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La energía total emitida en forma de luz es siempre menor a la energía total absorbida y la diferencia entre

ambas es disipada en forma de calor. En la mayoría de los casos la longitud de onda emitida es mayor -y
por lo tanto de menor energía- que la absorbida, sin embargo, si la radiación de excitación es intensa, es
posible para un electrón absorber dos fotones; en esta absorción bifotónica, la longitud de onda emitida es
más corta que la absorbida, sin embargo en ambos casos la energía total emitida es menor que la energía
total absorbida.

En general las sustancias fluorescentes absorben energía en forma de radiación electromagnética de onda
corta (p. ej. radiación gamma, rayos x, UV, luz azul, etc.), y luego la emiten nuevamente a una longitud de
onda más larga, por ejemplo dentro del espectro visible; los ejemplos más notables de fluorescencia ocurren
cuando la luz absorbida se encuentra dentro del rango ultravioleta del espectro -invisible al ojo humano- y
la luz emitida se encuentra en la región visible.

El mecanismo de fluorescencia típico implica tres pasos secuenciales, llamados respectivamente absorción
(1), disipación no radiativa (2) y emisión (3).

El ciclo completo es muy breve, transcurre en tiempos del orden de los nanosegundos, por lo que puede
considerarse prácticamente instantáneo. Es este tiempo tan corto lo que diferencia a la fluorescencia de otro
conocido fenómeno luminoso, la fosforescencia. El mecanismo de fluorescencia también se encuentra muy
relacionado con el proceso de quimioluminiscencia.

Las sustancias que son capaces de emitir luz al ser excitadas por diferentes tipos de radiación se denominan
fluoróforos. Es posible obtener una amplia variedad de colores por fluorescencia, dependiendo de la
longitud de onda que emita el compuesto fluorescente.

El fenómeno de fluorescencia posee numerosas aplicaciones prácticas, entre las que se encuentran por
ejemplo análisis en mineralogía, gemología, sensores químicos (espectroscopia fluorescente), pigmentos y
tintas, detectores biológicos y lámparas fluorescentes.

Una temprana observación de la fluorescencia fue descrita en 1560 por Bernardino de Sahagún y en 1565
por Nicolás Monardes en la infusión conocida como lignum nephriticum (del latín, "madera renal"). Fue
derivado de la madera de dos especies de árboles, Pterocarpus indicus y Eysenhardtia polystachya.[2][3][4]
[5] El compuesto químico responsable de esta fluorescencia es la matlalina, que es el producto de oxidación
de uno de los flavonoides que se encuentran en esa madera.[2]

En 1819, Edward D. Clarke[6] y en 1822 René Just Haüy[7] describieron fluorescencia en las fluoritas, en
1833 sir David Brewster describió el fenómeno en la clorofila[8] y en 1845 sir John Herschel hizo lo
mismo con la quinina.[9]

En un artículo de 1852 sobre la "refrangibilidad " (cambio de longitud de onda) de la luz, George Gabriel
Stokes describió la facultad del fluorspar y del cristal de uranio para cambiar la luz invisible más allá del
extremo violeta del espectro visible en luz azul. Llamó a este fenómeno fluorescencia (fluorescence): «Casi
me inclino a acuñar una palabra, y llamo la apariencia fluorescencia, de fluor-spar [es decir, la fluorita],
como el término análogo opalescencia se deriva del nombre de un mineral».[10] El nombre fue derivado
del mineral fluorita (difluoruro de calcio), que en algunas muestras tiene rastros de europio bivalente, que
sirve como activador fluorescente emitiendo luz azul. En un experimento clave utilizó un prisma para aislar
la radiación ultravioleta de la luz solar y observó la luz azul emitida por una solución de etanol de quinina
expuesto por ella.[11]

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