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El templo es, en verdad, un lugar donde ustedes “están en el mundo pero no son
del mundo”. Cuando se encuentren preocupados, enfrentando decisiones
cruciales que sean una carga pesada en su mente y en su alma, pueden llevar sus
inquietudes al templo y recibir allí guía espiritual.
Por el Libro de Mormón, sabemos que Nefi construyó un templo “según el modelo
del templo de Salomón” (2 Nefi 5:16); y otros profetas nefitas, entre ellos Jacob y
el rey Benjamín, enseñaron al pueblo en el templo (véase Jacob 1:17; Mosíah
1:18).
El profeta José Smith enseñó lo siguiente: “La Iglesia no está organizada por
completo según el orden preciso, ni podrá estarlo, sino hasta que se termine el
templo, donde se proveerán lugares para administrar las ordenanzas del
sacerdocio”1.
El Templo de Kirtland fue el primero en estos últimos días, y tuvo una función
fundamental en la restauración de las llaves del sacerdocio. Como resultado de
una oración, el 3 de abril de 1836, José Smith recibió la visita de Jesús en ese
templo (véase D. y C. 110). El Salvador apareció en Su gloria y aceptó el Templo
de Kirtland como Su casa. En la misma ocasión, Moisés, Elías y Elías el profeta
también aparecieron a fin de entregar las llaves del sacerdocio que cada uno de
ellos poseía; Elías el profeta restauró las del poder sellador, tal como lo había
prometido Malaquías, a fin de que podamos disfrutar la plenitud de las bendiciones
del templo.
Las ordenanzas del templo
El propósito principal del templo es proporcionar las ordenanzas indispensables
para nuestra exaltación en el reino celestial; esas ordenanzas nos guían hacia
nuestro Salvador y nos conceden las bendiciones que nos llegan por medio de la
expiación de Jesucristo.
En Doctrina y Convenios se nos enseña: “…lo que sellares en la tierra será sellado
en los cielos; y lo que atares en la tierra, en mi nombre y por mi palabra, dice el
Señor, será eternamente atado en los cielos” (D. y C. 132:46).