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Se trató de una revolución burguesa ya que fue impulsada por las clases en ascenso, que
desde la crisis feudal del siglo XIV, impusieron los acercamientos de las parcelas
agrícolas, que anteriormente pertenecían a campos comunales. Después del siglo XVI,
los terratenientes mercantiles monopolizan la tierra, y luego la arriendan. Dichos
arrendatarios poseen mano de obra asalariada, y son quienes trabajarán la tierra. En
1760, con las “Leyes de cercamiento” se eliminó la economía aldeana y se impulsaron
perfeccionamientos técnicos y métodos más eficientes para la agricultura y la
implantación de nuevos cultivos. Esto consistió en la revolución agrícola que solucionó los
problemas de las hambrunas y pestes derivadas de la crisis feudal que contrajo muchas
muertes.
Son cuatro los factores clave que dieron origen a la revolución industrial del siglo XVIII:
El Mercado Interior Preindustrial fue la principal ventaja por su gran tamaño y estabilidad,
funcionando de amortiguador para las fluctuaciones y colapsos que la industria de la
exportación sufría por su dinámico crecimiento.
Por lo tanto, entre los años 1760 y 1830, se produjo un aceleramiento económico,
aumentó la capacidad productiva, se multiplicó la cantidad de habitantes, así como los
bienes y servicios, y se instauró una economía capitalista
Esto produjo un salto, desde la subsistencia de los campesinos en las tierras comunales o
familiares dependiendo de un señor feudal, a la creación de campos cercados con
arrendatarios (que por lo general eran los más beneficiados) y mano de obra asalariada,
de la cual, parte de ella se trasladaron a las ciudades en busca de trabajo en las fábricas
que estaban en comienzo de surgimiento.
Por un lado, el mercado interno, más estable, fue el principal impulso para la
industrialización y para saciar la demanda de los nuevos consumidores, que se basa en
las industrias textiles, alimentarias, carbón, el hierro y el acero). . El mercado interior
proporcionó la base necesaria para una economía industrial generalizada, a través del
proceso de urbanización, el incentivo para mejoras fundamentales en el transporte
terrestre para ciertas innovaciones tecnológicas. El gobierno ofreció su apoyo sistemático
al comerciante y al manufacturero con determinados incentivos para la innovación técnica
y el desarrollo de las industrias de base. Las políticas empleadas por el gobierno no solo
tenía fines comerciales y financieros, también ponía énfasis en los grupos de presión
manufacturero. Las medidas proteccionistas fortalecieron el mercado interno y su política
exterior quedaba relegada a fines comerciales a través de objetivos bélicos.
Por otro lado, el mercado externo que surgió para saciar las necesidades, principalmente,
del imperio colonial. Esto consistió en la monopolización del mercado de la industria textil
por parte de los ingleses y, llevó a que, los antiguos exportadores de textiles como la
India, se convirtieran en receptores de mercadería. A su vez, en el mercado externo se
exportaron algodón y también trató la compra y venta de esclavos. Esto generó la
multiplicación de la producción y su comercialización ultramarina.
Esta situación fue muy afortunada ya que dio un enorme impulso y la puso al
alcance de un cuerpo de empresarios y artesanos cualificados, no especialmente
ilustrados, ni ricos en demasía que se movían en una economía floreciente y en
expansión cuyas oportunidades podían aprovechar con facilidad.
En esta, se trató de equilibrar el tiempo entre el proceso del hilado (el cual era
lento e ineficiente) con el del tejido (que debido a la existencia el telar mecánico
manual, su proceso era más rápido y productivo). En 1780, se incorporaron
nuevas tecnologías, las cuales exigieron la producción en fábricas. Estas
consistieron en innovaciones sencillas y baratas al alcance de muchos, su uso de
mano de obra fue masivo y de barato coste, lo cual impulsó un proceso de
acumulación del capital (poder del oro), requería pocos conocimientos científicos y
escaza especialización técnica. Evolucionó como industria fabril a partir de una
suerte de métodos gremiales de artesanos, que descentralizaría y desintegraría la
estructura comercial algodonera; dando nuevos métodos de producción, una
nueva sociedad, tras la mecanización, la división minuciosa del trabajo y
reduciendo los salarios al mínimo de subsistencia con fines capitalistas y
acumulación de beneficios. A su vez, al aumentar la producción, se expandieron
los mercados a nivel mundial (especialmente hacia las colonias) y aumentó
después de 1815 con las guerras napoleónicas (post revolución francesa
Esto produjo que las clases con más capital acumulado de la etapa anterior, la
burguesía industrial, invirtiera el capital en nuevas industrias. En 1815, durante las
guerras napoleónicas, hubo una mayor demanda de armamentos, por lo cual
aumentó la producción de hierro. Más tarde, con el crecimiento de las ciudades, se
buscó incorporar un nuevo medio de transporte, el ferrocarril. Este contrajo un
aumento en la producción de hierro y carbón y sirvió como nuevo transporte de la
producción para expandir mercados, generar nueva mano de obra, alcanzar
puntos más lejanos, promover la circulación del capital y funcionó como estímulo
para la creación de productos de base como el hierro, el acero y el carbón.
Consecuencias sociales de la revolución industrial
Por una parte, la revolución industrial fue ventajosa para algunos sectores como la
antigua aristocracia, quienes aumentaron sus ventas, y al ser propietarios del suelo y
subsuelo, se vieron más beneficiados. Así mismo, las antiguas burguesías mercantiles
que poseían una poderosa y extensa red mercantil, tuvieron un ascenso social y
privilegios y procuran ser de la nobleza.
Los primeros industriales textiles del siglo XVIII, la clase burguesa capitalista en ascenso,
considerados en un principio como clase media o burguesía industrial en ascenso. Estos
reclaman derechos y poder, mayor participación política, luchan por el ascenso ya que no
poseían herencias ni fortunas de sus antepasados. Esta clase se enfrenta a la antigua
aristocracia, caracterizada por el prestigio y honor heredado por tradición, y las riquezas
por título.
La burguesía industrial pretendía establecer una economía liberal, que les facilitara el
comercio tanto interno como externo, con pocas o nulas restricciones de la corona o el
Estado, y sin participación de la religión, que imponga obstáculos a las ganancias.
Formaban a esta clase los hombres de negocio, dirigentes fabriles, y capitalistas
financieros, que debido a su cantidad no podían ser parte de las clases altas.
Así, surgió entonces, una nueva clase social luego de la revolución burguesa y su
imposición de un nuevo modo de producción: el proletariado o clase obrera (los
“trabajadores pobres”). Esta clase está formada por los antiguos artesanos, trabajadores
domiciliarios y campesinos de la sociedad preindustrial. Se encontraban concentrados en
las fábricas, en las que trabajaban tanto niños como madres que, al mismo tiempo,
cuidaban a sus hijos, y por salarios incluso menores que los hombres. El trabajo estaba,
ahora, controlado por horarios luego de la instalación del reloj como método de control;
las jornadas eran más largas y carecían de privilegios o francos. El trabajo se encontraba
divido según funciones, y cada uno realizaba su parte, con una formación anterior limitada
(más tarde, la división del trabajo resurgió a nivel mundial, en la que había países
desarrollados que transformaban en manufacturas a las materias primas importadas de
los países subdesarrollados), y las condiciones laborales en las que se encontraban eran
deplorables y el salario que recibían era escaso.
A partir de 1820 aproximadamente, los trabajadores se homogeneizaron en una misma
clase social, ya que debido a las condiciones laborales dadas por la clase burguesa y los
nuevos modos de producción, los trabajadores se agruparon en barrios obreros, en los
cuales había hacinamiento de personas que conllevó a pestes, hambrunas,
contaminación por las fábricas, desmoralización, ya que carecían de servicios públicos y
de seguridad social.
Esto produjo que los trabajadores, por un lado, lucharan y se rebelaran, a partir del siglo
XVIII con los movimientos de resistencia, como por ejemplo, el ludismo con el fin de
obtener mejoras salariales, reducción de la jornada laboral y, a su vez, evitar ser
reemplazados por las nuevas maquinarias que se imponían ante la contratación de mano
de obra.
Por esto mismo, en 1838, a través de La Carta del Pueblo, los trabajadores exigieron el
derecho al sufragio universal, y en 1842, surgió el movimiento cartista, por el cual los
obreros lucharon por sus derechos.