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Contenido Cuando la realidad es mas fantdstica que la imaginacion Ana Z. Comenzando por el fondo Un topo casi ciego, casi mudo. Mucho oro sin tesoro. Ese lugar es de muerte De grano en grano Ana va avanzando Uno de muchos deseos. eDénde se habré metido? Quién cuenta un cuento Mas cara que un camello Viento en popa. De viento en viento Una ciudad sin igual Ojos que no ven. Un salto rumbo a las estrellas. La accién imprevista Erase una vez en el Oeste. De vuelta al comienzo. El profundo retorno, en FIN u 15 2 25 33 45 33 39 6 1p 87 5 99 3. la 125 BL 135 141 145 Cuando Ia realidad es mas fantastica que la imaginacién € repente, uno se encuentra con una an- ciana que teje un hilo de agua. Ms ade- lante, con un hombre azul montado en un camello. El lector podria pensar que se trata de un sueno y pellizca su brazo. Asombrado, descubre que no esta durmiendo y que las imagenes que ve son reales. ~Qué sucederia si la realidad se revelara como algo mas fantéstico que la imaginacién? Es a partir de una situacién nada excepcional como Ana Z. —personaie principal de este magico 9 oa, a otnde vas? libro de Marina Colasanti— se encuentra en una circunstancia extraordinaria donde lo absurdo y lo inesperado se vuelven posibles. En realidad, Ana no esta sofiando. Podemos embarcamos en esta aventura sorpren- dente junto a Ana para conocer un mundo de miilti- plese increfbles posibilidades y descubrir, por medio de la literatura, cémo se mezclan el suefio y la reali- dad en la vida de una nifia que est creciendo Ana Z. sta historia comienza con Ana inclinada en el borde de un pozo. Creo que Hleg6 alld por casualidad, pero no lo puedo asegurar. Ni siquiera sé si el pozo est en el campo o en un jar- din. La verdad es que, anterior a este momento, no conozco nada sobre la vida de Ana. Sé que la letra Z forma parte de su apellido, pero ignoro las otras le- tras, Desconozco todo respecto a ella, Al igual que ustedes, la veo por primera vez ahora, en este mo- mento, una nifia inclinada en el borde de un pozo. Ana quiere ver el agua del fondo. Es probable que también quiera ver su reflejo. Pero no lo ve. Por u ‘na 7, a nde vas? més que mire, solo ve una oscuridad redonda y alar- gada, como un ttinel de pie. Nada brilla allé abajo. Entonces escupe para escuchar el ruido de la saliva cayendo en el agua Inclina un poco la cabeza a un lado y estira el cuello, tal vez para escuchar mejor. Pero en ese ges- to... iplaf!, el collar de cuentas blancas, cuentas que vi bien antes de que se inclinara, cuentas de marfil, cada una tallada en forma de rosa, queda atrapado en el botén de la blusa y se rompe. Al ins- tante, las cuentas, una tras otra, como nifias en fila © lagrimas, caen en la oscuridad del pozo. Ana, sin tiempo de reaccionar, ve cémo cada una se convier- te en una mancha blanca; luego, en una manchita un puntito, hasta que no queda nada blanco. Abajo, nada se mueve. Ana ni siquiera logra es- cuchar el ruido del agua “{Mi collar!", piensa con empefio, como si fuera posible pescarlo con el deseo. Llora un poco y lue- go mira a su alrededor en busca de una solucién Pues alguna solucién debe haber para recuperar un collar tan querido, Cuando se testriega los ojos para calmar el ardor con las lagrimas, estos ven los peldafios y ya no quieren ser restregados. No son peldafios de ver- dad, como los de la escalera de la casa de Ana. Son peldafios de hierro, oscurecidos por el éxido, clava- dos como asideros en las paredes del pozo. No lu- cen muy tentadores ni muy firmes. Pero, por ahi, ‘Ana podrfa ira buscar las cuentas de su collar. Bajemos con Ana. Despacio. Pasemos la pierna sobre el muro que rodea el pozo, comprobando el peldafio con el pie, con la mitad del cuerpo fuera y la otra mitad dentro. Ahora la otra pierna. Cuidado. El borde del pozo es resbaloso y las paredes estén llenas de limo, Ana no sabe si sus manos sudan 0 si es la humedad de los escalones, pero se agarra con firmeza. Los pies tantean. El corazén va mucho ms rapido que ella. Un escalén. Otro. Uno més. —Por fin —dice Ana en voz baja, intentando mi- nimizar el descenso—, un pozo es simplemente una chimenea al revés. Después de los primeros cinco peldafios, se sien- te més confiada. No con relacién al pozo, sino con elacién a los peldafios. Ya sabe que estos aguantan, 13 ‘aa, da dinde ves? y puede descender. Lo que no sabe es qué le espera abajo. Mientras baja, se cuida de mantener atrapado el miedo en el fondo del estémago. Ana pierde la cuenta de los peldafios. Sabe que son muchos. Mira hacia arriba, tratando de medir la distancia. Luego mira hacia los dos lados, la oscuridad del pozo y la boca en lo alto, redonda, luminosa. A medida que baja mas y ms y la oscuridad crece, la boca se re~ duce. Hasta que se ve redondita y pequefia, como una especie de luna clara en el cielo negro. Ana la mira en ese momento cuando el pie, ya acostum- brado a los peldafios, se lleva un susto. De repente, toca el suelo. Comenzando por el fondo on los dos pies en el suelo y las manos en los peldafios, para huir répidamente si es necesario, Ana intenta ver algo a su alre- dedor. Todo es tan negro que, al principio, no logra siquiera distinguir sus pies. Sin embargo, al poco tiempo, sus ojos se acostumbran. Como si la lu- na en lo alto hubiese salido de atrés de una nube, Ana comienza a entrever la figura de una persona sentada. —Hola —dice la persona, con la delicadeza de quien encuentra perfectamente normal que una nifia llegue al fondo de su pozo. ‘oa, a donde as? omermand porel fondo —Hola —responde Ana, que distingue con clari- dad a una sefiora con el pelo blanco, Desde el otro lado de su tejido, la sefiora sonrfe Empuria dos agujas rojas, grandes, y el hilo sale de un bale. Ana se sorprende. éPara qué el balde? Sin embargo, la pregunta que Ana trae consigo desde arriba no puede esperar y da un salto al frente, an- tes que cualquier otra. —iPor casualidad usted no ha visto las cuentas de mi collar? Se me cayeron aqui abajo —pregunta con su tono mas gentil. —iAh! gEran cuentas? Decepcionada, la sefiora deja el tejido sobre su regazo. Mira hacia arriba, como si buscara aquel distante pedazo de cielo. Y se dice a sf misma: “Qué lastima...". Después, a Ana: —Pensé que era granizo. {Me puse tan contenta! Realmente necesitamos un poco de granizo. —Sus- pira pensativa—. Hace tanto tiempo que no Ilueve. Luego, sonriendo de nuevo: —Pero si son cuentas... deben haberse cafdo en el suelo, deben haber rodado. Btscalas, nifia, bis- calas y encuéntralas, De cuclillas primero, luego a cuatro patas —que se ensucien las rodillas—, Ana pasa la mano por el suelo, buscando las manchas més claras, recogien- do, unaa una, las rosas de marfil. Ya tiene tantas en la mano izquierda que no consigue certar los dedos. I7 ‘ra 7, acne as? Ya no hay manchas blancas que brillen en la oscuri- dad, Entonces, Ana se sienta, ensarta las cuentas e intenta arreglar el collar. Sin embargo, por mas que acomode, que cuente y que wuelva a contar, no tiene duda de que le falta una, Por supuesto, le falta la mas bonita, la mas grande, la que va en el centro, la que a ella le gusta frotar con el dedo —iFalta una! —exclama en voz alta La sefiora, que ha retomado su tejido, se detie- ne, observando la decepcién de Ana. —

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