-
giado en cuanto a honores y fortuna y pronto desarrolló el
amor por la milicia y la pasión por el poder y la gloria. Hidal-
go lo invitó a sumarse a los insurgentes pero Iturbide se
negó pensando en ese momento que su movimiento no
tenía ningún plan, menos aún un futuro prometedor. Sin
embargo, no permaneció neutral pues se presentó ante el
virrey quien lo integró de inmediato al ejército. Se distinguió
por su valor, su temple de acero, su indomable carácter, por
sus abusos de poder que lo llevaron a cometer actos de
crueldad al fusilar a muchos insurgentes y a miembros de la
población civil, así como también a desarrollar un turbio
manejo de los caudales públicos. Como consecuencia, tuvo
que separarse de la milicia -temporalmente.
En 1820 nuevamente volvió a ocupar un primer plano en
el escenario público. En ese momento muchos grupos políti-
cos deseaban la independencia pero diferían en el sistema
de gobierno que debía adoptarse. El virrey Apodaca apoyó
a un grupo de conspiradores que exigía la emancipación
ofreciendo la Corona a Fernando Vil o a uno de sus herma-
nos, pero sin incorporar a su proyecto a los insurgentes.
Iturbide fue nombrado comandante general del ejército del
sur y su misión fue la de combatir al jefe insurgente Vicente
Guerrero. Durante unos meses Iturbide vivió un doble
juego; como no pudo vencer a su contrincante en los cam-
pos de batalla empezó a ganarse su confianza y su buena
Mílada Bazant
26

voluntad; lo convenció cuando, en 1821, lanzó el Plan de


Iguala con el cual invitaba a todos los americanos a unirse
en un esfuerzo común teniendo como meta la Independen-
cia. Su llamado tuvo un eco sin precedente: tanto realistas
como insurgentes se sumaron al movimiento. Es indiscuti-
ble, apunta Salinas, que Iturbide desarrolló una encomiable
labor diplomática, pues a través de cartas y entrevistas
personales consiguió orientar la opinión pública y la adhe-
sión a su posición de muchos grupos, sobre todo el clero y
el ejército real. Logró la independencia de México en breve
tiempo y casi sin derramar sangre. Sus méritos no pueden
negarse. Sin embargo, ha pasado a la historia como traidor.
Todos los héroes de la independencia tienen un estado nom-
brado así en su memoria: Guerrero, Hidalgo, Morelos.
Valladolid fue rebautizada Morelia y no Iturbide, a pesar de
que el "consumador" de la independencia también era oriun-
do de ahí. Salinas concluye: "Hoy no es suficiente llamar a
Iturbide héroe de la independencia o traidor a la patria, ningu-
na de las dos frases nos ayuda a comprender el papel de
Iturbide en el movimiento de la independencia, ni en el primer
intento de gobierno mexicano. Mucho menos nos ayudan a
explicar esos dos procesos trascendentales en el difícil
camino que recorrió México para convertirse en una nación."
Ningún caudillo del siglo xix colma tan bien las carac-
terísticas del perfil narcisista, de índole regresiva,48 estudia-

48
Es cuando los líderes de tipo mesiánico desarrollan rasgos patológicos;
inducen conductas regresivas entre sus seguidores; explotan, abusan, sin mode-
ración, los sentimientos de sus subordinados, Kets de Vries y Miller, 1985. Recor-
demos que todos los líderes tienen un perfil narcisista (todos los seres humanos
Introducción
27

do ampliamente por los psicoanalistas como parte inelu-


dible del carácter de un líder, como Santa Anna. La "manía
de grandeza", según Freud, propia de este tipo de persona-
lidades,49 llega a la extravagancia con este personaje, por
ejemplo, a través del estrafalario episodio del "entierro de
su pierna".
En su trabajo sobre Santa Anna50 Enrique Serna elabo-
ra un retrato psicológico de este personaje, digno de ser
reinterpretado por la libertad que da la ficción. La historia
no puede elucubrar sobre los pensamientos de una per-
sona, "sobre las motivaciones de su conducta" y yo creo,
después de haber leído la novela y por eso invité a Enrique
Serna a participar en estas conferencias, que Santa Anna
se prestaba a la exploración íntima de su personalidad. La
magia que irradiaba su persona, su influencia hipnótica sobre
las masas, su singular desaire para con la presidencia una
vez que la hubo conquistado, sus "estratégicos" retiros a su
hacienda Manga de Clavo, su falta de escrúpulos, su heroís-
mo, su halo carismático, su ridicula y grotesca metamorfo-
sis final, todo ello forma parte de la personalidad del héroe
y villano que fue Santa Anna, el "padrote de la patria",
como jocosamente lo llama Serna.

lo tenemos, en mayor o menor grado) pero éste debe ser "sano". Véase la nota
27 de esta introducción.
49
En su Introducción al narcisismo, 1979, p. 9.
50
Esta conferencia fue transcrita de la forma oral a la forma escrita por mí;
posteriormente, con la autorización del autor, le hice las correcciones necesarias
para la mejor comprensión del texto. Serna se basó en su novela El seductor de
la patria para exponer a su personaje.
Mílada Bazant
28

Enrique Serna se basa en fuentes históricas para recons-


truir a su personaje pero deja libre la imaginación y con
bases reales, penetra en la psicología del personaje y logra
captar la raíz del porqué Santa Anna actuó de tal o cual
modo. La simbiosis entre el actor y el creador, que recrea al
personaje al darle voz, es posible cuando se conjugan la lite-
ratura y la historia, dos artes hermanos que tienen mucho
tiempo de convivir y alcanzan lo sublime cuando se retroali-
mentan adecuadamente, cuando el historiador tiene talen-
to de literato o cuando el literato se apoya en la investigación
histórica para diseñar y documentar su obra51 como es el
caso de Serna.
¿Cuál fue el móvil de Santa Anna? Serna dice que era
un "enamorado de la gloria más que del poder", que nunca
tuvo convicciones como tampoco las tuvieron el conjunto de
los militares oportunistas y pragmáticos que lo rodeaban;
que utilizó al liberal Gómez Farías y al conservador Lucas
Alamán -ellos sí políticos convencidos de sus ideales- para
encumbrarse en el poder, pero que éste lo alcanzó y lo man-
tuvo gracias a la actitud sumisa de la sociedad que fue
responsable en su encumbramiento. Aqu' Serna hace un
símil entre Santa Anna y Salinas de Gortari (y otros políti-
cos del PRI) vis-a-vis con la sociedad mexicana. Así como
las masas ensalzaron a Santa Anna y luego, cuando se sintie-
ron traicionadas patearon su "zancarrón" por las calles de la
ciudad, así nosotros exaltamos a Salinas y luego le echamos
la culpa del desastre de finales de su sexenio, sin darnos

51
Para ampliar el tema del cómo convergen la historia y la literatura véase,
por ejemplo, El historiador frente a la historia. Historia y literatura, 2000.
Introducción
29

cuenta que fuimos corresponsables de ese desenlace en el


cual nos dejamos arrastrar. La historia sirve para construir
un presente y un futuro mejores; hacer comparaciones
entre el presente y el pasado es lo que puede llevarnos a
evitar la repetición de los mismos errores.
Ningún gobernante del siglo xix ni político del xx ha logra-
do la popularidad, la veneración en vida y el culto después de
muerto de Benito Juárez. Para todos los mexicanos Juárez
representa la ley. Para todos los mexicanos Juárez simboliza
el estereotipo del dirigente ideal que logra materializar su
ideario político y transformar a la nación. Utilizando algunas
categorías weberianas el historiador Moisés González Navarro
elaboró el concepto del tipo "ideal" de caudillo con "mentalidad
urbana, dispuesto a una obra de alcance nacional, partidario
del cambio social, portador de un programa; su dominación
carismática se transforma en legal".52
Para todos los mexicanos Juárez es el gran héroe de
nuestra historia. ¿Cómo y cuándo se construyó el culto a
Juárez? Rafael Rojas construye el mito juarista. con base en
la bibliografía que se publicó en torno a dos fechas memo-
rables: 1906, centenario de su nacimiento y 1972, centenario
de su muerte, dos años dignos de celebrarse que permitieron
a los estudiosos redimensionar su legado e importancia.

52
Los caciques, por el contrario, tienen una mentalidad rural, su obra es de
alcance regional, defienden el statu quo, se expresan en jacqueries (subleva-
ciones populares) y su dominación carismática se transforma en tradicional,
González Navarro, 1983, p. 2. Weber apunta que la sociología forma tipos puros
o ideales que mientras más puros menos se dan en la realidad. La historia, por el
contrario, analiza personalidades, estructuras y acciones individuales considera-
das culturalmente importantes, Ídem.
Mílada Bazant
30

En una época proclive a cimentar en la etnicidad la


fuerza o la debilidad de las naciones, el primer punto a deba-
tir era el relacionado al origen indio de Juárez. Mientras el
enfant terrible del porfiriato, Francisco Bulnes, señala que
la debilidad de la raza indígena provocó que Juárez "reinara
pero no gobernara", lo cual lo indujo a cometer una cadena
de errores tales como asumir la deuda pública de los conser-
vadores, en 1861, o reelegirse, en 1867; Andrés Molina
Enríquez y Justo Sierra atribuyen a su procedencia étnica
aptitudes morales como "su perseverancia, la fe en la ley,
el tesón, el rigor y la paciencia" que lo llevaron, de acuerdo
con Sierra, a que el liberalismo mexicano adoptara los "ritos
de una religión cívica". Molina Enríquez, quien veía en el
mestizaje el baluarte de la verdadera población nacional,
escribió una frase lapidaria: "Para nosotros los mestizos,
Juárez es casi un dios." De acuerdo con este autor, los
grandes pensadores liberales, mestizos, como Ocampo y
Prieto sentían una fascinación especial hacia Juárez por
"múltiples razones de origen, de sangre y de identidad de
educación".
Con todo y todo Bulnes le tuvo que reconocer a Juárez
su determinante papel en el triunfo de la República. Lo que
le molestaba, arguye Rojas, era que hubiera un solo héroe en
el panteón. De acuerdo con Bulnes debería haber habido
muchos héroes, pero capaces de admitir sus errores. Paradó-
jicamente, ese reclamo hacia la memoria colectiva concen-
tró más el culto a Juárez, como una reacción contra Bulnes
y sobre todo contra Díaz. Resulta, además, sorprendente
que durante el porfiriato se haya construido y magnificado
la veneración a Juárez.
Introducción
31

En 1972, centenario de la muerte de Juárez, el enton-


ces Presidente de la República ordenó que se formara una
comisión encargada de organizar actos en su honor y de
escribir obras sobre varios aspectos de su administración.
El presidente Echeverría fue el primero en reconocer su
trascendencia. Acotó: "Hemos traído a nuestros héroes a la
luz pública para convertirlos en rectores de nuestra conduc-
ta. Juárez es el símbolo del constitucionalismo nacional y
popular." Ningún escritor bajó del pedestal a Juárez aunque
algunos enunciaron sus errores: haber buscado la reelec-
ción y fomentado la empleomanía y el militarismo, tres lastres
que heredó a su sucesor -no inmediato- Porfirio Díaz. Ha-
bría que añadir que su política indigenista tuvo, en general,
serias consecuencias para los indígenas. Es paradójico que
siendo él indígena no haya podido vislumbrar los efectos de
sus medidas relacionadas con la venta de los bienes comu-
nales y del clero.53 Sin embargo, Juárez había perdido su
mentalidad indígena; era, ante todo, un liberal.
En el panteón de la memoria colectiva mexicana Miramón
no forma parte de nuestro cortejo de héroes. Todo lo contra-
rio, es un villano, un militar ambicioso falto de escrúpulos,
oportunista y, lo más deplorable, partícipe del segundo impe-

53
Con el fin de fomentar la propiedad y la responsabilidad individuales y
fomentarla economía, los liberales deseaban crear una clase de pequeños y media-
nos propietarios. Para lograrlo, promulgaron el 25 de junio de 1856 la Ley Lerdo
mediante la cual desamortizaron los bienes de la Iglesia y comunales. La ley fue
muy complicada y difícil de llevarla a cabo en la práctica tal y como estaba escri-
ta y, en general, propició la concentración de las propiedades, justo lo contrario a
lo previsto por los liberales.
Mílada Bazant
32

rio. Algunos lo han calificado de "traidor". Conrado Hernán-


dez se ha dedicado durante varios años a estudiar la figura de
Miramón y aporta, a mi juicio, una visión alegada de lo blan-
co o lo negro; Miramón es, a la vez, concluye el autor, héroe
y villano. En su ensayo, Hernández López aborda la gran
importancia de la milicia en esa época y explica por qué
muchos militares se adhirieron a una posición que parecía
perdida. En un momento dado abrazaron la causa de Mira-
món en quien creyeron encontrar el líder capaz de llevar a
cabo el programa ideológico del Partido Conservador. Por
sus victorias en los campos de las batallas, su "genio perso-
nal" y sus dotes carismáticas, Miramón alcanzó, muy joven,
la fama, la gloria, el poder y la fortuna. A los 28 años, en
1859, fue declarado Presidente de la República. En esos
momentos México, tenía dos gobiernos -el gobierno cons-
titucional de Benito Juárez que se había instalado en Vera-
cruz y más tarde proseguiría su cruzada hacia el norte- que
luchaban por instaurar, cada uno, su proyecto de nación.
Ninguno tenía preeminencia sobre el otro, ninguno quería
derramar más sangre pero a la vez sostenían la convicción
que no había más solución que derrotar al bando contrario.
La guerra de tres años (1858-1860) radicalizó las posturas
ideológicas y sumergió al país en una devastadora lucha sin
cuartel.
Hernández López distingue en Miramón al ser humano
de carne y hueso, al temerario militar que ganó batallas
pero también cometió faltas y sucumbió a los vicios comu-
nes de su tiempo, al político "atrapado entre as vagas convic-
ciones ideológicas y la urgencia de consolidar el orden" para
33

asegurar la supervivencia de la nación. El "héroe trágico",


como lo bautiza Hernández López murió como vivió: en
medio de protestas, traiciones y fusilamientos. No toleró
ser acusado de traidor como lo recalcó antes de su propio
fusilamiento: "...protesto contra la nota de traición que se
ha querido arrojarme para cubrir mi sacrificio. Muero inocen-
te de ese crimen, y perdono a los que me lo imputan..." 54
Considero que Hernández López lo despoja de ese apelati-
vo y le imprime otra huella en la conciencia nacional.
Maximiliano es el principal actor de un episodio de la
historia de México que no parece haber sido fruto de la his-
toria sino de la imaginación. En los inicios todo parece un
cuento de hadas: el apuesto emperador y su hermosa empe-
ratriz arriban al lejano y exótico país, la magistral corte se
ocupa de darle la pompa necesaria, el entorno exuberante
y contrastante del medio ambiente y la llegada a la belleza
deslumbrante de la ciudad de los palacios marcan el idílico
escenario del primer acto de una obra que apuntaba a todas
luces -para los que apostaron a ella- hacia un final color de
rosa. Para no extrañar los castillos europeos, el de Chapul-
tepec aloja a los emperadores. Contra los pronósticos, el
frío recibimiento en Veracruz fue un presagio certero. ¿Sólo
el inicio de una cadena de errores, falsas interpretaciones y
proyectos utópicos pueden explicar el desenlace trágico de
este cuento encantado? Érika Pani descubre los endebles
cimientos sobre los cuales se construyó el edificio del segun-
do imperio, llamado en Francia "la aventura mexicana". Lo

Fuentes Mares, 1975, p. 260.


Mílada Bazant
34

que en un principio parecía una idea descabellada agarró


forma cuando Napoleón III vio en México un terreno fértil
para echar a andar su proyecto de expansión económica y
de defensa contra el expansionismo norteamericano.
Pani despoja a Maximiliano de la imagen tradicional
romántica e ilusa, arquetipo de un melodrama novelesco o
bien la del intruso títere en manos del ambicioso Napoleón III.
Por el contrario, Pani aborda a Maximiliano como el gober-
nante que fue, enfrentado a un país convulso y agotado por
la guerra. ¿Qué medidas tomó el emperador para gobernar
su imperio? Muchas que no habían tomado sus anteceso-
res liberales, mismas que provocaron la ira de los conser-
vadores radicales. Formó un gabinete plural, conciliador, con
la idea de reunir en su seno a miembros de todas las ten-
dencias ideológicas, de políticos con experiencia que de-
seaban construir, al igual que sus predecesores, un gobierno
estable, progresista. Resulta paradójico que hayan sido los
emperadores los primeros que emprendieron en el siglo xix
programas de renovación urbana, beneficencia pública,
fomento al arte, educación obligatoria para todos los mexi-
canos, creación de la Junta Protectora de las Clases Menes-
terosas, organismo que promulgó leyes para mejorar las
condiciones de vida de la población indígena en todos los
aspectos. Más paradójico aún resulta que la ley agraria
emitida por el imperio haya constituido una suerte de refor-
ma agraria tal y como se haría de 1915 en adelante.55 Con
estas medidas Maximiliano sembró la semilla de su propia

55
Meyer, 1993.
Introducción
35

destrucción pues ganó la ira de los grandes propietarios, de


los conservadores que habían apoyado la intervención.
Después de que Napoleón III retiró el ejército, lo demás fue
cayendo como castillo de naipes.
Desde que Daniel Cosío Villegas en su monumental
obra Historia moderna de México. El porfiriato reivindicó a
un régimen satanizado desde la Revolución, múltiples estu-
dios a nivel nacional y regional han revalorado esta contro-
vertida etapa de la historia nacional de México, única que
lleva el nombre de su artífice principal: Porfirio Díaz. En el
ensayo que se presenta en esta obra,56 Enrique Krauze,
conocido autor de varias obras sobre este personaje, califi-
ca a Díaz como el gran caudillo del siglo xix. Héroe de
muchas batallas (en este aspecto hay un inmenso vacío his-
toriográfico apunta Krauze) Díaz logra glorificar su nombre
durante la intervención francesa y es él quien entrega la
ciudad de México a Benito Juárez en julio de 1867. En esos
momentos ya es un consumado héroe nacional. Pero esto
es sólo el principio de una carrera meteórica en la cual se
entremezclan la astucia, la suerte, el carisma, la inteligen-
cia y el profundo conocimiento de la psicología de los seres
humanos que tenía Porfirio Díaz. Sabía manejarlos a la per-
fección; amalgamó y equilibró fuerzas, apretando por aquí y
soltando por allá.
La vocación fundamental de Díaz era, dice Krauze, "el
poder, el mando, el sentir que estaba a cargo, como un gran

56
Transcrito de la forma oral a la forma escrita por mí y luego corregido por
el autor. Por su interés, decidí conservar las preguntas y respuestas.
Mílada Bazant
36

padre de todos los mexicanos". Pero nada más alejado a la


figura de un dictador a la manera de los dictadores lati-
noamericanos. Porfirio Díaz era un liberal, liberal en lo
económico, en lo social, pero a su cargo "tenía como en
fideicomiso la vida política de México y él dirigía ese fidei-
comiso: a ver cuándo lo liberaría". Por eso. apunta Krauze,
Porfirio Díaz no se salva en lo político, porque al igual que
el PRI, privó a los mexicanos de participar en la vida pública,
en la política. Sin embargo, cuando Porfirio Díaz asumió el
poder el país anhelaba la paz y el orden más que cualquier
otra cosa; su eslogan de gobierno: "Orden, paz y progreso"
lo cumplió a capa y espada.
Si Díaz no se "salva en lo político" en cambio, en lo
económico, el progreso fue notable bajo cualquier punto de
vista. Se cuidó de la influencia norteamericana pues sabía
que era avasalladora y así abrió el país a las inversiones ale-
manas, inglesas, francesas. Manejó el equilibrio con maestría
y sobre todo con dignidad, cuidando la soberanía y los intere-
ses nacionales. En cuanto a lo social, es otro de los mitos
afirmar que durante el porfirato no hubo programa social:
"una cosa es admitir que el liberalismo introdujo desajustes
en el tejido social, por ejemplo, en el campo y otra muy distin-
ta es comprar la versión de que el régimen de la revolución
mexicana corrigió de verdad esos desajustes..." Es impor-
tante advertir que durante el porfiriato se cimentaron las
bases de nuestra actual educación y que la cultura alcanzó
una época de oro.
El ensayo de Krauze incita a repensar la obra de Díaz,
a valorar la importancia de su legado, a meditar sobre el
37

desapasionamiento con que tenemos que ver nuestra histo-


ria, a reflexionar sobre los mitos que hay que desmitificar,
sobre la necesidad de desaparecer "esas hipocresías histó-
ricas que dividen la historia mexicana entre héroes y villa-
nos", y sobre la relevancia simbólica de traer los restos de
Porfirio Díaz a México; significaría cerrar, con broche de oro,
un capítulo de la historia que muchos se empecinan en
mantener abierto. Porfirio Díaz fue un buen patriota y se me-
rece descansar para siempre, como lo anheló intensamente,
en su natal Oaxaca.
El desfile de héroes y villanos que se presenta en las
siguientes páginas tiene la función de establecer una nueva
relación con nuestro pasado. Invito al lector a adentrarse en
los retratos de los caudillos y gobernantes mexicanos imbri-
cados en el paisaje de aquel extenso y convulsionado terri-
torio del siglo xix.

Bibliografía
BAZANT,Mílada y Jan Jakub Bazant, 2004, El diario de un soldado.
Josef Mucha en México, 1864-1867, México, Miguel Ángel
Porrúa, El Colegio Mexiquense, A.C.
BERGSON, Henri, 1948, L'Evolution Créatrice, París, Presses
Universitaires de France.
, 1996, Las dos fuentes de la moral y de la religión,
Madrid, Tecnos.
BLOCH, Marc, 1952, Introducción a la historia, México, Fondo de
Cultura Económica (Breviarios, 64).
BRADING, David A., 1988, Mito y profecía en la historia de
México, México, Editorial Vuelta.
Mílada Bazant
38

BRAUDEL, Fernand, 1970, La historia y las ciencias sociales,


Madrid, Alianza Editorial.
CARLYLE, Thomas, 1890, On Héroes, Hero Workship and the
Heroic in History, Londres, Chapman & Hall.
CARR, E.H., 2000, What is History?, Londres, Penguin Books.
CERTEAU, Michel de, 2000, Historia y psicoanálisis, México, Univer-
sidad Iberoamericana.
COLLINGWOOD, R.G., 1972, Idea de la historia, México, Fondo de
Cultura Económica.
DÍAZ Y DÍAZ, Fernando, 1972, Santa Anna y Juan Álvarez frente a
frente, México, SEP-Setentas.
DOSSE, Francois, 1996, "El nuevo discurso histórico", en Antoine
Prost (ed.), Doce lecciones sobre historia, Madrid, Frónesis,
Cátedra Universitat de Valencia.
DOSTOIEVSKI, Fiodor, 2001, Crimen y castigo, México, Editorial
Porrúa (Colección "Sepan Cuántos", núm. 108).
, 2002, Crimen y castigo, España, Edicomunicación.
DURANT, Will y Ariel, 1968, Lessons of History, Nueva York,
Simón and Schuster.
DUBY, George, 1985, "Historia social e ideologías de las
sociedades", en Jacques Le Goff y Pierre Nora (eds.), Hacer
la historia. Nuevos problemas, Barcelona, Editorial Laia.
El historiador frente a la historia. Historia y literatura, 2000,
México, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad
Nacional Autónoma de México (Serie divulgación 3).
Enciclopedia Ilustrada de la Lengua Castellana Sapiens, 1956,
Buenos Aires, Editorial Sopeña, t. i y n.
Encyclopaedia Britannica, 1958, Chicago, William Benton,
Publisher, vol. 7.
Introducción
39

ENTRENA DURAN, Francisco, 1995, México: del caudillismo al


populismo estructural, Sevilla, publicaciones de la Escuela de
Estudios Híspanos-Americanos de Sevilla, (Colección
Difusión y Estudio 378).
ESCALANTE GONZALBO, Fernando, 1993, Ciudadanos imaginarios.
Memorial de los afanes y desventuras de la virtud y apología
del vicio triunfante en la República Mexicana -tratado de
moral pública-, México, El Colegio de México.
FLORESCANO, Enrique, 1994, Memory, Myth, and Time in México:
From the Aztecs to Independence, Austin, Institute of Latin
American Studies, University of Texas at Austin.
FREUD, Sigmund, 1979, Introducción al narcisismo y otros ensa-
yos, Madrid, Alianza Editorial (El libro de bolsillo).
FUENTES MARES, José, 1975, Miramón. El hombre, México,
Editorial Joaquín Mortiz.
GARDINER, Patrick, 1959, Theories of history, Illinois, The Free Press.
GONZÁLEZ NAVARRO, Moisés, 1983, Anatomía del poder en
México (1848-1853), México, El Colegio de México.
GREGORY, Bruce, 1999, The Impact of Narcissism on Leadership
and Sustainability publicado en:
http://ceres.ca.gov./tcsf/pathways/
HAMILL, Hugh M., 1992, "Hidalgo and Calleja: The Colonial Bases
of Caudillismo", en Caudillos. Dictators in Spanish America,
Oklahoma, University of Oklahoma Press, Norman and
London.
HEGEL, G.W.F., 1985, Lecciones sobre la filosofía de la historia
universal, Madrid, Alianza Editorial (Alianza Universidad).
HERNÁNDEZ DE ALBA, 1964, Personalidad e historia, Monterrey,
Nuevo León, Universidad de Nuevo León.
Mílada Bazant
40

HOBSBAWM, Eric, 1998, Sobre la historia, Barcelona, Grijalbo


Mondadori.
KERNBERG, Otto F., 1999, Ideología, conflicto y liderazgo en gru-
pos y organismos, Barcelona, Editorial Paidós.
KETS DE VRIES, Manfred F.R. y Danny Miller, 1985, Narcicismo
y liderazgo, tomado de "Narcissism an Leadership: An
object relations perspectiva", en Human Relations, vol. 38,
Gran Bretaña, 1985, pp. 583-601, publicado en:
http://www-azc.uam. m x /
KRAUZE, Enrique, 1994, Siglo de caudillos. Biografía política de
México (1810-1910), México, Tusquets Editores (Colección
andanzas).
LACOMBE, Pierre, 1948, La historia considerada como ciencia,
Buenos Aires, Espasa-Calpe.
LLOYD, Christopher, 1993, The Structures of History, Massa-
chusetts, Blackwell Publishers.
MATUTE, Alvaro, 1992, "Historia política", en El historiador frente
a la historia, México, Instituto de Investigaciones Históricas,
Universidad Nacional Autónoma de México (Serie DivuU
gación 1).
MEYER, Jean, 1993, "La Junta Protectora de las Clases
Menesterosas. Indigenismo y agrarismo en el segundo impe-
rio", en Antonio Escobar (coord.), Indio, nación y comunidad
en el México del siglo xix, México, Centro de Estudios
Mexicanos y Centroamericanos-Centro de Investigaciones y
Estudios Superiores en Antropología Social.
MEZA, Javier, 2004, "Historiadores y métodos", Estudios, Filo-
sofía, Historia, Letras, núm. 69, México, Instituto Tecnológico
Autónomo de México, verano de 2004.
Introducción
41

MILL, John Stuart, 1959, "Elucidations of the Science of History", en


Patrick Gardiner (ed.), Theories of History, Glencoe, Illinois,
The Free Press.
MONIOT, Henri, 1985, "La historia de los pueblos sin historia", en
Jacques Le Goff y Pierre Nora (eds.), Hacer la historia.
Nuevos problemas, Barcelona, Editorial Laia.
PEREYRA, Carlos et a/., 1988, Historia, ¿para qué?, México, Siglo
XXI Editores.
PLEKHANOV, Georgi, 1959, "The Role of the Individual in History",
en Patrick Gardiner (ed.), Theories of History, Glencoe,
Illinois, The Free Press.
RUSSELL, Bertrand, 1957, Understanding History and Other
Essays, Nueva York, Philosophical Library.
SANTAMARÍA, Francisco J., 1978, Diccionario de mejicanismos,
México, Editorial Porrúa.
SCHAFF, Adam, 1974, Historia y verdad, México, Editorial Grijalbo
(Colección enlace).
SHARPE, Jim, 1994, "Historia desde abajo", en Peter Burke (ed.),
Formas de hacer historia, Madrid, Alianza Editorial.
SERNA, Enrique, 1999, El seductor de la patria, México, Editorial
Planeta (Colección Narradores contemporáneos).
SPENGLER, Oswald, 1932, La decadencia .de Occidente.
Bosquejo de una morfología de la historia universal, Madrid,
Espasa-Calpe.
TOYNBEE, Arnold, 1954, A Study of history, Londres, Oxford
University Press (vols. I-VI).
, 1957, A Study of history, Londres, Oxford University
Press, (vols. vn-x).
WEBER, Max, 1972, Essays in Sociology, Nueva York, Oxford
University Press.
Mílada Bazant
42

WHITE, Hayden, 2001, Metahistoha. La imaginación histórica en


la Europa del siglo xix, México, Fondo de Cultura Económica.
W O L F , Eric R. y Edward C. Hansen, 1992, "Caudillo Politics: A
Structural Analysis", en Caudillos. Dictators in Spanish
America, Oklahoma, University of Oklahoma Press, Norman
and London.
ZERMEÑO, Guillermo (comp.), 1994, Pensar la historia. Intro-
ducción a la teoría y metodología de la historia en el siglo xx,
México, Universidad Iberoamericana, Departamento de
Historia (Antologías Universitarias).
iguel Hidalgo
y Costilla

Carlos Herrejón Peredo


"El culto a Hidalgo nace en un terreno abonado
para la glorificación de personajes históricos."
Luis Castillo Ledón, Hidalgo: la vida del héroe,
México, 1948, vol. 1: Primer retrato conocido.
E
l culto a los héroes rebasa el campo de la historia y
cae dentro de los mitos. Así ocurre con Miguel
Hidalgo y Costilla: su campaña apenas duró cuatro
meses, otros cuatro meses fueron de huida y prisión,
y el resto de su vida -57 años- encierra los enig-
mas y las claves de este criollo.
Entiendo por mito el relato fundador transmitido
de generación en generación, relato cuyos persona-
jes son seres extraordinarios, sobrehumanos o casi
sobrehumanos con acciones portentosas a las cuales
se trasladan hechos históricos o ficticios. Como rela-
to fundador el mito se ubica en el tiempo primordial
de tal o cual sociedad que lo considera como su
"historia" viva, en cuanto que el mito es recordado y
celebrado cultura I mente, dentro de un rito. Los ele-
mentos históricos del mito están supeditados a su
objetivo que es configurar la identidad original de un
pueblo, sus ideales, sus frustraciones, esperanzas y

NOTA: Una primera versión de este texto apareció en el libro El


héroe entre el mito y la historia, Federico Navarrete y Gilhelm Olivier
(coords.), Universidad Nacional Autónoma de México y Centro Francés
de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, México, 2000. Esta ver-
sión presenta algunas modificaciones, aprobadas por su autor.

45
Carlos Herrejón Peredo
46

--í

Estandarte usado por


las tropas de Hidalgo,
1810-1813.

desengaños. Funciona como un credo al que se atiene un


pueblo para afianzarse en unas raíces.1
Antes de 1810, pueden observarse cuatro muy diferen-
tes facetas en la vida pública y privada de Miguel Hidalgo: la
primera como teólogo, la segunda como afrancesado, la ter-
cera como párroco y la cuarta como administrador. La figura
histórica de Hidalgo consagrado como Padre de la Patria ha
sido objeto de una reconstrucción que lo acerca al mito. 2
La conveniencia y la necesidad de una identidad nacional y
de una epopeya primordial han asumido elementos históri-

1
Herón Pérez, Mito e interpretación en la cultura occidental, manuscrito inédito.
2
EI término mito aplicado a Hidalgo ya ha sido utilizado por varios autores,
mas sólo de paso, sin desarrollo del concepto ni de su aplicación; por ejemplo,
Hugh M. Hamill, 1990, p. 134.
Miguel Hidalgo y Costilla
47

cos de la vida de Hidalgo y del proceso de la independen-


cia, pero al mismo tiempo los han transformado, recortando
y añadiendo con imaginación y voluntad que rebasa o con-
tradice testimonios fidedignos. Una de las fuentes princi-
pales para analizar el culto y el mito de Hidalgo es el dis-
curso retórico, esto es, los sermones y discursos en tomo a
la celebración de la independencia, particularmente algunos
de los primeros, de los que ocurrieron desde el grito hasta
la guerra de reforma. Me aboco a ellos, dejando a un lado
otros géneros, también importantes para el conocimiento del
culto a Hidalgo, tales como las obras de Carlos María de
Bustamante, los textos escolares de la primera mitad de siglo
y las crónicas de las juntas patrióticas que promovieron
celebraciones septembrinas. Varios de los testimonios
respectivos han merecido ya tratamiento por parte de espe-
cialistas.3
El aprovechamiento de piezas retóricas para hilvanar
las diversas percepciones que se han tenido de Hidalgo a lo
largo de la historia ha tenido ya varios agentes. Juan Hernán-
dez Luna publicó Imágenes históricas de Hidalgo, donde
examina testimonios del pensamiento antihidalguista y del
hidalguista, desde clérigos realistas hasta pensadores marxis-
tas y humanistas del siglo xx. Al efecto echa mano de una
docena de piezas retóricas y de otros géneros, como las
extensas diatribas de Beristáin y Casasús, de obras de Agus-
tín Rivera y de Mariano Cuevas, etcétera. 4 Años después

3
Vázquez de Knauth, 1970, pp. 31-43; Costeloe, s/a.
4
Hernández Luna, 1953 (Reed, Morelia, Universidad Michoacana, 1981).
Carlos Herrejón Peredo
48

Edmundo O'Gorman expuso en elocuente discurso el tema


de Hidalgo en la historia.5 Hace alusión igualmente a una
docena de discursos septembrinos, entreverando sus referen-
cias con las fuentes que mayormente utiliza: juicios de histo-
riadores y decretos del Congreso. Enrique Plasencia meri-
toriamente ha llamado la atención sobre un gran conjunto de
discursos septembrinos, dedicando un breve capítulo a
"ofrecer una visión general de la figura de Hidalgo a lo largo
del periodo estudiado". 6 En el resto de la obra Plasencia
aprovecha los discursos conmemorativos como fuente para
confirmar o completar lo propuesto por historiadores sobre
los grandes trazos de la historia política del México inde-
pendiente en sus primeros 40 años. En fin, Ernesto de la
Torre ha llevado a cabo la útil labor de recopilar reeditán-
dolos, 30 discursos septembrinos del siglo pasado.7
Frente a las aportaciones de Hernández Luna y de O'Gor-
man, mi trabajo se centra principalmente en sermones y dis-
cursos. Pienso que el género de estas piezas retóricas tiene
una clave de interpretación frecuentemente diversa a la que
conviene a otros géneros como el directamente historiográ-
fico. En conjunto el discurso retórico sobre la independen-
cia forma una tradición en cuanto a forma y fondo. Sin duda
hay que confrontarlo, en un afán de historia total, con otros
géneros que toquen tema semejante, pero también convie-
ne reconstruir la secuencia de cada género, sobre todo en

5
O'Gorman, 1964, xxm, núm. 3, pp. 221-239.
6
Plasencia de la Parra, 1991, p. 127.
7
Torre Villar, 1988.
Miguel Hidalgo y Costilla
49

este caso, donde el aspecto formal que hemos elegido, el


de mito, aparece más claro al cabalgar abiertamente junto
con los recursos de la retórica. Por eso llego a dos que tres
conclusiones distintas, a pesar de que los textos de Hernán-
dez y de O'Gorman sean inspiradores, y especialmente el de
O'Gorman, sugiera idéntico propósito en una de sus primeras
afirmaciones, donde dice: "Monstruo luciferino y ángel de
salvación, he aquí la extraña dualidad con que penetró Hidal-
go en el reino del mito." 8 En cuanto a la contribución de
Plasencia, ésta se refiere a un periodo que inicia 15 años
después de lo que consideramos por nuestra parte, sigue
camino distinto al análisis del mito centrándose en comple-
mentar la historia política, y cuando toca específicamente la
figura de Hidalgo es muy breve.
El culto a Hidalgo nace en urí terreno ya abonado para
la glorificación de personajes históricos. Me refiero a la
apoteosis que significaban los discursos retóricos de acla-
mación de reyes o de sus honras fúnebres. La figura del rey
a través de los sermones respectivos es una figura mítica.
Su conformación parte de elementos históricos que son
trascendidos y sacralizados en el afán de mostrar que tal o
cual rey es en efecto el valor supremo de la monarquía, el
eslabón de la tradición que vincula con los orígenes de esa
sociedad organizada en torno a tal monarquía, la garantía
que legitima todo otro poder dentro de ella.9 Los datos
históricos deben ajustarse, recortarse, ampliarse o inventar-

8
0'Gorman, 1964, p. 224.
9
Herrejón Peredo, 1997, pp. 84-96, 117-128.
Carlos Herrejón Peredo
50

se de acuerdo con estos propósitos y no precisamente


conforme a las exigencias de la historiografía científica.
El sinfín de cualidades y méritos de que supuestamente
estaban dotados los reyes, reaparece en la exaltación de
los héroes de la patria independiente, empezando por
Hidalgo. En el México de 1808 la jura de Fernando Vil
fomentó como nunca antes el culto a la personalidad
histórico-política. Los sermones respectivos son una de las
pruebas fehacientes. Mas en este caso hubo un elemento
de primer orden que en las juras anteriores no había tenido
el mismo peso. La glorificación de Fernando Vil comporta-
ba la condenación más vehemente de los enemigos del rey
y de la monarquía, Napoleón y los franceses. De tal manera
el culto y el mito implicaron entonces la execración y el
anatema. De modo semejante el culto a los proceres de la
independencia no se llevará a cabo sin la reprobación cons-
tante de sus antagonistas. Todavía más, la apoteosis de
nuestros insurgentes aparecerá desde un principio con el
carácter de reivindicación frente a los ataques acerbos que
contra ellos se lanzaron desde el pulpito realista. De tal
manera en ambos bandos, a la figura mítica del rey o del
héroe corresponderá el mito del antihéroe, ajusfando, recor-
tando y ampliando su realidad histórica. Naturalmente
entre tales acomodos hay un sinnúmero de datos entera-
mente conformes con esa realidad. Comencemos por los
ataques lanzados contra Hidalgo, puesto que tales ataques
se dieron antes de su glorificación.
Al estallar la revolución de independencia estaba en
prensa un sermón del dominico Luis Carrasco, quien se
Miguel Hidalgo y Costilla

apresuró a incluir en la dedicatoria una condenación del


movimiento diciendo que Hidalgo y demás caudillos "como
discípulos de los Vaninis y Voltayres [sic], procuran
despedazar con pretexto de la justicia y la religión la túnica
inconsútil de Jesucristo". 10 El supuesto influjo de Voltaire, y
del enciclopedismo en general, sobre Hidalgo aparecerá
también en el fiscal de la Inquisición y en otros predica-
dores. Sin embargo es elocuente que en el proceso de ese
tribunal, iniciado desde 1800, nunca se había consignado la
acusación de que Hidalgo leyese tales autores, a pesar de

10
Carrasco y Enciso, 1810, Dedicatoria, s.p.
Carlos Herrejón Peredo
52

los esfuerzos de los delatores por hallar elementos de conde-


na. Es muy significativo que otro predicador singularmente
empeñado en condenar la insurgencia, el franciscano Brin-
gas, asegura que en vísperas del estallido estuvo en Dolo-
res e inquiriendo sobre lecturas de Hidalgo no encontró que
leyera a Voltaire o a otros del enciclopedismo, sino textos
teológicos católicos, algunos de ellos con ligera nota de prohi-
bición.11 De hecho, un análisis riguroso de las listas de auto-
res y libros de Hidalgo no arroja a ninguno de los mencio-
nados enciclopedistas, salvo unas anotaciones musicales
D'Alembert. La acusación de enciclopedismo es posterior al
grito de Dolores. Pero nunca apareció la prueba. Lo más
probable es que Hidalgo fundamentó principalmente la lici-
tud del levantamiento sobre doctrinas tradicionales de la
escolástica, en especial de Francisco Suáre;:.12 Sin embargo,
también hay elementos para agregar a esos fundamentos, la
Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución
Francesa, texto difundido en Nueva España particularmen-
te en el círculo de clérigos ilustrados en que se movía
Hidalgo.13 Me he detenido en este punto porque paradóji-

11
Pompa y Pompa (ed.), 1813, pp. 7-8.
12
Aparentemente este acceso directo a la obra de Suárez -Defensio Fidei-
pareciera difícil, porque en torno a la expulsión de los jesuítas varías obras con-
sideradas no sanas por el despotismo también fueron proscritas, desde luego las
que justifican de algún modo el tiranicidio como la Defensio Fidei. A pesar de ello,
a principios de 1781, cuando Hidalgo era ya maestro en San Nicolás, llegó como
donación al colegio un acervo considerable de libros procedentes de San Luis de
la Paz, entre ellos la Defes/o Fidei. No obstante la revisión que se llevó a cabo, la
obra de Suárez pasó inadvertida e Hidalgo duró otros 10 años en el colegio.
13
Herrejón Peredo, 1985, pp. 23-42; 1992, pp. 76-78.
Miguel Hidalgo y Costilla
53

camente la acusación de enciclopedismo, lanzada con el fin


de satanizar a Hidalgo, años después sería recogida con
gusto por los constructores del mito de Hidalgo cuando leer
a Voltaire y compañía sería considerado signo de mayor
ilustración. Nuestro mito, pues, supone que el héroe debe
ser un iluminado con las mejores luces.
Otra de las críticas primordiales a la insurgencia fue la
que enderezó el predicador poblano José de Lezama desde
principios de 1811, diciendo que Hidalgo, Allende, Abasólo
y Aldama eran "cuatro botarates", "cuatro calaveras infe-
lices, sin principios, sin disciplina, sin táctica, sin política,
sin sentimientos de humanidad ni de religión". 14 Varios de
estos señalamientos serían repetidos hasta la saciedad por
el gobierno virreinal y por los mismos historiadores mexi-
canos que pretendieron escribir una historia crítica de la
guerra de independencia, particularmente Mora, Zavala y
Alamán. Por ejemplo, el punto relativo a la falta de princi-
pios y de táctica. Zavala dice que Hidalgo "no hizo otra cosa
que poner una bandera con la imagen de Guadalupe y correr
de ciudad en ciudad con sus gentes". 15 Uno de los primeros
lectores de Zavala se apresuró a contestarle desde la tribu-
na. Dice así el tapatío José de Jesús Huerta en 1833:

Digan, pues que así lo quieren, que el inmortal Hidalgo no hizo


otra cosa más que enastar una bandera con la imagen de Guada-
lupe y echarse a correr de ciudad en ciudad con sus gentes ani-
mándolas al saqueo y matanza de españoles; sea, en fin para
ellos el Grito de Dolores una explosión tumultuaria, sin orden, sin

'"Lezama, 1811, pp. 7, 12.


,5
Zavala, 1981, p. 36.
Carlos Herrejón Peredo
54

Antonio Serrano, Miguel Hidalgo y Costilla, 1831, detalle en página 294.


"El culto a Hidalgo nació durante la guerra de independencia." Guadalupe
Jiménez Codinach, México: su tiempo de nacer, 1750-1821, México, Fomento
Cultural Banamex, 1997, p. 113.
Miguel Hidalgo y Costilla
55

sistema y sin objeto determinado. No diremos otro tanto los que


podemos dar testimonio de lo que vimos con nuestros propios
ojos y palparon nuestras manos. ¡Afuera tiranos! fue el clamor
que lanzó la patria cautiva por el órgano de sus más queridos
hijos, y ¡afuera tiranos! la voz que encerraba todo el plan por
donde debía empezar el cambio que se intentaba. Plan sencillo y
sabiamente escogido, y en prueba de lo que fue, no es necesario
alegar la rapidez sorprendente con se adoptó en la vasta exten-
sión de un territorio inmenso.16

Como se echa de ver, el apologeta de Hidalgo también


asume la objeción y la transforma en argumento favorable:
la desordenada tromba desatada por Hidalgo tenía sentido,
obedecía a un plan y fue lo correcto. En realidad la carencia
de plan en Hidalgo sigue siendo objeto de discusión. Me
parece que la cortedad del tiempo del recorrido de Hidalgo,
cuatro meses, no permite asegurar con certeza ni una ni otra
cosa. Hay una serie de elementos que sumados indican que
había elementos de un plan, mas también es innegable
que desde el inicio los acontecimientos desbordaron con
mucho esos elementos del probable plan. Como quiera, los
panegiristas de Hidalgo, tanto el ala liberal como la conser-
vadora, mantuvieron la idea de que Hidalgo procedió con
plan. José María Castañeta, vinculado a los conspiradores
de Querétaro, aseguró desde la tribuna en 1834 que hubo
plan insurgente de regeneración que "se combinó con tiem-
po, con circunspección y con sigilo".17 Así, pues, la glorifi-
cación del procer establece que detrás de la impetuosidad

16
Huerta, 1833, pp. 6, 8.
17
Castañeta y Escalada, 1834, p. 5.
Carlos Herrejón Peredo
56

del héroe perfecto debe haber principios racionales, los


necesarios y suficientes.
Los efectos destructores del movimiento de Hidalgo
conformaron la argumentación más fuerte y recurrente en su
contra. Así en el sermón de Antonio Camacho desde mayo
de 1811. Además de miles y miles de muertos, "la opulen-
cia de unos y la mediocridad de otros igualmente se ha con-
vertido en miseria" de todos.18 Los degüellos de españoles
en Valladolid y Guadalajara por el solo delito de haber naci-
do en Europa son igualmente denunciados en el sermón de
Camacho. Ahí está en sus puntos esenciales la razón por la
que Mora diría más tarde que: "La revolución que estalló en
septiembre de 1810 ha sido tan necesaria para la consecu-
ción de la independencia, como perniciosa y destructora del
país."19 Alamán subrayaría esto último. Es imposible negar-
lo. Por eso de nueva cuenta, la construcción del mito de
Hidalgo asumió la objeción, convirtiéndola en argumento
favorable. Fue el joven orador Ignacio Vallaría quien en sep-
tiembre de 1858 defendió de la manera más explícita la
dimensión destructora de las revoluciones, salvaguardando
así el carácter inmaculado de los héroes, Hidalgo desde
luego. Con este propósito Vallaría elogia la guerra misma
diciendo que

en el estado de adelanto que hoy alcanza la ciencia social no es


lícito ya mirar a la guerra como el azote de Dios. No, la guerra
es un elemento altamente civilizador y benéfico y la humanidad

18
Camacho, 1811, pp. 8-9.
19
Mora, 1965, ni, p. 15.
Miguel Hidalgo y Costilla
57

debe a ella sus más grandes adelantos [...] La revolución


-prosigue Vallaría- no es tampoco todo eso que han dicho los
espíritus mezquinos que no comprenden los grandiosos destinos
de la humanidad. La revolución es una exigencia de la perfectibili-
dad del hombre, es el necesario resultado de la ley moral, es el
cumplimiento de la voluntad de Dios [...] La revolución con su
destructora mano ahoga intereses que no quieren el progreso:
se abre brecha con la bala del cañón por sobre hombres y cosas
que viven de un pasado que no satisface.20

De tal forma la destrucción y las muertes de la guerra


insurgente quedan justificadas. No menciona Vallarta los
asesinatos de Valladolid y Guadalajara llevados a cabo con
el consentimiento de Hidalgo, pero con tales supuestos no es
difícil excusarlos. En realidad a Vallarta lo que más interesaba
no era justificar la guerra insurgente, ni siquiera la glorifi-
cación de Hidalgo. Lo que más le importaba era la guerra de
reforma en la que andaba comprometido. La guerra insur-
gente servía como antecedente y argumento para el momento
presente. Las dos revoluciones se justifican recíprocamente
e Hidalgo queda como el héroe de una revolución en que los
"ríos de sangre" son precisos.
Hasta aquí hemos visto la conformación de varios ras-
gos del mito de Hidalgo a partir de las críticas que pre-
tendían condenarlo. La respuesta paradójicamente no ha
sido la negación de tales acusaciones, sino su transforma-
ción en cualidades épicas. Veamos ahora otros aspectos del
mito tomando como punto de partida el discurso de los pro-
pios insurgentes.

20
Vallarta, 1858, pp. 4-5.
Carlos Herrejón Peredo
58

El culto a los héroes comenzó tempranamente, durante el


proceso de la guerra. La iniciativa formal de este culto se
debe a Ignacio Rayón, el inmediato sucesor de Hidalgo.
Fue él quien por primera vez en 1812 promovió tres festejos
patrios conmemorativos: el primero, el 31 de julio, onomás-
tico de Ignacio Allende; luego el 16 de septiembre, segundo
aniversario del Grito de Dolores; y por último, el 29 de sep-
tiembre, onomástico de Miguel Hidalgo. En todos ellos desde
la víspera se arreglaba el lugar de la celebración y todo el
vecindario, había salvas de artillería e iluminación especial
con serenata. El día solemne había desfile hasta la iglesia con
misa cantada, Te Deum y sermón. Por la noche serenata
con bandas.2' De los tres festejos sólo se publicó y se con-
serva el sermón sobre Hidalgo, pronunciado en Huichapan el
29 de septiembre de 1812 por un personaje tragicómico,
el canónigo Francisco Lorenzo de Velasco. La columna ver-
tebral del sermón es un paralelismo entre el arcángel San
Miguel y Miguel Hidalgo. Ambos lucharon contra el espíritu
de soberbia arrogante y contra el sórdido interés: el arcán-
gel contra la soberbia luciferina, el mexicano contra la sober-
bia peninsular. Ante el caudillaje de Hidalgo se levanta la
infamante calumnia de sus acusadores, mas ellos no son
capaces de impedir que a través de triunfes y derrotas la
empresa se recupere aun después de su muerte.22

21
Herrejón Peredo, 1985, p. 69. Ilustrador Americano, Tlalpujahua, 1o. de
agosto de 1812, núm. 20, pp. 57-60, en Genaro García, 1910, ni.
22
Velasco, Sermón que en el cumpleaños del serenísimo señor don Miguel
Hidalgo y Costilla, primer héroe de la patria, dijo [...], T'alpujahua, Imprenta
Nacional de América, 1812, en Ernesto Lemoine, 1980, pp. 22-27.
Miguel Hidalgo y Costilla
59

Casulla, usada por Miguel Hidalgo y Costilla


Guadalupe Jiménez Codinach, México: su tiem-
po de nacer, 1750-1821, México, Fomento Cul-
tural Banamex, 1997, p. 130.

Los empeños de Rayón por reivindicar la memoria de


Hidalgo también cristalizaron en disposiciones legales
consignadas en los Elementos de nuestra Constitución, docu-
mento elaborado por el propio Rayón, donde se establece
el culto a Hidalgo y a Allende con su celebración obligatoria.
El principio sería retomado por Morelos en los Sentimientos
de la Nación.23 De modo, pues, que la insurgencia inauguró
la celebración ritual de sus propios inicios, creándose así una
conciencia de origen que se renovaba periódicamente, y así
se hizo de 1812 a 1817 en los lugares donde dominaba la

23
Lemoine Villicaña, 1965, pp. 225, 372-373.
Carlos Herrejón Peredo
60

insurrección.24 Estas celebraciones fueron muy anteriores a


las que ocurrirían a partir de 1825 y en las cuales llegaron
a participar no pocos de los sobrevivientes de las primeras.
Durante el imperio de Iturbide, en 1822, una junta de anti-
guos insurgentes y simpatizantes promovió la celebración
del 16 de septiembre. Sin generoso apoyo oficial se llevó a
cabo de manera modesta,25 a pesar de que el Congreso
había sancionado el 16 de septiembre entre los días de fes-
tividad nacional y el 17 del mismo mes como día de luto por
las víctimas de la primera insurgencia.26 No pocos de los
sermones políticos que se pronunciaron durante el imperio a
propósito de la consumación de la independencia callan el
movimiento de Hidalgo o apenas aluden a él, como algo
destructor, aun cuando pretendiera sacudir la opresión: "una
guerra buena en sus principios, pero monstruosa en sus
medios".27 Sólo alguno reconoce a Hidalgo como procla-
mador de la independencia y otro considera a Hidalgo y a
Allende "padres de la patria". 28
A partir de 1823 retoma vuelo el culto a Hidalgo y demás
insurgentes. Un antiguo constituyente de Apatzingán,
Francisco Argándar pronuncia en la catedral de México el

24
Por ejemplo, en Jaujilla: Gaceta Extraordinaria del Gobierno Mexicano en
las Provincias del Poniente, 16 de septiembre de 1817, en García, 1910.
25
Beruete, 1974, p. 63, citado por Isabel Fernández y Carmen Nava, "Historia
y mito en el Grito", ponencia inédita presentada en Conference on Latin American
History. American Historial Association Annual Meeting, Nueva York, 4 de enero
de 1997.
26
Decreto del 1o. de marzo de 1822, en Dublán y Lozano, 1876.
27
Barreda y Beltrán, 1822, p. 17.
28
Huerta, 1822, p. 16.
Miguel Hidalgo y Costilla
61

Elogio fúnebre de los primeros héroes y víctimas de la


patria. Los insurgentes son comparados a los macabeos de
la Biblia. Naturalmente Hidalgo ocupa el lugar más desta-
cado. Es la primera imagen del iniciador dibujada en el pulpi-
to de la capital en forma de apoteosis y reproducida en
prensa. El orador conocía bien a compañeros y discípulos de
Hidalgo cuando éste era estudiante y maestro en Valladolid.
Pudo así consignar algunos datos fidedignos que curiosa-
mente no han sido considerados por los panegiristas del
procer, a pesar de que se prestan a la reconstrucción mítica.
Por ejemplo, Argándar cuenta que de adolescente y de joven
"Hidalgo era imperturbable en los peligros" y que "cuando
usaba de su lanza, ninguno le aventajaba en las correrías de
los brutos carniceros que derribaba, burlándose de sus
asaltos y furores". 29 ¿Se trataría de la caza o más bien de
lances taurinos?
Por otra parte Argándar supone que la decisión de
Hidalgo para adherirse al movimiento fue el resultado de una
reflexión sobre pasajes bíblicos del Antiguo Testamento rela-
tivos a la esclavitud y destierros del pueblo hebreo. Es proba-
ble, a condición de vincular esta reflexión con las considera-
ciones de contractualismo de la escolástica que Hidalgo
conocía. Finalmente Argándar ofrece algunos datos curiosos.
Asegura que Hidalgo dirigió el asalto de Granaditas y que
lloró luego de su toma, que su múltiple sabiduría era admi-
rada en Guadalajara y que su parecer fue rechazado antes
de la batalla de Calderón. Los historiadores dicen que el
asalto a la Alhóndiga fue en realidad producido por las masas

29
Argándar, 1823, pp. 15-16.
_J

(garlos Herrejón Peredo


62

La Universidad Real y Pontificia de la Ciudad de México donde Hidalgo obtu-


vo su grado de bachiller en artes y en teología.
Luis Castillo Ledón, Hidalgo: la vida del héroe, México, 1948, vol. 1.

impacientes; no consignan lo de las lágrimas de Hidalgo, ni


tampoco la admiración que causaba en Guadalajara el
amplio saber del cura. En cuanto a la batalla de Calderón
han señalado que el parecer de Hidalgo, de dar la batalla,
fue el que se impuso; en tanto que el de Allende prevaleció
en lo tocante al lugar elegido.30
Sin embargo lo más importante de la pieza de Argándar
no es lo que dice, sino lo que omite. La alabanza exclusiva
de los insurgentes como los realizadores de la independencia
pasa por alto la consumación. Ni una palabra de Iturbide. El
decreto de proscripción se extendía de hecho a la pronun-
ciación de su nombre. De tal manera desde entonces, en la

Castillo Ledón, n, pp. 48, 154.


Miguel Hidalgo y Costilla
63

mayor parte de discursos, la independencia se atribuyó


prioritariamente a Hidalgo y seguidores. Cabe señalar que
Argándar, un año antes, había sido uno de los que pro-
pusieron la proclamación de Iturbide como emperador, pre-
cisamente porque lo reconocía como el libertador.31 Además
todo el fondo del discurso coincide con las tres garantías:
independencia, religión y unión. Esta última se subraya al
final de la pieza; de tal manera no se explica por qué
O'Gorman tenga por "incendiario" el sermón, ni porqué haya
provocado "el intento de profanar el sepulcro de Hernán
Cortés". 32
El discurso retórico en torno a la independencia había
revestido hasta aquí la forma de sermón al interior de los
templos y había sido pronunciado por boca de clérigos o
frailes. A partir de 1825 sale de la iglesia a la plaza pública,
se convierte en discurso cívico y serán laicos quienes prin-
cipalmente hagan uso de la palabra conmemorativa. Otro
cambio importante es que los sermones patrióticos, incluido
el de Argándar, consideraban conveniente elevar plegarias
y sufragios por el eterno descanso de los proceres. Como
cualquiera de los humanos se supone habían cometido faltas,
pero en adelante, al tenor de los discursos cívicos, los héroes
ya están en los cielos, son los manes de la patria, a quienes
se elevan súplicas y se les invoca como a la divinidad. De
tal manera el discurso conmemorativo sucede al sermón
panegírico, no sólo en el aspecto de glorificación, sino tam-
bién en el de invocación suplicante.

31,
Bustamante, 1953, l, pp. 77-78.
32
O'Gorman, 1964, p. 228.
Carlos Herrejón Peredo
64

El abogado Juan Wenceslao Barquera inicia la lista e ini-


cia toda una tradición. El propósito de su oración patriótica
consistió en persuadir al auditorio para que se aceptara que
Hidalgo y compañeros, así como el 16 de septiembre, eran
el símbolo glorioso y sublime de la independencia.33
Implícitamente trata de remitir al olvido a Iturbide y colocar
en lugar secundario el 27 de septiembre, día de la con-
sumación. Ahora puede parecer normal a algunos, pero
entonces no lo era, pues apenas dos años atrás las multi-
tudes aclamaban a Iturbide como el libertador y el propio
Barquera había sido redactor de la Gaceta del Gobierno
Imperial de México.
El orador del siguiente año en la ciudad de México
seguiría por la misma línea de la exaltación de Hidalgo y el
silencio sobre Iturbide. Sin embargo su caso era más sor-
prendente, puesto que en un momento, para salvar el
pellejo, había condenado el movimiento de Hidalgo y en los
días del imperio había sido amigo de Iturbide. Se trata de
Juan Francisco Azcárate. Un rasgo interesante de su dis-
curso es la insistencia en que la opinión política nacional se
unifique. Para ello parte del supuesto, notoriamente falso,
de que los insurgentes fueron un modelo de opinión unifi-
cada.34 Lo que pasa es que en esta construcción mitificante

33
Barquera, Oración Patriótica que pronunció [...] el ¡6 de septiembre de
1825 por encargo de la Junta Cívica [...], México, Imprente de la Federación en
Palacio, 1825.
34
Azcárate, "Elogio Patriótico que pronunció [...] el 16 de septiembre de
1826", en Torre Villar, 1988, pp. 31-40.
Miguel Hidalgo y Costilla
65

es punto menos que imposible que los héroes obren de otra


manera.
José María Tornel pronunció la oración capitalina de
1827. Había sido insurgente y trigarante. Su silencio sobre
Iturbide continúa, a pesar de una breve alusión de paso al
"hombre de Iguala". El propósito de Tornel es vincular la inde-
pendencia en el contexto de la historia universal. La solem-
nidad del asunto le hace colocar la decisión de Hidalgo
exactamente a medianoche. Parece ser el primero que
comienza a recorrer el reloj hacia el 15 de septiembre. Dice
textualmente "eran las doce de la noche del 15 de sep-
tiembre de 1810 e Hidalgo dijo: libertad". Tampoco parece
estar bien informado en torno a los degüellos, cuando afirma
que "Hidalgo había intentado economizar la sangre humana".35
El testimonio de Tornel fue impreso casi inmediatamente
después que lo dijo y debió ser tenido como autoridad, pues
era el primer insurgente que había tomado las armas y
ahora subía a la tribuna.
Hasta aquí todos los oradores se habían referido expre-
samente no sólo a Hidalgo, sino también a Allende, y fre-
cuentemente a otros de los iniciadores. En cambio, un
antiguo diputado de Cádiz, Pablo de la Llave, fue de los
primeros en simplificar la gesta insurgente en una fecha y
en un solo nombre: Hidalgo y el 16 de septiembre.36 En fin,
un antiguo insurgente que llegó a ministro de Iturbide, José
Manuel de Herrera, se olvida igualmente de él, condena el

35
Tornel, 1827, pp. 16, 12, 14.
36
Llave, "Discurso patriótico pronunciado por [...] el 16 de septiembre de
1828", en Torre Villar, 1988, pp. 53-62.
Carlos Herrejón Peredo
66

despotismo español y subraya los intentos de paz de los


insurgentes, comenzando con los de Hidalgo.37
En los años siguientes el culto a Hidalgo y la cele-
bración del 16 de septiembre se afirman como patrimonio
común. La figura de Iturbide fue reivindicada por algunos
oradores, tanto liberales como conservadores, pero siem-
pre junto a Hidalgo; de tal manera se dio continuidad en la
tradición hidalguista, superando los cambios de signo políti-
co. La tradición que consagra a Hidalgo y al 16 de septiem-
bre como símbolo de la independencia fue desde entonces
de carácter nacional, suprapartidista. Francisco Manuel
Sánchez de Tagle es ejemplo de ello en 1830.38 Algunos
otros insisten en que no se debe olvidar la consumación; así
José Domínguez Manso en 1832 trata de hacer la síntesis:
"La memoria del 16 de septiembre unida a la del 27 del
mismo mes del año de 1821, sea el iris de nuestra alianza y
el vínculo de nuestra federación." 39 Los oradores que insis-
ten en este reconocimiento a Iturbide no por eso abandonan
el culto a Hidalgo. El desconocimiento de Hidalgo o su críti-
ca en la tribuna conmemorativa es muy excepcional y no
constituye característica de ningún tiempo, así se trate de
regímenes conservadores o dictatoriales.
Sin embargo, hubo discursos septembrinos de tono
reflexivo en que se llegó a ver el proceso de independencia

37
Herrera [s.a],
38
Sánchez de Tagle, 1830.
39
Manso, "Discurso que [...] pronunció en el aula general de la ciudad de
México en 16 de septiembre de 1832 en celebridad del aniversario del glorioso
Grito de Dolores", en Torre Villar, 1988, p. 94.
Miguel Hidalgo y Costilla
67

Disertación sobre el verdadero método de estudiar Theología Escolástica, redac-


tada por Hidalgo. Hidalgo fue un erudito. Profundo conocedor de los clásicos, de
la lógica aristotélica y medieval, de la física y desde luego de la teología escolás-
tica y moral.
Luis Castillo Ledón, Hidalgo: la vida del héroe, México, 1948, vol. 1.
Garlos Herrejón Pereda
68

como un acontecimiento necesario, determinado ya por


incontenibles corrientes de la historia: Hidalgo y los demás
proceres son reubicados en un cierto deterninismo. Manuel
Barrera lo afirma en 1837: "aun sin haber existido esos
nobles caudillos, la libertad se hubiera alcanzado, porque si
no, se hubieran roto las leyes de la naturaleza; otros en su
lugar la hubieran promovido, serían héroes como aquéllos y
el éxito fuera el mismo".40
Un antiguo insurgente, Andrés Quintana Roo, coincide
con Barrera sobre el carácter inevitable de la independen-
cia, intentando, con todo, llegar a una síntesis entre fatali-
dad y papel individual, pues la independencia:

habría venido más tarde o más temprano; pero fue determinada


por los héroes de Dolores, a quienes debemos colocar en la
clase de aquellos hombres privilegiados que añaden alguna cosa
a la fatalidad misma, son su más activo instrumento y dividen
con ella su imperio. Sin las causas antecedentes no se conce-
biría la acción de estos hombres; pero sin estos hombres las
causas parecerían por sí mismas insuficientes y serían alejadas
en sus efectos. Este es el fundamento del mérito que en ellos se
reconoce.41

No obstante estas reflexiones filosóficas, la construcción


del mito de Hidalgo siguió adelante. Además de atribuirle de
manera casi exclusiva la independencia y de reiterar un
cúmulo de virtudes, comenzó a aparecer aquel hombre de 57

40
Barrera y Troncoso, "Discurso pronunciado por [...] el día 16 de septiem-
bre", en Torre Villar, 1988, p. 126.
41
Quintana Roo, 1845, pp. 14-15.
Miguel Hidalgo y Costilla
69

años como un "anciano sacerdote", "un anciano respetable".


Los primeros oradores que he hallado en este sentido son
Luis de la Rosa en 1846 y Olaguíbel en 1849.42 Tal parece que
a la imagen del héroe, junto con todo el valor y el arrojo, le
faltaba el carácter de prudencia, sabiduría y venerabilidad
de una edad provecta.
Lucas Alamán, quien confiesa que le irritaban los dis-
cursos septembrinos como propagadores, junto con otros
géneros, de una idea distorsionada del pasado,43 propició
con su Historia de México un alud de renovadas peroratas
en que se corroboraba y se incrementaba el culto a Hidalgo.
El fervor por reivindicar su figura es asumido por los liberales
de la guerra de reforma. Varios de ellos no olvidan a
Iturbide; pero la balanza se inclina exclusivamente hacia el
hidalguismo en boca de algunos de los puros. El prototipo
es Ignacio Ramírez, quien reasume gran parte de los rasgos
del mito de Hidalgo. Le interesa además salir al paso de
otra objeción, la crítica en torno a las turbas que seguían al
cura Hidalgo alucinadas y seducidas con facilidad. El lugar
había sido común en no pocas de las piezas oratorias realis-
tas y en otros géneros, desde luego la Historia de Alamán.
Las respuestas de la oratoria septembrina solían aceptar
que la revolución se hubiera nutrido de las capas bajas de

42
Rosa, 1846, p. 18. Francisco M. de Olaguíbel, "Arenga cívica pronunciada
en la alameda de México el 16 de septiembre de 1849, aniversario de la gloriosa
proclamación de la Independencia el año de 1810, por el ciudadano [...]", en Torre
Villar, 1988, p. 278.
43
Alamán, 1990, iv, p. 462; v, p. 483.
Carlos Herrejón Peredo
70

la sociedad, simplemente porque eran las que sentían más la


opresión y de hecho respondieron al llamado libertario. Los
excesos se explicaban como males necesarios. Ramírez va
más lejos. La convocación de las masas abyectas es timbre
exclusivo de gloria. Así responde Ramírez, con elocuencia
de tribuno popular:

Hacer de la fraternidad el grito de guerra para una nación opri-


mida y la cuna de sus instituciones, no fue ia inspiración de
Moisés, que sobre todas las clases levantó al evita, ni fue el pro-
grama de Mahomet, que con la sangre de los infieles alimenta-
ba su espada, ni ese acento de redención se escapó de los labios
de Washington, que antes bien a ejemplo del primer Bruto, retiró
el manto de la república de las espaldas del esclavo. Sólo el
grande libertador de México ha tenido el valor para llamar, las
primeras, bajo su glorioso estandarte, a las turbas envilecidas.
Hidalgo, en la aurora del 16 de septiembre de 1810, arrojó el
guante no solamente a los españoles, sino a la nobleza, al clero,
a todas las autoridades, a todas las clases, a todas las razas, a
todos los individuos que pudieran tener la pretensión de colocarse
más arriba de la soberanía popular; nosotros, los que como título
de nobleza legaremos a nuestros hijos la herencia de nuestros
padres, un lugar en lo que el orgullo y la ambición llaman la vil
muchedumbre, en este glorioso aniversario rebordamos las haza-
ñas de aquel caudillo que puso bajo nuestros pies todas las coro-
nas que no podía ceñir a nuestra frente, todos los cetros que no
podía colocar en nuestras manos, y que supo improvisarnos un
trono del suelo nacional y un dosel del estrellado firmamento.44

44
Ramírez, "Discurso cívico pronunciado por [...] el 16 de septiembre de
1861, en la Alameda de México, en memoria de la procla nación de la indepen-
dencia", en Torre Villar, 1988, p. 313.
Miguel Hidalgo y Costilla
71

Parroquia de Dolores.
En esta parroquia Hidalgo ejer-
ció el sacerdocio de 1803 a
1810. En la madrugada del 16 de
septiembre sublevó al pueblo
contra el gobierno español.
Luis Castillo Ledón, Hidalgo: la
vida del héroe, México, 1948,
voi. 1.

Esta persuasión del Nigromante se extendió amplia-


mente, pues su discurso fue comentado y aprendido de
memoria por varias generaciones de estudiantes. Contribuyó
a que otros oradores, ensayistas e historiadores, sobre todo
del siglo xx, definieran y valoraran el carácter del movimien-
to de Hidalgo como una revolución de masas.
En resumen, a partir de sermones y discursos he tratado
de ofrecer algunos trazos de la imagen de Hidalgo y de su
culto que se aproximan a la construcción de un mito. En
efecto, a través de esos géneros el relato sucinto de la
independencia ha considerado a Hidalgo como poseedor de
un sinfín de cualidades que lo colocan no sólo en un rango
sobrehumano, sino como el origen, la fundación del México
independiente. Es el protagonista de la epopeya nacional;
es el Padre de la Patria. Por lo tanto, cuanto se diga acerca
de su vida tiene que embonar con esa imagen. En el dis-
Carlos Herrejón Peredo
72

curso retórico la historia se ajusta con añadidos de ficción


y con pretermisiones para obtener la plena glorificación y la
apoteosis del héroe. Cualquiera de sus defectos o limita-
ciones ha de quedar justificado. Las acusaciones se transfor-
man en otros tantos argumentos a favor de la sublimación.
Precisamente la reivindicación es una de las peculiari-
dades del mito de Hidalgo. Su imagen heroica nace y se
desarrolla en la contradicción. Los ataques frontales al mito
lo encienden más. El desorden del movimiento se interpreta
como un plan sencillo y el más oportuno; a la destrucción y
al derramamiento de sangre se le descubre dimensión de pro-
greso; la sublevación de las turbas se convierte en revolución
de masas. Hay una base histórica para considerarlo así,
pero también hay acomodo, ficción, omisiones y voluntad
de que ese pasado así concebido trascienda con carácter
fundante. De tal suerte una historia crítica corre el riesgo
de ser tildada de traición a la patria. Las reflexiones filosó-
ficas e históricas que abogaban por presentar el papel de
los proceres dentro de corrientes incontenibles de la histo-
ria tampoco tienen demasiado éxito. A despecho de datos
y testimonios la imagen de Hidalgo se afina: su sabiduría
escolástica resulta volteriana; su edad quincuagenaria es la
de un anciano, y su decisión de la madrugada del día 16 se
puede trasladar al filo de la medianoche. Más allá de esos
detalles, tienen mayor trascendencia la preponderancia y la
exclusividad. La preponderancia frente a los demás colegas,
especialmente Allende; la exclusividad del título de libertador
frente a Iturbide. Lo único que está a la altura de Hidalgo es
la fecha del 16 de septiembre.
Miguel Hidalgo y Costilla
73

Bibliografía
ALAMÁN, Lucas, 1990, Historia de México, México, Jus.
ARGANDAR, Francisco, 1823, Elogió Fúnebre de los Primeros
Héroes y Víctimas de la Patria que el 17 de septiembre de
1823 en la Iglesia Metropolitana de México a presencia de una
diputación del Soberano Congreso, del Supremo Poder
Ejecutivo, demás Corporaciones y Oficialidad dijo [...], México.
BARQUERA, Juan Wenceslao, 1825, Oración Patriótica que pronun-
ció [...], el 16 de septiembre de 1825 por encargo de la Junta
Cívica [...], México, Imprenta de la Federación en Palacio.
BARREDA Y BELTRÁN, José María, 1822, Sermón que en la celebri-
dad de la maravillosa aparición de Nuestra Señora la
Santísima Virgen de Guadalupe predicó en su santuario extra-
muros de la ciudad de Puebla de los Ángeles [...], Puebla,
Oficina de Pedro de la Rosa.
BERUETE, Miguel de, 1974, Elevación y caída del emperador
Iturbide, transcripción, prólogo y notas de Andrés Henestrosa,
México, Fondo Pagliai.
BRINGAS Y ENCINAS, Diego Miguel, Sermón político-moral que para
dar principio a la misión extraordinaria, formada de vene-
rables sacerdotes de ambos cleros, dirigida a la concordia
y unión de los habitantes de esta América y el restableci-
miento de la paz, predicó en la plaza de Santo Domingo de
México el 17 de enero de 1813, y repitió [...], México, Juan
Bautista de Arizpe.
BUSTAMANTE, Carlos María de, 1953, Continuación del Cuadro
Histórico de la Revolución Mexicana, México, Universidad
Nacional Autónoma de México.
Carlos Herrejón, Peredo
74

CAMACHO, Antonio, 1811, Sermón que el día último del solemne


octavario que de orden del limo. Sr. Dr. D. Manuel Abad y
Queipo, Obispo electo de Michoacán, se celebró en esta
Santa Iglesia Catedral de Valladolid, para desagraviar a la
Santísima Virgen de los ultrajes que en su advocación de
Guadalupe se le han hecho en esta última época con motivo
de la insurrección en esta América Septentrional, predicó [...]
el 1o. de mayo de 1811, México, Mariano José de Zúñiga y
Ontiveros.
CARRASCO Y ENCISO, Luis, 1810, Sermón moral del fuego vengador
de la caridad y de la dureza de las palabras con que se han de
redargüir las impiedades de Napoleón y sus sectarios, para el
triduo de rogaciones que con el fin de impetrar los triunfos de
la Religión y la Patria celebraron ante la Imagen Portentosa
de María Santísima de los Remedios las M. RR. MM.
Religiosas Dominicas del Convento de Santa Catalina de
Sena de México, en el 75 de Julio de 1810 y pronunció [...],
México, Casa de Arizpe, Dedicatoria, s.p.
CASTAÑETA Y ESCALADA, José María, 1834, Oración cívica que pro-
nunció en la Alameda de la ciudad federal [...] a 16 de sep-
tiembre de 1834, México, Imprenta de Galván a cargo de
Mariano Arévalo.
CASTILLO LEDÓN, Luis, Hidalgo. Vida del Héroe, México, t. n.
COSTELOE, Michael P., s/a, "16 de Septiembre de 1825: los orí-
genes del día de la Independencia de México", Memorias de la
Academia Mexicana de la Historia, México.
DUBLÁN, Manuel y José María Lozano, 1876, Legislación Mexicana
o colección completa de las disposiciones legislativas expedi-
das desde la independencia de la república ordenada por los
Miguel Hidalgo y Costilla
75

licenciados Manuel Dublán y José María Lozano, México,


Imprenta del Comercio.
GARCÍA, Genaro, 1910, Documentos Históricos Mexicanos, México,
Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, t. m.
HAMILL, Hugh M., 1990, "Comentario", en Memorias del Simposio
de Historiografía Mexicanista, México, Comité Mexicano de
Ciencias Históricas-Gobierno del Estado de Morelos-
Universidad Nacional Autónoma de México.
HERNÁNDEZ LUNA, Juan, 1953, Imágenes históricas de Hidalgo,
México, Universidad Nacional Autónoma de México.
HERREJÓN PEREDO, Carlos, 1985, Hidalgo. Razones de la insurgen-
cia, México, Secretaría de Educación Pública.
, 1985, La Independencia según Ignacio Rayón, México,
Secretaría de Educación Pública.
, 1992, Hidalgo antes del Grito de Dolores, Morelia,
Universidad Michoacana.
, 1997, Du sermón au discours civique au Mexique, 1760-
1834, tesis, Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales,
pp. 84-96, 117-128.
HERRERA, José Manuel [s.a], Oración Patriótica que en la plazuela
principal de la Alameda de México pronunció [...] el 16 de
septimbre de 1829 aniversario del Grito de Dolores, México,
Imprenta del Águila dirigida por José Ximeno.
HUERTA, José de Jesús, 1822, Sermón que en la solemne bendi-
ción de las banderas del regimiento de infantería de la milicial
local de Guadalajara predicó [...] en 25 de marzo de 1822,
Guadalajara, Imprenta de Don Urbano San Román.
,1833, Discurso Patriótico pronunciado en la plazuela
principal de la Alameda de México por [...] el 4 de octubre
Carlos Heriejón Peredo
76

de 7833, día en que se solemnizó la fiesta nacional del 16 de


Septiembre, aniversario del Grito de Dolores, México,
Imprenta del Águila dirigida por José Ximeno.
LEMOINE, Ernesto, 1965, Morelos. Su vida revolucionaria a través
de sus escritos y otros testimonios de la época, México,
Universidad Nacional Autónoma de México.
, 1980, "Sobre los fondos del AGNM referentes a la
Revolución de 1810", Boletín del Archivo General de la Na-
ción, México, julio-septiembre, iv, núm. 3 (13).
LEZAMA, José de, 1810, Exhortación de paz que, descubierta la
infame revolución de Tierra Adentro, predicó [...] en fiesta
de María Santísima de Guadalupe, que celebró el Convento de
Señoras Religiosas de Santa Inés de Monte Policiano para
implorar su Patrocinio dedicándola un nuevo altar el 12 de
enero de 1811, México, Mariano de Zúñiga y Ontiveros.
MORA, José María Luis, 1965, México y sus revoluciones, México,
Porrúa, t. ni.
O'GORMAN, Edmundo, 1964, "Discurso de ingreso", Memorias de
la Academia Mexicana de la Historia correspondiente de la
Real de Madrid, México, julio-septiembre, xxm, núm. 3.
PÉREZ, Herón, manuscrito inédito, Mito e interpretación en la cul-
tura occidental.
PLASENCIA DE LA PARRA, Enrique, 1991, Independencia y naciona-
lismo a la luz del discurso conmemorativo (1825-1867),
México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
POMPA Y POMPA, Antonio (ed.), 1812, Procesos Inquisitorial y
Militar seguidos a D. Miguel Hidalgo y Costilla, México,
Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1960 (reimp.),
Morelia, 1984, pp. 121-122.
Miguel Hidalgo y Costilla
77

QUINTANA ROO, Andrés, 1845, Discurso pronunciado por [...] en el


glorioso aniversario del día 16 de septiembre de 1845,
México, Imprenta del Águila.
ROSA, Luis de la, 1846, Discurso pronunciado en la Alameda de
esta capital por el ciudadano [...] en el solemne aniversario
de la proclamación de la independencia nacional hecha en el
pueblo de Dolores por los héroes de la patria el 16 de sep-
tiembre de 1810, México, Imprenta de Torres.
SÁNCHEZ DE TAGLE, Francisco Manuel, 1830, Arenga Cívica que en
16 de septiembre de 1830, aniversario del glorioso Grito
de Dolores, pronunció en memoria de él, en la plaza mayor de
Méjico [...], Méjico, Imprenta del Águila dirigida por José Ximeno.
TORNEL, José María, 1827, Oración pronunciada por [...] en la
plaza mayor de la capital de la federación, el día 16 de sep-
tiembre de 1827, por acuerdo de la junta de ciudadanos que
promovió la mayor solemnidad del aniversario de nuestra glo-
riosa independencia, México, Imprenta del Águila dirigida por
José Ximeno.
TORRE VILLAR, Ernesto de la, 1988, La conciencia nacional y su for-
mación. Discursos cívicos septembrianos (1825-1871),
México, Universidad Nacional Autónoma de México.
VALLARTA, Ignacio L, 1858, Discurso pronunciado en la ciudad de
Sayula por [...] el día 16 de setiembre de 1858, en solem-
nidad de la gloriosa revolución de la Independencia
Mejicana, Sayula, Imprenta del Ejército Federal.
VÁZQUEZ DE KNAUTH, Josefina, 1970, Nacionalismo y educación en
México, México, El Colegio de México.
ZAVALA, Lorenzo de, 1981, Ensayo Histórico de las Revoluciones
de México desde 1808 hasta 1830, México, Centro de
Estudios Históricos del Agrarismo en México.
gustín
de Iturbide
Carmen Salinas Sandoval
"La calificación de héroe o villano es cosa de la his-
toria pasada, empobrecida."
Guadalupe Jiménez Codinach, México. Los proyectos
de una nación, 1821-1888, México, Fomento Cultural
Banamex, 2001, p. 70.
I momento histórico que vivió Agustín de Iturbide
es muy importante en la historia de nuestro país,
porque es el puente que une el proceso de eman-
cipación del reino de Nueva España respecto de
la metrópoli europea, con el primer gobierno del
México independiente. Ha sido analizado por diver-
sos estudiosos, desde los políticos de la época
hasta los historiadores, que cautivados por el
tema, pretendemos encontrar explicaciones a la
controvertida vida pública de este personaje. A
través de la historia, Iturbide ha recibido diversas
calificaciones que buscan ubicar su personalidad
y su actuación como militar y como gobernante,
dependiendo de la tendencia política del escritor
que a él se refiere; ha pasado de valeroso realista
a cruel y despiadado oficial, de apasionado del
poder a oportunista por su participación tardía en
favor de la independencia, de audaz político al formu-
lar y llevara cabo el Plan de Iguala a político egocén-
trico que ambicionaba la corona, de libertador de
México a traidor a la patria. Su actuación fue tan
variada y convulsionada, que ha permitido todo
tipo de interpretaciones.

81
Carmen Salinas Sandoval
82

Hay dos descripciones de Iturbide realizadas por sus


contemporáneos que ilustran esta polaridad de opiniones.
La primera corresponde a Vicente Rocafuerte, un liberal de
Guayaquil (Ecuador), republicano exaltado y enemigo de la
monarquía:

Su padre lo puso a estudiar [a Iturbide] en el Colegio de


Valladolid, a donde no pudo concluir el curso de filosofía por
vicioso y desaplicado... Desde muy tierno dio pruebas de tener
un corazón cruel y duro... poco le importaba la independencia de
la América y la felicidad de su patria; lo que quería era tener gra-
dos y dinero... Parecerá sin duda una imprudencia imperdonable
a los serviles [borbonistas que fraguaron el movimiento de La
Profesa], haber puesto por agente suyo a un hombre tan desa-
creditado, tan perverso y tan malvado, pero tuvieron presente...
que nunca Iturbide hacía nada por el interés de la patria y el
establecimiento de la libertad... la profunda hipocresía de Iturbide,
su artera política, su conocimiento del terreno, su buena presen-
cia, y sus modales agradables cautivarían a la plebe ignorante...1

La otra opinión, más amigable, proviene de Mariano


Torrente, quien era un español al servicio de la embajada de
su nación en Londres. Era un espía, un asesor político, con
conocimiento de los acontecimientos de cada una de las
provincias americanas.

Como la fama adquirida por Iturbide durante las anteriores cam-


pañas hubiera resonado por todos las ángulos del virreinato de
México, y como estuviese adornado de una gallarda presencia,

1
Rocafuerte, 1984, pp. 7-8, 40-41.
Agustín de Iturbide
83

del porte más fino y amable, de aventajadas luces naturales, de


refinada política y demás cualidades capaces de aprecio de los
pueblos y aun de desarmar a los rebeldes, tal vez sin necesidad
de recurrir a las armas, no fue difícil persuadir al virrey de que
dicho jefe era el más a propósito para aquella empresa [enca-
bezar el movimiento de La Profesa].2

Quedarse con estas descripciones resulta inútil porque


confunden al estudiante, al maestro, al que gusta de la his-
toria; significa quedarse con frases que encajonan a un
actor central, como Iturbide, que tuvo un papel decisivo al
finalizar la guerra de independencia y en el reacomodo de los
grupos políticos que contendían para organizar un gobierno.
Es necesario situar la vida de Agustín de Iturbide en la
problemática de la que formó parte; por ello daré algunos
de sus datos personales inmersos en los sucesos de la
época. No actuó solo, respondió a los requerimientos y al
juego de fuerzas que se desarrollaron; él estuvo determi-
nado por un momento coyuntural que aprovechó en su
beneficio y a su vez dejó una huella indeleble en el devenir
del país. Su personalidad dominante y arrogante, fomen-
tada desde su nido familiar criollo, le permitió actuar como
líder militar en un mundo desgastado, por 10 años de guerra.
También fue galardonado con la corona imperial, en una
"nación" que emergía sin experiencia política, con diversas
facciones que no tenían clara la ruta a seguir pero domi-
nadas por la visión criolla, que no estaba dispuesta a perder
los privilegios alcanzados con la independencia.

2
Torrente, 1989, p. 397.
Carmen Salinas Sandoval
84

Infancia y familia
Iturbide nació el 27 de septiembre de 1789 en la ciudad de
Valladolid (hoy Morelia), en Michoacán; fue bautizado con
los nombres de Agustín Cosme Damián, su padrino de
bautizo fue Lucas Centeno, prior provincial de la provincia
de San Nicolás Tolentino de Michoacán; hecho que señala
que la familia cuidaba sus relaciones sociales con miembros
de la cúpula de poder regional. Fue el hijo menor de cinco.
Sus padres fueron José Joaquín de Iturbide, originario de
Pamplona, España, dueño de importantes propiedades y
María Josefa de Arámburu, criolla de Michoacán pertene-
ciente a una de las principales familias de la región, calificada
como "antigua y noble de Valladolid" y poseedora de un "media-
no caudal". Sus abuelos paternos José de Iturbide y María
Josefa de Arregui, y los maternos Sebastián Arámburu y
doña María Nicolasa Carrillo. 3 Se educó y vivió su infancia
en una familia criollo-española, con reconocimiento moral y
solvencia económica, leal al orden español; aunque tuviera
un parentesco con Miguel Hidalgo y Costilla, por parte de
su familia materna.
Al concluir la primera infancia, desarrolló una especial
afición por la literatura, estudió gramática latina en el semi-
nario conciliar de Valladolid, sin lograr terminar la carrera
de letras, prefiriendo administrar la hacienda de Quirio,
propiedad de su padre. A los 14 años empezó su carrera

3
Alamán, 1985, vol. 5, pp. 52-53, apéndice, p. 6.
Agustín de Iturbide
85

militar y a los 17 años pertenecía al cuerpo militar de infan-


tería de la milicia provincial de Valladolid, a cargo del coro-
nel Diego Obregón conde de Casa Rui, ocupando el cargo
de alférez. Se destacaba por su disciplina y por su obe-
diencia a sus superiores, que estaban bajo las órdenes del
virrey.
El 27 de febrero de 1805 contrajo matrimonio con Ana
María Josefa Ramona Huarte Muñoz Sánchez de Tagle,
proveniente de una familia de la ciudad de Valladolid, tan
distinguida como la suya. Se casaron en esa ciudad, tuvie-
ron ocho hijos y compartieron éxitos y vicisitudes hasta la
muerte de Iturbide.
Para toda la sociedad era habitual hablar de los amores
de Iturbide con la viuda aristocrática María Ignacia Rodrí-
guez de Velasco, apodada la "Güera Rodríguez", quien
rompía con todos los parámetros sociales y religiosos de la
época. Tuvo el atrevimiento de inmiscuirse en política al
apoyar abiertamente a los primeros cabecillas del movi-
miento de independencia en México, por lo que fue citada
por el Santo Oficio de la Inquisición y desterrada temporal-
mente a Querétaro. La controvertida personalidad de su
amante contrastaba con la de su familia, por sus inclinacio-
nes favorables a la lucha emancipadora. Vicente Rocafuerte
describía a la hermosa mujer, por la que, según se mur-
muraba, Iturbide se separaría de su legítima esposa en los
siguientes términos: "Contrajo (Iturbide) trato ilícito con
una señora principal de México, con reputación de preciosa
rubia, de seductora hermosura, llena de gracia, de hechizos
y de talento, y tan dotada de un vivo ingenio para toda intri-
Carmen Salinas Sandoval
86

ga y travesura, que su vida hará época en la crónica escan-


dalosa del Anáhuac."4
La vida privada de Iturbide estuvo inmersa en un privile-
giado nivel de vida, influenciada por los valores del ambiente
rural de las haciendas mexicanas y de la alta esfera militar
colonial, donde había que ascender con el esfuerzo diario
duplicándolo si se quería ocupar los principales puestos,
que generalmente estaban destinados a los europeos.

Realista exitoso
En 1808, Iturbide se marchó con su regimiento a Jalapa,
para cumplir con el acantonamiento y los ejercicios militares
que ordenó en las inmediaciones de esa villa el virrey José
de Iturrigaray. A su regreso a Valladolid, un año después,
fue invitado por José Mariano Michelena, José María Gar-
cía Obeso y el padre Santa María a tomar parte en la conspi-
ración que allí se tramaba. Este movimiento se debe incluir
en las repercusiones que generó en Nueva España, el
vacío de poder provocado por la abdicación de los reyes
españoles a favor de Napoleón y la ocupación francesa que
sufría la península. A partir de estos sucesos, los criollos
inconformes con la política interna vieron la posibilidad de
luchar por la independencia.
Iturbide se negó a participar en esa conspiración por no
creer formal aquel intento y porque estaba entonces dedi-
cado a negocios que aumentarían su fortuna, como la com-

4
Rocafuerte, 1984, p. 21.
Agustín de Iturbide
87

pra de la hacienda de San José de Apeo, en las cercanías


de Maravatío. Tuvo, sin embargo, noticia de todos los pasos
y combinaciones de los conspiradores, por lo que fue acu-
sado de delator. Las autoridades lo llamaron a declarar y no
se comprobó que a causa de sus informes hayan capturado
a los involucrados.
Entre 1810 y 1812, en las Cortes de Cádiz5 se denun-
ció la injusta política que obstaculizaba el desarrollo natural
de los pueblos americanos, que habían quedado bajo el
dominio de los peninsulares; los diputados dedicaron su
atención a cuestiones tan determinantes como la libertad
de imprenta, las leyes de elecciones para los ayuntamien-
tos y para las diputaciones provinciales, la separación de
la autoridad militar de cualquier intervención judicial, el
respeto a los derechos individuales y las bases del sistema
social. El documento emanado de ese ejercicio legislativo,
fue la Constitución de Cádiz, de 1812, cuya vigencia sería
breve. La vuelta al absolutismo, con el retorno de Fernando
Vil al trono español, en 1814, implicó la cancelación tempo-
ral de este esfuerzo liberal: se abolió la Constitución, y se
disolvieron las Cortes e inclusive se encarceló a diputados.

5
EI movimiento emancipador mexicano se desenvuelve en dos planos com-
plementarios: el de la rebelión armada y el de la revolución ideológica liberal. Este
último originado en las Cortes instaladas en Cádiz (España) en 1810, en las
cuales participaron 16 representantes criollos de Nueva España. El pensamiento
liberal de los diputados americanos y peninsulares se plasmó en la Constitución
gaditana de 1812, que propuso cambios fundamentales en la estructura del
gobierno y que con su amplia visión sobre el papel del hombre creó una expec-
tativa optimista sobre la igualdad y libertad de los novohispanos, Lemoine, 1986,
pp. 1656-1659.
Carmea Salinas Sandoval
88

Cádiz significó sólo un aspecto del ansia de libertad que


prevalecía en los territorios hispanoamericanos.
Además de ese camino legal, en el virreinato de Nueva
España había surgido otra vía para lograr las condiciones de
igualdad política. El 16 de septiembre de 1810, encabeza-
dos por el cura Miguel Hidalgo, los americanos despertaron
a la lucha por la independencia; fue entonces cuando las
posibilidades de una nueva nación comenzarían a difundirse.
En 1809, el padre Miguel Hidalgo había invitado a Iturbide a
sumarse a los insurgentes, ofreciéndole el más alto puesto
en el ejército insurgente: teniente general; y si solamente
permanecía neutral en la lucha, le ofrecía no saquear ni
confiscar los bienes de su familia. Agustín se negó, por
considerar que el movimiento carecía de un plan o una
organización que permitiese vislumbrar algún éxito en su
objetivo de obtener la independencia. Iturbide no permane-
ció neutral; cuando los insurgentes se dirigieron a Valla-
dolid, fue a presentarse con el virrey Francisco Javier
Venegas quien lo integró a su ejército. A partir de aquel
momento se convirtió en un incansable perseguidor de los
insurgentes.
Iturbide salió de Valladolid y se unió a las fuerzas de
Torcuato Trujillo, que aguardaba al ejército de los insur-
gentes para disputarles el paso en el fragoso terreno del
Monte de las Cruces. En esta memorable acción fue donde
Iturbide se batió por primera vez; aunque no ganó la batalla
impidió la muerte de muchos realistas, lo que le valió elogios
de sus jefes y fue ascendido a capitán de una compañía del
batallón provincial de Tula. Por otra parte, todavía resulta
Agustín de Iturbide
89

inexplicable por qué Hidalgo, tras esta victoria, no continuó


su lucha hacia la ciudad de México estando a unos pasos de
alcanzarla.
En todos los encuentros y acciones reñidas Iturbide se
distinguió, alcanzando algunas veces a capturar a los
cabecillas, como al invencible insurgente Albino García,
quien tenía su base en Salvatierra y Valle de Santiago, en
Guanajuato.
Todos sus grados y ascensos los alcanzó en el campo de
batalla y en poco tiempo fue nombrado coronel del regi-
miento de Celaya. Situó su cuartel general en Irapuato, y
pronto organizó la defensa de San Miguel, Chamacuero y San
Juan de la Vega, mandando fusilar a muchos insurgentes y
a miembros de la población civil en todas estas expedi-
ciones. No fue más piadoso con sus soldados, en quienes
no admitía ni una señal de cobardía.6
Acudió por orden del virrey a Valladolid que estaba a
punto de ser tomada por José María Morelos y Pavón, el más
relevante jefe insurgente, a finales de 1813. Por mandato
del general Ciríaco del Llano fue a hacer un reconocimiento
a la posición enemiga con 360 hombres y no sólo cumplió con
la orden sino que atacó el campo de Morelos, defendido por
20,000 hombres, que se desbandaron abandonando el campo.
Enseguida acompañó a Del Llano al cerro del Cóporo y a
pesar de haber extendido por escrito su opinión sobre el mal
éxito que tendría el asalto proyectado por el jefe español,
éste lo comisionó para mandar la columna de ataque, pero

6
Krauze, 1994, pp. 97-98.
Carmen Salinas Sandoval
90

fueron rechazadas sus tropas como Iturbide lo había antici-


pado, provocando un extrañamiento a Del Llano.
En 1815, le concedió el virrey el mando de las provincias
de Guanajuato y Valladolid y del Ejército del Norte, donde
varias personas influyentes se quejaron de sus excesos, su
severidad y sus abusos de poder. Antonio Lavarrieta, cura
de la ciudad de Guanajuato presentó un informe detallado
al virrey Félix María Calleja, en junio de 1816, cuestio-
nando severamente la conducta de Iturbide:

...Si la conducta política ha sido mala, la civil no puede haber


sido buena. Toca a ésta en particular el orden interior de los
pueblos. El Sr. Iturbide se ha injerido en todo, ha dispuesto de
los caudales públicos y de los particulares, hasta que se le
mandó acordarse con el Sr. Intendente. Ha publicado leyes sin
autoridad; ha derogado, o que se yo si diga despreciado las
leyes y órdenes de ese superior gobierno. Se ha injerido en
asuntos que no son de su pertenencia. Por ú'timo, se ha hecho
un soberano, pero no justo y amante de sus pueblos, sino de sus
conveniencias; sus enemigos le llaman El Pigmalión de la
América.7

Por la influencia de varias personas Iturbide fue absuelto,


pero se le separó del mando. El obispo electo de Michoacán,
Abad y Queipo, predijo que la fama y victorias de Iturbide
podían ser más adelante fatales para la causa de España,
ya que este jefe justificaba su inclemencia en la lucha con-
tra los insurgentes, manifestando que eran actos de ven-

7
Rocafuerte, 1984, p. 35.
Agustín de Iturbide
91

ganza por los desastres, que en su opinión, los insurgentes


habían ocasionado en la sociedad colonial: "Hidalgo y los
que lo secundaron desolaron el país, destruyeron las fortu-
nas, radicaron el odio contra los europeos, sacrificaron a
millares de víctimas, obstruyeron las fuentes de las rique-
zas, desorganizaron el ejército, aniquilaron la industria, e
hicieron de peor condición la suerte de los americanos."8
A pesar de las acusaciones formuladas contra Iturbide
sobre su cruel conducta como jefe realista, hubo contem-
poráneos importantes, como Lucas Alamán, 9 que acepta-
ban su proceder y no lo consideraron pernicioso para su
futura carrera militar y política como jefe del Ejército
Trigarante. Expuso Alamán: "Aunque Iturbide hacía con
tanto encarnizamiento la guerra a los insurgentes, no por
esto era menos inclinado a la independencia, como casi
todos los americanos".10
A mediados de 1816, Iturbide tuvo que separarse de su
puesto militar, terminaba su participación como realista ini-
ciada en 1810; su labor fue reconocida como ejemplar por
los jefes militares y las autoridades, no así por la población
ligada a los insurgentes. Sus éxitos en las batallas, le dieron
el derecho de abusar de su poder regional, como otros ofi-
ciales lo hacían, ganándose la absolución.

8
Krauze, 1994, p. 100, se cita la Memoria de Iturbide.
9
Lucas Alamán (1792-1853) importante político mexicano defensor del
orden y del centralismo como instrumentos necesarios para lograr el progreso
del país. Fue polémico ensayista y realizó esfuerzos para alentar el desarrollo
industrial guiado por su lúcido liberalismo económico.
10
Alamán, 1985, p. 56.
Carmen Salinas Sandoval
92 :

Después de haberse truncado su exitosa carrera militar,


rentó una hacienda cercana a la ciudad de México, en 1818,
y se dedicó a derrochar el caudal que había acumulado con
sus transacciones comerciales en el Bajío.

De realista a insurgente
En marzo de 1820, con la restauración en España de la
Constitución liberal de Cádiz, expedida en 1812, se
restableció la monarquía constitucional suspendida en
1814. En el régimen virreinal novohispano este cambio
traería consigo las restricciones al poder centralista del virrey
y de las audiencias, reducción al poder de la Iglesia y, la
irrupción de la ciudadanía como factor activo en la vida
pública, con la instauración de las diputaciones provinciales
que habían fomentado la autonomía de las provincias, la
implantación del proceso electoral de los ayuntamientos y
diputados y la libertad de imprenta.
En el virreinato, por todas partes se hacían juntas clan-
destinas de peninsulares para tratar asuntos relativos al
sistema de gobierno que debía adoptarse; unos planeaban
consolidar la Constitución, que mal obedecida era el prelu-
dio de su poca duración, otros querían reformarla en el
reino de Nueva España y otros suspiraban por un gobierno
absolutista, como apoyo a sus empleos y fortunas. Los
criollos deseaban la independencia pero había una gran
división sobre la manera de hacerla y por el gobierno que
debía adaptarse: unos querían exterminar a los europeos y
confiscar sus bienes; los moderados planteaban la posibili-
Agustín de Iturbide
93

Escudo .del primer imperio mexicano.


Guadalupe Jiménez Codinach, México. Los
proyectos de una nación, 1821-1888, México,
Fomento Cultural Banamex. 2001, p. 74.

dad de una monarquía ya fuera absoluta o moderada, con la


Constitución española o sin ella; y los menos, una República
federal o central.11
Un grupo de absolutistas organizó una conspiración
encabezada por dos antiguos inquisidores, enemigos del
liberalismo: el canónigo peninsular Matías de Monteagudo y
el doctor José Tirado, americano, ambos pertenecientes a la
congregación de San Felipe Neri. Pensaban que la sepa-
ración parcial de la Nueva España con respecto a la metrópoli
era la vía más adecuada, para evitar el restablecimiento de la
Constitución española en este territorio y preservar los
fueros y prebendas de los grupos allegados al virrey. Su plan

11
Ibidem. pp. 59-60.
Carmen Salinas Sandoval
94

era declarar en estado de incapacidad a Fernando Vil, por


haber estado privado de su libertad al momento de la jura
de la Constitución, de esta manera daban su fidelidad al rey
y se seguiría gobernando con las antiguas leyes absolutistas,
desconociendo al gobierno liberal de España La conspiración
tenía por centro el oratorio de San Felipe Neri, que por haber
sido la Casa Profesa de los jesuítas había conservado este
nombre. La Profesa se convirtió en el centro de decisión de
los conspiradores. Allí se reunieron jefes militares realistas,
clérigos de alta esfera y ricos comerciantes, para quienes la
independencia aparecía como la única alternativa para apar-
tarse de la influencia liberal, que se imponía con el restableci-
miento de la Constitución de Cádiz, por lo cual necesitaban un
pronunciamiento military al jefe que lo encabezara. Agustín de
Iturbide, aunque se encontraba en receso del bando realis-
ta, fue considerado como el personaje idóneo para alcan-
zar estos objetivos, con base en sus prácticas militares
otrora recriminadas.
El virrey Juan Ruiz de Apodaca no apoyaba abierta-
mente la conspiración, pero tampoco la extinguía porque se
contraponía al liberalismo constitucional; sin embargo, se vio
obligado a proclamar la Constitución gaditana, al finalizar
mayo de 1820, debido a las presiones de la masonería de
Veracruz que ya la había jurado. El objetivo de emanci-
pación parcial de los conspiradores de La Profesa tuvo que
cambiar; ahora pedían una independencia absoluta, ofre-
ciendo la corona del virreinato a Fernando Vil o a uno de sus
hermanos, pero sin incorporar en su proyecto a los grupos
insurgentes.
Agustín de Iturbide
95

El virrey fomentó la participación de Agustín de Iturbide


en la conspiración de La Profesa, al otorgarle, por influen-
cia de Monteagudo, el nombramiento de comandante
general del Ejército del Sur, en noviembre de ese año. El
coronel José Gabriel de Armijo acababa de dejar el cargo,
debido a que el virrey le había pedido su renuncia por no
haber podido derrotar ni al teniente general Vicente Guerre-
ro, principal jefe insurgente que quedaba al sur de la provin-
cia de México, ni a Pedro Ascencio, su segundo. Iturbide
marchó inmediatamente a los distritos de Taxco e Iguala, al
mando de 2,479 hombres, y situó su cuartel general en
Teloloapan. Contaba con el apoyo del virrey en dinero, muni-
ciones y todo lo necesario para dar principio a la campaña.
Viajó con la recomendación virreinal de procurar "atraer a
Guerrero y Ascencio al indulto, evitando en cuanto fuese
posible la efusión de sangre".12
Iturbide conocía el estado de debilitamiento en que se
encontraba el gobierno colonial y sus fuerzas provinciales,
que aunado a su experiencia militar contra los primeros
caudillos insurgentes, motivaron la modificación del proyecto
de La Profesa. Llevó un doble juego durante tres meses; por
un lado con el virrey y los antiliberales de La Profesa, que
querían la independencia sin admitir modificaciones en el
orden gubernamental y sin incorporar los principios emanci-
padores de los insurgentes y de los constitucionalistas; y
por el otro, su relación con otros grupos de criollos realistas
e insurgentes que anhelaban alcanzar la completa indepen-
dencia política, incorporando ideales liberales.

12
Ibidem, p. 67.
Carmen Salinas Sandoval
96

Con mucho tacto comunicó su proyecto de trabajar en


favor de la independencia a sus oficiales, la mayoría estuvo
dispuesta a secundarlo, y creyó tarea fácil acabar con las
guerrillas de Vicente Guerrero y con las de Pedro Ascencio,
situadas al norte y noreste del puerto de Acapulco. Pero en
diciembre de 1820, las fuerzas de Iturbide tuvieron dos fra-
casos, con el triunfo correspondiente de los insurgentes.
Esto le hizo ver la complejidad de su empresa y decidió
atraerá su proyecto a Guerrero. Éste desconfiaba de Iturbide,
pero no le era ajena la idea de realizar una alianza entre
realistas e insurgentes, por el desgaste que había tenido la
lucha insurgente; él mismo se lo había propuesto (en agos-
to de 1820) al coronel Carlos Moya, subordinado del coro-
nel Armijo, para alcanzar la causa común de independizar la
colonia. Moya rechazó la propuesta de Guerrero, la cual
llegó a manos del virrey.13
El 10 de enero de 1821 Iturbide mandó una carta a
Guerrero invitándolo a reconocer el gobierno constitucional
liberal que él estaba promoviendo, aduciendo que en las
Cortes se obtendría la igualdad absoluta ce americanos y
españoles, y que Iturbide defendería esos derechos cuando
viniera a México alguno de los hermanos de Fernando Vil,
si no hiciera justicia a los americanos. El 27 de enero se dio
el último enfrentamiento entre las dos fuerzas, ganando
nuevamente Guerrero, que se había rehusado a secundar a
Iturbide en su primera respuesta del 20 de enero. Iturbide sus-
pendió toda acción militar esperando la aprobación de Guerrero

13
Lemoine, 1986, pp. 1670-1671.
Agustín de Iturbide
97

a su propuesta. Iturbide le mandó una nueva misiva el 4 de


febrero proponiéndole llevar a cabo una conferencia, en un
punto cercano a Chilpancingo. Después de algunas nego-
ciaciones se realizó la entrevista el 14 de marzo en Teloloa-
pan; Iturbide aseguró a Guerrero que sólo quería la verdadera
libertad de América y poner en práctica el Plan de Iguala,
proclamado el 24 de febrero de 1821. Después de varias
aclaraciones se selló la unión entre realistas e insurgentes, tal
vez a través del famoso "Abrazo de Acatempan", que a cien-
cia cierta no se sabe si se produjo. Guerrero y sus casi 4,000
hombres se comprometieron a defender la línea del sur,
mientras Iturbide abría su campaña diplomática hacia el cen-
tro y el occidente, presentándose como el jefe del Ejército
Trigarante.14
Lucas Alamán explica que para Iturbide esa entrevista
fue "un mal por el que había sido preciso pasar, para no
impedir o detener la revolución"; que fue un trámite
desagradable pero necesario para su ambicioso proyecto
de unificar dos ejércitos enemigos. Señaló que Iturbide tuvo
que tolerar el aspecto desaliñado de Guerrero, con su
atuendo y su cabello crespo y muy crecido, propio de un
mestizo con alto porcentaje de sangre negra, y el de sus
soldados, casi todos contagiados por el "mal del pinto", que
les manchaba su piel de diversas formas. La antipatía entre
el ejército realista y los insurgentes fue insuperable; las
tropas de Guerrero y Ascencio (importante líder insurgente
que Iturbide no pudo atraer a su movimiento) las formaban

14
Ibidem, pp. 1673-1675.
Carmen Salinas Sandoval
98

personas del campo, donde cada habitante participaba en


la lucha de manera espontánea, contrastando con la forma-
ción militar del ejército real.15
Guerrero expresó posteriormente que aceptó la propuesta
que le hizo Iturbide porque dijo "llegué a entender que era el
camino menos peligroso para lograr nuestra emancipación...
y aunque repugnaba dicho plan a mis ideas, porque se le
daba una fuerza de ley, y contenía los fundamentales del
Estado, no me costó violencia aceptarlo". 16
El Plan de Iguala era menos intolerante que el de los
canónigos de La Profesa; intentó aglutinar las principales
fuerzas del momento. Plasmó su programa libertador y la
organización que adoptaría el nuevo Estado. Creyó amal-
gamar todos los intereses al bosquejar un proyecto que
daba orden a la revolución incorporando un ideal bien conce-
bido, llamado de las Tres Garantías. Tomó varios objetivos
reivindicatoríos de diferentes grupos conspiradores, incluso
del de La Profesa, y recogió los ideales insurgentes, pero
que eran finalmente imposibles de lograr sin lastimar inte-
reses encontrados, como se demostró unos meses después,
con la pugna entre los grupos: gobernantes y sectores popu-
lares; militares y letrados liberales; alto clero y clérigos pro-
gresistas; monárquicos y republicanos; constitucionalistas y
absolutistas; borbonistas e iturbidistas.
Los puntos principales del Plan de Iguala fueron: reco-
nocer la supremacía de la religión católica "sin tolerancia

1,5
Alamán, 1985, pp. 148-149.
1,6
"Manifiesto del ciudadano Vicente Guerrero a sus compatriotas, 16 de
mayo de 1823", en Independencia Nacional. Consumación, 1987, p. 208.
Agustín de Iturbide
99

de otra alguna"; liberar a Nueva España del yugo de toda


nación; gobernar con una monarquía moderada con arreglo
a "una constitución peculiar y adaptable al reino"; nombrar
como emperador a Fernando Vil u otro miembro de la casa
reinante española; elegir los integrantes de una Junta como
gobierno provisional; incorporar la categoría liberal de ciu-
dadano; aceptar la posibilidad de laborar de acuerdo al
mérito y las virtudes personales y no por privilegios estamen-
tales; respetar toda propiedad; asegurar los fueros del clero
secular y regular; proponer el ejército de las Tres Garantías
y formar la milicia nacional. Establecía pocas transforma-
ciones esenciales con el antiguo régimen; al contrario, con-
servaba en todos sus fueros y preeminencias al alto clero
y defendía a la religión católica de las amenazas gadi-
tanas. 17
Iturbide consultó el Plan de Iguala con personas con
poder civil o militar en todas las provincias, quienes lo apro-
baron. Según el plan, el ejército unificado con las fuerzas
insurgentes y realistas se llamaría Trigarante, porque garan-
tizaría tres puntos fundamentales: a) la unión entre penin-
sulares y americanos ofreciendo a los primeros un asilo y el
respeto a sus bienes, b) la religión católica heredada de la
época colonial, y c) la absoluta independencia de los mexi-
canos respecto a España y a cualquier otra nación, con la
facultad de darse leyes. Expuso el propio Iturbide la impor-
tancia del Plan de Iguala:

17
Ibidem, pp. 146-152, "Plan de Iguala y proclama con que lo anunció D.
Agustín de Iturbide".
Carmen Salinas Sandoval
100

...garantía de la religión que heredamos de nuestros mayores:


a la casa reinante de España proponía el único medio que le
restaba para conservar aquellas dilatas y ricas provincias: a los
mexicanos concedía la facultad de darse leyes y tener su territo-
rio de gobierno: a los españoles ofrecía un asilo, que no habrían
despreciado, si hubieran tenido previsión: aseguraba los dere-
chos de igualdad, de propiedad, de libertad, cuyo conocimiento
ya está al alcance de todos, y una vez adquiridos, no hay quien
no haga cuanto está en su poder para conservarlos o para rein-
tegrarse a ellos. El Plan de Iguala destruía la odiosa diferencia
de castas: presentaba a todo extranjero la más segura y cómoda
hospitalidad: dejaba expedito el camino al mérito para llegar a
obtener: conciliaba las opiniones razonables y oponía un valladar
impenetrable a las maquinaciones de los malvados.18

El 2 de marzo las fuerzas de Iturbide juraron el Plan de


Iguala, aunque desde el 24 de febrero se lo había comuni-
cado al capitán general y jefe político de la Nueva España,
Juan Ruiz de Apodaca (virrey desde el restablecimiento de
la Constitución de Cádiz), quien lo rechazó públicamente
(el 3 de marzo), al igual que las Cortes españolas. Ondeó
por primera vez el pabellón tricolor que sintetizaba el Plan
de Iguala, con sus tres colores en franjas diagonales blanco,
verde y rojo con una estrella en cada color. El blanco sim-
bolizaba la religión católica, el verde la independencia y el
rojo la corona española.
Es de reconocerse la labor diplomática de Iturbide, que
realizó a través de cartas y entrevistas personales logrando
orientar la opinión pública y la acción de muchos simpati-

18
Alamán, 1985, p. 122.
Agustín de lturbide
101

zantes del movimiento de independencia hacia el Plan de


Iguala, sobre todo entre los miembros del ejército real y el
clero.
El efecto político a favor del Plan de Iguala se sintió
rápidamente entre la oficialidad realista y las tropas insur-
gentes. La tropa realista dispersa en todo el virreinato,
sumaba 30,000 hombres, la mayoría de ellos apoyó a ltur-
bide. Uno tras otro, los cuerpos del ejército se unificaron en
torno a lturbide; sólo los cuerpos expedicionarios apoyaron
incondicionalmente al gobierno español. El alto clero y los
propietarios sostuvieron el movimiento de unificación dado
por el Plan, con su fuerza económica y moral; con excepción
del arzobispo de México.19
Personajes realistas como José Joaquín de Herrera,
Luis Cortázar, Anastasio Bustamante se adhirieron al plan.
En mayo, lturbide logró la adhesión de las fuerzas realistas
del coronel Miguel Barragán, del teniente coronel Joaquín
Parres y del coronel Luis Quintanar. Del Bajío pasó a Queré-
taro y a Puebla. Después de la entrevista con Guerrero,
lturbide se dirigió a Michoacán y el Bajío donde pudo avan-
zar en la región dominada por los insurgentes y negociar
con importantes cabecillas.
En la provincia de Veracruz el capitán Antonio López de
Santa Anna resistía en Orizaba al insurgente Francisco
Miranda, hasta que llegó José Joaquín de Herrera, al
finalizar marzo de ese año. El mes siguiente, Santa Anna
ocupó el puerto de Alvarado y en mayo obligó a capitular a

19
Villoro, 1999, p. 196; Lemoine, 1986, p. 1676.
Carmen Salinas Sandoval
102

los defensores de Jalapa. Iturbide logró convencer al jefe


insurgente Nicolás Bravo para adherirse al plan.
En Guadalajara, en junio, el general Celestino Negrete y
el coronel José Antonio Andrade proclamaron la indepen-
dencia. Sin embargo, el general realista José de la Cruz,
que estaba situado en el Bajío huyó al norte, donde fue
perseguido por el general Negrete en Zacatecas, rindién-
dose en Durango, en julio de 1821. De marzo a julio los
acontecimientos militares por la independencia, entraron en
su última etapa.
Durante los meses de junio y agosto siguió el avance
proindependentista: Iturbide ocupó Tlaxcala, Vicente
Filisola la ciudad de Toluca y se juró la independencia en el
puerto de San Blas. En Oaxaca, el ex capitán realista
Antonio León proclamó la independencia en Huajuapan y
logró la capitulación de la ciudad de Oaxaca.20
Ante las victorias trigarantes, las tropas expedicionarias
recién llegadas de España, se exasperaron y resolvieron
destituir, el 5 de julio de 1821, al capitán general Ruiz de
Apodaca, por considerarlo inepto para controlar la situación
ya que le atribuían el deterioro de las fuerzas armadas. En
su lugar se quedó el mariscal de campo Francisco Novella,
sólo por unas semanas, en vista de que el 30 de julio,
desembarcaba en Veracruz el nuevo capitán general y jefe
político superior de Nueva España, Juan O'Donojú, famoso
por sus ideales liberales y anticolonialista; quien fue con-
siderado en la metrópoli el adecuado para conciliar intere-
ses. Ante la independencia que estaba prácticamente con-

20
Independencia Nacional. Consumación, 1987, pp. 153-154.
-JJ

Agustín de Iturbide
103

Acta de Independencia del Imperio Mexicano, 28 de septiembre de 1821.


Guadalupe Jiménez Codinach, México: su tiempo de nacer. 1750-1821, México,
Fomento Cultural Banamex, 1997, p. 258.
Carmen Salinas Sandoval
104

sumada, el 24 de agosto O'Donojú reconocía la emanci-


pación del reino novohispano, firmando con Iturbide el
Tratado de Córdoba, que reproducía el Plan de Iguala con
algunas modificaciones. La principal fue la sustitución del
archiduque Carlos de los Habsburgo por el príncipe Borbón
Carlos Luis, como posible emperador, y otra modificación
fue que de no aceptar la Corona los Borbones, el Con-
greso designaría al emperador, sin condición de nobleza.
Nuevamente Iturbide hizo gala de sus dones políticos en la
entrevista con O'Donojú manifestándole: "Supuesta la buena
fe y armonía con que nos conducimos en este negociado,
supongo que está muy fácil cosa que desatemos el nudo sin
romperlo."21
O'Donojú justificó su actuación ante el gobierno de
Madrid explicando que todas las provincias de Nueva
España habían proclamado la independencia, que había un
ejército de 30,000 soldados y un pueblo armado, donde se
habían propagado las ideas liberales. Cuando se refirió a
Iturbide apuntó:"... puesto a la cabeza de las tropas un jefe
que supo entusiasmarlos, adquirirse su concepto y su
amor, que siempre los condujo a la victoria y que tenía a
su favor todo el prestigio que acompaña a los Héroes".22
Como lo había ofrecido O'Donojú, las tropas expedi-
cionarias salieron de la capital el 21 y 22 de septiembre,
sin que se derramara más sangre y con una capitulación

21
"La entrevista, en Córdoba, de Iturbide y O'Donojú según Bustamante,
Cuadro histórico", en Lemoine, 1986, p. 1681.
22
Independencia Nacional, 1987, p. 181, "Juan O'Donojú al Secretario de
Estado y del Despacho de la Gobernación de Villamar, 31 de agosto de 1821."
Agustín de Iturbide
105

honrosa, venciendo la resistencia de Novella y la de los


peninsulares de la capital. Iturbide lograba concluir la guerra
prolongada por 11 años en busca de la independencia del
virreinato de Nueva España y empezaba la lucha incansable
de los mexicanos, por encontrar el proyecto de gobierno
capaz de consolidar la nación; lucha que duraría cinco
décadas. Le tocó a Iturbide empezar a probar la vida inde-
pendiente con una forma de monarquía moderada constitu-
cional, expuesta en el Plan de Iguala y el Tratado de
Córdoba.
Llegó a su fin el movimiento iniciado por Miguel Hidalgo,
con otra realidad y otros objetivos. La lucha de 1810 tenía
poco que ver con la de 1821, pero fue posible la vinculación
de realistas e insurgentes a través del Plan de Iguala, que
reivindicó antiguas ideas del antiguo régimen frente a las
innovaciones del liberalismo gaditano.
Además es importante señalar, de acuerdo con Benson,
que México se hizo independiente no sólo gracias a Iturbide
y a los líderes insurgentes, sino también gracias a los esfuer-
zos de los diputados mexicanos que lucharon en el terreno
legislativo, para dar forma a la Constitución liberal de 1812 e
incluir en ella la autonomía provincial y nacional, y al nom-
bramiento de Juan O'Donojú como capitán general y jefe
político de Nueva España.23
El 27 de septiembre de 1821 (cumpleaños 38 de Itur-
bide) el Ejército Trigarante entró a la ciudad de México, con
un número aproximado de 16,000 hombres. La mayoría de

23
Benson, 1994, p. 91.
Carmen Salinas Sandoval
106

la sociedad atribuyó a Iturbide el mérito principal de la con-


sumación de la independencia, así como la gloria de haber
sido el creador del plan que le dio fundamento. Lucas
Alamán describió la fiesta popular de ese día especial: "La
alegría era universal, y puede decirse que este ha sido en
todo el largo curso de una revolución de cuarenta años, el
único día de puro entusiasmo y de gozo."24

De jefe del Ejército Trigarante a emperador


El momento de optimismo y júbilo vivido durante el festejo
de la consumación de la independencia, se opacaba con las
condiciones socioeconómicas en las que se encontraba el
nuevo país: un extenso territorio (con un poco más de 200,000
leguas cuadradas) que abarcaba desde el río Arkansas y
la Alta California hasta Centroamérica; la hacienda pública
había venido a menos durante la guerra, pero aún hubiera
podido recuperarse, si los grandes capitales en manos de
peninsulares, que significaban las cuatro quintas partes, no
se hubieran retirado; gente sin trabajo en el campo, los
obrajes y las minas; una importante deuda interna (que
ascendía a 76,286 pesos); la desarticulación de regiones
que se encontraban poco vinculadas entre sí, porque cada
región estaba organizada en torno de sus propias oligar-
quías coloniales; un pésimo estado del transporte; una com-
pleta falta de integración del mercado interno; la pérdida del
dinamismo en las zonas agrícolas que hcibían sido más

24
Alamán, 1985, pp. 332-333.
Agustín de Iturbide
107

prósperas durante la Colonia y una desastrosa crisis minera


debido a que las minas habían sido inundadas y sus vetas
perdidas. En esta situación pensar en cualquier contribu-
ción hubiera conducido a un fracaso. Por lo prolongado del
movimiento de independencia se agudizaron las penurias
del erario y las fuentes de riqueza nacional estaban en
decadencia.
El 28 de septiembre de 1821 (de acuerdo con el Plan de
Iguala) se nombró a los 38 integrantes de la Junta Provisional
Gubernativa, cuya tarea principal era la organización de las
elecciones para integrar las Cortes. La junta de inmediato
expidió el Acta de Independencia, resolvió que tendría la
representación nacional hasta la reunión de las Cortes
nombrando una Regencia compuesta por cinco personas,
que ejercerían el Poder Ejecutivo mientras el monarca ocu-
paba su puesto. La Regencia constituyó la prolongación
directa del gobierno colonial en las personas de su último jefe
político superior, O'Donojú, de un secretario del virreinato,
Manuel Velásquez de León, del oidor de la Audiencia de
México, José Isidro Yáñez y de Manuel de la Barcena (gober-
nador del obispado de Valladolid) como representante del alto
clero, todos ellos compartiendo el poder con Iturbide, a quien se
nombró presidente de la Regencia.25 Se establecieron cuatro
ministerios, y en el orden militar cinco capitanías militares:
Anastasio Bustamante, Pedro Celestino Negrete, Manuel de
Sotarriva, Domingo Estanislao de Luacez y Vicente Guerrero,
fueron designados para encabezarlas.

25
Villoro, 1999, p. 199.
Carmen Salinas Sandoval
108

La Junta nombró a Iturbide generalísimo de mar y tierra


y le dio el título de "Alteza Serenísima" Sus poderes y
deberes al ostentar estos cargos fueron: comandar todas
las fuerzas de tierra y mar, incluyendo la capacidad de otor-
gar los nombramientos desde el general de brigada, coman-
dantes de provincias y capitanes generales; y sería además
el protector del comercio, de la navegación, del orden local
y los puertos.26
La Junta convocó a la elección de los diputados, en
noviembre. Serían 162 diputados y 29 suplentes. El Primer
Congreso Constituyente se instaló en el antiguo templo
de San Pedro y San Pablo el 24 de febrero de 1822, primer
aniversario de la proclamación del Plan de Iguala. Repre-
sentaban a los grupos criollos privilegiados (clero, ejército,
comercio, propietarios, un incipiente grupo de profesionistas)
repartidos en tres tendencias políticas: los borbonistas, los
republicanos y los iturbidistas, con supremacía de los pri-
meros, que sellaron endebles alianzas con los republicanos, a
través de las logias masónicas "escocesas" para poner tra-
bas al gobierno de Iturbide. Desde un principio, estos gru-
pos reclamaron para el Congreso la representación popular
y soberana de que carecía, Iturbide, en su calidad de presi-
dente de la Regencia, se las concedió, sin advertir que crea-
ba una dualidad de poder.
A principios de mayo de ese año, se recibió la noticia
que las Cortes españolas no habían aprobado el Tratado
de Córdoba, lo que estimuló los planes de los iturbidistas

26
Anna, 1991, p. 39.
Agustín de Iturbide
109

que aspiraban a ungir como emperador a su caudillo. El 18


de mayo el Regimiento de caballería núm. 1 encabezó una
manifestación del pueblo en la ciudad de México, vitoreando
a Iturbide como emperador. Iba al frente el sargento Pío
Marcha. El ejército acantonado en la capital pedía a los
diputados que deliberaran sobre su proclama. A pesar de
sus diferencias con Iturbide, el Congreso decretó que sería
el emperador, considerando que las Cortes de España
declararon nulo el Tratado de Córdoba.27 Reconocieron que
su elección obedecía a la presión militar y a la del "popula-
cho" urbano. La coronación de Iturbide como emperador y
de su esposa Ana María como emperatriz, se celebró en
la catedral metropolitana, el 21 de julio. Iturbide fue coro-
nado por el presidente del Congreso, ya que el arzobispo
de México, Pedro José de Fonte, se había retirado a
Cuernavaca, rehusándose a reconocer la independencia.
Fue una ceremonia suntuosa y artificialmente fabricada,
por la carencia de tradiciones en la sucesión de la realeza
y por el aura de esplendor imperial con la que quiso envol-
verse Iturbide.28
En el discurso que éste ofreció después de la coronación
manifestó las bases de su gobierno: la religión católica, la
independencia de las autoridades españolas, la unión de los
mexicanos y la justicia. En ese orden lo expuso, manifestando
la prioridad de los asuntos. Creía firmemente en el orden
dado por las leyes y por la Constitución como fundamentos
sociales. En su proyecto hubo cabida para los grupos privi-

27
Alamán, 1985, apéndice, p. 68, doc. 21.
28
Anna, 1991, p. 93.
-J

Carmen Salinas Sandoval


.10

Militar de la época de Iturbide.


Guadalupe Jiménez Codinach, México: su
tiempo de nacer, 1750-1821, México,
Fomento Cultural Banamex, 1997, p. 235.

legiados: la "fortuna de los opulentos", "los robustos brazos


del ejército libertador" del lado realista y los ministros del
santuario; pero no para los líderes y la tropa insurgentes y
por tanto quedaron fuera sus reivindicaciones; sólo hacía
votos para que la población fuera dócil. Reconoció en su
discurso que "el pueblo" era quien lo había elegido y que el
Congreso únicamente confirmó los sufragios.29
Junto con la coronación, el Congreso autorizó la creación
y los estatutos de la Orden Imperial de Guadalupe, que se
habían decretado meses antes. Los miembros de la orden ha-
brían de constituir el equivalente a una aristocracia para el
nuevo imperio. La orden otorgaba tres rangos a sus distin-
guidos miembros designados por el emperador Iturbide,
quien fue elevado a la dignidad de Gran Maestre de la

29
S.M. Emperador después de haber jurado en el Congreso, pronunció el
discurso siguiente, Rocafuerte, 1984, pp. 235-240.
Agustín de Iturbide
111

orden. La gran cruz, que era el primer rango, se reservó


para los principales de la familia imperial, varios obispos, el
arzobispo de Guatemala, a generales importantes (entre
ellos a Guerrero) y a los principales miembros de la corte.30
También se autorizó la acuñación de monedas de plata
con el busto del emperador y se dieron las bases legales
para el escudo y la bandera del imperio. Ésta tenía los mis-
mos tres colores que en la bandera trigarante, pero perpen-
dicularmente acomodados y en otro orden: verde, blanco y
rojo, en el blanco llevaba un águila coronada con las alas
abiertas y posada sobre un nopal (símbolos similares a los
de la bandera actual). Escudo que recordaba al que utilizó
Morelos en la lucha independiente.
Iturbide mantuvo la postura de que su asunción al trono
fue una carga que él no habría elegido. Así lo justificó ante
Simón Bolívar, Presidente de la República de Colombia, en
mayo de 1822, al precisarle que con su coronación no cam-
biaría la armonía entre ambos países, porque las dos
naciones eran libres e independientes, con el gobierno que
cada una había elegido, reconociendo México a Colombia
como una República soberana: "¡Cuan lejos estoy de con-
siderar un bien lo que impone sobre mis hombros un peso
que me abruma! Carezco de la fuerza necesaria para
sostener el cetro; lo repugné, y cedí al fin para evitar males
a mi Patria, próxima a sucumbir de nuevo, si no a la antigua
esclavitud, a los hombres de la anarquía".31

30
Anna, 1991, pp. 92-93.
31
"Al Generalísimo Simón Bolívar, 29 de mayo de 1822", Cuevas, 1947,
pp. 348-349.
Carmen Salinas Sandoval
112

Declaración que contrasta con la aseveración de sus enemi-


gos: "la corona probaba la ambición cumplida de Iturbide".
Es probable que aceptara la corona, dejándose guiar por sus
aduladores amigos, como expresó Fernández de Lizardi, que
le alimentaron su egocentrismo, sin dejarlo escuchar las
voces iracundas.
Pasadas las fiestas de la coronación, se incrementaron
los problemas con el Congreso. Éste objetó: el poder de
veto del emperador principalmente en lo relativo a las leyes
constitucionales; obstruyó asuntos que dinamizarían la
economía, que lo llevaron a imponer los préstamos forzosos
y a establecer diversas contribuciones que provocaron dis-
gusto en las provincias; bloqueó la designación imperial de un
Supremo Tribunal de Justicia; se opuso al deseo de Iturbide
de establecer comisiones o tribunales para establecer jus-
ticia en las provincias, en casos militares y civiles; pospuso
el debate de una nueva constitución y participó en conspira-
ciones dentro de las logias masónicas. Ante ello, Iturbide
ordenó el arresto de varios diputados (entre ellos Carlos
María de Bustamante y fray Servando Teresa de Mier), afir-
mando que la nación estaba cansada de las disputas entre
los dos poderes.32
La lucha del Congreso por ejercer y usar los poderes de
su soberanía hizo imposible la tarea del emperador. Frente a
la frustración de un Congreso que no había empezado con su
tarea de estructurar la Constitución, Iturbide actuó precipi-
tadamente al disolver el Congreso, el 31 de octubre de 1822,

32
Krauze, 1994, pp. 109-110.
u.

Agustín de Iturbide
113

Bandera de las Tres Garantías, 1821.


Guadalupe Jiménez Codinach, México: su tiempo de nacer, 1750-1821, México, Fomento
Cultural Banamex, 1997, p. 232.

y crear en su lugar la Junta Nacional lnstituyente. 3 3 Para jus-


tificar esta disolución del Congreso Iturbide expuso:

La Nación confiaba que el Congreso constituyente dictara leyes


sabias que organizaran el Gobierno e hicieran la felicidad del
Imperio... lejos de cumplir con exactitud sus deberes, entró en
empeños muy distantes de su instituto, arrogándose títulos y
atribuciones que no le corresponden y viendo una fría indiferen-
cia a las necesidades del Estado, la administración de la justicia,
la suerte de los empleados y las miserias del Ejército.34

33
Anna, 1991 p. 107.
34
"Decreto de Agustín de Iturbide, 11 de octubre de 1822", Cuevas, 1947,
p. 356.
Carmen Salinas Sandoval
114

Entre diciembre de 1822 y marzo de 1823, la disolución


del Congreso fue usada por los oficiales dei ejército imperial
como el símbolo de la oposición contra el emperador.
Surgieron varios movimientos aislados y sin mayor respaldo,
hasta que surgió el Plan de Casa Mata. El primero en suble-
varse fue el brigadier Felipe de la Garza, comandante de
Nuevo Santander, quien consideró que se había roto el
Tratado de Córdoba y sugería que se adoptara la forma
republicana de gobierno, para lo cual ofrecía el apoyo de su
milicia.
Poco después apareció la sublevación de Santa Anna,
que proclamó, el 2 de diciembre de 1822, el Plan de Veracruz,
considerado de la autoría de Miguel Santa María (opositor
declarado de la monarquía de Iturbide). Expuso la violencia de
que fue objeto el Congreso, por la prisión de algunos dipu-
tados y por su disolución, proponiendo la anulación del nom-
bramiento de emperador a Iturbide y la reunión del Congreso,
para que declarara la forma de gobierno más adecuada a la
nación.
Vicente Guerrero, que tenía a su mando la capitanía
general de la provincia del Sur, y Nicolás Bravo se suble-
varon el 13 de enero de 1823, proponiendo restituir al
Congreso, sin pedir cambio en el sistema de gobierno. El
mariscal José Antonio Echeverri, fiel representante de la ma-
sonería española, se rebeló con parte de las tropas impe-
riales, constituyendo una traición por parte de los oficiales
del emperador, que plasmaron su inconformidad en el Plan de
Casa Mata, el 1o. de febrero de 1823. En el plan pedían la
instalación de un nuevo Congreso pero sostenido por el
Agustín de Iturbide
115

ejército, quien apoyaría al emperador. Tuvo rápidamente adhe-


siones militares y civiles; se adhirió el marqués de Vivanco
en Puebla y el general Pedro Celestino Negrete, decano
del Consejo de Estado, quien había sido mandado por
Iturbide para lograr un acuerdo con los sublevados. Cuando
se empezaron a adherir las diputaciones provinciales, el
ambiente de rebeldía se generalizó, principalmente porque
el plan reconocía la autonomía de las provincias; fuerza
regional que Iturbide no había tomado en cuenta en su go-
bierno. Con la adopción del Plan de Casa Mata por casi
todas las provincias, en un periodo de seis semanas, el impe-
rio quedó dividido en provincias o estados independientes.35
Ante la ebullición social y la hostilidad de la mayoría del
ejército, el emperador reinstaló el Congreso, el 4 de marzo,
celebrándose su primera sesión el día 7, y como continua-
ban las fricciones y los obstáculos para gobernar, Iturbide
abdicó el 19 de marzo de 1823. Expuso los motivos en el
escrito siguiente que entregó al Congreso:

La corona la admití con suma repugnancia, sólo por servir a la


patria; pero desde el momento en que entrevi que su conservación
podría servir si no de causa, al menos de pretexto para una
guerra intestina, me resolví a dejarla... Mi presencia en el país
sería siempre pretexto para desavenencias, y se me atribuirían
planes en que nunca pensara. Y para evitar aún la más remota
sospecha, me expatriaré gustoso y me dirigiré a una nación
extraña.36

35
Benson, 1994, p. 137.
36
Arma, 1991, p. 221.
Carmen Salinas Sandoval
116

La Junta Nacional Instituyente había concluido que el sen-


tido del Plan de Casa Mata era sustituir el imperio por la
República, aunque sus líderes no lo expusieran así. De ahí
la importancia de este plan para el advenimiento de la
república federal. El plan de Casa Mata fue el golpe de gra-
cia al breve reinado de Agustín I, fue el fin de un sueño del
México unido, libre e independiente fomentado por el Plan
de Iguala. El reinado de Agustín duró 10 meses, de mayo de
1822 a marzo de 1823, su imperio no fue derrotado porque no
luchó contra los conspiradores, simplemente abdicó cuando
no pudo controlar las relaciones con el Congreso y con los
oficiales.
La desintegración del imperio empezó desde dentro con
la falta de entendimiento entre el Ejecutivo y el Legislativo
y con la traición del ejército imperial. Con la abdicación de
Iturbide se cerró un pasaje importante de nuestra historia,
que consta de cuatro etapas: a) la construcción del primer
proyecto de gobierno para el México independiente, plas-
mado en el Plan de Iguala; b) su aceptación por la mayoría
de las fuerzas políticas del momento (insurgentes, realis-
tas, borbonistas, liberales); c) la puesta en práctica de una
monarquía constitucional moderada, primero con una Regencia
y luego con un emperador mexicano, y oí) la descomposi-
ción interna del imperio, que se convirtió en una oposición
generalizada de las provincias. En todas las etapas, la figura
central fue Iturbide, a quien faltó experiencia política para
gobernar equitativamente y seguir conservando la unión que
logró con el Plan de Iguala. En 1823 con la efervescencia
que vivía el país, era casi imposible organizar y aglomerar
Agustín de Iturbide
117

diversos intereses. Así lo demostraron las siguientes cinco


décadas, donde el país pasó por la República federal, la cen-
tral, la dictadura y la monarquía extranjera. A partir de
Iguala se hizo uso de planes políticos, pronunciamientos,
traiciones e intrigas; fue una manera de hacer política, quizá
la más importante, hasta la República Restaurada.

Fusilamiento
El día 30 de marzo de 1823 salió Iturbide de Tacubaya para
empezar su exilio. Un día después, el Congreso encargó el
gobierno a un Supremo Poder Ejecutivo compuesto por
Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria y Pedro Celestino
Negrete. Por ausencia de los dos primeros se eligieron
como suplentes a José Mariano Michelena y José Miguel
Domínguez. Se nombraron los ministros, resultando como
ministro de Relaciones Exteriores e Interiores Lucas
Alamán, quien fue el ministro clave para dirigir el gobierno,
funcionando como un poder articulador hasta la creación de
la República federal.
El 7 de abril, el Congreso formuló un dictamen (aproba-
do por 106 diputados de un total de 162) que trató torpe-
mente de borrar sus anteriores resoluciones políticas, al
negar la validez del Plan de Iguala y del Tratado de Córdoba,
como bases del primer gobierno mexicano e incluso pusieron
en duda su propia legitimidad como representantes de la
nación. Dispuso que la coronación de Iturbide había sido
una obra de violencia, de fuerza y de derecho nulo; por con-
siguiente, declaró ilegales todos los actos emanados de esa
Carmen Salinas Sandoval
118

Loa a Iturbide.
Durante el siglo xix era común escribir loas a los héroes de la patria.
Guadalupe Jiménez Codinach, México: independencia y soberanía, México, S.G., Archivo
General de la Nación, 1996, p. 64.
Agustín de Iturbide
119

coronación. Declararon que no había lugar a la abdicación


que hizo Iturbide de la Corona, porque no reconocían la
existencia de su Imperio. Como consecuencia de declarar
insubsistentes el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba,
la nación quedaba en libertad para constituirse en otra
forma de gobierno.37
Iturbide y su familia llegaron a Veracruz escoltados por
Nicolás Bravo, quien trató de conducirlo de hacienda en
hacienda para no entrar a las poblaciones. Se embarcó en La
Antigua, Veracruz, el 11 de mayo, en la fragata "Rowllins"
con dirección a Liorna, Italia. Lo acompañaron 28 personas:
su esposa e hijos, los padres José Treviño y José López, la
familia de Francisco de Paula Alvarez, su sobrino José
Ramón Malo y 10 criados. Llegaron el 2 de agosto pudiendo
desembarcar sólo un mes después por normas de sanidad
pública. Ahí se instaló con su numerosa familia de acuerdo
con la pensión anual concedida por el gobierno de 25,000
pesos.38
En Liorna tuvo temores de que la Santa Alianza, en
combinación con Fernando Vil, se apoderara de su persona
por su liderazgo para concluir la independencia. Ante eso,
decidió ir a Londres, saliendo por tierra el 10 de diciem-
bre de 1823, llegando al puerto de Ostende, en Bélgica, en
donde se embarcó rumbo a Londres. Llegó el 1o. de enero
acompañado por sus dos hijos mayores, Mariano Torrente, su

37
Cuevas, 1947, pp. 100-103.
38
Alamán, 1985, pp. 753-754.
Carmen Salinas Sandoval
120

sobrino, el padre Treviño y el intérprete italiano Macario


Merondini.
El 13 de febrero de 1824, Iturbide informó al Congreso
mexicano su cambio de residencia de Liorna a Londres,
dándole a conocer la disposición en que estaba de prestar
sus servicios al gobierno de México, cuya independencia
corría peligro por los esfuerzos que hacía el gobierno
español para reconquistar sus antiguas colonias; argu-
mentaba tener los documentos comprobatorios de las intri-
gas españolas.
Mientras Iturbide volvía a México, el Segundo Congreso
Constituyente expedía el decreto del 16 de marzo de 1824,
en el cual se consideraba como "traidor y fuera de la ley a
D. Agustín de Iturbide, siempre que bajo cualquier título se
presente en algún punto del territorio mexicano, en cuyo
caso y por sólo este hecho queda declarado enemigo público
del Estado";39 al igual que los individuos que le dieran
entrada a la nación. El decreto quedó aprobado por 65
votos contra dos. Iturbide salió el 4 de mayo a bordo del
bergantín inglés "Springs", acompañado de su esposa, sus
dos hijos menores, su sobrino Ramón Malo, el teniente
coronel polaco Charles Beneski (que había servido a Itur-
bide en México) y los padres Treviño y López.
Iturbide, ignorando las disposiciones del Congreso,
esperaba ser recibido con aplausos y manifestaciones de
apoyo, por las diversas invitaciones que varios mexicanos le
habían hecho para volver. Dio aviso al ministro Canning en

33
lbidem, p. 791.
Agustín de Iturbide
121

Londres, exponiéndole que era llamado repetidamente de


diversos puntos de México y ofrecía que uno de sus
primeros trabajos sería establecer relaciones entre México
y la Gran Bretaña.40
El 29 de junio arribó a la bahía de San Bernardo en la
provincia de Texas, volviendo a embarcar con dirección a
Tampico, pero por problemas tuvieron que anclar en Soto
la Marina, el 14 de julio. Beneski salió a tierra y se pre-
sentó al General Felipe de la Garza, argumentando que
traían un plan de colonización por irlandeses; autorizando el
general De la Garza su desembarco y el de su compañero.
Este era Iturbide, que fue reconocido por las tropas del
comandante general por su disfraz y su destreza como jinete.
Fue conducido a la villa de Padilla, donde sesionaba el
Congreso de Tamaulipas, que acordó que al comandante
De la Garza competía dar cumplimiento al decreto federal
que había proscrito a Iturbide.
El 19 de julio de 1824 se llevó a cabo la ejecución de
Agustín de Iturbide a cargo del comandante, quien hubiera
preferido no cumplir con esa comisión. Lo confesó el presi-
dente del Congreso, que era el presbítero José Antonio
Gutiérrez de Lara. Iturbide entregó su reloj y rosario para
mandarlo a su hijo mayor y una carta para su esposa. Dijo
firmemente a los concurrentes: "¡Mexicanos! En el acto
mismo de mi muerte, os recomiendo el amor a la patria y
observancia de nuestra santa religión; ella es quien os ha
conducido a la gloria. Muero por haber venido a ayudaros,

40
Cuevas, 1947, pp, 104-111.
Tambor, utilizado en la proclama del Plan de
Iguala, 1821.
Guadalupe Jiménez Codinach, México: su tiempo
de nacer. 1750-1821, México, Fomento Cultural
Banamex, 1997, p. 230.

y muero gustoso, porque muero entre vosotros; muero con


honor, no como traidor..." 41
Se hizo el funeral costeado por el comandante García,
con la mayor pompa que el lugar permitía, asistiendo los
diputados del Congreso local. Iturbide fue enterrado en la
iglesia vieja, que estaba entonces desecha. Ahí quedaron
sus restos hasta que en 1838, el presidente Anastasio
Bustamante (amigo cercano y partidario de Iturbide durante
la monarquía) hizo que fueran trasladados solemnemente a la
capital del país, donde descansan en la capilla de San Felipe
de Jesús en la catedral de México, separados de los prime-
ros caudillos de la independencia, que también reposan en la
catedral. Los restos de Iturbide tienen un epitafio redactado
por José María Tornel y Mendívil, que reconocía su calidad
de héroe de la independencia:42

41
Alamán, 1985, p. 797.
42
Cuevas, 1947, p. 111.
Agustín de Iturbide
123

Agustín de Iturbide
Autor de la Independencia Mexicana
Compatriota, llóralo
Pasajero, admíralo.
Este monumento guarda las cenizas de un héroe.
Su alma descansa en el seno de Dios.43

Terminó la vida de Agustín de Iturbide envuelta en


comentarios contrapuestos. Para Lucas Alamán, que estaba
convencido de que Iturbide causaría una revolución, era
natural que el Congreso general y el de Tamaulipas hubieran
tomado las medidas adecuadas. Alamán ...icontraba que
los culpables habían sido los amigos de Iturbide que se
apresuraron a llamarlo sin advertirle sobre los hechos más
recientes.44
Una opinión diferente k proporcionó Vicente Riva
Palacio, político liberal mexicano de la segunda mitad del
siglo xix, calificando la muerte de Iturbide como una de las
manchas de nuestra historia:

Iturbide ídolo y adoración un día de los mexicanos, expiró en un


patíbulo, y en medio del más desconsolador abandono. Los par-
tidos políticos se han pretendido culpar mutuamente de su
muerte. Ninguno de ellos ha querido hasta ahora reportar esa
inmensa responsabilidad. En todo caso, y cualquiera que haya
sido el partido que sacrificó a D. Agustín de Iturbide, yo no vacilaré
en repetir que esa sangre derramada en Padilla, ha sido y es quizá
una de las manchas más vergonzosas de la historia de México.45

43
Anna, 1991, p. 250.
44
Alamán, 1985, pp. 799-801.
45
Krauze, 1994, p. 117.
Carmen Salinas Sandoval
124

El fusilamiento de Iturbide fue para unos "un acto injusto",


mientras que para otros fue un hecho de elemental justicia
basado en el orden legal.

Iturbide en la historia de México


Los enemigos políticos de Iturbide no consideraron su abdi-
cación a la corona, ni su muerte como actos suficientes para
terminar con su imagen en la memoria histórica del devenir
nacional. Con la adopción del sistema federal, como proyec-
to victorioso en la formación de la nación mexicana, se impu-
so la leyenda de que la monarquía había sido una forma
ajena de gobierno para la realidad mexicara, y por lo tanto
no se ha restaurado el honor público de la primera monar-
quía en México. Con esta manera de exponer la historia se
dejó sepultada la labor creativa de Iturbide en la con-
sumación de la independencia, para solamente recordar su
petulante personalidad y hacerlo responsable del inicio de
una era de desintegración nacional durante los 50 años
posteriores a la independencia.
Esta visión parcial de Iturbide aún perdura, con sus afor-
tunadas excepciones.46 Esto ha provocado que no avancemos
en las explicaciones sobre el proceso de independencia y
sobre la transición política entre el régimen virreinal novo-
hispano y el México independiente; se han paralizado muchas
explicaciones, como por ejemplo: ¿Cómo cambió el sentido
inicial de la lucha independentista con el trabajo político y
militar de Iturbide, que amalgamó los grupos realistas e

Vése Timothy E. Anna, 1991.


Agustín de Iturbide
125

insurgentes en torno al Plan de Iguala?, ¿la labor política de


Iturbide para finalizar la lucha fue la causante de la guerra
civil durante las primeras décadas del México indepen-
diente?, ¿por qué no es posible definir al imperio de Iturbide
sólo como parte del ocaso del gobierno colonial (según lo
exponen algunos extremistas republicanos como Vicente
Rocafuerte)?, ¿el sojuzgamiento del liberalismo en el Plan
de Iguala y durante el imperio fue la causa más importante
en la caída de Iturbide?, ¿el sistema monárquico estaba con-
denado al fracaso como primer gobierno mexicano?, ¿cuál
fue el proyecto político de los militares que ocasionaron la
abdicación del emperador, ya que no tenían como objetivo
la República?; ¿cómo lograron aglutinarse corrientes políti-
cas diferentes en torno de la masonería?; ¿cómo y por qué se
incrementó notablemente la fuerza de la masonería durante
los 10 meses de gobierno de Iturbide?, ¿cuáles fueron los
cambios y las secuencias entre el gobierno colonial y el
establecido por Iturbide?, ¿en qué medida las ideas repu-
blicanas atomizadas empezaron a integrarse ante el
repudio de la política imperial de Iturbide? Éstas y otras
inquietudes, con sus respectivas respuestas, seguirán
incrementándose en la medida que sigamos estudiando
el gobierno de Iturbide y su propia personalidad con un
tratamiento detallado y tolerante, sin condenarlo ni liberarlo
de responsabilidades. Como un ensayo de esta manera de
ver a Iturbide hago un bosquejo de su figura.
Agustín de Iturbide fue un militar realista exitoso de
acuerdo con los parámetros de una familia criolla y una for-
mación militar del ejército colonial, acostumbrado a triunfar
Carmen Salinas Sandoval
126

en las batallas, altivo, imponente, bajo la influencia de un


espíritu cruel y vengativo. Aprovechó la oportunidad que le
dieron los opositores a Cádiz, para convertirse en el líder
criollo que logró terminar con la lucha de independencia.
Con su experiencia militar, conocimientos políticos y su
poderosa ambición se dedicó a amalgamar los principales
intereses rebeldes en el Plan de Iguala. Hizo alianzas obli-
gadas con los insurgentes pero no los incorporó a su gobierno.
Iturbide preservó características de la estructura administra-
tiva de la monarquía de los Borbones, pero incorporando
algunas de las medidas de la Constitución de Cádiz fue una
combinación de elementos absolutistas con liberales, pero
con tendencia a cambiar lo menos posible el orden del
antiguo régimen. Combinación que hizo crisis durante los
10 meses de su gobierno. Luchó por crear un Estado unifi-
cado y con instituciones funcionales dirigidas desde la
cúpula del imperio, pero sin atender los poderes locales de
las provincias. Creía en el Congreso como institución nece-
saria en el nivel legislativo, pero su incapacidad para nego-
ciar con los diputados lo llevó a disolverlo.

Su inclinación natural por atender las voces de adu-


lación lo condujeron del éxito a la muerte: por el apoyo del
grupo de La Profesa se convirtió en el caudillo que culminó
el proceso de independencia; por la exalteción del ejército
se le eligió emperador y por los halagos de monarquistas
regresó al país para ser fusilado. Su régimen no logró adqui-
rir la legitimidad suficiente, porque el Congreso se negó
a darle las bases legales indispensables, porque no hubo uni-
dad de intereses entre autoridades, porque dilapidó los pocos
Agustín de Iturbide
127

Casa del emperador Iturbide. Actualmente es el Banco Nacional de México.

recursos económicos en gastos superfluos y porque en la


práctica fue imposible cumplir con la amalgamación de
proyectos de los grupos, que lo apoyaron en Iguala. Los
principales enemigos de Iturbide estuvieron dentro de su
estructura gubernativa y de poder (militares y diputados).
Los oficiales con más poder se aprovecharon del descon-
tento de los sectores sociales que habían quedado al
margen del imperio, para generalizar la oposición (antiguos
insurgentes, diputaciones provinciales). Para el gobierno
federalista recién organizado estuvo justificado el fusilamien-
to de Iturbide, aunque fuera una medida que pecó de
cautelosa, pero su regreso al país ponía en peligro el inci-
piente pacto federal. La herencia de un gobierno monárquico
Carmen Salinas Sandoval
128

aún estaba viva, con un importante número de seguidores


que buscaban el poder, como se demostró en varios momen-
tos, a lo largo del siglo xix.
La cultura de nuestro tiempo demanda del historiador
poner frente al lector las versiones de los vencedores y de
los vencidos, dentro de los sucesos de la época. La califi-
cación de héroe o villano es cosa de la historia pasada,
empobrecida. Hoy no es suficiente con llamar a Iturbide
"héroe de la independencia" o "traidor a la patria", ninguna
de las dos frases nos ayuda a comprender el papel de
Iturbide en el movimiento de independencia, ni en el primer
intento de gobierno mexicano. Mucho menos nos ayudan a
explicar esos dos procesos trascendentales en el difícil
camino que recorrió México para convertirse en una nación.
Necesitamos una historia de procesos, donde los per-
sonajes centrales tomen su propio peso, algunas veces
serán villanos y otras serán héroes, dependiendo de la
época, de su vida privada, de su personalidad, de sus colabo-
radores, de sus enemigos, de los intereses en juego. Con la
historia de procesos amaremos más a México, porque
viviremos junto a los sujetos que han hecho la historia.

Bibliografía
ALAMÁN, Lucas, 1985, Historia de México desde los primeros
movimientos que prepararon su independencia en el año
1808 hasta la época presente, México, Fondo de Cultura
Económica, vol. 5.
Agustín de Iturbide
129

ANNA, Timothy E., 1991, El imperio de Iturbide, México, Consejo


Nacional para la Cultura y las Artes, Alianza Editorial.
BENSON, Nettie Lee, 1994, La diputación provincial y el federa-
lismo mexicano, México, El Colegio de México, Universidad
Nacional Autónoma de México.
CUEVAS, Mariano, 1947, El libertador, documentos selectos de don
Agustín de Iturbide, México, Editorial Patria.
Independencia nacional. Consumación, 1987, coordinación
general de Gerald McGowan, México, Universidad Autó-
noma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas,
vol. 4.
KRAUZE, Enrique, 1994, Siglo de caudillos. Biografía política de
México (1810-1910), México, Tusquets Editores, Colección
Andanzas.
LEMOINE, Ernesto, 1986, "1821: transición y consumación de la
independencia", en Historia de México, México, Salvat
Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V., t. 10, pp.1667-1682.
, 1985, "El liberalismo español y la independencia de
México", en Historia de México, México, Salvat Mexicana
de Ediciones, S.A. de C.V., t. 10, pp. 1655-1666.
Olavarría y Ferrari, Enrique, 1967, "México independiente, 1821-
1855", en México a través de los siglos, editado por Vicente
Riva Palacio, México, Editorial Cumbre, vol. 4.
ROCAFUERTE, Vicente, 1984, Bosquejo ligerísimo de la revolución
de México desde el grito de Iguala hasta la proclamación impe-
rial de Iturbide, su autor... un verdadero mexicano, México, Luz
María y Miguel Ángel Porrúa.
ROMERO FLORES, Jesús, 1971, Iturbide pro y contra, Morelia,
Mich., s.e.
Carmen Salinas Sandoval
130

TORRENTE, Mariano, 1989, Historia de la independencia de México,


México, Universidad Nacional Autónoma de México, Miguel
Ángel Porrúa, Biblioteca Mexicana de Escritores Políticos.
VILLASEÑOR y VILLASEÑOR, Alejandro, 1963, Biografías de los
héroes y caudillos de la independencia México, Editorial
Jus, vol. 2.
VILLORO, Luis, 1999, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, México, Conaculta, Cien de México.
ntonio López
de Santa Anna
Enrique Serna
Don Antonio López de Santa Anna.
La más polémica de las figuras nacionales, ¿por qué
cautivó a la sociedad de su tiempo?
México, su evolución social. México, J. Ballesca y Com-
pañía, 1900, vol. 1, p. 188.
de las cosas más necesarias para poder rein-
terpretar nuestra historia es que nos aléjennos de
aquellas ideas preconcebidas que tienden a hacer-
nos ver a los héroes o a los villanos de la historia
nacional en términos de blanco o negro, y eso es
precisamente lo que me propuse al escribir mi
novela, £/ seductor de la patria, huir de estas sim-
plificaciones; yo creo, en todo caso, que no es el
escritor de un libro quien debe tener un juicio
sobre su personaje, sino que de ello se encarguen
los lectores. Ahora les voy a hablar de cómo fui
internándome en el estudio de la vida de Santa
Anna, de cómo surgió la idea de escribir esta
novela; porque creo que de esa manera ustedes
podrán tener un acercamiento más preciso a lo
que es la bibliografía sobre Santa Anna, a algunos
detalles de su vida que han pasado inadvertidos y,
sobre todo, a su psicología, que es una psicología
bastante compleja.
Cuando apenas había leído dos biografías de
Santa Anna, las más importantes, me asaltó una
pregunta: ¿por qué un personaje tan evidente-
mente corrupto y oportunista pudo ejercer una

133
Enrique Serna
134

fascinación tan grande sobre la sociedad mexicana, al


grado de que muchos lo llegaron a considerar la encar-
nación de la patria? Me di cuenta de que responder esa
pregunta significaba hacer una radiografía de la sociedad
mexicana de la época, dado que es inconcebible que Santa
Anna haya llegado a las alturas a las que ascendió sin una
complicidad por parte de esa sociedad. Santa Anna es un
producto de su tiempo y, también, un producto de cierta
clase social mexicana de aquella época. Comprendí que
para responder esa pregunta tenía que escribir una novela;
no porque no haya buenas biografías, hay algunas exce-
lentes, además de estudios monográficos; muy completos
sobre periodos concretos de la actuación política y militar
de Santa Anna, sino porque los historiadores están ateni-
dos a los hechos y a los documentos mientras que un nove-
lista puede explorar mucho más a fondo las motivaciones de
la conducta de un personaje, permitiéndose las licencias
de la ficción; es decir, un novelista tiene el privilegio de escri-
bir los pensamientos de su personaje y esto es algo que se
supone que los historiadores no deben hacer. Y digo se su-
pone, porque la primera de mis sorpresas, cuando ya entré
más a fondo en mi investigación es que la novela de Santa
Anna la habían comenzado a escribir los propios cronistas e
historiadores, empezando por los contemporáneos de Santa
Anna. Ejemplos: Carlos María de Bustamante, que era un cro-
nista muy pintoresco, quien en algún tiempo fue de los ghost
writers de Santa Anna y le escribió varios úe sus discursos,
más adelante pasó a convertirse en un opositor furibundo
pero, incluso en esas mismas épocas siguió teniendo cierto
Antonio López de Santa-Anna
135

contacto con él, por lo tanto, al leer sus obras, que están
recogidas en seis tomos, uno se encuentra con cosas muy
divertidas como que, después de cubrir de epítetos insul-
tantes a Santa Anna, en la siguiente crónica dice "ayer fui
a ver al presidente Santa Anna al palacio de Tacubaya y
estaba muy contento además me regaló cien pesos. ¡Qué
buena persona es!" Sin duda era un hombre que finalmente
lo odiaba, pero siempre estaba esperando el hueso, y cuando
finalmente caía éste, misteriosamente cesaban las críticas
hacia él. Carlos María de Bustamante, en una obra que se
llama El nuevo Bernal Díaz del Castillo, y en la que él da su
versión de cómo fue la guerra de 1847 y se llama a sí mismo
Bernal Díaz del Castillo porque siente que, así como Bernal
narró la conquista de los españoles, pues él está narran-
do la nueva conquista, la de los gringos.
Cuenta en ella una entrada de Santa Anna a la capital y
dice que, mientras Santa Anna está siendo vitoreado por la
muchedumbre, él va pensando "esta chusma que hoy viene a
aplaudirme a mí, y mañana va a aplaudirle al primero que
pase por aquí, detesto esta enorme caterva de aduladores"
y se va refiriendo con infinito desprecio al pueblo que lo fes-
teja. Ahí Bustamante estaba utilizando herramientas de
novelista y se estaba permitiendo meter ingredientes de fic-
ción dentro de su crónica. Esto es lógico porque los histo-
riadores del siglo xix no eran tan rigurosos como los
actuales; todavía no se desarrollaba el moderno concepto
de la historiografía, con el que historiografía se supone que
lo que el historiador hace es analizar los documentos, esta-
blecer un criterio para establecer cuáles tienen veracidad y
Enrique Serna
136

En las grandes proezas de Santa Anna como en la campaña de Texas "los elementos
de héroe y villano quedan íntimamente mezclados".

cuáles no, y a partir de ahí escribir sus historias que buscan


y aspiran a tener la mayor objetividad posible; y digo aspi-
ran porque realmente la historia tampoco alcanza la verdad
objetiva. Se lo propone pero siempre hay un ingrediente muy
Antonio López de Santa Anna
137

fuerte de subjetividad y finalmente importa siempre conocer


cuál es la ideología u orientación del historiador, porque esto
va a determinar todo el filtro con el que está juzgando los
acontecimientos. Entonces, no sólo los cronistas como Bus-
tamante lo hacían, sino incluso los historiadores modernos.
Por ejemplo, un historiador estadounidense Wilfrid Hardy
Callcott, que tiene un libro que se llama Santa Anna. La
historia del enigma que un día fue México, que no está
traducido al español. Pienso que por las instituciones ofi-
ciales como el Fondo de Cultura Económica, debieron haber
juzgado que los contenidos eran un tanto insultantes para
nuestro país, pero personalmente creo que es la mejor bio-
grafía de Santa Anna desde el punto de vista historio-
gráfico. Entonces ahí decía Wilfrid Hardy Callcott que
Santa Anna, cuando acababa de ofrecer sus servicios a
Maximiliano, tiene un día un pensamiento y describe un
largo monólogo interior en el que Santa Anna está dudando
de qué le va a pedir a Maximiliano: si el ducado de Tampico,
o el ducado de Veracruz, e incluso fantasea en cómo va a
pedir su capa de noble, qué va a llevar, las condecoraciones,
etcétera. Aquí Callcott también se permitió jugar un poco al
novelista, y si él lo hizo, con mayor razón sucumbió a esa
tentación un novelista metido a biógrafo como fue Rafael F.
Muñoz, que es el gran novelista de la Revolución, el autor de
Vamos con Pancho Villa, era un hombre de una gran ima-
ginación que además había estado en el ejército carrancista
y por eso tenía un conocimiento muy directo de las campa-
ñas militares y podía describirlas con mucha exactitud. Al
final de la biografía de Rafael F Muñoz, que se llama El dic-
Enrique Serna
138

tador resplandeciente, él cuenta que cuando ya Santa Anna


estaba enfermo de cataratas, su esposa Dolores Tosta, para
levantarle la moral, porque en ese momento Santa Anna ya no
figuraba para nada en la vida política nacional, estaba olvi-
dado por los que antaño fueron sus amigos, iba a la calle a
reclutar a los vagabundos que pasaban por ahí para que
fueran a la casa y se hicieran pasar por embajadores. Por
más que busqué testimonios existentes sobre los últimos
años de Santa Anna no encontré por ningún lado esta
anécdota que me parece estupenda, pero yo no la quise
poner en mi novela porque no quise plagiar a Rafael F.
Muñoz este hallazgo novelesco que él tuvo; un hallazgo que
después se fue transfigurando, por ejemplo, en la película
que acaba de hacer Felipe Cazáis, llamada Su alteza sere-
nísima, aquí ya es un poco absurda la situación porque
Santa Anna no está ciego en la película y lo único que hace
Dolores es salir a reclutar gente del pueblo para que Santa
Anna tenga la ilusión de que todavía le están haciendo mani-
festaciones de júbilo popular.
Al ver que la novela de Santa Anna ya la habían empe-
zado a hacer los biógrafos e historiadores, me di cuenta de
que lo que yo tenía que hacer, más bien, era continuar esa
tradición ya existente pero con la ventaja de que, al escribir
abiertamente una novela, yo no tenía que deslizar subrepti-
ciamente los ingredientes de ficción, como lo hizo Rafael M.
Muñoz obligado por el género que había elegido, sino que
yo prefería y podía hacerlo con mucha más libertad. Más
adelante me topé con la autobiografía de Santa Anna que
se llama Mi historia militar y política, que acaba de reeditar
¿V'tonio López de Santa Anna
139

Multivisión y ya se encuentra en las librerías. Esta es una


autobiografía que Santa Anna le dictó a su suegro, Luis G.
de Vidal y Rivas, que a pesar de ser su suegro, era más
chico que él, porque él se casó con una mujer a la que le
llevaba más de 30 años, Dolores Tosta, su segunda esposa.
Se la dictó cuando había montado en cólera porque Benito
Juárez acababa de excluirlo de una amnistía que le concedió
a los generales conservadores que habían luchado al lado de
Maximiliano. Entonces Santa Anna dicta estas memorias,
cubre de insultos a Juárez, lo llama "boa constriptora del
Senegal" y fuera de estos sonoros y ampulosos insultos, real-
mente la autobiografía es muy decepcionante, incluso como
panfleto, porque está llena de lagunas y vaguedades, en parte
porque Santa Anna la escribió cuando ya estaba un poco
afectado de sus facultades mentales, y también en parte por
muchas cosas de las que él no quería acordarse o de las que
no le convenía acordarse. Cuando terminé de leer este libro,
que aparte es muy decepcionante en cuanto a su estilo,
porque comparando estas memorias con los discursos y
partes de guerra de Santa Anna, se nota una sintaxis mucho
más pobre, un léxico más reducido y es porque todos esos
discursos, y partes de guerra, eran escritos por profesiona-
les que se los hacían; mientras que aquí, sí realmente él fue
quien las dictó y se las dictó a un hombre que no era para
nada un letrado. Un poco decepcionado, me dije: ¿cómo
hubieran podido ser unas memorias en las que Santa Anna
se defendiera cínica y lúcidamente ante la posteridad, a la
manera como lo hizo Gonzalo N. Santos en sus memorias?
Gonzalo N. Santos es el cacique de San Luis Potosí que se
Jyirique Serna
140

enriqueció en los años broncos de la Revolución, que come-


tió asesinatos y que ya viejo dictó sus memorias con una
desfachatez increíble, confesando todos sus crímenes,
todas sus atrocidades, todos su atracos pero con un estilo
muy ameno; es un libro que realmente se lee con mucho
placer y es un testimonio único acerca de la Revolución
mexicana, porque ningún otro general ni caudillo tuvo el
cinismo de exponer así las cosas, con esta franqueza tan
brutal. ¿Cómo hubieran sido unas memorias de Santa Anna
en ese tono? Santa Anna era un político muy astuto que
jamás hubiera desnudado su alma en público y se me ocurrió
que estas memorias podían servir como materia prima para
una biografía que él encargó escribir a su hijo Manuel, que
vivía en La Habana, cuando regresó de su último exilio en
1872. De esta manera, la columna vertebral de la novela son
estas cartas que Santa Anna dirige a su hijo. Pero entre los
dos hay un intermediario que es el coronel Manuel María
Jiménez, un adorador de Santa Anna que había perdido un
brazo en la misma batalla en la que Santa Anna había per-
dido el pie y que sentía que a partir de ese momento se
había creado entre los dos un lazo de sangre; es un perso-
naje que va cobrando mucha importancia a lo largo de la nove-
la; Jiménez se siente con derecho, a veces, de ocupar un papel
protagónico; le embellece el estilo a Santa Anna, trata de
cuidar su imagen ante la posteridad y viene a ser el inter-
locutor que trata de frenar los excesos de franqueza que
todavía tiene Santa Anna en estos dictados a su hijo.
Yo no quería que esta novela expusiera únicamente el
punto de vista de Santa Anna porque en ese caso se
Antonio López de Santa Anna
.141
g¡t;

Acción militar contra la invasión de los españoles en Pueblo Viejo, Tampico, 1829.
Guadalupe Jiménez Codinach, México los proyectos de una nación: 1821-1888,
México, Fomento Cultural Banamex, 2001, pp. 184-185.

hubiera convertido en una apología o en un panegírico de él,


y entonces por eso, yo incluí la versión de sus antagonistas,
los enemigos políticos, los caudillos que se disputaron el
poder, los que fueron parte de sus equipos y que luego
rompieron con él y dentro de estos antagonistas también
incluyo a sus esposas, que lo fueron en algún momento, y
la gente que lo conoció en la vida privada; porque de este
modo el lector tiene dos o más versiones de un mismo
hecho para que sea él quien saque sus conclusiones.
Entonces la novela tiene la forma de un reportaje histórico
en el cual se encuentran entremezclados los ingredientes
de ficción y los históricos.
No voy a decir qué partes de la novela son ficción y
cuáles son históricas porque uno de mis propósitos como
novelista es que el lector tome todo, tanto lo de ficción
Enrique Serna
142

como lo histórico, como si fuera parte de una misma verdad;


porque la verdad que busca el novelista es muy diferente a
la verdad a la que aspira el historiador: es una verdad sub-
jetiva, literaria, que tiende a ver, sobre todo, que el per-
sonaje esté vivo, que sea un ser humano completo y
redondo, y en la cual se exploren a fondo todas sus facetas,
mientras que lo que busca el historiador es esa verdad
objetiva a la que renuncié de entrada y tan renuncié a ella
que una de las funciones de Manuel María Jiménez, el
secretario que le toma el dictado a Santa Anna, es la de
desmentir y relativizar lo que él está dicierdo; a diferencia
del historiador que siempre quiere que se tome como verdad
lo que él está contando. Yo trato de que el lector desconfíe
de lo que dice Santa Anna y probablemente no sólo de lo
que dice Santa Anna sino de lo que dicen los antagonistas,
de lo que dicen Lucas Alamán, Inés de la Paz García. Yo
creo que la verdad no está de un solo lado sino que es,
finalmente, el resultado de todas estas voces y que entre
todas se puede tener algo de verdad y algo de falso.
Me han preguntado por qué me tardé cuatro años en
estudiar y escribir la vida de un canalla si hay tantos héroes
de nuestra historia que merecerían un esfuerzo parecido
para que se escribiera una novela sobre el os. Creo que la
vida de los canallas nos enseña más sobre la condición
humana que las vidas ejemplares y aquí apelo a mi expe-
riencia como lector. He disfrutado mucho de novelas como
Crimen y castigo de Dostoievski, que es la radiografía de una
mente criminal desde el momento en que está fraguando
Antonio López de Santa Anna
143

asesinar a una prestamista hasta que consuma el crimen y


luego viene todo el periodo del arrepentimiento que ter-
mina en una expiación. Lo que me maravilla de una novela
como Crimen y castigo es la capacidad de Dostoievski
para lograr identificarnos con un hombre que comete un
acto que nosotros moralmente reprobamos pero que, sin
embargo, nos lleva al estar metidos en la piel de Raskolnikof,
a un momento en que simpatizamos con él, que estamos
deseando que no vaya a ser atrapado y que de algún modo
nos convertimos en cómplices de este personaje, que llega-
mos a conocer casi tan bien como a nosotros mismos. O,
por ejemplo, en Ricardo III de Shakespeare, que es la his-
toria de un hombre que está tullido de un brazo y que por
este defecto físico va desarrollando un resentimiento terri-
ble en contra de la familia real de Inglaterra que lo lleva a ir
asesinando poco a poco a todos los rivales que se le pueden
ir oponiendo, hasta que finalmente consigue el trono. Ese
estudio psicológico de Ricardo III, de cómo se gesta la volun-
tad de poder me parece a mí una maravilla, porque creo que
este tipo de obras literarias nos proponen una identificación
totalmente opuesta a la del melodrama. En el melodrama
normalmente sentimos simpatía por las víctimas y creemos
que estamos del lado del bien y de la justicia; creo que eso
puede conducir a un engaño muy peligroso sobre nuestro
verdadero carácter, mientras que en estas obras uno des-
cubre que la voluntad de poder, que los impulsos hacia la
violencia o el asesinato están dentro de nosotros mismos y
esto nos puede poner en guardia contra ellos, mientras que
Enrique Serna
144

Bandera de la época de Santa Anna.


El águila, símbolo nacional desde la
independencia.
Josefina Zoraida Vázquez, La interven-
ción norteamericana: 1846-1848,
México, SRE, 1997, p. 162.

el melodrama lo que hace es hacernos sentir muy bien y


hacernos creer que no existen dentro de nosotros esos
impulsos.
Con Santa Anna me propuse hacer algo parecido: que
el lector reconociera en su interior al pequeño Santa Anna
que todos llevamos dentro; por eso en mi novela no hay una
intención de distanciamiento con el personaje; al menos
traté de lograr la mayor empatia con el personaje y traté
también de que el carísima que sin duda alguna tuvo Santa
Anna se viera reflejado en ella como una seducción hacia
los lectores, porque es indudable que un hombre que arras-
traba de esta manera a las multitudes, que supo manipular
con tanta astucia a todos los partidos políticos de su tiempo,
debe haber tenido un gran encanto personal.
Antonio López de Santa Anna
145

En cuanto a mi retrato de Santa Anna digo, en los


agradecimientos de mi novela, que cualquier aproximación
a un personaje histórico es el resultado de un esfuerzo
colectivo y no es una mera frase de cortesía. Realmente en
mi novela estoy aprovechando los estudios de carácter que
hizo mucha gente antes que yo, empezando, por ejemplo
con Justo Sierra, que en La evolución política del pueblo
mexicano fue el primero que comparó a Santa Anna con
Juan Tenorio: decía que así como Tenorio sólo gozaba de la
seducción de las mujeres pero que una vez alcanzadas las
conquistas perdía completamente su interés en ellas, Santa
Anna tenía la misma conducta pero con la patria, porque
Santa Anna disfrutaba enormemente los preparativos para
dar un golpe de Estado, la entrada triunfal en la ciudad de
México, el Te Deum en la catedral, el banquete con la aris-
tocracia, la pelea de gallos con la que se iba a festejar, al
día siguiente, su triunfo; pero cuando empezaban a decirle
que había incursiones de indios bárbaros por el norte, que
las arcas de la nación estaban vacías y que las potencias
extranjeras amenazaban con invadirnos si no pagábamos la
deuda externa, en ese momento Santa Anna dejaba tirada
la presidencia y se regresaba a Manga de Clavo. En ese
sentido era un político mucho menos aferrado al poder que
los actuales, porque él era un enamorado de la gloria más
que un enamorado del poder; muchos de sus retiros eran
estratégicos porque cuando Santa Anna no quería ensu-
ciarse las manos, por ejemplo cuando tenía un conflicto con
el Poder Legislativo que estaba vetándole las leyes y quería
disolver el Congreso para gobernar como dictador, él no
Enrique Serna
146

hacía eso y se retiraba a Manga de Clavo y nombraba a un


interino, a Valentín Canalizo o a Nicolás Bravo. Tuvo varios
incondicionales; ellos eran entonces los que daban el golpe
de Estado al Poder Legislativo y así Santa Anna podía re-
gresar muy fresco de Manga de Clavo o de El Encero, con las
manos completamente limpias, porque no había sido él quien
había dado ese golpe artero, aunque sí fuera él. Creo que la
definición de Justo Sierra es muy acertada porque así como
Miguel Hidalgo fue el padre de la patria, yo creo que Santa
Anna fue el padrote de la patria; porque él era un hombre
que estaba constantemente queriendo conquistarla, pero
conquistarla para explotarla, para sacarle hasta el último
centavo; pero como buen padrote tenía también que prote-
gerla en algunos momentos y aquí es donde entra un rasgo
interesante de su personalidad que mucho tiene que ver con
el título de estas conferencias porque creo que Santa Anna
más que un héroe o un villano fue un héroe y un villano, las
dos cosas y un ejemplo de ello es la campaña de Texas.
Santa Anna era presidente cuando se rebelaron los
colonos texanos y no tenía ninguna obligación de encabezar
al ejército que los fue a combatir; sin embargo, él renunció
a la presidencia dejando a un interino, que era Miguel Barra-
gán, organizó las tropas en un periodo muy breve y en con-
diciones muy difíciles. La mayoría fueron soldados recogidos
en la leva, porque en esa época muchos de los estados no
quisieron contribuir ni con dinero ni con soldados para el
ejército. Tenían buenas razones para ello, porque realmente
los estados sentían que el poder central únicamente los uti-
lizaba para esquilmarlos, para ponerles impuestos cada vez
-U.

Antonio López de Santa Anna


147

Dibujo que muestra a Santa Anna con


una figura que representa a los Es-
tados Unidos a la izquierda y a la
derecha el clero que junto con los ha-
cendados y el ejército formaban su
principal apoyo.
450 años de lucha. Homenaje al pueblo
mexicano. Taller de Gráfica Popular, 1947,
lámina núm. 23.

más draconianos no recibiendo nada a cambio y en este


momento de emergencia se hicieron a un lado. Por ejemplo,
el estado de Yucatán, para no contribuir en efectivo mandó
600 mayas que emprendieron la caminata junto con Santa
Anna, hacia el norte en invierno, y casi todos murieron en las
nevadas en Chihuahua que eran atroces; era gente que ni
siquiera sabía por qué estaba combatiendo y sin saber, segu-
ramente, qué era México. Con este ejército, en el que iban
cientos de miles de soldaderas, porque cuando recogían a
un soldado en la leva en ese tiempo las soldaderas no se
querían apartar de él y emprendían juntos la caminata. Ello
dificultaba mucho los movimientos de las tropas de Santa
Anna. En consecuencia, Santa Anna, a diferencia de los
rebeldes texanos tenía que hacer una campaña muy rápida
f/irique Serna
148

Entrada a la ciudad de Me*«.u ¡AJÍ el ejército norteamericano con el general Scott


a la cabeza.
Josefina Zoraida Vázquez, La intervención norteamericana: 1846-1848, México, SRE,
1997, p. 112.

porque sabía que estaba muy escaso de provisiones y que


no las iba a tener porque no le iban a dar provisiones en
los estados que iba recorriendo. Conforme más se alejaba
hacia el norte más deshabitadas eran las provincias, mien-
tras que los rebeldes texanos tenían todo el apoyo
financiero directamente del Presidente de Estados Unidos,
que era socio de Samuel Houston en los terrenos que ya
habían comprados ellos en Texas en una especulación inmo-
biliaria, calculando que ese territorio ya iba a pasar a ser
parte de Estados Unidos. En esas condiciones difíciles
Santa Anna marcha hacia el norte, llega a El Álamo, derrota
a los texanos, fusila a los que quedaron ahí y también fusila a
los prisioneros de la batalla de El Encinal; hizo esto porque
TVuonio López de Santa Arma
149

tenía órdenes del Congreso mexicano de tratar a estos sol-


dados como si fueran filibusteros, o sea mercenarios, porque
no los consideraban como si fueran soldados de un país
enemigo. Si hubieran sido soldados de un país enemigo
sólo los habría hecho prisioneros, pero como eran merce-
narios había orden de fusilarlos y Santa Anna las cumplió y
al mismo tiempo que iba haciendo esto iba liberando a los
esclavos negros que tenían los texanos en las plantaciones;
los liberaba, les rompía sus cadenas y les regalaba un peso
y un sarape.
Después de la batalla del Álamo Santa Anna se entera
de que en México acababa de morir Miguel Barragán, el
personaje que había dejado como presidente interino y el que
había quedado en su lugar ya no era hombre de sus confian-
zas y teme que, aprovechando su ausencia hubiese un cuar-
telazo en México para sacarlo de la presidencia; y esto le
añade una presión psicológica muy grande. Tiene que con-
tinuar la campaña viendo hacia el norte y Samuel Houston
estaba haciendo una guerra parecida a la que hicieron los ru-
sos contra Napoleón, retirándose y dejando incendiados
todos los pueblos por donde iba pasando, para que el ejér-
cito mexicano no pudiera abastecerse de alimentos. De
modo que Santa Anna llega por fin cerca de donde se en-
contraba Samuel Houston, y después de 48 horas de no
haber dormido decide darle un descanso a sus tropas, una
breve siesta que fue la fatídica siesta de San Jacinto que
aprovecha Houston para caerle encima.
Toda esa campaña de Texas tiene para mí muchos ras-
gos heroicos, pero en el fondo la motivación de Santa Anna
Enrique Serna
150

no creo que haya sido muy noble, porque la preocupación


que él tenía era que si él nombraba a un general que diri-
giera la tropa mexicana en esta campaña y que derrotara a
los texanos, como además daba por seguro la gente en
México que los iban a derrotar, se iba a convertir pues, en un
caudillo que iba a rivalizar con él por el poder y en ese
momento iba a tener un rival muy peligroso que podía dispu-
tarle la presidencia; entonces ese es el verdadero motivo
por el cual Santa Anna se toma toda la terrible molestia de
combatir a los texanos. Esta conducta me recuerda una
frase del novelista Thomas Hardy el autor de Tess of the
d'Urbervilles que dice que la tarea del novelista consiste
en mostrar la grandeza que hay debajo de las cosas viles y
la vileza que hay debajo de las cosas graneles. Creo que en
esto Santa Anna es un gran ejemplo, porque esas grandes
proezas en las que él cayó tuvieron muchas veces una moti-
vación muy vil, siendo así alguien en el que los elementos
de héroe y de villano quedan íntimamente mezclados. Pero
no sólo en él, porque, finalmente, ¿contra quién estaba
combatiendo Santa Anna en términos de enemigos políti-
cos? Pues contra militares que eran igual de oportunistas e
igual de pragmáticos que él; por ejemplo Anastasio Busta-
mante, Mariano Arista, Mariano Paredes de Arrillaga que
eran caudillos exactamente iguales a Santa Anna en el
sentido de que tuvieron convicciones "acomodaticias". Santa
Anna dice en mi novela una frase: "yo no pude haber trai-
cionado mis convicciones por la simple razón de que nunca
las tuve". Y en efecto, Santa Anna y todos estos militares
fueron los que se llevaron la "tajada del león" en una época
Antonio López de Santa Anna
151

en la que los políticos con convicciones estaban siempre


siendo desplazados y los había tanto en el bando liberal
como en el conservador: en el liberal estaba Valentín Gó-
mez Farías, en el conservador estaba Lucas Alamán y
ambos eran fieles y verdaderos creyentes de sus respecti-
vas doctrinas, pero ninguno de ellos pudo llegar al poder, se
hicieron la ilusión, eso sí, ambos bandos, de que en algún
momento iban a poder manipular a Santa Anna. Gómez
Farías y el Partido Liberal llevaron dos veces a Santa Anna
a la presidencia con la idea de que, amparados por el pres-
tigio tan grande que tenía este caudillo, ellos iban a poner
en práctica sus reformas como secularizar los bienes de la
Iglesia, y otras. En las dos ocasiones en las que ellos creye-
ron utilizar a Santa Anna, finalmente resultaron utilizados
por él. Santa Anna una vez instalado en el poder los dese-
chó y empezó a gobernar con poderes supremos, sin apo-
yarse para nada en su partido, que se sintió traicionado.
Igual le pasó a Lucas Alamán, quien intentó ponerle ciertas
condiciones en el último periodo, el más demencial, en el
cual se hizo nombrar Su Alteza Serenísima. Alamán le puso,
en una serie de condiciones, que respetara las leyes que iba
a imponerle el Partido Conservador, que no se ausentase
continuamente por sus idas a Manga de Clavo. Pero lo que
ocurrió fue que Santa Anna, al poco tiempo de estar en la
presidencia, humilló a Lucas Alamán delante de todo el
gabinete y lo obligó a renunciar. Es una época en la que los
militares sin convicciones desplazan por completo a los políti-
cos que sí las tenían. A mí, como mexicano del siglo xx, lo que
más me llama la atención de la época de Santa Anna son
£nrique Serna
152

las semejanzas entre el hacer política en aquel tiempo y las


maneras de hacer política en la actualidad; creo que hay
toda una línea de continuidad entre la época de Santa Anna
y la época actual; por ejemplo, cuando Santa Anna derrotó
a Isidro Barradas, en 1829, se convirtió en el caudillo más
popular de su época; y lo fue porque Barradas estaba
dirigiendo una expedición con la que los españoles buscaban
reconquistar nuestro territorio; y fue una victoria que tuvo
un efecto psicológico muy fuerte, sobre todo en los mexi-
canos, porque significaba refrendar la independencia ante
la potencia que nos había dominado durante 300 años. Esa
popularidad llegó a tal extremo que Santa Anna se convirtió
en un símbolo nacional, y cuando esto ocurre, los defectos y
las debilidades del caudillo pasan a formar parte de la
idiosincrasia popular; y esto puede generar una cultura del
autodesprecio, porque en tiempos de Santa Anna la gente
que iba una y otra vez a Manga de Clavo a rogarle que él
tomara la presidencia -que eran los hacendados, los cuadros
superiores del ejército, el alto clero- realmente sabían que
Santa Anna era un corrupto que se iba a enriquecer de
manera descarada al amparo del poder; y sin embargo, una
y otra vez le rogaban porque sentían que Santa Anna repre-
sentaba un mal necesario y porque ellos tenían todavía una
mentalidad muy colonizada, en la que creían que México
constituía una nación que no iba a tener futuro, que está-
bamos condenados a ser una colonia y que lo mejor era
buscar gobiernos que poco a poco nos fueran acercando a
la protección de una potencia extranjera. Fue el proyecto
que finalmente fueron llevando a cabo cuando trajeron a
iL

Antonio López de Santa Anna


153

Así era Veracruz en la época de Santa Anna. Veracruz fue importante escenario
de los acontecimientos históricos del siglo xix.
Egerton en México: 1830-1842, México, Ed. Privada de Cartón y Papel de México,
1976, p. 33.

Maximiliano y en el que Santa Anna sí llegó a participar


pues en el periodo de Su Alteza Serenísima fue él el que
comisionó al primer enviado a tener, en Europa, las pri-
meras conversaciones y ver qué príncipe se animaba a venir
a México.
Creo que había esta corriente de autodesprecio al decir
"bueno, no merecemos nada mejor que Santa Anna porque
el país no lo puede dar". Yo veo una analogía bien clara
entre lo antedicho y lo que pasó en México con el PRI
durante todo el siglo xx porque, al igual que Santa Anna, el
PRI es un partido que tiene en su escudo los colores de la
bandera, se presenta como una encarnación de la patria y
llegó a convencer a muchos de que prácticamente la dic-
tadura del PRI era una fatalidad que debíamos aceptar como
Enrique Serna
154

una especie de tara genética. Por fortuna esto ya se acabó


y creo que a partir de ahora la mayoría de la sociedad mexi-
cana se ha dado cuenta de que nadie puede abrogarse la
representación de la nación y que ninguna fracción puede
presentarse en el futuro como la única abanderada de todo
el país, sino que el país es una mezcla de las muchas fac-
ciones y de los muchos grupos existentes. En tiempos de
Santa Anna él era la encarnación de la patria y tan lo era
que quiso vincularse por completo con los símbolos de la
mexicanidad, como el himno nacional que mandó escribir y
que contenía originalmente una estrofa dedicada a él mis-
mo que decía: "La victoria sus alas despliega de Santa Anna
cubriendo la frente; siempre triunfa quien sale valiente por la
patria y la ley combatir." Santa Anna explota muy bien este
sentimiento patriótico asociado a su persona y ésta es una
de las claves por la cual representaba el hombre al que acu-
dían providencialmente, una y otra vez, creyendo que era él
quien iba a resolver todos los problemas.
Otra analogía muy evidente que veo son los ascensos y
caídas que Santa Anna fue teniendo a lo largo de su vida.
Él, por ejemplo, entierra solemnemente su pierna en el pan-
teón de Santa Paula; dos años después hay un motín popu-
lar en la ciudad de México y la plebe enardecida patea su
"zancarrón" por todas las calles de la ciudad. Realmente la
gente se sentía decepcionada porque toda esa enorme con-
fianza que había depositado en él de pronto la sentía burlada
y entonces de una manera bastante ingenua procedía al lin-
chamiento público de Santa Anna. Esto le sucedió varias
veces en su carrera y es muy parecido a lo que vemos en el
Antonio López de Santa Anna
155

México actual; por ejemplo, el caso de Carlos Salinas de


Gortari quien a la mitad de su sexenio personificaba el ídolo
de la clase media mexicana; mucha gente creía que nos iba
a llevar al primer mundo y esa multitud que había deposi-
tado su confianza en él, al descubrirse las cuentas ban-
carias de su hermano en Suiza y el posterior desastre de
finales de sexenio, se sintió igualmente defraudada y pro-
cedió al linchamiento público del personaje. En ambos casos,
el de Santa Anna y el de Salinas, veo una actitud muy pare-
cida de parte de la sociedad y que es la de no querer
reconocer jamás la parte de responsabilidad que le toca en
el encumbramiento de este tipo de personajes; porque así
como había gente que le iba a rogar a Santa Anna que
estuviera en el poder, también hubo gente que estuvo de
acuerdo en que Salinas estuviera ahí y que pasó por alto el
que hubiera llegado al poder mediante una elección ligera-
mente desaseada en la cual se clamaba fraude electoral.
Pero mucha gente se lo perdonó. Pues, esa gente que se lo
perdonó es corresponsable del desastre que se dio a finales
de su sexenio, así como los mexicanos de aquel tiempo son
corresponsables de los desastres que ocurrieron en la época
de Santa Anna.
En mi novela hago hincapié en esta línea de continuidad
y me permití poner en boca de Santa Anna frases de Hank
González, de Gonzalo N. Santos, de Zedillo, porque expre-
san exactamente esa misma mentalidad y ese mismo con-
cepto patrimonialista de la política, aunque creo que en
esto sí hay diferencias de mérito que dejan mejor parado a
Santa Anna, por ejemplo, en cuanto los desfalcos de aque-
ii

Enrique Serna
156

Condecoraciones de la batalla de Cerro,


Gordo, Padierna y Chapultepec.
Josefina Zoraida Vázquez, La intervención
norteamericana: 1846-1848, México, SRE,
1997, p. 166.

Na época. Santa Anna fue realmente un bandido en toda la


extensión de la palabra; en mi novela reproduzco, resumi-
dos, claro, varios títulos de propiedad que él fue adquiriendo
en 1842, curiosamente un año en el que estuvo en la presi-
dencia y en el que le arrebató una enorme cantidad de bie-
nes y de riquezas al clero, al grado de que la Iglesia tuvo
que cerrar los templos porque Santa Anna estaba arrasando
con los cálices, las estatuas y todo lo que encontraba. Justa-
mente en ese año, se compra seis haciendas y llega a ser el
propietario de muchas tierras entre Veracruz y Jalapa; llegó
a monopolizar la totalidad del algodón que entraba a la ciu-
dad de México y que venía de sus haciendas; distintos comes-
tibles también eran de él y además hizo negocios fabulosos
con los prestamistas de la época, con el señor Escandón,
por ejemplo, y que todavía, al final de sus días, cuando esta-
ba totalmente arruinado, seguía recibiendo una mensuali-
Antonio López de Santa Anna
157

dad de la que ni siquiera se acordaba y que es una de las


sorpresas que tiene en la vejez, en mi novela, al tener,
todavía, esta lanita de los Escandón.
Santa Anna hacía corruptelas como robarse una con-
ducta de plata (que eran las carretas que llevaban la
plata); pero esto implicaba cierta dificultad porque había
que disimular ese cargamento; sacarlo de las reservas de
la casa de moneda para llevarlo a sus haciendas era una
logística complicada. Mientras que ahora fraudes como los
de Raúl Salinas se hacen con el botón de una computadora de
una manera muy sencilla. Creo que Santa Anna como
ladrón tuvo muchísimo más grado de dificultad y mucho
más mérito que los actuales.
En cuanto a la formación del carácter de Santa Anna
me parecen muy importantes las dos ciudades en las que
vivió cuando era niño, Jalapa, primero, y luego Veracruz.
Jalapa, que es una ciudad alta, clima templado y rodeada
de una vegetación preciosa, pudo haberle inspirado el de-
seo de sobresalir, la ambición, tratar de llegar lo más alto
posible; pero la mudanza a Veracruz es muy importante
porque el carácter de los jarochos fue lo que le dio la mano
izquierda para saber tratar a la gente y el encanto personal
que fue desarrollando más y más a lo largo de su vida. En
mi novela están relatadas la infancia y la juventud de Santa
Anna y estas son las partes en las que hay más elementos
de ficción, porque realmente sabemos muy poco de esta
parte de la vida de Santa Anna. Sobre sus amoríos sólo
sabemos que tuvo cinco hijos naturales con distintas muje-
res, que tuvo dos esposas, Inés de la Paz García y Dolores
Enrique Serna
158

Tosta, pero realmente tenemos muy pocas noticias de cómo


fueron ambos matrimonios y aquí fue donde me permití
todas las licencias de la ficción para elucubrar cómo pudo
haber sido la vida con sus dos mujeres y para, además, entre-
mezclar esto con la vida política y militar de Santa Anna en
la que yo creo que ellas, por lo menos Inés de la Paz García,
tuvo muy poco papel y Dolores Tosta, sí tuvo más partici-
pación porque se sabe que cuando Santa Anna estaba en el
periodo de Alteza Serenísima ella protegió a muchos de los
liberales a los cuales Santa Anna había condenado al exilio
y cuya pena fue condonada gracias a sus ruegos, como, por
ejemplo, a Guillermo Prieto que estuvo desterrado dos años
y narró sus experiencias en un libro precioso que se llama
Viajes de Orden Suprema. Ahí agradece a Dolores Tosta el
que haya tenido esos gestos, y más adelante lo único que
sabemos de ella es que también fue bastante severa con
Santa Anna cuando éste sólo era un viejito decrépito al cual
nadie quería, al que tenía muy corto de dinero, porque no le
daba ni siquiera para sus puros, y finalmente acabó sojuz-
gándolo en la vejez.
Mi novela es una novela histórica pero al mismo tiempo
es una novela picaresca; no me hubiera atrevido a hacer
una novela picaresca sobre Victoriano Huerta o Hitler pues
estos fueron personajes que se llenaron las manos con atro-
cidades verdaderamente terribles. Creo que Santa Anna sí
admite un tratamiento cómico simplemente porque él no
fue un militar que cometiera grandes crueldades. He dicho,
además, que los fusilamientos que hizo los hizo por orden
del Congreso pero en otros momentos él jamás fusilaba a
il

»ssss8»a«s» y\ntonio López de Santa Anna


159

De la hacienda Manga de Clavo sólo


queda este tipo de vegetación. En esta
propiedad Santa Anna se refugiaba y
una y otra vez la gente iba a rogarle
que tomara la presidencia.
Contenido. El Santanismo ¡Extra!, México,
Editorial Contenido. 1978. p. 108.

sus prisioneros. A diferencia de Iturbide, que cuando fue


general realista fue terriblemente cruel, por ejemplo, colga-
ba a los insurgentes, incendiaba los pueblos donde creía
que les estaban dando refugio y se caracterizó por ser un
hombre verdaderamente terrible; de ahí el apodo que le
pusieron, de "Dragón de fierro". Santa Anna en sus épocas
de coronel realista más bien se caracterizó por usar la per-
suasión y la política para tratar de que los guerrilleros re-
beldes, como Guadalupe Victoria, sobre todo, depusieran
las armas, algo que no logró; pero lo que sí consiguió fue
atraer a muchos de sus hombres ofreciéndoles tierras y
haciendo lo que llamaríamos ahora una política de coop-
tación. Santa Anna admite ese tratamiento cómico porque
fue un hombre que se tomaba con una enorme seriedad
esas ceremonias que ahora nos parecen tan ridiculas y
Enrique Serna
160

grotescas. Cuando enterraban el pie en el panteón de


Santa Paula sentía que la posteridad le estaba rindiendo un
homenaje muy merecido y esto hace que sea un personaje
que, con un mínimo de ironía, aparezca en toda su brutal
ridiculez. Él, además, fue un hombre castigado en su pro-
pia vida: por desgracia llegó a vivir lo suficiente para verse
convertido en la caricatura de lo que había sido y esto fue
para él un castigo más cruel de lo que pudo haber sido
morir en el paredón, o en el campo de batalla, en cuyo caso,
ahora, probablemente, lo consideraríamos un héroe. Santa
Anna vive lo suficiente y llega un momento de su vida que
encuentro muy interesante, en el cual es el dictador de Su
Alteza Serenísima; porque es un momento en el que Santa
Anna llega a sentir un verdadero hartazgo del poder. Hace
una campaña muy extraña para combatir a Juan Álvarez que
se acababa de insurreccionar en el sur en Guerrero; va a
combatirlo, pero realmente sin haberlo derrotado regresa
luego a México, cansado, tal vez de las inclemencias del
clima, pero sobre todo, cansado de las fiestas que le hacían
en cada uno de los pueblos y de las ciudades que él iba
recorriendo; porque era una regla en la época de Santa
Anna, que pueblo en el que él entrara se dispararan cohe-
tes, quemaran juegos artificiales y se repartiera pulque a
toda la población. Llega un momento en el que Santa Anna
se siente agotado, más de las fiestas que de estas bata-
llas y regresa a México resignado, probablemente, a per-
der el poder. Arriba entonces a un momento muy curioso: él
abandona la ciudad cuando los conservadores todavía con-
tinuaban pidiéndole que resistiera un momento más. Sólo
Aptonio López de Santa Anna
161

cuando está en el exilio, de este poder que él había despre-


ciado empieza a sentir una enorme nostalgia; pero en un
momento en el que ya había perdido el olfato y el oportu-
nismo, que fueron siempre sus principales virtudes como
político. Entonces empieza a cometer una serie de errores
cada vez más trágicos y desastrosos, como fue el ofrecer
sus servicios a Maximiliano. Éste acepta que Santa Anna
regrese a México, le ofrece un ducado en su gobierno, pero
le pone como condición que no haga manifiestos a la nación
cuando desembarque en Veracruz. Lo primero que hace
Santa Anna al desembarcar es lanzar un manifiesto a la
nación, en el que vuelve a ocupar un papel protagónico y en
consecuencia el mariscal Bazaine le ordena subirse al barco
y regresar a Turbaco, sitio en el cual entonces vivía. Santa
Anna, encolerizado, le ofrece sus servicios a Benito Juárez
que por supuesto lo manda al mismísimo demonio. Es el
momento en que Santa Anna queda mal con Dios y con el
Diablo y su estrella política cae por los suelos; sin embargo,
él seguía teniendo la esperanza de que en cualquier mo-
mento podía regresar al poder y hablo de cuando ya tenía
65 o 70 años, y era un hombre que ya estaba chocheando.
En una ocasión, estando en Santo Tomás, en las Bahamas,
llega a verlo Darío Mazuera, un colombiano que sabía que
Santa Anna tenía estas aspiraciones y le hace creer que el
secretario de Estado norteamericano va a apoyar una expe-
dición para que él regrese a México, que le van a dar tro-
pas, y un buque de guerra, pero que necesita invertir
80,000 dólares en este buque, que luego le serán reembol-
sados por el Departamento de Estado; entonces inocente-
Enrique Serna
162

Dolores Tosta, su segunda esposa.


Contenido. El Santanismo ¡Extra!
México, Editorial Contenido, 1978, p. 107.

mente Santa Anna le da los 80,000 dólares a Mazuera y se


embarca para Nueva York creyendo que lo van a recibir con
una banda de guerra y con grandes honores y resultó que
al llegar no se encuentra a nadie en el muelle y que Darío
Mazuera había desaparecido. A partir de entonces llegan
una serie de estafadores a aprovecharse de él y acaban
quitándole hasta el ultimo centavo. Regresa finalmente a
México convertido ya en un personaje muy ridículo; lo dejan
regresar por lástima, a sabiendas de que ya no va a tener
ninguna injerencia en la política nacional y creo que, pre-
cisamente por haber sufrido estos castigos, es por lo que
Santa Anna admite un tratamiento cómico o picaresco.
Finalmente, creo que toda novela histórica, y esto ha
ocurrido desde el siglo xix hasta la fecha, habla del pasado
para que hagamos una comparación con nuestro pre-
Afilonio Wpez de Santa Anna
163

senté; esto ocurrió, por ejemplo, en La guerra y la paz, de


Tolstoi; en novelas como El noventa y tres de Víctor Hugo,
que es una novela sobre la época del terror de la Revolución
francesa en un momento en el que acaba de ocurrir la
Comuna de París en 1871 y teme que Francia vaya a caer
en un periodo de anarquía como el que vivió durante la
época del terror y narra estos acontecimientos como una
especie de advertencia para los lectores de su tiempo
diciéndoles: cuidado, nos puede volver a pasar lo mismo; o
Tolstoi, que en La guerra y la paz repite constantemente
una tesis en la que propone que el motor de la historia no
son los hombres sino las masas y que la gente que estaba
detrás de Napoleón fue realmente la que le permitió llegara
apoderarse de casi toda Europa. Y esto lo repite con mucha
insistencia porque la época en la que él está escribiendo son
los finales del siglo xix, época en la que empieza a cobrar
mucho auge la tesis del superhombre nietzscheano; él sien-
te que elevar a tal grado a hombres providenciales que pue-
den arrastrar detrás de sí a la multitud es muy peligroso y
puede conducir a atrocidades, y de esta manera se estaba
adelantando a lo que ocurrió en el siglo xx con Hitler.
Así como en esas novelas tratan de ver el presente con
los ojos vueltos hacia el pasado, mi novela es un intento por
hacer lo mismo. En mi novela Santa Anna tiene frases muy
hirientes hacia el pueblo mexicano y yo creo que este tipo
de repulsivos pueden ayudarnos a ver, también, qué es lo
que están pensando sobre nosotros, en algún momento, los
gobernantes actuales; y creo que hacer estas compara-
ciones entre el presente y el pasado es lo que puede lie-
Enrique Serna . . .
164

vamos a evitar estos errores y es, finalmente, uno de los


objetivos que yo me propuse con esta novela.

Bibliografía
FUENTES MARES, José, 1989, Santa Anna, el hombre, México,
Grijalbo.
GONZÁLEZ PEDRERO, Enrique, 1993, País de un solo hombre: el
México de Santa Anna, México, Fondo de Cultura Económica.
KRAUZE, Enrique, 1994, Siglo de caudillos. Biografía política de
México (1810-1910), Barcelona, Tusquets Editores.
LÓPEZ DE SANTA ANNA, Antonio, 1973, Mi historia militar y políti-
ca, México, Editora Nacional.
, 1983, La guerra de Texas. Documentos, México,
Universidad Autónoma Metropolitana.
MUÑOZ, Rafael F., 1983, Santa Anna. El dictador resplandeciente,
México, Fondo de Cultura Económica.
SERNA, Enrique, 1999, El seductor de la patria, México, Joaquín
Mortiz-Planeta.
VALADÉS, José C, 1982, México, Santa Anna y la guerra de
Texas, México, Editorial Diana.
VÁZQUEZ MANTECÓN, Carmen, 1986, Santa Anna y la encrucijada
del Estado: la dictadura (1853-1855), México, Fondo de
Cultura Económica.
YÁÑEZ, Agustín, 1982, Santa Anna, espectro de una sociedad,
México, Océano.
ZAMORA PLOWES, Antonio, 1945, Quince Uñas y Casanova aven-
tureros, México, Talleres Gráficos de la Nación.
11

aximiliano de
Habsburgo
Érika Pani

t
Maximiliano: ni héroe, ni villano, "un iluso con bue-
nas intenciones".
Carleton Beals, Porfirio Diaz. Dictator of México, Londres,
J.B. Lippincott Company, 1932, frente a la p. 122.
I propósito de este libro es contribuir a desmiti-
ficar a los héroes y villanos de la historia de Méxi-
co. Cuando recibí la invitación para escribir sobre
Maxinniliano de Habsburgo, me llamó la atención
que lo hubieran escogido, ya que creo que la
memoria histórica mexicana, a pesar del legado
de la historia patria, se ha negado a encasillar al
emperador Maximiliano en alguna de estas dos
categorías. Ya en 1999, me pareció poco atinada
la declaración del entonces presidente del Partido
Revolucionario Institucional, que pretendía des-
prestigiar al candidato de Acción Nacional apo-
dándolo "Foximiliano".^ No puede decirse que la
comparación contribuyera al triunfo de Vicente
Fox, pero creo que tampoco hizo nada por deni-
grarlo. La imagen del emperador rubio y barbado
no enciende entre los mexicanos antipatías enco-
nadas ni nacionalismos furibundos, y esto a pesar
de haberse sentado en el trono mexicano gracias
a una violenta e injusta intervención armada, sin-
tiéndose además con derechos por ser descen-

1"
Teme el PRI un nuevo Foximiliano", Reforma, 18 de agosto
de 1999.

167
Érika Pani
168

diente de Carlos V y creerse aclamado por' la mayoría de la


población mexicana.
Con todo, y a pesar de los esfuerzos de aquellos
escritores que combatieron la intervención y el imperio,
Maximiliano se nos antoja más bien un iluso con buenas in-
tenciones, engatusado y traicionado por el rastrero empe-
rador de los franceses y unos conservadores apatridas y
despechados. Llegó a querer a México y a sus mujeres, a
preferir su mole y sus tortillas a las delicias de la cocina
francesa, y su muerte, valiente y trágica, redime una vida
política más bien mediocre. Para colmo, estaba casado con
una mujer dominante que terminó volviéndose loca. Más que
odio y desprecio, el archiduque inspira compasión y uno
que otro suspiro. No se le recuerda entonces como a un
hombre tenaz y decidido, prototipo del héroe patrio, pero sí
como a un héroe de melodrama romántico. Por esto su his-
toria ha sido aprovechada por novelistas, dramaturgos, ci-
neastas y autores de telenovelas. No se trata aquí entonces,
como ha sido el caso de otros personajes abordados en este
volumen, de rescatar a un "apestado" de la historia oficial,
o de devolver humanidad a algún héroe de bronce encum-
brado en inaccesible pedestal. Procuraremos entonces des-
cubrir, entre las imágenes unidimensionales del "estúpido
alemán" que nos legaron los historiadores republicanos, y
las del príncipe de cuento de hadas que al final son igual de
insípidas, al Maximiliano gobernante, que se enfrentara a los
problemas de un país quebrado y en guerra. Es un objeto de
estudio menos romántico, más complejo, y mucho más
interesante.
Maximiliano de Habsburgo
169

Habsburgo y segundón
Fernando Maximiliano de Habsburgo nació el 6 de julio de
1832 en el palacio de Schoenbrunn, en las afueras de Viena,
es el segundo hijo de los archiduques Francisco Carlos y
Sofía, hermano menor de Francisco José, quien sería
emperador de Austria de 1848 a 1916. Se rumoraba que su
verdadero padre no era el bastante poco agraciado her-
mano del emperador Fernando, sino el duque de Reichstad,
hijo de Napoleón y la archiduquesa María Luisa de Austria,
quien moría casi al tiempo de nacer el niño, como buen ro-
mántico decimonónico, de tuberculosis.2 Tras las revolucio-
nes que sacudieron el imperio en 1848, ascendió al trono
Francisco José, quien, a pesar de su juventud, reprimiría
con violencia al movimiento constitucionalista en Viena y a
los nacionalistas húngaros, para mirar con cierto recelo, a lo
largo de su reinado, toda idea liberal y progresista. Dos
años más tarde, Maximiliano, a quien satisfacía poco el pa-
pel de segundón cortesano, se enroló en la marina austríaca,
abocándose a proyectar su modernización y de la cual llegó
a ser su comandante en jefe. También se dedicó a viajar. En
su libro Recuerdos de mi vida, que recoge las impresiones
de sus viajes por el Mediterráneo y después a Brasil,
vemos a un joven algo cursi, atraído por la aventura y el exo-
tismo. En Sevilla, tras asistir a una corrida de toros, admi-
raría el valor, arrojo y violencia que creía típica de "tiempos

2
Villalpando, 1999, pp. 20-22.
Érika Pani
170

antiguos", y que decía preferir a la molicie de sus compatrio-


tas refundidos en sus salones de té. 3
En 1856, viaja a París, esta vez como agente diplomático
de su hermano. Francisco José esperaba que sondeara a
Napoleón III, y lo disuadiera de apoyar los esfuerzos de
Víctor Emmanuel, rey del Piamonte, por unificar Italia. El
viaje fracasó prácticamente sobre todos los frentes: tres
años después, el imperio francés participó en la unificación
italiana, derrotando escandalosamente al ejército austríaco
en la batalla de Magenta. El joven archiduque, totalmente
rebasado por las estrategias diplomáticas de Luis Napoleón,
aparentemente no se percató de que existiera problema
alguno, y centró sus críticas en la falta total de elegancia de
la "corte de diletantes" francesa.4 Es interesante observar
que, menos de 10 años después, para llevar a cabo su aven-
tura mexicana, Maximiliano se confiará, sin demasiadas
garantías, a los buenos oficios del emperador parvenú que
tanto había despreciado.
En 1857, después de, según José Manuel Villalpando,
arduas negociaciones para fijar el monto de la dote, 5 Maxi-
miliano se casó con Carlota Amalia de Bélgica, hija del rey
Leopoldo I (1790-1865), conocido por su sabiduría, y por
sus habilidades diplomáticas y de gobierno como el "Néstor"

3
Maximiliano de Habsburgo, 1869, vol. 1,pp. 141-142.
"Carta de Maximiliano a Francisco José, mayo de '856, en Conté Corti,
1927, pp. 41-43. Villalpando, 1993, pp. 42-45.
5
El monto final ascendió a 100,000 florines, además, fuera de las capitula-
ciones matrimoniales, 900,000 florines para sufragar la construcción del castillo
de Miramar. Villalpando, 1993, pp. 62-66.
La llegada de los emperadores a Veracruz el 28 de mayo de 1864.
Bertita Haroling, Maximilien. Empereur du Mexique: 1832-1867, París, 1935.

de los reyes de Europa. Leopoldo, príncipe alemán sentado


sobre un trono creado en 1831, representaba además el
caso más exitoso de la invención de una monarquía nacional
con un monarca importado. Tras su matrimonio con la prin-
cesa belga, Francisco José lo envió a Milán, a gobernar un
Lombardo-Véneto que hervía de hostilidad para con el go-
bierno austríaco y con el entusiasmo nacionalista del Ri-
ssorgimiento italiano. Maximiliano y Carlota procuraron atraer
hacia sí las simpatías de los lombardos, promoviendo las
artes y los proyectos filantrópicos. Además, Maximiliano
escribió a su hermano, solicitando se estableciera en los
territorios italianos del imperio un gobierno representativo
Érika Pani
172

y que se les aligerara la carga fiscal. Curado de espantos


durante 1848, Francisco José no le tenía ninguna fe a la
reforma liberal. Al crecer las tensiones, entregó el mando
efectivo del territorio al conde Gyulai, quien implementaría
una férrea ley marcial. Al final, fracasaron tanto la política
amable de Maximiliano como la mano dura del militar, al
perder Austria, en 1859, sus posesiones italianas.

La aventura mexicana
Tras la pérdida del Lombardo-Véneto, Maximiliano y Carlota
se refugiaron, en desgracia, en el pintoresco castillo de
Miramar, diseñado por el archiduque. Parecían destinados a
una vida aislada y provinciana, sin más que hacer que deco-
rar sus aposentos y, en el caso de Maximiliano, cultivar su
interés por los insectos. De este fastidio los iba a venir a
sacar la oferta de la Corona de un lejano imperio mexicano.
Desde la década de 1840, José María Gutiérrez Estrada,
a quien se unirían más tarde José Manue Hidalgo y Juan
Nepomuceno Almonte, cabildeaba ante las cortes europeas
con la esperanza de que alguna estuviera dispuesta a apo-
yar la implantación de una monarquía en México, régimen
que, consideraba, era el único que podía asegurar la paz y
el orden, además de proteger al país en contra de los vora-
ces ataques de Estados Unidos, que habiendo ya arrebatado
a su vecino la mitad del territorio, seguramente no descan-
saría hasta borrarlo del mapa.
Una serie de circunstancias inéditas iba a favorecer lo
que a primera vista parecía ser un proyecto descabellado:
Maximiliano de Habsburgo
173

la ambición de un Napoleón III que pensaba erigirse en el


defensor de la raza latina en América frente al expansionis-
mo sajón -aprovechando de paso para asegurar a la indus-
tria francesa una fuente de materias primas, un mercado
para sus mercancías y un punto de intercambio en el cruce
de las rutas comerciales entre oriente y occidente-, la guerra
civil norteamericana, que distraía la atención del promotor
de la doctrina Monroe; y la debilidad financiera del gobierno
juarista, que al declarar una moratoria en los pagos de la
deuda externa iba a dar al emperador de los franceses la ex-
cusa para intervenir militarmente. El emperador de los
franceses escondió su propósito de instalar en México un
gobierno monárquico estable, que le debiera la existencia
detrás de una expedición punitiva, aliado con España y
Gran Bretaña, en contra de la República morosa. Apun-
talaba su proyecto sobre intereses económicos franceses
e ingleses, atraídos por el potencial desarrollo de la banca
y de la infraestructura en México -notablemente el ferro-
carril-, y por la circulación y comercialización de la plata.6
Además, el emperador tenía un ojo puesto en el noroeste
mexicano, en Sonora, región que suponía rica en oro y
cuya explotación podía hacer de la intervención un gran
negocio.7
De esta manera, las fuerzas intervencionistas llegaron
a costas mexicanas en diciembre de 1861 para retirarse

6
Génev¡éve Gille, "Les capitaux frangais et I' expédition au Méxique", Révue
d'Histoire Diplomatique, 69 (julio-septiembre), pp. 193-250.
7
Suárez Arguello, 1990.
Érika Pani
174

Soldados del ejército belga.


Atribuida a F. Aubert. MRA
Arturo Aguilar Ochoa, La fotografía durante el imperio de Maximiliano, México.
UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2001, p. 105

españoles e ingleses pocos meses después, gracias en parte


al buen entendimiento del general Juan Prim, comandan-
te de las tropas españolas, con las autoridades mexica-
nas.8 La aventura mexicana se convertía entonces en
exclusivamente francesa. Establecida una alianza con jefes
militares mexicanos, avanzaron rápidamente hasta Puebla,
donde la derrota ante las fuerzas de Ignacio Zaragoza los
obligó a esperar la llegada de refuerzos. Poco más de un
año después, los soldados franceses eran recibidos con
júbilo en la ciudad de México. Reunida una asamblea de

8
Pi-Suñer, 1992,
Maximiliano de Habsburgo
175

notables para discutir la forma en la que debía organizarse


-de una vez por todas- el gobierno mexicano, se optó por
una "monarquía moderada" con Maximiliano de Habsburgo
al frente. De rechazar el archiduque el ofrecimiento, los nota-
bles mexicanos se atendrían a la "generosidad" del empe-
rador de los franceses para que les designase otro can-
didato, poniendo como única condición que éste fuera
católico.
¿Por qué escoger a Maximiliano? Tras la caída del impe-
rio, conservadores decepcionados como Francisco de Paula
Arrangoiz deploraron que no se hubiera escogido a algún
infante español y, sobre todo, a un hombre menos "liberal". 9
No obstante, era importante para la diplomacia europea -y
sobre todo para Luis Napoleón- que el emperador mexicano
no representara a ninguna de las tres potencias interven-
toras. El imperio austriaco era una potencia continental, rela-
tivamente decadente y con preocupantes problemas en su
interior. El hecho que exportara a uno de sus príncipes difí-
cilmente podía ser interpretado como parte de una política
expansionista. Maximiliano era además un Habsburgo: como
descendiente de Carlos V sus títulos a la Corona mexicana
tenían ciertos visos de legitimidad dinástica. Pero más que el
deseo de esconder la mano del imperio francés, o de buscar
una legitimidad genealógica, en la elección de Maximiliano
pesó un factor decisivo: el hermano menor de Francisco José,
el segundón frustrado de la casa de Austria, estaba dis-
puesto a emprender la riesgosa aventura.

9
Arrangolz, 1968.
Érika Pani
176

Así, el 3 de octubre de 1863 se presentó en Miramar


una comisión de mexicanos que venían de parte de la
asamblea de notables a ofrecer a Maximiliano la Corona de
un imperio mexicano. Maximiliano los recibió entusiasta,
pero condicionó su aceptación a que el voto de la capital
-expresado, según él, por la asamblea- fuera ratificado por
"la nación toda", y a que el emperador de los franceses le
asegurara un apoyo militar y económico hasta que estu-
viera el país pacificado y su gobierno operando con cierta
regularidad. No tardaron en llegar a la joven pareja las
adhesiones de los ayuntamientos mexicanos, que se decían
devotos imperialistas. No cabe duda que muchas de estas
adhesiones resultaron de las presiones del ejército expedi-
cionario, pero también es cierto que en algunos casos se
dieron en ausencia del ejército francés (Yucatán, ciertas
zonas de Puebla). Se trata quizás de una de las estrategias
de los poderes locales que buscaban acomodarse con quien de
hecho tuviera el poder central. 10
Menos sonrientes fueron las negociaciones para concre-
tar el apoyo francés: las experimentadas tropas francesas
apoyarían el advenimiento del imperio, pero a cambio el
emperador Napoleón exigía se satisficieran los reclamos
de franceses en contra del erario mexicano, tanto de los
acreedores -incluyendo la absurda deuda Jecker- y los de
aquellos ciudadanos afectados por los desórdenes de los
últimos años. El tesoro mexicano también tenía que ab-
sorber, íntegros, los costos de la intervención. Al parecer,
Maximiliano y Carlota estaban ya tan comprometidos con

10
Pani, 1997, pp. 39-47.
Maximiliano de Habsburgo
177

el proyecto mexicano que aceptaron estas propuestas que


no podían ser más que ruinosas. A pesar de las adverten-
cias de Jesús Terán, enviado por Juárez a Europa, quien
intentaría, en marzo de 1864, disuadir al joven príncipe, se
firmaron los leoninos tratados de Miramar. Además, Maxi-
miliano cedió, para sí y para su descendencia, los derechos
que tenía a la Corona austríaca. El 14 de abril de 1864 se
embarcaron para México.

El gobierno imperial
¿Cómo gobernó el príncipe austríaco? Cabe aclarar que
Maximiliano estuvo al frente del gobierno que ocupó la
capital del país entre junio de 1864 y julio de 1867, más
tiempo que la mayoría de los presidentes de la primera
mitad del siglo xix. No obstante, estos fueron años de
guerra constante, y su gobierno en ningún momento con-
troló la totalidad del territorio. En el norte, en el Pacífico y en
zonas de Michoacán y Oaxaca, las tropas francesas contro-
laban, y esto de manera precaria porque se vieron constan-
temente asediadas por las guerrillas republicanas, sólo las
zonas que ocupaban materialmente. Esto se tradujo en un
espacio de maniobra extremadamente restringido para el
gobierno imperial, tanto material como psicológicamente. En
esto ayudó poco la "incapacidad hacendaría" del príncipe."
Un emperador que debía su trono a la intervención armada
de las naciones acreedoras no podía sino respetar los com-
promisos financieros con las "potencias amigas". Durante

21
Como la llamó Manuel Payno. En Payno, 1980, p. 686.
11

Érika Pani
178

Maximiliano se preocupó por la pobreza y marginación de los indígenas y emitió


una serie de leyes que los protegían.
Documentos gráficos para la historia de México, México, Editorial Sureste, 1985,
vol. 1, p. 106.

estos años, se destinó la mayor parte del presupuesto


-más de 18 de poco más de 48 millones de pesos en 1866,
por ejemplo- a dar servicio a la deuda pública, sobre todo
externa. Por otra parte, y como era de esperarse, el Minis-
terio de Guerra devoraba más de la mitad de los gastos des-
tinados por el presupuesto al gabinete,' 2 y quedaban aún
pendientes los desmedidos compromisos contraídos por los
tratados de Miramar.
El gobierno imperial -y esto en nada lo distingue de
los gobiernos que lo precedieron- demostró ser incapaz
de crear la legitimidad necesaria para asegurar y aumen-

12
12'507,154 pesos de 20'594,396, en ibidem, pp. 681-686.
.Maximiliano de Habsburgo
179

tar la recaudación de impuestos. Si bien emprendió una


serie de reformas fiscales, entre las cuales se incluía un
impuesto innovador mediante el cual se pretendía incenti-
var el fraccionamiento y venta de las grandes extensiones
territoriales, 13 estos esfuerzos tuvieron bien poco éxito. El
gobierno imperial tuvo que vivir, como todos los gobiernos
mexicanos decimonónicos, de las rentas de las aduanas -y
principalmente de Veracruz- y de la alcabala y demás im-
puestos indirectos dentro de la ciudad de México. No le
quedó entonces más que recurrir al endeudamiento. En
este aspecto fue más exitoso que sus predecesores. El de
Maximiliano fue el primer gobierno mexicano que, desde la
década de 1820, lograba colocar un empréstito en el ex-
tranjero. Sin embargo, el resultado final fue nefasto para el
imperio: se emitieron en París y en Londres 534 millones de
francos de bonos, de los cuales sólo el 6 por ciento entró al
tesoro mexicano, dedicándose el resto directamente a
cubrir los gastos del ejército expedicionario. El gobierno
imperial triplicó la deuda externa del país, sin lograr literal-
mente nada a cambio.14
Así, en el nivel más básico, el imperial fue un gobierno
asediado, paralizado por la guerra y por sus compromisos
internacionales, y por lo tanto dado a medidas desesperadas,
como, por ejemplo, el famoso decreto del 3 de octubre de
1865, que establecía que aquellos que defendieran la
República con las armas en la mano serían sumariamente

13
Informe con que el director de los negocios de Hacienda dio cuenta...",
"Reglamento", El Diario del Imperio, 28 de mayo y 13 de junio de 1866.
14
Florescano y Lanzagorta, 1972, p. 91.
Érika Pani
180

ejecutados. Este decreto, reprobado por la opinión contem-


poránea de todos los colores políticos, y que fuera uno de
los motivos principales por los cuales el consejo de guerra
condenara a Maximiliano a muerte en 1867 tiene su con-
traparte, de similar ferocidad e intransigencia, en la ley Do-
blado, promulgada por el gobierno republicano en 1862.
Incluso, dado lo angustiado del contexto, sorprende que
durante el imperio se hayan emprendido una serie de pro-
yectos que, aunque muchos se quedaron en el papel, son
interesantes.
Al llegar a México, Maximiliano se propuso unir a un país
profundamente dividido, y consideró que podría hacerlo sólo
con un gobierno "eminentemente conciliador", que reuniera
en su seno a miembros de todas las comuniones políticas.
Por esto, en su gabinete, consejo de Estado y cuerpo
diplomático, reunió a liberales como Pedro Escudero y Echá-
nove, José María Cortés Esparza, José Fernando Ramírez,
Manuel Silíceo y Jesús López Portillo, y a conservadores
como Teodosio Lares, Joaquín Velásquez de León, Ignacio
Aguilar y Marocho y Francisco de Paula y Arrangoiz. Aunque
en un primer momento favoreció a los "liberales modera-
dos" -lo que molestó mucho a los conservadores, que con-
sideraban que el emperador traicionaba a los "verdaderos
amigos del Imperio"- para inclinarse hacia los conserva-
dores en 1866; tras anunciada la retirada de las tropas
francesas, el personal político del imperio fue consistente-
mente más heterogéneo de lo que había sido el de los go-
biernos mexicanos de los últimos 10 años.
Maximiliano de Habsburgo
181

Si llama la atención lo ecléctico de las preferencias


políticas de los hombres que colaboraron con el imperio,
más aún el hecho que, contrariamente a las imágenes que
nos ha dejado la historiografía tradicional del gabinete
imperial como una especie de torre de Babel, llena de aven-
tureros centroeuropeos poco escrupulosos que no hacían
sino ver cómo desfalcaban al país, la mayoría de los hombres
clave del régimen imperial fueron políticos mexicanos con ex-
periencia importante, empeñados en construir de manera
estable un Estado que desde 1821 no terminaba de cuajar.
En muchos casos, se adhirieron al gobierno de Maximiliano
precisamente porque consideraron que éste representaba
una oportunidad para llevar a cabo proyectos que habían
naufragado en la tormenta de la discordia política que
habían sacudido al México independiente.

Algunos colaboraron con el régimen imperial porque


consideraron que las prendas que adornaban al joven, caris-
mático y apuesto Habsburgo permitirían asegurar la lealtad
de la población, la confianza de los acreedores e inversio-
nistas extranjeros, la tranquilidad del Vaticano y de la jerar-
quía eclesiástica, y por lo tanto la paz y la prosperidad de
México. Sorprendentemente, Luis Méndez, cuya sobriedad
como jurisconsulto podría sugerir que se prestaría poco a
sentimentalismos, fue uno de los estadistas que sucumbió
ante la simpatía personal del archiduque. Dentro de la
población en general, parecería que la joven pareja fue rela-
tivamente popular. Si bien es difícil determinar qué tanto
Maximiliano y Carlota fueron queridos por la población mexi-
cana, y aunque también es cierto que a fin de cuentas esto
Érika Pani
182

El Castillo de Chapultepec construido en 1785. Los emperadores vivían en él la


mayor parte del tiempo.
Antonio Arriaga, La patria recobrada. Estampas de México y los mexicanos durante
la intervención francesa, México, FCE, 1967, p. 199.

les sirvió de bien poco, debe mencionarse que los empe-


radores procuraron, como no lo habían hecho sus predece-
sores, a la vez enaltecer y hacer accesible la imagen del
poder público.
De esta manera, se emprendieron programas de reno-
vación urbana, de mecenazgo a artistas y de beneficencia
pública. Se estableció un calendario de fiestas nacionales
cívicas y religiosas con un complejo ritual. Tanto el emperador
como sus ministros estaban obligados a dar audiencia pú-
blica una vez a la semana, y a éstas podía asistir cualquier
ciudadano del imperio, siempre y cuando se inscribiera con
tiempo. Además, Maximiliano y Carlota fueron, si no conta-
mos los viajes de los virreyes de Veracruz a la capital, y las
escapadas de Santa Anna a Manga de Clavo o a San Agus-
Maximiliano de Habsburgo
183

tín de las Cuevas para jugar a los gallos, los primeros go-
bernantes de México que viajaron al interior del país, sin
que los persiguiera el enemigo interno o externo, con el fin de
hacer presente el poder central en provincia. Recién desem-
pacado, Maximiliano visitaría las poblaciones del Bajío en
septiembre de 1864, mientras que Carlota iría hasta Yuca-
tán en 1866. Sus visitas irían invariablemente acompa-
ñadas de verbenas, actos caritativos -donativos a cárceles,
a escuelas, etcétera -y la inauguración de obras públicas
como el ferrocarril, el telégrafo o algún pozo artesiano. Con
esto, se pretendía poner de manifiesto el interés de los
emperadores por todos los mexicanos, e identificar la mo-
dernidad y el progreso con el régimen.15
Otros políticos mexicanos, menos impresionados por el
rubio barbado se dijeron atraídos por las ventajas que
ofrecía la naturaleza misma del régimen: la monarquía, por
colocar el asiento del poder fuera de la competencia entre
las facciones políticas, las neutralizaba, las domesticaba;
dejaba a los partidos, como escribía un periódico de la época,
"sin palenque donde combatir, sin armas con que herirse, sin
ocasiones que vengarse".16 A diferencia de lo que había
sucedido con hombres fuertes como Antonio López de Santa
Anna, un príncipe extranjero estaba, teóricamente, por enci-
ma de las rencillas partidistas. Además, la presencia del
ejército francés, aunque humillante y costosa, liberaba al
poder civil, pues no se tendrían que someter al estire y afloje
con los caudillos que detentaban el poder y la fuerza a nivel

15
Acevedo, 1995; Arrom, 2001; Pani, 1995, pp. 423-260.
16
"EI Emperadory los partidos", La Razón, 19 de octubre de 1864.
Érika Pani
184

regional. Había que dejarse de "discusiones estériles sobre


materias abstractas", como escribiera otro de los periódicos
que simpatizaban con el imperio,17 y poner manos a la obra
para sacar al país adelante. Para muchos de los que colabo-
raron con él, el imperio, entonces, representó un espacio de
respiro que debía aprovecharse para consolidar al Estado
mexicano.
Así, la política imperial se centró sobre todo en reforzar
la estructura y los instrumentos del Estado central, con
visos a hacer que su autoridad fuese efectiva dentro de
todo el territorio nacional; de ahí la centralización política,
la modernización de las leyes y de las estructuras judiciales
y el establecimiento de una nueva división territorial. Para
quienes colaboraron con el régimen no se trataba sola-
mente de asegurar el orden, sino de proteger los derechos
civiles de los ciudadanos -los políticos los preocupaban
mucho menos-, estableciendo una jerarquía de autoridades
responsables -sujetas a ser procesadas mediante la ley de
lo contencioso-administrativo-, y garantizando la existencia
de un estado de derecho. Así, el imperio fue el primer régi-
men mexicano que logró aterrizar un proyecto del cual se
venía hablando desde prácticamente los primeros años de
vida independiente, pero que todavía no daba resultados
concretos: la promulgación de un código civil. Las labores
del grupo de abogados nombrado por Juárez en 1861 para
revisar el proyecto que había ejecutado el abogado yucateco
Justo Sierra O'Reilly fueron apoyadas por el emperador, y

17
"Editorial", El Mexicano, 11 de enero de 1866.
J

Maximiliano y Carlota.
México, su evolución social, México, J. Ballescá y Compañía, 1900, vol. 1, p. 293.

dieron fruto finalmente en 1866. Si bien el código imperial


fue desechado tras el triunfo de la República, su contenido
forma la base del texto promulgado en 1871, 18 Asimismo, el
imperio fue el primer gobierno que estableció un ministerio
público.
La división territorial del imperio, que dividía al país en
50 departamentos de dimensiones similares, pretendía dar
al traste con el federalismo que en opinión de muchos miem-
bros de la clase política mexicana había entorpecido la ac-
ción del poder nacional, obstaculizado la formación de un
mercado nacional y favorecido los despotismos locales. En
opinión de su autor, el geógrafo e historiador Manuel Orozco
y Berra, las leyes sobre división territorial en México no
habían sido hasta entonces sino "un conjunto contradictorio
y embrollado, en que se [descubría] el encono de los odios

,8
Batiza, 1981.
Érika Pani
186

"La bandera francesa no retrocede nunca." ... es la obra más grande de mi reino."

"La Orquesta". El caricaturista Constantino Escalante ridiculiza la intervención


francesa. La última figura representa un soldado zuavo y lleva en su huacal "cortes
marciales y gloria". Su enorme nariz alude a los enormes préstamos que contrajo
Maximiliano en París.

políticos y la manía pueril de desbaratar cuanto los contrarios


[hubieran] hecho".19 El mapa de Orozco y Berra se basaba,
por primera y única vez en la historia de la división territo-
rial mexicana, en criterios "científicos": geológicos, hidro-
gráficos, demográficos y etnográficos. Los departamentos
debían ser relativamente homogéneos en cuanto a exten-
sión, riqueza y población, para evitar así la insubordinación
de los grandes estados, como había sucedido con Jalisco,
Zacatecas y, recientemente el Nuevo León-Coahuila de

19
"ldea de las divisiones territoriales en México, desde los tiempos de la ocu-
pación española hasta nuestros días", El Mexicano, 8, 14 de junio de 1866.
Maximiliano de Habsburgo
187

Santiago Vidaurri. Se trataba entonces de centralizar el


poder político mientras se descentralizaba administrativa-
mente, con el fin de que el poder público tuviera un mayor
número de centros de acción, para resolver esos aspectos
cotidianos que más interesaban a la población.- el man-
tenimiento del orden, la policía, la educación básica y el
fomento de los "intereses materiales".
Otro de los aspectos innovadores de la política del
imperio, y en este caso parecería responder sobre todo al
interés de la pareja imperial, y no a los objetivos y angus-
tias de los hombres públicos mexicanos que la rodearon, fue
la "política indigenista" del imperio. Como buenos europeos
románticos, Maximiliano y Carlota manifestaron gran entu-
siasmo por el pasado prehispánico de su imperio; visitaban
sus ruinas cada vez que podían, y establecieron un museo
en Palacio Nacional, en el que colocaron, entre otros "monu-
mentos", el calendario azteca, hasta entonces arrimado en
contra de uno de los muros de la catedral. Entre las damas
de palacio de Carlota se encontraba Josefa Várela, que era
supuestamente una "auténtica india", descendiente directa
de Moctezuma o Nezahualcóyotl. Pero a diferencia de mu-
chos entusiastas del glorioso pasado precolombino, del siglo
xvm en adelante, los jóvenes príncipes no glorificaban al
indio muerto mientras desdeñaban al vivo: desde su llegada
a Veracruz, se mostraron preocupados por la pobreza y mar-
ginación de la población indígena. Maximiliano pidió no se
utilizara el término "indio" pues "todos [eran] mexicanos, con
el mismo derecho a su solicitud". Nombró al nahuatlato
Faustino Galicia Chimalpopoca visitador de indios, y lo lie-
Érika Pani
188

vaba consigo a sus viajes como traductor. Fue el único de los


gobernantes del México decimonónico que publicó procla-
mas y decretos en lengua indígena.
Además, durante el imperio se promulgaron una serie
de leyes para la protección de la población rural -y por lo
tanto de la enorme mayoría de los indígenas. Se constituyó
una Junta Protectora de las Clases Menesterosas, presidida
por Chimalpopoca, que era un órgano consultivo al cual los
miembros de las clases menos favorecidas debían dirigir
sus quejas y reclamos. La junta debía debatir y promover
leyes, reglamentos y proyectos para mejorar la suerte de
este sector de la población. Entre las leyes que se deben
a iniciativas de la junta, una otorgaba personalidad jurídica a
los pueblos para que pudieran dirimir pleitos de tierras y
aguas, dándoles curso por vía administrativa; otra cedía en
propiedad privada las tierras de comunidad y de repar-
timiento a los naturales y vecinos de los pueblos, dando
prioridad a las familias pobres, otra aseguraba a las pobla-
ciones con más de 40 habitantes escuela de primeras letras,
un terreno "útil y productivo" igual al fundo legal para el servi-
cio público.
Quizás la más escandalosa de estas leyes fue la de jor-
naleros, de noviembre de 1865, con la que se prohibieron la
retención por deudas y los castigos corporales. Se esta-
blecía un horario de trabajo y se exigía a hacendados y dueños
de fábricas que costearan una escuela dentro de sus insta-
laciones. Mediante esta legislación "agraria" o "social", se
pretendía proteger a los pueblos de las presiones de las
haciendas aledañas y del desgaste que implicaban los líos
o.

M««H¡Hnn». M a x i m i l i a n o de Habsburgo
189

Hacienda La Teja, cercana a la ciudad de México donde se hospedó Maximiliano


a finales de 1866, meses antes de su ejecución.
Pintura y vida cotidiana, México, Fomento Cultural Banamex, Conaculta, 1999, pp.
220 y 221.

judiciales que consumían durante generaciones los recursos


de la comunidad, además de prevenir los peores abusos en
contra de los trabajadores que no disponían más que de su
fuerza de trabajo. Sin embargo, no se pretendía preservar
las formas comunitarias de propiedad y explotación de la
tierra, ni de organización política y social, que tanto el empera-
dor como sus colaboradores consideraban arcaicas y poco
productivas, si bien al archiduque austríaco le podían pare-
cer encantadoras en su exotismo, como los entierros y fies-
tas, la propiedad comunal, etcétera. Su ideal era, como para
los liberales de 1856, el individuo autónomo, de preferencia
ll

Érika Pani
190

La política imperial se centró sobre


todo en reforzar la estructura y los
instrumentos del Estado central.
Carleton Beals, Porfirio Diaz. Dictator
of México, Londres, J.B. Lippincott
Company, 1932, frente a la p. 122.

pequeño propietario, y totalmente integrado a la vida social


y económica del país.20 Así, por ejemplo, la Ley de Instruc-
ción Pública, establecía que la educación básica fuera obli-
gatoria, incluía en el programa al latín y al griego, así como
a lenguas extranjeras modernas, pero no a las lenguas indí-
genas.21
La legislación "social" del imperio provocó la ira de los
grandes propietarios y produjo al parecer pocos resultados
concretos. De manera similar, las buenas intenciones del
gobierno imperial iban a irritar a otro sector de la clase
política, que en un primer momento había apoyado incondi-

20
Arenal, 1991, pp. 1-33; Pañi, 1998.
21
Arenal, 1978.
Maximiliano de Habsburgo
191

cionalmente el advenimiento del imperio: el de los conser-


vadores católicos. Para muchos de los hombres que habían
combatido la Constitución de 1857 a sangre y a fuego, el
problema medular no era la organización política del país:
se trataba de una cuestión social y moral. Los mexicanos se
veían ante una disyuntiva trágica: si se acataban los princi-
pios constitucionales y las leyes de Reforma -nacionalización
de los bienes del clero, registro civil, tolerancia de cultos,
etcétera-, se pecaba. Quien fuera un buen ciudadano se con-
denaba. Se pensó entonces que un príncipe católico podría
zanjar las diferencias de una sociedad desgarrada, resta-
bleciendo la armonía entre los poderes espiritual y temporal
y tranquilizando las conciencias de sus subditos. Maxi-
miliano parecía ser el candidato idóneo para esto, dado el
catolicismo acendrado de los Habsburgo, y se tomó como
señal esperanzadora que en su viaje a México, se detuviera
primero en Roma para solicitar la bendición del Papa.
En diciembre de 1864, Maximiliano pidió a su ministro
de Justicia, Pedro Escudero y Echánove, que para "allanar
las dificultades suscitadas con ocasión de las leyes [...] de
Reforma" propusiera una medida que "a la vez dejara satis-
fechas las justas exigencias del país, restableciera la paz en
los espíritus y la tranquilidad en las conciencias".22 Para
esto intentó también, casi inmediatamente, negociar un con-
cordato con el Vaticano. Hasta cierto punto la propuesta del
emperador de México parecía conciliar tanto los intereses

22
Maximiliano a Pedro Escudero y Echánove, México, 27 de diciembre de
1864, Boletín, t. m, pp. 285-286.
Érika Pani
192

del Estado mexicano -en cuanto a la supremacía del poder


civil sobre el religioso-, como los de los compradores de
bienes del clero-ratificaba la nacionalización-, e incluso los
de una Iglesia "moderna" -si bien aprobaba la tolerancia de
cultos, reconocía a la católica como religión de Estado,
pagándose al clero de los fondos públicos, aunque a cam-
bio de esto, el emperador ejercería el patronato y los sacra-
mentos se administrarían de forma gratuita. 23
Sin embargo, Pío IX no estaba para hacer concesiones,
y menos a México. El nuncio, monseñor Meglia, se rehusó a
negociar cualquier aspecto del concordato. Esto provocó
un enorme desencanto entre los católicos militantes que
tan buena acogida habían dado al archiduque, tan sólo unos
meses antes. Clemente de Jesús Munguía, arzobispo de
Michoacán, abandonó el país en un exilio disfrazado; Fran-
cisco de Paula Arrangoiz renunció a su puesto como emba-
jador y escribiría pocos años después de la caída del imperio
la más severa de las críticas conservadoras a Maximi-
liano.24 Miraron decepcionados cómo el régimen que pensa-
ban iba a ser la salvación de México restaurando un gobierno
"católico" usurpaba, como lo habían hecho los gobiernos de
Comonfort y de Juárez, la "facultad de decidir por sí solos
puntos que tocan directamente a la moralidad". 25

23
Proyecto de concordato, archivo de Ignacio Aguílary Marocho, Condumex,
fondo IX-I, docs. 430, 445.
24
Arrangoiz, 1968.
25
"Representación hecha a S.M. por el vecindario de Morelia", El Pájaro
Verde, 10 de febrero de 1865.
Maximiliano de Habsbutgo
193

El fin de la aventura
El imperio tardaba en consolidarse. Los ejércitos franceses
no habían logrado vencer la resistencia republicana, el te-
soro seguía exhausto, la clase política seguía dividida, y
dudaban los que habían sido firmes aliados del régimen
monárquico. Pero así como la intervención y el imperio ha-
bían sido resultado de una situación internacional inédita,
fueron los trastornos internacionales los que sellaron su des-
tino final. Ya en el verano de 1865, el gobierno de Abraham
Lincoln, tras triunfar sobre los secesionistas, hizo saber al
emperador de los franceses que no toleraría la presencia de
un ejército europeo en su patio trasero. En Europa, Bismarck
emprendía la unificación alemana, y el triunfo de los prusianos
sobre los austríacos en Sadowa en julio de 1866 no hizo sino
confirmar a Napoleón III que sus tropas tenían que regresar
a casa.
Maximiliano considera que ha perdido la jugada y piensa
abdicar, pero Carlota insiste en que "los emperadores no se
rinden. Mientras haya aquí un emperador habrá un imperio,
aunque no abarque más que seis pies de tierra". 26 En julio de
1866, Carlota emprende un viaje a Europa, con la esperanza
de convencer tanto a Luis Napoleón como a Pío IX de que
apoyen el tambaleante trono de su esposo. Durante su en-
trevista con el Papa, parece presa de un delirio de persecu-
ción, asegurando que la tratan de envenenar y no quiere que
la separen del Santo Padre. La recogería la familia real
belga, y viviría, entre periodos de locura y lucidez, hasta 1927. •

26
Citado en Villalpando, 1993, p. 197.
Érika Pani
194

En México, Maximiliano desesperanzado oiensa en aban-


donarlo todo. En noviembre de 1866, decide escuchar los
consejos de los funcionarios de su gobierno reunidos en
Orizaba. La mayoría, conservadores conscientes de que al
apoyar la intervención se habían jugado su última carta,
insiste en que el imperio puede aún salvarse. Por salva-
guardar el honor de los Habsburgo, Maximiliano decide per-
manecer en México, y se pone al frente del ejército imperial.
El año de 1867 es el de la agonía del imperio. Las pobla-
ciones se adhieren a la República y crecen los ejércitos y los
triunfos de Mariano Escobedo, Porfirio Díaz, Ramón Corona
y Francisco Leyva. En febrero, mientras Díaz asedia Puebla,
el grueso del ejército imperial se repliega a Querétaro, que
es sitiado por Escobedo. El sitio de 72 días es terrible. El 15
de mayo, al parecer conducida por el coronel Miguel López,
enviado por Maximiliano a negociar con Escobedo la entrega
de la plaza, la tropa republicana toma el convento de la
Cruz, en donde estaban acuartelados Maximiliano y sus
generales, Miguel Miramón y Tomás Mejíe. Fueron hechos
prisioneros y sometidos al juicio de un consejo de guerra. A
pesar de la defensa de los reconocidos abogados Mariano
Riva Palacio, Rafael Martínez de la Torre y Eulalio Ortega,
Maximiliano fue encontrado culpable de, entre otras cosas,
haber usurpado la soberanía nacional, de ser un filibustero,
y de ser responsable del asesinato de los patriotas ejecu-
tados por el decreto del 3 de octubre de 1865.27 Los tres
fueron condenados a muerte. Serían fusilados en el cerro
de las Campanas el 19 de junio.

27
lbidem, pp. 230-231.
I

Maximiliano de Habsburgo
195

La lujosa carroza donde viajaba Maximiliano.


Carleton Beals, Porfirio Díaz. Dictator of México, Londres, J.B. Lippincott Company,
1932. frente a la p. 122.

El retrato que de Maximiliano pintaron los historiadores


liberales militantes como un nefasto usurpador y un san-
guinario filibustero, en fin, un villano irredimible, careció,
incluso durante los años del imperio, de credibilidad, y con-
trastaba con la imagen del joven príncipe comprometido
con las instituciones "sabiamente liberales," promotor de
las artes y preocupado por la suerte de los indígenas. Con
la muerte, dejó incluso de ser un joven estadista con mala
suerte, pésimo sentido financiero, y una interesante visión
de lo que debía ser el Estado, para convertirse en héroe de
leyenda romántica. A la hora de ser fusilado, cedió caballe-
rosamente el lugar de honor a Miguel Miramón, e hizo votos
por que su sangre fuera la última que se vertiera por México.
No se trata quizás del arquetipo del heroísmo clásico, pero se
Érika Pani
196

le recuerda como héroe al fin. Su ejecución, advertencia del


México republicano al expansionismo europeo, se convirtió
en un elemento poderoso del imaginario occidental, repro-
ducido en grabados, fotomontajes, relicarios y cuadros. Su
cuerpo, después de muchas vicisitudes descansa en la crip-
ta de la iglesia de las capuchinas en Viena desde enero de
1868; antes de descansar en su tierra natal tuvo que ser
embalsamado dos veces, cayó en el agua cuando era trans-
portado de Querétaro a México, hubo dificultades diplomá-
ticas para entregar el cuerpo a una potencia que no era
reconocida por la República, el ataúd que le habían prepa-
rado en Viena resultó demasiado chico,28 el doctor que lo
había embalsamado pasó dos años en la cárcel por tratar
de vender ciertos souvenirs del proceso. Tras abandonar la
capital mexicana los restos mortuorios del "llamado empe-
rador", Juan José Baz, gobernador del distrito, mandó des-
truir, de noche y con un incendio simulado, la capilla de San
Andrés, donde había reposado el cuerpo y que se había
convertido en concurrido punto de reunión. Maximiliano
había dejado ya de ser un enemigo real, al que se puede
combatir con la pluma o con las armas, para convertirse en
un fantasma novelesco cuya presencia iba a perturbar el
triunfo republicano. Puede quizás pensarse que, al final, les
ganó la jugada en tanto que, a pesar de sus esfuerzos, la
memoria mexicana guarda con cierta nostalgia recuerdos
que no son del todo desagradables de un gobierno
monárquico, impuesto por las armas francesas.

Ramos Medina, 1999, pp. 97-110.


Maximiliano de Habsburgo
197

Bibliografía
Archivos
Archivo del Centro de Estudios de Historia de México, Condumex.

Libros
ACEVEDO, Esther, 1995, Testimonios artísticos de un episodio
fugaz. 1864-1867, México, Instituto Nacional de Bellas Artes.
ARENAL, Jaime del, 1978, "La legislación del segundo imperio
mexicano en materia educativa", tesis (licenciado en dere-
cho), Escuela Libre de Derecho.
ARNAIZ y FREG, Arturo y Claude Bataillon (comps.), 1965, La inter-
vención francesa y el imperio de Maximiliano. Cien años
después. 1862-1962, México, Asociación Mexicana de
Historiadores, Instituto Francés de América Latina.
ARRANGOIZ, Francisco de Paula, 1968, México de 1808 hasta
1867, México, Porrúa.
ARROM, Silvia M., 2001, Containing the Poor. The México City
Poorhouse, Durham, NC, Duke University Press.
BATIZA, Rodolfo, 1981, "Código civil del imperio mexicano",
Boletín Mexicano de Derecho Comparado, 41 (mayo-agosto).
BLUMBERG, Arnold, 1971, The Diplomacy of the Second Empire.
1863-1867, Filadelfia, Transactions of the American
Philosophical Society.
BULNES, Francisco, 1973, El verdadero Juárez y la verdad sobre
la intervención y el imperio, México, Editora Nacional.
CONTÉ CORTI, Egon César, 1927, Maximilien et Charlotte au
Méxique. D'aprés les archives secretes de l'empereur
Érika Pani
198

Maximilien et d'autres sources inédites. 1860-1865, París,


Librarie Plon (edición en castellano del Fondo de Cultura
Económica).
, 1991, "La protección del indígena en el segundo imperio
mexicano: la Junta Protectora de Clases Menesterosas", Ars
luris, pp. 1 -33.
DABBS, Jack A., 1963, The French Army in México. 1861-1867:
A Study in Military Government, La Haya, Mouton & Co.
FLORESCANO, Enrique y María del Rosario Lanzagorta, 1972,
"Política económica: antecedentes y consecuencias", en Luis
González y González (coord.), La economía mexicana en la
época de Juárez, México, Secretaría de Industria y Comercio.
FUENTES MARES, José, 1963, Juárez y el imperio, México,
Editorial Jus.
GALEANA, Patricia, 1991, Las relaciones Iglesia-Estado durante el
segundo imperio, México, Universidad Nacional Autónoma
de México.
HABSBURGO, Maximiliano de, 1869, Recuerdos de mi vida,
México, E. Escalante
IGLESIAS, José María, 1966, Revistas históricas sobre la interven-
ción francesa en México, México, Porrúa.
LIDA, Clara E. (coord.), 1999, España y el imperio de Maxi-
miliano, México, El Colegio de México.
MEYER, Jean, 1993, "La Junta Protectora de Clases
Menesterosas: indigenismo y agrarismo en el segundo impe-
rio", en Antonio Escobar, (coord.), Indio, nación y comunidad
en el México del siglo XIX, México, CEMCA, CESAS, pp. 329-364.
PANI, Érika, 1995, "El proyecto de Estado de Maximiliano a través
de la vida cortesana y del ceremonial público", Historia
Mexicana, XLV, 178 (octubre-diciembre), pp. 523-560.
Maximiliano de Habsburgo
199

, 1997, "La révolution morale en faveur de systéme


monarchique. L'Empire, les conservateurs et la volonté
nationale", Trace, núm. 32.
, 1998, "¿Verdaderas figuras de Cooper o Pobres indi-
tos infelices? La política indigenista de Maximiliano",
Historia Mexicana, XLVII, 187 (enero-marzo), pp. 571-604.
, 2001, "El «llamado imperio»: la construcción historiográ-
fica de un episodio de la memoria nacional", Secuencia.
Revista de Historia y Ciencias Sociales, 49 (enero-abril),
pp. 88-105.
, 2001, Para mexicanizar el segundo imperio. El imagi-
nario político de los imperialistas, México, El Colegio de
México, Instituto de investigaciones Dr. José María Luis Mora.
PAYNO, Manuel, 1980, Cuentas, gastos, acreedores y otros
asuntos del tiempo de la intervención francesa y del impe-
rio de 1861 a 1867, México, Secretaría de Hacienda y
Crédito Público, Miguel Ángel Porrúa, librero-editor.
PI-SUÑER LLORENS, Antonia, 1992, El general Prim I "questio de
mexic", Catalunya, Commissio America I Catalunya.
QUIRARTE, Martín, 1970, Historiografía del imperio de Maximiliano,
México, Universidad Nacional Autónoma de México.
RAMOS MEDINA, Manuel, 1999, "Crónica de un cadáver:
Maximiliano en Austria", en La definición del Estado mexi-
cano, 1857-1867, México, Archivo General de la Nación.
SUÁREZ ARGUELLO, Ana Rosa, 1990, Un duque norteamericano para
Sonora, México, Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes.
VALADÉS, José C, 1993, Maximiliano y Carlota en México.
Historia del segundo imperio, México, Editorial Diana.
Érika-Pani.
200

VILLALPANDO, José Manuel, 1993, Maximiliano frente a sus jue-


ces, México, Escuela Libre de Derecho.
, 1999, Maximiliano, México, Editorial Clío.

Periódicos y revistas
Reforma
El Diario del Imperio
La Razón
El Mexicano
Boletín Mexicano de Derecho Comparado
El Pájaro Verde
Révue d'Historie Diplomatique
enito
Juárez
Rafael Rojas Cruz
Retrato, medalla y reloj de Benito Juárez. "Está en
la cima del panteón heroico nacional."
Folleto Restauración integral del alcázar del castillo de
Chapultepec, Museo Nacional de Historia.
as repúblicas modernas son inconcebibles sin un
panteón heroico que facilite la identificación de la
ciudadanía bajo ciertos rituales y cerennonias de
culto cívico.1 En el caso de México, la construcción
de la figura de Benito Juárez como héroe nacional,
en los años anteriores a la Revolución mexicana
(1910-1917), cumplió una función simbólica similar
a la del guadalupanismo en las décadas previas a
la guerra de independencia (1810-1821). En ambos
procesos, el de la veneración guadalupana y el del
culto juarista, se involucraron múltiples aspectos
de la religiosidad política que caracteriza al nacio-
nalismo mexicano. A finales del siglo xix y princi-
pios del siglo xx, Juárez, en tanto némesis del
emperador Maximiliano de Habsburgo, se convir-
tió en un emblema unificador de todos los atribu-
tos nacionales: la etnicidadyel mestizaje, la religión
católica y el Estado laico, el orden liberal y la inde-
pendencia nacional.2

1
Wolin, 2001, pp. 289-303; Hulliung, 2002, pp. 75-91.
2
Ridley, 1992, pp. 282-290; Hamnett, 1994, pp. 15-20.

203
Rafael Rojas Cruz
204

Una vez colocado Juárez en la cima del panteón heroi-


co nacional, todos los regímenes políticos del siglo xx mexi-
cano han aprovechado su figura para asegurar la legitima-
ción simbólica del poder. Así fue a finales del porfiriato y a
principios de la Revolución, durante los gobiernos de Calles
y Cárdenas, de Díaz Ordaz y Echeverría, de Salinas y Ze-
dillo. En las páginas que siguen me propongo reconstruir, a
grandes rasgos, los debates bibliográficos en torno al lega-
do de Benito Juárez que suscitaron dos importantes efe-
mérides: el centenario del nacimiento del héroe, en 1906, y
el centenario de su muerte en 1972. Estos debates intelec-
tuales, en dos momentos autoritarios de la historia política
de México, el porfiriato tardío y el priísmo populista, marca-
ron la evolución simbólica del culto a Juárez en el siglo xx.

El affaire Bulnes
La Revolución mexicana se hizo en nombre de Juárez. An-
tes de lanzar su campaña antirreleccionista, Francisco I. Ma-
dero sostuvo pláticas mediúmnicas con el espectro de don
Benito y le dedicó elogios por su "apego a la ley", "inquebran-
table energía" y "grandeza de alma" en La sucesión pre-
sidencial.3 Emiliano Zapata, a pesar de los agravios libe-
rales que encarnaba, incluyó en el noveno punto del Plan de
Ayala un reconocimiento de las "leyes de nacionalización y
desamortización de los bienes eclesiásticos puestas en vigor
por el inmortal Juárez". 4 Venustiano Carranza, en su men-

3
Madero, 1999, p. 72.
4
Tena y Ramírez, 1964, p. 742.
Benito Juárez
205

Juárez simboliza "el apego a la ley".


450 años de lucha. Homenaje al pueblo mexicano, Taller de Gráfica Popular, 1947.

í
Rafael Rojas Cruz
206

saje al Congreso Constituyente de 1916, instalado en Que-


rétaro, criticó a la generación de 1857 por haber otorgado
excesivas facultades al Poder Legislativo. Pero cuando,
guiado por Tocqueville, buscó en la historia de México un
ejemplo de gobierno "fuerte", no "despótico", y "capaz de
contener dentro del orden a poblaciones indisciplinadas...,
sin pasar sobre la ley", sólo encontró la República
Restaurada".5
Estas invocaciones de Juárez, durante la Revolución,
podrían sugerir que el antiguo régimen, es decir, el porfi-
riato, fue una época de abandono y negación del legado
juarista. El hecho de que Porfirio Díaz se hubiera levantado
en armas contra Juárez, en La Noria (1871), y luego contra
su sucesor, Sebastián Lerdo de Tejada, en Tuxtepec (1876),
además de cierta lectura fácil e injusta de Daniel Cosío
Villegas que persiste en concebir al porfiriato como antíte-
sis de la República Restaurada, contribuyen a difundir ese
equívoco.6 Pero lo cierto es que, como hace años demostrara
Luis González y González, el culto oficial a Juárez se inició
bajo las últimas presidencias de Porfirio Díaz y que ni los re-
volucionarios fueron tan devotos de don Benito, ni los cien-
tíficos tan antijuaristas. 7 Aunque tardío, el indicio más sóli-
do de aquel culto fue el Hemiciclo al Benemérito de las
Américas, inaugurado en 1910, durante las fiestas del
Centenario de la Independencia.8

5
lbidem, p. 760.
6
Krauze, 1991, pp. 189-207.
7
González y González, 1997, pp. 30-32; y 1998, pp. 169-171.
8
Krauze, 1994, pp. 45-46.
II l_.

Francisco Bulnes, el critico más acérri-


mo de Juárez.
Los grandes problemas de México,
México. Editora Nacional, 1965. Cubierta
(retrato de F. Bulnes, con firma y sin
título).

Sin embargo, detrás de aquel imponente monumento se


escondían la querella intelectual por el legado de Juárez y
el forcejeo del propio Díaz con la figura del "indio presi-
dente". Un momento decisivo de la disputa fue la publi-
cación de El verdadero Juárez y la verdad sobre la inter-
vención y el imperio de Francisco Bulnes en 1904. El libro
cayó en el terreno fértil de la opinión pública porfirista, dos
años antes del centenario del héroe liberal, suscitando reac-
ciones por todo el país. Tres de las réplicas mejor recibidas
fueron la de Victoriano Salado Álvarez en su artículo "Refu-
tación de algunos errores del señor don Francisco Bulnes",
publicado en la Revista Positiva, la del importante político
Ramón Prida, ex director de El Universal y fundador del
periódico oposicionista El Tercer Imperio, en su libro Juárez
como lo pinta el diputado Bulnes, y la del médico quere-
Rafael Rojas Cruz
208

Andrés Molina Enríquez: "Para noso-


tros los mestizos Juárez es casi un
dios."
Dibujo de R.A.

taño Hilarión Frías y Soto en Juárez glorificado. Un año


después, Bulnes respondió a sus críticos con un nuevo libro:
Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma. Pero sus
mejores contrincantes en la polémica no aparecerían hasta
1906 con la publicación de Juárez: su obra y su tiempo
de Justo Sierra; La reforma y Juárez: estudio histórico-
sociológico de Andrés Molina Enríquez, y Benito Juárez. Su
vida. Su obra de Rafael de Zayas Enríquez, libro que triun-
fó en el concurso literario convocado por la Comisión Na-
cional del Centenario.
Los reproches de Bulnes a Juárez eran puntuales: no
debió asumir la deuda pública de los conservadores en
1861, ni ansiar el reconocimiento de Europa; debió entregar
el mando militar a un general experimentado y preservar su
gobierno en el exilio; no debió imponer contribuciones for-
Benito Juárez
209

zosas, ni solicitar el apoyo de los Estados Unidos después de


la retirada del ejército francés; debió soportar la tentación
de reelegirse en 1867, retirarse a la vida privada o disolver
un congreso que le era tan hostil... Todos estos reparos, sin
embargo, hallaban trasfondo moral en un rasgo del carácter
de Juárez que, según Bulnes, provenía de su origen étnico:
la debilidad. Lo curioso es que esa interpretación eugenésica
de la pasividad juarista se enlazaba, a veces, con un argu-
mento político que no carecía de sentido. Bulnes afirmaba que
la "aptitud estadística de Juárez era la inacción" porque el
presidente idolatraba el régimen monárquico parlamentario,
en cual "el rey reina pero no gobierna".9
Como es sabido, esa era la crítica más común de los li-
berales porfiristas y, en especial, de los científicos a la
Constitución de 1857, a la Reforma y a la República Res-
taurada. Antes que Bulnes, Justo Sierra había lamentado la
excesiva tolerancia de Juárez para con la prensa y las
cámaras federales. Después de Bulnes, Emilio Rabasa formu-
laría en La Constitución y la dictadura (1912) el mejor
cuestionamiento de esa tendencia al parlamentarismo que,
reforzando la soberanía del Congreso, limitaba la potestad
del presidente republicano. Pero lo específico del reproche de
Bulnes era, por un lado, la insistencia en que el temperamen-
to de Juárez (pasivo, indiferente, ambicioso, impasible, con
"calma de obelisco" y "capacidad de espera") estaba deter-
minado por su raza indígena, "fríamente resignada", y, por
el otro, el rechazo a ese culto que atribuía la Reforma y el

9
Bulnes, 1965, pp. 101-103.
Rafael Rojas Cruz
210

triunfo liberal y republicano sobre el imperio de Maximiliano


a un solo hombre, a un único héroe, adorado como un "Buda
zapoteco y laico".10

El temperamento de Juárez fue el propio del indio, caracterizado


por su calma de obelisco, por esa reserva que la esclavitud
fomenta hasta el estado comatoso en las razas fríamente resig-
nadas, por ese silencio secular del vencido que sabe que toda
palabra que no sea el miasma de una bajeza se castiga, por esa
indiferencia aparente que no seduce, sino que desespera... El
aspecto físico y moral de Juárez no era el del apóstol, ni el del
mártir, ni el de hombre de estado, sino el de una divinidad de
teocalli, impasible sobre la húmeda y rojiza piedra de los sacri-
ficios."

El razonamiento eugenésico de Bulnes, que había orques-


tado una prosa tan petulante en su libro El porvenir de las
naciones hispanoamericanas (1899), se inspiraba en pensa-
dores latinófobos y sajonófilos del positivismo tardío, como
Gobineau, Chamberlain, Lapouge, Galton y Stoddard. Todos
los errores de Juárez, según Bulnes, eran manifestaciones
políticas de las taras morales de su raza, dogmática y, a la
vez, pagana. Donde Bulnes veía maldición o vicio racial, Ra-
fael de Zayas Enríquez y otros apologetas vieron virtudes
étnicas: 'Juárez fue de raza indígena completamente
pura... Tuvo toda la tenacidad del indio, su estoicismo, su
indiferencia para el dolor, el soberano dominio de sus pa-
siones."12 Sin embargo, las mejores refutaciones del criterio

10
lbidem, pp. 844 y 856.
11
Ibidem, pp. 856-857.
12
Zayas Enríquez, 1906, p. 15.
J

eugenésico de Bulnes pro-


vinieron de Molina Enrí-
quez y Sierra, quienes
tras una mejor digestión
del positivismo clásico
(Comte, Spencer, Haeckel,
Savigny...), concibieron
aquellos "defectos" como
aptitudes morales de una
raza oprimida. 13 Según
Sierra, la perseverancia,
la fe en la ley, el tesón, la
"impasibilidad de teoca-
lli", "la calma de obelis-
Melchor Ocampo el principal ideólogo de la co", el rigor y la paciencia
reforma. de Juárez habían contri-
Guadalupe Jiménez Codinach, México, los
proyectos de una nación, 1821-1888, México,
buido a que el liberalismo
Fomento Cultural Banamex, 2001, p. 256. mexicano adoptara los
"ritos de una religión cívi-
ca". 14 Molina Enríquez iría más allá, leyendo al revés el
retrato de Bulnes ("el escritor que más rudamente ha ata-
cado a Juárez") y delineando el perfil virtuoso de un héroe
liberal:

Se ve por ese retrato, que Juárez era un hombre muy notable


por sus cualidades de carácter, por su imperturbabilidad para
recibir los acontecimientos, por su pasividad para sufrir los re-
veses, por su entereza para luchar con las dificultades, por su

13
Hale, 1989, p. 260.
14
Sierra, 1989.
Rafael Rojas Cruz
212

calma para esperar los triunfos, por su persistencia para alcan-


zar sus propósitos, por su firmeza para seguir sus conviccio-
nes, hasta por su aspecto severo, frío, impasible, de divinidad
de teocalli.15

La eugenesia de Bulnes cedía, también, a una tentación


recurrente de la historia mexicana: las vidas paralelas del
indio Benito Juárez y el mestizo Melchor Ocampo. El mi-
choacano, según Bulnes, respondía más al arquetipo del
mártir, no sólo por su sacrificio, a manos de los conserva-
dores, sino por su vehemencia doctrinal y su desapego al
poder. Pero Ocampo, el "político de la humanidad", el "dis-
cípulo de Quinet", "tenía su temperamento: impaciencias de
huracán, cóleras de océano, imágenes de tumulto, ideas atre-
vidas e incendiarias, frases de apóstol, esperanzas de cons-
pirador".16 Molina Enríquez, en cambio, más propenso a la
mestizofilia que Bulnes, pensaba que la fascinación que
Juárez ejercía sobre Ocampo, Prieto y otros mestizos libera-
les estaba relacionada con su origen indígena: "por múltiples
razones de origen, de sangre y de identidad de educación,
el grupo social de los mestizos se veía representado por
Juárez, y Juárez se sentía representado por todos y cada
uno de los mestizos".' 7 Esa "doble representación" o espe-
jismo étnico aseguraba una simbiosis moral y política que
hacía de Juárez la encarnación del liberalismo republicano.
En la emoción de su patriotismo racial, Molina Enríquez
llegaba a formular una frase inquietante: "para nosotros los

15
Molina Enríquez, 1956, p. 144.
16
Bulnes, 1965, pp. 857-858.
17
Molina Enríquez, 1956, pp. 144-145.
Benito Juárez
213

mestizos, Juárez es casi un dios". 18 La convergencia de sím-


bolos étnicos y políticos trocaba el culto juarista en algo
más que una religión cívica, liberal y republicana, como la
que deseaba Sierra. Se trataba de una veneración en la que
lo religioso predominaba sobre lo cívico, transformando al
héroe en santo y al caudillo en semidiós. Curiosamente,
Francisco Bulnes, el apologeta de la dictadura, el conserva-
dor eugenésico, al reaccionar contra esa adoración actuaba
como un liberal y un republicano consecuente.19 Con razón,
a Bulnes le molestaba que la figura de Juárez significara la
"personificación de la lucha contra la Intervención y el Im-
perio", una epopeya protagonizada por muchos héroes.20 En
su reclamo de justicia ("la historia no es ni puede ser gene-
rosa, sino justiciera") descubría que esa veneración juaris-
ta, que, a fuerza de iluminar a un procer, opacaba a otros,
era producto del celo con que el propio Juárez cuidó su
poder, limitando o rebajando la autoridad de sus más cer-
canos colaboradores militares, como Santos Degollado y
Jesús González Ortega. Ese "recelo y horror a la formación
de un héroe supremo en la guerra" no sólo era, a juicio de
Bulnes, la matriz de muchos errores militares y políticos, sino
el escamoteo sobre el que se erguía una inflada heroicidad.21
Pero ni siquiera Bulnes negaba el decisivo papel de
Juárez en el triunfo liberal y republicano de 1867. Lo que le
molestaba es que hubiera sólo un héroe en el panteón. A

18
lbidem, p. 145.
19Krauze, 1994, p. 291.
20
Bulnes, 1965, p. 839.
21
Ibidem, pp. 835-836.
Rafael Rojas Cruz
214

pesar de su porfirismo, más bien cínico, defendía una reli-


gión cívica, secular y politeísta, en la que se rindiera culto a
muchos héroes, sin esconder sus defectos o sus errores.
Sólo que ese llamado a la modernidad en la memoria, lejos
de distribuir la veneración colectiva, como reacción a Bul-
nes y, sobre todo, a Díaz, la concentró aún más en Juárez.
Es probable que don Porfirio, a quien el ingeniero Bulnes
-como alguien "que se aferra a una argolla que oscila en las
tinieblas"- había suplicado una sexta reelección en 1903,
observara distante la querella intelectual por el legado de
Juárez, deseando que el culto al indio presidente se disol-
viera en la epopeya de la Reforma. Sin embargo, la elo-
cuente reacción contra el libro de Bulnes se sumó a cierto
espíritu de rescate del sepulcro de Juárez que, en los últi-
mos años del porfiriato, gravitó sobre un renacimiento libe-
ral, republicano y, sobre todo, democrático en contra de la
dictadura. Díaz intentó capitalizar, entonces, aquella nostal-
gia juarista, consciente, acaso, de que su viejo enemigo de
La Noria regresaba en busca de venganza.

El otro centenario
La querella por la herencia política de Benito Juárez se rea-
vivó en 1972, cuando se conmemoró el centenario de la
muerte del héroe. El gobierno de Luis Echeverría Álvarez
aprovechó las efemérides para consolidar el vínculo sim-
bólico -creado en las primeras décadas de la institucional-
ización revolucionaria- que consagraba e Juárez como
patrono ideológico del PRI. A "iniciativa del Ejecutivo", el
Congreso federal declaró 1972 como "año de Juárez" y se
Benito Juárez
215

creó la Comisión Nacional para la Conmemoración del


Fallecimiento de don Benito Juárez, encabezada por el
secretario de Gobernación Mario Moya Palencia, que orga-
nizó una serie de actos solemnes en las principales ciu-
dades de la República. En su segundo informe de gobierno,
en septiembre de 1972, el presidente Echeverría se refirió
a Juárez como "el forjador de nuestro Estado moderno y del
perfil soberano de México en el mundo" y, más adelante,
afirmó:

Hemos traído a nuestros hé-


roes a la luz de la plaza pública
para convertirlos en rectores
de nuestra conducta. Juárez es
el símbolo del constitucionalismo
nacional y popular. Defender
la integridad del país, mantener la
autoridad de la ley, subordinar
los intereses particulares a la vo-
luntad general, luchar por la jus- Moneda emitida en el primer cente-
nario de su muerte.
ticia social, es respetar y prolon-
Juárez en el Arte, México, Comisión
gar la vigencia de la obra jua- Nacional para la Conmemoración...,
rista.22 1972, p. xxxv, figura 16.

Aunque el presidente Echeverría se refería a Juárez


como "símbolo del constitucionalismo", el énfasis de la legi-
timación simbólica del régimen priísta descansaba sobre
el segundo argumento, esto es, el uso de la figura juarista
como emblema de la defensa de la soberanía nacional, de

22
Echeverría A., 1976, p. 36.
Rafael Rojas Cruz
216

la integridad territorial y de la autodeterminación del pueblo


mexicano: tres valores compendiados en la célebre frase "El
respeto al derecho ajeno es la paz." No sería hasta la últi-
ma administración de aquel régimen, la de Ernesto Zedillo
(1994-2000), que la simbología juarista sufrió un cambio de
acento en el que los valores más resaltados pasaron a ser
los del "estado de derecho", el "respeto a la ley" y la incorrup-
tibilidad. En otro pasaje de aquel segundo informe de go-
bierno, Echeverría dejó claro que el aprovechamiento sim-
bólico del procer encajaba con la agenda nacionalista y
populista de su gobierno:

La batalla de Juárez no ha terminado. Es la de los hombres mar-


ginados y explotados, la de cuantos sufren miseria, injusticia y
opresión. Seguirá librándose mientras subsistan pretensiones
imperialistas y naciones sojuzgadas. Hacer perdurar su obra es
decisión que compromete el presente y el futuro de la nacionali-
dad mexicana.23

Al igual que en 1906, el centenario de 1972 dio lugar a


una verdadera explosión de literatura biográfica sobre Be-
nito Juárez. La Secretaría de Educación Pública, por ejemplo,
en su colección SEP/Setentas reeditó el libro Benito Juárez.
Su vida. Su obra, de Rafael de Zayas Enríquez, que había
triunfado en el célebre concurso literario, organizado por el
gobierno de Porfirio Díaz en 1906. El libro de Zayas Enríquez,
prologado entonces por Andrés Henestrosa, era una típica ha-
giografía en la que Juárez era retratado como un santo laico

Ibidem, p. 54.
Benito Juárez
217

que, al igual que George Washington y Abraham Lincoln,


encarnaba "el patriotismo puro, la virtud acrisolada, la ener-
gía sin desfallecimiento, la fe sin vacilaciones, la política sin
amaños, la grandeza sin ostentación".24 Un santo liberal que
se propuso desde joven destruir el "repugnante régimen teo-
lógico-militar que pesaba sobre su patria como una maldi-
ción bíblica", para lo cual abandonó el "seminario" y entró en
la "escuela laica", dejó la "teología" para estudiar el "dere-
cho, "apartó la vista de la metafísica para fijarla en la vida
real y positiva".25
Zayas Enríquez ad-
vertía en las primeras
páginas de su libro que
la figura de Juárez ofre-
cía una dificultad a la es-
critura hagiográfica: no
se trataba de un mártir,
como Leónidas, Espar-
taco o Cristo, sino de un
estadista moderno que
murió en el poder. Pero
el biógrafo se sobrepo-

Retrato de Benito Juárez.


Rafael de Zayas Enríquez, Benito
Juárez. Su vida/Su obra, 3ra. ed.,
México, Secretaría de Educación
Pública, 1972 (Sepsetentas). Portada.

Zayas Enríquez, 1971, p. 37.


Ibidem, pp. 38-39.
Rafael Rojas Cruz
218

nía a este percance con un argumento digno de Carlyle:


"¿cómo negar la excelsitud de la inmortalidad a Benito
Juárez, quien no fue crucificado porque no fue vencido, sino
que venció al invasor y salvó a la patria, libró a la esclavi-
tud a su raza y redimió a sus conciudadanos?" A lo que
responde Zayas Enríquez con esta exhortación: "si hon-
ramos al héroe que cae, honremos más, mucho más aún al
héroe que triunfa". 26 Al final del libro Juárez queda retrata-
do como eso: un gran vencedor que triunfó sobre la dic-
tadura de Santa Anna y el gobierno conservador, sobre
Maximiliano y la intervención francesa.27 Su victoria, en
1867, era la doble victoria del liberalismo y el nacionalismo.
Para la cultura política mexicana de 1972, lo mismo en
el gobierno que en la oposición, uno de los momentos más
atractivos de la biografía de Zayas Enríquez debió ser aquel
en que Juárez era descrito como un revolucionario, esto es,
alguien que "revoluciona en nombre de la sociedad, cuando
el poder es opresor" o que "revoluciona en nombre de la
ley, cuando la sociedad es tiránica", ya que "tanto se opri-
me de arriba para abajo, como de abajo para arriba". 28 Esta
cualidad de lo revolucionario en una época en que se habla-
ba de la Revolución en presente, como un proceso incon-
cluso, favoreció seguramente la recepción del Juárez de
Zayas Enríquez, a pesar de que era el libro de un "porfiris-
ta" confeso, que "inclinaba su frente hacia el suelo, no aver-
gonzado, pero sí lleno de dolor, como el hijo que por propia

Ibidem, p. 45.
Ibidem, pp. 335-352.
Ibidem, p. 41.
Benito Juárez
219

voluntad se ha alejado del padre, y por eso no recibió su


bendición postrera junto al lecho de muerte". 29 Este intento
de conciliar juarismo y porfirismo se hacía evidente al final de
la obra, cuando Zayas Enríquez insinuaba que de no haber
muerto en 1872, Juárez habría perdonado a Díaz por su le-
vantamiento en La Noria, como perdonó a Manuel Gonzá-
lez, Donato Guerra, Guillermo Prieto y otros de sus par-
tidarios que alguna vez se le opusieron.30
Con todo, el libro de Zayas Enríquez no fue el más
hagiográfico de cuantos se publicaron en 1906 y fueron
reeditados en 1972. Ese año la Editora Nacional reeditó el
Juárez glorificado de Hilarión Frías y Soto, y la Biografía
popular del Benemérito de América Benito Juárez del li-
cenciado Leonardo S. Viramontes, obra que había sido
premiada con accésit en el concurso literario de 1906. Lo
curioso es que mientras el primer libro estaba concebido
como una refutación de Francisco Bulnes, el segundo arran-
caba con un exergo del polémico escritor que decía: "la ad-
hesión a la memoria de Juárez, significa creencia en nues-
tra propia dignidad de hombres libres".31 Ambos textos, sin
embargo, el "antiBulnes" de Frías y el "proBulnes" de Vira-
montes compartían una causa: el porfirismo. Frías llegaba,
incluso, a cuestionar la lealtad de Bulnes a Porfirio Díaz por
ese rasgo de "eterno sublevado", que reflejaban sus opinio-
nes, y que, a su entender, era propio del "jacobinismo":

29
Vbidem, p. 316.
30
lbidem, pp. 324-326.
31
Viramontes, 1972, p. i.
Rafael Rojas Cruz
220

Porque tal es el carácter del jacobino; enteramente seguro de la


rectitud de su criterio, ante nada, ni ante nadie se doblega, despe-
daza el dogma absurdo, niega la autoridad del maestro, discute
la pretendida infalibilidad de la ciencia hasta descubrir las defi-
ciencias de ésta, combate las opiniones que no son suyas, y es
un rebelde contra toda consigna... El Sr. Bulnes, si ataca sin
cesar a los jacobinos, es porque inconscientemente lo arrastra el
medio ambiente político en que vive.32

Aunque bastante concentrado en la refutación de Bul-


nes, el Juárez glorificado de Frías enfatizaba la inevitabi-
lidad de la intervención francesa y del establecimiento del
imperio, debido al trabajo político del partido conservador y
monarquista desde los tiempos de la dictadura de Santa
Anna y al apoyo decisivo de Napoleón III.33 La verdadera
gloria de Juárez, según Frías, consistía en haber organiza-
do políticamente todo un proyecto de nación para enfren-
tarlo a otro y vencerlo. La alianza con Estados Unidos du-
rante la Guerra de Reforma y, luego, en los años finales de
la guerra contra el imperio de Maximiliano, tras la contien-
da entre el norte y el sur, no implicó, según Frías, sacrificio
alguno de la soberanía mexicana ni contrajo deudas de
gratitud con ese poderoso vecino.34 Esa capacidad para con-
ducir al Partido Liberal hasta la victoria y para identificar
dicho triunfo con la recuperación de la independencia nacional

Frías y Soto, 1972, p. 384.


Ibidem, pp. 23-35 y 130-182.
Ibidem, pp. 208-227.
Benito Juárez
221

era el principio histórico sobre el que descansaba la glorifi-


cación de Juárez.
A diferencia del texto de
Frías, más asentado en lo his-
tórico, la biografía de Vira-
montes delineaba un perfil
psicológico y moral del héroe
con el fin de describir su ca-
rácter. En este sentido, el
libro aportaba los mitos y
leyendas fundamentales so-
bre la formación de la per-
sonalidad de Juárez, que
luego pasarían a la memoria
popular y a la pedagogía cí-
Silla presidencial de Benito Juárez. vica del México revolu-
Guadalupe Jiménez Codinach, México,
35
Los proyectos de una nación 1821-1888, cionario. Algunos de esos
México, Fomento Cultural Banamex, 2001,
mitos, como el de la "laguna
p. 259.
encantada" de San Pablo de
Guelatao o el del huérfano pastor que pierde una oveja y
por temor a la represalia del cruel tío Bernardino, abandona
las montañas y se va vivir con su hermana Josefa a la ciu-
dad de Oaxaca, reaparecieron en casi toda la literatura
biográfica del siglo xx. En el libro Los caminos de Juárez
de Andrés Henestrosa, editado en el mismo año de 1972,
estos mitos -la montaña, el mar, la orfandad, el tío déspota,
la ciudad añorada- se presentan como claves proféticas

35
Viramontes, 1972, pp. 3-12.
Rafael Rojas Cruz
222

que anuncian, desde la infancia, la futura consagración del


héroe.36
No toda la celebración literaria de Benito Juárez, en el año
del centenario de su muerte, recurrió al tono hagiográfico o
apologético. Dos de los esfuerzos más interesantes por valo-
rar, en su justa dimensión, el legado político de Juárez se
debieron a José C. Valadés y Everardo Moreno. Valadés ini-
ciaba su libro con el tópico recurrente de ¡a influencia del
medio geográfico -la "escuela de la naturaleza"- en la for-
mación del carácter de Juárez.37 Muy pronto, sin embargo,
su argumentación se internaba en una zona polémica de la
personalidad juarista: la "idea moral del individuo".38 Por
este camino, Valadés llegaba a la conclusión de que Benito
Juárez, desde su juventud, había arribado a la convicción
liberal de que una sociedad moderna está compuesta por
ciudadanos, los cuales, en tanto sujetos jurídicos, se asumen
como individuos libres dentro de una comunidad nacional y
no como órganos sometidos a las funcionéis de un cuerpo
ancestral. Todo el ejercicio de la autoridad juarista, según
Valadés, se había regido por este principio no filosófico o
doctrinal, sino político, constitucional. 39
En este último aspecto, el de la obra jurídica del héroe,
se concentró el estudio de Everardo Moreno Cruz, Juárez
jurista (1972). Por medio de un exhaustivo repaso de las re-

36
Henestrosa, 1972, pp. 7-46.
37
Valadés, 1972, pp. 9-18.
38
Ibidem, pp. 21-27.
3B
lbidem, pp. 143-159.
Benito Juárez
223

formas jurídicas y constitucionales que Juárez impulsó a lo


largo de toda su carrera política, Cruz logró describir la
imponente proyección legal del liberalismo juarista a media-
dos del siglo xix en México.40 El saldo de la nacionalización
de los bienes del clero y la independencia de negocios ecle-
siásticos y civiles, de la reglamentación de los juegos de azar
y las leyes de imprenta, de la suspensión de la deuda exte-
rior y las mejoras de la instrucción pública, representaba
una verdadera revolución política por medio de la cual una
élite liberal se proponía transformar el orden posvirreinal
mexicano, determinado en buena medida por las inercias
corporativas y estamentales del antiguo régimen novo-
hispano.41
En medio del gran monumento de papel que se levantó
en memoria de Juárez, en 1972, destacó la importante
monografía del historiador norteamericano Ralph Roeder,
editada por el Fondo de Cultura Económica y con prólogo
de Andrés Henestrosa. La biografía de Roeder, escrita en
una prosa apasionada y a la vez lúcida, preservó la figura de
Juárez como encarnación del liberalismo y el nacionalismo,
como el héroe que venció a los conservadores en 1861, a
los franceses en 1867 y que, en menos de 20 años, enca-
bezó una generación de letrados y estadistas que introdujo
a México en la modernidad política occidental.42 Sin embar-
go, al final de su libro, Roeder, en claro contrapunto con la

40
Moreno Cruz, 1972, pp. 19-34.
41
Ibidem, pp. 35-59.
42
Roeder, 1995, pp. 993-1007.
Rafael Rojas Cruz
224

figura de Lincoln, introducía algunos comentarios críticos


sobre la férrea voluntad de poder de Juárez que lo llevara a
la controvertida reelección de 1871.43Roeder concluía que la
porción más autoritaria del legado juarista, es decir, la persis-
tencia en el poder, fue aprovechada por su principal opositor:
"de sus hechos postumos el más fecundo fue Porfirio Díaz.
Al negarse a ceder el poder mientras viviera, Juárez legó a
su sucesor un precedente y un pretexto, que tuvieron conse-
cuencias de largo alcance en el porvenir próximo del país".44
Roeder, sin embargo, tuvo mucho cuidado en establecer
que el régimen autoritario de Porfirio Díaz llegó a niveles
de control social y político ajenos a la República Restaurada de
Juárez. La corrupción y la clausura de las libertades públicas,
durante el porfiriato, "dejaron intactas las formas republi-
canas", pero "evaporaron las virtudes cívicas".45 El periodo
porfirista, a juicio de Roeder y de Laurens B. Perry, había
significado la continuación y el perfeccionamiento de ciertas
tendencias de la política del Estado liberal implementada
por Juárez-modernización, diplomacia, paz, orden, progre-
so-, pero también había propiciado la transmisión de las
tres grandes "enfermedades republicanas: la empleomanía,
el militarismo y el poder personal". 46 Curiosamente, en ese
largo periodo porfirista (1876-1910), que articuló una dia-
léctica de continuidad y ruptura con el legado de Benito
Juárez, fue concebido el culto moderno al héroe nacional de
México.

43
Ibidem, pp. 1050-1055.
44
Ibidem, p. 1068.
45
Ibidem, p. 1071.
46
Ibidem, p. 1070. Véase también Perry, 1996, pp-. 11-13.
Benito Juárez
225

Conclusión
Los debates intelectuales sobre el legado juarista en dos
momentos decisivos del autoritarismo mexicano, 1906 y
1972, revelan una marcada tendencia a la preservación del
mito heroico de Benito Juárez en tanto personificación his-
tórica del triunfo del liberalismo y el nacionalismo en el
México moderno. Ese mito, construido simbólicamente du-
rante el porfiriato, fue resemantizado por el nacionalismo
revolucionario de los regímenes priístas. En dicho proceso
de resemantización se alternaron dos acentos complemen-
tarios, el de la soberanía nacional y el del estado de dere-
cho, los cuales aportaron los enunciados básicos de la legi-
timación simbólica del gobierno mexicano hasta finales del
siglo xx.
La primera generación de biógrafos de Juárez (Francis-
co Bulnes, Rafael de Zayas Enríquez, Justo Sierra, Andrés
Molina Enríquez, Hilarión Frías y Soto, Leonardo S. Vira-
montes...) aportó los mitos fundacionales del relato hagio-
gráfico y las coordenadas políticas del legado juarista. La
segunda generación (Andrés Henestrosa, José C. Valadés,
Everardo Moreno Cruz, Ralph Roeder...) recuperó aquellos
mitos desde una perspectiva más instrumental, más aboca-
da a satisfacer las demandas del discurso legitimante del
nuevo Estado nacional, surgido de la Revolución. Entre un
centenario y otro, la transformación del culto a la figura de
Benito Juárez permitió cobijar, bajo el mismo panteón he-
roico, el tránsito del liberalismo nacionalista al nacionalismo
revolucionario: dos edades de la ideología oficial en México,
conectadas por una veneración republicana.
Rafael Rojas Cruz
226

Bibliografía
BULNES, Francisco, 1965, El verdadero Juárez, México, Editora
Nacional.
ECHEVERRÍA A., Luis, 1976, Seis informes de gobierno, México,
Secretaría de la Presidencia.
FRÍAS Y SOTO, Hilarión, 1972, Juárez glorificado y La Intervención
y el Imperio ante la verdad histórica, México, Editora
Nacional.
GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ, Luis, 1997, La ronda de las generaciones,
México, Clío.
, 1998, El siglo de las luchas, México Clío.
HALE, Charles, 1989, The Transformation of Liberalism in Late
Nineteenth-Century México, Princeton, Princeton University
Press.
HAMNETT, Brian, 1994, Juárez, Londres & New York, Longman
Group UK Limited.
HENESTROSA, Andrés, 1972, Los caminos de Juárez, México,
Fondo de Cultura Económica.
HULLIUNG, Mark, 2002, Citizens and Citoyens. Republicans and
Liberáis in America and France, Cambridge, Massachusetts,
Harvard University Press.
KRAUZE, Enrique, 1991, Daniel Cosío Villegas. Una biografía inte-
lectual, México, Fondo de Cultura Económica.
, 1994, Siglo de caudillos. Biografía política de México
(1810-1910), Barcelona, Tusquets.
MADERO, Francisco I., 1999, La sucesión presidencial en 1910,
México, Secretaría de Gobernación.
MOLINA ENRÍQUEZ, Andrés, 1956, Juárez y la reforma, México,
Libro-Mex.
Benito Juárez
227

MORENO CRUZ, Everardo, 1972, Juárez jurista, México, Editorial


Porrúa.
PERRY, Laurens Ballard, 1996, Juárez y Díaz. Continuidad y rup-
tura en la política mexicana, México, UAM-Era.
RIDLEY, Jasper, 1992, Maximilian and Juárez, Nueva York,
Ticknor and Fields.
ROEDER, Ralph, 1995, Juárez y su México, México, Fondo de
Cultura Económica.
SIERRA, Justo, 1989, Juárez: su obra y su tiempo, México, Porrúa.
TENA Y RAMÍREZ, Felipe, 1964, Leyes fundamentales de México,
1808-1964, México, Porrúa.
VALADÉS, JOSÉ C, 1972, El pensamiento político de Benito
Juárez, México, Librería de Manuel Porrúa.
VIRAMONTES, S. Leonardo, 1972, Benito Juárez, México, Editora
Nacional.
W O L I N , Sheldon S., 2001, Tocqueville Between Two Worlds. The
Making of a Political and Theoretical Life, Princeton and
Oxford, Princeton University Press.
ZAYAS ENRÍQUEZ, Rafael de, 1906, Benito Juárez. Su vida. Su
obra, México, Tipografía de la Viuda de Francisco Díaz de
León.
, 1971, Benito Juárez. Su vida. Su obra, México,
Secretaría de Educación Pública.
iguel
Miramon
Conrado Hernández López
El general Miguel Miramón: "Desventurado, héroe y
villano a la vez, triunfador y fracasado, pobre diablo
y gran señor."
Víctor Darán, Le general Miguel Miramón. Notes sur
L' historie du Mexique, Roma, Edoardo Perino, 1886,
frente a la portadilla.
El personaje y la historiografía
iguel Miramón, como personaje histórico, estuvo
sujeto por muchos años a una larga controversia
en su papel de contendiente y opositor al proyecto
político republicano y liberal. Por muchos años, la
historiografía mostraba imágenes y valoraciones
contradictorias de sus acciones militares y políticas:
por una parte, era considerado usurpador, criminal
y promotor de la intervención extranjera; 1 por la
otra, el "caudillo de la religión y la patria". 2 Con
todo, la derrota de su causa propició una evalua-
ción negativa de sus acciones militares y políticas.
En las grandes síntesis de la historia nacional bajo
la perspectiva liberal, Miramón pasó a representar
el modelo de militar de su tiempo: ambicioso, ca-
rente de ideas y defensor del clero por pura con-

1
En respuesta a Islas García (1950), Pedro Merla escribió una
Semblanza depurada de Miramón (1967), en la que sintetizó los ras-
gos negativos difundidos por la historiografía liberal.
2
Véase Darán (2000), Araujo (2000), Sánchez Navarro (1949),
Islas García (1950), Fuentes Mares (1985), y González Montesinos
(2000).

231
Conrado Hernández López
232

veniencia personal.3 Así, Justo Sierra exaltó su valor, te-


meridad e inteligencia, pero lo desdeñó como político y, aún
más, como militar.4 Un siglo después, Krauze mostró a su
presidencia como la expresión más decadente del Partido
Conservador al denotar "un múltiple efecto empobrecedor:
el providencialismo militar y civil, el desaliento, la vejez o la
muerte de la vieja clase militar". 5
Paralelamente a las valoraciones negativas, también se
desarrolló un "mito" de Miramón que combinaba elementos
ciertos con la leyenda y terminó por ccnvertirlo en una
especie de héroe trágico, en un "caballero del infortunio".
Aunque no fue el único cadete y futuro conservador que
tomó parte en la defensa del Castillo de Chapultepec en
1847, Fuentes Mares lo consideró "el único niño héroe a
quien la historia convencional de México mancha todavía
con el estigma de traidor". 6 Como biógrafo, Fuentes Mares
sintió una simpatía particular por Miramón, de quien afirmó
"(...) es una de las tres o cuatro figuras más nobles de
nuestra raza. No digo que de nuestra historia porque este
es un terreno poco seguro, en el que abonos y cargos obe-

3
Rivera Cambas, 1987, i, p. 265. En México a través de sus constituciones
se lee: "la sangrienta oposición a los liberales habíala llevado por tradición, por
sistema, por fanatismo, para defender intereses mezquinos y para satisfacer su
ambición personal. Salvo en Santa Anna, que nunca alardeó de cualidades
morales, tan llevadas y traídas por Miramón, jamás tuvieron la Iglesia y el ejérci-
to portavoz más genuino que éste", Hernández, 1967, p. 195.
4
Sierra, 1991, pp. 525-526.
5
Krauze, 1994, p. 230.
6
Fuentes Mares, 1985, p. 11.
Miguel Miramón
233

decen todavía a los cartabones oficiales, y la estrella de


Miramón brilla por encima de los odios que le forzaron la
temprana muerte". 7
¿Cómo ocurrió esta transformación independientemen-
te de las cualidades intrínsecas del personaje para encarnar
un héroe romántico? Si bien Miramón tenía una leyenda
previa y ventajas obvias en este aspecto, Fuentes Mares
contribuyó a prolongar el interés ya no por el general, el pre-
sidente o "el nefando traidor", sino por el hombre: "el des-
venturado, héroe y villano a la vez, triunfador y fracasado,
pobre diablo y gran señor".8 Por eso, al disminuir el interés
por su papel en la historia política, la imagen del macabeo
resurgió bajo nuevos enfoques en publicaciones especiali-
zadas y en otras no tanto, como en la novela El séptimo cade-
te, donde se le convierte en el héroe de una nueva conjura
contra la nación y recibe los créditos de "mexicanistas" exo-
téricos y ya no de eclesiásticos o de conservadores laicos.9
En cierto modo, Fuentes Mares asumió y prolongó parte
de la imagen promovida por Concepción Lombardo, quien
había dado forma y coherencia a la leyenda forjada en su
momento por los seguidores y simpatizantes de Miramón. 10

7
lbidem, p. vm.
8
Ibidem, p. 90. Para Luis González (1989, p. 143), Miramón se hizo general
"para poder convertir a la señorita Lombardo en la señora Miramón, que no por
ser un conservador fanático".
9
Zarco, 1997.
10
Desde Italia, Concepción Lombardo promovió la primera biografía de Mi-
ramón, publicada por Víctor Darán en París en 1887 (meses después fue editada
en México por El Tiempo). Araujo, 2000, pp. 6-7.
Conrado Hernández López
234

Su reivindicación requería contar lo que, a ¡su parecer, era


la auténtica versión de los hechos. Frente a la versión de
los vencedores, Concepción ofreció documentos para la
memoria de los derrotados (sobre todo su corresponden-
cia). Sin embargo, sus Memorias tampoco explican gran
cosa de las ideas y decisiones políticas de su difunto
marido, ni de sus hechos militares (referidos a los Epi-
sodios históricos de Domingo Ibarra, 1881), ni de su
accidentada relación con el clero; en cambio, lo mostra-
ba pobre en recursos frente a sus patrocinadores y sus
ministros.
En este sentido, hay episodios oscuros en la trayec-
toria militar y política de Miramón, que abarcan desde
órdenes de fusilamiento a prisioneros sin juicio 11 hasta
acciones poco favorables a la conducta militar como la
insubordinación o la tendencia a culpar a otros de sus pro-

"El obispo de San Luis Potosí, Pedro Barajas, escribió a Luis G. Cuevas en
1858-. "Yo no entiendo el mundo. Los jóvenes y los extremistas proclaman orden,
justicia, garantías, y al mismo tiempo fusilan y quieren sangre de sus contrarios
sin guardar las formas legales [...]. Ayer tuve una gran pesadumbre porque a un
herrero revolucionario lo trajeron hace días preso de una hacienda y [...] aunque
supongo lo juzgarían legalmente lo sacaron de aquí a Tepetate y lo fusilaron sin
proporcionarle los auxilios espirituales [...]. Si el Sr. Miramón había resuelto que se
ejecutara al reo en Tepetate: ¿Por qué no le notificó su sentencia para que pre-
parara su viaje a la eternidad? Un alma ha sido redimido con toda la sangre del
Hombre-Dios. ¿Por qué exponerla a ser infeliz para siempre? [...] Refiero a Ud.
Estas cosas no para que se le haga algún reclamo pues esto sería muy delicado
en las actuales circunstancias, sino porque deseo que Ud. sspa las cosas en su
realidad y no tergiversadas por algún otro conducto", De la Maza, 1940, p. 542.
Miguel Miramón
235

pios fracasos militares. 12 Pero tampoco se le puede com-


parar con sus propios correligionarios, como Leonardo
Márquez o José María Gálvez, o con los bandidos del ban-
do enemigo como Antonio Rojas, Antonio Carvajal y otros
que extendieron su propia leyenda por vastas regiones a
base de atrocidades. En todo caso, Miramón representó
una opción militar en el choque político frente a los liberales
y, por eso, su lucha cobra sentido al asumir un proyecto de
nación sustentado en un discurso ideológico que puede cali-
ficarse de conservador, aunque su único proyecto de gobier-
no lo acerca a posiciones moderadas y era un partidario
más o menos declarado de la dictadura militar.
Sin embargo, frente a Juárez las diferencias iban más
allá del terreno político e ideológico y abarcaban una dimen-
sión personal. La guerra misma cobró un carácter destruc-
tivo no visto desde la independencia. La identificación con
una causa política significaba el riesgo de muerte o desgra-
cia para muchos hombres. Aún en esta situación, la trayec-
toria de Miramón es excepcional, por una parte, por la bre-
vedad de su ascenso y su caída del poder político; por la
otra, por su corta carrera militar: en 1850 es subteniente del
Colegio Militar y en 1858 ganó el grado de general de di-
visión a los 27 años de edad. Finalmente, el estado de
"excepción", o de guerra, que vivió el país propició su arri-
bo a la presidencia y fue la principal justificación ideológica

12
Como ejemplo, la planeación y ejecución de la acción del Cimatario en el
sitio de Querétaro en 1867. Véase Torrea, 1939.
Conrado Hernández López
236

en su lucha política. Al pasar


del liderazgo militar al político,
Miramón intentó integrar y le-
gitimara una causa fragmenta-
da y ya sin gran coherencia: la
del llamado "Partido" Conser-
vador. Sin embargo, terminó
por hacer un gobierno militar y
personal, que quedó sujeto a
los avatares de la guerra. De
este modo, conviene detener-
se en dos aspectos de su obra
general: su formación militar y
su papel como político.
Cuando fue Presidente de la República
en 1860, intentó legitimar el Partido
Conservador.
Luis Islas García, Miramón: caballero de La nobleza y el ejército
infortunio, 2a. ed., México, Jus, 1957,
frente a la p. 128. Como señaló M. Balbontín en
sus Memorias, Benito Juárez
y muchos liberales llegaron a creer que la existencia de un
ejército profesional era contraria a las instituciones fede-
rales. Como hijo de un militar, Miguel Miramón desarrolló
casi toda su vida en el ejército, institución relativamente com-
pacta a la que también estuvieron ligados sus parientes cer-
canos.13 Nacido en 1831, Miguel Miramón fue alumno del

13
Sus hermanos ingresaron al Colegio Militar: José Bernardo (1838),
Joaquín (1841), Carlos (1851) y Mariano (1853). Se conservan expedientes de
todos ellos en el Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional.
Miguel Miramón
237

Colegio Militar de 1846 a 1852 e ilustra el prototipo militar de


academia al compartir orígenes y similitudes socioeconómicas
con otros jefes y oficiales del mismo colegio o de los cuerpos
facultativos. En general, los nexos familiares y sociales fomen-
taron en los jóvenes oficiales la convicción de pertenecer tanto
a una antigua nobleza como a una nueva "élite", cuya forma-
ción académica y profesional (real o supuesta) favoreció su
ascenso a los puestos directivos, militares y políticos.
Desde la independencia, el continuo estado de guerra
del país propició la movilidad social y política de los miem-
bros del ejército. De los 22 titulares del Ejecutivo entre
1824 y 1855, Costeloe registró 15 jefes militares, la mayo-
ría provincianos y sin antecedentes "de riqueza o aristocra-
cia", para quienes no resultó fácil "integrarse a la élite social
que controlaba la vida metropolitana". 14 Al ascender a la
presidencia en 1858, el general Félix Zuloaga reprodujo el
mismo patrón por su origen provinciano y su falta de habili-
dad para lograr la colaboración de la élite urbana.15 En este
sentido, Miramón tuvo ventaja. "Como originario de la ciudad
de México -apunta D. Haworth-, de una orgullosa familia
militar, seguramente entendía mejor los embrollos de las
élites políticas de la capital". 16 En 1859, Gabriac señaló que
los Miramón gozaban "de la consideración y la estima gene-
rales".17 Descendían, dice Concepción Lombardo, "de una

14
Costeloe, "Mariano Arista y la élite de la ciudad de México", en Fowler,
1999, p. 190.
15
Haworth, 2000, p. 113.
16
lbidem, p. 111.
17
Díaz(ed.), 1964, p. 66.
Conrado Hernández López
238

antigua y noble familia francesa".18 Alexis de Gabriac dijo


haber recibido "comunicación de los documentos oficiales,
perfectamente auténticos, de su familia". 19 Además de es-
tos orígenes nobles (comunes en otros jefes y oficiales) y
de presentarse como una familia numerosa de militares, los
Miramón sólo tenían en común la carencia de bienes per-
sonales.20
El ejército proporcionó un oficio y un medio de vida para
los Miramón, que tomaron parte en diversos hechos mili-
tares del país y, en especial, la guerra con Estados Unidos.
La participación de Miguel en ésta fue poco importante si
se considera el desempeño de su padre y sus hermanos
mayores.21 En 1847, Miguel tenía 16 años de edad y su par-
ticipación en la defensa de Chapultepec dio lugar a diver-
sas interpretaciones marcadas por el romarticismo. 22 Se le

18
Lombardo, 1989, pp. 215-216. Un antepasado suyo, "el marqués de Miramón",
fue "herido de muerte en Pavía, al lado del rey Francisco I", Darán, 2000, p. 24.
19
Díaz (ed.), 1964, p. 65.
20
En 1858, Bernardo de Miramón, padre de Miguel, afirmaba no tener más
"patrimonio" que su paga por los 48 años de servicio, ASDN, Cancelados, D/lll/2-
474, f. 305.
21
Todos los Miramón, excepto Carlos y Mariano (de nueve y siete años de
edad), participaron en la guerra. Bernardo Miramón solicitó I cencía como ministro
fiscal del Supremo Tribunal de la Guerra para combatir como coronel de caba-
llería. Fue hecho prisionero en el Puente de Churubusco. Su hijo José Bernardo
fue herido en la garita de San Cosme y Joaquín tuvo una actuación "sobre-
saliente" en Monterrey a las órdenes de Pedro Ampudia.
22
Para Torrea, por ejemplo, cuando Miramón fue conducido con sus com-
pañeros a la biblioteca, "lograron ver a (Agustín) Melgar (...) todavía con vida,
pues ya le habían sido amputados un brazo y una pierna y vino a morir hasta la
media noche del mismo día", Torrea, 1931, p. 47.
Miguel Miramón
239

hizo protagonista de un hecho improbable (originado por


Concepción Lombardo): al caer herido, estuvo a punto de
ser asesinado por un soldado negro, que fue detenido a
tiempo por un oficial norteamericano que, admirado por el
valor mostrado por el cadete, lo envió a la enfermería (ni en
su expediente, ni en el estudio de Sánchez Lamego de
1947, aparece que Miramón haya sido herido).23 Tampoco
podía faltar el reto personal. Para los conservadores, Mira-
món hizo su primer juramento de venganza, que haría ver a
su vida y su lucha en la reforma como la prolongación de la
guerra con los Estados Unidos, que no cejaban en su inten-
ción de apropiarse del país.24
La reforma del ejército implementada a consecuencia
de la derrota tuvo un efecto inmediato en los Miramón.
Bernardo Miramón fue separado del ejército en 1848, pero
fue restituido y ascendido por Santa Anna en 1853. Con el
triunfo de la Revolución de Ayutla, Bernardo vivió una situa-
ción contradictoria. Por una parte, la ley del 25 de junio le
permitió adjudicarse la casa que habitaba en la calle de San
Pedro y San Pablo, "propiedad del convento de San José de
Gracia". 25 Por la otra, fue jubilado como ministro de la Su-
prema Corte Marcial el 3 de febrero de 1857.26 Un año an-
tes, sus hijos Joaquín, Miguel, Carlos y Mariano, habían
recibido licencia absoluta en el ejército y estaban enfrascados
en su primera campaña en el bando conservador. Para enton-

23
Veáse Lombardo, 1980, p. 55; y Sánchez Navarro, 1949, p. 21.
24
/fa/dem, p, 23.
25
AN, Notario 245, 3 de septiembre de 1856, ff. 207-208.
26
ASDN, Historia, XI/481.3/7803, libro segundo.
Conrado Hernández López
240

ees, el mismo Bernardo Miramón simpatizaba con la causa


conservadora. En 1858, ofreció sus servicios al gobierno de
Zuloaga y fue restituido al Supremo Tribunal de Guerra.
De 1859 a 1860 participó en la administración de su hijo
Miguel como miembro del Consejo Superior de Guerra.27
Con todo, la división política también entró en la familia Mi-
ramón como expresión de la polarización del país en la
Guerra de Reforma: los generales liberales José G. Par-
tearroyo y José Justo Álvarez eran tíos de Concepción
Lombardo. Sin embargo, entre los varones no hubo disiden-
cia: defendieron la causa religiosa subordinados al mando
militar de su hermano Miguel. Bernardo Miramón falleció el
11 de abril de 1866, nueve años después que su hijo José
Bernardo, cuatro después que su hijo Mariano, mes y medio
después que su esposa y un año antes que sus hijos
Joaquín y Miguel fueran fusilados en la fase final del se-
gundo imperio.28
En el ejército, la carrera de Miramón fue más impro-
visada que la de Leonardo Márquez, su consejero en el
segundo semestre de 1858 y principal colaborador el año
siguiente hasta que la relación de ambos desembocó en la
rivalidad abierta. Cada uno correspondía a un tipo distinto de
militar: Márquez pasó de la milicia al antiguo ejército per-

27
ASDN, Cancelados, D/lll/2-474, f. 32.
28
En la profesión era común la muerte y, al parecer, los Miramón la tomaban
con resignación pues, en sus documentos conocidos, no aparecen referencias a
los desaparecidos después de sus decesos. No existen mayores informes sobre
el hijo mayor, José Bernardo, a partir de 1857, ni del menor, Mariano, desde su
muerte ocurrida en el exilio de La Habana en 1861.
Miguel Miramón
241

manente y se formó en sus ordenanzas29 en tanto que


Miramón era egresado del Colegio Militar y tenía una cul-
tura más amplia, pero no más efectiva en la práctica. De ahí
que Márquez desconfiara de Miramón y de muchos colabo-
radores de éste porque su formación dependía más de la
teoría que de la práctica. 30 Y no parecía faltarle razón:
Miramón estudió en el Colegio Militar de 1846 a 1852, pero
si descontamos los dos años que no hubo actividad, su
permanencia se reduce a cuatro años. Aunque aventajado,
no fue el más brillante de los alumnos, en cuya generación
se incluyen, además de personajes como Leandro Valle,
los llamados "niños héroes", algunos de los cuales están
registrados como alumnos entre 1844 y 1847. El 16 de
septiembre de 1851, en un discurso en el Teatro Nacional,
Miramón tocó el estado del ejército y lamentó que, de-
saparecidos los "caudillos de Dolores y de Iguala", "sus
banderas y estandartes" pasaran "a manos de hombres
llevados al combate por la fuerza, sin instrucción, sin

29
"Yo comencé mi carrera militar de cadete de la compañía de caballería de
Lampazos, en la frontera norte en el mes de enero de 1830, antes que naciera
Miramón, que vino al mundo en 1832. Es decir, que tenía yo más años de solda-
do que Miramón de vida." En 1854, Miramón fue su subordinado "en un grado tan
distante del mío". En septiembre de 1858, el gobierno "dio a Miramón el premio
que a mí me correspondía Cpor la batalla de Ahualulco) y se encontró sin saber
cómo llegó a general de división", Márquez, 1869, pp. 41-42.
30
Márquez calificó de ignorante a Ramírez de Arellano, ex compañero de
Miramón, pues la guerra "no basta aprenderla teóricamente; se necesita practi-
carla y mucho; mandar todas las armas, hacer campañas, dar batallas y alcanzar
victorias, para poder llamarse general. El haber leído algunas doctrinas del arte,
no sirve más que para tener una ligera idea de la ciencia", ibidem, p. 46.
Conrado Hernández López
242

esperanzas".31 En ese año, obtuvo el grado de subteniente


alumno y, al siguiente, el de teniente de artillería, quedan-
do comisionado en el colegio para impartir el curso de tác-
tica de infantería (donde obtuvo elogios de Ignacio Mora y
Villamil). En 1854, fue movilizado con el grado de capitán
de infantería en el batallón activo de Sinaloa y tomó parte
en la campaña del Sur contra Juan Álvarez.32
A pesar de las carencias en su formación, Miramón fue
un seguidor mexicano del general Antoine Henry de Jomini
(1779-1869), ex ayudante de Napoleón Bonaparte y con-
sejero de los zares Alejandro I y Nicolás I de Rusia.33 Las
teorías de Jomini, cuya obra principal, Précis de l'art de la

31
Miramón añadió que en 1847 sus compañeros "en la aurora de su vida
supieron pelear y morir por la patria". "Discurso pronunciado en el Teatro
Nacional por el joven Miguel Miramón, alumno del Colegio Militar." Recorte con-
servado en la Colección Lafragua.
32
Condumex, expediente de Miguel Miramón, fondo xxvil-1.
33
De origen suizo, Antoine Henry de Jomini trabajó en su juventud en un
banco de París antes de convertirse en oficial de la Armada de la República
Helvética. A los 21 años comandó un batallón. Ganó notoriedad como teórico con
su Traite de grande tactique (1803). Fue oficial de campo del general Ney en la
campaña de Austerlitz y, más tarde, Napoleón promovió su ascenso a coronel.
Combatió en Jena, Eylau y en la primera etapa de la guerra de España, cuando
se separó del ejército francés. Sin embargo, fue llamado nuevamente por Napo-
león y recibió nombramiento de brigadier a los 28 años de edad. En la campaña
de Rusia, abandonó a Napoleón y sirvió como oficial de campo del zar Alejandro I
en la batalla de Leipzig en 1813. También contribuyó a formar la Academia Militar
de Moscú y su trabajo principal, preparado para el zar, Précis de l'art de la guerre,
apareció en París en 1837. Se retiró en 1848 y retornó corno consejero del zar en
la guerra de Crimea. Murió en 1869 en París. Aunque ce'ebrado en su tiempo y
con un lugar destacado en la historia militar de Occidente, Jomini fue opacado por
la gloria postuma de Clausewitz. Véase Chaliand, 1994, p. 724.
Miguel Miramón
243

guerre, fue publicada en París en 1837, tuvieron cierta influen-


cia en algunos generales mexicanos. Es probable que Miramón
conociera la obra del general
y teórico suizo en el Colegio Mi-
litar y aprendiera de sus ense-
ñanzas la mejor forma de utilizar
factores como la sorpresa, la
economía de recursos y la auda-
cia.34 De ahí las "coroneladas"
que, según Justo Sierra, eran
muy aplaudidas, pero "muy
pobres de alta y aún de media-
na estrategia". 35 En realidad,
Miramón fue un militar compe-
tente y, a pesar de las lagunas
Fue un militar competente; destacó
en el combate táctico. obvias en su formación, destacó
Miramón, retrato de pintor anónimo.
en el "combate táctico, la ma-
Luis Islas García, Miramón: caballero
del infortunio, 2a. ed., México, Jus, niobra estratégica y la organi-
1957, frente a p. 177.
zación de tropas". Por medio
de acciones sorpresivas y con un manejo eficaz de recur-

34
La experiencia de Jomini en un banco influyó en la formulación de sus
reglas fundamentales: "economy of time and forces, the winning of superiority at
decisive point, and victory by mobility and surprise". Un ejército, como una inver-
sión de capital, estaba guiado por el interés en los beneficios: "Ofensive opera-
tions should be proportioned to the end in mind." Las fuerzas y la forma de disponer
de ellas debía estar condicionada por la naturaleza del teatro de la guerra, lo cual
fue olvidado por Napoleón en España y Rusia. En Estados Unidos apareció en
1862: Jomini, The Art of War, traducido por G.H. Mendell y W.P. Craighill, citado
en Vagts, 1937, pp. 190-192.
35
Sierra, 1991, p. 526.
Conrado Hernández López
244

sos, derrotó a ejércitos superiores. Sin embargo, si sus


empresas se comparan con una inversión de capital,
como en el caso de Jomini, puede decirse que éstas no
produjeron los beneficios esperados 36 y que, incluso, Mi-
ramón reprodujo los defectos del teórico suizo, a quien
se criticó por formular reglas invariables a partir de las
campañas afortunadas de Napoleón y, en especial, por
valorar en poco la conducta del enemigo. 37
Si el prestigio de Miramón se creó en la guerra, su
ascenso al poder no fue fácil y resultó de la combinación de
genio personal y fortuna. Para sus biógrafos, en 1858 su
ascenso fue imparable hasta la presidencia, logrando triun-
fos y popularidad, pero su encumbramiento estuvo lleno de
riesgo y zozobra.38 Aunque Miramón tenía conocimientos
teóricos, carecía de experiencia, pues no había mandado
tropas como general en jefe antes de 1858 (año en que
ascendió en forma irregular de teniente coronel a general
de brigada, y poco después, de división). No pocas veces

36
Así, venció al ejército liberal en Toluca en diciembre de 1860, pero no evitó
el hundimiento de su gobierno. En 1867 repitió la hazaña ei Zacatecas, pero no
evitó el desastre en San Jacinto.
37
Jomini olvidaba un elemento importante: "el enemigo y su conducta", es
decir, trataba de ocultar las cosas no observadas en la conducta de éste que, en
el marco amplio de posibilidades, podía traducirse en derrotas. Veáse Vagts, 1937,
p. 192.
38
En Breve reseña histórica del Estado Mayor Mexicano (1907), Eduardo
Paz incluyó un análisis de las acciones militares ocurridas de Salamanca a Ahua-
lulco (de marzo a septiembre de 1858), que consolidaron a los caudillos conser-
vadores más prestigiados en la guerra.
Miguel Miramón
245

sintió de cerca el desastre: en Carretas (San Luis Potosí)39


y la barranca de Atenquique (Jalisco) sufrió emboscadas
que estuvieron a punto de convertirse en derrotas.40 Aunque
"sus dotes eran reconocidas", apuntó Paz ("natural inteli-
gencia, ojo militar y aptitudes de guerrero"), carecía de una
"sólida instrucción que no pudo adquirir dadas las tristes
épocas por que atravesaba el país".41 En todo caso, se mos-
tró improvisado, pero eficiente para aprender de las expe-
riencias y triunfó sobre ejércitos mayores, si bien el nivel de
éstos no permite precisar sus dotes como militar.
En este sentido, la parte más inexplicable de su carrera
la constituyen las dos campañas de Veracruz en febrero de
1859 y 1860 que, al vincular y repetir una serie incompren-
sible de errores tácticos y estratégicos, causaron sorpresa
en el propio enemigo. Prácticamente sin disparar un tiro,
perdió la mitad de su tropa en la primera campaña, pero
todavía salvó su gobierno derrotando hábilmente al enemi-

39
En abril de 1858, Miramón fue sorprendido a la entrada de San Luis Potosí
por el coronel Juan Zúazua y, en algún momento del combate, observó Paz, se
puso al frente de la caballería para la persecución y, poco después, se encontró
en una situación "angustiosa", de la que salió por su "arrojo" y el de su tropa, Paz,
1911, p. 400.
40
El descalabro en Atenquique, aleccionó a Miramón, quien "comprendiendo
su imprudencia, no obstante que se juzgó vencedor, apreció luego las dificultades
que habría de vencer, para que con sus cada día debilitados elementos y sin espe-
ranzas de rehacerlos, pudiera avanzar sobre posiciones más y más inexpugnables
[...]. Meses después, vióse el provecho de aquel incidente, y su natural inteligen-
cia, su ojo militar y sus aptitudes de guerrero, le hicieron voltear con mayor pruden-
cia y mejor éxito esa misma posición", Paz, 1907, p. 422.
41
Ibidem, p. 455.
Conrado Hernández López
246

go en la Estancia de las Vacas (Querétaro) y la barranca de


Tonila (Colima). El segundo fracaso frente al puerto marcó
el fin de su gloria militar y selló el destino de su gobierno.

El ascenso y la conquista del poder


La guerra emprendida por Miramón comenzó en diciembre
de 1855 y concluyó hasta junio de 1867. En los primeros
tres años no tuvo un peso importante, pero fue colaborador
del coronel Luis G. Osollo, jefe militar del movimiento, y es-
trechó su relación con Leonardo Márquez, Tomás Mejía,
Francisco A. Vélez y otros jefes que más tarde contribu-
yeron a su encumbramiento. A principios de 1856 Miramón
participó en la rebelión de Zacapoaxtla (con la derrota logró
ocultarse y escapar) y antes de finalizar el año tomó Puebla
en una acción espectacular organizada por el Directorio
Conservador de la República Mexicana.42 En enero de 1857,
después de atacar sin éxito la guarnición de Toluca, fue he-
rido en una pierna y, separado de la tropa, se mantuvo ocul-
to hasta que lo rescató su familia.43 Regresó a su casa y,
meses después, fue hecho prisionero. Logró fugarse de la
cárcel y se reunió con Osollo en el sur del país, donde opera-

42
La operación consistió en "pronunciar" a la guarnícón con apoyo de al-
gunos oficiales y militares "confinados" en la ciudad por el gobierno. Con un
apoyo mínimo en el interior, el éxito dependía de utilizar a la tropa enemiga para
controlar el Palacio de gobierno y el cuartel de la plaza. Islas García registró cinco
versiones: "la de Víctor Darán, la de Leónides del Campo que me contó el licen-
ciado Germán Fernández del Castillo y que Sánchez Navarro reproduce en su
apéndice; la de Carrión y la de Troncoso", Islas García, 1950, pp. 37-40.
43
Lombardo, 1989, p. 92.
Miguel Miramón
247

ron hasta que el golpe militar de Comonfort de diciembre


de 1857, y el posterior pronunciamiento de Zuloaga en la
Ciudadela, los pusieron en el centro de la acción.
En este sentido, 1858 es el año de encumbramiento de
un nuevo grupo de militares, que triunfa debido a la mayor
preparación, el valor y en no menor medida a la fortuna de
sus principales jefes. 44 El general Luis Ramírez opina que,
"versados en doctrinas militares" y "apegados a la escuela
alemana", los militares conservadores seguían la enseñan-
za de Clausewitz , en especial sobre destruir las fuerzas ar-
madas del enemigo, sus recursos y "minar su fuerza moral",
creándole una corriente en la opinión pública contraria a la
continuación de la guerra.45
Como el ejército conservador se dividía en brigadas inde-
pendientes, los liberales opusieron su superioridad numérica
y la extraordinaria "movilidad" de sus cuerpos del norte. Los
dos bandos contaron con militares experimentados que levan-
taron contingentes más o menos de igual calidad, pero tu-
vieron poca influencia inicial entre los liberales. En el bando
conservador, con la muerte de Osollo en junio de 1858, los
triunfos comenzaron a depender de la capacidad de Miramón
y sus subordinados.46 Después de Ahualulco, Miramón y

44
En Ahualulco, Miramón hizo tres reconocimientos que no se tradujeron en
un despliegue ordenado de sus fuerzas, por lo que marchó a ciegas y pronto se
vio imposibilitado de combatir en el frente pero, a diferencia de sus rivales, contó
con el consejo de Márquez, el valor de Vélez y Mejía y con la artillería de Santiago
Cuevas, cuyas maniobras "atrevidas" fueron coronadas con éxito, ASDN, Cancela-
dos, XI/lll/2-191, f. 30. También Miramón, 1858.
45
Ramírez Fentanes, 1962, pp. 404-405.
46
En septiembre, Miramón escribió a Concepción Lombardo: "parece que
sólo por donde yo marcho va la fortuna". Lombardo, 1989, p. 685.
Conrado Hernández López
248

Márquez diseñaron y planearon dos campañas simultáneas


por Jalisco (a cargo de Miramón por Zacatecas y Aguasca-
lientes) y Michoacán (a cargo de Márquez por el Bajío y
Celaya), que fracasaron por el amago liberal a la ciudad de
México en septiembre de 1858.47 Con todo, 1858 finalizó
con un triunfo completo sobre los liberales en San Joaquín,
el cual, empero, no parecía afectar a éstos mayormente.
El descontento generado por Zuloaga motivó el Plan de
Navidad que, proclamado por Manuel María Echegaray y
Manuel Robles Pezuela en diciembre de 1859, convocaba a
los bandos contendientes a someter sus diferencias a una
asamblea nacional, que también podría reformar la Constitu-
ción. Aunque la Junta de Notables eligió a Miramón Presi-
dente de la República y el plan garantizaba los empleos y "el
olvido de todo lo pasado", el ya para entonces apodado
"el Macabeo", con el prestigio de su triunfo reciente en San
Joaquín, se negó a reconocer el movimiento y los sucesos
posteriores dejaron en claro su enorme peso en el ejército,
pues bastó su decisión para obtener el grado de "general
en jefe" y exigir la reinstalación de Zuloaga en la presiden-
cia. Gabriac apuntó que cuando el general Mariano Salas
advirtió a Miramón que si se trataba de restituir a Zuloaga,
"lamentaba confesarle que no podía contar con él", el joven
general contestó, dándole la espalda, "que contaba sola-
mente con su espada".48 Contra la actitud conciliadora de
Robles Pezuela y Echegaray, Miramón no sólo pensaba que
la guerra debía continuar, sino que creía conocer la forma

47
ASDN, Historia, XI/481.3/6242, ff. 1 -3.
48
Díaz(ed), 1964, p. 72.
Plano elaborado en 1 886 con los principales lugares que siguieron las tropas francesas de Veracruz a México.
Víctor Darán, Le general Miguel Miramón. Notes sur L histoire du Mexique, Roma, Edoardo Perino, 1886, croquis de la ruta de
México a Veracruz, plano núm. 6.
Contado Hernández López
250

de lograr el triunfo definitivo tomando la sede del gobierno de


Juárez en Veracruz. Su desempeño en los mandos político
y militar no desembocó en un triunfo final pero sí contribuyó a
unificar las posturas de los diferentes opositores políticos a la
Constitución de 1857. Con todo, dice Gabriac, estas "mani-
festaciones prueban claramente la inclinación de la opinión
pública hacia el jefe de este pequeño ejército que ha triun-
fado en todas partes". 49
A esta altura, dice Payno, el "partido reaccionario" se
había dividido en dos bandos: "los unos veían en el carác-
ter frío, reservado y tenaz de Zuloaga la representación del
partido puro conservador; y otros juzgaban que la actividad,
el valor y las victorias de Miramón merecían la recompensa
del primer puesto". 50 Sin embargo, Zuloaga insistió en su
renuncia y negoció con "el Macabeo" el cambio de poder
dejando de lado el "decreto" que señalaba que en caso de
ausencia del Ejecutivo el presidente provisional sería el titu-
lar de la Suprema Corte de Justicia.51 Haworth apuntó que
"la guerra destruyó a Zuloaga y creó a Miramón". 52 Habría

49
Díaz (ed.), 1964 Cu), p. 51.
50
Payno, 1862, p. 31.
51
José Ramón Malo se mostró decepcionado: "Triste es para mí [...] tener
que manifestar en este lugar que toda esperanza que había concebido de un por-
venir de gloria para mi patria, con el desprendimiento y hechos generosos del
general Miramón, se han desvanecido, desde que alucinado por los malos conse-
jeros, ha considerado como una mera ceremonia la restauración del [...] presi-
dente [...] haciendo que renuncie y mezclándose en los actos de su poder con
vilipendio de la autoridad y su persona. ¿Por qué la Divina P'ovidencia no se dignó
dejamos saborear algunos días los ensueños de dicha que habíamos concebido?",
Malo, 1948, pp. 537-538.
52
Haworth, 2000, p. 112.
Miguel Miramón
251

que añadir que el gobierno de éste no logró trascender su


margen, es decir: salir de la situación impuesta por la guerra.

El liderazgo militar y político


El 1o. de febrero de 1859, la Junta de Notables confirmó la
elección de Miramón como "presidente sustituto" y tomó
posesión el 3 de febrero. Dos días después, asistió a una
gran función oficiada por el arzobispo en la catedral. De
este modo, inició un gobierno que duraría 23 meses en una
situación crítica, con poblaciones divididas, el comercio y la
producción paralizadas, inseguridad en los caminos e insol-
vencia generalizada. No puede hablarse de un Estado polí-
tico porque el monopolio de la violencia se había fragmentado
y el control sobre el territorio resultaba impreciso y variable
al quedar sujeto a los avatares de los movimientos militares.
La existencia misma de los gobiernos de Veracruz y México,
al igual que sus "proyectos" de nación, dependía del triunfo
militar, pero la prolongación de la guerra motivaría frecuentes
represalias, saqueos y ejecuciones. Paradójicamente, ambos
bandos coincidían en que la guerra ponía en riesgo la exis-
tencia misma de la nación, pero no ofrecían otra alternativa
para su salvación que la derrota del bando contrario aun a
costa de lo que pretendían defender.53

53
"Para Juárez, transigir con los enemigos de la Constitución y la Reforma, era
una imperdonable falta, era un delito inexpiable; para no verse en tal caso llegaba a
consentir en hacer correr graves peligros (que creía conjurar) a la nacionalidad misma.
Antes que tratar con Miramón de potencia a potencia, antes de reconocerlo como
poder capaz de algún derecho, prefería acceder a la alianza con los Estados Unidos,
aun cuando éstos se hubieran reservado la parte del león", Sierra, 1991, p. 290.
Conrado Hernández López '
252

Más que una expre-


sión del caudillismo provi-
dencialista, la llegada de
Miramón al poder (con 28
años de edad) fue pro-
ducto del agotamiento de
los cuadros directivos en
el Partido Conservador.
Nadie podía negar que
sus logros militares, auna-
dos a la carencia de hom-
bres aptos, le abrieron las
puertas del poder políti-
co.54 Según Concepción Concepción Lombardo de Miramón. De
acuerdo con su criterio "Miramón era el
Lombardo, Miramón "era el ídolo de los conservadores y el terror de
ídolo de los conservadores los constitucionallstas."
Documentos gráficos para la historia de México,
y el terror de los constitu- México, Editorial del Sureste, 1985, vol. I, p. 62.
cionalistas".55 Con expre-
siones exageradas, el clero lo ensalzaba como representante
de la voluntad providencial (en Guadalajara lo llamó "Siervo
de Dios"), 56 y muchos funcionarios menores en las ceremo-

54
Sobre los viejos militares, Gabrlac escribió: "Todos se someten a él sin
tratar de explicárselo o sin querer comprenderlo. La debilidad del carácter mexica-
no, la abyección en que ha caído desde hace cincuenta años, hacen más extraños
aún los modales precisos, vivos, bruscos y firmes de este joven. «Nos trata como
criados - d i c e n - , y sin embargo, vamos con él porque no hay manera de hacer otra
cosa»", Díaz (ed.), 1964, p. 72.
55
Lombardo, 1989, p. 185.
56
Agustín Rivera afirmó que en el misal romano era un trato dado al empera-
dor "en los países monárquicos", Rivera, 1994, p. 58.
253

nias cívicas lo señalaban como "salvador de la patria" y


"digno conservador de los destinos de nuestro país".57 Su
popularidad y las recepciones triunfales en las principales
plazas le hicieron concebir una idea inexacta de sus límites
y posibilidades como militar, pero no tanta como para no
comprender que, para sus partidarios, era apenas una
promesa de triunfo. Al asumir la presidencia, Miramón
reconoció: "se me entrega el mando supremo considerando
este paso el único medio de que se obtengan los elementos
para la campaña y sólo en este sentido lo admito", y recalcó
que ocuparía la presidencia sólo "el tiempo necesario para
salvar la situación actual". 58 Sin embargo, la imposibilidad

Plazuela de Santo Domingo por donde entró Miramón a la ciudad de México.


Carlos Sánchez-Navarro y Peón, Miramón: el caudillo conservador, 2a. ed., México,
Patria, 1949, p. 80.

57
Carranza, 1859, s / p .
58
Diario Oficial del Supremo Gobierno, 11 de febrero de 1859, p. 1.
Conrado Hernández López
254

de salvar esa situación le hizo cambiar de parecer no sólo


sobre la necesidad de su permanencia en el poder, sino
sobre el papel que asignó al clero y sus antiguos patroci-
nadores en su propio proyecto político.
Ante la adversidad en los frentes, muchos militares per-
manecieron fieles a una causa que en la práctica parecía
incapaz de consolidarse en el poder. ¿Por qué un buen núme-
ro de militares se presentaban a sí mismos, por sus ideas y
relaciones, como conservadores? Si aceptamos que el pro-
ceso de formación de una ideología supone la articulación
gradual de un conjunto de creencias "relacionadas con un do-
minio particular de la interacción humana",59 conviene se-
ñalar que, en su lucha por el poder, el proceso unificador
de creencias tuvo en los militares algunas características
particulares frente a las convicciones tradicionales del
grupo conservador. En especial, su lucha personal encontró
una expresión ideológica en su oposición a una reforma
implementada desde el poder. En la ruptura de intereses
entre el grupo gobernante, cuando el Estado no puede man-
tener el control por los medios institucionalizados, como miem-
bros individuales se ven en la disyuntiva ce elegir entre la
"colaboración o el conflicto". Si bien esto último puede abrir
el acceso al poder político, también implica grandes riesgos
que generan divergencias entre los participantes en la "acti-
vidad antiestatal". En la guerra por la causa nacional, muchos

59
Seguimos la definición proporcionada por Chai Sun Ki (1998): "An ideology
will be defined here as an interconnected set of beliefs conceming a particular domain
of human interaction that is not derived solely from direct observation or logical infer-
ence".
Miguel Miramón
255

jefes conservadores concibieron la lucha como una reac-


ción, una oposición contra la lucha ideológica de otro grupo
que pretendía imponer desde el poder una legitimidad po-
lítica que no era otra cosa que "la violencia en manos de revo-
lucionarios".
En situación de lucha por el poder, dice un autor con-
temporáneo,60 siempre habrá una tendencia entre los opo-
sitores a un Estado político que los predispone a "interiori-
zar" las creencias e ideas que favorezcan sus expectativas
de mejoría con el cambio, incluso en casos no destacados
originalmente como causa del conflicto, pues se abre la
oportunidad de lograr una posición que no sería posible de
continuar el grupo que ejerce el poder político. De este
modo, elaborar e interiorizar una ideología desde la pers-
pectiva opositora conlleva un proceso psicológico que res-
ponde a la necesidad de reafirmar la decisión o elección
tomada frente a otras opciones. En más de un sentido, se
trata de un proceso selectivo en el cual los actores ajustan sus
creencias y preferencias, e incluso minimizan sus acciones
o ideas pasadas. Si el grupo rival recurre a una ideología
coherente, el conjunto de creencias asumido por la postura
contraría debe ser "la antítesis de esta ideología". La ideo-
logía adoptada también afecta la política desarrollada una
vez tomado el poder. A pesar de las divisiones internas o la

60
Del ensayo "Endogenous ideology formation and economic policy in former
colonies", tomamos como referencia el fragmento "A theory of oppositional for-
mation", que proporciona una explicación interior o "endógena" (por gestarse
dentro de un grupo) sobre la formación de una ideología en un contexto de crisis
derivado de la lucha por el poder político, ídem.
Conrado Hernández López
256

variedad de los protagonistas individuales, por una parte,


los miembros que participan del conflicto tienen bases co-
munes para interiorizar ciertas creencias ideológicas; por la
otra, el conflicto mismo constituye un elemento unificador
de la ideología dentro de un bando, lo que facilita las prefe-
rencias políticas comunes entre los miembros individuales.6'
En resumen, la oposición a una causa política y la disyuntiva
abierta por la guerra llevó a muchos militares a asumir las
convicciones típicas de los conservadores, pero bajo una
perspectiva particular, es decir, como una ideología propia e
influyente en las acciones en el gobierno de Miramón hasta
el fin de la guerra.
En 1858, por su heterogeneidad y las condiciones de su
conquista del poder, los militares y los hombres de otros sec-
tores identificados con el Partido Conservador no parecían
compartir ningún proyecto político común. Pero la prolonga-
ción de la guerra hizo que los jefes militares ganaran mayor
autonomía política y pasaran de una relación cordial a la hos-
tilidad abierta ante sus supuestos aliados y patrocinadores,
principalmente con el clero. La precaria situación económica
impidió la organización política y administrativa del país. Por
último, estos factores afectaron a la estructura del ejército,
cuya suerte comenzó a depender de sus jefes principales. En
más de un sentido, Luis G. Osollo y Miguel Miramón salvaron
la situación del gobierno de Zuloaga en el primero y segundo
semestre de 1858, respectivamente, pero no impidieron la pro-
longación de la guerra en condiciones cada vez más adversas.

61
ldem.
Miguel Miramón
257

Al radicalizarse las posiciones políticas y el espíritu de


partido, la guerra de tres años (1858-1860) también ca-
nalizó los conflictos de diversos sectores y regiones en una
guerra abierta y destructiva. Principalmente, enfrentó dos
estrategias militares y políticas distintas, observables en la
distinta conformación de los ejércitos y en los grupos invo-
lucrados. En el terreno militar, la prolongación de la guerra
se debió a las profundas divergencias entre sus principales
jefes liberales. Por su parte, Miramón intentó establecer
una dictadura militar apoyado en un discurso coherente con
la postura ideológica del antiguo grupo conservador y, al
menos con fines propagandísticos, recurrió a una interpre-
tación providencialista de la historia. Al mismo tiempo, di-
fundió un programa de gobierno tendiente a fomentar mejoras
materiales y establecer un gobierno progresista. En este
aspecto, vivió una contradicción común en muchos políticos
de su época, atrapados entre las vagas convicciones ideo-
lógicas y la urgencia de consolidar un orden que comenzara
por asegurar la supervivencia y el progreso de la nación.
Conviene referir que la ideología asumida por los militares
conservadores era acorde con las necesidades de la guerra y
justificaba la situación de excepción que dio origen al gobier-
no de Miramón. En el discurso, el conflicto cobró sentido con
un carácter nacional (contra un proyecto político), internacio-
nal (por los intereses concretos en el extranjero) y universal
(por la defensa de un orden moral y religioso). A pesar de su
carácter radical y extremista, en la práctica, Miramón acepta-
ba la paz con la condición de reformar la Constitución de 1857.
Con esta actitud, dejó de representar una alternativa para
muchos de sus antiguos partidarios, que terminaron por pro-
Conrado Hernández López
258

mover una intervención extranjera justificada con el mismo


discurso difundido en la guerra. La derrota total en Calpu-
lalpan en diciembre de 1860 implicó la depuración completa
del antiguo ejército permanente y la pérdida de influencia de
su liderazgo militar y político. La estrella de Miramón todavía
daría destellos, pero jamás volvería a brillar.

El descenso
El desastre profundizó la discordia entre los principales
jefes del ejército derrotado. En una reunión en Tacubaya, la
mayoría acordó continuar la lucha como lo había hecho
Juárez (a partir de la guerra de guerrillas), pero Miramón se
mostró inconforme porque "no podía bajar de la presiden-
cia" a combatir en el monte y, abandonado por la tropa,
regresó a la capital a preparar su fuga.62 Cuando optó por
el destierro (1861-1863), 63 ya se habían desvanecido sus
triunfos y su fracaso confirmaba los temores de sus corre-
ligionarios de que la única solución dependía del apoyo
europeo. Por su parte, Miramón podía culpar del fracaso al
grupo que había defendido (de gente intrigante, pero inca-
paz de colaborar eficazmente en la victoria). 64 También es

62
Lombardo, 1989, p. 3 0 1 .
63
En enero de 1861, Miramón salió a La Habana, donde se reunió con su
familia y partió a París. Dos meses después fue recibido por el Papa Pío IX y, de
vuelta en París, se mantuvo al tanto de la intervención a través de otros políticos,
Lombardo, 1989.
64
Según Islas García, "los hombres mejores y más cultos estaban con él",
pero "ya no alcanzaban a convencer a la opinión en favor del caudillo", islas
García, 1950, p. 115.
Miguel Miramón
259

difícil conocer, por el desorden de la guerra, los beneficios


económicos obtenidos en el poder. El 1 o. de enero de 1861,
el Boletín del gobierno liberal afirmó haber recuperado
47,000 pesos depositados por Miramón como propios en
casas españolas.65
El rechazo de los monarquistas mexicanos lo mantuvo
marginado de la intervención y, al regresar al país en 1863,
ganó la antipatía de los jefes franceses en el segundo impe-
rio. En 1864, Maximiliano lo envió fuera del país en un des-
tierro simulado y fue un actor pasivo de los acontecimientos
hasta finales de 1866, cuando el imperio se derrumbaba con
la salida del ejército expedicionario. Entonces reanudó la
lucha bajo el viejo esquema de la guerra civil. Sin embargo,
afloraron las diferencias con sus colaboradores y quedaron
reducidos a un sitio desventajoso en Querétaro, donde to-
davía dio destellos de su capacidad militar en una campaña
perdida de antemano al cerrarse el cerco. Cuando el coronel
Miguel López colaboró con el enemigo para ocupar la plaza,
Miramón fue herido y acudió en busca de ayuda con el ciru-
jano Vicente Licea, quien lo delató a los republicanos.
Desde el principio, Miramón sabía que el consejo de
guerra era una farsa y que sería condenado a muerte. Con
todo, dice Fuentes Mares, su defensa fue planteada dentro

66
Malo, 1948, p. 585. Pedro Merla, al comentar el libro de Islas García, pre-
guntaba: "¿cómo pudo (Miramón) sostener en Europa una vida de fasto para él y
para su familia?", "¿cómo pudo brillar -carente de bienes de fortuna personales-
en las cortes de París y de Madrid?", "¿cómo pudo trasladarse ampliamente entre
París y Madrid, La Havre, La Habana, Veracruz, Brownsville?", Merla, 1967, pp.
32-33. Sin embargo, Concepción Lombardo, se quejaba en sus Memorias de la
estrechez económica y la dependencia familiar al sueldo asignado a su marido.
Coarado Hernández López
260

de la lógica de la guerra civil, en cuyo plano ambivalente podía


oponer la legitimidad de su propio gobierno a la legalidad
del gobierno republicano, ambos fundados en sublevaciones
militares. Su intervención en la última etapa imperial res-
pondía a la misma lógica. Para entonces, la nación se había
dividido en facciones opuestas y Miramón había servido a
un partido, por lo que su delito era político. Por eso, "Miramón
no es cómplice de Maximiliano en la empresa de la inter-
vención; éste pudiera ser cómplice de aquel en la guerra
civil." 66 Además, el propio gobierno republicano se refería a
él como "el llamado general Miramón" confirmando su
calidad de paisano. A pesar de la variedad y la coheren-
cia de los argumentos de la defensa, añade Fuentes
Mares, los procesados, en especial Miramón, no tenían
alternativa por el peligro que representaban para el
gobierno de Juárez, pues

[...] era prácticamente imposible que un criterio legalista domi-


nara sobre las pasiones del vencedor. Muchos todavía hablan de
las ejecuciones de Querétaro como un simple y triple asesinato,
sin reconocer que en el sonado caso convergen poderosas cir-
cunstancias atenuantes. El drama de la guerra civil era demasia-
do viejo y encarnizado, y la lucha que terminó en Querétaro en
mayo de 1867 fue sólo la culminación lógica de aquel duelo a
muerte. [...] Casi medio siglo de guerra civil reclamaba esa san-
gre. Parecen ya pequeños escrúpulos, a estas alturas, los argu-
mentos de derecho sobre la aplicabilidad de la ley de enero de
1862, y sobre la competencia del Consejo de Guerra para cono-
cer la causa.67

Fuentes Mares, 1985, p. 240.


Citado en Quírarte, 1970, p. 55.
Miguel Miramón
261

Para Fuentes Mares en Querétaro culminó una guerra


iniciada años antes y sin ninguna posibilidad de reconcilia-
ción. Miramón murió como había vivido en sus años de glo-
ria: en medio de proclamas. Se proclamó inocente del cargo
de traidor como ya había proclamado sus buenas inten-
ciones y la justicia de su causa. Pero, como en las historias
románticas, la muerte trágica siempre es el principio de la
nueva historia.

Conclusión
Además de acaparar los mandos militar y civil, los jefes
jóvenes que asumieron el liderazgo en la reforma como
Miramón parecían tener una mayor influencia de Santa
Anna, al menos como la más completa representación del
"espíritu criollo": ambicioso de fortuna y de poder, y con
una fuerte motivación de preponderancia social. Pero no fue
tanto su calidad de "noble", sino su pertenencia al ejército
y la situación de guerra lo que propició su ascenso al poder
por méritos y medios militares. En este sentido, compartió
el patrón de otros miembros del ejército quienes, sobre la
base de las antiguas comandancias generales, acaparaban
los mandos político y militar en las regiones bajo su control
(que fue el origen del conflicto con Leonardo Márquez, a
quien destituyó y sometió a juicio en 1859). Su ascenso
también derivó de la falta de hombres de prestigio y arrai-
go en el heterogéneo grupo conservador. Al establecer la
base de su gobierno y su principal fuente de recursos en
la ciudad de México, logró, cuando no el apoyo, sí la anuen-
cia de grupos económicamente poderosos y del clero, con
Conrado Hernández López
262

quienes no tuvo buena relación. Finalmente, al hacer de su


gobierno una cuestión puramente militar y personal, ¿Mi-
ramón representó la posibilidad real de encabezar un pro-
yecto alternativo de nación? Si esto fue imposibilitado por
la propia guerra, ¿cuál es, entonces, el sentido de su lucha?
Para Max Weber, la dominación política puede legitimar-
se sobre tres bases: la tradición, el carisma y la legalidad.
Entre éstas, la autoridad carismática o de la "gracia" es
detentada, entre otros, por los jefes guerreros elegidos
siempre "vista como la de alguien que está internamente
llamado a ser el conductor de hombres, los cuales no le
prestan obediencia porque lo mande la costumbre o una
norma legal, sino porque creen en él". 6 8 En este sentido,
el caudillo es heroico porque es el hombre que está más
allá de la ley: es el que "crea" la ley. Por eso, su presen-
cia es recurrente en sociedades inestables e incapaces
de instituir sistemas basados en una legitimidad legal
(suprapersonal) como en los países hispanoamericanos
del siglo xix.69 En México, la función del gobernante tenía
gran relevancia en las dos perspectivas en pugna referi-
das por O'Gorman: la "fe romántica en un determinismo

68
Weber, 1986, p, 87.
69
EI derrumbe del orden novohispano, según Entrena Duran, produjo una
profunda crisis social que dio lugar a la "dominación caudillista", cuya actuación,
ante la ausencia de canales institucionales, se realizaba con un mínimo de
garantías jurídico-normativas de control por parte de la población. El caudillo
"llenaba el vacío dejado por la ausencia de mecanismos jurídico-normativos y
políticos reglamentados y consensuados"; asimismo "era una encarnación per-
sonalizada y, por lo usual, autoritaria de la legitimidad y el orden". Entrena
Duran, 1994, p. 21.
Miguel Miramón
263

Ejecución de Maximiliano, Mejía y Miramón en Querétaro, México, 19 de junio de


1867. Miramón ocupó el lugar del centro, el del honor, porque se lo cedió Maximiliano.
Carlos J. Sierra, Juárez en la voz y la palabra de Latinoamérica, México, Secretaría de
Hacienda y Crédito Público, 1972, p. 76.

progresista" y "la fe tradicional de la visión católica". 70


En la inestabilidad inherente al proceso de constitución
del Estado-nación, el caudillo asumió un papel relevante
porque, en ausencia de los entramados institucionales efec-
tivos y al margen de sus intenciones personales, tendía a
cumplir un papel de control sociopolítico, de integración y
de legitimación.71 Por la misma situación de guerra, Miramón
no pudo consolidar bases permanentes de apoyo ni asumir
otro futuro político que no estuviera condicionado por la

70
"En el primer caso, el gobernante se concibió como vicario de los poderes
no intervencionistas de la teología racional del Universo; en el segundo, encarna-
ba la intervención redentora y enérgica de la voluntad providencial", O'Gorman,
1960, p. 126.
71
Entrena Duran, 1994, pp. 21-22.
Conrado Hernández López
264

misma. Por eso, tal vez su obra cobre más significado como
la nostalgia de una derrota. Una versión "heterodoxa" de la
historia de México lo incorporará años después, en imagen y
obra, a un episodio en el combate por defender una nación
de raíz católica e hispánica.
Sin embargo, la derrota militar generó una nueva y pro-
funda fragmentación en el bando conservador. En 1867, se
eliminó a la gran mayoría de los elementos de la institución
que habían desarrollado vínculos personales, y a veces ideo-
lógicos, con una tendencia política, pero no hubo cambio en
el nuevo ejército, que siguió brindando un medio para la for-
mación y el encumbramiento de los jefes militares y regio-
nales. El cambio en el terreno militar (a pesar de su gran im-
portancia histórica y su significación política) fue en gran
medida cuantitativo como tantos otros en la primera mitad
del siglo. Considero que, entre las imágenes que tienden a
ensalzar o denigrar a Miramón, éste ha sido y seguirá siendo
enfocado desde las más variadas perspectivas y al gusto de
cualquier generación, pues encarna el poder de seguir pro-
duciendo nuevos rostros. Como militar, incurría en vicios
comunes en su tiempo (los líos de faldas y de juego, donde
se le consideró mal perdedor) y encarnaba las mayores vir-
tudes: valor indiscutible y una capacidad personal para las
jornadas más duras. En todo caso, al desaparecer los velos
ideológicos que dieron origen a las imágenes contradicto-
rias, es posible ver al "desventurado, héroe y villano a la
vez, triunfador y fracasado, pobre diablo y gran señor",
como señaló Fuentes Mares.72

Fuentes Mares, 1986, p. 90.


Miguel Miramón
265

Bibliografía
Archivos
Archivo de la Secretaría de la Defensa Nacional, ASDN
a) Archivo o sección Cancelados, expedientes personales.
b) Sección Historia u Operaciones Militares, documentación
varia.
Archivo de Notarías, AN
Archivo del Centro de Estudios de Historia de México, Condumex

Libros
ARAUJO, Román, 2000, El general Miguel Miramón. Rectificaciones
y adiciones a la obra del Sr. D. Víctor Darán titulado"Notas
sobre la Historia de México", México, Imprenta de El Tiempo.
BALBONTÍN, Manuel, 1958, Memorias del coronel Manuel
Balbontín, México, Elede.
CARRANZA, RAFAEL, 1859, Oración cívica pronunciada en la ciu-
dad de Xochimilco el 27 de septiembre de 1859, por el ciuda-
dano Rafael Carranza, nombrado por la Junta Patriótica para
este desempeño, México, Tipografía de M. Murguía.
BENAVIDES, Rafael, 1990, El generalato, México, Secretaría de la
Defensa Nacional (Biblioteca del Oficial Mexicano).
CHALIAND, Gérard, 1994, The Art of War in World History. From
Antiquity to the Nuclear Age, Los Ángeles, University of
California Press.
DARÁN, Víctor, 2000, El general Miguel Miramón. Apuntes
históricos por Víctor Darán, traducido para El Tiempo,
México, Imprenta de El Tiempo.
Conrado Hernández López
266

DÍAZ, Lilia (ed.), 1964, Versión francesa de México. Informes


diplomáticos (1853-1858) y (1858-1862), vol. i y n, México,
El Colegio de México.
ENTRENA DURAN, Francisco, 1994, México, del caudillismo al
populismo estructural, Sevilla, Escuela de Estudios Hispa-
noamericanos-Consejo Superior de Investigaciones Cientí-
ficas.
FOWLER, William Y Humberto Morales Moreno (coord.), 1999, El
conservadurismo mexicano en el siglo xix, México, Bene-
mérita Universidad Autónoma de Puebla, University of Saint
Andrews, Escocia, R.U., Secretaría de Cultura, Gobierno del
Estado de Puebla.
FUENTES MARES, José, 1985, Miramón, el hombre, 3a. ed.,
México, Grijalbo.
GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ, Luis, 1989, Todo es historia, México, Cal y
Arena.
GONZÁLEZ MONTESINOS, Carlos, 2000, Por Querétaro hacia la
eternidad. El general Miramón en el segundo imperio, SPi.
HAWORTH, DANIEL S., 2000, "Desde los baluartes conservadores:
la ciudad de México y la guerra de reforma (1857-1860)",
Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, vol. xxi, núm. 84,
El Colegio de Michoacán, otoño, pp. 95-131.
HERNÁNDEZ A., Octavio, 1967, "La lucha del pueblo mexicano por
sus derechos constitucionales", en Derechos del pueblo
mexicano. México a través de sus constituciones, t. i,
México, XLVI Legislatura del Congreso de la Unión, pp. 63-301.
IBARRA, Domingo, 1890, Episodios históríco-militares que ocurrie-
ron en la República Mexicana desde el año de 1838 hasta el
de 1860, México, Imprenta de Hoyos Velasco.
M.iguel Miramón
267

ISLAS GARCÍA, Luis, 1950, Miramón. Caballero del infortunio,


México, Jus.
KRAUZE, Enrique, 1994, Siglo de caudillos, México, Tusquets
(Andanzas).
LOMBARDO, Concepción, 1989, Memorias, preliminar y algunas
notas de Felipe Teixidor, México, Porrúa (Biblioteca Porrúa, 74).
MALO, José Ramón, 1948, Diario de sucesos notables (1854-
1864), t. n. Arreglados y anotados por Mariano Cuevas S.J.,
México, Editorial Patria.
MÁRQUEZ, Leonardo, 1869, Refutación hecha por el General de
División Leonardo Márquez al libelo del General de Brigada
Manuel Ramírez de Arellano publicado el París el 30 de
diciembre de 1868 bajo el epígrafe "Últimas horas del
Imperio", Nueva York, 1869.
MAZA, Francisco de la, 1940, "El general Miramón en San Luis
Potosí", Divulgación Histórica, vol. 1, núm. 12, 15 de
octubre, pp. 539-542.
MERLA, Pedro, 1967, Semblanza depurada de Miramón. Réplica
al libro Miramón, Caballero del Infortunio, México, Editorial
Peregrina.
MIRAMÓN, Miguel, 1858, Parte oficial que el Exmo. Sr. Gral. en
gefe D. Miguel Miramón dirige al Supremo Gobierno donde
cuenta de las operaciones practicadas por el primer cuerpo
del ejército, desde su salida de esta capital en 25 del próxi-
mo pasado septiembre hasta la completa derrota de las
fuerzas acaudilladas por el faccioso Santiago Vidaurri, San
Luis Potosí, Tipografía de Genaro Dávalos.
O ' G O R M A N , Edmundo, 1960, Seis estudios históricos de tema
mexicano, Jalapa, Universidad Veracruzana.
Conrado Hernández López
268

PAYNO, Manuel, 1987, Memorias sobre la revolución de diciem-


bre de 1857 a enero de 1858, México, INEHRM (colección
República liberal. Obras fundamentales).
PAZ, Eduardo, 1907, Reseña histórica del Estado Mayor Mexicano,
t. 1, 1821-1860, México, Secretaría de Guerra y Marina.
QUIRARTE, Martín, 1993, Historiografía sobre el imperio de
Maximiliano, México, UNAM (Historia Moderna y Contem-
poránea, núm. 9).
RAMÍREZ FENTANES, Luis, 1962, Zaragoza, México Secretaría de la
Defensa Nacional, Departamento de Archivo, Corres-
pondencia e Historia.
RIVERA, Agustín, 1994, Anales mexicanos. La reforma y el segundo
imperio, prólogo de Bertha Flores y nota introductoria de Vicente
Quirarte, México, UNAM (Coordinación de Humanidades).
RIVERA CAMBAS, Manuel, 1987, Historia de la intervención euro-
pea y norteamericana en México. Imperio de Maximiliano de
Habsburgo, México, INEHRM-Gobierno del Estado de Puebla,
(Colección "República liberal. Obras fundamentales").
SÁNCHEZ LAMEGO, Miguel Ángel, 1947, El Colegio Militar y la defen-
sa de Chapultepec en septiembre de 1847, México, S.P.I.
SÁNCHEZ NAVARRO Y PEÓN, Carlos, 1949, Miramón, el caudillo
conservador, 2a. ed., México, Editorial Patria.
SIERRA, Justo, 1991, Juárez, su obra y su tiempo, México, UNAM
("Nueva Biblioteca Mexicana", 32).
SUN-KI, Chai, 1998, "Endogenous ideology formation and eco-
nomic policy in former colonies", Economic Development and
Cultural Change, vol. 46, núm. 2, enero, pp. 265-291.
TORREA, Juan Manuel, 1939, "El cimatario-1867", Boletín de la
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, t. 50.
Miguel Mitamón
269

VAGTS, Alfred, 1937, A History of Militarísm. Romance and Realities


of a Profession, Nueva York, W.W. Norton & Company.
WEBER, Max, 1986, El político y el científico, Madrid, Alianza.
ZAMACOIS, Niceto de, 1880-1882, Historia de México desde sus
tiempos más remotos hasta nuestros días, escrita en vista de
todo lo que de irrecusable han dado a luz los más caracte-
rizados historiadores, y en virtud de documentos auténticos,
no publicados todavía, tomados del Archivo Nacional de
México, de las bibliotecas públicas, y de los preciosos manus-
critos que, hasta hace poco, existían en las de los conventos
de aquel país, Barcelona-México, J.F. Parres y Comp.
Editores, tomos xiv, xv, xvi, xvn, XVIIIA y XVIIIB.

ZARCO, Patricia, 1997, El séptimo cadete, México, Grijalbo-Hoja


Casa Editorial.

Periódicos y revistas
Diario Oficial del Supremo Gobierno.
1L

orfirio
Díaz
Enrique Krauze
Porfirio Díaz.
"Él era un dictador liberal, liberal en lo económico,
en lo social y tenía como en fideicomiso la vida
política de México".
Porfirio Díaz y su obra: moral en acción, México, Talleres
Tipográficos de El Tiempo, 1907, p. 4.
orfirio Díaz frecuentó el Colegio de Ciencias y
Artes de Oaxaca y fue alumno de Juárez, pero es
claro que, a pesar de que llega a estudiar leyes y
a ser bibliotecario, la pluma y los afanes, digamos,
de la vida intelectual o de las leyes no eran pro-
piamente los de Porfirio Díaz, que estaba dotado,
incluso físicamente, para otras misiones.
Era un hombre muy fuerte; se sabe -porque lo
cuenta él en sus memorias, o se lo contó a Matías
Romero- que en su propia casa había puesto uno
de los primeros gimnasios. Para entonces hacían
mucha fibra él y su hermano Félix, y aunque hubo un
conato de participación, sólo un conato, durante la
invasión norteamericana a México cuando tenía 16
o 17 años, el momento de la verdad, la primera hora
de la verdad y prueba para Porfirio Díaz llega con
la guerra de Reforma. Ahí lo tenemos en la típica
figura del chinaco, la figura que recuerdan quienes
visitaban el restaurante "Prendes" (cuando "Pren-
des" tenía los murales de Prendes): el chinaco de
los bigotes negros, de mirada profundísima, el hom-
bre del cual, por fortuna, tenemos una descripción
muy bonita, que se debe a este viajero francés

273
Enrique Krauze
274

Brasseur, que recrea un recorrido por el istmo y habla de dos


figuras que lo impresionaron: una, Juana Catarina Romero,
a la que describe como una portentosa belleza, casi una dio-
sa en Tehuantepec, y da a entender que muy cerca de ella
estaba el entonces coronel Porfirio Díaz, que le recordaba
a alguno de los grandes personajes míticos de la historia de
los mixtecos.
Cuando se desata la Guerra de Reforma, Porfirio Díaz en-
cabeza regimientos que él mismo arma; tiene que tratar con
la gente de Juchitán y con los mixes. Es decir, se forma en la
dura brega de la guerra muy temprano, como preparación a lo
que sería su extraordinaria carrera militaren la guerra de Inter-
vención. Sale de Oaxaca a los 30 años, en 1860, una vez
concluida la guerra de Reforma, y tiene un paso menos que

2 de abril (Puebla, 1867) en esta batalla empezó a brillar su estrella.


Apuntes históricos de la carrera militar del Sr. General Porfirio Díaz. Presidente de la
República Mexicana. México, Imp. y Lit. Latina, 1889, página posterior a la 115.
Porfirio Díaz
275

mediocre por la Cámara de Diputados. Realmente, tampoco el


podio era su lugar ideal: tenía propensión a llorar, por ejem-
plo, o se ponía nervioso. Luego lo conocerían como "el Llorón
de Icamole", por una batalla posterior.
Su siguiente momento de prueba ocurre cuando llega la
Intervención, y es en la batalla del 5 de Mayo donde em-
pieza realmente a brillar su estrella, hasta significarse como
uno de los principales generales de la Reforma. Ojalá tuvié-
ramos una biografía que nos refiriera las peripecias de Por-
firio Díaz que puedan ser perfectamente documentables. Es
verdad que Ralph Roeder las documenta en cierta medida,
pero en la biografía, tanto Roeder como Justo Sierra no
dejan de estar tocados por ese espíritu romántico que hace
muy simpáticos a los biografiados, e incluso, psicológica-
mente, muy profunda la narración de sus vidas, pero que
desgraciadamente les quitan, digamos, la solidez documen-
tal que quisiéramos que el historiador hiciera más presente
en su prosa, para que dijera, con mayor claridad, cómo se
desarrollaron realmente las batallas, cómo fue hecho preso
Porfirio Díaz, cómo Maximiliano, a través de interpósitas per-
sonas, le propuso que se le rindiera o, más bien, que se pasara
a su bando, y cómo escapó con vida en lances verdadera-
mente dignos de un Víctor Hugo o de un Alejandro Dumas.
La del joven Díaz fue una vida auténticamente nove-
lesca, y creo que se puede considerar incluso heroica, en
ese momento del despertar de la conciencia nacional que
causó la intervención francesa -sobre todo de la conciencia
nacional de los liberales, que, por alguna razón muy intere-
sante que habría que mencionar, no estuvieron tan despiertos
Enrique Krauze
276

cuando se produjo la guerra de 1847, pero, cuando llegó la in-


tervención francesa, sí: el nacionalismo mexicano entre los
liberales despertó con mucha
claridad. Hay varias batallas de
las cuales se escribiría mucho
en tiempos del presidente Díaz,
probablemente exagerando la
nota heroica: la toma de Puebla,
algunas otras batallas en Oaxa-
ca. Pero Porfirio Díaz le entre-
ga a Benito Juárez, en julio de
1867, la ciudad de México; tie-
ne 37 años y, según recuerdo,
tenía ya 37 batallas en su curri-
culum.
Empieza a plantearse allí,
naturalmente, una tensión entre
generaciones: los que habían
Porfirio Díaz durante su primer periodo
presidencial (1876-1880). Todavía sin
luchado con las armas, y no
el porte y el aplomo de años después. con la pluma, por la victoria de
Porfirio Díaz y su obra: moral en ac-
ción, México, Talleres Tipográficos de
la República eran los de la ge-
El Tiempo, 1907, frente a la p. 73. neración más joven; encima de
ellos estaban los hombres de la reforma, los que habían
sido legisladores, y ante todo la tríada sagrada que consti-
tuían Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y José
María Iglesias. Y aunque todavía no era muy bueno para
los números ni para las letras, Porfirio Díaz pudo haber
sacado sus cuentas: primero, el señor Juárez no tenía
muchas ganas de dejar la silla presidencial, de hecho la dejó
Porfirio Díaz
277

únicamente cuando se murió, y se habría quedado allí todavía


por algún tiempo, porque él mismo, Juárez, tenía una vo-
cación de mando patriarcal, paternal, muy antigua, que luego,
en forma idéntica, mostraría el propio Díaz. De esto no cabe
la menor duda: para Juárez, compartir o ceder el poder no
estaba en su química; entonces, si Juárez se iba a quedar
en la presidencia por varios cuatrienios y luego seguiría Lerdo
de Tejada, y más tarde Iglesias, ¿cuándo le tocaría a Porfirio
Díaz?, quien además sentía que tenía no solamente el lide-
razgo y la fuerza, sino también los méritos.
El señor Juárez atesoraba también muchísimos méritos,
por supuesto, pero los jóvenes los tenían de igual manera.
Y entonces Porfirio decide contender en las elecciones en
1867 y pierde, y más tarde en 1871, y vuelve a perder. Se
levanta entonces en armas, y en un libro de Ireneo Paz, Por-
firio Díaz y la Revuelta de la Noria, que Cosío Villegas utilizó
mucho y estuvo en la base de algunos de sus libros, se narran
con todo detalle, allí sí con el detalle que uno querría para
toda la vida de Porfirio Díaz, esos años de la rebelión de La
Noria, que fue la primera revuelta de Porfirio Díaz -porque
tras las elecciones 1867, si no recuerdo mal, se retira a Vera-
cruz, precisamente a Tlacotalpan. Por cierto, en la narración,
el lema era "Sufragio Efectivo, No Reelección"; probable-
mente el que lo acuñó fue Ireneo Paz.
Inicia entonces un nuevo deambular; tiene otra vez una
vida verdaderamente novelesca. Hasta tuvo que arrojarse,
según ahora recuerdo vagamente, en un mar infestado de ti-
burones, en el golfo. Para ponerse a salvo debía, desde lue-
go, cambiar de vestimenta y disfrazarse con frecuencia. Real-
Enrique Krauze
278

mente fueron increíbles los avatares de la vida de Porfirio.


Se fue al norte, terminó en las tierras del "Tigre de Alica".
Después de la muerte de Juárez se retira a Veracruz, y en
1876 vuelve a levantarse en armas; esta vez triunfa contra
el presidente Sebastián Lerdo de Tejada. Hay una muy
interesante y muy vivida descripción de Federico Gamboa
sobre la entrada de Porfirio Díaz en México, y ya en ese
momento se prefigura la impresionante xayectoria que
vendría; es claro que allí México tendría a su primer gran
caudillo, un caudillo digamos mestizo. Cierto que había
tenido antes a Santa Anna, pero a nadie con la fuerza y el
sentido del poder de Porfirio Díaz.
Allí existe una diferencia sustancial y yo creo que de
cultura. En Santa Anna existía este gusto por hablar, por-
que la gente lo aplaudiera, por gustarle a la gente, por el
relumbrón. Decían el doctor Mora y Lucas Alamán, ambos,
que a Santa Anna le incomodaban los pequeños asuntos
del poder: no le gustaba estar en el escritorio: quería salir a
que la gente lo viera, y cuando no, pues se iba a alguna de
sus dos haciendas, viajaba mucho (si hubiera habido avio-
nes, los habría tomado y se habría ido a Europa). En cam-
bio, el caso de Porfirio Díaz fue diferente, y allí sí Cosío
Villegas hizo un trabajo minuciosísimo. Es increíble la pre-
cisión y cuidado personal que él, Porfirio Díaz, a través de
Chausal, su secretario -y sus demás secretarios, pero me
estoy refiriendo específicamente a la época de Rafael
Chausal-, ponía a lo que estaba pasando hasta en el más
pequeño de los municipios, y hasta donde ustedes puedan
imaginarse.
Porfirio Díaz
279

Por ejemplo, recuerdo muy bien el cuidado enorme que


puso en los municipios de Coahuila, hacia el año de 1893,
cuando hubo una rebelión encabezada por uno de los her-
manos mayores de Venustiano Carranza, a propósito de un
problema de sucesión. Era cuidadosísimo y daba órdenes
y se informaba, a través de telegramas, sobre qué hacer,
quién es quién, qué había que decidir para cada uno, qué
medidas debían tomarse con tal periodista, cuántos días
había que ponerlo en la cárcel -que si había que "apretar-
lo", pero no mucho, y luego sacarlo y luego volverlo a meter...
En fin, era de una precisión sorprendente. Precisión y tiempo
completo aplicados a lo que era su vocación fundamental:
el poder, el mando, el sentir que estaba a cargo, como un gran
padre, de todos los mexicanos. Y en efecto, como dice Gam-
boa, se acudía a Porfirio Díaz para los asuntos de mayor
envergadura y para los nimios: para arreglar matrimonios,
para resolver problemas de herencia, para un puesto de
diputado. Todo el país estaba ordenado, pues, de una mane-
ra, digamos, muy corporativa y muy orgánica. Y lo sabemos:
el Poder Legislativo, el Poder Judicial, la prensa, los intelec-
tuales, los gobernadores, los jefes políticos, todos tenían
una relación vertical con el poder presidencial.
Cuando Gamboa estaba bien con el presidente, el presi-
dente lo saludaba bien: "¿Cómo está usted, don Federico?",
y entonces para Federico eso era más importante que es-
cribir novelas. Pero un buen día, por alguna razón que para su
mala suerte don Federico no pudo descubrir, para su des-
gracia cayó de la gracia del presidente. Alguien le fue con
algún chisme o alguna cosa así. Hay que ver el diario de
Enrique Krauze
280

Gamboa diciendo, más o menos: "La vida no tiene senti-


do, no sé qué ha pasado; Porfirio Díaz es una esfinge,
completamente inescrutable..." Ni modo que le dijera:
"Señor presidente, ¿qué le dijeron de mí?" Entonces se
consolidó en México una continuidad con Juárez. Indu-
dablemente hay una continuidad entre estos dos hom-
bres, entre estos dos sentidos del poder; y creo que ese
presidencialismo mexicano es muy específico, muy dis-
tinto al de cualquier otro país de América Latina, porque
allí lo que existió fue la oscilación entre los caudillos dic-
tadores y la anarquía.
A mí no me atrae la idea de Porfirio Diez simplemente
como un dictador, porque no se asemeja a los dictadores
de América Latina, a estos caudillos que vienen a ser dic-
tadores y que, digamos, utilizan -creo que la diferencia
clave está allí- la última ración del poder o, digamos, la
violencia de manera cotidiana y desembarazada. No hay
nadie más remoto a Porfirio Díaz que Trujillo, por ejemplo.
Muchos de ustedes habrán leído la novela de Vargas Llo-
sa; pues, francamente, Trujillo y otros numerosos dictado-
res de América Latina más bien parecen figuras teatrales,
grotescas, como de farsa, como el Tirano Banderas de Valle
Inclán: figuras solitarias, enamoradas de los oropeles, con
los que, claro, a Porfirio también le gustaba posar, al final
de su vida, con el pecho cuajado de medallas. Pero, como de-
cía Cosío Villegas, este no era el resorte fundamental de
Porfirio Díaz: él era un dictador liberal, liberal en lo eco-
nómico, en lo social, y tenía como en fideicomiso la vida
política de México; y él dirigía el fideicomiso: a ver cuándo
lo liberaría. Lo dijo con gran candidez y sin hipocresía en
Porfirio Díaz
281

la entrevista Creelman -que siempre se considera como


un documento hipócrita. Algo de hipócrita tenía sobre
todo cuando "me voy a retirar". Pero, fuera de eso (pues no
pensaba retirarse: pensaba retirarse igual que Juárez), en el
caso de Porfirio Díaz era más bien un sentido de responsabi-
lidad y de sentir que el mexicano no estaba todavía prepara-
do para la democracia.
Claro que la clase media había crecido, claro que había
más poder económico y social, y se veía con gusto que el
país había avanzado. Realmente él se sentía el padre de
todo eso. Y esto lo decía Francisco Bulnes, el más agudo,
probablemente, de los observadores, de los historiadores, y
también durísimo biógrafo de Juárez y del propio Díaz.
Bulnes decía que Porfirio se sentía realmente como el padre
de una gran familia de niños o jovencitos más o menos irres-
ponsables, y él sentía que el país era su responsabilidad y
veía con desconfianza a los que lo seguían. Y hay que pen-
sar en todas las batallas y toda la historia que traía consigo
cuando decía: "Bueno, Bernardo Reyes... pues sí, pero, pri-
mero, no tiene edad suficiente..." Creo que Bernardo Re-
yes tenía 10 años menos que él, ya contaba para enton-
ces unos respetables 60 años. No se diga Limantour. Pero
desde 1902, a cada uno le veía problemas. Reyes quizá
era demasiado militar, Limantour era demasiado financiero
o demasiado francés. En suma, le pasó lo que a todos los
autócratas: no había ningún Porfirio Díaz a su altura. No le
quedaba más que reelegirse a sí mismo con toda la pena.
La historia política del porfiriato de 1876 a 1911 -con la
sola interrupción de 1880 a 1884- está admirablemente narra-
Enrique Krauze
282

da por Daniel Cosío Villegas. Allí sí se hizo uso de muchísimos


archivos; un uso extraordinario, pienso yo, de la hemerografía
de la época. Pero todavía no se pudieron utilizar los archivos de
Porfirio Díaz. Los 10 tomos de Cosío Villegas funcionan muy
bien como historia política de ese grupo, de ese conjunto; es-
pecie de biografía colectiva de distintas generaciones de por-
firistas y de los que se llamaban los tuxtepecanos netos, y
los comprometidos en la rebelión de La Noria, que estalló en
1871, y los implicados en la de Tuxtepec de 1876, y luego los
siguientes personajes de la política mexicana, los científicos, y
los miembros de cada generación de porfiristas.
Todavía creo que hay cabida para una biografía a la
inglesa de Porfirio Díaz, y que se podría hacer uso de acer-
vos que Cosío Villegas no pudo consultar, a los que no pudo
tener acceso. Por ejemplo, los papeles de Limantour. Me
acuerdo que se quejaba de que las familias, muchas fami-
lias porfirianas, estaban guardando celosamente los docu-
mentos como si todavía les fuera a ocurrir algo. Y era na-
tural, porque finalmente Cosío Villegas estaba trabajando
en la década de 1950, y esos años eran para él como los
años sesenta para nosotros. A mí me ha gustado particu-
larmente el libro de Ralph Roedery lo recomiendo siempre;
y hay otros libros más monográficos.
Pienso que a Cosío Villegas le ha pasado algo extraño:
son volúmenes muy consultados académicamente, y al lec-
tor común y corriente le da miedo entrar en ellos. Ha falta-
do una edición antológica, para lograr la gran divulgación
que esos libros merecen. Porque, además, están muy bien
escritos. Tienen otro problema: se le ocurrió a Don Daniel
Porfirio Díaz
283

la más extraña de las formas de poner notas al pie de pági-


na, que es casi como citar en cirílico. Ponía "ax32271902"
y entonces había que ir a otra tabla para descifrar cuál era
esa nota.
En fin: yo recomiendo mucho esta obra. Y sobre todo
pienso en el primer volumen de la República Restaurada. O
en el último, donde habla de la vida política del porfiriato, la
segunda parte. Francamente es muy sabroso leer los dis-
tintos capítulos sobre los científicos y sobre el fin de
Porfirio Díaz.
Ya que el sentido de este libro es escribir sobre de los
héroes como héroes y como villanos, y tratar de buscar el
justo medio en el cual colocar el balance histórico, la famo-
sa "palabra sobre Porfirio Díaz", yo quiero decir que mi ba-
lance es éste: creo que, políticamente, no se puede salvar
el periodo porfiriano, igual que tampoco se puede salvar, fi-
nalmente, el periodo del PRI, sobre todo en los últimos 30
años. A Cosío Villegas le gustaba decir que don Porfirio
Díaz era muy parecido a "doña Porfiria", y "doña Porfiria" era
la Revolución mexicana hecha gobierno. Creo que era injusto
para los primeros cuatro decenios del régimen revolu-
cionario, pero no para los años sucesivos, de finales de los
sesenta hasta finales de los noventa. Y eso es incontro-
vertible, porque el régimen del PRI, igual que Porfirio, trató
como menores de edad a los mexicanos en términos políti-
cos. Estoy seguro que nos protegió, quizá nos libró de
muchos desórdenes, quizá nos libró de anarquías y caos,
pero del mismo modo nos privó de la vitalidad y de la expe-
riencia de lo que es la verdadera vida pública, la política.
Enrique Krauze
284

Así como ser diputado, senador, magistrado, el ser un


periodista o un analista político no tuvo mucho sentido du-
rante la época porfiriana. Tal como los intelectuales se inte-
graron al poder en esa época, con empleos públicos, con
prebendas, con embajadas y otros puestos del servicio ex-
terior, en eso mismo se puede ver una continuidad clarísima
entre el porfiriato y la época posterior. Hubo un "Porfirio co-
lectivo", a Vasconcelos le gustaba decir eso, y creo que así
fue; incluso creo que lo fue en una medida mayor porque a
Porfirio Díaz no se le ocurrió, por ejemplo, formar un partido
que corporativamente integrara en el poder a los campe-
sinos, los burócratas y los obreros. Eso no le vino a la mente
porque vivió en una época liberal. Después de echarse a
andar la experiencia del fascismo y el comunismo, a nues-
tros generales revolucionarios sí se les ocurrió integrar las
corporaciones de las fuerzas sociales en el poder, hacerlas de-
pendientes, darles prebendas, dinero, movilidad, todo ello a
cambio de disciplina y obediencia.
Los elementos básicos de ese diseño político ya esta-
ban en Porfirio Díaz. No quiero decir que fueran idénticos,
pero ya estaban allí: la sujeción de las cámaras, la falta de
división de poderes y desde luego, y ante todo, la adulte-
ración del lema por el cual había luchado Porfirio Díaz en
sus inicios: "Sufragio Efectivo, No Reelección". En la época
porfiriana, México ciertamente no fue una democracia. Cla-
ro que había elecciones y don Nicolás Zúñiga y Miranda se
presentaba cada cuatro años. Pero era evidente que Porfi-
rio Díaz se iba a perpetuar en el poder, a pesar de figuras
nobles que merecen también nuestro recuerdo y que escri-
bamos sobre ellas, como Justo Sierra.
Porfirio Díaz
285

Con toda su ponderación, Sierra se lo hizo ver varias


veces. Se lo indicó a principios de la década de 1890, cuan-
do la formación de la Unión Liberal, queriendo introducir
ciertos límites, cierta división de poderes que Porfirio Díaz fi-
nalmente no aceptó. Y es interesante, porque en 1899, al
finalizar el siglo, Justo Sierra le escribe una carta a Díaz en
el sentido de que todo estaba muy bien, pero que también
todo el país estaba dependiendo de una persona y... "Per-
dón, señor presidente, pero es muy probable que usted sea
mortal." Se lo dice de una manera elegantísima. Casi "du-
dando" de esa remotísima posibilidad. La respuesta de Por-
firio Díaz es interesante también: "...Sí, conocía yo sus
puntos de vista desde 1892." Esto quiere decir que no ha-
bían hablado de eso, Sierra y él, por siete años; seguro que
se vieron mil veces y ni una palabra; es decir, Justo Sierra,
nada menos que el maestro Justo Sierra no había tenido la
confianza para tratar con Porfirio Díaz este tema, en priva-
do, durante esos largos años. Y luego el jefe le dice algo así
como: "Tomo nota de sus ideas..."
Ideas que no funcionaron en el año de 1902... porque
no. Ni Limantour ni Bernardo Reyes, que se soñaban con la
perspectiva de ser sus sucesores, fueron llamados. La vi-
cepresidencia se crea en 1904. En ese año hay elecciones
y Díaz concede que haya una vicepresidencia, pero alarga
su mando por seis años más, y la entrevista Creelman es
de 1908.
En suma, en términos políticos, es decir, del bienestar
político de México, creo que cabe decir que la figura de
Porfirio Díaz no se salva. Podía haberse salvado si hubiese
Enrique Krauze
286

dejado el poder antes, a tiempo; y podía haberlo incluso pas-


toreado, vamos a decir, en las manos de un hombre enorme-
mente dinámico como era Bernardo Reyes, que había hecho
un gobierno extraordinario en Nuevo León. Extraordinario
no sólo en términos políticos y militares de eficacia, sino tam-
bién en términos sociales, con las leyes obreras, de gran de-
sarrollo y muy avanzadas para su época. También en el caso
de José Yves Limantour, por más misteriosa que siga siendo
la imagen, la trayectoria de Limantour, podía Porfirio Díaz
haber intentado sacarse de la chistera un sucesor. Pero, en
fin, esas son las condiciones del poder absoluto. En 1908
ocurre la entrevista con Creelman, él abre esa compuerta,
abre esa caja de Pandora y sabemos lo que ocurrió.
En términos políticos, lo que puede decirse en abono
de Porfirio Díaz es que dio orden a un país que requería
ese orden, dio paz a un país que indudablemente estaba
sediento de paz. Todos los escritores de la época, de la ge-
neración de Porfirio Díaz y de la generación anterior a Por-
firio Díaz, no hacían otra cosa que cavilar, como decía Cosío
Villegas, sobre la paz. Después de que México, casi desde
su nacimiento en 1821, no había conocido un año de tran-
quilidad, le dio paz, le dio orden, no cabe la menor duda.
Pero se quedó, digamos, más tiempo del que debía, sin
ninguna razón. Porque era consciente de ello, sin duda: se
daba muy bien cuenta de que el tiempo pasaba.
Y si bien en términos políticos no es salvable, pienso yo,
su permanencia en el poder, la mitología de que se trata de
uno de los mayores asesinos en el poder es una mentira.
Simplemente porque, como ustedes lo quieran medir, los re-
Porfirio Díaz
287

gímenes de la Revolución fueron más crueles, en ese senti-


do, de lo que fue Porfirio Díaz. Sí, en efecto, está la guerra
del Yaqui, está la guerra en Yucatán, no hay duda. Pero en
el haber de los regímenes de la Revolución está la cristia-
da, los estudiantes muertos en Topilejo, está Tlatelolco y
muchos otros momentos en los que ocurrieron crímenes a
sangre fría, sobre todo en la bronca y difícil época de los
sonorenses. De modo que no se sostiene la idea, más míti-
ca que real, del asesino de "mátalos en caliente", las maz-
morras, el Valle Nacional. Todo eso ocurría ciertamente,
pero está exagerado por los escritores de la Revolución,
que veían la paja -o la viga- en el ojo porfiriano y no la gran
viga en el ojo de la Revolución.

La Cuarta Coronación.
Enrique Krauze
288

En cambio, me parece que el porfiriato fue un régimen


que se salva y que incluso brilla por lo que significó. La
reconstrucción económica fue muy ostensible, los números
del progreso en la época porfiriana son auténticamente no-
tables, y basta una mirada desapasionada, objetiva, para
darnos cuenta de que México cambió dramáticamente:
cambió para bien. Ocurría en todo el mundo: era el periodo
de 1870 a 1914, en México como en Europa. Europa tuvo un
gran paréntesis, digamos, desde la guerra franco-prusiana
hasta la Primera Guerra Mundial; claro, hubo conflagraciones
intermedias, pero en general fue una época de paz. Pues bien:
México no se quedó a la zaga. No quiero abrumarlos con nú-
meros, ni los tengo a la mano, pero los ferrocarriles, el co-
mercio en casi cualquier ramo, su diversificación, la actividad
bancaria, la actividad industrial, la actividad minera, los
comienzos de la actividad petrolera, la vinculación de Méxi-
co con el mercado mundial: todo fue positivo.
El país dejó de mirar adentro, comenzó a mirar hacia afue-
ra. ¿Qué se quería? No se podía transformar de la noche a
la mañana un país prácticamente rural de ocho millones de
habitantes. Cuando los estadounidenses invadieron Méxi-
co, dice Lucas Alamán, la gente veía a las tropas norteame-
ricanas como quien mira pasar un desfile o un teatro ambu-
lante: no había conciencia nacional. Era un país inmenso, y
además casi despoblado; ciudades enteras nacieron en la
época porfiriana. ¿Todo esto se le debe a un hombre? No: se
debe a varias generaciones: se debe a gobernadores, industria-
les, empresarios, profesionistas, educadores, trabajadores...
Los Madero, por ejemplo, en el norte de México, y tantos
Enrique Krauze
290

nombres que integraron una élite de hombres emprendedo-


res. Basta ver nuestras ciudades, o lo que queda muchas
veces de ellas: tienen la impronta, la huella de la época por-
firiana. Así que es demagogia pura decir que el porfirismo
ahogó a nuestro país, que "nunca estuvo peor México, eco-
nómicamente, que en la época porfiriana".
Fue un régimen liberal en lo económico, pero no tan li-
beral. Fue un régimen como el que quisiéramos tener ahora.
Fue liberal, sí; abierto al comercio, sí; pero Limantour tenía
muy claro que había que defender ciertas zonas, por ejem-
plo los ferrocarriles; tenía ideas también en relación con los
recursos naturales, y no es cierto que los vendió al mejor
postor. Sabía que la influencia norteamericana era avasalla-
dora y además peligrosa. Porfirio Díaz abrió el país a las in-
versiones inglesas, alemanas, belgas, francesas; tenía un
ojo puesto en el oriente, también, para irritación de los nor-
teamericanos. Hay que decir que su diplomacia fue magní-
fica, equilibrada, digna. Se defendió de los norteamericanos
de principio a fin, desde 1878 hasta el final. Pienso que le
costó mucho; creo que fue, incluso, demasiado osado con
ellos. Su apoyo a los nicaragüenses -en las múltiples luchas
que tenían éstos, enfrentados entre sí- fue una de las razo-
nes por las cuales Estados Unidos dejó de apoyar a Díaz.
De modo que, como pueden apreciar ustedes, es un jui-
cio matizado. Políticamente, en términos de política interior,
creo que el régimen no se salva, sobre todo en sus últimos
15 años. Pero Cosío Villegas trata con gran cuidado, por
ejemplo, la política exterior hacia Centroamérica. Ya habría-
mos querido nosotros que, durante el siglo xx, hubiera habi-
Porfirio Díaz
291

do esa continuidad: la atención de Porfirio Díaz a todo lo


que son los recursos de la frontera sur, el cuidado y el equi-
librio dirigido a proteger los intereses de México. De esto no
cabe la menor duda.
El crecimiento económico llevó consigo, claro, la forma-
ción de una clase obrera urbana, naturalmente influida por
los movimientos y por las ideologías socialistas y anarco-
sindicalistas del momento. Desde luego fue, y no podía ser
de otro modo, un caldo de cultivo para otros movimientos
sociales y para una especie de matrimonio entre el socialismo
y el nacionalismo.
Estos fueron los
dos agravios princi-
pales que se dieron,
por ejemplo, en las
huelgas de Cananea
y de Río Blanco. En
Río Blanco era una
afrenta social. En
A pesar de un notable progreso económico, las desi-
Cananea, era social, gualdades sociales eran evidentes. No se tenía en esa
pero con un compo- época el concepto de Estado benefactor de las dimen-
siones con que se dio después de la Revolución.
nente nacionalista El Mundo Indígena. Iconografía de Luz. Catálogo electróni-
muy fuerte: porque co de la Fototeca "Nacho López", vol.i, INI-CIESAS, 2003.

los dueños, ingenieros y capataces de la mina eran ex-


tranjeros, y porque había diferencias en los salarios. Esto es
cierto. Había un problema social, sí. Pero no olvidemos que se
trata del tiempo del liberalismo, en el cual no se tenían otras
nociones, y es un anacronismo pedirle a Porfirio Díaz que
pensara como un gobernante del siglo xx, porque Porfirio
Díaz era un gobernante liberal.
Enrique Krauze
292

Ahora, pensar que los liberales no tenían un programa


social, esto es otro mito. Los liberales, los de la Reforma y los
porfiristas, tenían un programa social. Lo que no tenían era
el concepto de un Estado benefactor de las dimensiones
con que se dio después durante la Revolución. Todos esta-
mos de acuerdo en que el Seguro Social es muy importante
y en que es bueno que exista; todos estamos de acuerdo con
que las agencias sociales del gobierno tengan una vocación
de hacer el bien común, y en que ello es correcto. Pero
podemos preguntarnos: ¿qué tan eficaces son? Ya podemos
preguntarnos: ¿qué tan eficaces fueron en el siglo xx? Qué fue
más importante para sus gerentes, ¿servirse a sí mismos?,
¿servir a la sociedad? Creo que el liberalismo social a ultranza
no es deseable, ni entonces ni ahora.
No se puede culpar a Porfirio Díaz, anacrónicamente,
de haber ignorado esquemas e ideas que no estaban en el
ambiente de su tiempo. Sobre este punto quiero leerles un
breve apunte que hice hace algunos años:
Muchos de los problemas sociales de México, como el
régimen de servidumbre que se vivía en algunas, sólo algu-
nas, de las haciendas, venían de tiempos anteriores, virreina-
les; otros se agudizaron a todo lo largo de la era posindepen-
diente y en particular durante la era liberal. Si Porfirio Díaz
fue ciego a la desigualdad social, comparte su responsabili-
dad con muchos otros liberales que, repito, no eran tan cie-
gos a esa desigualdad. Una cosa es admitir que el liberalis-
mo introdujo desajustes en el tejido social, por ejemplo en
el campo, y otra muy distinta es comprar la versión de que el
régimen de la Revolución mexicana corrigió de verdad esos
Porfirio Díaz
293

desajustes; en esa época en que había tanta pobreza en Méxi-


co, decían en los cincuenta y sesenta, los campesinos mexica-
nos ganaron poco con el cambio de patrones, eso es lo que
yo creo; en vez de muchos hacendados, el cardenismo convir-
tió al Estado en el hacendado único; el porfiriato practicó un
liberalismo social en estricto sentido, es decir, un cierto abs-
tencionismo del Estado en cuanto a los problemas sociales,
pero no dejó de fundar manicomios, penitenciarías, hospitales.
Siempre dudó de que la acción estatal pudiese corregir las
desigualdades y los males de la sociedad, pero había obra
social; la proliferación de agencias de protección y asistencia
social por parte de la Revolución mexicana parecería refutar
al liberalismo porfiriano, pero no habría que descartar a priorí
la validez de esto, porque en muchos casos las burocracias
oficiales de atención social no han servido más que para
atenderse a sí mismas y han sido en sí mismas también fac-
tores de desigualdad social.
Repito, pues, que Díaz resulta irredimible, políticamente,
en sus últimos 15 años, pero con una muy digna política in-
ternacional. Económicamente, sin duda sus números y sus
calificaciones son altos, casi bajo cualquier rasero o cual-
quier criterio que lo tratemos. En términos sociales sí, en
efecto, hubo desigualdad, pero estaba en el espíritu de la
época; y en los regímenes posteriores no fue corregida más
que en los discursos, mientras que los porfiristas hicieron
en eso más de lo que se dice que hicieron, y quizá fueron más
honestos y eficaces. Quizá los magistrados de la Suprema
Corte debían su puesto a Porfirio Díaz, pero en los niveles
inferiores del aparato judicial había eficacia en la impartí-
Enrique Krauze
294

ción de justicia; la tradición jurídica que venía de los abogados


de las Leyes de Reforma era eficaz, no estaba politizada.
Cierto: el Poder Judicial dependía del Ejecutivo, como siguió
dependiendo por todo el siglo XX; pero la corrupción, ese mal,
esa especie de nube negra que cubre buena parte de nues-
tra historia del siglo xx, no creo que haya sido ni remota-
mente una característica del tiempo porfiriano.
Conmueve, por ejemplo,
que Porfirio Díaz viviera en la
Calle de la Cadena. No vivía
mal, pero les aseguro que el di-
nero era lo que menos le
importaba. Y ya al final, en el
exilio, cedió su pensión para la
formación de dos cadetes en
el Colegio Militar. No: las
lacras desnudas de la corrup-
ción económica vendrían mu-
Su esposa Carmelita Romero Rubio de cho después, y se agravarían
Díaz impulsó la cultura nacional. conforme avanzara el siglo.
José F. Godoy, Porfirio Diai: President
oí México, Nueva York, Londres, G.P. Falta entonces examinar
Putnam's Sons, 1910, frente a p. 56. la cultura. Creo que la cultura
brilló en tiempos de don Porfirio, no tanto por Porfirio, un
poco por Carmelita, porque ella era un poco matrona y patra-
-a de las artes. No hay que mencionar eso mucho, no vaya
a prender mucho más el ejemplo éste. Pero hay que recor-
dar que organizaba conferencias a las que acudía Diego
Rivera. En fin: era la cultura mexicana, y esta es una de las
grandes lagunas de la historia moderna de México. Quizá la
Porfirio Díaz
295

Escuela de Comercio Escuela de Agricultura

Instituto Médico Nacional Colegio de las Vizcaínas


COLEGIOS NACIONALES DE MÉXICO
Porfirio Díaz modernizó la educación. En esa época se sentaron las bases de nuestra
educación actual.
Juan Humberto Cornyn, Diaz y México, México, Imprenta Lacaud, 1910, vol. 2, frente a
p. 126.

mayor laguna. Ha faltado una historia cultural del porfiriato,


no sólo de las academias, de los establecimientos, de las es-
cuelas, de las instituciones; no sólo la historia institucional de
la cultura, sino de la cultura toda.
La cultura prosperó, y no sólo en la ciudad de México:
también en las demás ciudades, donde hubo actividad cul-
tural, artística, literaria, incluso filosófica. En esas escuelas
fundadas por los liberales, allí donde estudiaron los ateneís-
tas, finalmente. Hay que leer lo que dice Alfonso Reyes en
sus recuerdos preparatorianos. ¿Y quién no ha leído el Ulises
criollo? Por más que Vasconcelos lo criticase (fue un crítico
feroz de Porfirio Díaz), sus libros, si se leen bien, son un ho-
menaje a Justo Sierra, y Justo Sierra es la gran figura edu-
Enrique Krauze
296

cativa del porfiriato. Y hubo muchos otros intelectuales ilus-


tres y grandes escritores. Claro, faltaron los grandes es-
critores políticos, aunque sí hubo alguno: existió un Bulnes.
Pero siempre siente uno que tenían las limitaciones del
poder unipersonal.
Finalmente quisiera yo invi-
tarlos a que esto se volviera, no
un monólogo, sino una conver-
sación, que es lo más nutritivo
para ustedes y también para
mí. Y terminar con una anécdo-
ta. No pretendo haber sido el
biógrafo de Porfirio Díaz. Es-
cribí un ensayo biográfico sobre
él y, sí, me metí de manera muy
apasionada a leer libros sobre
él, y algunas fuentes primarias,
en algunos momentos de su
Tumba de Porfirio Díaz en el pan- biografía. Mi mayor perplejidad
teón de Montparnasse en París. Al
frente el águila mexicana; en el inte- es que no exista una gran
rior varias banderas mexicanas, las biografía de Porfirio Díaz. Hay
imágenes de la Virgen de la Soledad
de quien era muy devoto el general otra perplejidad, y aquí termino
Díaz, la del Carmen y la de Gua- con una anécdota, y es que sus
dalupe y fotos de familiares.'
restos sigan donde están.
Quiero hacer público algo que pasó, a riesgo de parecer
quejoso y peleonero como ya hace muchos años que no
quiero parecer. Cuando estuvimos haciendo una famosa obra

1
Agradezco esta información a Ricardo Orozco, director del Centro de
Estudios Históricos del Porfiriato.
Porfirio Díaz
297

un amigo y yo, él escribió aquella telenovela que se llamó El


vuelo del águila, basada, créanme, en trabajos de investiga-
ción en serio, porque buscábamos que fuera verosímil cada
escena. En ese tiempo se formó una comisión para traer los
restos de Porfirio Díaz a México. Estamos hablando de
1993. Se formó la comisión y había apoyo de la iniciativa
privada para esa idea. A mí no me pareció algo que hubiera
que hacer con honores nacionales, detener al país y que
desfilaran por el Paseo de la Reforma ni nada. Simplemente
creí en algo que podía haberse hecho de modo muy mo-
desto, discreto y digno: llevar los restos del general Díaz
adonde él quiso que reposaran: en el templo de la Soledad de
Oaxaca, cerca de donde él vivió, aquel lugar al lado del cual
está la casa de Porfirio Díaz, la casa de su madre, de doña
Petrona: el templo donde él quizá iba a misa en alguna época.
Nunca dejó de ir a misa. Aquí hago un paréntesis sobre
otro acierto de su política, pues limó aristas y construyó una
relación razonable con la Iglesia.
Bien. Esa iniciativa no prosperó. Un nieto de don Por-
firio vetó la posibilidad de que vinieran los restos. Tuve el
honor de ser objeto de una demanda penal de este señor
porque, según él, yo, con mi libro de Porfirio Díaz, lucraba
con el nombre de su abuelo. Ahora resulta que escribir una
biografía sobre, por ejemplo, José Alfredo Jiménez es lu-
crar con el nombre de ese compositor, o lo mismo sobre
Octavio Paz o Juan Rulfo. Como si Porfirio Díaz fuera pro-
piedad de la familia Díaz o una trademark.
Eso impidió que se siguieran los trámites. En el cemen-
terio de Montparnasse, en París, está la muy modesta tum-
Enrique Krauze
298

ba del general Díaz: "Porfirio Díaz, 1830-1915". Me emo-


cionó estar ahí. Ahora que México está restañando sus
heridas y trata de revisar su pasado con valentía, ahora que
se busca que no queden impunes ni se olviden los crímenes
de la represión de 1968 y la "guerra sucia" de los años
setenta, se podría también emprender una reivindicación
muy justa. Al mismo tiempo, si ya se va a analizar este gran
capítulo de nuestra historia, tal vez podría terminar de otro
modo. A lo mejor estoy proponiendo aquí la mayor de las
utopías o de los romanticismos. No sé cómo lo consideren
ustedes, pero escuchemos las palabras de la renuncia de
Porfirio Díaz, porque esas palabras nos hablan a nosotros:

Espero que, calmadas las pasiones que acompañan a toda revo-


lución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la
conciencia nacional un juicio correcto que me permita morir llevando
en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación
que en toda mi vida he consagrado y consagraré e mis compatriotas.

Bueno: esta revolución se llevó en el siglo XX y el estu-


dio más concienzudo y comprobado a que se refiere Porfirio
Díaz ya ha ido llegando. El propio Cosío Villegas cambió su
punto de vista: empezó teniendo una actitud contraria a
don Porfirio y terminó por tenerle más que estimación. Eso
le ocurre a cualquier persona que analice, como dice aquí,
con un juicio correcto y con una pasión más calmada, que
ésta fue una gran vida, una gran vida que coincide con México
casi durante todo un siglo y que merecería un colofón distinto.
Espero -y con eso concluyo, para abrir las preguntas
que les suplico a ustedes hagan y así empiece la conver-
Porfirio Díaz
299

sación- no tener que aguardar hasta el año 2015 para que


se cumplan los 100 años de la muerte de Porfirio Díaz: en
julio de 2015; y menos al 2030, que serían los 200 años de
su nacimiento, para dejar que vayan desapareciendo esas
hipocresías históricas que dividen la historia mexicana entre
héroes y villanos. Ya en un México democrático, es justo
decir que hubo méritos en el caso de Porfirio Díaz, y sí me
voy a atrever a ello, ¿por qué no?, puesto que ustedes se han
atrevido también a decirlo en los casos de Iturbide, Mira-
món y Maximiliano (más de Cuernavaca que de Habsbur-
go): porque todos eran mexicanos, todos pensaron y cre-
yeron lo mejor para el país. Claro que cometieron grandes
errores, pero en la historia escrita, igual que en la historia
real, díganme ustedes quién tiene el derecho de tirar la pri-
mera piedra.
Muchas gracias.

Preguntas y respuestas
1. Hablaste de las dificultades que tuvo Daniel Cosío
Villegas para consultar algunos archivos a los que no le per-
mitían el acceso. Yo recuerdo que él tronaba, abominaba en
contra de una cerrazón respecto a que tuviera él acceso a
los archivos de Díaz, que estaban en poder de la familia, y
de los cuales era "concesionario", así entre comillas, Alber-
to María Carreño: ¿Qué se hizo con eso, pues?, ¿llegó final-
mente a tener acceso o no a esos archivos?
EK: Según recuerdo, pudo ver sólo una parte, y no pudo
verla bien. Y desde luego, del gran acervo de la Ibero, tal y
como lo pudimos ver nosotros, no pudo beneficiarse él, ni
tampoco de lo de Limantour. Y es cierto, eso sí lo recuerdo,
Enrique Krauze
300

que de verdad tronaba. Aunque, paradójicamente, quizá fue


mejor, porque si hubiera podido ver todos esos archivos,
con lo cuidadoso y exhaustivo que era para examinar toda
la prensa, tal vez nunca habría escrito la Historia moderna
de México.
2. Me parece muy importante esta reevaluación positi-
va del proyecto económico del porfiriato, y particularmente
de la importancia de la apertura de México al exterior, de la
integración y de lo que ahora se llama la convergencia en el
plano internacional. Sin embargo, no sé si la revaloración,
en términos políticos, del porfiriato sigue siendo un tanto
dura, un tanto excesiva. Me doy cuenta de que juzgamos so-
bre todo la prolongación acaso innecesaria de los últimos
seis o 10 años. Pero, en conjunto, tal vez esa visión podría
relativizarse a partir de dos hechos, dos ideas: primero, si
los juzgamos desde los parámetros de la democracia, ¿qué
régimen de la historia del México independiente se salva,
excepto el de Madero, posiblemente?; y, segundo, a lo me-
jor este juicio es todavía más problemático cuando lo apli-
camos al siglo xix, un anacronismo quizá, diría usted, en el
sentido de que la democracia no es un valor prioritario, ni
predomina en el mundo, para no decir en América Latina, y
no es un valor prioritario perseguido por las sociedades. Me
parece que había otros. Y de eso se encargó bastante y
bien Porfirio Díaz.
EK: Es muy interesante su observación. Déjeme tratar
de contestarle. Yo estoy juzgando políticamente al porfiria-
to desde unos valores que ya estaban en esa sociedad y en
ese proyecto. Estaban en 1857, porque estaban en la gene-
Porfirio Díaz
301

ración de los liberales: ellos eran una pequeña élite, pero


sabían perfectamente que era mucho mejor para nosotros
(ojalá los tuviéramos a muchos de ellos aquí alrededor) la
libertad de prensa, la libertad de creencias... todas las liber-
tades de las que gozamos ahora vienen de mediados del
siglo xix, vienen originalmente hasta de las constituciones
primeras. Pero básicamente, diría yo, se derivan de la
época de la reforma: las garantías individuales, las liberta-
des, la división de poderes, el orden republicano, la demo-
cracia misma no son valores del siglo xx: son valores de
muchos siglos, lo son desde los griegos. Claro está que
echamos cuentas y en el siglo xix, tiene usted razón, había
países como la propia Inglaterra, sí, y la propia Francia, que
tenían problemas para ejercer esos valores; y España sin
duda alguna. Yo lo juzgo a partir de los valores que estaban
ya consagrados en la Constitución de 1857, y es así como
lo juzgaron los críticos coetáneos y los llamados liberales
puros, que siguieron machacando su oposición a Porfirio
Díaz durante todo el siglo xix. Por ejemplo, el Monitor Re-
publicano, un periódico que murió a fin de siglo, pero que
era la voz del liberalismo político puro. Es más: Madero quie-
re recobrar esos valores, y es una restauración de esos valo-
res lo que hemos buscado todos nosotros, los que hemos
creído en la democracia desde los años setenta, ochenta,
noventa, hasta que la tenemos aquí. No es la gloria, no es
el paraíso, no es la panacea, pero ya es un orden democráti-
co, mejor en el sentido de que vuelve a todos partícipes y
responsables del destino, y no coloca el destino de un
pueblo en las manos de un solo hombre.
Enrique Krauze
302

Creo que Díaz manejó bastante bien el destino de los mexi-


canos, desde luego bastante mejor que muchos de los pre-
sidentes de la época de la Revolución, pero eso no quita
que, digamos, postergó de manera definitiva la maduración
política de México. Y le voy a dar lo que para mí es la prueba
de fuego: tan postergó ese desarrollo, tan postergó la re-
forma, esa es la palabra clave, o sea la evolución pacífica, la
maduración pacífica de los ciudadanos que van aprendien-
do a gobernarse a sí mismos, que se desató una revolución.
Y creo que Porfirio Díaz tiene una cuota de responsabilidad
importante en esa revolución: importante porque, si hubie-
se dejado el poder antes, la dinámica habría sido más de
reforma que de revolución, del mismo modo creo que si el
PRI hubiera introducido reformas desde los años ochenta,
creo que no habría habido neozapatismo, y los magnicidios
que vimos no habrían ocurrido... Claro, en la historia, eso
del "habría" es pura hipótesis.
En suma, como Porfirio Díaz no trabajó para educar al
pueblo mexicano en los valores liberales, en los valores de
la libertad, en ese sentido es criticable y aun reprobable.
3. Maestro, hay una cosa curiosa sobre el origen de don
Porfirio. Yo, por razones comerciales, visité con unas perso-
nas la embajada japonesa; nos encontramos ahí que había
un señor Morí, que acababa de llegar hacía poco de Japón,
y recordé que el apellido segundo de Don Porfirio era Mori.
EK: Mire usted, no me pude adentrar mucho en esto, pero
tengo la impresión de que doña Petrona Mori era mixteca.
Es curiosa la forma en que la memoria histórica transita por
generaciones; cuando fui a Tehuantepec y pregunté -porque
hay mucha memoria oral, personas ya de mucha edad que re-
Porfirio Díaz
303

cuerdan que sus propios abuelos les contaban-, y mi impre-


sión es que, aunque eso del posible origen japonés se dijo
mucho, me parece que es una mera coincidencia lingüística,
y que ella era mixteca. Pero desgraciadamente no se lo
puedo confirmar y sería mucho muy interesante averiguar-
lo, porque migraciones japonesas las hubo, y eso es muy
interesante: Sería como un antecedente, pero glorioso, de
Fujimori ¿verdad?: Fuji Morí; sí, pero, carambas, qué dife-
rencia, ¿no? Un día le dije a Vargas Llosa: "Hombre, pues le
está gustando la silla a Fujimori como le gustaba a Porfirio
Díaz Morí". Y me contestó Vargas Llosa: "No me ofendas
con esa comparación: ojalá y tuviera este Fujimori una
molécula de Porfirio Díaz." Y tenía razón: por favor.
4. Quisiera preguntar a usted a qué se refirió en su
reflexión, en cuanto a los liberales que se enfrentan a la
invasión francesa, como no supieron hacerlo los liberales
ante la invasión de 1847.
EK: Ah sí, ese asunto del nacionalismo de los liberales,
quiénes sí reaccionan y quiénes no. Hay una invasión, llegan
los estadounidenses y ocupan la capital el 14 de septiembre
de 1847, allí está la bandera norteamericana ondeando en el
zócalo. Esto lo puede usted ver, por ejemplo, en las Memo-
rías de Guillermo Prieto, donde él se culpa mucho. Dice: "No
reaccionamos." Porque los liberales tenían tal admiración por
los norteamericanos que casi no podían creer lo que estaban
viendo. E incluso algunos llegaban a pensar: "Qué bueno,
pues ya nos invadieron; se van a ir, pero va a suceder un régi-
men mejor." Porque eran, digamos, más liberales que nacio-
nalistas. Está el caso de Miguel Lerdo de Tejada inclusive -de
Miguel, no de Sebastián- y hay muchas historias sobre eso,
Enrique Krauze
304

historias que desgraciadamente no es muy halagüeño recor-


darlas para la trayectoria del liberalismo en México, pero que
el señor Bulnes tiene buen cuidado de traer a la memoria,
porque no se le iba una cuando se trataba de meter cizaña.
Hubo excepciones: Melchor Ocampo tuvo una reacción dis-
tinta. Pero los liberales, por decir lo menos, fueron tibios fren-
te a los norteamericanos.
5. No se habrá debido al pequeño número, precisa-
mente como usted dice en ese momento.
EK: Sí. Pero hay que fijarse en los conservadores, y
reconocerlo, hay que leer a Alamán: es algo que irradia; la
actitud viene de los conservadores, que insisten en su "se
los dijimos". Por eso Alamán exclama: "Estamos perdidos si
la Europa no viene en nuestro auxilio." Son los conserva-
dores los que dicen: "Ya lo veíamos venir." Pero es claro que,
cuando sobreviene la Intervención francesa en 1861, y
luego ya la invasión propiamente, entonces sí hay una acti-
tud beligerante entre los liberales, porque los conserva-
dores se alian con la intervención. Lo que quiero decir es
que, en la historia, la balanza va claramente cargándose de
mayor tonalidad nacionalista en los años de 1860 que la
que tenía en la década de 1840, y para cerciorarse basta
leer por ejemplo a Guillermo Prieto, esas Memorias, y al-
gunos otros testimonios más. Juárez era un liberal en todo
menos en el ejercicio del poder presidencial: allí no era tan
liberal. Pero para él la libertad y la consolidación nacional
coincidían. Y allí tenemos una palabra que es importante
subrayar: Juárez y Díaz, sobre todo Díaz -y eso hay que
ponerlo en el activo de Porfirio- fueron grandes consolida-
Porfirio Díaz
305

dores de la nación. Esto es algo que la Revolución jamás le


reconoció, y motivo suficiente como para granjearle el
agradecimiento de todas las generaciones.
6. Me atrevo, apelando a su bondad, a pedirle que me
conteste tres preguntas. Primera: ¿Usted se siente abocado
a hacer esa biografía que usted ve faltar en nuestra histo-
ria, se atreve usted a hacerla o está usted deseoso de ha-
cerla? La otra pregunta es: Si la renuncia de Díaz podía
haber evitado la Revolución mexicana, puesto que era lo que
Madero creía, lo que pedía, que renunciara Díaz, y si Díaz
renunció en paz, tranquilo, la Revolución parece que ya no
tenía justificación: quisiera entonces que me explicara la
causa. Tercera pregunta: ¿Qué fuerzas, partidos o ideologías
se opondrían al regreso de los restos de Porfirio Díaz a México?
EK: Pues muy buenas preguntas. La primera. Desgra-
ciadamente la vida es muy breve, y yo no me siento como
para hacer esa biografía; hay otras biografías que tengo en
mente y en las que quiero seguir trabajando y publicando
en los años siguientes. Lo que me gustaría es que a gente
joven, mucho más joven que yo, le interesara ese tema, y
que se pusiera a leer las grandes biografías que hay en
Inglaterra -de Churchill, Gladstone o Disraeli, por ejemplo-
y en Estados unidos -sobre Lincoln-, figuras de ese tama-
ño, y que dijeran "aquí tenemos a varios de esa talla". Por
ejemplo, en el caso de Juárez, estoy absolutamente con-
vencido, leyendo sus cartas, de que Ralph Roeder no hizo
un uso suficiente de ellas, que ciertamente allí están, pero
no todas. No sé si están todas publicadas en la edición que
hizo Tamayo, pero hay muchas que tienen realmente ilumi-
Enrique Krauze
306

naciones y entradas al personaje formidables. Ojalá y


pudieran sembrarse las vocaciones, pero por lo visto tam-
poco se inoculan como una vacuna: lo único que se puede
hacer es rezar por las noches: "Dios mío, mándanos a al-
gunos biógrafos."
La segunda pregunta. Si la Revolución se habría evita-
do. Siempre es conjetural. No se sabe. Tengo la impresión de
que cuando Madero le pidió la renuncia final y Díaz se la con-
cedió, finalmente cedió Porfirio Díaz todo el territorio. No
todo el territorio estaba en llamas: era Ciudad Juárez, que
estaba en el norte; pero me parece que, en términos de
efervescencia, Madero y Díaz llegan tarde al acuerdo. Eso es
lo que pienso yo. Ya era tarde. Díaz, además, había come-
tido un error garrafal en prometer al país, con Creelman, y
luego no cumplir. Había algo en el ambiente y podía haber-
lo hecho muy bien desde 1904 y, desde luego, en 1908: sol-
tar las riendas. Ahí estaba todavía Bernardo Reyes. Estuvo
Bernardo Reyes hasta cuatro minutos antes, cuando Díaz
tuvo -francamente- la desfachatez de mandarlo a que "es-
tudiara" no se qué armas a Francia... Realmente creo que
sí habría podido evitar la Revolución. Pero si usted es con-
jetural, pienso en 1908, 1909 y, bueno, este país -se ha
dicho muchas veces, yo lo creo- este país estaría tapizado
de avenidas, calles, plazas "Porfirio Díaz". Ahora sólo tiene
una callecita por el Parque Hundido que se llama "Coronel
Porfirio Díaz".
En cuanto a su tercera pregunta, no falta la hipocresía
en nuestra sociedad por desgracia. Las "bjenas concien-
cias", la corrección política. Si esta noticia llegara a la pren-
Porfirio Díaz
307

sa, seguramente habría cartas indignadas donde "los abajo


firmantes repudiamos la idea de traer los restos de ese tira-
no, dictador". Es una enfermedad mexicana y no sólo mexi-
cana. Eso de decir: yo estoy con los buenos y estoy en con-
tra de los malos, y los malos ya sabemos quiénes son, lo
mismo que los buenos ya sabemos quiénes son. Debería
haber más madurez. Pero tampoco quiero hacer de esto
una cruzada, porque tiene una importancia meramente sim-
bólica: es bueno que el país vuelva a su pasado con una
mirada más equilibrada, reposada. Siempre habrá porfiris-
tas y antiporfiristas, indigenistas e hispanistas. Pero es
bueno que estas aristas se limen. No nos va a pasar nada
si los restos de Porfirio Díaz siguen en Montparnasse, pero
tampoco nos haría mal si regresaran: no sé si a nosotros,
los que vivimos en la ciudad de México, pero estoy seguro
que al pueblo de Oaxaca eso le haría incluso bien. Oaxaca,
un estado tan profundo de México, tan importante: si puedo
decirles algo que me pasó con los volúmenes de Porfirio
Díaz de los libros ilustrados que sacamos, un buen día se
me ocurrió, simplemente, bajarlos de 10 pesos a cinco pe-
sos, y mandarlos por camioneta a las localidades de Oaxa-
ca, y créanme que les gustó mucho y que se vendieron
mucho, y sus lectores se veían con orgullo en la historia de
ese hombre.
7. Una rápida maestro, ¿qué importancia tuvo para la
caída de Porfirio Díaz la entrevista que tuvo él con Ralph en
la frontera y la ayuda posterior de Ralph a Madero?
EK: Creo que está ya bastante documentado en las me-
morias de Enrique Creel -bisabuelo, pienso yo, de Santiago
Enrique Krauze
308

Creel, buen amigo, y él fue el traductor. Hubo ciertamente


desacuerdos. Estados Unidos tenía muchos problemas con
México, pero más fincados en la soberbia de las élites de
Estados Unidos y de su actitud en ese momento, que
además siguió por muchos decenios, a lo que se sumaba el
problema de los ejercicios navales en Bahía Magdalena:
Porfirio Díaz había puesto un coto a eso. Y encima estuvo
la decisión de México de apoyar fuerzas revolucionarias o
rebeldes contrarias al candidato que en Nicaragua les gus-
taba a los norteamericanos -es más: se le dio asilo a ese
candidato opositor en México-, y el acercamiento diplomáti-
co con el Japón, lo cual sin duda alguna molestó al gobierno
estadounidense. Había, pues, puntos de fricción, y pienso
que, a pesar de lo que dijeron los enviados de Estados
Unidos a las Fiestas del Centenario -porque hubo unas
declaraciones oficiales en el sentido de que todo les parecía
bien en México, todo tranquilo, en orden-, no podía ocul-
társeles el hecho de que Porfirio Díaz había ya cumplido 80
años. Creo que está ya documentado debidamente, y ese
fue un momento importante, culminante, pa^a una serie de
desavenencias que ya venían de años atrás.
8. ¿Está inclusive, maestro, el asunto del petróleo?
EK: Bueno, también Lorenzo Meyer trató bien, muy bien,
el tema de las compañías petroleras norteamericanas y la
competencia con el gobierno inglés, con Wilson y las con-
cesiones. Sí había esa tensión, que luego siguió durante
toda la Revolución. Y es curioso, ¿saben ustedes quién era
el abogado, un abogado importantísimo, de las compañías
Porfirio Díaz
309

petroleras norteamericanas en México en esa época?: José


Vasconcelos.

Bibliografía
BUVE, Raymond y Romana Falcón, 1998, Don Porfirio Pre-
sidente... Nunca omnipotente. Hallazgos, reflexiones y
debates, México, Universidad Iberoamericana.
Cosío VILLEGAS, Daniel (coord.), 1957, Historia moderna de
México. El porfiriato. Vida social, México, Editorial Hermes.
, 1958, Historia moderna de México. El porfiriato. Vida
política interior, México, Editorial Hermes.
, 1959, Historia moderna de México. El Porfiriato. Vida
económica, México, Editorial Hermes.
GUERRA, Francisco Xavier, 1959, México: del antiguo régimen a la
revolución, México, Fondo de Cultura Económica.
HALE, Charles, 1991, La transformación del liberalismo en
México a finales del siglo xix, México, Editorial Vuelta.
KRAUZE, Enrique, 1987, Porfirio Díaz. Místico de la autoridad,
México, Fondo de Cultura Económica.
MOLINA ENRÍQUEZ, Enrique, 1964, Los grandes problemas nacio-

nales, México, Impresiones Modernas.


NICKEL, Herbert, 1989, Paternalismo y economía moral en las
haciendas mexicanas durante el porfiriato, México, Univer-
sidad Iberoamericana.
ROEDER, Ralph, 1996, Hacia el México moderno: Porfirio Díaz,
México, Fondo de Cultura Económica.
VALADÉS, José, 1948, El porfirísmo. Historia de un régimen,
México, Editorial Porrúa.
ndice

Introducción
Mílada Bazant 5

Miguel Hidalgo y Costilla


Carlos Herrejón Peredo 43

Agustín de Iturbide
Carmen Salinas Sandoval 79

Antonio López de Santa Anna


Enrique Serna 131

Maximiliano de Habsburgo
Érika Pani 165

Benito Juárez
Rafael Rojas Cruz 201

Miguel Miramón
Conrado Hernández López 229

Porfirio Díaz
Enrique Krauze 271
héroes ni villanos se terminó de imprimir
Retrato e imagen de personajes mexicanos del siglo XIX en la Ciudad de México
durante el mes de mayo del año
2010. Esta primera reimpresión,
en papel de 75 gromos,
consta de 2,000 ejemplares
y estuvo al cuidado de la
oficina lltotlpográf ca
de la casa editora.

ISBN 970-701-601-9

También podría gustarte