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Es solo un síntoma, hay estudios científicos oficiales que corroboran los datos de
redes sociales. Se ha demostrado que la tasa de suicidio entre veterinarios es dos
veces mayor que entre dentistas, más del doble la de los médicos, y hasta 4 veces
mayor que la de la población en general.
Los resultados muestran que casi 1 de cada 10 veterinarios en activo sufre estrés
psicológico y, lo que es más grave, un 17 % de estos ha considerado en alguna
ocasión la idea del suicidio desde que se graduó en la Facultad.
La pasada primavera, un post del blog Si mi perro hablara (Fatiga por compasión,
el síndrome silenciado de veterinarios y cuidadores de refugio), daba algunas claves
de por qué los veterinarios son un colectivo con un alto nivel de estrés psicológico
que, en algunos casos, acaba de forma fatal.
El veterinario es un profesional muy expuesto, con los mismos problemas que los
médicos de humano y, normalmente, con peor remuneración y prestigio. Una
profesión con una gran exigencia y con dificultades enquistadas.
Si nos centramos en los veterinarios en sus consultas, tienen que atender animales
gravemente heridos o enfermos y, en ocasiones, vérselas con propietarios que no
tienen como prioridad el bienestar de sus animales de compañía.
Por otra parte, muchos etólogos y educadores caninos o felinos también hacen
frente a la resolución de complicados problemas de comportamiento, compartiendo
el sufrimiento del animal y sus propietarios durante la terapia de modificación de
conducta.
Pero eso es propio de otras profesiones también exigentes. Hay una razón exclusiva
en los veterinarios que los hace más vulnerables. Su contacto con las técnicas más
modernas de eutanasia y el gran número de casos que tienen que atender por este
motivo les hace tener una concepción de la vida y del sufrimiento distinta del resto
de mortales.
¿Cuál es la explicación? Los estudios presentan una serie de variables que pueden
inducir niveles más altos de depresión o ansiedad, entre los que se encuentran
problemas de salud, dificultad de integración o carga académica. Mac Hafen no
establece comparaciones con los detonadores de estrés para médicos, pero sí hace
alguna inferencia al respecto. “Mirar a las diferencias entre profesiones, género,
eutanasia o múltiples especies podría ser la explicación”, dice.
Mac Hafen y sus colegas han continuado con sus investigaciones hasta la fecha
para valorar posibles diferencias entre los distintos cursos. Los resultados muestran
que los estudiantes de segundo y tercer año tienen los niveles más altos de
ansiedad y depresión. Además de las variables ya mencionadas, posibles
explicaciones son una gran carga de trabajo e incertidumbre frente al futuro.
En el último y cuarto año, los niveles de estrés en veterinarios vuelven a ser
similares a los del primer curso, probablemente “porque su propósito está más
cerca”, dice el estudio.