Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
(oβs’kuro, -ra)
Incierto/a, de modo que infunde temor, inseguridad o
desconfianza. Desconocido/a, mal conocido/a o misterioso/a.
SOBRE RING SHOUT, SE HA DICHO...
«Conmovedora, desgarradora».
Buzzfeed
«P. Djèlí Clark no podría escribir un mal libro por más que lo
intentara. Ring Shout es una historia fantástica, divertidísima a la
vez que profundamente seria».
V L V
Todos los derechos reservados. Agradecemos que haya comprado una edición
autorizada de esta obra. De acuerdo con las leyes de copyright, esta publicación
no puede ser reproducida ni distribuida, ni total ni parcialmente, del mismo modo
que se prohíben cualquier tipo de reproducción y comunicación pública
de la misma sin el consentimiento previo por escrito del titular o titulares.
En caso de necesitar fotocopiar o escanear un fragmento de esta obra, diríjase a
CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org).
ISBN DIGITAL: 978-84-123827-3-0
Depósito legal: B 10897-2021
Nota sobre la traducción
Está el cántico ese que hacemos por lo del faraón y Moisés. Cuando
el Señor abrió el mar Rojo pa que su pueblo lo atravesara. El viejo
faraón salió tras ellos, pero ¡entonces las aguas se les echaron
encima! Así que decimos, las huestes del faraón se perdieron, y
hacemos un corro pa entonar un cántico por lo mucho que debió de
alborotar y llorar al verlo. Yo era un crío cuando los soldaos de la
Unión vinieron a hablar del jubileo. Siempre he pensao que sus
uniformes azules eran como las aguas que se tragaron al viejo
faraón, porque los cabrones del amo y la ama alborotaron y lloraron
de lo lindo cuando nos vieron marcharnos [risas].
No sé por qué, pero los versos que brotan de sus labios terminan
de desatar el huracán de sentimientos que estaba conteniendo esta
noche. Me aprieto contra ella y lanzo un grito en el que vierto to el
dolor que llevo rehuyendo siete años, desde la noche en la que
perdí...
Continúo sollozando hasta que consigo serenarme, y entonces las
miro.
—Os necesitaba y no aparecisteis.
La tía Ondine mira el cielo iracundo.
—El velo... se ha extendido.
—¡El enemigo nos ha aislado del mundo! —exclama la tía
Margaret.
—¿Y cómo he llegao yo aquí?
—Lo deseabas con todas tus fuerzas —explica la tía Ondine—. A
veces basta con eso.
Entonces lo recuerdo.
—Mi espá, se...
La tía Ondine agacha la cabeza, y toas miran lo que hay en la
mesa. Me suelto de la tía Jadine y, al acercarme, encuentro allí mi
espá, entre las telas negras. La hoja oscura con forma de pétalo
está hecha pedazos, reducía a un fragmento mellao que sobresale
de la empuñadura plateá. Deslizo los deos entre los restos. No
percibo ninguna canción. No percibo na.
—Regresó aquí cuando se rompió —dice la tía Ondine.
—¿Podéis arreglarla?
La tía Margaret chasquea la lengua.
—Eso solo puedes hacerlo tú.
Como de costumbre, no tengo ni idea de a qué se refiere, pero
hay otras cosas que también me preocupan. Les hablo de mi
enfrentamiento con el Carnicero Clyde, de lo que dice que va a
suceder.
—El mal se está gestando —tararea la tía Jadine con un tono
aciago.
—La Gran Cíclope. —La tía Ondine frunce los labios al pronunciar
el nombre—. Es el enemigo, en carne y hueso. Me aterra lo que
significa para vuestro mundo.
—¡Será su final! —resopla la tía Margaret.
—El Carnicero Clyde me dijo algo más. Me dijo que los ku klux y él
vinieron a por mí hace siete años. Que fueron ellos los que... —Me
veo incapaz de pronunciar el resto de las palabras.
Tras intercambiar una mirá entre las tres, la tía Ondine asiente
despacio.
Su confirmación me asesta un mazazo.
—Entonces, to lo que han hecho... ¿es porque me buscaban a
mí? ¿Pa qué queríais que fuese vuestra paladina?
Cuando veo que cruzan otra mirá entre ellas, tengo que
contenerme pa no gritar.
—Para que no fueses la de ellos —revela al cabo la tía Ondine.
Doy un paso atrás, confusa.
—¡Eso no tiene sentío!
—Aquella noche no vinieron para matarte —dice la tía Ondine—.
Al menos no para matar tu cuerpo.
—El enemigo tiene una estrategia —dice la tía Margaret—:
robarnos a nuestra paladina para convertirla en la suya.
—Impedimos que se te llevaran —explica la tía Ondine—. Para
desbaratar sus planes. Sin embargo, es posible que, sin darnos
cuenta, cumpliéramos su voluntad. —Mira la espá rota—. Esta arma
es un instrumento de venganza. Quien la empuñe debe verter en
ella su rabia y su dolor. Creímos que aliviaría tu sufrimiento, pero lo
único que hemos conseguido es agrandar la herida, convertirte en
una asesina.
—Es una espá —les recuerdo—. ¿En qué otra cosa iba a
convertirme?
La tía Ondine me mira con severidad.
—Muy pronto, el enemigo te hará una propuesta. Lo que decidas
determinará el destino de tu mundo.
Yo también clavo los ojos en ella, dispuesta a decirle que eso son
majaderías, pero entonces recuerdo lo que me dijo el Carnicero
Clyde: «Ya te hemos dicho que teníamos algo que proponerte,
Maryse. Podemos darte lo que más deseas: poder sobre la vida y la
muerte». Meneo la cabeza.
—¿Y qué van a proponerme pa que me alíe con ellos? ¡Se
dedican a matar a mi gente! ¡A gente como yo!
—No lo podemos ver. El velo del enemigo nos lo impide... —
empieza a decir la tía Ondine.
—Pero ya has aceptado muchas veces —termina la tía Margaret.
Estupefacta, no acierto a preguntarle a qué se refiere.
—Como sabes, la tía Jadine percibe el hoy, el ayer y el mañana —
dice la tía Ondine—. Pero no solo eso. En realidad, puede percibir
muchos mañanas.
Esto sí que me suena a majadería.
—¿Cómo va a haber más de un mañana?
La tía Margaret suspira.
—Jovencita, todas y cada una de las decisiones que tomamos
llevan a un mañana distinto. A mundos enteros todavía por nacer.
—En algunos de ellos aceptas la propuesta del enemigo, y todo es
oscuridad —dice la tía Ondine—. Siempre aquí: la punta de la
espada sobre la que se sostiene todo tu mundo.
Miro a la tía Jadine. ¿Qué podrían ofrecerme las cosas que viven
bajo la piel del Carnicero Clyde pa que decida darle la espalda a to
lo que me importa?
«Poder sobre la vida y la muerte».
—Y si rechazo su propuesta, ¿ganamos? ¿Se acabaron los ku
klux?
—Si la rechazas —responde la tía Ondine—, existe la posibilidad
de seguir luchando. La esperanza de que algún día logremos
vencer. Nada más.
No me parece justo.
Las preguntas se me agolpan en la cabeza, pero ahora hay
asuntos más urgentes.
—Tenemos que acabar con la Gran Cíclope, pero somos muy
pocos. Necesitamos ayuda. Vuestra ayuda. Con vosotras allí,
podríamos...
La tía Ondine, no obstante, menea la cabeza antes de que termine
de hablar, el semblante apenao.
—Hace mucho tiempo tomamos la decisión de permanecer aquí.
Si saliéramos de este sitio, perderíamos nuestros poderes. Quizá ni
siquiera sobreviviríamos al viaje. En esta ocasión, no podremos
prestaros nuestro apoyo.
—Pero ¡somos personas normales! —replico—. ¡Mientras que
ellos son monstruos! Necesitamos...
—Necesitáis monstruos —murmura la tía Margaret, entornaos los
ojos en un gesto meditabundo.
La tía Ondine la mira.
—¿Qué quieres decir?
—Que todavía podrían intervenir otros.
—¿Qué otros? Casi ninguno visita su mundo ni tiene el menor
interés por ellos.
—Yo me sé de algunos que sí.
—Doctor, doctor —canturrea la tía Jadine—. ¿Tendría remedio
este mal de amores...?
La tía Ondine gira la cabeza aprisa. Cuando repliega los labios,
creo ver unos afilaos colmillos de zorra.
—¡No! Esos no. No hay asomo de amor en ellos. ¡Son unas
sanguijuelas! Cosas muertas, con un corazón frío y marchito que las
hace insensibles, ¡que las empuja a alimentarse del dolor ajeno!
La tía Jadine se encoge de hombros.
—¿Qué culpa tendrán los monstruos de ser monstruos?
—¡Carecen de juicio y de moral! —insiste la tía Ondine—. ¡Y esta
guerra no significa nada para ellos!
—Quizá. —La tía Margaret asiente—. Pero puede que el enemigo
sea de su... ¿gusto?
En el rostro de la tía Jadine aparece una amplia sonrisa. Vale,
definitivamente son colmillos de zorra.
La tía Ondine adopta un aire pensativo. Al cabo, me mira.
—Mis hermanas creen que hay otros que podrían colaborar en la
lucha contra el enemigo. Tendríais que convencerlos, pero te aviso:
exigirán su recompensa.
¿Qué importa una deuda más con to lo que ya llevo encima?
—¿Quiénes son?
—Su nombre se perdió en el tiempo —dice la tía Ondine—. Pero
ya han visitado vuestro mundo otras veces. —Levanta la mano y
agita los deos como si escribiera en el aire—. Bien. Encontrarás lo
que necesitas en tu libro.
¿Mi libro? Me toco el bolsillo de atrás. En efecto, mi libro sigue ahí.
Lo saco y hojeo las páginas, preguntándome si pretenderán que
repase las fábulas de la Vieja Boo, la ladrona del aliento, o las de la
Gran Liz, la joven esclava decapitá. Pero enseguía paro, cuando me
fijo en una historia que antes no estaba ahí.
El título me llama la atención.
—¿Quiénes son los «Doctores de la Noche»?
—Podrían ser las nuevas fichas de este juego —masculla la tía
Ondine, que se da unos golpecitos con el deo en la barbilla.
—A jugar, a jugar... —canturrea maliciosa la tía Jadine, dejando
asomar la lengua entre los colmillos de zorra.