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LA SEMANA MAYOR EN CARACAS

Lo primero que señaló en su obra, el escritor alemán Friedrich Gerstaecker (1816-1872) fue
que, era la primera vez que presenciaría, en Suramérica, actos festivos relacionados con la
Semana Santa. Sólo en una ocasión había estado, en fechas similares, en la Misión Dolores,
cercana a San Francisco, y que por motivos de viaje coincidían con su tránsito por Alta Mar.

De lo que vio en Caracas van las líneas siguientes.

Relató que ya para el día lunes, en medio del sonar de las campanas, recordaban que para los
días jueves y viernes santo se daría el inicio de las festividades. Anotó haber presenciado por
las calles a las damas con sus “mejores galas” quienes se dirigían a las distintas iglesias, en
especial a la Catedral. La primera procesión iniciaba a las cinco de la tarde. Sus integrantes
pasaban por el frente del Palacio Arzobispal y luego proseguían su fijo itinerario hasta que,
en horas de la noche, regresaban al lugar de donde habían iniciado la marcha.

Confesó que las procesiones observadas por él eran algo nuevo en su vida. Aunque las
observó con atención e interés no así con “suficiente devoción”. Justificó su actitud al sumar
que cada quien servía al todopoderoso de distinta manera “y yo sería seguramente el último
de mirar con desprecio un credo distinto”. Cada quien debía profesar su fe, siempre y cuando
lo hiciera con fidelidad y entrega. ¿Pero tienen estas procesiones alguna relación con la
verdadera fe, cuando sólo la pompa externa parece ser lo primordial? Según su versión, era
habitual que en Caracas las señoras estrenasen “todos los días un vestido” y que esta
celebración les servía de motivo para mostrar sus mejores ropajes.

Gerstaecker asentó que en estas festividades se desplegaban las “máximas galas posibles”.
Era una fecha cuando en vez de la devoción y la tristeza que todo verdadero creyente debería
expresar y demostrar, se exhibían espléndidos trajes y maquillajes, para él, exagerados. “¡Y
cómo se pintan estas bellísimas criaturas, qué colas tan espantosamente largas arrastran por el
polvo!”.

Ante esta circunstancia escribió: “Pero de que sirven las reflexiones; ellas nada cambian y por
bella que sea la forma, siempre que lo que se diga creer se crea realmente y no sea pura
apariencia externa, yo creo que probablemente cada quien ha de arreglárselas después con su
Dios y su conciencia”.

Recordó que en México no se permitían las procesiones fuera de las iglesias, así como que
también los sacerdotes transitaran por las calles con sus hábitos y su sotana. “Aquí en
Venezuela todavía florecen en toda su magnificencia y la gente de todas las regiones aledañas
acude en semana santa a la capital para poder mirar el espectáculo”.

Contó que, para mirar las procesiones, se había ubicado con unos amigos en una esquina
donde el cortejo pasaría. Aunque le pareció que la marcha de la peregrinación iba a un paso
muy lento. Circunstancia que aprovecharon para echar una mirada por los alrededores. Le
pareció que Caracas estaba diseñada de una manera muy peculiar. Si bien mostraba un viejo
estilo español, tenía particularidades propias que respondían al “carácter de los habitantes”.
Las casas que exhibían mejores condiciones, en lo atinente a su diseño y construcción,
contaban con un pequeño jardín sembrado de flores. Alrededor de estos pequeños espacios se
habían diseñado, con ladrillos o mármol, una obertura cuadrada donde estaban las flores,
“porque el venezolano ama el verdor”.

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Observó que en las casas había a los lados unas argollas de hierro que servían para amarrar de
ellas los caballos, “que son una constante necesidad” por ser el transporte de uso generalizado
en la ciudad. Del lado trasero se encontraban los dormitorios, así como los salones de estar y
los de recepción. Las estructuras de las casas eran altas, con ventanas forjadas con hierro
“elegantemente trabajadas. Había casas de dos pisos, pero no eran frecuentes, de acuerdo con
lo que vio.

Las ventanas de rejas salientes le parecieron muy cómodas para que los moradores de estas
casas se posaran para mirar hacia la calle. “Pero para las aceras, ya de suyo estrechas, son de
todo menos cómodas, pues cuando dos personas andan una al lado de la otra, el del lado de
afuera, al paso de cada ventana tiene que poner un pie en la calle”. Sin embargo, en esta
ocasión no le molestaron las rejas porque presenció siluetas de gran valor artístico y estético,
lo que lo llevó a decir que detrás de aquellas rejas había presenciado “todas las bellezas
venezolanas” que no tuvo remilgos de calificar como extraordinarias.

Sumó a esta ponderada consideración que “se habían congregado en las ventanas y he visto
grupos allí, tan hermosos como la más rica fantasía de un pintor no hubiera podido
plasmarlos en el lienzo. Especialmente los grupos de niños en algunas ventanas eran tan
lindos – a veces seis o siete de estas encantadoras criaturitas con rizos y ojos negros y el cutis
de una blancura espléndida, detrás de una sola reja, y en medio de ellos las madres, a quienes
debe hacérseles justicia, en cuanto que eran al menos tan bellas, si no más, que sus niños”.
No dejó de anotar que de vez en cuando se había tropezado con ventanas enrejadas, tras la
cual “unas cuantas viejas arpías” se encontraban sentadas con un cigarro en la boca, “de
manera que toda la casa parecía un jardín zoológico en el que se cuidaban y guardaban
algunas bestias feroces detrás de rejas”. Aunque prestó poca importancia a esto porque los
aspectos bellos de la ciudad eran los que en ella predominaban.

De vuelta a su lugar para ver la procesión, y desde la parte que antes del paseo había
ocupado, vio como llegaban cada vez más espectadores entre quienes se encontraban, “por
cierto, también las señoras más emperifolladas”. Delante de la peregrinación iba un grupo de
músicos. Varios hombres alzaban una especie de mesa protegida por vidrios, entre la cual
habían tres representaciones, con vestimenta lujosa y cubiertas con bordados de oro.
“Representaban a Cristo, a quien el ángel le tiende el cáliz de la amargura, mientras a su lado
había otra figura, probablemente San Juan”.

Por lo observado añadió que no le parecía edificante la representación que se quería


rememorar, pero en “cuestiones de gusto no hay discusión posible”. Su repulsión la
argumentó así. Las figuras le parecieron que estaba bien elaboradas, no así la investidura
porque “no llevaban los trajes de la época y estaban recargadas de largas vestiduras bordadas
en oro”. Para él, la presencia de vasos y floreros era exagerada, así como los ramos y flores
de plata y artificiales que bordeaba el grupo, “que todo ello parecía más bien una cristalería
ambulante que una representación alegórica destinada a la veneración”. A los lados de la
marcha iban unos soldados aislados con la bayoneta calada. No dejó de ponderar esta
presencia de soldados y escribió: “no imagino con qué finalidad, porque para servir de adorno
los soldados en Venezuela no son lo suficientemente bonitos y para protección de la
procesión tampoco eran necesarios porque nadie, con seguridad, se atrevería a pensar siquiera
en molestarla”.

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A esta porción de la procesión le seguía una que cargaba otra imagen, un apóstol, que confesó
no determinar quién era. Más atrás venía otro grupo con la imagen de Pablo, Pedro y otra
figura para él desconocida. Luego traían a la Virgen María, con un traje de terciopelo y orlada
con oro. De último, “cerraba la comitiva un pequeño piquete de soldados redoblando
ligeramente los tambores, como si llevaran a un compañero a la tumba”.

El día martes se había desarrollado otra procesión muy semejante a la descrita con
anterioridad, ese día se exhibió la imagen de la Magdalena. Exposición a partir de la cual
expresó que se la había imaginado distinta de acuerdo con los oleos y pinturas por el vistas.
Las procesiones que presenció, esos días, llevaban a la Virgen María y ante la cual las
mujeres se arrodillaban. Le pareció una curiosidad que los hombres no mostraran la misma
actitud ante la Virgen, aunque si dejaban de fumar en ese instante. Sin embargo, a lo largo de
la procesión fumaban sin inconveniente alguno.

Trajo a colación un dato curioso que observó en las procesiones. Un grupo de hombres, que
iban antes de la comitiva, aparecían disfrazados de monjes y quienes parecían divertirse con
su participación. Llevaban una bandera con las siglas S.P.Q.R, de uso entre los antiguos
romanos, y que en esta comarca, según el dicho popular, tenía como significado San Pedro
Quiere Reales. Los días restantes, señaló, se van preparando para conducir el sepulcro del
Salvador por las calles.

Agregó que los últimos tres días las iglesias se llenaban de fieles, “a pesar de que yo por mi
parte no pudiera describir ni la menor huella de devoción en eso”. Señaló que el interior de
las iglesias estaba lleno de señoras, con atuendos elegantes y “pintadas exageradamente”. No
estaban arrodilladas sino sentadas con las piernas cruzadas, “echan vistazos a los señores que
circulan por allí o también cambian saludos con ellos y comentan entre ellas sin cesar las
galas de sus vecinas”.

Indicó que también personas jóvenes visitaban la iglesia. Apreció que todas las “razas”
estaban representadas en la iglesia “y la diferencia entre negro y blanco no se hace, desde
luego, en la casa del Señor”. Observó como “jóvenes harapientos, de la clase más baja”
caminaban dentro de la iglesia y entre las señoras a quienes pisaban los largos vestidos sin
que ellas pudieran evitarlo. De las mujeres de “color” dijo: “las señoras negras se vestían más
sencillamente que las blancas, cosa que difícilmente pueda atribuirse a devoción o
inclinación, sino que ocurre porque sus medios no lo permiten”.

El día viernes no estuvo en Caracas porque decidió ir a La Guaira para sus preparativos del
viaje que quería hacer hacia el oriente de Venezuela. Se le había indicado no hacer la
excursión para Barcelona a través del Orinoco. Regresó de nuevo el día sábado. Anotó que en
Venezuela no se celebraba el segundo día de pascua, sino que todo terminaba el domingo.
Aunque señaló que los eventos alrededor de Semana Santa tenían un día de adelanto a lo que
él por hábito conocía como fecha de devoción.

En unas de las líneas desarrolladas por él, no dejó de recordar cómo un país tan bien dotado
por el creador de la naturaleza y de variados recursos naturales estuviese en tan malas
condiciones, debido a dirigentes ambiciosos y mezquinos. Aunque señaló que lo que sucedía
en Venezuela también se podía ver en México, Nueva Granada, Perú o Bolivia, excepto en
Chile.

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“¡Pobre país! Tan rico, tan sobreabundantemente dotado por la naturaleza, y sin embargo,
nunca en paz, nunca en calma”. Fueron algunas de sus palabras al hablar de Caracas y lo que
llegó a conocer de Venezuela.

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