(¿1490P-1541), una de las figuras más atrayentes de su genera-
ción, prefirió también vivir fuera de España. En 1529 publicó anónimamente su Diálogo de doctrina cristiana, en el que fray Pedro de Alba, arzobispo de Granada, enseña el verdadero espí- ritu del cristianismo — en términos erasmistas— a Antonio, un cura ignorante y supersticioso, y a Eusebio, un monje. La obra —escrita en el estilo coloquial y elegante que volveremos a en- contrar en el Diálogo de la lengua de este autor— respira el espíritu de Erasmo. La insistencia en la experiencia personal del poder liberador del amor y la fe significa para Valdés, como para Erasmo, que las formas exteriores de culto son innecesarias, pero el autor no se opone a las prácticas de la Iglesia y predica frente a la disensión la conformidad, siguiendo con ello el ideal eras- mista para la cristiandad: pax et unanimitas. El libro fue denun- ciado a la Inquisición y, aunque aquél era todavía un período de relativa tolerancia y no hay razón para suponer que el autor hu- biera sido procesado, Valdés juzgó más prudente no correr nin- gún riesgo. Pasó el resto de su vida en Italia, la mayor parte en Nápoles, donde se rodeó de un grupo de cristianos radicales de ideas similares a las suyas. Continuó escribiendo, aunque no para españoles, y de sus últimas obras ha quedado muy poco. Después de su muerte en 1541 su influencia perduró aún durante algún tiempo, pero entre las ortodoxias cada vez más duras del siglo xvi no había ya lugar para la piedad humana y libre que él profesó. Alfonso, el hermano gemelo de Juan (¿1490?-1532), se sir- vió del erasmismo para fines distintos en dos diálogos escritos para justificar a Carlos V, en cuya cancillería sirvió como secre- tario de cartas latinas. Los diálogos sólo se comprenden plena- mente teniendo en cuenta su. contexto histórico. Valdés intervino activamente en la campaña imperial de pacificación de Europa bajo la autoridad de Carlos V, que en la década de 1520 era considerado (y no sólo en España) como un instrumento de Dios destinado a traer una nueva era de paz. Las aspiraciones políticas se fundieron con las religiosas en una confusa esperanza de res- taurar la unidad cristiana, de efectuar una reforma general de la Iglesia y de establecer la paz bajo el dominio de Carlos V. Esta