Como lo hace Descartes en su Meditación, resulta difícil, pero a la vez necesario,
plantearse si el mundo que percibimos todos los días es real o solo un sueño. Los sentidos no son una fuente confiable para hacer esta distinción, pues cuando estamos soñando es posible que también sintamos, veamos, oigamos u olamos. Hay sueños tan vividos que no resulta fácil saber si, mientas suceden, estamos dormidos o despiertos. Algo similar puede ocurrirnos cuando miramos una película o leemos un libro y nos sentimos de pronto dentro de la historia o del personaje: por un momento parece que nos halamos en esa otra realidad. También existen otras instancias en las que resultan muy fácil “perderse” o dejarse llevar. Si bien muchas realidades virtuales o imaginarias pueden tener algún efecto benéfico, cabría preguntarse también si hay algún riesgo en esa experiencia de confusión o falta de claridad entre el sueño y la vigilia. Como bien señala el propio Descartes, hay muchas personas que han terminado por asumir su propia fantasía como realidad, lo cual los ha llevado a la enfermedad o inclusive a la locura. El peligro no está en entrar a esos otros mundos o realidades que, como el sueño, parecen tan ciertos, sino que puede suceder que la persona ya no sea capaz de distinguir justamente en la fantasía o la virtualidad y el mundo concreto en el que se hallan sus semejantes. Creemos estar en un mundo físico y sensible, pero en realidad son solo estímulos que llegan a nuestro cerebro para engañarnos. En algún momento de su reflexión, Descartes se pregunta precisamente si ese mundo “exterior” no será acaso una ilusión creada por algún “genio maligno” para tratar de engañarlo o manipularlo.