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¿Eficiencia, crecimiento o MacDonalización de la iglesia?

Posted on July 13, 2017 by famorac


El artículo previo en esta serie lo encuentra aquí.
Durante los años 90, la AVCUSA realizó incontables viajes e incursiones en
América Latina en un intento de definir y establecer su estrategia misionera. Para
ello seguía las opciones que ya había experimentado en los años previos en Europa
y Oceanía, las cuales se reducían a encontrar iglesias amigas al movimiento,
adoptar algunas de ellas o bien plantar nuevas congregaciones desde cero. Cada
una de estas opciones conllevaban en si mismas sus pros y sus contras, los cuales
no eran nada fáciles de determinar y evaluar. En esos tiempos me tocó conversar
con numerosos líderes latinoamericanos que estaban interesados en el
movimiento, o que conocían la figura e ideas de Wimber, o bien que gustaban de la
música que surgía de nuestras iglesias. En todo caso, siempre me pareció que había
un dejo de frustración en ellos, pues les resultaba muy difícil congeniar con el estilo
que la AVCUSA usaba para llevar a cabo su tarea de interesar a otros en el
movimiento. Tal vez esperaban un proceso más expedito y no el largo noviazgo que
nos proponían. Básicamente, había una resistencia dentro de La Viña como
organización, para definir muy claramente procesos, procedimientos, formalismos
que permitieran en cierta forma franquiciar el estilo, las formas y su incipiente
teología. Con el paso del tiempo muchos hermanos y hermanas decidieron no
esperar a asimilar la cultura del movimiento y prefirieron moverse dentro del
amplio mercado religioso para encontrar otros grupos o movimientos cuyas ideas,
innovaciones y estilos hubiesen sido empaquetadas convenientemente para su
clonación.

Es que ya para esos entonces, los cristianos latinoamericanos habíamos sido


penetrados por una forma de hacer iglesia altamente estructurada, cuyo énfasis
primordial era hacer crecer numéricamente las congregaciones, por encima de
otros aspectos esenciales de la misión cristiana, como la justicia y la identificación
con los pobres y vulnerables. El movimiento del iglecrecimiento nos había
sembrado la semilla del marketing y de los métodos basados en mediciones
concretas y específicas de ciertos parámetros y variables, con el fin de lograr
resultados. La eficiencia comenzó a dominar la mentalidad de los pastores, los
cuales se adaptaron rápidamente, según el espíritu de los tiempos, a los
pragmáticos esquemas gerenciales en boga. La Viña, regresando a la metáfora de
Simson de la cual hablé en un artículo anterior, era ese “lío agradable”, un poco
difícil de precisar, como lo expresé en el párrafo anterior.

Así que, en el campo evangélico latinoamericano, a la par de la difusión de La Viña


como movimiento, nos topamos con la iglesia celular, sin lugar a dudas, la forma
eclesiológica, más susceptible de sistematización y estructuración que haya surgido
en el siglo XX. De allí que su proliferación se da dando rienda suelta a la tentación a
reproducir los métodos y procedimientos, incluso llegándose a desarrollarlos o
empaquetarlos de una manera que pareciesen ser fácilmente transferibles de un
contexto a otro con ajustes menores. No es de extrañar entonces que nuestros
hermanos de La Viña chilena, los brasileños en las riveras del Xingú, o los pastores
colombianos en la costa caribeña, así como todos aquellos que, en los primeros
años del siglo XXI, experimentaron con la implementación sistemática del G-12,
tratando de congeniarlo, sin éxito, con los valores de la Viña. Es por ello que en el
2005, observando lo que acontecía con las iglesias celulares, escribí a modo de
reflexión estas palabras:

Muchas congregaciones adoptaron las células con un sentido estrictamente


utilitario, como una manera eficiente para el crecimiento numérico. Esta manera
de pensar ha sido trágica, porque significa perder de vista la razón fundamental
para esta estrategia en el mundo contemporáneo. El grupo celular es una forma
apropiada de evangelismo no tanto porque sea técnicamente eficiente, sino porque
satisface una necesidad y un anhelo profundo de la sufriente sociedad actual…[1]
Pero, “adoptar las células” no es más que un eufemismo para decir “copiar” o
“clonar” fórmulas. Pues, en cierta forma, lo que se hacía era usar el método de Cho
o el G-12 de Castellanos y tratar de ponerlos en práctica al pie de la letra, siguiendo
el libreto establecido por los proponentes, sin importar el contexto o las
necesidades locales. El propio Joel Comiskey, quien había escrito tan
favorablemente de los G-12 en su tesis doctoral, así como en los libros que se
derivaron de ella, ya para el 2002 expresaba su profunda preocupación por el
hecho de que:

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… Se tiene que implementar el modelo G-12 completamente, justo como cualquier


franquicia de McDonald’s tiene que seguir estándares muy precisos… a partir de
1998, noté una cierta exclusividad que progresivamente se ha hecho más blindada y
cerrada. Esta manera exclusivista de pensar queda reflejada en la cita del pastor..
de una iglesia pentecostal independiente de Chile, “una de las primeras cosas que
aprendimos en la visión fue que, se adopta pero no se adapta. Nunca debemos
olvidar esta premisa. Adaptar la visión revela orgullo, vanidad y auto-
suficiencia”…[2]
Extrañas palabras, pero que coinciden plenamente con lo que muchos de nosotros
observamos en la primera década del siglo XXI, cuando incontables iglesias se
afiliaron a la visión G-12, siguiendo estrictamente los postulados que ellos
establecieron para su adopción. Comiskey añade, en otro de sus textos sobre el
tema que, quienes quieran seguir el sistema creado por los Castellanos en Bogotá,
como parte del acuerdo y para garantizar la uniformidad de la marca registrada:
deberán establecer una relación de pacto con la MCI; certificarse para poder usar
los materiales escritos; implementar al pie de la letra todos los pasos en la senda de
entrenamiento (pre-encuentro, encuentro, post-encuentro y escuela de líderes);
seguir todas las recomendaciones para la conformación de los grupos (tamaño,
homogeneidad, etc.); usar el número doce como un símbolo divino; y además,
participar en las actividades programadas por la red de iglesias de la MCI como
conferencias y/o entrenamientos [3]. El resultado lógico y esperado, al cumplir con
todos los requisitos de control de calidad del modelo, era la garantía de que se
produciría el ansiado crecimiento acelerado de la iglesia, suerte de cultivo
transgénico que conduce a una producción explosiva en el menor tiempo posible.
Aunque hay muchos aspectos de la iglesia contemporánea que se han dejado
moldear por la sociedad de consumo, es bastante claro que los sistemas celulares
ameritan un análisis crítico. Para ello, propongo analizar esta forma organizativa
usando el concepto de “McDonalización”, desarrollado por George Ritzer en su
texto clásico, La McDonalización de la sociedad: Un análisis de la racionalización
en la vida cotidiana[4], donde plantea que las cadenas de comida rápida, como
McDonald’s, son el paradigma por excelencia de los procesos de racionalización de
la sociedad contemporánea. Básicamente, lo que define a las organizaciones
macdonalizadas, no es el sabor de la comida (que una hamburguesa sepa igual en
Ciudad de México que en Buenos Aires, no es relevante), sino el conjunto de
principios o reglas que conforman el sistema por medio del cual ellas operan, el
cual resulta homogéneo en cualquier parte del planeta donde estas organizaciones
se encuentren. En otras palabras, sus técnicas, métodos, procedimientos se han
codificado de una forma tal que se puedan aplicar de manera uniforme en cualquier
lugar, siguiendo cuatro dimensiones fundamentales que las caracterizan: eficiencia,
calculabilidad, predictabilidad y control. Con la formalización macdonalizada de
los procesos es posible reproducir la experiencia adquirida a lo largo del tiempo en
acciones que se repiten, el conocimiento se puede representar en acciones
concretas, como pasos, fases o flujos, quedando todo ello implícito dentro de la
estructura organizativa, y por lo tanto, pudiéndose reproducir una y otra vez. La
premisa básica es que, si se realiza el proceso de una forma correcta, se obtendrán
siempre los resultados deseados.
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En ese esquema de cosas, la eficiencia implica la “búsqueda de los medios más


idóneos posibles para alcanzar un fin”[5]. Uno de los fines de la iglesia celular es
llevar a una persona de su estado de no-creyente, hasta asimilarla con un
compromiso pleno, contribuyendo así al crecimiento y multiplicación de las células
y de la iglesia, para finalmente convertirla en un líder o una lideresa,
capacitados/as para repetir el ciclo una vez más. La frase de Castellanos, “todos
pueden ser líderes”, es la declaración narrativa alrededor de la cual se articula su
propuesta de sistematización, basada en la escalera de ganar, consolidar,
discipular, y enviar, lo que justifica, obviamente, la búsqueda de métodos
eficientes para lograrlo. Es aquí donde los materiales de estudio y entrenamiento
estandarizados o empaquetados juegan un rol trascendental, así como la
estructura, dinámicas y liturgia pre-establecidas de los Pre-encuentros, Encuentros
y Post-encuentros, donde no se deja nada suelto, con el fin de lograr el objetivo de
producir líderes, que funcionen dentro del “sistema” G-12, en el menor lapso
posible. Sin embargo, haciendo una mirada crítica, en contraste con el mundo de
los restaurantes de comida rápida, donde se busca procesar el mayor número
posible de clientes por minuto,
La fe cristiana no tiene que ver con el procesamiento de gente como si ellas fueran
gotas de agua idénticas. La vida es confusa y compleja, como miles de personas en
la post-modernidad lo están descubriendo. Hay mucha suciedad que es imposible o
casi imposible, y a veces indeseable, amarrar dentro de un paquete bien
acomodado o prolijo.[6]
¿Qué sucede cuando los ciclos eficientes exigidos por la metodología G-12 no se
pueden seguir a cabalidad? ¿Qué ocurre cuando los creyentes no avanzan
linealmente en la secuencia de pasos? ¿Qué se hace cuando las “maldiciones
generacionales” no se pueden quebrantar, o los “demonios” no se pueden echar de
una sola pasada en los retiros espirituales? ¿Cómo se pastorea con “eficiencia” un
creyente con serias dificultades, con traumas, con problemas mentales y físicos?
¿Cómo se acompañan los creyentes LGBT cuando un exorcismo no es suficiente
para cambiarles su orientación? Estas son preguntas que son muy difíciles de
responder dentro de una estructura eficiente, donde no hay tiempo para detenerse
a pensar en situaciones complejas que hacen que la cadena de producción se
detenga o se atrase. Esas son más bien distracciones, retrasos en la línea de
producción, los cuales con el tiempo son abandonados a su propia suerte.

En esta análisis, la calculabilidad se refiere a poner el “acento en elementos que se


puedan calcular, contar, cuantificar” [7] dentro del sistema, lo que da como
resultado que lo cuantitativo termina aceptándose ciegamente como medida de
calidad. En el caso de las iglesias celulares, lo que se espera es que cada célula o
grupo pequeño se múltiple dentro de un lapso razonable, que el número de líderes
vaya en aumento, y que el tamaño de la iglesia crezca exponencialmente en un
corto tiempo. Es claro que, el “crecimiento es el objetivo principal de la práctica
celular, por lo que las iglesias son siempre descritas en términos numéricos”[8],
cosa que es fácilmente comprobable con una simple inspección de la literatura
sobre el tema. En ese sentido, es interesante observar, desde el punto de vista de la
dimensión de la calculabilidad, lo que Joel Comiskey dice sobre la iglesia Elim en
El Salvador, una congregación que habiendo desarrollado su propio sistema
celular, para el año 2013 decía tener unas 11000 células:
La iglesia Elim es extremadamente organizada… creen que Dios quiere que midan
con exactitud lo que está pasando en medio de ellos… los 90 pastores que forman
parte del equipo de Elim… pueden decirte el martes por la mañana cuáles son los
datos estadísticos de la semana anterior como: asistencia, conversiones, bautismos,
personas visitadas, y miembros capacitados. Y todos estos números son exactos…
El seguimiento estadístico de todas las reuniones les da a los pastores y
supervisores un informe de avance de cada célula, y motiva a los líderes a seguir
alcanzando a otros[9].
¿Cuál es el objetivo tras tantas mediciones? ¿Por qué es importante cuantificar tan
sesudamente lo que ocurre en un grupo celular? ¿por qué tanta precisión? La
capacidad para recoger datos y plasmarlos en hojas de trabajo o en sofisticados
programas de computación[10] tiene como objetivo ejercer control sobre la
membresía de la iglesia. Según la teoría de Ritzer, “las innumerables normas,
regulaciones, guías (manuales), disposiciones, cadenas de mando y jerarquías (son)
diseñadas para dictar, tanto como sea posible, lo que la gente debe hacer dentro del
sistema y cómo debe hacerlo” (Pág. 148). Por esta razón, desde el mismo inicio del
grupo celular se debe ejercer alguna forma de control. El sistema de discipulado (en
una manera similar al movimiento de pastoreo que ya reseñé) ayuda a determinar
con una cierta certeza quienes avanzarán hacia las siguientes fases y se convertirán
en líderes de células. Además de ello, estas personas se van incorporando
progresivamente en la jerarquía de la iglesia celular a través de los grupos de 12.
Para algunos autores, los esquemas rígidos de la iglesia celular, como el G-12
colombiano, son implementaciones bastante sofisticadas cuyo objetivo, aparte del
crecimiento rápido, es poder supervisar y controlar de la manera más cercana
posible a las personas, minimizando así las pérdidas y los traslados a otras iglesias,
tan comunes en nuestras iglesias.
Entre las ideas introducidas por Ritzer, una de las que ha tenido mayor desarrollo es la de la aplicación de la
tecnología para los procesos de control. En el caso de los grupos pequeños, es posible ver la proliferación
de herramientas de software para un control eficiente, e incluso el desarrollo de aplicaciones para teléfonos
inteligentes, con lo cual la recolección de datos es mucho más sencilla y transparente al usuario.

La insistencia en la recolección de estadísticas, el uso de los mismos


procedimientos repetitivamente, la creación de estrictos estándares de trabajo, la
formulación de descripciones de cargo precisas, la obligación de que todas las
personas estudien los mismos materiales y piensen relativamente de la misma
forma, aparte de la cuantificación de todo cuanto acontece en la iglesia, conduce
finalmente a la cuarta dimensión propuesta por Ritzer que es la de
la predictabilidad. Básicamente que no haya sorpresas en las formas y en lo que se
ofrece a las personas, algo que se observa sin lugar a dudas en sitios como
Starbucks o McDonalds, sea que estén en Madrid o Bogotá, Seattle o Los Ángeles.
Puede que el café o la hamburguesa sepan un poco diferentes, pero el sistema es el
mismo. Uno puede predecir lo que va a pasar antes de llegar al lugar y no quedar
defraudado. Es por ello que para lograr ese efecto la organización tiene que
enfatizar “en cosas tales como la disciplina, el orden, la sistematización, la
formalización, la rutina, la coherencia y los actos metódicos”[11]. Sin embargo, no
hace falta un análisis muy profundo para uno darse cuenta que es imposible clonar
células, que cada miembro tiene su historia y su vida, que cada sector donde ellas
se encuentran tiene sus necesidades peculiares, por lo que uno debería esperar,
desde el punto de vista de la misión de la comunidad cristiana, es el efecto
contrario, es decir, la incapacidad para predecir lo que va a pasar con cada una de
ellas. Algo seguramente muy aterrador para los líderes en lo alto de la jerarquía,
como lo hace ver John Drane en su reconocido estudio sobre la macdonalización de
la iglesia:
La evolución de los grupos pequeños hasta convertirse en una verdadera
comunidad, bien sea a través de estrategias deliberadas usadas por la iglesia
celular, o de manera más informal, podría devenir en otro mecanismo de control, a
menos que a tales grupos se les permita el espacio para desarrollarse y
transformarse en iglesias en pleno funcionamiento. De cualquier otra manera, ellas
serían solo “seudocomunidades”, controladas rígidamente a través de una agenda
impuesta desde fuera de ellas (a menudo por temor a que se conviertan en centros
donde el sistema es cuestionado), en lugar de permitírseles y motivárseles a que se
desarrollen dentro de redes de apoyo mutuo, ánimo y sanidad.[12]
Dicho lo anterior, puedo comprender y hasta sentir empatía por un pastor, hoy en
día “apóstol”, que me invitó a dar una charla en su congregación, para ayudar a
responder la pregunta sobre cuáles serían los nuevos modelos de iglesia que
podrían aflorar en situaciones sociales críticas como las que estamos viviendo en
Venezuela. Se trataba de una pregunta sincera, ante sus dudas a su propia e
incompleta implementación de G-12, pero ante la complejidad del escenario
nacional que me servía de contexto, no podía proponerle una fórmula simple. Así
que partiendo de la célula como un ser vivo, veía la necesidad de un modelo más
orgánico que permitiera su desarrollo dentro del ambiente donde se encontrara.
Pero ello implicaba la descentralización, la posibilidad de que los estudios bíblicos
se adaptaran a las necesidades locales de las comunidades en los vecindarios y
barriadas, que el grupo tomara iniciativas propias y que innovara, incluso en el
servicio social y las ayudas humanitarias, todo lo cual iba en contra de la
uniformidad y la predictibilidad de la que estamos hablando. ¿Cómo se me ocurría
a mi plantear algo tan radicalmente diferente? Si como dice Ralph Neighbour, uno
de los principales estudiosos y proponentes de las iglesias celulares, lo que se está
buscando, hoy en día, es “edificar una estructura multinivel en cuyo pináculo se
encuentre un apóstol”, quien con poderes plenos dirija a través de la cadena de
mando a un ejército de obedientes discípulos que implementen los programas y
sueños diseñados por esta autoridad super-poderosa. Fue motivante ver los ojos
radiantes de algunos que asistían a la charla, sus mentes volaban con ideas. Pero
otros estaban más bien asustados, se preguntaban cómo podían operar sin una
estructura rígida, sin las órdenes del apóstol, sin la supervisión constante a la que
estaban acostumbrados. Obviamente, esa fue la última vez que me invitaron a ese
lugar, aunque también se me cerraron las puertas en muchos otros sitios para
seguir hablando acerca de este álgido tema.

A manera de reflexión
Como reflexión final a esta sección, debo decir que sería injusto sostener que solo el
movimiento G-12 y las iglesias celulares son susceptibles a la macdonalización. En
realidad, toda la iglesia cristiana ha sido objeto de la globalización, el mercadeo, la
influencia de los medios, el mercadeo, y los métodos gerenciales modernos[13]. El
movimiento de La Viña también ha sido blanco de la tentación de recurrir a la
racionalización y sistematización en diversas oportunidades y por distintas razones.
Solo habría que pensar en los estilos musicales usados en la adoración, algo con lo
que hemos tenido que lidiar en América Latina, lo que ameritaría un estudio
aparte, y su pretendida uniformización en estilos y lenguaje lírico, musical y hasta
visual. O bien, el deseo de muchos de que las iglesias se parezcan en su estilo,
liturgia y predicación a aquellas congregaciones californianas de finales de los
ochenta. Bastante corporativa y modernista es la estructura de liderazgo ensayada
por AVCUSA con sus regiones y coordinadores de área, se parece mucho al formato
“Jetro” que se usa para la supervisión de grupos celulares en el sistema coreano de
Cho. Igualmente, resultó bastante sofocante para algunos de nosotros en
Latinoamérica el registro de la “La Viña” en cada país, como cualquier otra marca
comercial. Así mismo están las críticas al programa Alpha, tan difundido en las
iglesias del movimiento en Europa y los Estados Unidos. Por último, los intentos de
normalización y control de la plantación y adopción de iglesias a lo largo del
tiempo. Sin embargo, también es cierto que, debido a sus propias características,
La Viña nunca ha logrado imponer una agenda estricta de cómo deben hacerse las
cosas, aunque lo haya intentado. La rebeldía innata de quienes llegamos a este
movimiento hace muy difícil su uniformidad. Incluso, el propio Wimber se debatía
entre dos aguas, su formación racionalista dentro del movimiento de
iglecrecimiento, versus su sensibilidad a la voz del Espíritu Santo.
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Don Williams, en un capítulo de un texto académico sobre las denominaciones


norteamericanas, señala que Wimber como asesor de organizaciones religiosas
podía:
Ver una iglesia en términos de su
planta física, ubicación geográfica, visibilidad, estacionamiento y hacer juicios
bastante precisos acerca de su futuro, sin entrar en detalles sobre su vida espiritual.
A los pastores noveles les pedía que elaborarán planes quinquenales. Para enseñar
acerca de la sanidad creó un método de cinco pasos para orar por los enfermos…
Sin embargo, Wimber en lo interno no era un modernista. El racionalismo no lo
había adoctrinado. Aunque la iglesia moderna trató de domesticarlo, no logró
socializarlo. Más bien, lo quemó. Por eso siempre se preguntaba ¿Cuándo nos toca
hacer “las cosas”? Con lo cual simplemente quería decir, “las cosas” que hizo
Jesús…[14]
De manera jocosa, cuando se le preguntaba cómo se preparaba para orar por los
enfermos, respondía, tratando de desconstruir la práctica, “me tomo una coca-cola
ligera”. Si el mismo fundador de La Viña se resistió a sistematizar el movimiento y
a crear una plantilla por medio de la cual se podrían reproducir las iglesias, hace
que el propio movimiento sea bastante resistente a adoptar otras formulaciones,
especialmente aquellas que afectan la esencia de lo que es ser iglesia. También da
lugar a una heterogeneidad de ideas y maneras de pensar, actuar, sentir que a veces
puede ser complicada y altamente volátil. Como fue el caso de la controversial
decisión de aceptar el pastorado de la mujer, en el año 2006 cuando Bert Wagoneer
se desempeñaba como director nacional de la AVCUSA, donde se les dio a las
comunidades locales la libertad para decidir si ordenaban, o no, a pastoras
principales y auxiliares[15].
Algo que quizás pueda explicar esta característica del movimiento está en la
evolución de las organizaciones a finales del siglo XX y comienzos del XXI.
Frederick Laloux nos presenta un cambio fundamental cuando lo racional o
sistematizado deja de ser visto como esencial, aunque si importante, y se pasa a
considerar el cooperativismo, las relaciones, la descentralización y la democracia
como el eje central organizativo[16]. Dentro de La Viña, el mismo uso del nombre
de las iglesias revela la intención de expresar el deseo de vivir en comunidad, y las
asociaciones no son vistas en el sentido tradicional de las denominaciones, sino
como una “comunidad de comunidades”. En lugar de enfatizar la jerarquía, se pasa
a un modelo de empoderamiento que permite que los líderes y miembros de la
iglesia comiencen a vivir su vida, ya no en base a programas preconcebidos, sino de
acuerdo a las situaciones que van enfrentando en su cotidianidad. El líder de célula
se convierte en un siervo líder que escucha a los otros miembros de su grupo, los
empodera, motiva y desarrolla, a la par que el mismo va creciendo como persona y
resolviendo sus dilemas. A diferencia de los esquemas macdonalizados, llenos de
generalizaciones y sistematizaciones, que se traducen en reglas, normas y
procedimientos, en La Viña se enfatizan los principios y valores. Valores que se
expresan en las prácticas de la iglesia, produciendo frutos en las vidas de las
personas e induciendo un crecimiento sin artificios. Todo lo cual produce una
cultura bastante fuerte, cohesiva y vibrante, donde un slogan como ser
“naturalmente sobrenatural” o “ven como eres” no son simplemente dos palabras
que suenan bonito, sino que son el resultado de una experiencia vivida.
Para ir a la próxima entrada, pulse aquí.

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[1] Mora, F. (2005). Manual para iglesias que crecen: Visión celular como modelo
de crecimiento. Buenos Aires (Argentina): Certeza. Pág. 15.
[2] Comiskey, J. (2002). Concerns about the G-12 movement. Disponible
en: http://bit.ly/2lx23zf, última visita, 06/03/2017.
[3] Comiskey, J. (2014). De 12 a 3: Cómo aplicar los principios de G12 en su
iglesia. Amazon Digital Services LLC.
[4] Ritzer, G. (1996). La McDonalización de la sociedad: Un aanálisis de la
racionalización en la vida cotidiana. Barcelona (España): Editorial Ariel.
[5] Ritzer (1996). Ibid. Pág. 54
[6] Drane, J. (2002). The church in the iron cage. George Ritzer
(editor), McDonaldization: The reader. Thousands Oaks (California): Pine Forge
Press. Pág. 152.
[7] Ritzer (1996). Pág. 84.
[8] Harvey, D. (2003). Cell Church: Its situation in Brittish evangelical
culture. Journal of Contemporary Religion. 18:1, 95-109. Pág. 104.
[9] Comiskey, J. (2014). El movimiento de la iglesia celular. Disponible
en: http://bit.ly/2mz6xF8, última visita 06/03/2017.
[10] Es interesante observar la cantidad de productos computacionales que se
consiguen en el mercado religioso brasileño, dirigidos a las iglesias celulares, en
especial las que han implementado la visión de grupos de 12 (hay varias versiones
de la idea de Castellanos en Brasil). Productos como SigiCell, AswVisãoCelular,
o CelulApp, son algunos ejemplos de la importancia que se le da la medición y el
control dentro de esta eclesiología. Aparte que refuerza la tesis de Ritzer del uso de
instrumentos tecnológicos para facilitar el control en la sociedad mcdonalizada.
[11] Ritzer (1996), Ibid. pág. 108
[12] Drane, J. (2000). The MacDonaldization of the Church. London: Darton,
Longman & Todd. Pág. 47-48
[13] ver estudios sobre la iglesia mcdonalizada en Corea del Sur y en Brasil. Hong,
Young-Gi (2003). Encounter with modernity: The “Mcdonaldization” and
“Charismatization” of Korean megachurches. International Review of Missions.
92:365. Pág. 239-255. De Moura, E. G. (2013). A McDonaldização da fe: O culto
como espectáculo entre os evangélicos brasileiros. Tesis Doctoral. Universidad de
Santa Catarina. Florianópolis (Brasil). Igualmente el libro, White, T. y Yeats, J.
(2009). Franchising McChurch. Colorado Springs (Colorado, USA): David C. Cook.
[14] Williams, D. (2005) Theological perspective and reflection on the Vineyard
Christian Fellowship. En Roozen y Nieman (Editores), Church, identity, and
change: Theology and denominational structures in unsettled times. Grand
Rapids (Michigan): Eerdmans. Pág. 166.
[15] “En respuesta al mensaje del reino, el liderazgo del movimiento de La Viña
motivará, entrenará, y empoderará a mujeres en todos los niveles del liderazgo
tanto localmente como translocalmente. El movimiento como un todo le da la
bienvenida al liderazgo de las mujeres en todas las áreas del ministerio.
Reconociendo que algunos pastores tienen una comprensión diferente de las
escrituras, cada iglesia local retendrá el derecho de hacer sus propias decisiones en
cuanto a la ordenación y nombramiento de pastoras principales” (Bert Wagoneer,
1º de diciembre, 2006).
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