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por Fernando Llorente
Estaba risueño, feliz porque recibió una traffic que tiene una camilla y un espacio para
instalar un “bañito”. Con esta nueva integrante al clan de la familia de Hugo Rossetti, el
odontólogo planea poder recorrer libremente el continente americano sin restricciones. Le
brota la pasión, los conocimientos y la solidaridad. Un día se dio cuenta que lo suyo no era
el negocio de la salud sino abocarse a educar en la preservación bucal. Aquí o allá, el
doctor es de esos médicos a los que la gente no les tiene miedo. Al contrario, lo quieren y lo
cuidan.
En su relato, mientras hace memoria y comienza con una catarata de recuerdos, Hugo
Rossetti destaca que siempre tuvo una buena relación con los chicos y rememora: “En aquel
momento, cuando me recibí, me anoté como ayudante de cátedra de Odontopediatría.
Luego fui Jefe de Trabajos Prácticos. A todos esos jóvenes que estaban por recibirse, les
enseñé todo lo que los libros de decían. Pero me dí cuenta al poco tiempo que todo eso era
muy agresivo, sobre todo para los niños más pequeños. Había que invadir la boca con todo
lo que representa”.
Costó mucho esto. Tuve que darme cuenta que para lograr esto había que dar cambios de
fondo y no de forma. Es decir la humanización de la ciencia”, explica desde un consultorio
lleno de plantas con grandes ventanales.
En este archivo longitudinal que hizo pudo empezar a trabajar el “respeto por la biología”.
De ahí que dejó de utilizar el término prevención para comenzar a usar la palabra
“preservación”, es lo que la biología hace con los humanos, los animales y las plantas. Para
explicar la diferenciación dijo: “Prevención la usan un montón de tarados que no saben
nada de salud. La palabra esconde a la enfermedad. Preservación es un término biológico,
de la naturaleza”.
Rossetti ha girado por distintos puntos del planeta. Trabaja en diferentes programas en
África, México, Ecuador, Argentina y unos cuantos rincones más. Pero no sólo se aboca a
los grupos aborígenes, también aboca su especialidad a discapacitados, sordos, ciegos, en
centros de recuperación de drogadictos (viene a Santa Fe algunas veces). Los programas
que aplica son totalmente diferentes en cada lugar.
Además trabaja con los indios rinconada (Jujuy), indios mayas, con los tehuelches y
mapuches. “Yo pensé que hacer los hábitos en los niñitos y que los padres trabajen en eso,
que si esto funcionaba en espacios periféricos, en villas de emergencia, creí que si ahí era
posible acá también (aludiendo a la ciudad). Y no, me equivoqué. Una maestra en la
comunidad mapuche cumple mil funciones. Acá en Banfield le decís que tienen que
cepillarle los dientes una vez por día, te responden ‘cuánto cobran por eso o qué puntaje
recibirán’”, sentencia.
Como su objetivo es finalmente la educación en salud bucal, sin entrar en el trabajo general
de muchos dentistas, llega a los distintos lugares del mundo costeando él mismo sus gastos,
mientras que a otros lo hace organizando cursos pagos para sus colegas para pagar los
costos de traslado. “Trato de conseguir algún vehículo que tenga cama. Pero ahora me
acaba de llegar una 0 kilómetro con un espacio para instalar un baño”, cuenta con una
enorme sonrisa. Y retoma: “Hay otros lugares donde me contratan los gobiernos o
asociaciones. En los centros de refugiados me invita Odontología Solidaria u otra ONG
española”.
Para finalizar, concluye que cuando piensa en todo lo que hace, se da cuenta que está “un
poco cansado”. Y claro, 74 años y con tantas idas y venidas no es para menos. “Es muy
hermosa la investigación que hago –reflexiona-. Me hechan de todos lados pero me
respetan por el archivo que tengo de chicos. Si hubiera estado con la enfermedad hoy
estaría cosechando yerba en Misiones. Pero yo quiero seguir recorriendo Latinoamérica y el
mundo. Ahora voy a escribir mi tercer libro”.