Está en la página 1de 126

LA RED DEL AMOR

Relaciones afectivas en la era del internet

Este es un libro sobre cuando y como Internet entró en nuestras vidas afectivas.

Internet es una poderosa herramienta de comunicación utilizada diariamente por

decenas de millones de personas en todo el mundo. No digo nada nuevo.   La rápida expansión

de la red desde 1994 ha estado acompañada de promesas de toda clase de beneficios y de

advertencias no menos altisonantes, pero pocas veces se ha ponderado al nuevo medio (como

tal hemos de considerarlo) en función de lo que con el hacen sus cada vez más numerosos

usuarios. Basta indagar un poco para descubrir que para millones de personas, la Red es

primordialmente un espacio en donde establecer y mantener, pantalla mediante, relaciones

afectivas de diverso tipo, incluidos contactos sexuales y eróticos, amistades y romances con

conocidos y desconocidos, construidas con palabras (escritas o habladas), sonidos (canciones,

melodías y también gemidos, risas, omatopeyas) e imágenes (fotos, videos en vivo o

pregrabados, dibujos).

Introducción:

Del uso de Internet como espacio de encuentro

Este es un libro sobre cuando y como Internet entró en nuestras vidas

afectivas.

Internet es una poderosa herramienta de comunicación utilizada diariamente

por decenas de millones de personas en todo el mundo. No digo nada nuevo.  La

rápida expansión de la red desde 1994 ha estado acompañada de promesas de

toda clase de beneficios y de advertencias no menos altisonantes, pero pocas veces

se ha ponderado al nuevo medio (como tal hemos de considerarlo) en función de lo

que con el hacen sus cada vez más numerosos usuarios. Basta indagar un poco

para descubrir que para millones de personas, la Red es primordialmente un

espacio en donde establecer y mantener, pantalla mediante, relaciones afectivas de

diverso tipo, incluidos contactos sexuales y eróticos, amistades y romances con


conocidos y desconocidos, construidas con palabras (escritas o habladas), sonidos

(canciones, melodías y también gemidos, risas, omatopeyas) e imágenes (fotos,

videos en vivo o pregrabados, dibujos).

Cuando aún casi nadie había oído nunca hablar de Internet - en tiempos en que
un ordenador personal era todavía un aparato concebido fundamentalmente para
el trabajo, lejos muy lejos de la máquina de comunicación y entretenimiento en
la que se ha ido transformando en estos últimos años - miles personas en todo el
mundo ya usaban la computadora para comunicarse y jugar a distancia.
La Red, cuyos primeros nodos empezaron a funcionar en 1969, tenía  en un
principio  fines exclusivamente científico-militares. Sin embargo, sus usos
derivaron pronto hacia la comunicación interpersonal y las actividades de ocio.
Desde hace más de veinte años diferentes servicios telemáticos permiten que
personas situadas en distintos lugares intercambien mensajes de todo tipo a
través de su ordenador. En la actualidad, enviar y recibir mensajes de texto a
través del correo electrónico se ha convertido para millones de personas en un
hecho trivial. Millones de niños, adolescentes y adultos utilizan diariamente algún
servicio de comunicación instantánea (chat) para escribirse o charlar  con
personas a las que muchas veces no conocen. Unos lo hacen para divertirse,
otros, necesitados de compañía y de afecto, aspiran además a encontrar el amor
bajo cualquiera de sus formas o disfraces.
De estos últimos y de todos aquellos que utilizan o han utilizado algún servicio
de Internet en sus amores y amoríos se ocupa este libro.
La Red del amor   recorre de un modo lúdico diferentes tipos de relaciones
afectivas y sexuales que se establecen y se desarrollan  a través de la Red y en
sus alrededores, ofreciendo al mismo tiempo una  mirada analítica de las
características fundamentales de estas relaciones y de su significación en la vida
privada y social contemporánea.
El texto, escrito en lenguaje coloquial, se sustenta en numerosas entrevistas
personales que realicé en Barcelona y en Buenos Aires entre 1999 y 2001 y en
una exhaustiva investigación de campo en la propia Red. Todos los casos
incluidos responden fielmente al relato de sus protagonistas. Doy fe de que así
es,  lo que no debe ser tomado más que en su justa medida, pues de todos es
sabido que Internet es lugar propicio para fábulas y afeites de todo tipo. En su
mayor parte he utilizado testimonios directos y mi propia experiencia personal.
Lo único que he modificado, a fin de salvaguardar la intimidad de los
interesados, son los nombres de todos ellos y en algunos casos también ciertos
datos circunstanciales. Por lo demás, y a pesar del tono deliberadamente ligero
con que están  escritas las páginas que siguen, pues no por riguroso ha de ser
un texto aburrido, he abordado el tema con el cuidado  que se merece cuestión
tan decisiva en la vida de todos nosotros como lo es el amor. 
Es mi intención y mi deseo que al leer estas páginas pase el lector un buen rato
y que de paso conozca algo más sobre algunos de los distintos caminos que
toman las relaciones afectivas en estos tiempos de  Internet  (en el paisaje
Violencia, SIDA, Virtualidad, Soledad).

Volver: Veinte años son muchos

Viví en Barcelona durante más de veinte años. Antes estuve en París adonde

llegué en octubre de 1974.


Los primeros meses fuera del lugar de uno son los más difíciles. Me recuerdo

caminando bajo la lluvia rumbo a las oficinas que Aerolíneas Argentinas tenía sobre

Champs Elysées. Como muchos otros argentinos residentes o de paso en París iba a

leer los diarios llegados de Buenos Aires en el vuelo del día anterior. Era  el único

modo que tenía de seguir más o menos en contacto con mi país, que por entonces,

pocos meses después de la muerte de Juan Perón, vivía  una época de convulsiones

que preanunciaban la proximidad de la tragedia.

No tardé en abandonar mi peregrinaje semanal a Aerolíneas. Argentina


estaba cada vez más lejos. Empezaba a sentir el desgarro de toda partida al
comprender que se estaba produciendo una ruptura, que sospechaba definitiva, con
aquello que había sido mi vida. Escribir cartas con la ilusión de mantener vivos los
vínculos afectivos, mirar ansioso el buzón esperando palabras amigas. Un intento
vano. Las cartas se fueron haciendo cada vez más cortas y esporádicas hasta que
indefectiblemente muchos de mis amigos empezaron a ser sólo recuerdo. De tanto
en tanto una llamada de teléfono me traía un pedacito del Buenos Aires de mis
afectos.

El golpe militar de marzo de 1976 trajo días de angustia. Una capa de hollín,
sangre y terror cubrió todas las noticias que llegaban desde aquel allá cada vez más
distante. Cientos, miles de argentinos llegaron a Europa con el miedo pegado en la
mirada y en la piel. A los pocos meses, haciendo cola para entrar en un cine del
Barrio Latino alguien me contó que dos primos hermanos míos, muy queridos, 
habían sido secuestrados –“chupados” “llevados” “desaparecidos” - por los señores
de la muerte que gobernaban mi país. Negando el profundo dolor en el alma que
me produjo la noticia, entré a ver la película como si nada hubiera sucedido. 
Fueron pasando los años. La Argentina aparecía poco en los diarios de España,
adonde me había ido a vivir en junio de 1977, pocos días después de las primeras
elecciones democráticas tras la muerte de Franco, aquellas que ganó Adolfo Suárez.

Exceptuando informes de organizaciones de derechos humanos sobre


desapariciones, tortura y muerte que recorría mi país, el único contacto que tenía
con Argentina eran algunas pocas cartas de mi hermano, de mi papá y de mi mamá
y de algún amigo que muy de tanto en tanto me escribía algunas líneas; y la
alegría grande que da la cercanía de la voz en unas pocas llamadas de teléfono.

La Guerra de las Malvinas, el fin de la dictadura y el estremecedor y


gratificante juicio a quienes se habían alzado en armas contra su propio pueblo y
con impía crueldad habían decidido sobre la vida, el alma y los bienes de los
argentinos, hicieron que la televisión y  los diarios españoles prestaran  más
atención de la habitual  a lo que sucedía en la Argentina. No  olvidar nunca lo que
hicieron y para quienes lo hicieron. (Nunca Más, Informe de la CONADEP)

  Durante los años posteriores al fin de la dictadura visité varias veces


Buenos Aires y siempre me sentía como el personaje de una obra de teatro a la que
no pertenecía, dentro de un escenario conocido pero ajeno.  Sentía que nunca
podría volver a vivir en la ciudad en la que nací y crecí. Sin embargo, a principios
del emblemático año 2000 volví a Buenos Aires para quedarme. Me separaban más
de veinticinco años de aquel chico asustado que en París buscaba con avidez en las
páginas de esos diarios manoseados por decenas de lectores un puente hacia lo
conocido.

Fueron muchos años  sin contacto con mi gente, con mi idioma, con mi
gestualidad. Nos sucedieron muchas cosas, a mí, a todos, pero por momentos
siento que nunca me fui.  ¿Qué sucedió en los últimos tiempos para que aquella
antigua, dolorosa sensación de extrañeza que sentía cuando visitaba Buenos Aires
se convirtiera en este renovado sentimiento de pertenencia?

Entre otras cosas, a finales de 1994 Internet entró en mi vida.

Internet, al margen de las apologías tecnocráticas y la especulación


financiera que existen a su alrededor, es una formidable herramienta para la
comunicación humana que  me sirvió para recuperar olvidadas querencias.

Mis primeras incursiones en la Red fueron decepcionantes. En aquella época


cursaba en Barcelona el segundo año de mi doctorado y ya había empezado a
trabajar sobre cuestiones relacionadas con la comunicación digital (videojuegos y
realidad virtual). Con algunas dificultades, y saltándome algún que otro escalón
administrativo, a pesar de las escasa predisposición de las autoridades de mi
departamento académico conseguí que la universidad en la que estudiaba me
proporcionará acceso a la Red.

Yo había leído bastante sobre las “maravillas” de los usos de Internet y la


simplicidad con la que se podía acceder a ellos. Pero nada era como me lo habían
contado. Utilizar el programa de correo electrónico que me había proporcionado el
centro de cálculos de la universidad  (PINE sobre el protocolo de conexión Telnet)
me resultaba complicadísimo. En la Web (World Wide Web) al principio las cosas
tampoco me iban mucho mejor. Encontrar lo que buscaba era difícil y cuando
“navegaba” a la “deriva” pocas veces llegaba a destinos atractivos. El desconcierto
duró poco. Sumando equivocaciones  terminé por arreglármelas con el programa de
correo electrónico - que afortunadamente pronto cayó en desuso -, y a medida que
acumulaba horas de conexión empecé a descubrir sitios interesantes en la web.  

Aunque no de un modo muy regular todavía, me “carteaba” por email con


personas de diferentes partes del mundo. Un día me enteré que los principales
diarios argentinos habían empezado a editar una versión electrónica en la Red.
Probablemente fue entonces cuando se empezó a fraguar mi regreso.

 La lectura frecuente de los diarios hizo que empezará a recuperar la


actualidad periodística de Argentina, tan ausente hasta entonces de mi vida. El uso
del correo electrónico se simplificó gracias a programas como Eudora y Pegasus
(los más populares en la época) mientras cada vez más gente querida se iba
conectando a la Red. En aquel tiempo empezamos a cartearnos seguido con mi
hermano a través del correo electrónico. Muy pronto descubrimos que los mensajes
sobre la pantalla no tenían porque tener la misma densidad ni longitud que una
carta sobre papel y no nos sentíamos avergonzados o culposos por escribirnos
apenas uno o dos párrafos. Paulatinamente se fueron añadiendo a la Red amigos y
conocidos argentinos y así, imperceptiblemente, fueron resurgiendo los lazos
adormilados que me unían a mi ciudad natal hasta terminar haciéndome sentir que
había llegado el momento de volver.

Y aquí estoy , caminando por las calles de Buenos Aires manteniendo muy
vivos mis vínculos con Barcelona, la ciudad en la que viví tantos años y en la que
nacieron y viven mis dos queridos hijos. Reiniciando un trayecto vital que me lleva
a reproducir una dolorosa experiencia de separación y alejamiento vivido cuando
deje Buenos Aires a los diecinueve años, suavizado hoy por un constante fluir de
mensajes electrónicos  que me permiten, estar aquí sin haberme ido del todo de
allí. Una dualidad afectiva que me marca, que es parte indeleble de mí, de todos
quienes alguna vez nos fuimos y volvimos. Pero aunque ningún contacto virtual,
nada, puede suplir la emoción de abrazar y besar a mis chicos, la distancia es hoy
menos distancia de lo que era a mediados de la década de 1970.

Soledades en Compañía

Internet es un medio para relacionarse, una herramienta para trabajar y en

mi caso, también objeto de investigación. Muchas veces uso el email de una forma

casi obsesiva que llega a preocuparme. Hay días en los que consulto el correo

electrónico varias veces como si estuviera esperando un mensaje especial que

finalmente nunca llega. Otras veces me pongo a escribir mensajes a personas con

las que hace tiempo no tengo ningún contacto, como si tuviera necesidad de

romper la soledad que impone la pantalla del ordenador.  Recibo muchos e-mails

por día. En general son de foros de discusión y listas de correo en los que participo

pasivamente ya que es muy raro que contribuya con algún mensaje  a los debates

que se establecen.

También utilizo el correo electrónico para mantenerme en contacto con mis

alumnos a quienes los suelo atiborrar con material que voy encontrando en la Red

relacionado con los temas tratados en clase. En cambio, soy menos propenso a

usar servicios de chat (charla en inglés) si bien utilizó frecuentemente el servicio de

una mensajería instantánea para mantenerme en contacto con mi hijo menor.

Chatear sin estigmas

El chat se puede describir como un sistema de comunicación sincrónica

mediada por  ordenadores. La forma más habitual es el chat de texto, modelo

comunicativo basado en el uso de la palabra escrita en el que todos los indicios

corporales están ausentes. Actualmente existen  también videochats,  que permiten

que los participantes se vean y oigan y chats de voz, que permiten mantener una
conversación hablada.  El chat es uno de los servicios más utilizados en Internet y

al mismo  tiempo quizás sea el más estigmatizado. De hecho, a mí hasta no hace

mucho su popularidad  me producía cierta perplejidad.  

Mi interés por el chat empezó durante un curso de capacitación profesional


en comunicación multimedia para jóvenes desempleados en el que di clases
durante 1999 en Barcelona (Casa de Oficios para la Ciudad del Conocimiento,
iniciativa co-financiada por el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de
Cataluña, con apoyo de la Unión Europea).

El curso estaba dividido en cuatro áreas formativas– diseño multimedia,


búsqueda y organización de información (infonomistas), comunicación
(divulgadores)  y soporte técnico. Los alumnos tenían entre 16 y 24 años y en su
mayoría no eran usuarios habituales de Internet, incluso muchos de ellos nunca
habían usado la Red antes de comenzar el curso. Si bien todos tenían aprobado
como mínimo el Graduado escolar (escuela primaria) algunos tenían serias
dificultades para escribir con algún sentido y para comprender un texto sencillo.

Al principio los profesores nos mostramos muy entusiasmados y


comprometidos con el proyecto. En general, todos teníamos una formación sólida y
experiencia de bastantes años en nuestras áreas. Enseguida nos encontramos con
inconvenientes que no habíamos previsto, como por ejemplo no disponer durante
las primeras cinco, seis semanas de conexión a Internet Al margen de este y de
otros problemas organizativos que en su momento nos dieron muchos dolores de
cabeza pero cuya importancia quedó diluida con el paso del tiempo (y del curso),
atraer y mantener la atención de los alumnos resultó una tarea bastante más dura
de lo que habíamos imaginado.

Los chicos y chicas que formaban parte del curso no se mostraban


especialmente interesados en lo que nosotros pudiéramos aportarles, lo que hacía
bastante complicado la convivencia con ellos que al principio no dejaban de
quejarse. Los ánimos se empezaron a tranquilizar cuando al fin dispusimos de
computadoras con acceso a la Red.  No porque ellos cambiaran su actitud durante
nuestras clases, sino porque estaban cautivados por las pantallas de los
ordenadores, indefectiblemente conectadas a uno o varios canales de chat, webs
pornos y juegos en red mientras no dejaban de bajar música a través del por
entonces recién estrenado MP3.

Ninguno de estos usos se hacía abiertamente.  Los profesores


continuábamos dando nuestras clases intentando sin demasiado éxito encontrar el
modo de motivarlos mientras ellos se las ingeniaban para continuar en lo suyo a
nuestras espaldas. Lo cierto es que esta dinámica tenía poco que ver con nuestras
expectativas iniciales. Así es como nuestro entusiasmo empezó a desgastarse a
ritmo acelerado. Quizás esto pueda explicar, al menos en parte, lo que sucedió
durante un acto convocado por la dirección de la Casa de Oficios promediando el
primer semestre, al que asistimos todos los profesores y alumnos. En total éramos
unas 115 personas.

No recuerdo el motivo preciso de la reunión, pero en un momento dado


algunos alumnos empezaron a plantear su descontento con la marcha del curso.
Las protestas empezaron a generalizarse. Entre las voces hubo de todo, 
argumentos justos y despropósitos varios, expresiones de enojo y de decepción,
silencios significativos y mucha impaciencia. De pronto Dani, uno de los profesores,
de unos treinta años y muy aficionado a los videojuegos, se puso de pie y en un
tono grave y abiertamente descalificador,  dijo:  “Todos vosotros que os dedicáis
todo el tiempo a chatear tenéis actividad mental cero”. 

Un viento helado recorrió la sala. El debate se interrumpió en seco y ninguno


de los cerca de cien chicos presentes ni siquiera rechistó.  En ese momento, porque
durante los días siguientes los comentarios que circularon en los pasillos y en la red
no fueron muy complacientes con él.

“Actividad mental cero” había dicho Dani refiriéndose al chat. Y si no fuera


así, empecé a preguntarme. Muchos millones de personas en el mundo dedican una
parte de su vida a chatear (el transcurrir del tiempo es nuestra vida). Algo deben
encontrarle. Así es como por curiosidad decidí empezar a indagar entre  mis
alumnos que les atraía de esta forma de comunicación al mismo tiempo que
comencé a hacer mis primeras incursiones en  canales abiertos de chat.

Al principio los chicos se mostraron poco dispuestos a hablar conmigo. Es


fácil de entender. Eran muy pocos los que tenían conexión a Internet en su casa y
reconocer que chateaban era  aceptar tácitamente que lo hacían en clase... y yo era
uno de sus profesores. Las reticencias desaparecieron cuando supieron que quería
utilizar sus testimonios para escribir un libro. La presencia de la grabadora hizo el
resto. De pronto comenzaron a tener  ganas de hablar conmigo para contarme sus
vivencias en el chat.  

Paco, que así lo llamaremos, era, entre mis alumnos, quien más tiempo
pasaba conectado al chat. Tenía veinte años, era muy delgado y de ojos vivaces,
llevaba una barba de perilla y el pelo muy corto con un flequillito de niño travieso
cayéndole sobre la frente. Tenía mucha calle y descaro, un verdadero encantador
de serpientes, prepotente e hipócrita hasta la ingenuidad que no había tardado casi
nada en ganarse el rechazo de casi todos sus compañeros. Meses atrás se había
enfrentado a mí porque yo había recomendado a la dirección que se excluyera del
curso a su novia que tenía verdaderos problemas para seguir el ritmo de las
clases.  Era un devorador de diarios deportivos y muy aficionado a visitar webs
porno, sobre todo cuando estaba en clase con la novia. Le gustaba escandalizar a
sus compañeras. Un día una alumna, que de pacata no tenía nada, se quejó en
clase de lo que él y su novia hacían en clase.  “Es un asco” concluyó y los demás
asintieron.

Paco me dio las primeras pistas sobre el atractivo que podía tener el chat
para ese heterogéneo grupo de chavales. Durante nuestra charla surgieron algunos
de los argumentos casi recurrentes que suelen aparecer cuando se habla sobre el
chat: la suplantación de género, el anonimato, la falta de compromiso, la confusión
entre realidad y “virtualidad”, la asunción de falsos roles, la superficialidad de los
mensajes y de los vínculos, el narcisismo, el sexismo y el “cibersexo”,  y  el temor
posiblemente infundado al peligro de  adicción.
- El chat me atrajo porque es como un mundo nuevo.  Al principio no
conocía a nadie pero enseguida he empezado a hacer amistades, aunque no he
llegado nunca a conocer personalmente a nadie con quien haya hablado en el chat. 
Al empezar preguntas lo típico: la edad, el nombre de verdad, de donde son, si
estudian o trabajan. Tonterías más que nada.  Nunca se puede saber si te dicen la
verdad. Yo personalmente no miento.  La ventaja que tiene el chat es que no sé
sabe quien hay del otro lado. Te puedes conectar fingiendo ser una persona que no
eres. Si te metes con un apodo (“nick” en la jerga de Internet)  como “atrevida” o
“cachonda” o “tía caliente” las barbaridades que te pueden llegar a decir los chicos
a través del chat son tremendas. Tonterías. Hay gente que se lo toma en serio, que
realmente  quiere hacer amistades o pasar un rato agradable en el chat pero hay
otros que , bue...  ya lo te lo puedes imaginar.
         - ¿Utilizaste alguna vez uno de esos sobrenombres “sugerentes”?

-  Sí, y me dijeron muchas barbaridades. Lo hago  para conseguir que los


tipos me den su dirección de  email  y después escribirles que soy un tío y  hacerles
la vida imposible a través del correo electrónico. Una vez estuve fastidiando a un
tío durante  una semana larga.  Sé como son. Yo  cuando me conecto y conozco a
una chica no le digo las barrabasadas que dicen ellos. Y como me doy cuenta de
esas cosas y no me gustan, a veces asumo el papel de tía.

         Los ligues en el chat no te los puedes tomar en serio.  Son ligues que salen y
ya está. Las llamas “cibernovias” pero no pasan de ahí. No sabes como son,  ni
sabes nada de ellas. Yo  tengo tres o cuatro. Les cuento como soy, les digo la
verdad y sé que se la digo,  pero no sé si ellas me creen.

- Pero pueden ser ella o él.

-  Son  ellas. Eso sí que se sabe. ¿Cómo lo sé? Por la forma de hablar. Eso se
sabe. Cuando estás hablando con alguien, a la larga, si es un tío, te das cuenta.
Puede simular tres o cuatro veces que es una tía,  pero a la quinta o la sexta
termina deschavándose. De un modo u otro, sale, no falla.

- ¿Alguna vez sentiste ganas de conocer a alguna de tus “cibernovias”?

- No. Ni de hablar por teléfono, ni nada. No tiene ningún sentido. Cuando


estoy en el chat existen, una vez que desconecto  no son nada,  he pasado un rato
y ya está. Es como si hubiera estado jugando con una máquina, con una
videoconsola. Mientras  estás jugando quieres batir un récord con tu coche, una vez
desconectas ya está, se acabó. Yo veo el chat como una simple diversión. Cuando
estoy aburrido, cuando me agobio un poco haciendo algo, me digo: voy a
conectarme un rato. Y parece que no,  pero me relajo, me siento libre pudiendo
hacer lo que quiero y  hablar con quien quiera.

         En esa misma época, o quizás un poco antes, me enteré que una de las
alumnas que había tenido en un master de la Universidad Autónoma de Barcelona,
se había casado con un señor de Tarragona al que había conocido a través de un
chat. Ella había venido especialmente desde Paraguay para conocerlo
personalmente. El master era totalmente secundario en su proyecto de vida, una
suerte de red de seguridad emocional que no le hizo falta utilizar. A los pocas
semanas de llegar de Asunción ya había fijado la fecha de la boda. Los meses
siguientes fueron para los preparativos.  A clase iba poco. Ella andaba cerca de los
treinta, él pasaba de los cuarenta y era soltero. ¿Amor o un paliativo para el miedo
a estar solos?  

        

Amor, soledades y pantallas

         Las historias de romances y desengaños envuelven la Red. Rodeadas por un


halo de misterio y aventura muchas tienen el atractivo de los cuentos de hadas.
Impulsados por el callado deseo de hallar el amor de la vida (o una ardiente pareja
sexual), miles, millones de hombres y mujeres de distinta edad y condición social
se escriben por email, participan en chats y en los innumerables sitios de contactos
que se encuentran en la Web.  
Y la presencia inaprehendible de la soledad sobrevolándolo todo. ¿Sociedad
de la comunicación?

Unos cuantos meses antes de interesarme en el chat  había estado pensando


en escribir un libro sobre la fascinación que ejerce la pantalla del ordenador sobre
muchos de nosotros.  Pensé en titularlo El espejo de la bruja de Blancanieves.

La hipótesis central del libro estaba construida a partir de algunas ideas

generales sobre el narcisismo de nuestra sociedad sobre las que hace tiempo que

vengo trabajando y que ocupan algunas páginas de La pantalla ubicua, un libro

sobre comunicación digital que publiqué aquel mismo año. En El espejo de la bruja

de Blancanieves  veía a la pantalla del ordenador como un espejo que nos devuelve

una imagen amplificada de nuestras capacidades, haciéndonos  sentir poderosos

hasta la omnipotencia o pequeños e insignificantes hasta la angustia.

          Como punto de partida no se trata de un planteamiento demasiado

novedoso. Hay una autora norteamericana, Sherry Turkle, que hace cerca de 20

años señaló que el ordenador es un poderoso medio proyectivo. "Al igual que

Narciso con su espejo, la gente que trabaja con computadoras puede

enamorarse fácilmente de los mundos que ha construido o de su desempeño en

los mundos que otros han creado para ellos. Su adhesión a los mundos

simulados afecta las relaciones con el mundo real "(Turkle 1985:.88).  Pero mi

intención era ir más allá. Quería mostrar como la pantalla, en tanto nos

comunicamos cada vez más con interlocutores mecanizados, nos separa de

quienes tenemos cerca y nos condena a la soledad, destino inapelable de los

narcisistas.

La pantalla, falsa ventana, actúa como filtro entre nosotros y la realidad, como
un biombo que, en demasiadas ocasiones, nos impide percibir lo que nos rodea.
Acostumbrados a ver el mundo a través de una pantalla, cada vez nos cuesta 
más ver a nuestro lado, mirar a nuestros semejantes. Las pantallas nos asedian
y nos atrapan,  y hay a quienes les sirven de refugio ante una vida que les
resulta poco atractiva y, a veces también, amenazante. En la pantalla, como si
fuera el espejo de la bruja de Blancanieves, buscamos respuestas sobre aquello
que somos y deseamos o tememos ser, sin darnos cuenta que lo que nos
devuelve es una imagen deformante que, apartándonos de la mirada del otro,
sólo nos dice lo que creemos ser.
Pasamos horas acompañados por la  presencia luminosa de una pantalla.
Pantallas en casa, pantallas en el trabajo, pantallas en la calle, en los bares, en
los bancos, en el supermercado, en el metro, en el coche y en el colectivo,
pantallas de bolsillo en  las agendas electrónicas, en las calculadoras y en los
teléfonos móviles, las pantallas nos seducen ocupando un espacio creciente de
nuestro tiempo, de nuestras vidas.

Importa poco el lugar, lo determinante, lo significativo es la atracción casi

hipnótica que  ejerce sobre nosotros el centelleo de una pantalla encendida. La

pantalla acerca pero también separa. En Internet, poderoso medio de

comunicación, esta paradoja implica el peligro de crear una ilusión de comunicación

total que lleve al aislamiento en la compulsiva, conmovedora, búsqueda de algunos

usuarios por estar siempre conectados, es decir comunicados.

En agosto de 1999 viajé para mis vacaciones a Buenos Aires. Una tarde de

mucho frío y lluvia quedé con una amiga pintora en “El Taller”, un bar informal

de ambiente artístico e intelectual sobre una placita en el barrio de Palermo

viejo. Pasamos horas charlando. Después de recorrer los caminos habituales en

los reencuentros y de ir saltando de un tema a otro nos pusimos a hablar sobre

las relaciones afectivas a través de Internet. Le conté algunas de la intuiciones

que tenía sobre el tema y ella entre jugando y en serio me sugirió que escribiera

un libro. Nos reímos juntos de la idea.

          - Dale, escribilo. Podés usar mi historia para empezar. No te conté, pero
ando carteándome  por email con un periodista argentino que vive en Estado
Unidos. Lo conocí hace  unos meses acá en Buenos Aires. Había venido  por unos
días por cuestiones de trabajo. Quedamos muy enganchados y cuando se fue nos
empezamos a escribir  y a hablarnos por teléfono al menos una vez por semana. Yo
nunca antes había usado Internet, me conecté  especialmente para poder escribirle.

          El libro que pensamos con mi amiga pintora, a la que conoceremos como

Alicia,  tenía muchos puntos en común con  El Espejo de la Bruja de Blancanieves.

De algún modo el nuevo proyecto redondeaba mi idea original al darle un hilo

conductor de enorme atractivo e interés universal: el amor. Cuando empecé a

trabajar el asunto de los chats sabía que parte del material me podía servir también

para el espejo de la bruja aunque al principio seguían siendo dos proyectos

independientes. Una de las principales dificultades era encontrar un tono adecuado

para el libro.
          Al cabo de un tiempo Alicia me empezó a enviar copias de los cerca de

trescientos emails que, durante los cinco meses que duró, habían ido armando su

romance ciber-epistolar.  

           “ Fue muy raro escuchar esta tarde tu voz por teléfono. Tenía muchas

ganas de escucharte (soy auditiva) y tu voz me resultó cercana y querida y de

pronto en algún momento me pareció que casi no nos conocíamos y sentí una

especie de vértigo. Quisiera una foto tuya porque me da un poco de temor olvidar

tu cara.

Por momentos todo se vuelve irreal. Tengo imágenes sueltas, retazos tuyos

en mi memoria. Tus ojos cerrados y tus besos apasionados en mis manos. En cada

dedo. Tu imagen cuando entraste en casa, la última noche, con tu corbatita, tu

camisa bien planchada y tu pelo absolutamente revuelto. Los dos sentados en el

bar en donde nos conocimos..

Me gusta que hayas aparecido en mi vida. Algún día, cuando junte energía

para una carta más larga te contaré las razones. Son muchas. Aprendí muchas

cosas con nuestra breve relación y tengo muchas ganas de contártelo. Pero es algo

tarde y estoy cansada. Lo dejaré para otro momento.

Gracias por todo. De corazón, un beso grande, grande. Yo también te quiero

mucho. Alicia”.

          La respuesta de Horacio, que de este modo lo bautizaremos, a este primer


mensaje de Alicia fue inmediata.

“Alicia hermosa: Es lindo escucharnos. Por teléfono a veces sueno duro y

distante, tú me pareciste irrealmente cercana, maravillosamente tierna y dulce, a

pesar del molesto eco.

No sé porque me tienes que dar las gracias.  A veces suceden cosas hermosas que
no esperamos, que son difíciles de explicar. Aparece alguien y de pronto nos trae
una especie de luz que nos hace transparentes, permeables al cariño, hacedores de
ternura, y entonces descubrimos que vemos más allá de lo que pensábamos, que
nuestra vida nos pertenece. Tenemos que vivir guiados por nuestra mirada. Y 
nuestra mirada no es siempre la misma. 

Ahora, convertidos en una imagen de la memoria y en palabras en la

pantalla de un ordenador, nuestras imágenes adquirirán otra tonalidades, a veces

difuminadas, a veces más intensas pero en definitiva serán imágenes ideales. Una

foto, nuestras voces en el teléfono servirán para diluir el poder disgregador de la

distancia. 

Me alegra conocerte, me alegra quererte.

Te doy un beso pensando en ti, retengo tu piel en la mía. ¿ Cómo transmitir

en palabras el amor de un beso, de una caricia, de un abrazo ?

Escríbeme.

Pd. te mando un archivo adjunto con una foto digital. No es muy buena,

pero al menos se me ve. Un beso en tus ojos bailarines.”

          ¿Estaban enamorados? Quién sabe. Para Fromm el apasionamiento inicial


sólo muestra el grado de soledad y no la intensidad del amor. Todos sabemos, o
creemos saber que es el amor, todos sabemos bien lo que es la soledad y tenemos
bastante claro que es un amigo, aunque muchas veces el lenguaje cotidiano nos
confunda y llamemos amigos a simples conocidos. Pueden engañarnos haciéndonos
ver lo que no es, podemos engañarnos viendo lo que queremos ver y hablar de
amor cuando en realidad nos referimos a una relación exclusivamente física. Pero
así como aceptamos sin demasiados reparos el sexo sin amor, nos resulta más
difícil concebir (olvidándonos de Platón) el amor romántico sin sexo.

          La cuestión no es menor en las relaciones afectivas a través de Internet. No


son pocos quienes utilizan la Red como un vehículo para mantener, pantalla
mediante, contactos sexuales construidos con imágenes (fotos, videos en vivo o
pregrabados, dibujos) y palabras (escritas o habladas). Tecno-onanismo para
tiempos de SIDA.  Muchas veces las relaciones nacidas o desarrolladas en la Red
culminan en  encuentros muy reales de los que pueden surgir maravillosas historias
de amor o momentos de espanto aderezados de mucha desilusión.

          El caso de Alicia y Horacio es bastante habitual. Personas que se conocen y

son atravesados por una ráfaga de amor que los une por unos días. Sienten que

uno no puede vivir  sin el otro, pero por diferentes circunstancias se tienen que

separar. Alicia y Horacio como muchas otras parejas, buscaron superar el obstáculo
de la distancia para seguir juntos. En tiempos no muy lejanos – un tiempo que

perdura aún para millones de personas en el mundo – los enamorados se escribían

cartas que tardaban días en llegar y hablar por teléfono era difícil y caro. Hoy las

tarifas telefónicas tienden a bajar y el correo electrónico y el chat permiten

intercambiar mensajes de forma inmediata o casi inmediata.

         El tiempo se acelera creando una engañosa sensación de cercanía que


apenas mitiga el dolor de la ausencia. Se ama a una persona no a una abstracción.
Una persona es cuerpo y espíritu, uno sin el otro no son nada.  “Para el amante el
cuerpo deseado es alma. Por eso le habla con la piel, con el cuerpo.” (Paz
1993:129) Aparecen ante nosotros nuevos interrogantes. Las certezas de antes se
dispersan en el ciberespacio hasta disolverse.

Cuando se habla de las relaciones afectivas surgidas o desarrolladas al


abrigo de Internet, rara vez se piensa que  el medio, en tanto soporte técnico,  no
determina el uso que de él hacen las personas, ningún medio. Niños, adolescentes
y adultos, hombres y mujeres de todas las edades utilizan la Red para comunicarse
con personas a las que muchas veces no conocen físicamente. Muchos de ellos lo
hacen para pasar el rato, otros buscan amigos con los que compartir buenos
momentos y hay quienes están a la búsqueda de un amor con quien crecer. En
lugar de demonizar, de fingir indiferencia o entusiasmarse ciegamente con la
aparición de estas nuevas formas de relacionarse ¿no tenemos que preguntarnos
que representan socialmente?, ¿a qué necesidades, a qué carencias responden?,
¿qué fantasías satisfacen?

Recuerdo que una de las primeras cosas que me llamaron la atención


cuando empecé a usar Internet en la Universidad fue observar las horas que
algunos de los estudiantes - de ciencias políticas y de derecho en su mayoría -
pasaban chateando sin ton ni son. Lo que más me sorprendía era que muchas
veces cuando descubrían a su ciber-interlocutor sentado en la misma sala, una o
dos filas más allá,  en lugar de acercarse para seguir la charla bajo el
irreemplazable calor de miradas y sonrisas,  aunque algo más alborotados,
continuaban comunicándose a través del ordenador.  No son los únicos.

Hay personas que se refugian detrás de la pantalla. Se sienten protegidos de


sus propios miedos y de sus inhibiciones. El otro les resulta hostil, inabordable,
pero rara vez lo dicen, rara vez lo admiten. Intentan esconder sus temores en
razones de todo tipo que terminan hablando de ellos mismos más de lo que
sospechan.

Es el caso de la protagonista de un artículo que leí en el diario “El País” que,


a punto de casarse con alguien que había conocido chateando, comenta que antes
se invertía mucho tiempo y esfuerzo en establecer relaciones sin tener garantizado
el resultado. Con Internet las cosas son diferentes. Inversión, productividad, 
beneficios. ¿Hablábamos de amor? Pensaba que en el amor se busca otra cosa,
pero según explica nuestra futura desposada “ya nadie se fía de esas relaciones
cuerpo a cuerpo en que se puede mentir, fingir de la manera más vil, en que
puedes enmascararte con tu propio yo, (...) En la Red, todo es mucho más sano.
Cuando alguien engaña al otro, sólo lo engaña respecto a quién es, pero no
respecto a quien realmente quiere ser (...)” (Sánchez 2000)
Extraño trastrueque de términos, en donde el querer ser vale más que el
ser.  ¿Será que Internet está operando sobre la sociedad cambios culturales que no
terminamos de avizorar? Querer ser sabio, querer ser cariñoso, querer ser
generoso, querer ser imaginativo, es lo que se valora, basta con el deseo de ser.
No importa que eventualmente detrás sólo haya mentira y engaño y un ser
deleznable.

La Red marca las pulsaciones de la sociedad en la que se desarrolla.

Formamos parte de una civilización constructora de máscaras en la que el ser se

suele confundir con el parecer ser. La suplantación o el fingimiento de la

personalidad es una posibilidad abierta a todo acto comunicativo  Después de todo,

convengamos que no existe sistema de comunicación, desde la palabra hablada

hasta la más sofisticada herramienta de representación digital que no lleve en su

propia naturaleza la posibilidad de la mentira, “si una cosa no puede usarse para

mentir, en ese caso tampoco puede usarse para decir la verdad: en realidad, no

puede usarse para decir nada” (Eco 1981:31).

Identidades desdibujadas, negadas, irreconocidas, vapuleadas, hombres y


mujeres incómodos en su propia piel  viven en un disfraz en donde esconden su
dolor. En vano. Cuando uno más intenta "parecer ser” más padece su propia
existencia y más sufre, dice una amiga conocedora del alma humana. Pero ellos no
lo saben y siguen arreglándose afeites y máscaras.

Solos, cada vez más solos, dando vueltas en la Red, buscando aquello que
no pueden ni saben encontrar en la calle porque desconocen lo que buscan y tienen
mucho miedo. Miedo a ser mirados, miedo a mirar, miedo a ser rechazados y miedo
a amar y a ser amados.  Con ansiedad unos y con jolgorio otros, millones de
personas participan cada noche, cada día en un gran baile de máscaras en Internet,
intercambiando compañía, disfrazados con los más diversos trajes, interpretando
roles estereotipados. Hombres exitosos, ricos, viriles, fuertes, valientes,
inteligentes, sinceros, trabajadores, simpáticos, leales y mujeres hermosas,
delgadas, sensuales, osadas, ardientes, tímidas, recatadas, enamoradizas,
cariñosas, independientes reflejan a aquel que el otro, quien sea, espera
encontrar.  Desinhibidos detrás del teclado y la pantalla, construyen con sus
fantasías una realidad (de ficción) llena de amistad y de amor siempre renovados. 

Son soledades en compañía.  

Entrando en el ciberespacio

La Plaza
          En pocos años Internet ha pasado de ser en el imaginario mediático un

espacio comunitario de comunicación entre las personas, en el que la realización de

Utopía se presentaba como posible, a escenario de estrategias económicas y

políticas de los principales centros de poder.

          Envuelta por promesas y profecías de toda índole la red es el

portaestandarte de una gran operación propagandística promovida por las propias

compañías del sector informático y de telecomunicaciones y por los gobiernos e

instituciones públicas de los países más poderosos del mundo, en la que las

tecnologías digitales y en particular las redes telemáticas aparecen como una

poderosa plataforma de transformación social, portadora de libertad, justicia y

bienestar. 

          Alrededor de las redes telemáticas se ha ido conformando un imaginario

propio hecho de  promesas y predicciones  mediáticas que enmascaran los rasgos

verdaderos del mundo que se nos propone (e impone). Un mundo supuestamente

globalizado,  marcado por la exclusión, la desigualdad, el desamparo, la violencia

social y el fomento del individualismo insolidario.

Quienes tenemos la suerte de estar del “lado acertado” podemos disfrutar

de las ventajas materiales que provee el progreso tecno-industrial. Todos los

demás, los desamparados de la Tierra, que son gran mayoría, quedan afuera del

festín (la mitad de los habitantes del planeta vive con menos de dos dólares

diarios). Para ellos sólo existen palabras altisonantes de promesas que nunca se

cumplirán porque no hay ninguna intención de que se cumplan. 

Para sus más activos propagandistas, Internet es un medio para hacer

dinero, Dios todopoderoso de la globalización. Las proclamas sobre la construcción

de  un mundo mejor son lemas atractivos creados por expertos en mercadotecnia

para asegurar un crecimiento continuo del número de usuarios de la red que

garantice el incremento de las ganancias de los accionistas de las empresas del


sector. Las más activas y valorizadas de una “nueva economía” que se sostiene

fundamentalmente en la vieja práctica de la especulación financiera.

La premisa es Internet para todos. Todos tenemos que estar conectados,

comunicados; todo el tiempo, en todos los lugares y para hacer todo: Para trabajar,

para estudiar, para comprar, para divertirnos, para relacionarnos, para

enamorarnos. El acceso universal a la Red es condición necesaria para alcanzar la

armonía universal que promete la comunicación digital, predican interesadamente

los portadores de la buena nueva digital con el beneplácito entusiasta de empresas

y gobiernos. Atrás, casi en el olvido, quedan los millones de personas que pasan

hambre, carecen de agua potable, de servicios de salud, de vivienda, de

educación... Se les promete, retóricamente y sin demasiada convicción, conexión a

Internet (¿a ellos les interesa?) pero nadie parece preocuparse por mejorar sus

condiciones de vida cotidianas. Se puede entender, al fin y al cabo,  son

improbables clientes de los centros comerciales que se expanden en los confines

dorados de la Tierra.  

Por suerte Internet no es el espacio restringido a los negocios con el que

sueñan algunos de sus más activos y ambiciosos promotores. Es una plaza, en el

sentido cabal del término: un espacio abierto para el encuentro y el  intercambio, 

en el que hay espacios para fiestas y mercadillos,  buhoneros y poetas, para

tramposos y filósofos, para banqueros y enamorados, para policías y soñadores,

para niños y para ancianos, para hombres y mujeres, para ricos y pobres,  un lugar

para compartir. Internet, es, será lo que sus usuarios hagamos de ella. En la Red,

junto a los letreros luminosos de los shopping centers digitales, no es extraño

encontrar propuestas que contribuyen a crear mecanismos de integración

ciudadana de la que surgen novedosas formas de acción política y cultural entre

personas y grupos pertenecientes a distintas comunidades nacionales, étnicas o

religiosas pero con intereses compartidos. Plaza sin territorio físico, la Red es un

espacio simbólico cuyos usos se van conformando a través del tiempo en una
continua pulsión entre las prácticas de los usuarios, el desarrollo tecnológico, las

imposiciones e intereses comerciales y las disposiciones legales presentes o futuras.

Los primeros tanteos

          Millones de personas, empresas y autoridades de distinto rango se han


dejado arrastrar hacia Internet por los cantos de sirena de los tecno-predicadores y
sus canales de propaganda,  pero también otros tantos millones se han conectado
por primera vez inducidas por el halo de progreso, cultura y libertad creado
alrededor de la Red. Un prestigio bien ganado que el abuso propagandístico y la
excesiva comercialización, la institucionalización y la rutina de los servicios de la
Web ponen en peligro.  Para ello utilizarán las diferentes herramientas que Internet
les ofrece: correo electrónico, chat y sitios de contacto en la World Wide Web. Caso
aparte son quienes,  como mi amiga Alicia, indiferentes al alboroto formado a su
alrededor se han acercado a la red sencillamente para  mantenerse comunicados
con personas queridas de un modo sencillo, efectivo y barato.

Son numerosos, los que una vez dentro, terminan deambulando por la Red

sin saber muy bien que hacer. Nadie se ha preocupado en enseñarles a utilizar las

diferentes posibilidades que ofrecen los navegadores ni a moverse en medio de la

maraña de contenidos que se pueden encontrar en la Web.  Los neófitos tienden a

refugiarse en los portales más renombrados, buscando señales conocidas que les

permitan guiarse en el inabarcable ciberspacio. Allí muchos no tardan en caer en la

tentación del chat de texto, un servicio que ofrecen la mayor parte de los portales,

conocedores del atractivo que este modo de comunicación ejerce sobre los recién

llegados.

Muchos (y muchas) establecen muy pronto “charlas” de contenido sexual

que se alimentan de sus fantasías, proyecciones y carencias, y son legión los

hombres (y mujeres, aunque en menor número) que alimentan sus desvelos

eróticos en los sitios porno que abundan en la Web. Los más osados y osadas –

¿desinhibidos? ¿ávidos? ¿desesperados? - no tardan en lanzarse a través del chat a

la búsqueda de pareja con la que retozar en una cama - una relación casi siempre

fugaz hecha de sexo y, a menudo, mucha desolación.   Hay quienes buscan un

amor  verdadero y se apartan un momento del chat para inscribirse a alguno de los

servicios de contacto que ofrecen muchos portales,  y empiezan a cartearse  por


email con desconocidos de los que sólo conocen lo que ellos y ellas dicen y

muestran de sí mismos.

Doblemente engañoso modo de mirarse en el espejo de la bruja, pues

permite disponer de tiempo para todos los afeites, lejos de la improvisación que

impone la inmediatez del chat, una forma de comunicación similar al teléfono que

requiere la participación simultánea (on line) de los  interlocutores.

Las características de uso del chat obligan a escribir rápido y en frases

cortas para agilizar la comunicación. Muchas veces sucede que mientras uno de los

interlocutores está escribiendo un párrafo un poco más largo de lo habitual, el otro

inicia una nueva línea de diálogo, lo cual lleva a un cruce de mensajes sobre

cuestiones no siempre directamente asociadas. De este modo, resulta una

comunicación fragmentada que conduce en demasiadas ocasiones a la

superficialidad o directamente a la nadería.

El chat, en sus diferentes modalidades, ejerce un enorme atractivo, en

especial en jóvenes y adolescentes, pero no en todos. No es extraño encontrar

personas que comienzan a chatear llevadas por la curiosidad y que, tras el

entusiasmo inicial, no tardan en aburrirse. Algunos dejan de usar el chat, otros

empiezan a hacerlo con menor frecuencia e intensidad, o  lo utilizan como un medio

suplementario para comunicarse con amigos. Estos últimos casi siempre abandona

los servicios de chat convencional y emigran hacia algún servicio de mensajería

instantánea.

          En la Casa de Oficios unos cuantos chicos fueron atravesando estas distintas

etapas.  Liz era una de mis alumnas más capaces y también una de las más críticas

con el desarrollo del curso. Tenía un cuerpo de formas generosas, temperamento

fuerte y un malhumor casi perpetuo que hacía que en su cara dominara un rictus de

fastidio que escondía su potencial belleza. Rara, muy rara vez sonreía. No sé si
alguna vez la vi reír, aunque tomándola con humor podía llegar a resultar graciosa.

Su relación con el chat era ambivalente.

         “Empecé a hacer chat aquí porque me aburría. Ahora no me divierte tanto. Al

principio me gustaba por la novedad, por nada más, porque las conversaciones no

son muy profundas  Todo el mundo dice lo mismo y todo el mundo pregunta lo

mismo. Entro con otro nombre. Nunca describo como soy pero sí digo mi  edad.

Pienso que la gente con la que  hablo inventa lo que dice. Me parece muy extraño

que haya tantas personas de 25 años que sean empresarios.

Siempre me tratan de ligar. Casi nunca hablo con gente de Barcelona para que

no me pidan de quedar. Los tíos se ponen muy pesados. Todos tratan de quedar,

pero si son de otras provincias no insisten tanto.

La gente del chat solo sabe de mí  que tengo un perro y que tengo 21 años.
Nunca hablo de mis cosas. Con mis amigos es diferente, los veo cada día. No me
gusta que la gente conozca  mi vida. Si yo los conozco y quiero contársela,
bueno. En el chat no te puedes confiar. Aquí en clase ha habido el rollo de uno
que se hacía pasar por otro usando su clave. Si yo le cuento a alguien algo
creyendo que es fulanito o menganito y en realidad es Paco no me haría ninguna
gracia. No me gusta que ese tipo de  gente  sepa nada sobre mi vida. De todos
modos el chat está bien. Un amigo mío se ha sacado una novia del chat. Quería
encontrar novia y entonces fue quedando con todas las chicas que podía hasta
que al final encontró una a su gusto. Hay gente para todo. Es una chica
jovencita, un poco tontilla ... es tonta.. Pobrecita, cada una tiene que ser como
es”.

El chat, que nació en el intercambio de mensajes entre diferentes grupos  de

investigación universitaria en los primeros años de Arpanet – la red de origen

científico militar creada en 1969 de la que germinó la actual Internet-, funciona a

través de diferentes protocolos y programas. Actualmente la forma más extendida

de acceso a un chat de texto entre los principiantes es a través de la Web (web-

chat). Para acceder a un web-chat basta con entrar en las páginas principales de

alguno de los portales más visitados. Todos ofrecen áreas dedicadas al chat.

Además existen redes específicas como IRC (Internet Relay Chat) que fue creada

en 1980 que requiere programas específicos denominados clientes de chat (el más

utilizado es el mIRC) y programas de mensajería instantánea y chat que ofrecen la


posibilidad de crear listas de personas con las que se desea mantenerse

comunicado a través de la Red. El más popular de estos programas es el  ICQ

(aproximadamente 100 millones de usuarios en mayo de 2001), un programa de

origen israelí creado en 1996, que permite saber en todo momento que miembros

de la lista están conectados y dispuestos a intercambiar mensajes, lo cual facilita el

contacto continuo entre conocidos y amigos. Existen otros programas de

mensajería automática como, por ejemplo, el MSN Messenger de Microsoft, mucho

menos utilizado que el ICQ.   El IRC y las  mensajerías  automáticas permiten

grabar las “conversaciones” en archivos de texto, lo cual no es posible en los web-

chats.

“ No me acuerdo como empecé, ni porqué. La primera vez que chatée fue

en Río Negro, antes de venir a estudiar a Buenos Aires. Hará cinco, seis años.

Empecé con IRC a través de Telnet, con pantalla negra y letras rojas, nada que ver

con los chats que ofrecen hoy los portales. Era difícil mantener una conversación

porque todo el tiempo entraba y salía gente, y otros  hablaban de cosas que yo no

entendía. No había ninguna posibilidad de mantener conversaciones privadas”.

Débora es una periodista joven que combina el ejercicio de su profesión con la

preparación de un profesorado en gimnasia rítmica. Tiene veintítres años y es de

una pequeña ciudad de la provincia patagónica de Río Negro dedicada al cultivo de

manzanas. En Buenos Aires vive con su abuela en uno de los barrios más elegantes

de la ciudad.

 “La primera vez que usé un chat en la web no podía creer que hubiera

estado chateando tanto tiempo con el IRC. Era tan frío... Los chats de ahora

ofrecen  más posibilidades para expresar los sentimientos gracias a las caritas... los

emoticones. Son mucho más visuales, más entretenidos y se puede charlar en

privado, lo que no se podía hacer en el IRC por Telnet. Además mientras chateas

tienes la posibilidad de navegar y hacer otras cosas a la vez. No tienes que

dedicarte exclusivamente al chat. De todos modos ahora no uso los chats de los
portales, no me interesan, son un lío de gente. Al principio me divertían porque

tenía que ir descubriendo sola las diferentes funciones, pero las conversaciones

eran frívolas,  no me  reportaban nada. Ahora sólo uso el ICQ. Más que nada me

conecto con gente conocida. La ventaja que tiene es que es una mensajería

privada. No necesitas coincidir en una pantalla con cincuenta personas al mismo

tiempo en donde  cuando empiezas a mandar privados tus mensajes aparecen en la

pantalla entremezclados con los mensajes del chat público. En el ICQ la

comunicación es de persona a persona, y punto. Uno elige a quien quiere tener en

línea. Además, si quieres, puedes conocer gente nueva buscando en las páginas

blancas, que es un directorio con datos de los usuarios del programa. Cuando

entras por primera vez en el ICQ hay  que rellenar un  formulario. En realidad es

voluntario, no todos lo llenan, pero viene bien. Puedes buscar a la gente por edad ,

por sexo, por nacionalidad, por aficiones,  o simplemente puedes contactar con

alguien porque te gustó su apodo.”

          Las comunicaciones a través del chat  pueden ser públicas o privadas, entre

dos o más interlocutores, profesionales o informales. Las opciones son diversas. En

los web-chat y en el IRC existen canales (channels) o salas (rooms) destinados a

distintos segmentos de edad, desde niños hasta adultos de más de 40 ó 50 años.

Hay canales dedicados a todo tipo de temas. Al arte, a la música, a la poesía, y

también al deporte, a los chistes, o al amor, tema que aparece muchas veces

entremezclado, confundido con el sexo, un sexo en el que la identidad y sobre todo

los sentimientos de la pareja ocasional no cuentan demasiado.

         

          Máscaras y  sexo en Internet: primera aproximación  

Montse, una chica de veinte años a la que entrevisté en Barcelona y que

gustaba de buscar compañero de cama a través de Internet, afirmaba que “el amor

está pasando a ser un amor individual hacia uno mismo, a lo que a cada uno le
gusta, o le mueve, aunque que sea por instinto. Se da el amor y el disfrute sexual,

pero cuando se está realizando el acto sexual lo que existe es un amor hacia uno.

Antes no, el amor tenía que ser compartido y si la persona con la que estabas no te

amaba no disfrutabas. Ahora da igual si el otro está disfrutando o no, tú disfrutas,

tú estas amando.

         Dramática tergiversación del amor que refleja el narcisismo exacerbado que

se expande entre nosotros y que  parece conducirnos hacia un mundo sin amor.

Sin embargo, prefiero tener una mirada optimista y pensar que el amor, concebido

como una relación en la se recibe dando y se da recibiendo, es el motor que sigue

moviendo a montones de personas  y que para muchos de quienes no lo tienen su

búsqueda constituye una razón importante de su vida.

         Los publicistas conocen bien la fuerza de todo esto, tanto como para

convertir el “amor” en un importante argumento de venta.  “Entra en el reino del

amor, busca a tu alma gemela y enamórate locamente” sugiere con elocuencia la

presentación de un canal de chat de un portal de renombre. El tema está ahí, en el

aire. “No es justamente en un chat donde vas a encontrar el amor de tu vida”

responde un anuncio de una conocida marca de coches,  publicado en los diarios de

Buenos Aires durante enero de 2001. La aplastante banalidad que impone la lógica

de mercado que todo lo inunda.

         Quizás, como dice el anuncio, chatear no sea el mejor modo de encontrar el

amor, pero para quienes ansían amar y ser amados todos los caminos son válidos.

¿Incluso comprarse un coche?  Pero el chat también puede ser una vía para

alejarse del ser amado, o al menos de la pareja con la que se está más o menos

comprometido; que de eso se habla bastante, de mujeres y hombres que se sienten

engañados cuando sus parejas mantienen relaciones continuadas a través de

Internet. Una ambivalente, desconcertante sensación de celos, alimentada por la

existencia inquietante de ese “alguien” sin rostro que espera detrás de la pantalla.
Y aunque la pantalla impide todo contacto físico, la separación es muchas veces

temporal, pues más de una vez aquello que empieza como un simple escarceo de

insinuaciones, promesas vagas y procacidades  termina en un encuentro carnal,

que no de almas (salvo excepciones, claro está).

         Los casos se repiten, algunos aparecen como historias recurrentes, leyendas

urbanas alimentadas por artículos en la prensa o programas de televisión. Los

relatos de este tipo ocupan parte de los mitos que rodean a la Red, y ejercen

verdadera fascinación sobre algunos de los recién llegados. Atraídos por cierta

sensación de vértigo entremezclada con la diversión de la osadía no tardan en

establecer relaciones eróticas en la red desafiando el compromiso de fidelidad que

(en principio) implica toda relación de pareja, sea noviazgo o convivencia marital,

buscando aquello que por un motivo u otro sienten que les falta.  

         Pedro y Maite no se conocían antes de entrar en la Casa de Oficios y nadie,

al conocerlos, podía llegar a pensar que tuvieran una relación tan cercana como la

que establecieron. Pedro tendría cerca de veinticinco años y era músico. De

carácter desenvuelto, delgado, de pelo largo y gafas, reunía muchas de las

características que dibujan al estereotipo  de “progre” o alternativo. Ella era más

joven, de cuerpo poco grácil , de aparentes pocas luces y escaso encanto. Una

chica de tonos grisáceos. Cuando empezaron el curso, el chat era para ellos un

desconocido que les despertaba intriga.

         Curiosamente,  Pedro no se cansaba de repetir que él no chateaba, aunque

por lo que me contó se conectaba prácticamente  todos los días. 

-          Yo entro en lugar ella,  ehh!!!  De hecho, no me he conectado nunca solo.  Si

Maite  no viene a clase yo no me conecto. No me verás nunca haciendo chat.

Ella se conecta y como yo escribo mejor, le ayudo un poco a desenvolverse en

la conversación ... – Maite, al escucharlo, se reía.


-          A mí, en cambio, me encanta el chat – puntualizó ella.  

-          Yo llevo la conversación al punto al que ella quiere llegar.  Me presento con

otra edad, cambio la personalidad, digo que soy mujer. Escribo como si fuera

mujer. Escribo en lugar de ella. En el chat tengo distintas personalidades, pero

todas hacen referencia a una personalidad en concreto.- Sobre esto,

seguramente tendrán bastante que decir los seguidores de Freud y otros

estudiosos de la personalidad humana y sus intricados caminos. 

-          ¿ Quién construye esa personalidad?

-          ¡¡ Ella,  ella ¡! – contestó Pedro en medio de las risas de Maite – Yo  la fui

elaborando, desarrollándola, haciéndola más intensa. Los nombres que usamos 

son Teresita u Osita. Teresita es una chica cariñosa, muy dulce – esto último lo

dijeron los dos al mismo tiempo – que está buscando una especie de príncipe

azul – concluyó él.

-          ¿Tú no eres así?

-          ¿Yo? – ella pareció extrañarse de mi pregunta.

-          ¿No eres dulce?

-          Bueno sí, pero...

-          ¿Buscas un príncipe azul?

-          No, ya tengo uno – De ahí no conseguí que pasara. Cuando le pregunté el

porque de su personaje,  Pedro salió en su auxilio dándome más detalles acerca

de su participación.

-          Escribo en su nombre, pero cuando la cosa llega a buen puerto yo ya no

escribo más. Sólo hago los primeros contactos.


-          ¿Qué quiere decir que la conversación llega a buen puerto?

-          Que hemos hecho amistad. Al principio, ante este personaje dulce y romántico

los chicos responden como si fueran el chico ideal: dulce, romántico, cariñoso; 

pero a medida que la conversación va transcurriendo, que pasan los días, 

empiezan a soltar amarras – mientras Pedro me contaba esto, Maite no podía

dejar de reírse con una risa nerviosa y contenida-  y entonces las palabras

tiernas y románticas  dejan paso a las obscenidades.

-          ¿Qué haces cuando llegan a ese punto?

-          Lo dejamos – contestaron a dúo.

-          ¿Ah sí?

-          A veces sí –  Intercambiamos miradas y nos reímos los tres.

-          ¿Qué es lo que hace que a veces sigas? ¿Qué es lo que te atrae de ellos?

-          La manera que tienen  de escribir.  Cuanto más osado es, menos sigo.

-          ¿Alguna vez has quedado personalmente con alguno de ellos?.

-          Sí.

-          En ese momento deja de ser un juego virtual. – comenté como para mí - ¿Qué

sucede con los que quedas?

-          Nada. Vamos a tomar algo y ya está. Seguimos siendo amigos.

-          ¿Les cuentas que tienes novio?


-          Hombre, sí que lo digo. En realidad, por ahora, sólo conocí a dos. Ellos trataron

de ser más que amigos, así que lo dejamos – En este punto Pedro volvió a

entrar en la conversación.

-          En el chat  intentas suplir en otra persona las carencias que encuentras en tu

pareja. En el  amante virtual buscas a alguien que te ofrezca cosas que no

puede hacer un amante físico. Quizás me equivoco.  Para mí escribir para ella

es como hacer literatura. Es como si mis sentimientos se convirtieran en los de

una mujer que quiere ser bella. En general no miento, pero si en el chat la

ocasión requiere mentir o contar una historia fantástica, ahí estoy, dispuesto a

escribir lo que sea. Me considero a mí mismo como un animador social, un

animador virtual.  A veces pienso que debería haber cursos para  formar gente

que anime foros y chats.

-          ¿Ella te cuenta sus sentimientos o tú  improvisas?

-          A veces me los cuenta, a veces improviso. Eso sí, antes de enviar algo  le

pregunto si está de acuerdo con lo que he escrito, si se ajusta a sus

pensamientos. Si se ajusta, p’adelante;  si no le gusta,  no lo envío. Ella es la

que compone las historias y yo soy el que las redacto. Tengo que decir que

nunca me he conectado solo a un chat,  nunca, nunca. A principio de curso

entramos en el juego este y aquí estamos.

-          ¿Nunca nadie se dio cuenta que eras un hombre?

-          ¡Qué va! – intervino aquí Maite

-          Nunca – afirmó con serenidad él. ¿Qué diría sobre esto Paco, que se mostraba

tan seguro de poder detectar siempre si su interlocutor era hombre o mujer,

cualquiera sea la máscara que utilice?


-          ¿Cuándo quedas personalmente con alguien a través del chat, qué esperas

encontrar?

-          Una amistad, nada más. Apenas los veo les digo que tengo novio. Uso la idea

romántica porque así encuentro más amistades. Mi novio no sabe nada de esto

del chat.

         Poco después de esta charla, Maite le contó al novio el tipo de relaciones que

mantenía a través del chat. Él no reaccionó bien. Enfadado la puso ante una

disyuntiva:  “El chat o yo”, le planteó.  Ella prometió que dejaría de chatear. 

Durante un par o tres de semanas cumplió con su palabra. Su noviazgo se afianzó

y él le propuso casamiento. Ella aceptó,  aunque en esos mismos días, olvidando su

promesa, había recomenzado sus incursiones en los chats.

         Una mañana llevada por el aburrimiento y la curiosidad y con ganas de

romper con la monotonía cotidiana, se citó con uno de sus “amigos virtuales”. Por

lo visto, todo resultó diferente a sus anteriores encuentros y,  ya en esa primera

mañana, terminaron compartiendo intensos juegos carnales que no se equivocó en

confundir con el amor. Esa noche y las siguientes su nuevo compañero de cama  la

invitó a cenar a restaurantes caros y le hizo regalos que ella, con gusto, aceptó sin

por ello sentir que estaba ante su buscado príncipe azul. A partir de entonces fue 

acumulando amantes y regalos, mientras continuaba con los preparativos de su

boda, que su novio, ignorante todavía de los enredos de su amada, deseaba

inmediata. Pero la situación no se aguantaba y así es como no tardo él en

enterarse de las infidelidades de su prometida, a la que despidió con un

contundente e injurioso “Yo no me caso con la puta de Internet”.

         De esta historia que conocí de cerca no debemos sacar más conclusiones que

las que hacen referencia a los casos particulares de Maite, de su novio, a quien sin

duda ella no amaba, y de Pedro, el vértice quizás más perverso de esta curiosa

figura de lados múltiples y abiertos. Ellos no son símbolos sino personas. E Internet
fue el catalizador gracias al cual pudieron expresar, liberar rasgos de su

personalidad que quizás desconocían. Para Maite el chat pudo significar la

oportunidad de estar con hombres que de algún modo le sirvieron para satisfacer

fantasías y deseos que sin duda la perseguían. Para Pedro fue la oportunidad de

asumir, sin culpa ni temores, un rol femenino, sin por ello sentir que ponía en

cuestión su  virilidad. Para él una comparsa de máscaras hechas de palabras, para

ella un camino para descubrir otros cuerpos, otras sexualidades, y quizás también

la suya.

        

         Acerca de la importancia de la escritura

         Maite, sin  Pedro, se sentía muy insegura para participar activamente en un

chat debido a sus dificultades para expresarse por escrito. Fue él, su facilidad de

redacción y su disponibilidad a iniciar y proseguir el juego, quien la animó a crear y

a asumir su personaje, permitiéndole de este modo, sea cual fuere la consideración

moral que su experiencia merezca,  iniciar una vida diferente.

         La función del lenguaje escrito en la Red ha sido y es motivo de debate. Para

algunos representa una oportunidad para la revalorización de la palabra en plena

civilización de la imagen, para otros, por el contrario, el uso de Internet empobrece

el lenguaje verbal y amenaza el acceso al conocimiento,  y hay también quienes

hablan de una reformulación de la escritura a partir de la fragmentación que

imponen la economía de signos, el hipertexto y la interactividad. Discusión abierta

que dejo en manos de lingüistas y otros expertos de la lengua,  sin por ello dejar de

pensar que para quien bien domine la técnica de la escritura comunicarse

eficazmente a través de este medio le resulta más sencillo que a quienes tienen

dificultades en esta suerte, pues para moverse con soltura en el ciberespacio es

menester dominar el arte de la lecto-escritura. Conveniente es manejarse con


pericia no sólo en el propio idioma sino también en el omnipresente inglés, casi

imprescindible en la Web.          

         Tras los primeros pasos en Internet,  navegando a la deriva por la Web,

tanteando diferentes chats y empezando a usar el email sin saber todavía muy bien

como funciona, cada nuevo internauta empieza a hacerse una composición de

lugar. Se da cuenta lo difícil que resulta tantas veces encontrar lo que está

buscando, descubre los chats que valen la pena y los que le resultan una perdida

de tiempo, y asume el tiempo que necesita para leer y contestar los numerosos

emails que recibe cada día. Si le pone ganas (mucho mejor, si tiene un amigo que

le ayude), no tardará en dominar las claves básicas para desenvolverse en la Red.

Se apuntará en varias listas de correo que le proporcionarán cada día información

que le interesa, hasta desbordarlo. Participará en foros de debate sobre los más

variados temas y escribirá seguido a amigos, parientes y conocidos, que en muchas

ocasiones sólo conocerá a través de la red. En el trabajo, si su profesión se lo

permite, tenderá a usar cada vez más el email. Recibirá decenas de mensajes en

cadena, publicidades no solicitadas (práctica conocida como spam) y presumibles

virus escondidos detrás de atractivos anuncios y promesas que lo mantendrán

siempre alerta. Archivará, muchas veces sin razón alguna que lo justifique, los

mensajes leídos y enviados que alcanzarán a ser miles. En su buzón electrónico se

acumularán cartas electrónicas sin contestar y otras sin leer que de tanto en tanto

revisará intentando ponerse al día. Con algo de inquietud, alguna vez abrirá

mensajes de remitentes desconocidos que, por misteriosa razón, muchas veces

además llegan vacíos. En ciertas ocasiones, un poco enojado,  los contestará. 

         Así, al menos, actué yo una vez.

         Hace unos cuantos meses recibí un email vacío firmado con un extraño

nombre de evocación escandinava. Molesto, lo reenvié al remitente quien

sorpresivamente me contestó preguntándome quien era. 


         “Lo mismo me pregunto yo acerca tuyo. No recuerdo haberte escrito. Sin

duda

se trata de una travesura de la red que de este modo nos ha puesto

ocasionalmente en contacto!” le contesté. A veces resulta interesante tratar de

desvelar quien hay detrás de la pantalla, quienes somos nosotros delante de la

pantalla.

         “Bueno, entonces me quedo mas tranquila, pensé que era algún fallo de mi

memoria. Espero que sigas bien, un beso.  Yo, tu amiga de toda la vida”.  Su forma

de despedirse  alimentó mi curiosidad. Volví a escribirle.

         “En el camino te cruzas con muchas personas y rara vez detienes la mirada

en

alguien. Hay quienes creen en la reencarnación y hay quienes descreemos,

pero como toda creencia, mi descreimiento es refutable. Mi memoria tampoco

te recordaba. ¿En qué lugar, en qué ciudad lees este mensaje? Un beso.”

         “Me sorprendió que contestaras, en realidad me sorprende que esté

escribiéndote cuando no sé  quien sos,  cuando en realidad  cuando abrí ese mail

vacío, puteé y me pregunté  porqué carajo tengo que recibir mails de gente que ni

conozco, forwards que me

importan poco o nada, y ese tipo de cosas. Pero me  intrigó y acá estoy. Leo esto

en Buenos Aires, ¿Y vos?? Un beso”.

         “En Buenos Aires también. Intrigado, como vos, por estar escribiéndote.

Los caminos pasan más cerca de lo que a veces uno imagina. Los pasillos del

ciberespacio son amplios e intrincados, uno aparece y desaparece sin dejar

indicios.  Ojalá siga sintiendo tu presencia invisible, casi onírica”.

       Era la primera vez que, salvo por cuestiones profesionales,  me escribía con

alguien a quien no conocía. Nunca le oculté mi nombre ni tampoco a que me


dedicaba. Ella estudiaba derecho. Seguramente era muy joven. Nunca alcancé a

saber si el extraño nombre que usaba era realmente el suyo. Nos escribimos una o

dos veces más, cuando le dije mi edad no me volvió a escribir. Me faltó una

máscara adecuada . ¿Tenía algún sentido ponerme una?  

       Sobre el poder de seducción de la palabra escrita pueden testimoniar

generaciones enteras de mujeres y hombres enamorados,  ricos y pobres, cultos o

iletrados. Al calor de poemas y cartas de amor han crecido pasiones memorables y

amores anónimos. Verbos floridos palpitando en el pecho de los amantes, siempre

aguardando una nueva carta, un nuevo verso. La ansiedad de la espera, el palpitar

del corazón agitado al abrir el sobre,  el rugor del papel perfumado,  la emoción y

la intensidad de cada palabra reflejada en el trazo, de todo esto y de algunas otras

cosas estaban hechos los languidecientes romances epistolares de antes de

Internet.

       El correo electrónico disminuyó el tiempo de recepción de las cartas a su

mínima expresión, pero difícilmente revisar el buzón electrónico consiga provocar

una sensación equiparable a la que produce rasgar un sobre de papel al abrir la

carta de un ser amado. La pantalla es insípida y fría.  Los textos escritos con la

computadora carecen de la emoción del trazo, lo cual impide que se reproduzca la

intensa, ambivalente sensación de proximidad y extrañamiento que puede provocar

una carta manuscrita. Para paliar esta limitación del correo electrónico algunos

internautas  usan emoticones, esos sencillos monigotes nacidos de la combinación

de signos de puntuación creados para expresar estados de ánimo en los mensajes

de texto en Internet. 

Resulta curioso pensar acerca de los sentimientos que puede despertar la

lectura de cartas de amor escritas por escribidores, honorables profesionales que,

al igual que Pedro con Maite, se ocupan de escribir para otros cartas manuscritas y

mensajes de todo tipo y estilo.  Su letra y sus palabras ocupando la voz, la


emoción, de quienes necesitan de sus servicios. Cartas en un estilo elocuente,

escritas con buena letra y sin faltas de ortografía, como mandan los buenos

manuales sobre la cuestión, que facilitan un repertorio de ideas para quienes saben

escribir pero no dominan las reglas de la sintaxis (o, simplemente, no tienen

imaginación). Textos formulados siguiendo modelos preestablecidos, pretendiendo

expresar aquello único, irrepetible que cada amante tiene para su ser amado.

Si un hombre desea declarar su amor a una mujer que puede corresponder

a su cariño el escribidor, siguiendo los consejos de un manual,  sabe que tiene que

escribir algo parecido a esto:

          “Mi adorada (aquí el nombre).

          ¡Cómo se ha deslizado nuestra amistad!...¡Qué lentamente hemos avanzado

en el camino de nuestro cariño!.. Pero ya no puedo silenciar por más tiempo el

afecto que me inspiras, ya no puedo callar más mis sentimientos, estoy enamorado

de ti, tú lo sabes y he de decírtelo. Por la noche al quedarme solo, veo en todas

partes la sugestiva mirada de tus ojos, la esbeltez de tu figura, el atractivo de tus

labios cuando hablan y sonríen y me imagino lo bellos y hermosos que serán el día

que esos labios me digan que me quieren y son felices junto a mí. ¿Me querrás,

nena mía? ¿Seremos dichosos? (...) Si a mi amor estás predispuesta, soy yo el

encargado de que seamos dichosos, porque la intensidad de mi pasión vencerá tus

naturales resquemores de muchacha joven y tímida. (...)” (Olariaga 1959)

          ¿Empalagoso? Siempre existe el riesgo que el modelo utilizado por los
escribidores, que acostumbran a ser personas con muchas decenas de años en sus
manos, resulte un poco anacrónico. Por razones ajenas a él, la forma de
relacionarse entre hombres y mujeres, al menos en su apariencia exterior,  ha ido
cambiando y no siempre los manuales se renuevan.

          Pero ¿existen modelos para el amor, universalmente válidos? Algunos


arquetipos, más allá de la forma, del lenguaje en que se expresan, permanecen
inamovibles a través de los años. ¿Somos tan previsibles? 

          Estamos condicionados por la cultura a la que pertenecemos, a los duendes


saltarines y a los fantasmas que heredamos. Y a veces nos juegan malas pasadas
que hacen que resultemos un poco repetitivos. Pero cuando amamos de verdad,
cuando nuestra piel se funde en la piel de un ser amado haciendo de dos uno y de
uno dos, sentimos algo  irrepetible  y único.

          Iniciar una relación intensa a través del email no ayuda al amor. Sólo
alimenta el deseo.

          Alicia y Horacio se escribieron mucho. Abrían el correo electrónico varias


veces al día esperando un nuevo mensaje del otro. No les bastaba con recibir un
mensaje por día. Necesitaban más. Pero ni mil millones de emails hubieran sido
suficientes para colmarlos. Necesitaban sus cuerpos. E Internet ni siquiera les podía
dar los trazos de un gesto que ofrece una carta manuscrita.

          Al principio Alicia tuvo algunos problemas con el uso de su programa de


correo electrónico.
“Alicia amor: tus dos últimos mensajes llegaron sin nada escrito. En el primero
mandaste de vuelta mi carta de ayer y este  último está  completamente vacío.
Lo único que tienes que hacer es pulsar donde pone “nuevo mensaje” y después
escribir en donde pone "para" o "to" la dirección a la que mandas el mensaje,
escribes el texto de tu mensaje y cuando termines aprietas "enviar" o "send".
Recién entonces te conectas a Internet. Puedes escribir sin estar conectada, sino
te va a resultar muy caro por el coste del teléfono.
Espero que mis instrucciones sirvan para facilitarte las cosas.  Hay más cosas
pero esto es lo básico. Cada programa de email tiene características diferentes.
Si sigues  teniendo problemas escríbeme diciéndome que  programa  tienes.

Un beso grandote”

Alicia, siempre que podía, contestaba los mensajes de Horacio el mismo día

en que los recibía. Así fue durante semanas, durante meses.  

“Respuesta con ganas de llegar.

Me imagino cuánto te reirás con mis torpezas informáticas. Todo esto me

divierte mucho aunque me deja exhausta. Aprieto veinte o treinta botones a tontas

y a locas y luego bajo desolada hacia mi cuarto.

La verdad es que hoy no tuve un buen día, aunque no fue malo del todo. El título
de mi mail anterior "Qué difícil es" no se refiere sólo al correo sino que tiene
connotaciones más metafísicas.

Ayer hubo gente cenando en casa. Gente que quiero y valoro, pero se

quedaron hasta muy tarde y yo me sentía algo mal y cansada.  Me decías que

comenzaste bien tu trabajo y me encanta. Yo también estoy disfrutando del mío,

aunque reconozco que todavía siento algo de angustia porque como te dije, me
cuesta acomodarme a mi nueva realidad económica y llego a fin de mes justo, justo

con lo justo. Debería conseguir vender un cuadro cada tanto y tener cinco o seis

alumnos más para estar cómoda. Pero es difícil, las cosas acá están muy paradas.

Horacio ojalá que mi cariño (no me atrevo todavía a decir amor) sea como un

colchoncito que te da tibieza. Aquí estoy, para cualquier cosa. Escribime. Me

encanta sentarme y encontrar tus mensajes.

Besos, besos, besos... Alicia”.

         Al día siguiente utilizó un tono un poco más íntimo.

“Hola:  Aquí, hoy hace un día de sol primaveral y Mariana, una amiga , me

propone ir juntas al Parque japonés para ver florecer las azaleas. Tengo una

debilidad por las flores y ese lugar es casi un paraíso: miles y miles de azaleas

florecidas rojas, blancas, rosadas. Si Dios existe, seguramente está allí. Bueno

dulzura, te abrazo y te beso muchas veces. Escribime, contame si recibiste mi

email de ayer. Tengo dudas con la máquina todo el tiempo, pero la venceré a

fuerza de empecinamiento. Hoy estoy mejor que ayer, que estaba más o menos

marchita. Te quiero.  Alicia”

         La respuesta de Horacio revelaba su deseo de estar con ella, lo doloroso que
le resultaba la distancia

“¿Cómo está la pintora de mis sueños? Hace un calor sofocante, desértico, y

te extraño. Hace dos días que no pongo nuestro disco. Una semana desde que

llegué de Buenos Aires. Una eternidad. Los días pasan cansinos y a la vez

expectantes, como esperando que surja algo, algo definitivo.

No son buenas las noches de inquietud cuando uno está solo. A lo lejos
surges tú, estás riendo. Te abrazo. Nos besamos suavemente, con ternura honda.
Respiro. Te sonrío. Te quiero. Te doy un beso grandote, grandote”

Esa noche hablaron por teléfono.


“Buen día  hermosa.  Tu llamada me alegró los sueños. Oír tu voz cálida fue

como recibir la ternura de caricias antes de dormir.  Maravilloso aparato el teléfono

que permite sentir la cercanía en la distancia. Algún día pasearemos juntos por

Palermo.

No es casual que seas una pintora de tan sutil sensibilidad. Ayer no andaba
del todo bien. Pero fue transitorio.  Que hoy sea para ti  un día pleno.

Un beso que apenas roza tus labios. Horacio”

El email no siempre resulta tan fácil de usar como sugiere la propaganda.

Durante esos días algunas de las cartas de Alicia y de Horacio se perdieron en el

ciberespacio y otras se retrasaron y llegaron a destiempo. Posibilidades que no

debe dejar de considerar todo aquel que quiera mantener un romance por email

pues, no pocas veces, circunstancias como estas son motivo de desagradables

malentendidos. No muy diferentes, por cierto, a los retrasos y perdidas de cartas

que pueden darse en  las relaciones epistolares por correo. En esos días Alicia se

mostraba intranquila por su relación con el  ordenador.

“Horacio, esta máquina me volverá loca. Ayer hice tanto lío que hoy
recibí de nuevo  todos tus mensajes. En mi desesperación por parar esos
mensajes infinitos decidí borrarlos (ya escuchaste algo de mi compulsión
por tirar todo). El problema no es que no sólo destruí mensajes que ya
imprimí, sino que también mandé al vacío un mensaje nuevo tuyo, de hoy,
viernes. Llegué a leer e imprimir el del tantra pero no el otro, donde, creo,
me hablabas de mi llamada de ayer. ¡Por favor, si lo tenés guardado,  volvé
a mandármelo lo antes posible porque si no voy a enloquecer de odio a mí
misma!”

Aparentemente las cosas se empezaron a solucionar ese mismo día.

“Recibí el totem  tántrico que me mandaste. Me encantó. También el mensaje 


post llamada mía. Pasó de todo en mi máquina. Se nota que hice un buen lío, a
tal punto que todos tus mensajes fueron vueltos a enviar por mí misma a mí
misma. Pero ya lo lograré. Me divierto mucho, salvo cuando, como esta mañana,
fue imposible responderte. Fue tal mi ataque ante la avalancha de mensajes que
ya había recibido que decidí eliminar los viejos. Entre lo que mandaste hay una
carta dirigida a una mujer que supuestamente te dijo alguna vez "No nos
conocemos nada". Como yo nunca te dije eso, y por otros datos que me resultan
ajenos enseguida pensé :  pero, esto no es para mí, Horacio dejo  escapar una
carta que  envió por mail a alguna de sus enamoradas de otro tiempo y - esas
son las locuras de estos aparatos malignos- apareció por aquí, en un sitio
equivocado.
Sigo después. Un beso.” 

Malentendidos

Los saltos involuntarios del ratón, aunque fáciles de controlar, son un peligro

siempre presente en los tecno-romances. Después de este incidente nimio, sin

aparentes consecuencias, la relación pareció estabilizarse en una amistad marcada

por el cariño pero en la que tenía poco lugar el amor. Se contaban lo que habían

hecho en el día, como habían estado, pero rara vez hablaban de ellos, de lo que

sentían el uno por el otro.

El email es un buen espacio para los malentendidos. La precipitación de las

respuestas, la falta de sedimentación de las palabras y de los sentimientos que

ellas producen y expresan, hace que muchas veces se escriba aquello, que sin una

sonrisa y una mirada que lo acompañe, es mejor callar.  Para evitar malos tragos

en los emails es aconsejable no dar por supuesto nada, no omitir ningún detalle,

aclarar todos los matices y olvidarse de la ironía, sobre todo si uno no maneja con

destreza las sutilezas del lenguaje. 

 La precipitación en el correo electrónico, tan cercana a la incontinencia

verbal, es poco recomendable.  Dani, mi compañero de penas y alegrías en la Casa

de Oficios,  dice que nunca hay que enviar un email sin dejarlo reposar antes. Hay

que darle un tiempo, releerlo  y recién entonces mandarlo. Sobre todo si su

contenido es importante.

Un buen amigo mío hubiera hecho bien en seguir el consejo pues por

atolondrado se quedo sin novia. Que lo que voy a contar fue tan triste y doloroso

para ellos como divertido puede llegar a resultar para nosotros. Llevaban mi amigo

y su novia unos cuantos días de desencuentros y desamor cuando a él se le ocurrió

escribirle ofreciéndole matrimonio. Delicada situación que requiere extraordinario

cuidado, como advierten con justa razón los manuales sobre la cuestión, “ya que
(la carta) podría ser mal interpretada y, ante la volubilidad del hombre, puede ser

mirada con mucho recelo. El momento de enviar esta carta ha de ser elegido con

mucho cuidado, procurando que llegue en una ocasión en que la mujer esté

predispuesta a ello” (Olariaga, 1959)

Martín, que ese nombre tendrá aquí mi amigo, nada de esto tuvo en cuenta

cuando le envió a su novia un email anunciándole que se iba a casar en los meses

siguientes. Nada decía en su mensaje acerca de quien era la elegida. Ella reaccionó

con aparente calma al principio. Él continuó con su desafortunado juego de

equívocos hasta que ella, furiosa, le escribió sin dejar lugar a error que ese era el

final de la relación.

 “Muchas veces me  dijiste que lo que te importaba ante cualquier cosa era

que yo estuviera  bien y fuese feliz. Mentira grande. Lo cierto es que no quiero

saber nunca más de ti. Siguiendo un consejo tuyo: debo preservarme y tú no eres

una buena influencia para mi. Esto lo corrobora. Sólo consigues dañarme. Me

parece increíble lo estúpida que he sido todo este tiempo confiando en  ti. Si crees

que esta mensaje que escribo es por despecho estás equivocado.  Te escribo este

último mensaje para que te des cuenta de tu inmadurez. Debería haberlo dejado

pasar, pero no creo que te merezcas de momento mi silencio, porque tengo que

decirte derechamente las cosas para que abras  los ojos.  Te pido que no me llames

ni me escribas más, ni a mi cuenta electrónica ni a mi dirección  postal. Olvídate de

mi. Adiós ”. De nada le valieron a Martín las disculpas ni los ruegos. Habían

transcurrido apenas dos días desde aquel lamentado email que quiso ser un sutil

pedido de mano y termino significando el fin de su romance. No volvieron a verse. 

No es este un caso excepcional. La casi inmediatez del correo electrónico

acelera el proceso de comunicación epistolar generando algunas veces la ilusión de

estar manteniendo una suerte de conversación escrita. Esto favorece el envío de

notas espontáneas, poco elaboradas,  aderezadas de inevitables traiciones del


inconsciente. Sin embargo, la lectura de los emails se produce en un momento

indeterminado, siempre posterior a su envío y propicio para la atención. El email se

puede leer y releer tantas veces como se quiera, se puede guardar, analizar,

mostrar.  Está revestido de una leve pátina de memoria heredada de la

correspondencia postal. 

El chat, en cambio, es ágil e informal, fugaz, volátil como el teléfono. Los

recién llegados a la red, y aquellos que empiezan a moverse en los terrenos del

corazón en el ciberespacio, deben tener presentes estas características si no

quieren encontrarse metidos en enredos no buscados ni deseados. Fácil es olvidar

frente al engañoso espejo de nuestra pantalla que del otro lado, en algún lugar del

mundo, hay alguien sentado ante su ordenador leyendo nuestros mensajes, una

persona que ríe, llora, goza y sufre como nosotros, con nosotros.  Incluso el ciborg

más autosuficiente sentirá un día con nostalgia la necesidad de la presencia física

del otro, aquel que, como él, sin apercibirse, ha podido dejar parte de su naturaleza

humana en la maraña de la comunicación electrónica.

Para el encuentro del amor es condición primaria romper la soledad que

imponen pantallas y espejos para así encontrar, fuera de la imagen formada por los

propios temores y deseos, el ser de la persona amada aún cuando la distancia y el

tiempo momentáneamente los separe.

Tener siempre en cuenta el corazón y el alma de nuestro amor. 

Jugar, buscar, encontrar a través del espejo


Chatear no es necesariamente sinónimo de ocultamiento. La computadora

amplía las posibilidades inmediatas de comunicación. Una comunicación con

características particulares que muchas veces, es cierto,  puede resultar nada más

que un simulacro de diálogo,  pero que en otras ocasiones puede servir como
puente para vivir una experiencia comunicativa intensa con personas conocidas o

no que viven lejos o están físicamente alejadas.

En sentido estricto, se puede objetar que estamos ante un modo de

comunicación incompleto. La ausencia de índices corporales así parece sugerirlo. El

único indicio que tenemos de los participantes de un chat son sus palabras , que

separadas de cuerpos e historias personales, sirven como constancia de la

presencia (presumible) de alguien tecleando del otro lado de la pantalla.  Sin

embargo, más allá de consideraciones teóricas, el chat es para una gran parte de

sus millones de usuarios una poderosa herramienta de comunicación y de diversión

compartida con otros, sin sospechar que en muchos casos puede ser para cada uno

de ellos  un incisivo instrumento de revelación de aspectos ocultos del propio yo. 

Porque lo cierto es que cuando uno juega a cambiar de personalidad, a ocultarse en

el brillo engañoso de la pantalla y en la capacidad dialéctica de  su escritura para

disfrazarse con un rostro que no es el propio termina, en algún momento,

comunicándose consigo mismo.  Los demás participantes  sirven como

catalizadores imprescindibles para la continuidad de la búsqueda.

Todos tenemos la necesidad de generar espacios imaginarios. Todos

tenemos la necesidad (poco asumida) de encontrarnos con nuestras fantasías, con

nuestros deseos y miedos, de abrirnos en algún momento a los aspectos menos

(re)conocidos de nuestro ser.

El valor del juego

Débora, en general, no se permite demasiado lugar para los juegos de la

fantasía, pareciera buscar siempre un anclaje con lo terrenal. En la red, salvo en lo

que se refiere a las cuestiones de sexo, las cosas para ella transcurren de diferente

modo.

“ Una se embala  y dice cosas que capaz que no se anima decir cara a cara.

Habla de filosofía, de proyectos de vida sobre los que no se acostumbra a hablar


personalmente. Me acuerdo de una vez, hace poco, que  charlando con un chico

que estudiaba  sociología en la U.B.A. al que acababa de conocer en el chat se me

ocurrió proponerle escribir  una obra de teatro entre los dos . Cada mensaje que

nos mandábamos era una escena. Yo escribía una y la dejaba con puntos

suspensivos para que él la completara. Estaba muy bien porque yo no sabía nunca

lo que  iba a añadir él. Era  muy interactivo. Fue divertido, muy divertido, él era

muy genial para escribir. Después no volvimos a hablar nunca. Fue como un juego

de mesa para pasar el rato. Lo hice en el momento porque estaba aburrida.”

Mientras me contaba esta historia sus ojos claros brillaban de alegría y su voz 

expresaba un entusiasmo desacostumbrado.

“Esperar su mensaje para ver que había escrito y reírme con la escena era

redivertido. Los protagonistas eran ficticios y nosotros supuestamente éramos  los

directores de la obra. Yo por ejemplo le decía: pero bueno, estos actores son de

morondanga, tenemos que contratar a otros.  Para poder hacer cosas así en el chat

hay que encontrar a la persona adecuada,  no todos son delirantes. Algunos son

demasiado secos, otros son unos guarangos de porquería que te hacen

directamente  proposiciones como ‘¿te gustaría probar el cibersexo?’ Yo no  les

contesto. No vale la pena contestar mensajes de esos porque es dar  pie a que

sigan con más. Cara a cara no hago este tipo de juegos, eso da para el chat. Soy

más realista. Yo no ando por la calle, delirando, saltando,  hablando pavadas. Me

tendría que encontrar con  personas así  que no es el tipo de  gente que conocí 

hasta ahora”.  

Una amiga escritora que vivía en Nueva York, con quien alguna vez había

compartido fantasías sexuales, me propuso hace algunos años un juego similar al

que mantuvo Débora con su circunstancial amigo estudiante de sociología. Se

trataba de escribir a través del correo electrónico un cadáver exquisito de contenido

erótico. El resultado fue explosivo. Por pudor y prudente autocensura no


reproduciré más que un extracto de los dos primeros párrafos del texto que

escribimos. Empezaba así: 

“Me acerco a vos sigilosamente. Estás sentada escribiendo. Me inclino sobre

tu espalda y con suavidad te rozo el cuello con mis labios.... Hacés como si no me

sintieras. Te acaricio los  pechos, mi mano se desliza debajo de tu camisa  mientras

te beso el cuello. Sonreís complacida.(... )

Sigo escribiendo mientras sigues acariciándome, (...) notas que no tengo

puesta ropa interior (...) Me pongo de pie y me aproximo a la mesa que está cerca

de la ventana. Te miro...., sabes lo que estoy sintiendo (...)  Me  ves desnuda, (...)

te acercas (...)” 

Dejo abierta a la imaginación del lector la continuación, cuyo desarrollo no

desmerecería a los relatos eróticos de mayor contenido sexual. Sin embargo, a

pesar del altísimo voltaje que conseguimos entonces  cuando,  meses después, de

regreso ambos en Buenos Aires, nos encontramos personalmente no sentimos

entre nosotros ningún tipo de atracción sexual, al menos yo no lo sentí por ella.

El chat de texto permite entrar en una escenificación basada en la

construcción de personajes en un juego de suplantaciones en el cual todos los

participantes saben que quien está del otro lado puede ser o no quien dice ser. 

Esto es independiente del desarrollo de la charla y en realidad pocas veces resulta

relevante. Nuestra necesidad de creer, de confiar en el otro se encarga de asegurar

la progresión del acto comunicativo.

 La autora de una tesina de licenciatura de la Universidad de Buenos Aires

que tuve la fortuna de evaluar, señala que en nuestras relaciones con los otros,

“necesitamos que los demás corroboren que somos quienes creemos, deseamos y

expresamos ser, y al mismo tiempo, necesitamos comprobar que los otros son lo
que creemos que son, lo que deseamos que sean y lo que ellos dicen ser.”

(Elizondo 2001)

 La red es un espacio  para la expresión de todas las fantasías, donde el

compromiso no resulta necesario y las consecuencias de las acciones son poco

visibles.  La opacidad de la pantalla genera en muchas personas una sensación de

impunidad que les permite decir-hacer aquello que difícilmente dicen o hacen

habitualmente. Revelador espejo de nuestra alma que deja al descubierto esos

rincones de nosotros mismos, en ocasiones luminosos y otras veces decididamente

tenebrosos, que nos empeñamos, consciente o inconscientemente, en mantener

ocultos. Como aquel personaje de una historieta de mi infancia que exteriormente

se comportaba como un gentleman mientras en su interior se imaginaba en la

misma situación saltándose todas las normas.

El chat es un ámbito propicio para la transgresión y en donde inhibirse

implica no tener existencia. El “silencio” representa no presencia, lo cual no es lo

mismo que decir ausencia (particular relación entre presencias y ausencias de

cuerpos siempre ausentes), no en vano en las salas de chat es habitual encontrar

merodeadores que se asoman para curiosear sin atreverse a participar.  Forman

parte del rito, y como en todo rito colectivo hay quienes participan y quienes se

conforman con mirar. Lo fundamental para una parte muy considerable de los

participantes y espectadores de un chat abierto es la diversión.

¿Pero de qué tipo de diversión se trata? Sin duda cada uno de ellos tiene sus

propias preferencias e inquietudes, del mismo modo que cada uno de nosotros le da

una significación determinada a nuestras actividades en la red. Nati, por ejemplo, 

empezó a usar el chat cuando la dejó su marido, con la fantasía de encontrar una

nueva pareja, hablamos de ella antes. Hoy sólo busca divertirse sin por ello negarse

a echar una mirada crítica sobre algunos aspectos de las relaciones que se

establecen en la Red.
“Quizá lo que más me impresiona de toda esta historia de los chats es su

"falsedad"... ¿Cómo te diría? Quizás dentro de unos años el hecho de conocer gente

a través de Internet se verá de otra forma, pero hoy por hoy parece ser que las

personas que se conocen a través del chat (sobre todo las que se encuentran en

grupos... las famosas "quedadas") no quieren mezclar amistades. Es como si

existieran dos mundos paralelos: las amistades que se han generado por las vías,

digamos, convencionales y las amistades que se han generado por Internet. Para

estas últimas tienen locales propios de encuentro y no acostumbran a mezclar los

diferentes tipos de amistades. Es como si el amigo del chat tuviera que

esconderse”.

Pero no siempre es así.

Jugar, casarse

Lucía tiene una amiga que se llama Amparo. Cuando hablé con ellas las dos

tenían 21 años. Son amigas desde que empezaron juntas la facultad hace ahora

unos cinco años.

- Estamos conectadas por email absolutamente toda la tarde desde el

trabajo. Nos pasamos todo el tiempo mandándonos mensajitos - cuenta Amparo.  -

Cuando entro en un chat  charlo con desconocidos y meto mentiras.

-Ahora lo que me gusta hacer cuando estoy en casa aburrida es

conectarme y,  mientras espero que baje un email o cualquier otra cosa,  entro

en el chat y veo lo que escribe la gente. Por  ahí no chateo con nadie, por ahí no

respondo,  pero me gusta ver lo que escriben, como se relacionan, lo que  busca

uno, lo que busca el otro -  explica Lucía. - Un día conocí a un chico por chat.

Chateábamos todas las noches hasta las tres de la mañana, los fines de

semana... después lo conocí personalmente y se lo presenté a Amparo. De eso

hace un año, y desde entonces están de novios -  revela.


-Te explico el resto de  la situación,  que fue muy graciosa - interviene

Amparo - Mi novio de aquel momento trabajaba  en una empresa de Internet. Una

noche en la que él estaba de guardia  fuimos las dos a hacerle compañía. Eran

como las tres de la mañana, la chica estaba aburrida y se pone a chatear. Se

conecta y aparece un chico, un poco histérico, pidiendo ayuda  porque le habían

mandado un virus. Como mi novio  era técnico de sistemas le tiró una ayuda a ella,

y ella se la mandó al chico y después siguieron chateando. Así fue como ellos se

hicieron amigos por Internet. Al mes, me lo presentó a mí y a los veinte días de

conocernos nos pusimos de novios.

- Creo que esa  fue la primera vez que entré en un chat-  precisa Lucía.

- Al principio nos acercamos a él sobre todo porque estudiaba locución,


teníamos mucho en común-   explica Amparo que, al igual que Lucía,  en esa
época estudiaba comunicación visual - Nos interesó por ese lado, porque estaba
en radio, más que nada le interesó a ella. En realidad, mi primer contacto con él
también fue a través de Internet. Antes de conocernos personalmente,  una vez
le había escrito un mail para pedirle una dirección que necesitaba para mi
trabajo. Como ves, al principio todo fue muy cibernético- concluye Amparo. Lucía
continua contando como se fueron dando las cosas.
-Nos mandábamos fotos y un día, al mes más o menos de habernos
empezado a escribir, me invitó a ir a la radio a ver la emisión del programa que
hacía. Ahí fue cuando lo conocí personalmente.

- Y esa misma noche me lo presentó a mí - se apresura a añadir Amparo.

- Se lo presenté porque yo en ese momento  estaba  de novia-  aclara Lucía.

- En ese momento estabas peleada con tu novio ¡Bien que te había

gustado!-  replica Amparo.

- Es cierto,  no sabemos porque se lo presenté-   confiesa Lucía  con cierto

tono de lamento.

- En realidad, él, aquella primera noche,  había llevado un amigo para mí- 

recuerda Amparo. - Ahora nosotros dos le presentamos un chico a ella.  


Es interesante detenernos un momento en esta historia, a primera vista tan

alejada de los juegos de máscaras y suplantaciones que acostumbran envolver al

chat en un manto de suspicacia  y menosprecio que hace que  tantas  personas se

resistan a revelar públicamente que frecuentan sus salas.   Lucía está por casarse

con la persona que le presentaron Amparo y Pedro.  Amparo, a su vez, conoció a

Pedro porque se lo presentó Lucía que, como recordaran, lo había conocido

haciendo chat. Ahora les propongo un pequeño juego. Cambiemos los

protagonistas:  Supongamos que Amparo  hubiera sido quien conoció a Pedro en un

chat.  Ella antes nos contó que acostumbra a mentir sistemáticamente en los chats.

Se pone sus mejores disfraces y entra en el escena sin ningún reparo, ni sensación

de culpa, lo cual, por cierto, es indispensable para divertirse en los bailes de

máscaras. Lucía por el contrario dice que ella cuando hace chat se presenta tal cual

es, sin mentir. Volvamos a Amparo y Pedro. Se acaban de conocer, chatean todas

la noches, siempre oculta ella detrás de antifaces y trajes que no son los suyos. 

¿Cabe imaginar  que algún día puedan llegar a conocerse personalmente sin

provocar, cuanto menos, desazón en Pedro al encontrarse ante alguien que no es la

persona esperada?  ¿No es de suponer que para que se pueda establecer una

relación no pasajera, ella en algún momento previo debería desvelar su

personalidad?  En cambio,   Lucía,  como todos los que entran en el chat a cara

descubierta, al alejarse de la pretensión mistificadora que acompaña a las

máscaras, deja abierta la posibilidad del encuentro. El riesgo emocional asumido es

mucho mayor, pero también las posibles gratificaciones. La pantalla pierde así parte

de su opacidad  dejando entrever el perfil desde el cual se  apuntan los rasgos de

una ventana abierta a los otros. 

Jugar, divorciarse

A veces lo que se inicia en la red como un juego de seducciones y galanteos

retóricos deviene en romances pasajeros o amores verdaderos  y en otras

oportunidades derivan hacia situaciones  poco deseadas e inesperadas. Empiezan a


ser recurrentes las referencias a la red como espacio propicio a la infidelidad

conyugal como si del hecho de mantener una relación a través de chat o correo

electrónico, sea cual sea el nivel de intimidad alcanzada y el contenido erótico de

los mensajes intercambiados, representase deslealtad equivalente a la que significa

mantener una relación sexual con amantes regulares u ocasionales. Renovada y

enésima versión de la vieja discusión que el campo de la fidelidad iguala fantasía y

realidad, el desear con el hacer, como si fuera lo mismo escribirse con un idealizado

amor sin cuerpo ni rostro que citarse en los atardeceres con una persona amada y

deseada, acceder a un sitio pornográfico de Internet buscando “sexo virtual”

(elegante manera de denominar, escondiendo, la  tendencia al onanismo) que 

tener sexo con prostitutas.

Diferenciar lo uno de lo otro no implica rechazar el carácter muy real de las

relaciones afectivas nacidas y mantenidas en la red. Más allá de las fantasías que

pueden acompañarlas, del secreto con que se las pueda proteger, aquel amor

surgido de la pantalla satisface necesidades, suple carencias, llena huecos y

espacios que los protagonistas de estas relaciones no alcanzan a encontrar en sus

parejas reales.

 Hay quienes huyen del compromiso consigo mismos, e incapaces de

enfrentarse a la mentira en la que viven, perpetúan una situación que nada les

exige, en nada los compromete. En otros casos, turbados, fascinados por una

relación  situada fuera del tiempo y del espacio, deciden dejar de lado sus temores

y apostar por su amor de la red.  Como no es de extrañar los protagonistas de

estas historias de amor “virtual”  pocas veces terminan comiendo perdices, pues los

finales felices acostumbran a ser más habituales en los cuentos de hada que en los

cuentos de Internet. Como pudo comprobar en su piel Ignacio Cardelli, Nacho para

los amigos,  un comerciante de cuarenta y tantos años, de buen pasar económico

y  habitante de una localidad de la zona norte del Gran Buenos Aires, casado y con
dos hijos, aficionado a chatear por la noche mientras su mujer veía televisión en la

cama.

Una noche una mujer española, a la que llamaremos Maite, le envía un


mensaje privado a través del ICQ que él contesta. A partir de entonces la relación
empieza a crecer al mismo ritmo que el  sentimiento de culpa de Nacho. Su
matrimonio,  deteriorado de antes,  hace agua por todos lados, sin embargo él
intenta sostener las apariencias, hasta que un día Maite le anuncia que viaja a
Buenos Aires para conocerlo. Ahí mismo él decide separarse de su mujer, quien
sacando provecho de la situación consigue un acuerdo económico muy favorable
para ella. A Nacho lo único que deseaba en ese momento era estar libre para recibir
a Maite.
El encuentro responde a las expectativas, o eso al menos parece. A los
pocos días de la llegada de ella deciden  vivir juntos. Sin embargo,  la convivencia
no funciona. El desgaste de la relación es muy rápido y a los pocos meses Maite lo
abandona y se vuelve a España diciéndole que él no es como esperaba. Un año
después Nacho continua enviándole mails que ella no contesta. Vive sólo y sigue
chateando, buscando ....
Diferente, aunque no tanto,  es esta otra historia, que no sé si real,  que leí
en el sitio de encuentros de un portal latinoamericano (El Sitio), en la que una
mujer argentina contaba su desventura amorosa con un hombre mexicano de verbo
sutil y convincente que le  prometió desafiar el mundo por el amor de ella.  Cuando
se conocieron ella estaba casada, él le dijo que era soltero y desde un primer
instante le habló de que eran el uno para el otro. Enamorada de su amante virtual,
al poco tiempo ella se separó de su marido. Durante meses chatearon y hablaron
por teléfono varias veces al día haciendo planes para cuando se encontraran. Él le
repetía una y otra vez que era la mujer de su vida y ella empezó a soñar en ese
amor, hasta que un día, al cabo de algunos meses, se dio cuenta que todo lo que él
le había dicho era mentira. Al ver caer su máscara, él desapareció para siempre sin
decir nada.
No se trata de casos aislados, en Estados Unidos y en otros países empiezan
a proliferar los divorcios que tienen como factor desencadenante los ciber-
adulterios, sólo algunas veces (físicamente) consumados. 
¿ Pero qué es la ciber infidelidad? ¿La infidelidad se refiere a una cuestión de
espíritu, de carne, o a una combinación de ambas?  Mantener  una relación vía
email o vía chat con una persona de la que apenas conocemos como escribe, lo que
quiere contarnos y lo que de esto derivamos, ¿es ser infiel? ¿En qué momento
supuesto una relación virtual implica infidelidad? ¿Basta con  escribirse con alguien,
o se deben intercambiar palabras cariñosas y promesas de amor para ser infieles?
¿Quizás soñar con el otro? ¿O será imprescindible mantener una  relación de
cibersexo?
Tecnosexo: castidad y onanismo en tiempos del SIDA
El cibersexo no es para tomárselo a la ligera. El uso de Internet como
plataforma sexual está en plena expansión. Los sitios relacionados con el sexo
figuran entre los más visitados y rentables de la Web, y es sólo el comienzo. Las
posibilidades de tecnosexo que ofrece actualmente la Red son apenas un preludio
de los sistemas sofisticados de simulación sexual que prometen los avances
tecnológicos.
El uso de técnicas digitales avanzadas, afirman sus promotores, permite
experimentar  mediante la simulación sensaciones eróticas o una comunión física,
social y emocional  con otra persona sin correr el riesgo de embarazo o de contraer
enfermedades de transmisión sexual. Aspiración que responde  a  inquietudes y
fantasías caracterizadas por el miedo a la presencia del otro, como posible fuente
de violencia, y por  el rechazo y el temor al cuerpo en estos tiempos de SIDA
dentro de una cultura, la judeocristiana, tradicionalmente propensa a estigmatizar
toda expresión de la sexualidad.
En este sentido, algunos autores afirman, a veces con temor y otras con
esperanza mal disimulada, que la simulación sexual avanzada terminará siendo
aceptada como una forma legítima de entretenimiento, educación y terapia y que
los simuladores  de sexo podrán ser utilizados para impedir embarazos no deseados
y como medio de prevención de enfermedades de transmisión sexual.

Planteamiento que pone de relieve una de los claves que han contribuido a

desarrollar una gran parte de las fantasías que circulan alrededor del sexo virtual:

la obsesión por la asepsia y la castidad que caracteriza a la sociedad

estadounidense -portaestandarte de la cultura digital y principal generadora de

imágenes emblemáticas de la cultura popular contemporánea.

“El rechazo de la carnalidad indicado por la preocupación contemporánea por

la higiene, la cirugía plástica y los desórdenes en la alimentación, representa un

deseo de trascender los ciclos de tipo animal de nacimiento, vida y muerte”

(Bukatman 1994). Al fondo, como símbolo mayor de esta aspiración taumatúrgica

de orígenes míticos,  aparece  la tecnocultura científica en su camino hacia la

reproducción clónica de seres humanos,

El sexo electrónico es limitado y limitador. Una curiosa y sofisticada forma

de onanismo tecnificado que, contrariamente a lo que pretenden hacernos creer los

autores de muchos de los artículos que se escriben sobre el tema, se encuentra

muy lejos de representar una solución sensible a la soledad y al aislamiento que

nos atormentan. 

La simulación digital más perfecta, más completa, cualquiera sea la

sofisticación técnica de los dispositivos de percepción sensorial utilizados para

acceder a ella, no alcanzará nunca a romper los límites que establece la pantalla,

no dejará nunca de ser una ilusión sensorial capaz sólo de generar sensaciones

temporales de plenitud, dejando detrás de sí, una vez terminada la experiencia,

una estela de absoluta desolación .


La aspiración a mantener este tipo de simulacros de relación sexual

responde a la creciente e inequívoca presencia de Narciso en los cimientos de la

sociedad de consumo masivo de este inicio de siglo, quien detrás de su aparente

autoestima esconde su  falta de seguridad interior y la carencia básica de amor

hacia sí mismo, carencia que le incapacita para amar a los otros. El tecnosexo,

síntoma de la negación de la animalidad de la carne, del temor al propio cuerpo (y

al del otro), cualquiera sea la forma que adopte, implica la abolición del cuerpo de

los amantes.  La máquina electrónica, incapaz de toda ternura y de toda seducción,

es un imposible sustituto del  cuerpo en el juego amoroso, una compulsiva

prolongación de una idea represiva de la sexualidad; dentro de cierta visión

masculina de la intimidad heterosexual constreñida, como diría Marcuse (1953), 

bajo la supremacía de la genitalidad.

Pensadores hay que con sutil perspicacia filosofean acerca del atractivo

erótico de la computadora que anuncia la aparición de una relación simbiótica con

la tecnología.  Sublimación mucho más profunda de lo que pudiera indicar el

carácter desmesurado y superficial de gran parte de los discursos sobre el  sexo

virtual.  El mundo reproducido como pura información  no sólo fascina a nuestros

ojos y mentes sino que también captura nuestros corazones aventuran  ciertos

hacedores de ideas que en su tarea mistificadora repiten una vez y otra que la

computadora nos hace  sentir aumentados y más poderosos.

“Nuestros corazones laten en las máquinas. Esto es Eros” concluye el

profesor norteamericano de filosofía Martin Heim (1993:85) en un libro dedicado a

la metafísica de la realidad virtual, publicado por la editorial de la Universidad de

Oxford.  El Eros de un sujeto que se ha rendido a su incapacidad para romper el

aislamiento en el que vive, en el cual el otro sólo existe en cuanto es percibido

detrás de una pantalla electrónica,  constituida más que nunca en una barrera

insalvable que ahonda la soledad de cada individuo.


En el (no) espacio virtual no existe ni castigo ni contagio, y tampoco

posibilidad alguna de verdadera comunicación erótica. Disueltos los rastros de toda

empatía en sucesiones inacabables de impulsos binarios, apenas perduran mínimos

destellos de una sensualidad imposible, más hija del voluntarismo de la razón que

de la emoción del  juego  de seducción. A los vínculos les pedimos, en general, que

sean auténticos, calurosos y fuertes, tres condiciones inalcanzables para cualquier

máquina.

Al  fin y al cabo, los autómatas no están dotados para el amor.  Hay quienes

mantienen que en  ciertos casos las diferencias entre el espacio físico y el espacio

virtual, entre los cuerpos “electrónicos” y los cuerpos humanos parecen deberse

sólo a una cuestión de ancho de banda. Desde esta discutible perspectiva, añaden

que bastaría incrementar el ancho de banda  utilizado en las comunicaciones para

que tales distinciones disminuyan.  Completada la anunciada simbiosis con la

máquina, el ser abandona definitivamente la materia que lo compone, 

pretendiendo ignorar que toda experiencia vital tiene su origen y final  en el cuerpo.

Lo cual no impide que seamos capaces de enamorarnos de una imagen idealizada

del Otro, construida de pequeños elementos, y porque no, sólo de palabras escritas

en la pantalla de una computadora. Pero ese objeto de  amor, para dejar de ser

una abstracción, para adquirir la verdadera intensidad del amor, necesita

concretarse en el encuentro de pieles y miradas,  en la fusión de cuerpos y almas.

Horacio y Alicia, durante los meses que duró su romance ciberepistolar, nunca

dejaron de dolerse por la distancia que separaba sus cuerpos

De la cercanía de los cuerpos

“Alicia  luz, quisiera pasear con vos. Es lindo escribirte, es más lindo hablar

de tanto en tanto por teléfono, pero me falta tu presencia,  tu luminosidad, tu

ternura”
Y otra vez, a pocos días de que se cumplieran dos meses desde que había

dejado Buenos Aires, escribió también Horacio

“(...) Estamos lejos, si estuviéramos juntos, si pudiéramos abrazarnos y

tomarnos de la mano, salir a pasear, mirarnos en silencio sonrientes,

reírnos, besarnos, acariciarnos, hacer el amor y quedarnos unidos largo rato,

entonces sería diferente, iría corriendo hacia ti buscando tu ternura, tu apoyo, tu

sabiduría. Un beso grandote.

Que tu día sea esplendoroso” 

         Una vez se dio una curiosa coincidencia en el que deseo de él y el deseo de
ella se encontraron creando un espacio común para el ensueño del placer.

“Horacín ¿habrá conexión entre las mentes? Te cuento porqué: en uno de

tus últimos mails de este fin de semana me besás en el cuello y en la espalda. Debe

existir la magia, porque hace uno o dos días tuve la fantasía -¿el deseo?- de que

me besabas muy lentamente el cuello, en los hombros y la espalda. Lo raro es que

no es un recuerdo, porque eso nunca ocurrió en nuestros cuerpos, pero tuve esa

imagen muy vívida y real. Cuando leí tu mail con tus caricias me sobresalté.”

         La imperiosa necesidad de la presencia del Otro. El sexo constituye una

forma natural y normal de superar el estado de separación, fuente de toda

angustia,  y una solución parcial y pasajera al aislamiento. El ser humano, para no

enloquecer, necesita liberarse de la prisión que representa para él su existencia

como entidad separada, en soledad, consciente de sí mismo, de su desamparo ante

las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad (Fromm 1982). 

El  tecnosexo,  última expresión del rechazo a la corporeidad, simboliza la

paradoja existente entre la búsqueda desesperada por escapar de la angustia  de

la que habla Fromm y el establecimiento de barreras cada vez más sólidas entre

los seres humanos, dolorosamente encerrados en la caparazón que impone un


narcisismo social que condena a los individuos al aislamiento al  imposibilitarlos

para el amor, única vía de encuentro posible entre los seres humanos.

Los chats de texto abiertos aparecen cada vez más como lugares de

encuentro. Espacios para conocer gente, para charlar con desconocidos, para jugar,

para escapar de la rutina del trabajo y del estudio, y también, y porque no, para

ligar.

En ciudades vividas como territorios cada vez más hostiles, reducidos los

espacios públicos de encuentro, cada vez son menores las posibilidades de

acercarse a  personas que no conocemos sin ser vistos con malos ojos, cuando no

es con miedo. Otras veces ni siquiera nos es permitido mirar con interés a un

desconocido en la calle. La soledad es un acompañante habitual de muchos

urbanitas que recorren la ciudad sin cruzarse nunca con miradas ni voces amigas.

En algunos casos el ambiente de violencia, factor de aislamiento y de disgregación

social que no podemos dejar de considerar, acentúa las dificultades, pero no es el

único motivo, ni siquiera el principal. Muchos vivimos atrapados por nuestros

miedos e inseguridades que hacen que sintamos que la presencia del Otro interpela

permanentemente nuestro ser. Y no nos gusta.

No es de extrañar entonces que en los chats sea muy frecuente encontrar

personas buscando interlocutores que les permitan librarse del monólogo interior

en el que transcurre una parte importante de sus vidas, de nuestras vidas. En la

Red siempre habrá alguien con quien charlar. No importa el momento, no importa

el lugar.  

Buscar, encontrar a otro del que sólo tenemos indicios de su ser a través de

sus palabras, de la belleza o rudeza de su escritura. Voces sin sonido,

conversaciones  sin sonrisas ni gestos que aligeran momentáneamente la angustia

provocada por el aislamiento, el dolor por la ausencia de un amor anhelado aún

por conocer. Enamorarse de las palabras del otro, construir con ellas una imagen
imprecisa  a la que evocar en los momentos de ensueño. Idealizar esa imagen,

incorporarla a nuestra realidad hasta que adquiere una presencia casi física, capaz

de sustituir el verdadero aspecto, la verdadera personalidad del ser amado.  Bien

saben de esto quienes utilizan la red para sostener y hacer crecer relaciones con

personas a quienes conocen personalmente.

“¿Recibiste la foto? Tengo la sensación que no me parezco demasiado a la

imagen que tenés de mí. Mis últimos mensajes no te hicieron bien, lo intuyo. Que

se le va a hacer. La distancia tiene estas cosas. Chau. Hasta mañana, me voy a

dormir. Un beso, Horacio”

“Aún no vi tu foto porque no sé cómo abrir el archivo. Ya lo averiguaré.

¿Porqué creés que mi imagen de vos difiere de vos? ¿Cómo creés que te imagino?

No me hicieron mal tus últimos mensajes, para nada. Ojalá estés mejor. A

mí no me afecta que me cuentes lo que te angustia. De verdad. Por momentos

pienso que te pasan cosas que no me contás, pero respeto tu silencio. Alicia”

Celos

En el interior de muchos de los castillos en el aire que se construyen con la 

idealización del ser amado acostumbra a rondar también el fantasma de los celos. A

kilómetros de distancia uno del otro, parejas con vínculos que crecieron al amparo

de caricias de palabras se inquietan ante la posibilidad de que su amado o amada,

se entregue al cuerpo de otro, de otra, que bese y sea besado, que acaricie y sea

acariciado, que ame y sea amado por alguien con una cualidad, la presencia, ante

la que, desde la pantalla del ordenador,  nada puede oponer.

“¿Cómo evitar diluirnos en otras voces, en otras caras ,en otros cuerpos?

Demasiado tiempo, demasiado espacio, una pantalla no puede engañarnos, apenas

puede crear una ilusión de proximidad”  le escribió Horacio a Alicia cuando

empezaron a hablar de la eventual aparición de otro en la vida de ellos. La falta de


complicidad de sus cuerpos y la distancia que impone la pantalla contribuyó a que

acercaran al tema con aparente tranquilidad. Todo muy “civilizado”. 

“Horacio, lo de la amante, amicosa,  amigovia o lo que sea no me molesta

en absoluto. No me produce ningún cosquilleo incómodo la posibilidad, casi lógica,

de un encuentro posible en tu vida. Me apena un poco el larguísimo tiempo y la

distancia que nos separa y que corroe tu recuerdo en mí (y viceversa). Esta

distancia física y temporal que, inevitablemente, como vos decís, nos diluye en el

otro De pronto un mimo o una caricia son necesarios. No me da celos ni nada. Hacé

lo que sientas o lo que puedas. Lo que sí creo que será mejor que no nos contemos

detalles- -ambos-. Yo por el momento no estoy con nadie pero si lo estuviera creo

que no te lo contaría ¿Para qué? No sé, me parece, salvo que fuera algo importante

¿Qué opinás al respecto?

Bueno, me voy a tomar un mate. Yo estoy bien, muy bien. Alicia”.

En aquel momento Horacio no tenía ninguna otra relación afectiva, vivía

pensando en Alicia y se lo dijo.  Días o semanas después ella le escribió un mensaje

en el que hablaba un poco de su vida afectiva.

“Te cuento: Ante todo, no creas que soy una mata-hari ni una seductora

empedernida. Nada de eso, pero este año, como nunca antes en mi vida, y por

razones que desconozco (no soy Claudia Schiffer, ni nada que se le parezca)

muchos hombres, quizás demasiados, para mi anhelada tranquilidad emocional, se

me acercaron, trayéndome cierto quilombo interno

Fue a principios de este año, tipo marzo y abril o algo así cuando X comenzó

su seducción (porque antes de que yo me enamorara perdidamente él hizo todo

para lograrlo). Una tarde, en la misma época,  me llama  Ari, quien era bastante

amigo de mi ex marido. Yo apenas me acordaba de él, Recuerdo haber salido

algunas veces con él y su ex mujer, pero no mucho más que eso. Según me dijo,
después de más de diez años de no vernos tuvo un sueño de amor conmigo, por

eso averiguó mi número para invitarme a tomar un café o salir a comer. Me insistió

tanto que un fin de semana acepté ir a comer con él. Fuimos a un lugar lindo al

lado del río, con velas y toda la escenografía romántica. Al terminar de comer le

pedí que me llevará a mi casa. "Bueno, Ari, que estés bien” me despedí. “Voy a

estar bien, cuando estés conmigo,  sos la mujer de mi vida y lo sabés” me contestó

él. Me pareció un poco delirante porque casi no nos conocíamos. Yo le hablé de

presentarle a una amiga, etc, etc, pero él no se dio por enterado y comenzó a

llamarme compulsivamente, pidiéndome que le diera la oportunidad de conocernos

más.  Yo me puse refóbica y él medio obsesivo. En fin. Terminé siendo dura y

tratándolo bastante mal. Al final conseguí que me dejara tranquila. Para mi

cumpleaños me mandó una postal muy romántica, y después, hasta ayer que

reapareció, no supe más nada. Pensé que se había olvidado de mí. Bueno, como

verás la situación es medio delicada y creo que tengo que mantener cierta distancia

si no quiero líos. No me gusta sufrir ni hacer sufrir a nadie. No sé , estas

situaciones me ponen tensa. Es halagador para el ego, pero incómodo y me da un

poco de pena, porque aunque sé que  todo es una fantasía suya, él la debe vivir

como algo real. Bueno, espero no aburrirte o parecerte una pedante contándote de

mis enamorados, pero no tengo porqué ocultártelo.

Escribíme, me siento medio medio”  

Horacio en un primer momento no se sintió demasiado inquieto por el relato

de Alicia.  y le contestó con una carta en la que intentaba reflexionar sobre la

naturaleza del amor.

“Alicia querida: Enamorados, obsesionados, enamorados... El amor,

¿sabremos alguna vez qué es?¿ Es sentimiento que quema o más bien que

alimenta, que nutre? ¿Cómo reconocemos cuando estamos enamorados? ¿Llegamos

a saberlo?
Para alimentar tu  ego aunque no conozco a la tal Schiffer , y lo digo en voz

bajita para que no suene a cuento, me gustas más que ella, transmites una

hermosa belleza interior. 

Que te puedo decir sobre Ari, salvo que me gustaría estar contigo ocupando

también un espacio físico cerca tuyo (cuestiones de la especie...)  no sólo un 

espacio en tu alma y en tu corazón. No aceptes los juegos de la compulsión.

Aparentemente halagan pero en realidad son una forma de intimidación. No sientas

pena. Se trata de un intento de intromisión en tu vida. No me quiero alargar. El

tema me inquieta porque son juegos que producen demasiada ansiedad y angustia.

No me molesta nada que me cuentes de tus "enamorados". Si te

enamoraras sería otra cosa, pero no sentiría molestia, más bien tristeza. Pero que

se le va a hacer, es un riesgo que forma parte de la vida, sobretodo de la vida

"virtual" ( llamativa manera de llamar nuestra relación a distancia, hecha de

palabras escritas, imágenes que surgen de la memoria y de la ensoñación y

algunos, pocos, sonidos, músicas y nuestras voces apuradas en el teléfono).

Horacio  que te besa con suavidad en los párpados, y te acaricia los

hombros, y después te abraza en silencio mientras  te dice en el oído: te quiero,

eres  la luz”

La respuesta de Alicia trajo la primera pequeña crisis entre los dos.

“En realidad, no es tan fácil decir que no, creo que ese es el tema. Alguien

que se nos acerque con dulzura, con amor -aunque sea un amor fantaseado-.

siempre nos conmueve un poco. Al menos eso me pasa a mí. Creo que es eso lo

que me produce cierta angustia, por llamar de algún modo a esta sensación rara de

incomodidad. Lo mismo - o algo parecido- me pasa con Gonzalo Azcona, mi

compañero de almuerzos. Lo de él es mucho más sutil, muchísimo más, pero

sospecho que me está seduciendo a su modo. Es casado y además no me gusta


mucho, pero francamente no es fácil. Bueno, a veces no sé bien que debo

hablar con vos. Es difícil, estás lejos, por tanto tiempo y de pronto volver al amor

se vuelve hacer el amor en mi inconsciente, ay... No me cuentes de tus amigovias,

prefiero no saber. Por ahora.

Qué pases un buen fin de semana. Guardá mi lugarcito en tu corazón. Yo

defenderé el tuyo. Te beso”.

Los celos traen dolor.... y también destrucción. Todos lo sabemos pero

¿quién los puede evitar? Horacio sintió la fragilidad de la relación, la dificultad de

mantener vivo un amor sin miradas, sin sonrisas, sin caricias.  Desolado, casi

melodramático, le escribió sintiendo que la estaba perdiendo.

“Ay ay, Alicia sol, parece que se acerca la hora del atardecer. Si alguien te

atrae, si volver al amor es hacer el amor con alguien que te atrae y a quien

atraes, así será. Nada de lo que diga, nada de lo que haga hará desviar tu rumbo,

si así lo sientes así será.  Es inevitable Estoy lejos, terriblemente lejos y ¿quién

soy? palabras y una imagen deslavada por el sol y la lluvia.

Si llega el amor a tu vida por un camino en el que yo no esté, nada hará que

tu imagen en mí se destruya. A veces pienso en los días que estuvimos juntos

y siento que fue una señal del cielo, un milagro. Si no existiera Internet, si esto

hubiera pasado hace sólo tres o cuatro años, quizás menos, nos habríamos escrito

largas cartas sobre papel,  muy seguidas al principio y poco a poco cada vez más

espaciadas y hubiéramos hablado algunas veces por teléfono hasta que finalmente

hubiésemos sentido al otro alejarse indefectiblemente hasta convertirse en un casi

desconocido. Internet nos ha permitido mantenernos cerca, de algún modo mucho

más cerca de lo que llegamos a estar en Buenos Aires cuando nuestros cuerpos sí

lo estaban. Nuestra relación no sólo se ha mantenido como si estuviera en una

nevera, sino que siento que ha madurado, se ha solidificado. Eso sí, nos falta la

cercanía del calor de la piel, indispensable, irreemplazable. ¿Y si  cometiera la


locura de tomarme un avión? ¿Y si te tomarás vos un avión ? Te pago el billete, te

invito.  Rompamos la inercia. No nos dejemos arrastrar. Olvídate de tus miedos al

avión. El miedo no existe, lo creamos nosotros, así que somos nosotros los que

tenemos que desprendernos de él, sin conflicto sin esfuerzo. Ignorándolo. Si no

venís, si no voy, si al final te enamoras de Ari, o  de tu compañero de almuerzos, si

renace tu amor por X o aparece tu príncipe azul, me pondré triste por

perderte, pero no por eso dejarás de estar en mí.  No quiero ser motivo de

malestar para ti, solamente de bienestar y alegría. Un beso.”   

Alicia, enfrentada al dolor de él, sintió un cosquilleo desagradable ante la

posibilidad de perderlo. Le escribió un mensaje que sólo sirvió para aumentar en

Horacio la sensación de pérdida. 

“Lo que te conté era algo halagador para vos.  Cuando tuve el acto fallido no

pensaba en hacer el amor con cualquiera sino con vos. Es larga mi historia con el

tema de la sexualidad, y compleja , como para hablarlo hoy y ahora, pero bueno es

así.... Resumiendo, te diría que hasta hace muy poco tiempo yo tenía pocas ganas

de hacer el amor. Eso cambió, o está cambiando, como si mi cuerpo hubiera

despertado. Me gustaría estar con vos, pero es cierto también, que en este

momento -y digo en este momento porque tuve épocas de abstinencia, mucho más

prolongadas- me cuesta no hacer el amor. Pero como vos bien decís, lo que tenga

que ocurrir será. ¿Estoy confusa? Quizás sí, porque es confuso lo que me pasa. Te

mando un besito.”

Ella, por entonces, no había traspasado todavía la etapa del deseo  mientras

que él en esos mismos días había empezado a corretear con una antigua

compañera de trabajo con la que se había encontrado por casualidad en una

conferencia de prensa, según se enteró Alicia tiempo después. Sea como fuere,

mensaje a mensaje, sentían cada vez más intensamente la necesidad de verse. En


aquellos días la idea de hacer un viaje creció y empezaron a fantasear con

encontrarse en Barcelona o en París.

“Me dio alegría y risa la locura del viaje. De pronto camino por la calle y

fantaseo con el viaje y con la ropa que llevaré y con caminar juntos por ¿Barcelona?

Para mí sería como estar en las mil y una noches, algo irreal. Hola, hola, aquí

Alicia”  le escribió ella entusiasmada cuando surgió la posibilidad del viaje, pero

cuando él le anunció que había reservado los billetes de avión y un hotel en el

Barrio Latino de París para los primeros días del mes siguiente ella sintió una ola de

pánico. El juego empezaba a tornarse peligrosamente real. Amar a un ser ausente,

idealizado, no es lo mismo que enfrentarse al roce de una piel no familiar, a una

sonrisa y a una mirada ya olvidadas. Alicia prefirió la distancia.

“Horacio, lo del viaje es así: Yo tengo muchas ganas,  hace demasiado,

demasiado tiempo que no nos vemos. Pero se me hace difícil ir por varias razones:

La primera, y -aunque me avergüence, tengo que ser sincera con vos-, quizás la

más poderosa, es el tema del avión. Yo quiero vencer el terror que me da  y estoy

segura, segura de que lo conseguiré porque lo deseo mucho, pero me doy cuenta

de que me muero de miedo de sólo pensar en subir a un avión y sobre todo en

hacer un viaje tan largo sola. Me avergüenza pero es real. La segunda razón es que

estoy con mucho trabajo. En realidad, me gustaría tener un par de días más para

pensarlo, pero no lo veo posible . Lo digo con mucho dolor,  internamente estoy

madurando la posibilidad de dejar de escribirnos, al menos durante unos meses. No

porque me hayas dejado de importar, sino porque mantener esta relación se me

está haciendo difícil. Quizás sería mejor si nuestros mensajes no fueran tan

asiduos. No lo sé, estoy pensando en voz alta.  Creo que todo se nos está yendo de

las manos... No sabés cuánto me gustaría que estuvieras hoy a mi lado, sentados

los dos en el banco del patio, charlando. Recién cuando subí miré el banco y pensé

en eso.  Escribime.  Un beso grande, grande”.


         El viaje nunca se hizo, pero tampoco dejaron de escribirse, ni disminuyeron
la frecuencia de los mensajes, al menos durante el mes y medio siguiente. Por
diferentes motivos los dos estaban atravesando momentos difíciles y encontrarse
diariamente con palabras de ternura y comprensión les permitía sentirse cuidados
por el amor.

Interferencias y deslumbramientos

Internet no sólo es un espacio para encontrar y construir la ilusión de

anhelados amores verdaderos construidos cuidadosamente con caricias textuales.

La armonía, de hecho, es más excepción que regla.  En la Red  abundan los

desencuentros, la agresiones,  los abusos y los acosos, el desencanto, mucha

locura contenida que encuentra una vía de escape sólo en apariencia inocua, como

aquella historia de amor que construyó en la distancia una adolescente neoyorquina

quien en pleno delirio de abstinencia en el inicio de un  tratamiento de

desintoxicación a las drogas repetía sin parar el nickname de un novio virtual

argentino con quien se había estado escribiendo durante muchos meses. La relación

se había iniciado en un chat y como tantas otras prosiguió por email, un poco por

teléfono e, inusualmente, también por correo postal,  pues, según me explicó él

una noche mientras compartíamos una pizza con un grupo de conocidos, “la

escritura manuscrita sobre papel le da a la relación una mayor intensidad, un

mayor calor”. Comentario que me llamó la atención viniendo de un ejecutivo de

publicidad de unos veinticinco años, dedicado fundamentalmente al campo de la

informática.

Nunca llegaron a conocerse personalmente a pesar de que muchas veces

ella lo invitó a ir a visitarla.  Habían alcanzado un nivel de intimidad muy alto, al

menos eso pensaba él. Sin embargo, nada sabía de la adicción de ella a las drogas

como tampoco que tenía diecisiete años ni que vivía en Nueva York y no en Boston

como le había dicho.

“Dejé de chatear durante un año y medio. Quedé muy mal con lo que me

paso con una chica que conocí en el chat. Hacía un tiempito que no sabía nada de

ella cuando un día abro mi buzón de email y me encuentro con un mensaje de su


madre  pidiéndome que la llamara urgente. No sé que carajo  se me cruzó por la

cabeza, pero el asunto es que llamé. La mujer me contó que su hija estaba

internada por una sobredosis de coca y no sé que más. El asunto es que me

acusaba a mí de ser el culpable. Yo no entendía nada. Intenté explicarle que yo no

tenía ni siquiera idea de que su hija se drogara, que yo era un tipo serio, que como

se le ocurría pensar que podía tener algo que ver con algo así, pero ella sin

escucharme repetía una y otra vez que por algo su hija no dejaba de pedir por mí.

Cuando mencionó que la piba tenía apenas diecisiete años me quedé helado, ella a

mí me había dicho que tenía veinticinco. Me di cuenta que todo lo que me había

contado sobre ella era pura mentira. Para colmo, cuando la vieja comentó que su

marido era uno de los principales empresarios de la construcción de Nueva York

sentí que me lo decía como  advertencia, No sé porque pero  podía dejar de asociar

al tipo con la mafia. Me entró un cagazo que para que les voy a contar. Al final, por

suerte, logré convencerla que yo no tenía nada que ver con nada de lo que había

hecho su hija. De la piba no volví a saber nunca nada. Eso sí,  como les conté

antes, durante un año y medio no volví a entrar a un chat”.

Idealizados amores de Internet, en los rara vez se filtra la sordidez cotidiana

en la que viven muchos de sus protagonistas,  lo cual es de entender pues de eso

mismo se trata, de construir una realidad menos hostil, un espacio en el que el

sueño y la alegría sean posibles. Rumbo equivocado para una aspiración legítima.

Difícil, imposible diría, es que un amor moldeado con reflejos de nuestra propia

imagen  sea de utilidad para librarse de la angustia que nos persigue y nos

consume en la soledad del desamor. ¿Cuál es sino el efecto de la máscara en el

ánimo del otro que el de hacer de él o ella una marioneta cuyos hilos son movidos

de acuerdo a nuestras propias expectativas y deseos?

 Ingenuidad en algunos o perversa forma de autoprotección, a veces

ignorada por ellos mismos, la que lleva a buscar soluciones en el reflejo de espejos

preparados para devolver imágenes falseadas de uno mismo que para poco o nada
sirven cuando el alma se duele. Eso sí, cual un estimulante, producen una

placentera efervescencia de efecto narcotizante que sirve para ocultarse

momentáneamente en una ficción cuyas consecuencias pueden llegar a ser

devastadoras.

Muchos consiguen como la bruja de Blancanieves vivir largo tiempo

escondidos en la ficción de la imagen reflejada por el espejo que, como profecía

autocumplida, reafirma aquello que desean ver. Otros, en cambio, no consiguen

escapar de la verdad no deseada en la que viven y cuando se miran en el espejo

encuentran el reflejo de aquello que les espanta.

Quebrados, sienten que el dolor no les permite continuar y, escondiéndose

de ellos mismos,  se dejan vencer por la angustia del desamparo. “Adán se esconde

para no tener que justificarse, para escapar a la responsabilidad de su vida. Así se

esconde cada hombre, pues cada hombre es Adán y está en la situación de Adán.

Para escapar a la responsabilidad de la vida vivida, la existencia es transformada en

máquina de esconder”  (Buber1989:13). Sólo tras reconocer esta renuencia a

enfrentar su vida,  el ser humano es capaz de retornar a sí mismo y de este modo

comenzar a recorrer su camino, y este nunca es fácil.

El horror en uno mismo

A veces, el miedo a la angustia conduce a caminos que producen verdadero

escalofrío, al menos a mí. “Suelas” era el sobrenombre con el que bautizamos a

Pablo, uno de los alumnos  de la Casa de Oficios para la Ciudad del Conocimiento

de Barcelona, cuando a los pocos días de iniciadas las clases nos enteramos que se

dedicaba a pedirles a sus compañeras que le dejaran lamer las suelas de los

zapatos. Varias de las chicas al recibir tan singular propuesta, alarmadas, corrieron

a contárselo a la coordinadora del curso.


En un primer momento se consideró la posibilidad de solicitar su expulsión,

pensando que podía resultar peligroso. Desde un principio tuvimos claro que no se

trataba de una broma de mal gusto, sino que “Suelas” tenía cierta, por no decir

marcada, tendencia al sadomasoquismo. Sin embargo, pienso que la decisión que

se tomó de no darle mayor trascendencia al tema, aunque un poco arriesgada, fue

correcta.

Hacia fin de año, Pablo había conseguido lamer las suelas de los zapatos de

unas cuantas de sus compañeras, que una vez pasado el choque inicial, fueron

accediendo a sus deseos sin que ello tuviera consecuencias inmediatas en sus vidas

ni en el desarrollo normal del curso, no así en la de él que, sin duda, debió de sentir

un enorme placer.

A “Suelas” le gustaba jugar con el personaje tenebroso que  había

construido consigo mismo. Poseía un humor sarcástico de tonalidades oscuras y no

dejaba de manifestar abiertamente sus preferencias sexuales, lo cual no impedía

que detrás de sus alardes se adivinara a un chico cálido, tímido y muy desvalido

que escondía su terror en gestos de estudiado cinismo. Entre todos los alumnos de

la Casa de Oficios, “Suelas” destacaba por su habilidad en el manejo de los

ordenadores, lo cual hacía que muchos de sus compañeros recurrieran a él para

que les facilitara secretos sobre el acceso y copia de juegos,  programas y archivos

de uso restringido y otras transgresiones a las reglas de buena urbanidad

informática, muchas de ellas unilateralmente impuestas por las grandes compañías

de software.  Tenía un sitio web dedicado al sadomasoquismo y alardeaba de ser 

capaz de levantar el código de seguridad de cualquier juego o programa, aunque

siempre sospeché que era más un hacker de palabra que de hechos.

Charlando con él  sentí un fuerte sentimiento de compasión.  Quien estaba

adelante mío era un niño apaleado que a los 20 años acumulaba toda la tristeza del

mundo. Casi lo primero que me contó fue que había conocido a su “ama” en una
sala de chat de sadomasoquismo “Las únicas que visito. Eso sí, nunca me

encuentro personalmente con gente del chat si no es alguien a quien conozca algún

conocido mío. Puede ser un tanto peligroso” reconoció “Algunos amigos tuvieron

problemas serios con gente del chat. Casi, casi no la pueden contar.  Ella antes

había sido la ama de un amigo, por eso acepté encontrarla. Para mí fue maravilloso

conocerla, nunca antes había sido tan feliz”. 

Seguimos hablando durante un buen rato. Me contó que nunca había estado

enamorado, que no sabía lo que era el amor, que seguramente debía de ser algo

bueno y que esperaba  conocerlo  alguna vez.  “Yo  nunca hice el amor” me confesó

sin inmutarse. Yo le descreí, pero él me aseguró que era cierto. “Sí tío, créeme,

nunca follé, nunca”.  Jamás sabré si me mintió, ¿tiene importancia? Más allá de los

hechos puntuales su dolor era verdadero, su soledad inconmensurable.

A Blanca, a sus 23 años, le atormentaba su virginidad. No sé si finalmente

habrá conseguido su objetivo de encontrar una persona que, amándola,  la liberé

de lo que ella vivía como un estigma. Supuesto estigma que, por cierto, los demás

conocían porque ella se encargaba de proclamarlo en todo momento y situación. 

No destacaba por su inteligencia ni tampoco por su simpatía. No era especialmente

bella,  pero tampoco fea. Era rubia, de ojos azul claro y un poco rellenita, sin llegar 

a ser gorda. Aunque parecía agradable, sé que a sus compañeros de estudios y de

trabajo les resultaba especialmente cargosa, rasgo que de ser cierto hubo de alejar

a lo largo de su vida a varios posibles pretendientes .

 Su relación con  Internet era reciente y una de las primeras cosas que hizo,

como tantos otros principiantes fue dedicarle horas al chat. Según quienes la

conocían, se lanzó a la red con  un  primordial y único fin: Encontrar novio. Claro

que públicamente nunca lo hubiera reconocido. Ella ante todo, hace esfuerzos por

mostrarse como una chica de principios. A veces no puede evitar caer en

contradicciones, pero ¿quién no?


“Internet para mí es un puente para conocer gente. El chat me llamó la

atención desde el principio. Lo veo como una aventurilla, para variar de vez en

cuando.  Siempre entro con mi nombre y mi personalidad, no tengo ningún

problema en contar mi historia.  La primera vez que me conecté a un chat  me

equivoqué y entré en un canal de ligue. No me gustó mucho pero volví a entrar

porque entable relación con tres personas que me cayeron bien. Aunque sólo

conozco a uno personalmente, me parece gente muy maja. Hablamos de cosas del

trabajo, anécdotas, de  lo que nos sucede, del entorno en el que nos movemos.

Ellos no son de aquí. El chico que conocí personalmente  es de Tarragona. Vino

especialmente a Barcelona para conocerme. Nos vimos tres veces. La primera hace

un mes. Nos hemos hecho amigos, pero no novios.  El problemilla es que es una

persona bastante mayor que yo, y claro, a mí me da cosa . Es que cuando una

persona pasa de los veintinueve años ya tiene otro modo de ver la vida .  Él tiene

32. Cuando nos encontramos la primera vez no  dejo de observarme todo el rato, y

yo sé que cuando una persona no para de analizarme pues....” en ese momento de

la charla, Blanca lanzó un  resoplido de fastidio “ Claro que encontrar una persona

que encaje perfectamente con mi personalidad y mi punto de vista es muy difícil.

Yo tengo un carácter bastante independiente, no suelo colgarme de nadie. Voy

mucho a la  mía y a veces  mi forma de ser ofende a las personas.  Lo que quiero

yo a  lo mejor él no lo quiere o,  viceversa, lo que le gusta a  ellos a mí no me

interesa para nada. 

Para mí,  todos entran en el chat con la idea de ligar. Si cae algo, mejor, esa

es la mentalidad de la gente. La mía no.  Conmigo la gente es bastante correcta.

No se pasan. Nadie me hace propuestas abiertamente  porque al mostrarme tal

cual  soy  suelen cortarse. Y a quienes se lanzan directamente a la piscina los corto

sin más, a mí no me interesa tener historias de ese tipo. Si me entra una chica, una

de dos, o  es lesbiana o ... yo que sé.  Me resulta un poquito lamentable  que

viviendo en una era de comunicación la gente esté tan alejada. La  multitud crea
muchos solitarios, hay mucha gente que está más sola que la una. Mi problema es

que soy muy idealista y claro, hay cosas que actualmente parecen estar de más.

Una persona idealista suele darse demasiado contra el suelo. Yo no me cuelgo de

un chico sólo por su  físico. ¿ A mí de que me sirve estar con una persona 

guapísima que sea imbécil  o  muy mala persona?  No sé, creo que lo que más  me

atrae de una persona es el carácter. Al fin y al cabo ves a un montón de gente

horrible por ahí y nadie se muere del susto.

Muchas veces con gente del chat nos damos la dirección de email

directamente. En cambio, el número de teléfono se lo doy a muy pocos. Me he 

llevado feas sorpresas. He conocido a tres personas del chat”. El pudor había ido

cayendo, así fue como Blanca revivió en su relato el milagro de los peces y donde

dijo uno se hicieron tres. ”Cuando vi al de Tarragona .... ¡guauu ¡ Fue muy fuerte,

yo había pensado que tendría unos 26 años. La verdad es que no sé si lo que me

dice es cierto, lo único que sé seguro es que es de Tarragona.  También  quedé con

otro chico que no tenía nada que ver a como me había contado que era, no

coincidía ni siquiera el color de ojos. No le comenté nada, no me pareció necesario.

Después me contó montones de cosas, puro rollo.... Cuando la gente me está

mintiendo me doy cuenta, es como si tuviera un sexto sentido.  Aunque de verdad, 

a mí al fin y al cabo  ni me va ni me viene, es problema suyo. Lo sigo viendo. Es de

Barcelona.  El tercero me pareció bastante majo. Viene desde Bilbao. A mi me

gusta mucho la gente de Euzkadi y lo enfatice mucho. Por ahora nos vimos dos

veces y hablamos muy seguido por teléfono.  Con él de Bilbao y con el de aquí

charlamos de temas un poco escabrosos, con el Tarragona prefiero no hacerlo. A

los tres les dije desde el principio que yo quería conocerlos sólo en plan amigos.. Mi

hermana me dice siempre que tengo que dejar las cosas muy claras porque sino

das paso a que la gente te interprete de otra manera.  También conozco a uno de

Madrid, pero todavía no vino a Barcelona”.

Buscar, encontrar, acercarse, huir, buscar, encontrar, acercarse, huir....


“Todas mis  amigas chateaban por la noche y al día siguiente comentaban

entre ellas  lo que habían charlado en el chat y yo me quedaba descolgada. Así que

apenas me puse Internet en casa lo primero que hice fue bajarme el ICQ para

poder chatear. Al principio, cuando empecé, buscaba gente desconocida, de

Argentina pero desconocida. No me gustó mucho. A mí me interesaba chatear con

hombres y los hombres siempre te quieren levantar, tienen otra intención  y la

verdad que yo lo único que quería era que me contaran cosas de sus vidas. Me

ponía a hablar un tiempo con un chico y a los pocos días me preguntaba: “¿y

cuándo nos juntamos para tomar algo?” y yo sabía que sus  intenciones eran bien

diferentes. Cuando  aclaraba que chateaba sólo para conocer gente los tipos

siempre me decían “yo tenía otros planes con vos” o cosas por el estilo. Hasta ahí

llegábamos. Nunca conocí personalmente a nadie del chat. Me lo propusieron

muchas veces pero siempre me dio miedo aceptar. Tengo muchos conocidos que

vivieron situaciones  desagradables con gente que conocieron en el chat, aunque

también conozco  algunas chicas que se pusieron de novias a partir del chat.  La

hermana de mi novio, por ejemplo,  está saliendo hace seis meses con un chico con

el que  estuvo chateando antes durante tres meses. A mí me da miedo. En realidad

no me interesa hacer nuevos amigos. Quizás el chat  sirva para alguien que esté

interesado en hacer  nuevos amigos. Yo no confío. No le hago caso a los mensajes

que me llegan. Chateo con mis amigas  nada más que para divertirme”  Tiene más

de veinte años, vive en Buenos Aires, estudió derecho en una universidad privada,

trabaja de empleada en una tienda de ropa, es desenvuelta, mira mucha televisión,

sale a bailar los fines de semana. Vive con miedo.

Curiosear, mirar, jugar, negar, soñar.....

Resulta difícil mirarse sinceramente en el espejo,  aceptar las fantasías que

nos mueven, los terrores que nos paralizan.

6
Conociéndose. La ilusión de transparencia
El ayer en el hoy:  pudor e hipocresía

“Amigo mío: Su carta, tan cariñosa y demostrando una admiración tan

profunda, ha llegado para mí en un momento sentimental en el que yo me

encuentro también muy predispuesta para el amor, siempre que sea digno,

noble y puro haciendo honor a lo que me indica usted en la suya.

Le agradeceré que antes de intentar conocerme medite mucho la clase de

sentimientos que le impulsan hacía mí. Mi vida hasta ahora se ha deslizado

por un cauce de serena tranquilidad que no tengo necesidad alguna de

perturbar para satisfacer un capricho de un admirador desconocido.

Si lo que siente hacia mí no es más que un mero capricho amistoso, le estimaré


se abstenga de insistir, pero si,  por el contrario, le he inspirado un sincero amor
puede acudir el día ... (hora y lugar donde desee) que en principio entablaremos
una amistad sin compromiso alguno, ya que creo, que por este camino es como
se llega a conocer bien a una persona y se puede comprender si es fácil llegar a
la fusión de dos corazones.
Le suplico que reflexione cuanto le digo en esta carta y si no está muy seguro de
sí mismo no acuda. Le saluda con afecto.”  (de Olariaga, op.cit: 89)
Cautela, temor, esperanza, distanciamiento. Actitudes y palabras de otro
tiempo para una situación  que, en su esencia, se repite  miles de veces por día
en todos los lugares en los que existen personas conociéndose a través de
Internet. Una mujer y un hombre mantienen una relación construida y sostenida
en una seducción hecha de palabras, ensoñación e imágenes idealizadas, hasta
que sienten que ha llegado el momento de encontrarse  cara a cara otro, aquel
en el que se intuye el amor, y  veces, porque no, un cuerpo en el que encontrar
provisorio refugio contra la soledad.
El modelo de carta reproducido al comienzo de este capítulo tiene
alrededor de cincuenta años. El papel y sobre todo la actitud y la mirada de la
mujer consigo misma y de su papel en la sociedad ha cambiado y muchos de los
prejuicios de entonces, afortunadamente, han caído (casi) en le olvido, al menos
en lo que se refiere a las expresiones y comportamientos públicos. Otra cosa es
lo que pueda suceder en la conciencia y en sentir íntimo de cada persona.
Si en el pasado, socialmente la mujer, para no ser objeto de habladurías
y maledicencias debía reprimir su sexualidad y mostrarse discreta y recatada,
hoy – en los países occidentales, principalmente en ámbitos urbanos ilustrados -
existe la posibilidad de que una mujer manifieste abiertamente amor y deseo. Lo
cual no quiere decir que siempre sea así. La actitud de Blanca, su estereotipada
pacatería,  no parece muy alejada de los propósitos y  recomendaciones de la
carta “para ellas” de “contestación a un joven que solicitó obtener amistad” que
acabamos de leer. Pero una cosa son las reservas que expresa Blanca y otra lo
que hace, no en vano, en el momento en que hablé con ella, salía
simultáneamente con tres hombres que había conocido en el chat. 
Del otro lado del espejo
Al encontrarse personalmente con conocidos, amigos, o amores virtuales
(“virtual: Que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de
presente. U. Frecuentemente en oposición a efectivo o real.” Diccionario R.A.E.
21ªedic.) se busca reafirmar una fantasía de apariencia borrosa y presencia
concreta, completando con sonrisas, miradas y gestos a aquel de quien sólo se
conoce a pedacitos, las palabras con las que nos escribe primero, y después,
eventualmente, su cara y su cuerpo congelados en una foto y, quizás, su voz a
través del teléfono. 
En la Red cuando se mantiene una relación continuada con alguien se
genera una sensación de cercanía, de proximidad, de la que van surgiendo los
primeros trazos de lo que no tardamos en identificar con el amor. Al principio,
esta sensación es tan intensa, tan real que se vive como una bendición, hasta
que, poco a poco, imperceptiblemente, a medida que aumenta nuestro amor y
con él la necesidad de la presencia del otro, el desarraigo físico empieza a hacer
estragos en el alma, y el dolor por la ausencia avanza, imparable, hasta llegar a
ser insoportable. En ese momento, se hace imprescindible mirarse, tocarse,
acariciarse, besarse... Entonces, no hay distancia, no hay obstáculo que pueda
impedir el  encuentro.
Y cuando al fin llega ese tan esperado momento, raro es que aquel que
esta allí, ante nosotros, no nos resulte un extraño, a quien, sin embargo, en 
ocasiones nos obstinamos en amar, al menos provisionalmente. Otras veces, en
cambio, los amantes virtuales huyen despavoridos ante ese desconocido que los
mira con ojos de asombro y descreimiento.
La preparativos que rodean el encuentro intensifican los sentimientos de
los amantes virtuales que en su turbación tienden a construir castillos de amor 
desmesurado. Carmen es el nombre supuesto de una mujer joven de Vigo que, a
través del servicio de contactos de uno de los mayores portales en castellano,
conoció al amor de su vida, al menos eso es lo cuenta. 
“Me inscribí en el servicio de contactos por simple curiosidad, para divertirme un

rato. Ni se me pasó por la cabeza que encontraría al amor de mi vida. Los

primeros días recibí muchos mensajes, pero sólo contesté unos pocos. Hubo uno

que me llamó especialmente la atención,  era de un tal Nando  que me daba su

número de ICQ. Durante los primeros mensajes que nos mandamos, la verdad

es que no lo soporté. Después, y no sé bien cómo ni por qué, empezamos a

jugar (o algo así) a preguntas y respuestas, y parecía que nos estábamos

leyendo la mente.  Desde ese momento supe que había algo especial entre

nosotros. A partir de entonces seguimos escribiéndonos, ya fuera por medio de

mails o por ICQ.  Al principio tuve mis dudas sobre él, ya que es casi dos años

menor que yo, pero al ir conociéndolo vi que tenía la madurez de un chico de

veinticinco años a pesar de tener sólo veintiuno. Eso me encantó.


Todavía no hemos podido vernos personalmente, pero es la persona que

más amo en este mundo y él lo sabe. Contamos los días y las horas para poder

estar juntos. Desgraciadamente, aunque los dos vivimos en España, yo no he

podido ir a Valencia ni él venir a Vigo, pero ya estamos planeando estar juntos para

siempre. Por lo pronto ya llevamos un mes de ser novios, y aunque sea a distancia,

sabemos lo que sentimos el uno por el otro. Solamente espero que muy pronto

podamos estar juntos, porque las horas que pasamos hablando por teléfono no son

suficientes, ni tampoco los e-mails que nos mandamos.  No veo el momento de

poder estar con él para verle a los ojos y decirle "te amo", abrazarle fuertemente y

no dejarle ir nunca. Soy la mujer más feliz del mundo”.

¿A quién ama Carmen? ¿A quiénes aman todas las Carmenes, todos los Nando
del mundo que, por amor, trasiegan teclados, pantallas y redes telemáticas en el
espacio inmenso, silencioso, fantástico y casi fantasmagórico de Internet,
paradójicamente vacío en su exuberancia de contenidos de todo tipo?  ¿Son las
Carmenes, son los Nandos los cuerpos, los corazones y las almas amadas o son
el inquietante resultado de una ilusión de transparencia que refleja una imagen
distorsionada de ellos mismos, de aquello que desean, de aquello que no
alcanzan a ver, a decir, a reconocer? ¿Es este, el de Carmen, el de las Carmenes
y los Nandos que en el mundo son, un amor que puede expandirse,  que puede
crecer hasta alcanzar a ser sublime?
Amor globo, amor despojo
El director de cine mexicano Arturo Ripstein afirma que “nada como el amor loco
rompe, subvierte, trastoca. Los románticos -persuasivos destructores del orden,
subversivos por definición- lo sabían. Y lo usaron. Nada como el amor loco crea
utopías... y las destruye. Nada como el amor loco rasga, rompe y desordena la
casa del orden social. Nada es más irreverente, sacrílego, herético. Nada, por
tanto, más humano. El amor loco -al igual que Prometeo- se enfrenta a dios para
-al igual que Sísifo- consumirse a sí mismo: fracasar. Y en este continuo fracaso,
ir bordando su humanidad. Su fuerza de vendaval pone la carne humana al
descubierto. En su mejor, más prístina y portentosa flaqueza, en su
conmovedora mezquindad, en su esperanza desesperanzada de construir un
mundo aparte y perfecto para el objeto amado, lo humano de lo humano
prevalece, se destaca, se ilumina" (en Diario Página 12, Bs.As, 12-8-1997).
 De todos modos, y a pesar de lo “locura” que muchas veces consiguen
provocar, me cuesta asimilar las relaciones nacidas y crecidas al amparo de la
Red a un amor loco. L’amour fou es otra cosa. Quizás me equivoque, pero los
amores virtuales tienen más bien pinta de caricatura.
          Muchas veces comprometerse con Otro en una relación afectiva es vivido
como una dejación, una renuncia a la propia individualidad, sin comprender que
sólo alcanzamos nuestra plenitud en la unión amorosa que nos permite crecer
asumiéndonos como parte de un todo. Aquel que surge entre la luz muda de la
pantalla del ordenador aparece como respuesta tranquilizadora al miedo a
establecer verdaderos vínculos afectivos con quienes nos relacionamos en nuestra
vida cotidiana. La Red resulta, en tales casos, un sustituto superficialmente
satisfactorio y de aparente eficacia emocional.

          Temerosos a expresar lo que realmente sienten, a hacer lo que fantasean

hacer, miles de personas se lanzan a interminables sesiones de chat en las que se

pierden en mares de palabras con interlocutores intercambiables, a los que la Red

les otorga una dimensión y una personalidad de índole y dimensión diferente a la

conocida acercando a unos con otros en un juego de transparencias y reflejos

cambiantes que terminan por converger en una única y conocida imagen siempre

repetida, cacofonía de mensajes redundantes en la que importa poco lo que se dice.

Lo importante es la ilusión de transparencia que permite mantener siempre viva la

sensación de estar comunicado, para intentar así romper el cerco que tantas veces

imponen la falta de autoestima y la inseguridad en uno mismo. Eso sí, cuando la

relación crece, sea de amistad, sea de amor, llegado el momento, todos

necesitamos encontrarnos, mirarnos a los ojos, sentir la presencia física del Otro

junto a nosotros,¡reírnos juntos! ¡Cómo une la risa compartida!

          En las relaciones a través de la Red entre personas que se conocen, pero por
diferentes motivos no se pueden estar juntos,  la transparencia atribuida a la
pantalla comienza a separar al individuo real, diluido en la memoria por el paso del
tiempo, de los mensajes que escribe, dando lugar a la aparición de un inquietante
alter ego virtual, que no siempre responde a la persona que hay detrás de la
pantalla. 

“Horacio, a veces me pregunto ¿quién serás, cómo serás?

No sé si alguna vez te conté que además de pintar a veces escribo. Ayer a la

noche no podía dormir y empecé a escribir un cuento.  El argumento tiene que ver

con las relaciones virtuales.  Es algo así: 

Una mujer tiene una relación con alguien por mail. Ella siempre le escribe de

noche, cuando todos duermen en su casa, tarde (quizás es casada, no sé). La

relación via email se torna cada vez más asidua, más cercana, más intensa. Al cabo

de un tiempo se conocen personalmente.  Al principio sienten cierto extrañamiento

pero de todos modos continúan la relación, que se torna muy real. En el final que
imaginé el tipo está durmiendo a su lado, ella lo mira largo rato, se levanta

tratando de no hacer ruido, (a la misma hora que solía hacerlo cuando se escribían)

y se sienta ante la computadora, la enciende y escribe en la pantalla la dirección de

él.

Creo que terminaría más o menos de esa manera, como si ese hombre Real

no pudiera desplazar al Virtual,  ella necesita al Otro, a esa construcción mental que

había hecho, que, como los sueños, siempre es más poderosa y abarcadora que lo

real. Se me ocurrió a partir de un texto de Borges donde  el personaje dice que en

"toda promesa hay algo de eternidad".

Por ahora no tengo escritas más que unas pocas líneas, pero la idea me gusta.

Sobre todo tengo una imagen muy fuerte: los dos en la habitación, durmiendo.

Son las dos de la mañana, ella lo mira un largo rato, se levanta sigilosamente

(de alguna manera lo traiciona con él mismo) va hasta el escritorio y enciende la

computadora.

Horacio pareció comprender el sentido del cuento y de algún modo intuyó

que el tiempo y la distancia empezaba a  descomponer, quizás definitivamente, su

relación con Alicia.  Esperaba llegar a tiempo a Buenos Aires, adonde tenía

planeado volver en menos de dos meses, gracias a una corresponsalía importante

que había conseguido. En ese momento llegaban casi cuatro meses de relación no

física, casi exclusivamente textual.

“Muy buena la idea del cuento.

Al leerte me doy cuenta  que el ¿quién serás, como serás? con el que empezaste

tu último mensaje  no es  una pregunta retórica, al menos no únicamente. 

Posiblemente como el personaje del cuento que imaginaste soy, somos,

construcciones  mentales, una promesa a realizar, en una palabra:  virtuales (es


ese precisamente el sentido de la palabra según dice el diccionario de la real

academia).

Pienso que es bueno que el Horacio virtual al que le escribís se parezca cada

vez mal a este Horacio que te escribe. No vaya a ser que cuando nos veamos te

encuentres con un total desconocido y como el personaje de tu cuento extrañes a

horacio@xxxxx.com. Un miedo totalmente comprensible, un miedo compartido. A

veces siento que la imagen que construiste de mí, que yo te ayude a construir de

mí tiene poco que ver conmigo. Si es así, perdóname Dentro de menos de  dos

meses estaré en Buenos Aires y ahí al mirarnos descubriremos si el que está junto

a nosotros es quien esperábamos encontrar. Nada, ni nadie lo puede garantizar.

Esto lo supimos siempre. Pero al fin y al cabo como en las palabras de Borges que

citas,  en toda promesa hay algo de eternidad; y la eternidad  nos es grata. 

Un beso que se hace luz.

         Ante la cercanía del encuentro, Alicia y Horacio empezaron a sentir  temor a

la decepción del vacío. De pronto se les revelaba la posibilidad de que todo hubiera

sido producto de un encantamiento, que aquel amor que sentían podía disolverse

en la nada apenas sus ojos al mirarse no se reconociesen.  

“Te quiero mucho. ¿Te lo dije? No importa lo que sentiremos cuando nos

veamos y hasta que punto nos acercaremos. Sé que te quiero mucho y que sos

parte de mi vida.

Alicia”.

Cuanto supe de esta relación, a través de las cartas que intercambiaron por

correo electrónico y lo que  me fue contando Alicia a través del tiempo, dice poco

acerca del tipo de vida sexual que mantuvieron en esos meses. En los emails que

leí aparecen pocas referencias al tema. Comentarios de Alicia en algún mensaje me


permiten pensar que ella sospechaba que Horacio tenía alguna amante. Lo cierto es

que él nunca le contó nada. Resulta sorprendente saber además , y esto me lo

confirmó Alicia, que entre ellos rara vez hablaron de sus deseos y fantasías

sexuales, ni siquiera para decirse que sus cuerpos anhelaban reencontrarse lo antes

posible; y mucho menos mantuvieron algún tipo de relación sexual virtual.  

¿Pudor, visión romántica del amor, protección ante el reconocimiento del dolor que

impone la ausencia  o consecuencia lógica de la separación entre cuerpo y mente

que determina la Red?

Dominados por la ilusión de transparencia, los amantes virtuales ( en

realidad ¿cabe hablar de amantes?) pueden sentir la cercanía del  deseo, como si

las palabras alcanzaran para transmitir aquello que sólo el contacto de pieles y

miradas puede expresar. Entregados al juego de seducción verbal que impone la

Red, olvidan momentáneamente sus cuerpos, y en ese momento empiezan a

alejarse, sin saberlo, del amor, que se nutre del deseo, de su reconocimiento, de su

satisfacción (o de su insatisfacción).

Lejos y sin embargo cerca


En la Red son muchos lo que quedan atrapados por la cercanía que parece
crearse con interlocutores lejanos, muchas veces desconocidos. Con ellos
establecen lazos de proximidad  pocas veces alcanzada en sus relaciones
personales fuera de la Red que les permiten confiar secretos e intimidades  rara vez
reveladas; como si la ausencia de la mirada del otro alejara todo miedo de
reprobación o de crítica. Internet se convierte así en un espacio para las
confidencias ( e indiscreciones) en donde se expresan y relatan  aquellos
sentimientos y aquellos hechos que no encuentran su lugar en la vida cotidiana.
Mechu tiene veinte años y nació y creció en Salta, capital de la provincia
argentina del mismo situada a 1.600 kilómetros al noroeste de la ciudad de Buenos
Aires. Su papá murió cuando ella era todavía bebé. Su mamá y su hermana
continúan viviendo en Salta. Ella estudia Relaciones Internacionales en una
prestigiosa universidad privada situada en los alrededores de Buenos Aires. Durante
el año lectivo se aloja en casa de sus tíos que viven a pocos minutos en tren del
centro de estudio. Es una chica muy entradora y de carácter pasional que esconde
su inseguridad  en un desvastador nivel autoexigencia que acostumbra hacer
estragos en su estado de ánimo naturalmente alegre. Hace chat en sus diferentes
variantes. En un ejercicio para la facultad escribió espontáneamente algunas  de
sus impresiones acerca de algunas de las características de las relaciones
personales en Internet. 
“Tengo un amigo virtual que conocí chateando en el ICQ. Se llama Tomy, o
la menos eso creo. Sabe todo lo que pienso acerca del sexo, las drogas, el amor, la
familia, la moral, Dios, y sabe también lo que siento ante diferentes situaciones que
se me presentan en la vida.
Por otro lado está mi primo. No sabe porqué lloro cuando lloro, o porqué
estudio tanto, ni cuales son mis metas, ni que cosas son las que me hacen feliz. No
conoce tampoco cual es mi concepto acerca de la moral ni mis ideas acerca del
amor o de las drogas. Nos resulta más fácil decirnos cada día buenos días e
intercambiar comentarios frívolos y seguir con nuestras rutinas sin interesarnos el
uno por el otro. Lo que quiero decir es que nos cuesta menos comunicarnos (¿??)
con otros a la distancia que comunicarnos con nuestros verdaderos afectos. Cada
vez tenemos al alcance más herramientas de comunicación y, sin embargo,  nos
sentimos más cómodos con el caparazón puesto. ¿Cómo es posible que me resulte
más fácil contarle mis cosas a un verdadero extraño que a mis compañeros de
clase, a quienes me cuesta tanto acercarme?”
A Mechu le produce perplejidad la facilidad que siente para comunicarse con
un extraño a través de Internet, sensación compartida por muchos de los usuarios
de la Red. Ahora bien, cabe preguntarse si la relación comunicativa que se
establece con interlocutores virtuales es asimilable en algún aspecto a la
interacción  que mantienen dos personas cara a cara. Los vínculos afectivos entre
estos amigos sin rostro se sustentan en un juego de  complacencias recíprocas en
las que apenas hay resquicios para cuestionamientos, disensiones o comentarios
críticos. Del mismo modo que la madrastra de Blancanieves no espera la verdad de
su espejo, los amigos y amantes virtuales esperan que las palabras que surgen de
la pantalla de la computadora les devuelvan una imagen reforzada de sí mismos.
Como Narciso, corren el riesgo de quedar atrapados por el hechizo de su propia
imagen, insensibles al resto del mundo, incapaces de comprender el verdadero
sentido del amor, el placer del encuentro y la entrega por el ser amado, comunión
de almas, comunión de cuerpos. 
Entre los usuarios de Internet es habitual escuchar decir que en la red es más
fácil soltarse, decir cosas que nunca dirían cara a cara. En el chat “uno vuelca
más los sentimientos” explican. La Red, para quienes la viven de este modo,
sirve para acercarse  emocionalmente a amigos y familiares con quienes, antes
de empezar a comunicarse a través del ordenador, mantenían  una relación
meramente formal, al menos así lo sienten. Otros usuarios, en cambio,  se
expresan de un modo distante y frío porque no saben como transmitir lo que
sienten, a veces porque tienen dificultades para expresarse por escrito, otras
porque no pueden sustraerse de la sensación de separación que imponen la
pantalla y el teclado o sencillamente por desconfianza.
La pantalla biombo

Miriam era una de las alumnas más capaces y también mejor preparada que

tuve en la Casa de Oficios para la Sociedad del Conocimiento. Era una persona

inconformista y de carácter decidido, la única de mi grupo que seguía una carrera

universitaria. Tenía veinte años y estaba en segundo año de criminología en la

Universidad de Barcelona  Era gordita, de piel clara y pelo corto castaño oscuro, 

con única mecha teñida de color que durante el año fue cambiando, sin ningún

orden, del rosa al azul pasando por diferentes tonos de lila. Buena fumadora de

hachís, todas las mañanas, durante las pausas, salía a fumarse un porro a la
explanada de entrada del edificio en donde dábamos clase. Como todo usuario del

chat que se precie cuando entraba en uno se identificaba con un seudónimo

aunque, según me dijo, conservaba su personalidad.

“Pongo otro nombre pero soy yo. Del chat me gusta que puedes hablar con la

gente de cualquier cosa. De todos modos, tengo siempre la sensación de que me

mienten. Todos son ingenieros o técnicos, gente que sabe mucho.  Hay algunos

pesados,  empalagosos pero si no  te gustan, cierras la ventana y ya está. Me

escribo por email con un chico de Santander, pero no lo considero  mi amigo. A

los del chat tampoco los considero amigos míos. No tengo con ellos ningún tipo

de implicación afectiva. Alguna vez me propusieron de quedar pero yo no

acepté. Lo más cerca que estuve fue una vez que un chico me dijo que se iba a

pasar por la facultad  una tarde en que yo iba a una fiesta con unas amigas ,

pero al final no pasó. Por ahora no tengo ganas de conocer a gente del chat

porque soy muy desconfiada. Cuando estoy chateando con alguien siempre

intento llevar las conversaciones hacia un terreno en el que no me pueda mentir.

No descarto que algún día pueda tener ganas  de conocer a alguna gente del

chat. No me cierro. Si veo que es buena gente aceptaría encontrarme”,  concluía

entre ingenua y temerariamente Miriam, mientras yo me decía a mí mismo, sin

atreverme a planteárselo a ella, si es posible evaluar la calidad humana de

alguien desconocido sólo a través de los que nos escribe, cuando además somos

conscientes de que todo lo que nos dice puede ser falso. 

Confundida con una diáfana ventana  a la realidad a veces y otras con un

dispositivo revelador de almas, con un telescopio hacia el interior de las cosas y

de las personas, con un calidoscopio de mentiras de las que siempre surgen

verdades, con un multiplicador del conocimiento, con un panorama de lugares y

de culturas, con un lugar sin territorio hecho de encuentros y olvidos, la pantalla

del ordenador se constituye ante nuestra mirada como un espacio en donde son
posibles todos los prodigios. Fascinados por la sucesión de luces y colores que

surgen de su brillo, acostumbramos olvidar su incuestionable opacidad material.

 En una primera mirada a la pantalla, superficie que nada esconde, sentimos que

la esencia de aquello que se presenta ante nuestros ojos está disponible a

nuestra sensibilidad y a nuestro conocimiento, sin advertir que estamos siempre

ante una construcción simbólica, y en tanto tal, en última instancia, ante un

simulacro, independientemente de que su punto de partida sea una simulación,

un hecho  empírico o una idea o sentimiento auténtico.

Un simulacro que va tomando forma a partir de la interpretación de huellas y


otros indicios que proporcionan los participantes en los actos comunicativos en la
red.  Algo que seguramente ni se le pasó por la cabeza a Miguel cuando empezó
a chatear. Después, al menos, fue entendiendo  la importancia del seudónimo
con el que uno elige identificarse.

“Cuando empecé a usar el chat  todos los que se me acercaban eran tíos. Me

di cuenta que era a causa del nickname que usaba, entonces decidí probar otros

para poder hablar también con tías. Ahora lo voy cambiando mucho porque

dependiendo del nombre que te pongas viene un tipo u otro de gente. El nick  que 

usaba al principio era “Barna Boy” y todos los tíos que me hablaban eran gays, me

hacían propuestas, me proponían historias. A veces yo les seguía el rollo, era muy

divertido. Pero no quiero estar siempre hablando con gays, así que ahora uso más

“Jimura”  y se me acerca gente a la que le gusta el manga. En general hablamos de

manga pero a veces charlamos también de otras cosas. Si es una chica derivamos

hacía temas de sexo. A veces el que toma la iniciativa soy yo, otras veces ellas”.

En el momento en que lo entrevisté  Miguel llevaba aproximadamente nueve

meses conectándose a la Red. Tenía diecinueve años y vivía en Poble Nou, un

antiguo barrio obrero de Barcelona.  Era un chico tímido, un poco cortito y de aire

extraviado, muy delgado, grandes gafas de cegato,  pelo cortado al serrucho, muy

aficionado a los videojuegos, algunas dificultades para expresarse verbalmente y de

sexualidad ambigua o quizás sea más preciso decir de sexualidad ingenua, si es que

esta expresión significa algo. De lo que me caben pocas duda es que Miguelín, más
allá de sus aparentes limitaciones intelectuales, era, es muy buena persona. Como

tantos otros con quienes hablé acerca de su experiencia en la Red a él también le

resultaba más sencillo hablar de sus cosas en el chat que cara a cara:

“Allí nadie me conoce, eso hace que resulte más fácil. En el chat,

normalmente cuento cosas que son verdad, pero no siempre. Algunas veces me

pongo a hablar con alguien en coña y le sigo el rollo, le cuento mentiras. A veces

me dan ganas de conocer a alguien personalmente. Si te cae muy bien una persona

te apetece conocerla, pero nunca quedé con nadie.” Hacia el final de nuestra charla

me aclaró que en general no tenía problemas para relacionarse. “Me gusta más

hablar con gente personalmente que en el chat”.  ¿Hace falta decir que no tenía

novia y que fantaseaba encontrar una en la Red?

La pantalla escaparate

Débora no habla de novios ni de sus parejas sexuales, pero lo cierto es que

en el ICQ acostumbra buscar hombres y muchas veces sale con ellos. “ Los busco

por la edad y a veces por las preferencias. Yo me identifico con datos reales: edad,

sexo, nacionalidad y nombre. Pongo todo salvo el apellido, la dirección y el

teléfono, incluso doy el código postal de mi casa así, si les interesa, pueden ubicar

la zona en la que vivo.” Débora  es una mujer de belleza calma y equívoco aire

tímido. Tiene veintidós años, es rubia, de ojos azul celeste, cara redonda y sonrisa

fresca, y de trato agradable. Como tantísimos otros internautas, entra en el chat

con su verdadero nombre.

“Para mí en el ICQ existe un acuerdo tácito de creer que los datos facilitados

por el otro son verdaderos. Cuando empiezo a chatear se establece un pacto

implícito de que los dos vamos a decir la verdad, a no ser que yo tenga ganas de

molestar a alguien y empiece mentir.  No sabes si el otro te dice la verdad, pero yo

confió en esta persona que me buscó para charlar. Cuando  veo que la

conversación empieza a tergiversarse, que empieza a haber mentiras o chistes o


algo desubicado, entonces ahí empiezo a dudar. Las relaciones en el chat muchas

veces quedan en la nada. Sin ninguna explicación, la conversación de un día para el

otro se agota, se pierde el encanto. No dejan ninguna huella. No los conocí, no los

vi, no hablé con ellos por teléfono, quedaron en la virtualidad”.  La imagen de

timidez de Débora no responde a su verdadera personalidad, no hace falta ser

demasiado perspicaz para darse cuenta. Cuesta imaginar que tenga problemas para

relacionarse según lo que se puede deducir hablando con ella, pero ese es otro

asunto.

“Hace como dos años estuve saliendo con un chico que conocí en el chat.

Todo fue muy raro.  Una noche que estaba aburridísima busqué a alguien  en el

ICQ. La información que había sobre él era muy escueta, no decía nada más que el

nombre y la edad. El asunto es que, intrigada o aburrida, lo contacté.  No tuvimos 

un enganche de esos de ponerse a charlar horas y horas. De hecho no hubo nada.

Pasaron cuatro días  sin que nos volviéramos a hablar, y después durante las tres

semanas siguientes nos encontrábamos de vez en cuando en el ICQ  como si

fuéramos amigos de amigos. Teníamos  un  trato muy lejano, hasta que un día

hablando de cine, que a mí me gusta mucho  y a él aparentemente también,

quedamos en ir a ver juntos  no me acuerdo que película. Fuimos al cine y a tomar

algo y no pasó nada. Todo fue en plan amigos. No hubo flechazo por  ninguna de

las dos partes. A los tres días, cuatro me llama,  volvemos a  salir y ahí fue el

enganche.

Otra vuelta estaba navegando como a las tres de la madrugada y en la

ventana del ICQ aparece el mensaje de un chico que me buscaba, que me dice

“Débora ¿qué tal?”  Yo, bien agresiva,  le contesté “no te conozco” . Él se disculpó

contándome una historia que no sé si era o no cierta. Empezamos a charlar y al

ratito andaba proponiéndome que nos conozcamos. Yo primero le dije que no tenía

ganas. Eran como las cuatro de la mañana y de pronto se me ocurre largarle un

desafío. “A ver que tal machito sos, ¿hasta adonde te animás?”  Y le pasé  mi
número de teléfono móvil . Me llamó a los cinco minutos “Dale,  porqué no

salimos?” me dijo  “Bueno, vamos,  pero ¡ahora...!” le contesté.  Al rato me pasó a

buscar por la esquina de mi casa en un coche buenísimo, lo único lindo que tenía, el

coche. Eran las cinco y diez de la mañana o así. Me saludó como si nos

conociéramos de antes. Una desfachatez total, y por mi parte también. Yo no tengo

problemas. Compramos facturas en una panadería y de ahí nos fuimos a la

costanera, a la zona en donde están las carritos y los pescadores, y nos pusimos a

comer las facturas.  Fue muy loco, agarradísimo de los pelos”

En cierto momento mientras la escuchaba sentí una desagradable sensación

de vértigo que por lo visto, compartían sus amigas. “Mis amigas me dijeron  que

estaba loca. “Mirá si era un degenerado... Mirá si era ...., bla, bla, bla.”  Una no

sabe nunca. Bueno, no importa, yo me jugué.  Con ese chico estaba todo bien, pero

a mí no me interesaba. Me jugué pero no me interesaba. Para él fue al revés.

Apenas me conoció quería llevarme directamente al civil para casarse. Se recontra

enganchó. Después me volvió a llamar. Fuimos a comer una vez. Me llevó a Puerto

Madero. Debe ser el único chico que me llevó a Puerto Madero. Salimos dos o tres

veces más pero no sentía que me pasara nada con él y  le dije que para seguir así,

mejor nada. Me odió. Nunca más me habló. Trabajaba en Telefónica y estudiaba

una carrera de economía  en la Universidad de Buenos Aires. Tenía mi edad”.  

Yo, tú y él

Hay muchos autores que cuando se largan a hacer predicciones sobre el

futuro de la Red parecen ignorar nuestra necesidad natural (vital), que trasciende

el hábito, de relacionarnos físicamente con nuestros semejantes. Aislados

enloquecemos, incluso podemos morir. Es en el encuentro (o el desencuentro) con

los Otros en donde se justifica, se explica nuestra existencia. Romper con el cerco

del aislamiento es lo que nos permite mantenernos vivos, a nosotros como

individuos y a los seres humanos como especie.  Condición primigenia de la vida

que parecen ignorar aquellos tecnopredicadores que como el pensador francés


Pierre Lévy (2000) pronostican sin atisbos de alarma en su voz que en las primeras

décadas del siglo XXI  la mayor parte de la vida social se realizará en el

ciberespacio. Bajo los efectos de los efluvios de la tecnofascinación, Lévy afirma

que Internet es simplemente el estadio que sucede a la ciudad física en el 

reagrupamiento social de la humanidad.

Entretanto, lejos de esta televida que propugnan los estrategas de las

empresas del sector de las telecomunicaciones y la informática y sus valedores

intelectuales, los usuarios de Internet, en su inmensa mayoría afortunadamente no

renuncian,  por ahora, a mantener relaciones físicas, ni tan siquiera con sus

interlocutores virtuales. 

Como alguna vez escribí, las voces, las miradas, las caricias actúan como
protección contra el autismo, insanía que conduce, recordémoslo, a la muerte
prematura,  y que tantas veces indirectamente parecen promover algunos
mensajes y actitudes públicas. “Cualquiera sea la tecnología a la que se recurra,
existen diferencias notables entre una comunicación cara a cara y la que se
mantiene a través de la mediación de una máquina. El ser humano trasmite y
recibe información sensorial a través de sus gestos, sus miradas, su olfato, del
tacto, todo el cuerpo convertido en un gran órgano de comunicación.(....) Las
máquinas de comunicar apenas pueden proporcionamos un precario, insatisfactorio
sustituto de comunicación interpersonal.” (Levis 1999). Idea que no siempre
parecen compartir algunos estudiosos de la comunicación que pretendiendo
amoldar la realidad a sus reflexiones teóricas son capaces de afirmar, por ejemplo,
que, ante enunciados similares, no existe diferencia notable entre recibir una carta
y hablar por teléfono, entre escuchar un disco y asistir a un recital del cantante en
cuestión, que tal despropósito escuché  decir en un congreso a un profesor de una
reputada universidad de Barcelona.
Callo el nombre del autor de tal desatino porque no es intención mía
molestar a nadie, sino, bien por el contrario, contribuir a la comprensión de los
fenómenos de la comunicación. Cierto es, y así se lo supe manifestar en su
momento a mi  colega, que para quienes como yo vivimos en el dolor de la
distancia, bien diferente nos resulta oír la voz  de alguien querido en el teléfono
que  leer una carta o un email, ¡ y qué decir de la maravillosa alegría de poder
mirarse a los ojos después de un emocionado abrazo! 
Sin afectividad, sin considerar su existencia, su importancia primordial, no
hay teoría sobre la comunicación humana que pueda sostenerse ante el más
mínimo análisis. Tampoco cuando se trata de explicar la comunicación mediatizada
por ordenadores. Al fin y al cabo, del otro lado de la Red siempre hay un ser
humano, incluso si nuestro interlocutor es un programa de inteligencia artificial.

La ilusión de proximidad que ofrece la pantalla de la computadora, la

inmediatez con la que es posible recibir y enviar mensajes, el tono informal y

distendido de la comunicación  contribuyen a crear la sensación de frustración que


sigue a la interrupción del acto comunicativo. Es entonces cuando la falta del Otro,

su ausencia,  empieza a sentirse de un modo cada vez más intenso hasta hacerse

insoportable. Al principio basta con reanudar la comunicación a través de cualquier

medio técnico que esté al alcance, pero llega un momento en que la tecnología más

sofisticada imaginable sería insuficiente, en el que la necesidad del ser amado, o de

aquel en quien intuimos el amor,   hace inconcebible cualquier otro encuentro que

no sea el físico. Allí, en el roce de las miradas y las pieles, en las sonrisas y en los

palpitares, en colores,  tonos y  almas, es en donde toda relación define su rumbo.

Tarde o temprano.

Cuando se rompe el espejo. Aproximaciones y alejamientos


“Alicia quisiera abrazarte. Tengo ganas de abrazarte.  A veces me cuesta creer
que estás tan lejos. Me gustaría apagar el ordenador, ponerme los zapatos y la
chaqueta, tomar el ascensor, ir corriendo a tomar el metro y bajarme en la
estación Palermo, correr por Uriarte hasta  tu casa, tocar el timbre con urgencia
y  apenas abras la puerta darte un abrazo largo, largo, sin decir nada, así, en
silencio. Un deseo imposible. Para llegar allí necesito un montón de horas de
avión y un billete que no siempre es fácil de conseguir. Te quiero mucho. En
estos meses te fui queriendo cada vez más. No siento que te idealice, ni
tampoco te hecho a faltar con nostalgia. No, simplemente te quiero. Dando tus
clases, escribiéndome emails,  sintiendo de tanto en tanto tu maravillosa voz,
presintiendo tu sonrisa en la pantalla de mi ordenador cada vez que leo un
mensaje tuyo. Cerca a miles de kilómetros:  en mi alma, en mi cuerpo, en mi
corazón.

Te doy un beso lleno de música. Horacio”.

La presencia ausente del ser amado no deja en ningún momento de inquietar a

los amantes virtuales. La relación crece contenida en los márgenes que

establecen la distancia, la idealización del Otro, la ternura y el amor germinados

en palabras bien tersadas y el deseo renovado del encuentro siempre

postergado. Sin posibilidades de desarrollarse libremente en la generosidad de la

entrega y en las pequeños gestos cotidianos que también hacen a la

construcción del afecto, en las relaciones a distancia se produce una

malformación del amor en la que apenas existe lugar para la duda y el conflicto.
 A medida que se acerca el momento del tantas veces imaginado encuentro, la

incertidumbre paraliza el corazón de algunos amantes virtuales que ante la mera

posibilidad de tener que enfrentarse a una frustración se entregan (o se

abandonan, si se prefiere) a la de-construcción de su amor. Si a esto le

añadimos el desgaste del tiempo y la distancia, los resultados suelen ser

desvastadores. Horacio y Alicia se dejaron arrastrar por estos rumbos de dudas.

Cuando el deseo genera temor

         “Tengo ganas de verte, pero no sé si tendremos algo en común , algo que

decirnos. No sé que pasará cuando nos veamos. No sé a quien esperas ver, si soy

el mismo que imaginas, no sé a quien me encontraré, de verdad no lo sé. No sé

que sentiremos, si los dos sentiremos lo mismo. No sé si quedaremos

deslumbrados o si nos decepcionaremos. Quizás yo te resulte banal, ansioso, tenso,

o quizás sea encantador y divertido. ¿Pero tiene algún sentido ponerse a pensar en

eso ahora? Nuestra relación "virtual" fue tranformándose poco a poco, ha tenido

sus altibajos mientras nuestras vidas, como es lógico, transcurrían fuera de la

pantalla”.   

Escribió Horacio un día sintiendo que no sabía muy bien quien era de verdad

la mujer con la que hacía meses se escribía, a la que creía amar.

“Cuando nos veamos, nos sentiremos tan cerca como si apenas hubieran

pasado una cuantas horas, tú serás tú  y yo seré yo, no tengo ninguna duda. Hoy

te escribo sin música de fondo. Beso los dedos de tus manos y después nos

miramos de mirada sonriente”. Le anunció  con más optimismo en un mensaje

posterior. Algo, apenas perceptible al principio,  había empezado a quebrarse, y

tanto él como ella lo sabían. 

Era tiempo de aproximaciones .... y de alejamientos.


“Alicia, también yo te siento lejos estos días. Quizás sea que hemos tomado

conciencia de la distancia en kilómetros y días que aún nos separa. Es normal que

de pronto sintamos todo el peso de la distancia y del tiempo.  Pienso que debemos

guiarnos por lo que sentimos, en este caso lo que tú sientes. No quiero que nos

alejemos. Me entristece pensarlo. Si te hace mal que nos escribamos, no nos

escribamos más. No quiero provocarte  ningún conflicto.  Como a ti,  tu presencia

en mí me paraliza ante la posibilidad de cualquier otra relación. No importa que

estés tan lejos, no lo puedo impedir. No es algo que racionalice. Sólo nos falta el

contacto de la piel, la mirada, la sonrisa. Me gusta imaginarte tomando mate

sentada en tu patio debajo de las azaleas. Yo sentado cerca tuyo mirándote. Te

quiero Alicia. ¿Pero qué sentido tiene que te lo repita mensaje tras mensaje?.

Cuando cierro los ojos me veo abrazándote fuerte, los dos contentos, riendo. 

Eres el sol, y por más nubes que salgan el sol siempre está ahí. Un beso

que empieza en tus dedos sube por la mano, recorre tu brazo, se detiene en los

hombros, y alcanza el cuello antes de llegar a tu boca. Horacio”

Los mensajes habían empezado a espaciarse. Detrás de las palabras se

adivinaba la ambivalencia que había comenzado a adueñarse de la relación. Hay

varios mensajes de ella reclamándole a él que le escriba más seguido:  “Horacio, 

cada tanto mándame unas palabritas, me gusta. Este fin de semana te estoy 

extrañando mucho (no si extraño al Horacio real o al virtual, pero, en fin, me pasa

eso)” 

Hay mensajes de él pidiéndole lo mismo a ella y hay un mensaje de Alicia

que se titula “despedida” pero que no lo fue,  en el que recriminándole el modo en

le había contestado el teléfono el día anterior, le dice:

“(...) No me enoja ni nada, más bien me provocó cierto escalofrío en  la

espalda y la sensación, que nunca tuve antes de que tenemos CERO onda.(...) Si

me hubieras dicho que estabas con alguien hubiera entendido más, pero la
explicación de que no lo habías previsto y por eso no pudiste cambiar tu tono es

retrucha  No me enojé pero me puso triste y más bien me hizo aterrizar. Ojalá que

no te caiga mal lo que te digo. Te deseo lo mejor, Tu aparición en mi vida fue

imprevista y muy linda, creo que nos hicimos bien mutuamente,  y después

compartimos meses de comunicación por cartitas. Pero... Te deseo que trabajes

mucho y bien y no te dejes alterar por mis palabras, eso es lo que menos quiero.

No es momento para que desperdicies tu energía. Que estés muy bien. Un beso

grande.”   

El desgaste ya era muy grande, pero la relación continuó durante algunas

semanas más. En su respuesta Horacio escribió “(...) sé que la distancia borra los

matices, es exigente de perfección, no permite un segundo de alejamiento” .

Alicia dejaba cada vez menos margen a la duda. El camino para ella aparecía

cada vez más despejado y en este camino  Horacio, por lo que se puede adivinar,

empezaba a no tener lugar.

         “Quiero que me perdones si te causé tristeza. Me puse muy mal el sábado.

No me enojé, tuve un cortocircuito, quizás, algo desproporcionado con la situación.

Ya me había tenido  ganas de cortar esta relación a la distancia hace uno o dos

meses atrás, ¿lo recordás? Creo que las dos veces me pasó en momentos en que

me acerqué mucho a vos o me volqué demasiado y de pronto, con tanta distancia,

ese ser al que me acercaba se volvía fantasmal, raro; no sé cómo explicarlo. Lo

cierto, es que se me está haciendo cada vez más difícil mantener esta relación a la

distancia.  Ojalá que estés bien, tranquilo.

 Alicia”

Lo que había aparecido como una nube fugaz empezó a adquirir la densidad
de una bola de plomo. Horacio sintió entonces que no podía resignarse a perderla.
Escribía para conservarla sin intuir en toda su dimensión lo que estaba sucediendo.
“Alicia:  Por un lado va la distancia por otro el distanciamiento. Me acuerdo

de tus dudas, me acuerdo de tu cuento, me acuerdo de  mis mensajes y de mis

dudas, me acuerdo de lo que siento, me acuerdo de tus miedos , me acuerdo de

que estás tan lejos, me acuerdo de tu sonrisa y de tus manos, me acuerdo de ti,

me acuerdo de tu casa y de tu patio.  Ojalá fuera tu vecino, así podría estar ahí

contigo, mimándote, apoyándote. Ojalá fueras mi vecina, así ahora podría ir a tocar

tu puerta para invitarte a un café o a un té o a un jugo de naranja.

Hacemos lo que podemos, y a veces no podemos mucho. Dentro de  dos

meses justos llego a Buenos Aires, y quien te dice si como en tu cuento (casi de

terror) en la noche correremos a buscarnos en el parpadeo brillante de la pantalla.”

         Para Alicia el juego había acabado y no dejaba de repetirlo pero Horacio

parecía no querer oírla. Ella insistía.

         “No creo que extrañe para nada nuestra relación por email, ME CANSÓ.  A

pesar de que tuvo, y quizás tendrá aún,  momentos de comunicación intensa. No

pasará como en mi cuento, sea cual sea el carácter que adquiera nuestra relación

con el tiempo, la preferiré a esto. (¡Me gustó eso de cuento de terror! Es cierto). La

verdad es que esta relación a la distancia me cansó porque cuanto más nos

acercamos más parece encontrarme  con un vidrio o con alguien -o algo- que se

aleja. Me resulta muy frustrante. Creo que eso fue lo que estalló adentro mío, un

no poder sostener la relación con este enorme tiempo y estos mares. Pero..., qué

paradoja, estoy escribiéndote. Y bueno, se ve que ya soy adicta a la máquina o sea

que cada tanto creo que te haré saber de mí.” 

Aunque Horacio aparentemente se negaba a aceptarlo, la relación parecía

estar en sus últimos estertores. Días después un nuevo email de Alicia terminaba 

de aclarar la situación, al menos nominalmente.  En Internet, como en la vida, las

rupturas no resultan sencillas.


         “Horacio, hace un tiempito, algo, o mejor dicho, ALGUIEN anda rondando 

por mi vida. El otro día estaba hablando por teléfono con él. Apenas corté me

llamaste vos diciéndome que me querías mucho. Me  impresionó por que fue

inmediatamente después de que cortara. Sos MUY MUY perceptivo  y sabés cuándo

hacerte presente. Ya lo noté en otros momentos. Qué cosa. Después de

tranquilizarme - y quizás tranquilizarte también- diciéndote lo de no tener

expectativas me sentí más tranquila. No es miedo, creo, sino que no quiero

ilusiones ni dolor para ninguno de los dos, porque más allá de lo que pase te quiero

mucho, mucho. Un beso grande y un abrazo”.  

Asumir un fracaso nunca es fácil, nunca. Ni siquiera cuando la relación se

construye a través de una computadora y un teléfono. Porque puede ser que las

lágrimas del enamorado, como afirma Saramago,  jamás consigan manchar la

pantalla de un ordenador como manchan el papel de una carta de amor, pero el

dolor, el dolor es el mismo.

De cuando caen las máscaras

Aproximadamente un mes y medio después de aquel mensaje de Alicia, que

no fue el último, Horacio aterrizó en Buenos Aires. Una nueva historia se iniciaba. El

momento de los cuerpos era necesariamente distinto como también lo era el ritmo

de sus afectos.  

Fuera de la protección de la pantalla todo comienza a cambiar. Los tiempos

son otros, los sonidos son otros, las intensidades son otras. Cuando los cuerpos

empiezan a saberse cerca nada puede ser igual. Las máscaras se recolocan,

cambian de densidad y de forma, a veces caen y dejan ver rostros asustados o

desafiantes, dejan ver alegrías y ternuras y no esconden los enojos a quien sepa

verlos, muestran amor y a veces rechazo que en ocasiones quiere hacerse pasar

por indiferencia que es precisamente la cara que quiso poner  Débora la tarde en
que se citó por primera vez con un conocido del chat, hace de esto al menos  tres

de años.

“Había arreglado una cita a ciegas total, sin foto. No sabía nada de la

persona con quien me iba a encontrar. No sabía si era alto, bajo,  gordo o flaco. Lo

único que me había dicho de él  es que iba  a llevar puesta, supongamos, una

camisa verde y que tenía el pelo largo. Quedamos en encontrarnos al lado de un

kiosco de diarios. Cuando lo vi me quería morir. ¡¡¡Era horrible!! Por una cuestión

de cortesía,  y ya que estábamos ahí, fui a tomar un café con él. Después de

charlar diez minutos ya me quería ir, no sabía que decirle. No sólo no me gustaba

físicamente. Era renervioso, no dejaba de mover la pierna debajo de la mesa.

Además resultó super tímido. No hablaba, para arrancarle una palabra tenía que

estar haciéndole preguntas todo el tiempo, era aburrídisimo. En el ICQ era otra

persona, era mucho más abierto. Al final después de bancármelo  media hora le

dije que me estaban esperando y que me tenía que ir. Y desde entonces, citas a

ciegas ¡¡¡ nuuunca más !!!

Este tipo de encuentros fallidos son los más habituales en la red, como lo

que le pasó a un amigo mío que se estuvo camelando a una mujer a través del chat

y del email durante más de una semana y cuando la vio tuvo ganas de salir

corriendo ahí mismo, y tan poco delicado fue que la pobre, enseguida comprendió

que su cariñoso corresponsal tenía tan sólo existencia virtual pues el caballero que

tenía enfrente sólo deseaba escapar de ella, que había asistido al encuentro

envuelta en los pétalos de rosas y jazmines recibidos en forma de palabras en la

pantalla de su ordenador, y a cuyo autor deseaba entregarle su alma y su cuerpo

esa aciaga noche en la que vio el rechazo dibujado en los ojos azules de ese señor

cuarentón que tenía sentado enfrente, mi amigo.

No fue esta la primera ni tampoco la última vez que mi amigo atravesó los

límites de la pantalla para acercarse a una señora o señorita con el único fin  de
acostarse con ella, pero si fue esta la única vez en que él se echó para atrás apenas

la vio (o la presintió). Lo cual no quiere decir que el resto de sus encuentros

terminaran en la cama,  lo que es seguro es que ninguno terminó en el amor, ni tan

siquiera en el intercambio de una sonrisa cariñosa.

Amar es buscarse en la mirada del otro, encontrarse a sí mismo en los

gestos de ternura, en el encuentro de dos cuerpos, dos almas haciéndose una. El

sucedáneo estéril que construimos en la pantalla nos devuelve una mueca

caricaturesca en la que se refleja el dolor y la tristeza, la angustia de saberse solo, 

solo junto a aquel o aquella que acude a la cita con su propia desolación a cuestas, 

esperando encontrar un cuerpo disponible en el que ahogar la tristeza 

disfrazándola de placer durante el fugaz éxtasis sexual. Después sólo quedan los

despojos. Un revoltijo de lágrimas, vergüenza, culpa, excitación, esperanza, alegría

robada, negación, ropas en el suelo, pieles sudorosas, sábanas, palabras huecas,

promesas incumplidas,  y dos personas que seguirán buscando a la deriva

aproximarse a una imagen móvil que cuanto más cerca parece estar, más se aleja.

Identidades diluidas, identidades en permanente alejamiento.

Cuando el velo protector de la pantalla se desvanece de nada sirven ya las

palabras que con tanto cuidado fueron construyendo la relación. En el momento de

enfrentarse a la presencia apabullante de los cuerpos, el aspecto físico reaparece en

todo su dramatismo, condicionando muy seguido la viabilidad de las relaciones que

crecieron en el ámbito seguro, protegido, controlado del ordenador. La imagen

proyectada, idealizante e idealizada, en más de una ocasión no responde a las

expectativas del otro, que desilusionado, frustrado por la brecha entre lo esperado

y lo hallado se resiste a aceptar que se trata de la misma persona.

 El intercambio de fotografías e incluso el uso de pequeñas cámaras de video

intentan paliar estas disfunciones, que no por habituales dejan de ser

inevitables. Una foto, si es verdadera,  es una aproximación superficial que sólo


puede servir para vislumbrar que el aspecto de la persona que se va a conocer

no nos producirá rechazo, que es lo que tantas veces ocurre, aunque no siempre

esto es así.  

Sobre esto puede hablar Sara, una psicóloga de 34 años que empezó a chatear

apenas un mes después de separarse, quien vivió un momento poco agradable

cuando tuvo ante sus ojos al solicito galán que había conocido en su primera

incursión en la Red, un argentino que vivía en Alemania y que casualmente había

crecido en el mismo barrio que ella. 

Durante dos semanas se habían escrito y también hablado mucho por

teléfono cuando él le anunció que viajaba a Buenos Aires para visitar a sus hijos,

acompañando el anuncio con el envío de un enorme ramo de flores. Ella estaba

deslumbrada. Con enorme ansiedad, fue a recibir en el aeropuerto a su galante

interlocutor esperando encontrar al atractivo hombre que aparecía en la foto que él

le había mandado por email. Pero ella, entre los pasajeros que viajaban en el avión

no supo reconocer a ninguno. Mayúsculo fue su disgusto cuando se le acercó un

desconocido al que le sobraban uno cuantos kilos que, saludándola, la besó con

inapropiada confianza.  Era él,   ¿o no? 

“ Me fue imposible poner las palabras del otro, del que me escribía, en ese

tipo. No encajaba con la imagen que me había construido” me explicó Sara “Ese

mediodía  fuimos a comer juntos y no lo pude soportar. Al rato me escapé  y nunca

más hablé con él.  Tiempo después, una vez me contactó en el chat y yo me oculté,

le dije que yo no era yo sino una amiga que estaba de visita en mi casa”.   

Al reflexionar sobre esta experiencia Sara señala que al enviar una foto con

la que queremos ser identificados uno puede mostrar lo que fue, lo que es o lo que

quiere llegar a ser. “La foto que me mandó el tipo debía tener al menos diez, quince

años que lo pasaron por encima. En ese cuerpo todo lo que me había escrito y
dicho se disolvió en la nada. No tengo  dudas, la imagen es importante, vehiculiza

el deseo”.

  Los niños y los preadolescentes, tan dados a relacionarse por chat, no se

escapan de vivir decepciones y frustraciones similares a las de los adultos cuando

ven por primera vez a sus colegas del chat. Esto es lo que le pasó a Gabriela, la

hija de 12 años de una conocida mía, también psicóloga de profesión y  muy

versada en los entresijos del ciberespacio.

Gabriela chatea por la noche antes de cenar. Se conecta sobre todo con sus

compañeras de colegio  El verano pasado, mientras estaba con su mamá de 

vacaciones  en la Costa Brava, empezó a chatear con un chico de su edad,

Federico. Durante el año siguieron chateando, él la llamaba por teléfono todas las

noches para  arreglar la hora del encuentro en la sala de chat.

Un día la mamá de Gabriela recibió un email de la mamá de Federico

proponiéndole organizar entre las dos un encuentro sorpresa para que sus hijos se

conocieran. Quedaron en ir al cine. Fijaron el día, la hora y el lugar en donde se

encontrarían. La mamá de Federico le había enviado una foto a la mamá de

Gabriela para asegurarse que no se perderían. El día acordado fueron con sus hijos

al multicine de un centro comercial de Barcelona  y después de comprar las

entradas las dos mujeres se saludaron como si se tratara de un encuentro casual

ente viejas conocidas. Enseguida desvelaron a sus hijos el motivo del encuentro.

Los niños reaccionaron sin saber muy bien que hacer.  Federico, un gordito que no

dejaba de comer palomitas de maíz y de tomar cocacola,  se puso rojo como un

tomate y Gabriela, muerta de risa, pellizcó a su mamá y tapándose la cara le dijo :

“¡¡ Es un gordo !!” Los chicos en ningún momento se dirigieron la palabra. La

situación no cambió durante la proyección de la película ni a la salida del cine. El

chaval no dejaba de deglutir palomitas y cocacola  mientras la niña se mantenía

inmóvil como una estatua.


Las mamás se hicieron amigas y desde entonces intercambian el relato de sus experiencias

amorosas  en la red (sería más apropiado decir “nacidas en la red”), mientras sus hijos siguen

chateando aunque ya no se hablan por teléfono. La última vez que lo hicieron, Gabriela le pidió a

Federico que no la llame más, “te voy a poner "Ignore" ¡¡¡¡Eres un gordo ridículo!!!!!!” lo increpó.  

         No siempre los encuentros con conocidos de la Red generan frustración, para

esto no hace falta hilar muy fino. Existen también casos en que se producen

sorpresas agradables. Son menos frecuentes pero ahí están. Me imagino por

ejemplo la reacción de los tipos con los que queda Débora cuando la ven, su rostro

transparente de virgen  de un cuadro renacentista debe resultar como un bálsamo

para algunos de los afortunados. “En el encuentro me maravillo de haber hallado a

alguien(...). Es un descubrimiento progresivo (y como una verificación) de las

afinidades, complicidades e intimidades que podré cultivar eternamente (según

pienso) con un otro en trance de convertirse, desde luego, en mi “otro” (...) “

(Barthes 1991:108)

Cuando la atracción genera confusión

La misma  Débora tuvo una vez una sensación de este tipo cuando vio por

primera vez a un chico que había conocido a través del chat. Según me contó la

relación empezó cuando un compañero de redacción del diario en el que trabajaba

le comentó que quería presentarle a su cuñado y le dio su número de ICQ.

“Empecé a chatear con él desde Clarín. Como estaba prohibido lo hacía a

escondidas. Trabajar y chatear al mismo tiempo no resultaba nada fácil. Así

estuvimos durante una semana. Una noche que yo tenía franco en el diario y

estaba en casa, chateamos como cuatro horas seguidas, desde la una hasta la cinco

de la mañana.   El chico me encantó, me flechó por ICQ.  La conversación era super

dinámica. No había silencios incómodos, siempre teníamos algo que decirnos e

incluso  llegamos a crear un código común. Fue ahí cuando surgió la idea de

conocernos. Le pedí que me mandara una foto suya y yo le mandé una  mía.

Después del fiasco con el chico de pelo largo yo no quería saber nada más de citas

a ciegas. Y este era hermoso, al menos en la foto, que también puede engañar. Y
yo a él también le gusté. Así que arreglamos para vernos. Me pasó a buscar y

fuimos a tomar un café. ¡Era más lindo que en la foto! Todo estuvo bárbaro.

Charlamos como si fuéramos amigos desde hace mucho tiempo. Después de aquel

día terminamos saliendo, pero enseguida se  pudrió todo. Duramos repoco, a los

dos meses él me largó. De un día para el otro, me escribió por ICQ que lo nuestro

no caminaba. Te das cuenta ¡por chat! ¡Ni siquiera fue capaz de dar la cara! Le dije

que era un un basura, así nomás, directamente.! Fue un palo para mi  orgullo. Me

dolió muchísimo. Una vez me había dicho que cuando me conoció por el ICQ había

pensado que era otra persona, y yo no lo supe interpretar. La verdad es que hay

cosas que jamás vas a descubrir comunicándote a través de la computadora.

Después de un tiempo de conocer a alguien vas descubriendo cosas que en el chat

no hay modo de ver Para empezar está el tema de la comunicación no verbal. Una

cosa es estar sentado en un café frente a frente y otra escribirte por computadora.

Hablando vas incorporando los códigos personales del otro: si mira mucho para el

costado,  si te presta atención cuando hablas, si te mira  a los ojos, los gestos, las

manos, las miradas, la sonrisa. Hay muchas cosas. Por ICQ uno puede escribir, por

ejemplo,  estoy sonriendo, e incluso poner un emoticon  pero vos no lo vas a ver

jamás, al menos que tengas una cámara y así y todo no es lo mismo. Falta el calor

de la presencia”. 

Desde entonces Débora se mueve por la red con cautela desconocida.

Aunque no lo dice, el chat condicionó enormemente el desarrollo de esta última

relación Seguramente ella se sentía enamorada, sentía que había encontrado la

persona con la que compartir su vida, esto explica que lo haya llevado a su pueblo

a conocer a sus padres, en cambio para él la mujer con la que se besaba y

probablemente se acostaba, no era la misma con la que se escribía en el ICQ,

aquella a la que él realmente deseaba, el contorno de la imagen que le devolvía la

pantalla, espectro inexistente construido con mucho deseo y fantasía. 


 Tras esta ruptura, muy dolorosa para ella,  Débora comprendió que en la

Red podemos expresar nuestras ideas y nuestros sentimientos,  transmitir

tristezas, alegrías y miedos y que una foto puede ser una aproximación más o

menos válida de nuestro aspecto físico, pero que todo esto no garantiza que quien

está del otro lado de la pantalla no termine armando con todas estas piezas  un

modelo propio amasado con sus prejuicios y estereotipos. Y cuando esto se

produce, ay cuando esto se produce, la relación tenderá casi indefectiblemente

hacia el desencuentro.

Mitos de uso individual


La pantalla produce en nosotros una sensación de extrañamiento con nuestro

cuerpo de la que nos cuesta desprendernos. Alimentada por un imaginario

propio, en Internet Red nuestra intimidad conforma parte de un espectáculo del

que no siempre es fácil desvincularse. Se establece así una simbiosis que nos

impide separar acciones y fantasías, provocando confusión en nuestra relación

con el principio de realidad. Así, separados físicamente de la pantalla podemos

continuar atrapados por los personajes de la ficción verdadera (o presuntamente

verdadera) que construimos en la red con palabras y deseo. Verdaderos mitos

contemporáneos de uso individual.

La voluntad de amar empuja, a  numerosos usuarios de la red, a atribuir

cualidades imaginadas a aquel, aquella que viene a nosotros desde la pantalla,

depositando en él o ella expectativas desmedidas que pocas veces corresponden a

la persona de carne y hueso que llegado el momento tan esperado, un día conocerá

físicamente. La figura del otro, idealizada, fetichizada, el mito construido como

incubadora del deseo, se desmorona al enfrentarse con la realidad. La mirada, la

sonrisa, los gestos y los olores del otro revelan con irrefutable contundencia que allí

donde había envolventes palabras de seducción y desafío existe un cuerpo con sus

atractivos y debilidades, sus necesidades y sus limitaciones. Así, de la misma

aproximación física aparece el primer alejamiento. Si la brecha entre el mito y lo


real es muy profunda el alejamiento será inexorable, definitivo. Pero no siempre es

así.

Breves apuntes sobre  sexualidad y libertad

Sucede en ocasiones que los enamorados en red se sienten inhibidos ante

aquel extraño que les habla y les sonríe como si se conocieran desde hace años.

Sucede también que la primera mirada revela, otras veces, complicidades propias

de una intimidad larga, venida de muy lejos.

Aproximaciones sólo posibles desde la densidad propia de lo físico. El cuerpo

del otro resulta una aproximación inalcanzable para el más sofisticado sistema de

masturbación artificial, que no se me ocurre nombre distinto para designar a los

modernos, tecnológicos esfuerzos en pos de crear dispositivos electrónicos

destinados a establecer relaciones sexuales a distancia.

Máquinas dispensadoras de placer sexual para una sociedad cada vez más

cercada por Narciso, incapaz de comprender la escasa relación que existe entre la

satisfacción mecánica del deseo sexual y la necesidad de encontrar una persona a

la que amar. Durante siglos, en nombre de mandatos divinos y de la moral pública,

los detentadores del poder (político, religioso, académico, etc.) pretendieron de

diversos modos restringir nuestra sexualidad a su  esencial función reproductora.

Cualquier otra forma de vivir la sexualidad era sistemáticamente estigmatizada y

quienes osaban salir del  “buen camino” corrían el riesgo de sufrir severos castigos,

en especial si se trataba de mujeres. Situación que aún hoy está dramáticamente

vigente en diversas partes del mundo (no sólo en los países islámicos). 

Lo cierto es que en las sociedades occidentales, más allá de los esfuerzos de

sectores religiosos fundamentalistas, las máscaras de la hipocresía empiezan a

caer. Disociada de su carácter reproductor, la sexualidad, aparentemente, se vive

con menos aprehensión y culpa. Pero aún estamos muy lejos de vivir nuestra
sexualidad con libertad, una libertad que, inexorablemente, está vinculada con la

existencia de amor. El sexo vinculado al amor debe ser asumido, vivido como el

encuentro pleno de cuerpos y espíritus sin jerarquías de poder.

Amar no es  follar, no es joder, no es coger, no es garchar, no es fornicar, ni

es tampoco cualquiera de los otros términos con las que vulgarmente nos referimos

en castellano al acto sexual. Palabras que en su mayoría denotan  una acción que

se asocia implícitamente a posesión e  imposición  y no al  deseo o al placer

compartidos,  mucho menos al amor.  Una alternativa al onanismo en la que el

Otro, en cuanto mero objeto de placer, puede ser reemplazado ventajosamente por

máquinas, al menos en la imaginación de un diseñador de cibertrajes sexuales

propenso a  frases provocativas de carácter profético-publicitario, quien  en una

entrevista publicada en una revista argentina afirma que “algo es claro, si el

cibersexo se convierte en una moda, la especie humana se extinguirá” (Stahl

Stenslie en “Noticias”, 5-5- 2001:83). Triste visión de la sexualidad, triste visión del

ser humano que no comparto. 

La derrota del silencio o el ciclo del desamor

Existe en las relaciones en Internet un temor irreprimible a la pantalla vacía.

Las pausas, las respuestas no inmediatas son percibidas como algo negativo, como

si toda ausencia provisoria en la pantalla anunciara un alejamiento definitivo.  Sin

lugar para el silencio, en la Red la comunicación con el otro pareciera ser

proporcional al número de bits (unidad de medida del volumen de información

almacenada por un ordenador) intercambiados, indiferentemente al contenido de

los mensajes. Perversa traslación de la teoría matemática de la información a la

práctica de la seducción amorosa.

En la Red no hay espacio para el intercambio creativo de silencios

compartidos con el que se construye la magia del amor.  Lo cual no tiene por que

constituir un problema. Veamos sino a Débora  que  sintió el flechazo del amor
después de chatear con un desconocido durante cuatro horas sin “silencios

incómodos”. Esto no sólo no la molestó sino que la sedujo.

Algo parece estar cambiando en nuestra percepción. ¿Consecuencia del

proceso de aceleración del tiempo en el que vivimos llevados de la mano por las

tecnologías de la información y la comunicación?

Una vez escuché decir en un documental de televisión sobre relaciones

personales por Internet que cuando uno se relaciona sólo con palabras, en el fondo

se relaciona con una mente pura y abstracta ¿El alma?  ¿Será esta la razón por la

que Débora, y tantos y tantas como ella, se enamoran en la red? ¿Pero que hay del

cuerpo?  ¿Se puede concebir el amor, la vida sin tener en cuenta que somos

nuestros cuerpos?  Soy de la idea que en el amor, como en el resto de nuestras

actos y acciones, hemos de implicar a la totalidad de nuestro ser corporal,

indisolublemente unido a nuestro ser espiritual.

Entre la silueta que dibujan las palabras aparece el misterioso mecanismo 

que hace que de pronto entre la multitud surja una persona que por motivos

inexplicables genera en nosotros una energía nueva que la convierte en objeto y

sujeto de nuestro amor. Y quieran los dioses y las estrellas que aquel amor sea

correspondido pues nada hay más doloroso que un amor sin respuesta.  Hablar del

amor en cualquiera de sus formas, sin duda interpela, pues es del amor de donde

cada uno de nosotros extrae lo mejor de su vida.

“No caigo nunca enamorado, si no lo he deseado; la vacancia que he creado

en mí (...) no es otra cosa que ese tiempo, más o menos largo, en que busco con

los ojos, en torno mío, sin que lo parezca, a quien amar. Ciertamente que al amor

le hace falta un desencadenante (...). Sin embargo el mito del "flechazo" es tan

fuerte (cae sobre mí sin que me lo espere, sin que lo quiera, sin que tome en ello la

menor parte), que uno se queda estupefacto al oír que alguien decide caer

enamorado (...)” (Barthes 1991:207). Roland Barthes, autor francés de notable


influencia en el pensamiento contemporáneo, señala que en la imagen

desencadenante de la mecánica sexual lo que nos impresiona no es la suma de sus

detalles sino tal o cual inflexión, algo que se ajusta exactamente a nuestro deseo

(del que ignoramos todo). Construimos una imagen que consagra al objeto que

vamos a amar. Imagen visual pero también sonora “Puedo caer enamorado de una

frase que se me dice, y no solamente porque me dice algo que viene a tocar mi

deseo, sino a causa de su giro (de su círculo) sintáctico, que me llegará a habitar

como un recuerdo" (Barthes 1991:210)

         Una palabra que representa a otras palabras que nos persiguen en la

memoria dándole forma a un amor que se percibe pleno pero que no lo es, que no

lo puede ser pues el amor más allá de la atracción física inicial necesita tiempo para

hacerse, tiempo para consolidarse. El engaño de la voluntad, la necesidad, el ánimo

de amar. Buscar, encontrar, aproximarse,  alejarse, dolerse. El ciclo completo del

desamor persiguiéndonos en la memoria, urdiendo en su calor espejismos que

terminan por desgastar, en la suma de desengaños y tristezas, nuestra capacidad

para reconocer la cercanía del amor, confundido este con un frustrante acuerdo de

voluntades mendicantes de compañía, condenando a los amantes a caer en la

rutina y el desencanto, y muchas veces en el olvido al que conduce la ruptura.

         El recuerdo de perdidas anteriores pegado a la piel, la culpa que de pequeños

nos enseñan a sentir cuando conseguimos espacios de felicidad entretejida en

nuestro corazón. Unos adiestrados para creernos redentores de todos los males, de

todas las tristezas, de todas las miserias, las nuestras y las de los demás. Los otros

enseñados a ver a nuestros semejantes, a todos nuestros semejantes como

extraños, como enemigos de los cuales hay que desconfiar siempre, en el mejor de

los casos enseñados para tratarlos como objetos.

Muchos refranes y cuentos populares expresan esta desconfianza radical  a

la que Eduardo Galeano denomina “Sistema de desvínculo: (...) el sistema, que no


da de comer, tampoco da de amar: a muchos condena al hambre de pan y a

muchos más condena al hambre de abrazos” (1989:62).

  Habitual y entendible es en este contexto encontrar personas que sin

saberlo se niegan un lugar para un buen amor. Atrapados por la trampa construida

a lo largo de los años  alrededor de ellos,  buscan, buscamos infructuosamente,

amar y ser amados. Engañados por la falsa universalidad del consumismo suplen la

carencia de un sujeto de amor, por una sucesión intermitente y compulsiva de

parejas sexuales. Para quienes a esto aspiren, Internet, sin duda,  resulta un

instrumento de gran utilidad y eficacia para la búsqueda de cuerpos “frescos”.

Otros, más conocedores de sus verdaderas necesidades afectivas, se

empeñan en encontrar el amor, pero cuando perciben su cercanía huyen

despavoridos o se encargan de ir colocando obstáculos que terminan por impedir

que la relación crezca. En tales casos Internet resulta también un medio eficaz,

pues la ausencia de todo indicio corporal permite un alto grado de desinhibición, lo

que facilita decir aquello que cuesta decir cara a cara. El email es, en tal sentido, un

medio rápido y efectivo para anunciar decisiones conflictivas de un modo aséptico y

descomprometido,  razón por la que empieza ser muy habitual su uso para

anunciar rupturas amorosas entre parejas que nacieron y se desarrollaron muy

lejos de Internet. En sentido estricto no se trata de una práctica novedosa.. En

otros tiempos no era excepcional el envío de cartas anunciando la decisión de poner

fin a una relación amorosa.

En el manual de “Cartas de amor y Amistad” que cito en  capítulos

anteriores encontramos distintas cartas modelo para anunciar rupturas y para

aceptarlas, y también hay  cartas para intentar la reconciliación, pues para quien

ama es difícil aceptar en silencio el alejamiento del ser amado. No es intención mía

recomendar el uso de estos modelos, es en cambio mi deseo recordar hoy formas y

colores de un pasado no tan lejano en el tiempo ni en el espíritu, pues al conocerlos


nuestra mirada sobre el presente se desprenderá de parte de su gravedad.   Es por

este motivo que reproduzco un extracto de un modelo de carta de ruptura que

contiene palabras de interesantes reminiscencias contemporáneas.   

“Querido: Nunca en la vida creí pasar por un momento más amargo que el

presente. Siempre fui contigo una mujer sincera y leal que te habló con el corazón

en la mano, y que no ambicionaba otra cosa que hacer tu felicidad.

Indudablemente te ha faltado el valor para ser franco conmigo y vas


manteniendo esta enojosa situación queriéndome por lástima y acompañándome
cuando no tienes otra cosa que hacer.

Lo siento, pero yo no mendigué tu amor, tú fuiste quien vino a buscarme y

quien se empeñó en adquirir un compromiso formal. Hoy te has cansado de aquel

amor que era  para ti la única razón de tu existencia.

Estamos de acuerdo, amigo mío, yo también me cansé de soportar la forma

de proceder tuya tan falsa.

Eres libre para disponer de tu existencia como se te antoje, y aunque me

quedo profundamente dolorida, mi corazón ha recobrado la paz.

Se dichoso, no te guardo rencor” (de Olariaga, op.cit.:122)

Email en similar tono de despecho recibió un amigo mío de quien era su

novia, justo después de lo que para él fue una liviana e intrascendente discusión

telefónica. 

“Me juré a mí misma que la próxima vez que una relación me hiciera sufrir

no iba a mantenerla. Este es el segundo martes seguido que cuelgo el teléfono

después de hablar contigo y me pongo a llorar. Si este es el costo para mantener

algo, es muy caro. Necesito a alguien bien especial, a alguien que quizás no exista

en el mundo. Necesito a alguien que sea capaz de amar. Todo estuvo muy bien las

primeras semanas, las de la conquista, luego volví a sentirme sola. Para sentirme
así, prefiero estar sola. Eres hombre libre otra vez. Y yo mujer libre”   Al leer estas

líneas se tiene la sensación que lo único que ha  cambiado es el medio tecnológico

utilizado. Pero ¿es así? Sospecho que no. 

Al cabo de pocos días ella le mandó un nuevo mensaje en el que le decía que

lo extrañaba. Paso delicado, el de intentar una reconciliación, que hoy a casi nadie

sorprende ni choca pero que en este caso como en tantos otros representó un

esfuerzo infructuoso. “ No estoy para jueguitos neuróticos” me comentó  él como

única explicación de su negativa a reanudar la relación con aquella mujer.

Incapaces de asumir que el otro no es un objeto sino un sujeto, los dos

seguramente siguen anhelando el amor sin saber que el amor está hecho de la

aceptación del otro, del cuidado y no del capricho, de comprensión y entrega y no

de exigencias, de compañerismo y respeto y no de ofensas, que para el amor no

sirven las pantallas ni los espejos, que nada debe interceder entre las miradas, las

sonrisas y las caricias. Ninguna máscara, ningún disfraz ni antifaz es útil para amar.

A cara descubierta, piel contra piel, así se debe amar, desde el compromiso con el

otro y con uno mismo. 

En el amor no hay lugar para el miedo, para ningún miedo, porque el miedo

envenena poco a poco la relación que fue precisamente esto lo que terminó por

desgastar, hasta agotarlo, el amor entre Horacio y Alicia, que renació efímeramente

el mismo día en que él llegó a Buenos Aires, más de un mes después de haber

recibido el último email de ella.

De cuando el deseo vence efímeramente al temor

 Horacio había decido no llamar a Alicia, al menos no durante los primeros

días.  Quería darse tiempo antes de verla pero no lo tuvo, porque ella lo llamó la

misma mañana en que llegó. Quedaron en encontrarse por la tarde. Al principio se

miraron y se trataron con algo de desconfianza que al poco rato desapareció.


Caminaron largo, charlaron mucho y reaprendieron a reírse juntos. Por momentos

caminaron tomados de la mano pero no se besaron. Cuando él intentaba mostrarse

cariñoso ella se sentía incómoda, él desconcertado.  Ninguno de los dos recuerda si

esa tarde hablaron del novio de ella. Cuando empezó a atardecer ella lo invitó a

tomar un mate con bizcochitos de grasa en su casa. Complicidades en miradas y

sonrisas y un vuelco en el corazón de los dos.

Sentados en el patio de la casa de ella no tardaron mucho en besarse,

primero con mucho cuidado, casi con timidez, tanteando el terreno los dos,

recuperando poco a poco los tiempos comunes de sus cuerpos. Aquella tarde

hicieron el amor con ternura acumulada, cuidadosamente, prolongando cada gesto,

cada abrazo, cada beso, como queriendo conservarlos en la memoria de sus pieles

reencontradas.

         Pudo haber sido un gran amor, pero no lo supieron cuidar, no lo supieron

vivir. Alicia se sentía confundida. Quería estar con Horacio pero le asustaba

asumirlo. Todavía hoy, casi dos años después, no sabe explicar lo que le pasaba, lo

que sentía, sólo recuerda que sintió miedo, miedo a que aquel hombre que había

irrumpido en su vida tomara posesión de su alma. 

La indefinición deterioró la relación rápidamente. Un día se amaban con

pasión  y al otro ella lo obligaba a alejarse. Un día él se acercaba casi implorante y

al otro se negaba a atenderle el teléfono. Ella, entretanto, seguía con su “novio”,

sombra amenazante que los sobrevolaba permanentemente. Para Alicia, Horacio

era el “otro”, al menos así se lo repetía una y otra vez, mortificándolo. 

Un día Alicia le escribió un email en el que le proponía  reanudar la

comunicación vía correo electrónico: “Extraño tus mensajes”  se justificaba  sin

darse cuenta que lo que le estaba pidiendo era la escenificación del cuento que ella

había imaginado algunos meses antes. Él, muy molesto, le contestó que no tenía

sentido escribirse por email viviendo en la misma ciudad. Su negativa no afectó a la


relación que continuo en el mismo tono de sí pero no durante algunas semanas

más. Por un motivo u otro andaban a los trompicones, bordeando siempre la

ruptura. Eso fue así hasta que un día, después de un desencuentro que pareció

definitivo, asumieron que querían estar juntos y se permitieron intentarlo. Parecía

que las cosas, al fin, se encarrilaban.

Los días que siguieron fueron espléndidos, los mejores de su corto romance.

Empezaban a conocerse descubriendo que la pasaban bien juntos y eso los ponía

contentos. Por un instante pensaron que seguirían juntos durante mucho tiempo,

pero fue más una proyección del deseo que una posibilidad cierta. Alicia seguía

inquieta y una vez más decidió alejar a Horacio de su territorio. Fue la última vez.

Esa noche, después de escuchar como Alicia le decía que necesitaba estar

sola durante un tiempo para decidir que hacer con sus afectos, Horacio salió de la

casa de ella con la firme determinación de romper con una relación en la que sentía

que había amplios espacios vedados a él.  Cuando una semana después Alicia lo

llamó para invitarlo a cenar se encontró con un Horacio parco, esquivo, muy lejos

ya de ella. 

En las semanas siguientes Alicia no dejó de llamarlo ningún día, llegó a

hacerlo hasta tres o cuatro veces en un mismo día. Pero todos sus intentos por

recuperar a Horacio fueron infructuosos. Poco tiempo después, ella comprendió con

tristeza que una vez roto el encantamiento con el que se construye el amor nada

puede volver a ser, y le escribió un último email.

 “Horacio: Acepto nuestro desencuentro y aunque me parece un tanto triste,


creo que las cosas se dieron de este modo y bueno, lo acepto, así son las cosas.
Pero lo que me dolería mucho es perder a Horacio. De verdad te necesito como
persona. Hay algo en vos que me da protección (no creas que no escucho tus
consejos ) y alegría y me gusta que estés cerca. Ese día horrible cuando te dije
que quería estar sola y vos te ofuscaste y, entre otras cosas, me dijiste que
sabías que vos no tenías ningún papel importante en mi vida. Yo te dije que
estabas equivocado y supongo que mucho no me creíste, pero es cierto, siempre
vas a ser importante. Creo, espero, que tendremos a pesar de todo, una relación
profunda, no importa la forma.  Más allá del enojo que puedas tener todavía
hacia mí, más allá de The other one,  escribime, sé buenito. 
El patio esta tarde está sereno y bello como pocas veces. El aire es celeste y

el verde de las hojas tan deslumbrante que hiere los ojos. Y yo aquí, en la

computadora, otra vez, escribiéndote.  Me encanta el silencio que hay hoy en la

casa y esta serenidad. Hoy es miércoles y María limpió. La casa reluce. Durante

varios meses no subí a mi estudio y recién hace algunos días con la preparación de

la muestra  y cierta paz interna que hace mucho que no tenía, por suerte, volví.

Siento como si hubiera despertado de un sueño, es muy raro. Como si me hubiera

recuperado a mí misma, como si hubiera estado extraviada. Algún día, cuando nos

encontremos, te contaré largamente lo que me pasó. Fueron muchas cosas.  

Fueron meses de crisis y de crecer (ambas palabras se parecen ¿verdad?)

Bueno, me voy a pintar. Escribime, o llamame. Lo necesito.

Un besito. Alicia”

Habían transcurrido cerca de tres meses desde el regreso de Horacio a

Buenos Aires y unas cinco semanas  desde la noche en la que él decidió que la

relación había llegado a su fin .

Aproximaciones... alejamientos.

Soledades en compañía (dos)

“Me pareció que tanto la sabiduría como la vida están hechas de progresos
continuos,

de nuevos comienzos, de paciencia”.

(Marguerite Youcenar en” Alexis o el tratado del inútil combate”)

Máscaras  fuera de la red


Las máscaras no están en la Red, las creamos y las  llevamos nosotros. Nos

las ponemos voluntaria o inconscientemente. ¿Miedo a ser rechazados? ¿Búsqueda

de nuestro verdadero rostro?  Necesitamos acercarnos a los demás para acercarnos

a nosotros mismos, para ser nosotros mismos. 

Tengo una amiga que una vez me  dijo que en la vida existe un tiempo para

acumular cosas y otro para desprenderse de aquello que hemos acumulado. Se

llama Vera y sus padres son alemanes, no sé si esto tiene alguna incidencia en su

personalidad, es posible que sí. Había estado casada durante unos pocos años, y

vivía con sus dos hijos, hoy ya adultos, en una casa en las afueras de Madrid. 

Tiene una tienda de regalos en el barrio de Salamanca de Madrid. Es una tienda

particular, de colores intensos y sensaciones venidas de otro espacio y de otro

tiempo

 La conocí en una época de mi vida en la que me dedicaba a vender por toda

España muñecas de porcelana y animales de peluche. Entré en su tienda para

ofrecerle mis productos, no le gustaron demasiado. Prefiero no recordar lo que me

contestó, no fue muy amable, más bien estuvo un poco agresiva, sarcástica sería

más preciso decir. No me compró nada, sobra decirlo.

 No sé muy bien como ni porque pero el asunto es que terminamos hablando

un poco de todo, de santos y profetas, de las estrellas y desiertos, de jardines y de

ruinas. Estuvimos largo rato charlando. Desde entonces, y han pasado más de diez

años, cada vez que voy a Madrid paso a visitarla.

 La última vez  fue en enero de 2001. Fuimos a comer  a un restaurante

italiano cerca de su negocio.  Inesperado e inusual en nuestra relación, poco dada a

hablar de nuestros afectos, fue lo que me contó aquel mediodía mientras

comíamos. Después de mucho tiempo, me dijo, había encontrado al fin una persona

con quien se sentía cómoda, lo cual en sí mismo no tenía nada de particular. Si


refiero aquí esta historia es en virtud de lo extraordinario de los lances e incidencias

en los que este romance nació y creció.

Todo había empezado ocho años atrás con un llamado que hizo ella a una

emisora de radio pidiendo hablar con uno de los conductores de un programa que

acababa de escuchar. No sabía nada de él, era la primera vez que lo escuchaba,

pero algo que había dicho durante la emisión la cautivó. Nunca hasta entonces

había hecho algo parecido.

A partir de aquel día empezaron a hablar por teléfono varias veces por

semana sin llegar a conocerse personalmente. Con el tiempo la relación empezó a

adquirir un carácter más íntimo. Comenzaron a escribirse cartas manuscritas y las

llamadas se hicieron diarias. Vivían en la misma ciudad pero seguían sin verse. No

deseaban hacerlo. Eso me dijo me ella.

Así fueron transcurriendo los meses.  Cuando llegaron las fiestas de fin de

año intercambiaron regalos que pasaron a recoger en lugares prefijados donde  los 

habían dejado previamente, cumpliendo escrupulosamente los dos el compromiso

de no intentar verse. Por aquel entonces ella ya sentía hacia él algo que identificó

con el amor, pero nunca estuvo segura de que verdaderamente lo fuera . Un cariño

construido con sonidos y textos, hecho de puras palabras. Los meses se fueron

haciendo  años que intensificaron esta relación sin cuerpos, de deseos negados, 

sacrificados, .

 No se piense que en esta actitud había alguna motivación religiosa, una

promesa de castidad, un renunciamiento místico o una sexualidad conflictuada,

pues, según me contó, ella siempre mantuvo una vida sexual más o menos activa. 

Es de suponer que él también.

Cinco años transcurrieron hasta que se vieron por primera vez.  Puede uno

imaginar  la dificultad que entrañó para ellos este encuentro tras tanto tiempo de
comunicación no mediada por sus cuerpos. Ella se halló ante un joven, apenas

mayor que su hijo, que a pesar de sus veintiocho años aún vivía en casa de sus

papás.  Él descubrió a una mujer alta, poco convencional,  no especialmente bella y

con mucha energía interior.  Nunca habían hablado de sus vidas familiares, nunca

habían mencionado sus edades y sin embargo, ninguno de los dos sintió pudor o

extrañeza ante la mirada cautelosa, pero complacida, del otro. Las miradas de

Yocasta y de Edipo en ellos.  

La corporización de esta relación deserotizada, crecida voluntariamente al

abrigo de cualquier contacto físico, hizo que se acercaran más que nunca.  La

relación adquirió nuevos matices pero tuvieron que transcurrir todavía más de dos

largos años antes de que sus pieles se unieran en un primer largo abrazo amoroso,

llevados por un deseo sublimado (o reprimido), contenido, postergado por años de

palabras y de ausencias. Antes, muy pocos días antes, él  había dejado de vivir con

su familia.

Al hablar de su joven pareja a Vera en ningún momento se le iluminó la

cara. Tampoco me dijo que estuviera enamorada, ni siquiera lo insinuó. 

Simplemente le gustaba estar con él, le hacía bien, le tenía cariño, ¿pero no es esto

amor?.  

Si cuento esta historia, entre todas las referidas en este libro la única que

transcurre enteramente fuera de Internet, es para poner de relieve, sin establecer

juicio alguno, que la descorporización  de una relación puede ser una elección

voluntaria.   Que existen personas que, por los motivos que sean, viven de

espaldas a la velocidad y la aceleración tecnológica y vital que caracteriza la era

Internet, simbolizada por la búsqueda permanente de instantaneidad (el mal

llamado “tiempo real”). 

Si el relato del romance de Vera  nos choca es en gran medida porque

estamos poco acostumbrados a la espera, movidos tantas veces por la búsqueda


casi compulsiva de la satisfacción inmediata del deseo, en un camino intrincado que

nos conduce desde las cercanías del placer a los alrededores de Tanatos.

Largamente se nos ha repetido que dejarse llevar por el principio del placer

es “inútil y hasta peligroso en alto grado, para la auto afirmación del organismo

frente a las dificultades del mundo exterior” (Freud 1970:86). Como si  el placer

fuera ajeno a la dimensión de lo real, solemos atribuir la consecución de placer a un

abandono  momentáneo del principio de la realidad ¿Pero es así?

Pienso que la cuestión pasa por saber si el tipo de satisfacciones que

perseguimos nos resultan verdaderamente placenteras. Cabe la posibilidad de que

muchas veces, inducidos por   condicionantes sociales y culturales, no

reconozcamos correctamente nuestras necesidades y nuestros deseos íntimos,

aquello que nos permite gozar plenamente.  Cuanto de esto hay en aquellos que

merodean las salas de chat, los espacios de encuentro  y los sitios pornográficos en

la Red buscando encontrar el modo de satisfacer un deseo mal identificado.

No en pocas ocasiones, tendemos a pensar que la novedad es siempre la

condición del goce. Este principio malinterpretado, tantas veces convertido en

prejuicio,  tiene efectos traumáticos sobre la vida de muchas personas que

abocadas a una búsqueda compulsiva de nuevos objetos de placer,  entran en una

sucesión continua de frustraciones que los termina  encerrando en su propio

dilema.  Aquel del que sólo podemos huir cuando conseguimos unir

armoniosamente nuestro ser interior con el de nuestros semejantes. Para ello es

necesario antes conocer quienes somos. Sólo así estaremos en condiciones de

presentarnos ante los otros sin máscaras de ningún tipo. Poco importa en donde

estemos. Máscaras nos ponemos en la red, máscaras nos ponemos en la calle.

Ocultar quienes somos porque en realidad pocas veces conocemos nuestro

verdadero rostro.
Encuentro con la memoria

¿Cuántas veces el placer  se encuentra en rincones inesperados, en

pequeñas grandes emociones nacidas de actos de apariencia banal? A veces un

pequeño gesto conlleva en sí mismo una carga de felicidad grande. Sobre todo

cuando se trata de paliar el dolor de la soledad que nos persigue y nos acompaña. 

De esto y algo más  habla el relato que sigue, testimonio (o si prefiere fábula) del

movimiento que puede generar el simple aleteo de una mariposa (o del decir de

una persona) y que tiene que ver con los afectos más profundos de su

protagonista, con su memoria íntima, con aquello de lo que está constituido su ser. 

Contaba un campesino andaluz con 93 duros años a cuestas que allá por su

juventud,  antes de la guerra civil, estrechó en Madrid la mano de Carlos Gardel.

Emoción tan grande le produjo que decidió gastar seis reales en comprar un disco

del célebre cantor de tangos a sabiendas que no podía escucharlo, pues en la

España rural de entonces sólo los ricos podían comprar un gramófono. Tras el final

de la guerra fue condenado por el franquismo a dos penas de muerte que fueron

conmutadas y cuando tras quince años de cárcel regresó a su casa no encontró el

disco, que como una joya había guardado.

Muchos, muchos años después, anciano ya  y residente en un hospital

geriátrico de su Andalucía natal un día descubrió por azar un programa de radio

dedicado al tango, dirigido, como no, por un argentino. Llamó varias veces a la

emisora para pedir que pusieran  aquel tango de Gardel que nunca había alcanzado

a escuchar. “¿Te fuiste hermano?” se llamaba la canción que, en su momento,

eligió por aquello que en él evocaba el título.

El director del programa de radio nunca antes había oído de ese tango,

aunque pronto pudo confirmar que Gardel, efectivamente, había grabado un tema

con ese título. Al enterarse que quien lo llamaba lo hacía desde un geriátrico decidió

ir a visitarlo para llevarle un poco de compañía. “Mejor  olvídese de escuchar alguna


vez ese tango, es prácticamente imposible de conseguir” le sugirió en una de sus

visitas. Al oírle, el anciano, por dos veces condenado a muerte y con Gardel en el

recuerdo, musitó con lágrimas en los ojos “Antes de morir sin poder escucharlo,

prefiero arder en el  infierno”.

Movilizado por la emoción, el responsable del programa de tango empezó a

buscar el tema en Internet. Llegó así a un sitio web argentino especializado en

grabaciones antiguas de tango y milonga  (a cuyo director le debo esta historia) 

“¿Te fuiste hermano?” no estaba en la lista de temas que ofrecían. Como último

recurso decidió enviar un email al sitio contando la historia.  Un mes más tarde, el

apartado dedicado a Gardel incluía la canción pedida.

El  fin de semana siguiente, en un geriátrico del sur de España, un hombre

de 93 años sentía una enorme, sencilla,  alegría.

“Queridos amigos. Estoy demorando el contar las emociones vividas el

sábado por la noche en el geriátrico. El viejo ve poco pero me reconoció a 25

metros. Cuando le di la caja del compacto no entendía de que se trataba. Él

esperaba un disco negro. Cuando le dije que allí estaba la música que él deseaba

tanto escuchar, se puso a llorar ( y con él, yo y todo el personal del hospital)

Quería escuchar el disco pero no quería largar la caja. Aunque normalmente sólo se

levanta de la silla de ruedas cuando lo llevan andando a bañar o a acostar, se puso

de pie  y apoyado en la larga mesa del comedor caminó hasta el equipo de música

más rápido de lo que cualquiera que conozca su estado se pueda imaginar. Había

que verle la cara mientras escuchaba. Me sentí como si estuviese espiando el

primer beso de una pareja enamorada. Todos, médicos, personal y yo, nos

quedamos paralizados. En ese momento podía haberle dado un patatús a

cualquiera de los otros internos y se hubiera muerto sin que nadie le hiciera el más

mínimo caso. Creo que no me dio las gracias, de cualquier modo no  hacía falta.
El domingo siguiente  al mediodía, paseando,  me encontré en la calle con

una de las enfermeras. Me dijo que habían tenido que ponerle auriculares desde

temprano por que el personal se sabía ya de memoria la canción y estaban

aburridos de Gardel”. 

Soledad en compañía. Apenas una persona, nada menos que una persona,

es decir un mundo, el mundo.

Red de comunicación y no espacio mesiánico

No es intención mía atribuir bondades taumatúrgicas, ni poderes ilimitados

de transformación social y cultural a Internet, y mucho menos me aventuraré a

cantar loas entusiastas e infundadas acerca de todos los usos de la Red. No, de

ningún modo lo haré. Para anunciar la llegada de la buena nueva digital y  predicar

sus prodigios es más que suficiente con la grey de evangelizadores y profetas, y

sus acólitos, que con insistencia nos indican el camino hacia la “salvación”.

Apóstoles de la verdad revelada de un nuevo culto (al que no adhiero)  que

hace del ordenador su Mesías y de la Red su tierra prometida  (y al dinero su Dios).

No voy tampoco a cuestionar sus creencias, sean sinceras o interesadas. Función

que reservo a los encarnizados apostatas de simétrico fervor religioso que advierten

a los no creyentes de los peligros y calamidades con las que nos amenazan las

tecnologías de la información y la comunicación digitales. Allá ellos. Unos y otros.

Internet es, sencillamente, un formidable instrumento de comunicación

capaz de establecer puentes cada más amplios y extendidos entre las personas.

Cabe a cada uno de nosotros decidir como nos acercamos a los demás, a sus

dichos, a sus saberes y a sus emociones.  Tener voz para huir del silencio de la

soledad. Saber utilizarla.

El chat, el email, las mensajerías electrónicas, los foros de discusión, no

pueden reemplazar una relación cara a cara, pero pueden ser el medio para
empezarla.  La Red es pródiga en historias de encuentros. Muchas otras veces se

producen desencuentros. Como fue siempre, como será siempre. En la Red o fuera

de la Red.

Internet abre canales horizontales de comunicación que tejen voluntades de

solidaridad y permiten compartir inquietudes, establecer estrategias comunes y

planificar y diseñar acciones efectivas, escapando de los límites del tiempo y del

espacio convencional. La estructura descentralizada de la Red, su carácter abierto y

reticular (multidireccional),  ha contribuido, por ejemplo,  a la gestación  y

desarrollo de movimientos anti-globalización, difíciles de concebir sin la capacidad

de comunicación y organización que permite Internet, y de otras redes

comunitarias,  como también favorece la formación de comunidades virtuales de

lectores de manga, de melómanos aficionados a Mozart, o de sexópatas, entre

tantas otras..

No atribuyamos a las TIC beneficios intrínsicos ni veamos su expansión

como una peligrosa amenaza que se cierne sobre la humanidad. No caigamos en la

tentación maniqueísta que nos propone el determinismo tecnológico en cualquiera

de sus formas. La dinámica de los cambios sociales, políticos y culturales y las

transformaciones económicas que se producen  bajo el gran manto de lo que

denominamos “sociedad de la información” no tienen su origen en las innovaciones

tecnológicas, factor necesario pero no suficiente de todo proceso de cambio

sociocultural.

Las relaciones afectivas en la Red no son ajenas a estas dinámicas

tecnosociales. Internet ofrece un espacio abierto a múltiples experiencias de

interacción social que están dando lugar, entre otras transformaciones,  a la

aparición de nuevos modos de establecer y mantener relaciones afectivas, cuyos

primeros rasgos recién comienzan a tomar forma. 


En un primer momento el uso de las herramientas de Internet  responde a

necesidades y prácticas ya presentes en la sociedad. A medida que los medios

interactivos van perdiendo el aura que todavía los rodea y empiezan a ser

incorporados a la cotidianidad con la misma naturalidad que el teléfono o la

televisión, las nuevas formas de relacionarse con los otros que se están gestando

en la Red comienzan a aceptarse socialmente como algo banal.

Así, en poco tiempo, quienes se conozcan a través de alguna forma de

comunicación en Red dejarán de ser motivo de comentarios o cuanto menos de

sorpresa, del mismo modo que hoy a nadie le resulta extraño que una pareja se

conozca en una discoteca, en el tren, en la universidad o en un parque,

Acrobacias con red

Han pasado casi dos años desde que volví a Buenos Aires. Desde entonces

he dado clases en diferentes universidades, escrito un par de libros y unos cuantos

artículos periodísticos. He recuperado mi lenguaje y mi paisaje, he reconstruido

relaciones del pasado y conocido nuevos amores y amigos,  pero también he

perdido rincones importantes de mi vida y de mis afectos y con indescriptible dolor

me he alejado físicamente, mas no en el alma ni en el corazón, de mis dos amados

hijos. 

En todo este tiempo continué pensando e investigando sobre los usos

sociales de Internet. Sin importarme los vaivenes bursátiles de las empresas

tecnológicas, he seguido usando intensamente los recursos que nos ofrece la Red.

He buscado y encontrado información de enorme utilidad para mi trabajo

académico y para mi vida cotidiana. A través del chat y del email, he conseguido

mantener una comunicación fluida con mis alumnos e intercambiado conocimientos

con personas a las que no conozco físicamente, me he escrito frecuentemente con

amigos que viven en diferentes lugares del mundo, he resuelto problemas


profesionales y personales y me he sentido más cerca de mis hijos de lo que dicen

los mapas.

         No soy el único, por el contrario cada vez somos más quienes usamos

Internet sin preocuparnos demasiado por el destino del rey Midas, cuyo fugaz

reinado sobre la Red creó la ilusión de que todo lo que tocaba Internet de oro se

hacía.  Se hablaba de millones de dólares como si se trataran de centavos y,

aparentemente, estaban al alcance de cualquiera que tuviera una buena idea e

iniciativa para ponerla en marcha. 

         Internet no es el índice Nasdaq,  ni las profecías de los tecno-predicadores o

lo que dice la publicidad comercial y gubernamental, sino lo que con ella hacen sus

usuarios. Y millones, decenas de millones de estos usuarios usan diferentes

aplicaciones de la Red para comunicarse con personas conocidas o no. A veces lo

hacen por cuestiones  profesionales o de estudio, en muchos casos, en cambio, el

fin es mantener vivas relaciones afectivas nacidas en otros ámbitos. Hay quienes

usan Internet como un espacio de intercambio comunicativo con amigos y

familiares, y también los hay quienes la utilizan como una plataforma para buscar

un amor verdadero, un romance pasajero o una pareja sexual ocasional. 

Siempre ha sido más fácil hablar desde detrás del biombo. Después de todo,

es muy probable que el principal problema de Narciso haya sido de autoestima. La

pantalla y el teclado de la computadora seguramente no son el mejor camino para

buscar el amor o la amistad, pero quizás ofrezcan el sendero menos escarpado e

incluso el único posible para miles, millones de personas en este mundo de

soledades en compañía. Cada uno toma el camino que elige, o que puede. 

“ A veces necesitamos enamorarnos como una forma de sentirnos vivos,

aunque después todo se desvanezca, o comprendamos que fue una gran proyección

de nuestros deseos. Yo no me enamoro muy seguido, intuyo que mucho menos que

vos, pero cada tanto... Por eso yo no creo mucho en los enamoramientos. Son
intensos, sí, a veces muy, muy bellos, pero tienen la intensidad y la fugacidad de

los fuegos de artificio. El  amor, creo – sé -, es otra cosa”  le escribió Alicia a

Horacio cuando  vivían deseando el encuentro de sus miradas y sus pieles. Mucho

tiempo antes del desencuentro final, en tiempos de ingenuidades compartidas en la

distancia.

Camina Alicia por Buenos Aires de la mano de su actual pareja. Un señor de

su edad que se dedica a la venta y reparaciones de estufas y calentadores. Celoso

y  malhumorado pero también cariñoso y protector,  por lo que cuenta, le resultó el

novio a quien juega a amar, deseando huir del mundo sin amor que un día

vislumbró.

Caminan por sus ciudades y sus pueblos todos aquellos que han conocido la

frustración del desamor, la excitación del deseo, la ilusión y la alegría del amor a

través de Internet. No se diferencian del resto. Todos necesitamos amar, todos

necesitamos escapar de nuestra soledad, aunque sea por un momento. Otras

soledades, otras personas, otros mundos, el mundo.

Si el círculo virtuoso del amor no termina de cerrar, en la Red siempre queda

el recurso del Espejo de la Bruja de Blancanieves. “Espejo, espejito ¿Quién es la

más bella  y hermosa del Reino?”  El único gran riesgo es que, como en el cuento,

algún día el espejo nos responda la verdad y, después, cuando se apague la

pantalla, solos ante nuestra mirada, sintamos la ausencia, todas las ausencias. 

Buenos Aires,  junio de 2001-enero 2002

© Diego Levis, 2002

(1) En este sentido resulta muy gráfico Paul Virilio cuando refiere a las TIC como
Bomba informática nacida “de la bomba atómica  y de la necesidad de
disuasión” (1997:101)
Emoticones

Los emoticones son símbolos, en su mayor parte con forma de caritas, creados

con el teclado del ordenador  mediante una combinación de caracteres.   Se

utilizan en los chats, las mensajerías instantáneas y en el correo electrónico para

representar expresiones no verbales, estados de ánimos y distintas acciones, y

para describir rasgos de personalidad y todo tipo de objetos y situaciones. Los

emoticones están dando lugar a la aparición de un nuevo código de uso general,

compartido por millones de usuarios de la Red en todo el mundo. 

La lista es una recopilación de los emoticones más utilizados, clasificados por


tipos de expresión.

Para verlos es mejor girar la cabeza o la página  90º a la izquierda.

Estados de ánimo, gestos y expresiones

:-)                   Sonriendo (I)

:)                     Sonriendo (II)

:o)                   Sonriendo (III)

:-1                   Sonrisa forzada

:o>                  Sonrisa tímida

:-}                   Sonrisa burlona

:-]                   Sonrisa afectada o sarcasmo alegre

:-D                  Riendo

X-D                 Riéndose a carcajadas 

XDDDD             Muriéndose de la risa

:-(                   Triste, deprimido o decepcionado

:(                     Triste, deprimido o decepcionado(II)

:o(                   Triste III

:-c                   Muy triste


:-[                   Sarcasmo triste

%-)                Feliz y confundido

%-(                Triste y confundido

:'(                    Llorando de pena (I)

:'-(                  Llorando (II)

:'-)                  Llorando de felicidad o emocionado (I)

:')                    Emocionado (II)

:-|                   Serio o indiferente

:o|                  Serio (II)

'-)                   Guiñar un ojo (I)

;-)                   Guiñar un ojo con complicidad (II) / Ligón

;o)                   Guiñar un ojo con complicidad (III) / Ligón

:*)                   Un beso (I) (cuanto más asteriscos, más besos)

:*                    Un Beso (II)

{:-)                 Sonriente con tupé     

:-{)                 Sonriente con bigote

:<)=               Sonriente con bigote y barba 

:-):-)              Carcajadas (II)

(:(                   Super triste 

>:o(                Enojado

:-/                   Mosqueado

:-II                  Furioso

:-X                  Secreto (labios sellados)

:o&                  Secreto (II) o tiene la lengua trabada

:-*                   Silencio (boca tapada con mano)

:-#                  Boca sellada. Censurado

:-8                   Hablar sin parar


:-v                   Hablando (de lado)

:-O                  Gritando (I)

:-@                  Gritando (II)

:-V                  Gritando (de lado)

:-W                 Gritando con lengua viperina (de lado))

|-O                 Bostezando (I)

8-()                Bostezando  (II) 

Rasgos de personalidad

|->                 Orgulloso

:-$                   Codicioso

O:-)                Inocente, santo

-<:-)               Loco de remate

<:-<               Loco

<:-)                Tontorrón

:-r                   Burlón

:-S                   Incoherente

(:<)                Chismoso

|o -)               Cotilla

69:-)               Obseso por el sexo

Descriptivos de acciones o estados

[....]                Un abrazo

[[...]]             Doble abrazo

F[....]              Fuerte abrazo

{{{{nick}}}}             Abrazos amorosos incluyendo nombre o apodo del


destinatario

||*(                Se ofrece un apretón de manos

||*)                Se acepta el apretón de manos


:-~)                Resfriado

|-I                   Profundamente dormido

|-o                  Durmiendo (resoplando)

:-O                  Roncando o con la boca abierta

'':-)                 Sudoroso

:-?                   Dubitativo

:-m                 Meditando

:-P                   Sacando la lengua

;- {)                Coqueteo

:_)                   Mirando de refilón

#-)                  De fiesta por la noche

:-9                   Relamiéndose

<|-(                Engañado como un chino

>:->              Matizando  un comentario malicioso

|:-r                 Chupando

:*)                   Con algunas copas de más

d:-D-\<            Despidiéndose con la mano

:~i                   Fumando (I)

:-Q                  Fumando (II)

:~)                  Fumando y sonriente

:/i                   No fumar

:-J                   Fumando en pipa

:-?                   Pensativo y/o fumando en pipa

>;o>               Planeando una maldad

:-B                  Con los labios mordidos

X-(                  Fallecido

:-C`` `                      Vomitando


:-)''                 Babeando (I)

:o}~               Babeando (II)

:-)'                  Babeando (III)

*-)                  Despistado (estar en las nubes)

:-%                 Se ha armado un lío

{:-?                 Que no te enteras

:-d                   Chupándose un dedo

<|-(                Engañado como un chino

:-o                   Sorprendido

:-O                  Muy sorprendido

:-C                  ¡Increíble !

Elementos identificativos (rasgos, ropa, accesorios, etc)

::-)                  Llevando gafas (cuatro ojos)

8-)                  Llevando gafas (II)

B:-)                 Con las gafas en la frente

@:-)                Con boina o barretina

 [:-)                 Llevando un walkman

C=====:-)X             Con bastón y pajarita

|:||                 Con pasamontañas

?Q:-)             Con turbante

q :-)                Pañuelo en la cabeza

:-)8                 Con pajarita

d:-D                Con gorra de beísbol

:-{)                 Mostachón

:-|)                 Bigotillo

-)                    Los pelos le tapan los ojos

=:-)                Con los pelos de punta


}}}}}}:-)            Mucho pelo

”:o)                 Mechón de pelo

&:)                  Pelo rebelde

(:I                   Cabeza de huevo

:>I                  Nariz punteaguda

:o[+]               Dientes bonitos o sonrisa amplia

Personajes

-:-)                 Punky

-:-(                 Punky auténtico

#:-o                Yuppy sorprendido

#:-O               Yuppy cabreado

#:-)                Peinado yuppy

<|-)                Chino

<|-(                Chino cabreado

8:-)                 Niña pequeña

:-)-8               "Niña" grande

X:)                  Niño con peinado raro

&;o{)              Mujer bonita

 [:|]                 Robot

%o}               Borracho (I)

%*}               Borracho (II)

(:o{I}             Abuelo o hombre calvo

:-[                   Vampiro

:-E                   Vampiro de tres dientes

L:-)                 Recién graduado

Q:{                  Cosaco

-/:-)               Baturro


B+)                 Espía

C|:o)             Payaso

*:O)                Payaso (II)

*<:O)             Clown

}:-)                 Diablo

P-)                  Pirata

+-:-)               Religioso / Soy católico

+<:-|             Monja impasible

3:-)                 Torero

++++:-)             Cocinero con su gorro

c=:-)              Jefe de cocina o cocinero (II)

_:-)                 Piel roja

:(=)                Bebé con dos dientes

[:-)                  Frankenstein

:-)-|:             Skater

Personajes conocidos

/:-|                 Mr. Spock

:-{                   Conde Drácula

%\v               Picasso

=|:-)=                       Tío Sam

|:['                  Groucho Marx

@@@:)            Marge Simpson

B-)                  Batman

B-|                  Batman impasible

([(                   Robocop

+-(:-)             El Papa

*<|:-)                        Papá Noel


{                      Alfred Hitchkock (presenta ...)

Z-)                  El zorro

[:]-)                Guerrero ninja

Otros

^D                   ¡Me gusta!

*<S:-D            ¡Fiesta!

 (:-&               Muy cabreado

:-<                  Sarcástico o desamparado

<:-<               Diabólico

<;-<               Satánico lujurioso

/                      Burlándose de ti

):-)                 Cornudo/a asumido/a

:-!                   Con un pie en la boca

:-(=)               Dientes largos

:^(                  Le han partido la nariz

:*(                   Nariz aplastada

:-=)                Dedos en la nariz

:o*o:               Dos caritas dándose un beso

80(                  Carita inflamada por llorar

:/)                   Eso no es divertido

#-|                 Anónimo. Banda en los ojos

@:-)                Llevando un turbante

...---...               S.O.S.

:%)%                        Acné

:-OWW            Vomitando (II)

.-)                   Tuerto

+3.-)              En el país de los ciegos, el tuerto es el rey


%-)                            Mareado de estar delante del  ordenador mucho
tiempo, pero sonriente

@>--->--                Una rosa

\_/                 Una maceta

C:-(                 Un chichón

<*{{{{<>            Un pescado

8:]                   Gorila

}=3                 Toro

:8)                   Cerdito

Bibliografía
         Barthes, Roland (1982):   Fragmento de un discurso amoroso, México: Siglo
XXI,  9ª edic.1991  (1ª edic.en francés, 1977).
         Breton, Philippe (2000): Le Culte de l’Internet. París: La Découverte.
         Buber, Martin (1989):  Le chemin de l ‘homme. París: Éditions du Rocher.
         Bukatman, Scott (1994) :“Bataille y la nueva carnalidad”, en Revista de
Occidente, nº153, Madrid, pp.112/140 (extraido de Terminal identity: the
virtual subject in postmodern science fiction, Duke University Press, Durham ,
1993)
         Debord, Guy (1967) :La societé du spectacle. Buchet Chastel, París ; reedic.
Gallimard, 1992. (trad..cast.: La sociedad  del espectáculo, Castellote,
Barcelona, 1976.)
         Dery, Mark: (1998): Velocidad de escape. La cibercultura en el final de
siglo.Madrid: Siruela. Madrid (1ºedic.en inglés 1995)
         Dyson, Frances (1996): “Liquid identity” en 21.c Scanning the future, 1.1996,
Australia, pp.68/72.
         Eco, Umberto  (1976): A theory of semiotics. Valentino Bompiani & Co., Milán
(trad.cast: Teoría de semiótica general, Lumen, Barcelona, 1977)
         Elizondo, Jimena (2001): El baile de máscaras o las interacciones en los chats
de texto. Tesina de Licenciatura. Tutor:Sergio Caletti, Facultad de Ciencias
Sociales, Universidad de Buenos Aires, policopia.
         Finquelievich, Susana (1998): “Amores Virtuales” en
http://cys.derecho.org/00/amores.html
         Fisas, Carlos (1999): Erotismo en la historia, Barcelona. Plaza & Janés
         Freud, Sigmund (1970): “Más allá del principio del placer” en  Psicología de las
Masas, Madrid: Alianza, 2ªedic.,  pp. 81/137
         Fromm, Erich (1982): El arte de Amar. Barcelona: Paidós (1ªedic.en inglés
1956)
         Fromm, Erich (1987): Psicoanálisis y Religión. Buenos Aires: Edit.Psique
(1ªedic.en inglés:1950)
         Galeano, Eduardo (1989): El libro de los abrazos. Buenos Aires: Siglo XXI.
         Gwinnell, Esther (1999):  El amor en Internet. Barcelona: Paidós
         Haraway, Donna (1995)  “Manifiesto para cyborgs. Ciencia, tecnología y
feminismo socialista a finales del siglo XX” en Eutopías, 2ªépoca, vol.86,  Univ.
de Valencia, Valencia.)
         Heim, Michel (1993): "La ontología erótica del ciberespacio” en Benedikt,
Michel (edit.) Ciberespacio: los primeros pasos, Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología, México, pp.61/79.
         Heim, Michel (1993b): The Metaphysics of Virtual Reality, Oxford University
Press Inc, Nueva York.
         Jacobson, David (2000): “Formación de imágenes en el ciberespacio:
expectativas online y experiencias offline en las comunidades virtuales de texto”
en http://www.ascuse.org/jcmc/vol4/issue1/jacobson.html (traducción en
Enredando.com)
         Kerckhove, Derrick de (1990) "Implicaciones psicológicas de la realidad virtual"
en Telos nº24, Fundesco, Madrid, pp.75/83.
         Kramarae, Chris (1995): "A baskstage critique of virtual reality" en Jones,
Steven (ed.) CyberSociety: Computer-Mediated Communication, and
Community. Londres: Londres.
         Levis, Diego (1999):  La pantalla ubicua. Comunicación en la sociedad digital.
Buenos Aires: Ciccus/La Crujía.
         Levy, Pierre (2000) : World Philosophie. París: Odile Jacob.
         Marcuse, Herbert (1972) Eros y civilización. Barcelona: Seix Barral, 8ªedic.(1ª
edic.en inglés, 1953)
         Morin, Edgar (1962/1976): L'esprit du temps. París: Grasset.(edic.1991).
         Olariaga, María de (1959): Cartas de amor y amistad. Barcelona: Ameller, 12ª
edic.
         Paz, Octavio (1993): La llama doble.Amor y erotismo. Barcelona: Seix Barral.
         Rheingold, Howard (1992) Virtual Reality. Exploring the brave new technologies
of  artificial  experience and interactive worlds from cyberspace to teledildonics.
Touchstone Books, Nueva York. (Trad.cast.: La realidad virtual, Gedisa,
Barcelona, 1994, 407 págs,)
         Sánchez, Clara (2000) “Puntocom” en El País, Madrid:21.9.
         Sartre, Jean Paul (1948): L'Imaginaire. París: Gallimard (ed.1986).
         Simmons, John (1995) “Sade and Cyberspace” en Brook. y Boal.A.(edits.).
Resisting the Virtual Life, City Lights,  San Francisco,  pp.145/159.
         Staveley, Joan (1994): "Le sexe virtuel sera t-il sexiste?" en VV.AA. Problèmes
éthiques, sociologiques, juridiques et philosophiques du virtuel,  INA, Bry-sur-
Marne, pp.7/12.
         Stone, Allucquère Rosanne: (1993) "¿Podría ponerse de pie el cuerpo
verdadero?" en Benedikt, Michel (Ed..) Ciberespacio: los primeros pasos,
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, México, pp.83/111.
         Turkle, Sherry (1984) :El segundo yo. Las computadoras y el espíritu humano.
Buenos Aires: Galápago(1ªedic.en inglés 1984.)
         Turkle, Sherry (1997): La Vida en la Pantalla. La construcción de la identidad
en la era de Internet. Barcelona: Paidós (1ªedic.en inglés 1995)
         Turrubiates, Raquel (2000): “Chat, chat...Agoras cibernéticas y comunicación
global” en Finkelievich, Susana(coord.) ¡Ciudadanos, a la Red! Los vínculos
sociales en el ciberespacio. Buenos Aires: Ciccus/La Crujía, pp.269/291
         Virilio, Paul (1997) EL cibermundo, la política de lo peor. Madrid: Cátedra
(1ªedic. en francés 1997)

También podría gustarte