r e n a c im ie n t o : id e a s y a c t it u d e s 33
No es sorprendente esto en cuanto ésta es una obra de inte-
ligencia dialéctica poco usual, escrita con ingenio y soltura. Los argumentos se exponen con lucidez y lógica; su estilo es un mo- delo de claridad e incluso de elegancia: la elegancia del mejor castellano coloquial. Después de que Inglaterra y Francia declararan la guerra a Carlos V, Valdés escribió en 1528-1529 un ataque de mayor en- vergadura contra los enemigos del Emperador en su Diálogo de Mercurio y Carón, de forma tomada de Luciano y Pontano pero original en lo más esencial. Carón se queja de que los tiempos son demasiado pacíficos para su gusto; Mercurio le tranquiliza: toda la Cristiandad está en armas, principalmente por culpa de los enemigos del Emperador. La descripción que hace Mercurio del estado en realidad tan poco cristiano de la Cristiandad se ve interrumpido periódicamente por la llegada de almas que han de ser transportadas por Carón. Con ello tiene Valdés ocasión de insistir en su sátira y en su punto de vista erasmista. La ma- yoría de las almas ignoran las verdaderas enseñanzas de Cristo; algunas se sorprenden al verse en camino de su condenación después de haber observado todo su vida los preceptos de la Igle- sia. Sólo aparecen unas pocas almas verdaderamente cristianas: un ciudadano común, un rey, un obispo, una mujer casada, un fraile, etc., todos los cuales habían intentado vivir según las en- señanzas de Cristo, humildemente y con una piedad no ostentosa. La bondad razonable y no contenciosa que ensalza Valdés es pre- cisamente el ideal descrito por su.hermano Juan. El segundo diálogo está escrito con la misma elegancia y sol- tura en el uso del lenguaje coloquial del primero. Erasmo ha sido bien estudiado: el estilo de Alfonso tiene la sencillez, sobriedad y claridad del de su maestro. Mercurio y Carón parece inspirar más admiración que el otro diálogo, pero éste, no obstante, tiene más viveza. Los razonamientos y el estilo polémico de Lactancio son más vividos, y toda la obra en general muestra más claramen- te el calor de los sentimientos del autor. Erasmo no escribió para entretener sino para instruir y, de hecho, parece ser que su interés por la literatura profana fue es-