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Las aguas del río están teñidas de un matiz azafranado y enfermizo, y no fluyen
hacia el mar, sino que palpitan por siempre bajo el ojo purpúreo del sol, con un
movimiento tumultuoso y convulsivo. A lo largo de muchas millas, a ambos lados del
legamoso lecho del río, se tiende un pálido desierto de gigantescos nenúfares. Suspiran
entre sí en esa soledad y tienden hacia el cielo sus largos y pálidos cuellos, mientras
inclinan a un lado y otro sus cabezas sempiternas. Y un rumor indistinto se levanta de
ellos, como el correr del agua subterránea. Y suspiran entre sí.
Era de noche y llovía, y al caer era lluvia, pero después de caída era sangre. Y
yo estaba en la marisma entre los altos nenúfares, y la lluvia caía en mi cabeza, y los
nenúfares suspiraban entre sí en la solemnidad de su desolación.
Y mis ojos cayeron sobre el rostro de aquel hombre, y su rostro estaba pálido. Y
bruscamente alzó la cabeza, que apoyaba en la mano y, poniéndose de pie en la roca,
escuchó. Pero no se oía ninguna voz en todo el vasto desierto ilimitado, y los
caracteres sobre la roca decían: SILENCIO.
Y el hombre se estremeció y, desviando el rostro, huyó a toda carrera, al punto que cesé de
verlo.
Pues bien, hay muy hermosos relatos en los libros de- los Magos, en los
melancólicos libros de los Magos, encuadernados en hierro. Allí, digo, hay admirables
historias del cielo y de la tierra, y del potente mar, y de los Genios que gobiernan el
mar, y la tierra, y el majestuoso cielo.
También había mucho saber en las palabras que pronunciaban las Sibilas, y santas, santas
cosas fueron oídas antaño por las sombrías hojas que temblaban en torno a Dodona. Pero,
tan cierto como que Alá vive, digo que la fábula que me contó el Demonio, que se sentaba
a mi lado a la sombra de la tumba, es la más asombrosa de todas. Y cuando el Demonio
concluyó su historia, se dejó caer en la cavidad de la tumba y rió. Y yo no pude reírme con
él, y me maldijo porque no
reía. Y el lince que eternamente mora en la tumba salió de ella y se tendió a los pies
del Demonio, y lo miró fijamente a la cara.
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Hay una vieja fábula oriental que cuenta la historia de un viajero sorprendido en la estepa
por una bestia furiosa. Para escapar de la bestia, el viajero salta al interior de un pozo sin
agua, pero en el fondo del pozo ve un dragón con las fauces abiertas, dispuesto a
devorarle. Y el infeliz, sin atreverse a salir por temor a convertirse en presa de la bestia
feroz, ni a saltar al fondo del pozo para no ser devorado por el dragón, se agarra a las
ramas de un arbusto salvaje que crece en las grietas del pozo, y así queda colgado. Los
brazos se le debilitan y siente que pronto tendrá que abandonarse a la muerte, que le
espera a ambos lados, pero sigue aferrándose, y mientras se aferra, mira alrededor y ve
que dos ratones, negro uno y blanco el otro, giran regularmente en torno al tronco del
arbusto del cual está colgado, y lo roen. De un momento a otro el arbusto se quebrará, y él
caerá en las fauces del dragón. El viajero lo ve y sabe que su muerte es inevitable; pero,
mientras continúa suspendido, busca a su alrededor, y halla sobre las hojas del arbusto
algunas gotas de miel; las alcanza con la lengua y las lame. Así me aferro a las ramas de
la vida, sabiendo que el dragón de la muerte me espera inevitablemente, preparado para
despedazarme, y no puedo comprender por qué soy sometido a este tormento. E intento
chupar esa miel que antes me consolaba; pero esa miel ahora no me da placer, y,
entretanto, el ratón blanco y el negro roen noche y día la rama de la que cuelgo. Veo
claramente el dragón, y la miel ya no me parece dulce. No veo más que una cosa: el
ineludible dragón y los ratones, y no puedo apartar la vista de ellos. Y esto no es una
fábula, sino la auténtica, la incontestable, la inteligible verdad para todos.
Lev Tolstói
Confesión, 1882
Nuestra Vida
Un viejo carpintero estaba listo para retirarse. Le comunicó a su empleador acerca de sus
planes de dejar el trabajo en la industria de construcción de casas y vivir una vida mas
placentera con su esposa y su familia. El extrañaría el salario que recibía pero quería
retirarse. El empleador estaba triste de ver que un buen empleado se retiraba y le pidió,
como favor personal, que construyera una última casa. El carpintero dijo que sí pero con
el tiempo se vió que su corazón y su esfuerzo no estaban en el trabajo. No hizo bien su
labor y seleccionó materiales de baja calidad. Fué la peor casa que había construido en la
vida.
Que lástima! Qué arrepentimiento! “Si hubiera sabido que esta iba a ser mi casa la
construyo de manera diferente” dijo el carpintero.
Ahora tenía que vivir en la casa que el mismo había construido y era un desastre.
Lo mismo sucede con nosotros. Construimos nuestra vida de una manera displicente. De
una manera reactiva en lugar de positiva. Esperamos el lugar de actuar. Ponemos mucho
menos de lo que tenemos en nuestros esfuerzos y vivimos en una permanente queja
tratando de culpar a los demás de nuestra situación.
En cosas importantes, con la familia, amigos, el trabajo, etc., no damos lo mejor que
tenemos. Entonces, con sorpresa, nos encontramos viviendo en la casa que nosotros
mismos hemos construido. “Si hubiera sabido habría actuado diferente” pensamos. Piense
en Ud. mismo como el carpintero. Piense acerca de su casa. Cada día, cuando tenga que
clavar un clavo, colocar una división o levantar una pared, hágalo sabiamente, hágalo con
amor y dé lo mejor que tiene. Es la única vida que llegará a construir. Aún si vive solo por
un día más, ese día merece vivirse de una manera digna y gratificante.