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El giro copernicano de Kant

¿Nos engañan los sentidos... o su representación?


Una anotación apologética de la percepción

Sékioz de Niafre

25 de junio de 2020

Si bien podría decirse que, una vez comprendida la ley de Snell–Descartes,1 ya no


hay realmente engaño de los sentidos en la refracción de la luz, pues podemos restituir
mentalmente la forma genuina del objeto... ¿qué hay de todos aquellos fenómenos pa-
ra los cuales aun no tenemos explicación o, aun peor, tenemos varias plausibles pero
fundamentadas en premisas contrarias, como se explora en César Tomé Galileo vs. Igle-
sia Católica redux (IV): Venus, a modo de ejemplo de la tesis de Duhem–Quine? ¿Quién
nos engaña entonces?: ¿nuestros sentidos, que permanecen consistentes?, ¿o nuestros
marcos teóricos, que intentan continuamente adaptarse —revoluciones científicas trau-
máticas mediante, como expone Kuhn— al mundo percibido, cual Aquiles tratando
desesperadamente de alcanzar a la tortuga, de dar caza a esa visión ideal, comprensiva
y coherente del mundo?
Peor aún, ¿qué hay de los fenómenos de los que ni siquiera somos conscientes? ¿Aca-
so no podemos imaginarnos un mundo sin la observación del entrelazamiento cuánti-
co?2 ¡Y a pesar de sentir sus efectos en nuestro propio cuerpo, como nos restriega la bio-
logía cuántica! ¿Quién nos garantiza ahora que no se nos están escapando dimensiones
enteras inalcanzables por nuestros sentidos, como en una suerte de Flatland? ¿Podemos
culparlos a ellos entonces, de algo sobre lo que ni siquiera tienen constancia?
Más aún, aunque conociéramos todas las leyes del universo, y la precisión de nues-
tras mediciones (indirectas, vía instrumentos, para salvar el punto anterior) fuera tal
que nuestras predicciones no se vieran afectadas por la sensibilidad a condiciones ini-
ciales de la teoría del caos, y nuestros cálculos fueran computables (cf. Wolpert, Ruka-
vicka), y tomáramos alguna de las interpretaciones deterministas de la cuántica... ello
no nos garantizaría que pudiéramos reconstruir siempre el objeto genuino a partir de
nuestros sentidos, como pone de manifiesto la irreversibilidad (en el sentido absoluto,
que no estadístico) de ciertos procesos termodinámicos, o la paradoja de la pérdida de
información en agujeros negros. ¿Cómo pueden así los sentidos engañarnos sobre algo
de lo que ni siquiera pueden soñar con poder acceder?

1 Primeramente descrita por Ibn Sahl a c. 985.


2 Kocher 1967.

1
En verdad digo que no hay nada más sincero que ellos, ni nada más deshonesto que
quienes, abusando de su confianza, los acusan de engaño. Pues si aun al fin admitiéra-
mos la existencia del demonio de Laplace, ¿no volveríamos con ello a nuestro punto de
partida, desvaneciéndose cualquier acusación de perversión de la realidad? ¿No serían
incluso las alucinaciones más extrañas... rutinaria y claramente desencriptables?

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