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TEMA 4. LA RESTAURACIÓN: LIBERALISMO Y NACIONALISMO.

El período comprendido entre 1815 y 1830 es comúnmente denominado “la época de la


restauración” y engloba los acontecimientos que siguieron a la caída de Napoleón: la obra de
restauración que los vencedores trataron de imponer en Europa y las corrientes de oposición y las
oleadas revolucionarias que se desarrollaron contra el nuevo sistema.
Los vencedores de 1814 se encontraron entre las manos una Europa profundamente distinta
a la anterior a 1789, no sólo por los cambios introducidos por Napoleón en el mapa europeo, sino
también por lo que la revolución francesa supuso para la sociedad. Y, sin embargo, los nuevos amos
de Europa se empeñaron, ignorando la realidad, en restaurar las viejas instituciones del Antiguo
Régimen. La consecuencia lógica será que todo aquello que pretendieron ignorar siguió viviendo y
creció en la oposición: los sentimientos nacionales y el pensamiento liberal, quedaron oprimidas por
el momento, pero no desaparecieron, sino que surgieron bajo la forma de revoluciones.
Los gobernantes de Europa decidieron que para resolver todas las cuestiones planteadas tras
la derrota de Napoleón era necesario llegar a algunos acuerdos. Para ello se reunieron en septiembre
de 1814 en el Congreso de Viena, cuyas sesiones se desarrollaron en dos líneas de trabajo.
a) Una, de afirmación de principios políticos, por los que los monarcas legítimos fueron
repuestos en sus tronos (Fernando VII en España), se estableció el sistema de congresos como modo
de resolver los conflictos y se afianzó el absolutismo monárquico frente al constitucionalismo.
b) En la otra, trazaron sobre la mesa las nuevas fronteras de Europa, que más o menos
estarían en vigor hasta 1870 (Francia volvía a sus fronteras de 1789 y se crean los “estados-tapón”).
En este marco, el zar de Rusia Alejandro I propuso un pacto de ayuda mutua entre los
monarcas cristianos: la Santa Alianza, integrada por Austria, Rusia y Prusia, que les permitía
entrometerse en los asuntos internos del resto de países de Europa. Luego se sumaría Inglaterra,
dando lugar a la Cuádruple y en 1818 Francia, dando lugar a la Quíntuple. Parecía que los grandes
estados europeos estaban dispuestos a caminar unidos y a mantener con firmeza el nuevo sistema.

Por su parte, la oposición a la restauración se centró en el liberalismo y el nacionalismo.


El liberalismo es la corriente de pensamiento que concibe la sociedad como un conjunto de
individuos que gozan de unos derechos o libertades naturales, que el estado no puede ni debe
legislar (derecho a la vida, a la propiedad privada, la libertad individual, la libertad de empresa …).
En el ámbito económico eran partidarios del laissez-faire, laissez-passer (dejen hacer, dejen
pasar), es decir, defendían la libre iniciativa económica, origen de la riqueza de las personas y de las
naciones. En lo social, defienden la igualdad de todos los hombres ante la ley, aunque consideran a
la burguesía como la clase social por excelencia, ejemplo del enriquecimiento personal fruto del
trabajo. En política promueven un sistema de gobierno democrático, basado en la división de
poderes y en el triunfo de la voluntad general sobre la voluntad particular. Podemos distinguir entre
el liberalismo moderado, que defiende una concepción elitista del gobierno; y el liberalismo
progresista, defensor de los intereses de las clases medias y populares. A estos habrá que sumar las
doctrinas socialista y anarquista, que tratan de promover una verdadera revolución social.
El nacionalismo había surgido por inspiración de una de las ideas de la revolución francesa:
la de que todos los pueblos tienen derecho a disponer de sí mismos. La idea inicial de que la nación
es una comunidad de lengua, costumbres y tradiciones, pasa a desarrollarse como un concepto
político: la nación es un conjunto de individuos libres y soberanos que reclaman su derecho a
decidir su futuro y a elegir a sus gobernantes. De aquí surgirá una comunidad de intereses entre
liberalismo y nacionalismo que conducirá a un comportamiento revolucionario común, que con el
tiempo irá desapareciendo, pues el nacionalismo se convertirá en un movimiento conservador
protagonizado por la burguesía que pretenderá más que nada defender sus intereses económicos.
Los dos modelos del nacionalismo del siglo XIX son: el unificador, que pretende que
varios Estados independientes, que comparten lengua, costumbres, pasado histórico y la voluntad de
estar juntos, pasen a formar uno sólo; y el disgregador, que considera que cuando una nación con
señas de identidad diferenciadoras forma parte de un Estado mayor en el que está integrado, puede
reclamar la independencia para crear un Estado propio.
La restauración fue puesta a prueba por vez primera en la oleada revolucionaria de 1820,
cuando tuvieron lugar los pronunciamientos: levantamientos militares de ideología liberal, que
contaban con el apoyo de sociedades secretas (masones, etc.) y que eran seguidas por el pueblo.
Algunas de esas revoluciones triunfaron momentáneamente, como el caso de España, donde
el comandante Rafael de Riego se levantó en las Cabezas de San Juan (Sevilla) en favor de la
Constitución de 1812, obligando al rey Fernando VII a jurar la Constitución, es el llamado Trienio
Liberal (1820-1823). La Quíntuple Alianza encargó a Francia la tarea de restaurar a Fernando VII
como monarca absoluto, cosa que hizo gracias al ejército llamado los “Cien mil hijos de San Luis” .
Tras su muerte en 1833 se inició una guerra civil -la 1ª guerra carlista- entre los absolutistas,
partidarios del hermano del rey, Carlos Mª Isidro, y los liberales, partidarios de su hija Isabel II. La
revolución de 1868 -la Gloriosa- expulsó a Isabel del trono, que ocupó por poco tiempo Amadeo de
Saboya. Su renuncia en 1873 daría paso a la 1ª República. En 1874, el pronunciamiento del Gral.
Martínez Campos restauraría en el trono a los borbones en la persona de Alfonso XII.
Algunas otras triunfaron, como ocurrió en las colonias americanas de España y Portugal,
demasiado lejanas para inquietar a las grandes potencias y que quedaron a su suerte. Las victorias
militares de los rebeldes se sucedían una tras otra, en 1817 José de San Martín liberaba Chile y en
1818 Simón Bolívar hacía lo propio con Venezuela y Colombia. Finalmente, en 1824 la victoria del
General Sucre en Ayacucho (Perú) supuso el triunfo del movimiento independentista.
También en Grecia triunfó la sublevación contra el Imperio Turco, con la tardía ayuda de
Rusia, Inglaterra y Francia. Grecia fue reconocida en 1829 tras una guerra de diez años.

La oleada revolucionaria de 1830 triunfó en Francia, cuando el 27 de julio de 1830 estalla


una revuelta en París contra Carlos X (hermano de Luis XVIII) en protesta por los recortes en las
libertades llevados a cabo por el monarca, lo que forzará su huida y el nombramiento como rey de
Luis Felipe de Orleans, el “rey burgués”, que a la postre será el último rey de Francia.
El triunfo liberal en Francia animó a otros liberales europeos a pasar a la acción. Algunos
triunfaron, como en Bélgica, que consiguió en octubre de 1830 la independencia del Reino de los
Países Bajos. Mientras que otros fracasaron, como la revuelta de Polonia contra el dominio ruso.

La oleada revolucionaria de 1848 se produce en un contexto de crisis económica, financiera


y política. De nuevo Francia inició las revoluciones con la insurrección de París de febrero de 1848,
que llevó a Luis Felipe a abdicar y a la proclamación de la República. Rápidamente se puso en
marcha un programa de reformas liberales que provocó general entusiasmo, hasta que el sobrino de
Napoleón, Luis Napoleón Bonaparte, fue elegido presidente de la República. El 2 de diciembre de
1851, en el aniversario de la coronación de su tío en Notre-Dame, Luis dio un golpe de estado y se
convirtió en el emperador Napoleón III.
De nuevo el ejemplo francés animó a otros a pasar a la acción y tuvo un éxito inicial en casi
toda Italia, los estados alemanes, el Imperio austríaco, etc. Su difusión fue tan rápida como su
fracaso. A pesar de ello, se consolidarían los movimientos nacionalistas que darían lugar al
surgimiento de dos grandes potencias europeas: Alemania e Italia.
Italia había sido durante la primera mitad del siglo un mosaico de estados en los que fue
creciendo desde la dominación napoleónica el deseo de crear un estado unitario. El promotor será
Camilo Benso, conde de Cavour, primer ministro de Piamonte-Cerdeña y su rey Víctor Manuel II.
Con la ayuda de Francia consiguieron arrebatar Lombardía a Austria, después incorporarían la Italia
central, hasta encontrarse con las tropas de Garibaldi quien, con su ejército de revolucionarios, los
“camisas rojas”, había invadido Nápoles y Sicilia. Finalmente Garibaldi renunció a su revolución a
cambio de una Italia unida. El proceso concluyó en 1871 con la ocupación de Roma.
La situación de Alemania era parecida, el promotor será Otto von Bismarck, canciller de
Prusia. También recurrió a la guerra. Venció primero al Imperio austríaco, lo que permitió a Prusia
liderar el proceso de unificación y después a Francia, de quien recibió Alsacia y Lorena (esta
amputación está en el origen de la 1ª Guerra Mundial). El 18 de enero de 1871, Guillermo I fue
proclamado Kaiser en el Palacio de Versalles, daba comienzo el Segundo Reich (Imperio).

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