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REFLEXIONES CRIMINOLÓGICAS.

ÍNDICE

PRESENTACIÓN.

I. REFLEXIONES EN PUNTO AL CONTEXTO REGIONAL.

DISIDENCIA POLÍTICA, PROTESTA SOCIAL Y TRATO PUNITIVO.


¿REPRESIVIZACIÓN O CRIMINALIZACIÓN?
Por Gabriela Gusis y Rodrigo F. Videla………………………

ACERCA DE LOS “ENEMIGOS” DE NUESTRO MARGEN


por Natalia Armentano…………………………………………..

MIGRACIÓN, RACISMO Y POLÍTICAS CRIMINALES


por Gabriela L . Gusis……………………………………………...

DEFINICIÓN SIN NEGACIÓN: APUNTES DE CRIMINOLOGÍA CAUTELAR


CON BASE EN EL GOLPE DE ESTADO EN BOLIVIA
por Rodrigo F. Videla……………………………………………...

II. REFLEXIONES EN PUNTO A LA PROBLEMÁTICA DE LAS PENAS


ILÍCITAS.

DESCOLONIZACIÓN DEL DERECHO PENAL: PENAS ILÍCITAS Y POETAS


DEL INFIERNO
por Rodrigo F. Videla………………………………………………………

PENAS ILÍCITAS A MUJERES MADRES PRIVADAS DE SU LIBERTAD


por Laura Farb………………………………………………………………
LA FALSA CONCIENCIA DEL BUEN OPERADOR
por Juan Buigo y Natalia Armentano.……………………………

III. REFLEXIONES EN PUNTO AL CONTROL SOCIAL

DERROTA PREVIA Y CASTIGO. SOBRE LA NORMALIZACIÓN EXCLUYENTE


Y LA ILUSORIA CIUDADANÍA LEGITIMANTE DE LA PENA
por Rodrigo F. Videla……………………………………………………….

LOS ANTI-INVERTIDOS: UNA HISTORIA CRIMINOLÓGICA


por Mauro Magneschi……………………………………………………….

EL HUMOR COMO HERRAMIENTA DE CONTROL SOCIAL Y LA


VERGÜENZA COMO CASTIGO
por Laura Farb…………………………………………………………….

LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN. TÉCNICAS DE CONTROL Y SU


INCIDENCIA EN EL PROCESO PENAL
por Gaston Sagretti…………………………………………………………….

Genocidio y posgenocidio: tácticas para desaparecer al monstruo


biopolítico
Por Juan Martín Nogueira ………………………………………………………….
PRESENTACIÓN

En el presente libro se compilan reflexiones de contenido criminológico surgidas al


interior de la labor académica y de desarrollo docente del equipo de criminología y
derecho penal a cargo de la profesora Gabriela L. Gusis de la Cátedra del profesor
Alejando W. Slokar del Departamento de Derecho Penal y Criminología de la Facultad
de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
Así, si bien el ejemplar nace de personas del campo del derecho, resulta preciso
señalar que asumimos que nuestro horizonte de pensamiento como penalistas aparece
delimitado por el fenómeno social complejo que conocemos como pena y que, si
atendemos a los datos de la realidad, ésta no puede ser sino definida de forma agnóstica
y negativa, ya que se presenta socialmente como una coerción que impone privación de
derechos o dolor, que no repara, ni restituye, ni detiene las lesiones en curso, ni neutraliza
los peligros inminentes1.
Aprehendido ello, se reconoce la necesidad de una interdisciplinariedad que
favorezca el conocimiento de la realidad punitiva regional para aportar al discurso
jurídico penal (el derecho penal) los datos necesarios para programar desde y para nuestra
realidad latinoamericana, en la región más desigual2 y violenta3 del planeta, un poder
jurídico reductor de violencias institucionales e institucionalizadas 4.
Así, con perspectiva crítica frente al control social punitivo -aquel que configura la
manera en que se debe existir mediante la aplicación, el suministro, de dolores- los
distintos artículos recogen preocupaciones ante el presente represivo, humanamente en
crisis, que nos exige nuevos puntos de apoyo para la elaboración de razonabilidades que,
por lo pronto, deben tener como objetivo fundamental cautelar la vida mediante la
efectiva garantización de los derechos humanos.

1
Ver Zaffaroni, E. Raúl; Alagia, Alejandro; Slokar, Alejandro, “Derecho Penal: Parte general”, 2ed.,
Ediar, CABA, 2002; Zaffaroni, E. Raúl, “Estructura básica del derecho penal”, Ediar. CABA, 2012 y
“Lineamientos de derecho penal”, Ediar, CABA, 2020.
2
Al respecto, ver el informe “World social report 2020. Inequality in a rapidly changing world”, del
“Department of Economic and Social Affairs” de Naciones Unidas. Disponible en
https://www.un.org/development/desa/dspd/wp-content/uploads/sites/22/2020/02/World-Social-
Report2020-FullReport.pdf
3
Advirtiendo que la región tiene las tasas de homicidio -cada 100 mil habitantes- mas altas del mundo.
Entre otros, se pueden apreciar los datos de “InSight Crime” disponibles en
https://es.insightcrime.org/noticias/analisis/balance-insight-crime-homicidios-2020/ . Asimismo, Amnistía
Internacional advierte que la región es la mas violenta para defensores y defensoras de derechos humanos.
En ese sentido, ver su “Informe 2020/21” disponible en
https://www.amnesty.org/download/Documents/POL1032022021SPANISH.PDF.
4
Sobre estas categorías, ver Aniyar de Castro, Lola, “Criminología de la Liberación”, Universidad de
Zulia, Maracaibo, 1987; Zaffaroni, E. Raúl, “Muertes Anunciadas”, Temis, Bogotá, 1993.
En ese camino, consideramos que cualquier análisis de fenómenos sociales en la
región no puede sino partir del reconocimiento del colonialismo, el racismo y el
patriarcado como estructuras -y culturas- que se reproducen día a día condicionando de
forma negativa nuestras existencias y desde allí se parte.
Sobre la presente publicación, cabe señalar que está dividido en tres partes para
facilitar su lectura, identificando en cada una la problemática que gobierna la búsqueda
de respuestas: I) el rol del poder punitivo en el contexto regional aquí y ahora, II) la
habitual y constante faz ilícita del castigo estatal, es decir, las penas ilícitas, y, por otro
lado y de manera más abarcativa, III) el control social en sentido amplio, tanto su aspecto
formal como informal, atento a los procesos vinculados con la violenta aplicación de
dolores.
Por último, resulta importante mencionar que si bien en cada artículo se indica
quién lo redactó, se sostiene que el conocimiento no surge, como generalmente se afirma
en las ciencias sociales, del pensamiento en solitario, sino que es el resultado de prácticas
políticas colectivas y, reconociendo la importancia de la contención punitiva en todos los
ámbitos de la sociedad, se invita a su lectura -y reflexión crítica- a académicos,
académicas y a toda persona interesada en la contención del poder punitivo.

Buenos Aires, julio 2021.


Gabriela L. Gusis y Rodrigo F. Videla
I. REFLEXIONES EN PUNTO AL CONTEXTO REGIONAL

DISIDENCIA POLÍTICA, PROTESTA SOCIAL Y TRATO PUNITIVO.


¿REPRESIVIZACIÓN O CRIMINALIZACIÓN?
Gabriela L. Gusis1 y Rodrigo F. Videla2

“Fácil gobernar de esta manera. Los que no


estén de acuerdo con las promesas incumplidas, o no
acepten el hambre con resignación cristiana, tendrán
muerte o peinilla. No hay alternativas civilizadas para
tratar la rabia, la protesta popular”.
Lola Aniyar de Castro3

1. Introducción:
En el presente trabajo se pretende analizar, desde la perspectiva de la criminológica
crítica4 y latinoamericana5, la permanencia en América Latina de la administración
punitiva de las disidencias políticas en oportunidad de la protesta social.
Con el fin de conocer las tácticas específicas que se utilizan, analizaremos los
vínculos-tensiones que se presentan entre el desafío (el cuestionamiento popular) al statu
quo mediante demandas políticas de mejores condiciones de vida (tierra, salud, trabajo,
etc) y la respuesta estatal desde las agencias del sistema penal a estas
Sobre la base de categorías como protesta social / disidencia política,
criminalización primaria y secundaria 6 y criminalización subterránea7, se expone la
existencia de diferentes tácticas (punitivas) de control social que incluyen la

1
Profesora de Derecho penal y Criminología UBA-UNLP-UNDAV. Secretaria del Departamento de
Derecho Penal y Criminología de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
2
Abogado por la Universidad de Buenos Aires, Especialista y Maestrando en Derecho Penal por la
Universidad Torcuato Di Tella. Profesor de derecho Penal y criminología de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Buenos Aires y de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional
de La Plata. Contacto: rvidela@derecho.uba.ar
3
Aniyar de Castro, Lola, “En guante de terciopelo”, Ediluz, Maracaibo, 1992, p. 18.
4
Por todos, Baratta, Alessandro, “Criminología Crítica y crítica del derecho Penal”, Siglo XXI editores,
Buenos Aires, 1986; Zaffaroni, E. Raúl, “La palabra de los muertos: conferencias de criminología
cautelar”, Ediar, CABA, 2011.
5
Entre varios, Aniyar de Castro, Lola, “Criminología de la liberación”, Ediluz, Maracaibo, 1987.
6
Zaffaroni, Raúl; Alagia, Alejandro; Slokar, Alejandro, “Derecho Penal: Parte general”, 2ed., Ediar,
CABA, 2002.
7
Aniyar de Castro, Lola, ob. cit., 1987.
criminalización y la “represivización” -como fenómeno distinto de la primera-, que
operan en los márgenes globales, donde los “agentes del orden” utilizan la fuerza letal -
de forma intencional- como parte de sus tácticas y técnicas de contención.
Cabe aclarar que no se reflexiona sobre cómo los grupos sociales desaventajados
han resistido a las condiciones que consideran injustas, sino el vínculo existente entre
aquellas y las tácticas y técnicas de gobierno seleccionadas para el suministro de dolor 8
como respuesta.

2. Neoliberalismo, protestas sociales y limitación de derechos constitucionales


Tras los modelos de Estados benefactores de la década del 80´ y anteriores, en la
década del 90´ el neoliberalismo político y económico originó medidas que “…fueron
promovidas a nivel mundial por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y por el Banco
Mundial (BM), la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. Como resultado de
tales políticas ha habido en la mayoría de los países de la Unión Europea (UE), por
ejemplo, un aumento del desempleo (mayor en el periodo 1980-2005 que en el periodo
anterior 1950-1980, cuando las políticas existentes eran de corte keynesiano) y un
descenso muy marcado de las rentas del trabajo como porcentaje de la renta nacional,
descenso especialmente notable en los países de la eurozona, que fueron los que siguieron
con mayor celo tales políticas”9.
Como en otros países latinoamericanos, el impacto del neoliberalismo en la
Argentina de los 90´ trajo consigo un estímulo al desprendimiento del Estado de los
servicios públicos esenciales, privatizaciones, flexibilización laboral, y con ella las
consecuentes pérdidas de derechos para los trabajadores y los sectores más humildes y
postergados de nuestra sociedad al punto de culminar en una gran crisis económica, social
y política en el año 2001, de la que no se ha tenido precedentes.
Los gobiernos neoliberales locales fueron guiados por la idea según la cual lo
correcto era un Estado ausente respecto de la cuestión social y el mercado, relegando la
suerte de la primera a los intereses del segundo, lo que provocó que los indicadores

8
Christie, Nils, “Los limites del dolor”, Fondo de Cultura Económica, México, 1984.
9
Thwaites Rey, Mabel, “Después de la globalización neoliberal: ¿Qué Estado en América Latina?”, en
OSAL, CLACSO, Buenos Aires, Año XI, Nº 27, abril, 2010, pp. 21-22, con cita de Navarro, Vicenç, “El
conflicto de clases a nivel internacional” en El viejo topo <www.elviejotopo.com> Nº 263, diciembre,
2009.
sociales develaran brechas sociales (desempleo, pobreza, indigencia, educación, acceso a
la tierra, etc.) que hasta hoy resultan difíciles de cerrar10.
Como señala Castel11 el proceso de cambio (en el modelo capitalista) fue
transformando la mirada social de la vida misma: en el Estado de bienestar de la sociedad
del progreso, todos podían ver “un mañana mejor”, que se irá diluyendo a la par del
modelo capitalista que se irá modificando hacia un perfil de mercado financiero, trayendo
consigo la incertidumbre en el que los sistemas de protección cada vez resultan menos
significantes y que no cambian (en algún punto profundizan brechas) la realidad de un
sector que antes como asalariado formaba parte de la lógica inclusiva y desde entonces
es cada vez más excluido.
Los 2000 se inician, al igual que como supo señalar tiempo antes Graciarena
respecto a la fase de retorno a la democracia -no por casualidad-, sobre nuevas bases:
“democracias altamente condicionadas por el endeudamiento externo e interno, la
privatización de las empresas estatales, economías oligopolizadas y recursos naturales
bajo dominio empresarial. Crece la masa de desocupados y excluidos” 12.
En cuanto a las poblaciones vulnerables, han sido –y son- las más afectadas y
expuestas a riesgos sociales tales como el desempleo, las enfermedades, la falta de
cuidadores a los cuales recurrir, en síntesis, a cualquier contingencia de la vida.
La “gestión regulada de las desigualdades” antes intermediada por espacios
colectivos tanto como por políticas públicas estatales orientadas a lo social, se irá
diluyendo, incluso generando un mayor individualismo e impacto sobre la cohesión de
los sectores sociales antes incluidos como `trabajadores´ y bajo resguardo `estatal´ que
luego se irá perdiendo.
Compartimos con Mbembe que “ya no existen trabajadores como tales: tan solo
hay nómadas del trabajo. Si antes el drama del sujeto era ser explotado por el capital,
ahora la tragedia de las multitudes es no poder ser explotadas en absoluto. Su fatalidad es
la postergación en una humanidad superflua librada al abandono y totalmente
prescindible para el funcionamiento del capital” 13

10
Se señala que recién dos décadas después se llego al índice más bajo en términos de pobreza e indigencia,
“como consecuencia de la recuperación del crecimiento económico y crecimiento del ingreso medio de los
hogares” Pautassi, Laura, “Monitoreo del Acceso a la Información desde los Indicadores de Derechos
Humanos”, en “SUR revista internacional de derechos humanos”, V.10 N°18, 2012/2013, p. 18.
11
Castel, Robert, “La inseguridad social, qué es estar protegido”, Editorial Manantial, Buenos Aires, 2006.
12
Graciarena, Jorge, “El Estado latinoamericano en perspectiva. Figura, crisis, prospectiva”, Revista
Pensamiento Iberoamericano 5, 1984, p : 39-74.
13
Mbembe, Achile, “Crítica de la razón negra. Ensayo sobre el racismo contemporáneo”, NED Ediciones,
Barcelona, 2016, p. 29.
Castel14, retomando el desarrollo de Elías sostiene que “la sociedad de los
individuos” es aquella donde la capacidad para conducirse como actor social es cada vez
mas requerida y valorizada, centrándose en una idea de autosuficiencia. En ese sentido,
los riesgos sociales se ven como una realidad aumentada en diversas esferas, que incluso
trascienden lo social y avanzan sobre la humanidad e incluso la ética. La diferencia social
además se proyecta en el plano urbano donde se reorganizan líneas divisorias, haciendo
que el barrio popular sea visto como `sensible´, `riesgoso´ por quienes se encuentran
incluidos dentro de una sociedad que solo hace vivir y deja vivir15 al 30% del total,
mientras que la definición de un ellos-otros descartables involucra al 70% restante de la
sociedad que se ve excluido y se lo hace y deja morir.
En ese contexto, proliferan en Argentina16 y la región17 variados reclamos públicos
de derechos económicos y sociales llevados adelante mediante diferentes formas
generadoras de situaciones conflictivas de dispar intensidad y el poder punitivo aparece
como respaldo de la exclusión social, lo que impone al pensamiento criminológico
latinoamericano que persigue la contención y la reducción de violencia institucional e
institucionalizada, el abordaje de esa relación: protesta-poder punitivo

3. Protesta social, criminalización y represivización como táctica especifica.


El reclamo por vías no institucionales -y algunas veces, vale decir, al límite de la
legalidad18- no es un fenómeno nuevo 19, “cuando las clases pobres y trabajadoras se

14
Castel, Robert, op. cit., 2006.
15
Sobre el concepto de soberanía como “hacer vivir y dejar morir”, ver Foucault, Michel, “Defender la
sociedad. Curso en el Collage de France (1975-1976)”, Bs. As., Fondo de Cultura Económica, 2001.
16
La modalidad que mayor visibilidad adquirió -en Argentina- fue aquella que a través de movilizaciones
y reuniones públicas disponía cortes de rutas y principales accesos a distintas ciudades, o en calles centrales
de las ciudades de modo tal que obstaculizaran el transito vehicular. Ello fue conocido como “piquete” y
como “piqueteros” a quienes lo llevaban adelante, lo que se tradujo en el “movimiento piquetero” como un
sujeto político del espacio público.
17
Por ejemplo, sobre protestas en Brasil, ver Mancano Fernández, Bernardo, “MST formacao e
territorializacao em Sao Paulo”, Hucitec, San Pablo, 1999; García, José Carlos, “De semrosto do cidadao”,
Lumen Juris, Río de Janeiro, 1999; Salete Caldart, Roseli, “Pedagogía do Movimento Sem Terra”,
Expressão Popular, Petrópolis, 2000, citado en Zaffaroni, E. Raúl, “Derecho penal y protesta social”, en
Bertoni, E (comp) “¿Es legítima la criminalización de la protesta social? Derecho penal y libertad de
expresión en América Latina”, Universidad de Palermo, Buenos Aires, 2010.
18
No está de mas señalar que coincidimos en la existencia de un derecho constitucional a la protesta que
involucra derechos fundamentales como peticionar a las autoridades y expresarse en libertad, que ha sido
reconocido por el Poder Judicial local con variados argumentos. Por todos, Gargarella, Roberto, “El
derecho de protesta: el primer derecho”, Ad-Hoc, Buenos Aires, 2005; y “Carta abierta sobre la
intolerancia”, Siglo XXI ed., Buenos Aires, 2006.
19
Hacia 1880, con la consolidación del Estado nacional y de una economía capitalista productiva con fines
de exportación, el surgimiento y desarrollo de la clase trabajadora conllevó a los primeros procesos de
movilización social modernos. Durante las primeras décadas del siglo XX y hasta 1930 los conflictos
obreros –entre capital y trabajo– definieron los aspectos centrales de la protesta social. En las décadas
posteriores la movilización social se organizó en relación estrecha con el papel del Estado y en virtud de
rebelan no es porque sean intrínsecamente perturbadoras. Se rebelan porque tienen
medios alternativos limitados para expresar sus opiniones y para ejercer presión en pro
de un cambio”20
En este marco, tal señala Zaffaroni: “en la Argentina, especialmente los
constitucionalistas y los organismos no gubernamentales que trabajaron el tema, han
llamado derecho a la protesta social al que se ejercería con esta modalidad de reclamo,
y al fenómeno de su represión criminalización de la protesta social”21. Así, vemos que -
de forma preconceptual- cuando el Estado -mediante sus agencias policiales o de
seguridad en función policial- frustra una protesta social nos encontraríamos ante un
proceso de criminalización.
Sin embargo, consideramos que la utilización del concepto “criminalización”
resulta insuficiente para comprender y explicar el fenómeno en toda su magnitud. Por el
contrario, consideramos más apropiada la categoría –conceptualización teórica- que
denominaremos “represivización” en tanto que, al involucrar la idea de sistema penal
subterráneo que fuera acuñada por Lola Aniyar de Castro 22 nos permite abordar la
represión de la protesta social como táctica punitiva especifica orientada a fines
específicos.
Si bien no reclamamos una definición que agote el fenómeno, se pretende establecer
ciertos criterios en la utilización de conceptos como `criminalización´ y `represivización´
a fin de explicar fenómenos distintos, que -incluso- pueden darse de manera solapada.
Para ello, resulta preciso esclarecer algunos conceptos previamente.

3.a Protesta social


A los fines del presente, se piensa en la protesta social como “los acontecimientos
visibles de acción pública contenciosa de un colectivo, orientados al sostenimiento de una
demanda que, en general, está referida de forma directa o indirecta al Estado. Esta noción
hace especial hincapié en el carácter contencioso e intencional, por un lado, y en la

los procesos de integración social y política de los trabajadores en el marco del ascenso del peronismo. El
golpe militar contra el gobierno de Juan Domingo Perón inició un ciclo de inestabilidad política y
polarización que culminó a mediados de los años 70 con la última dictadura militar. Al respecto:
https://www.cels.org.ar/protestasocial/
20
Eckstein, Susan, (Coord.), “Poder y protesta popular en America Latina”, en “Poder y protesta popular:
movimientos sociales latinoamericanos”, Siglo XXI ed., México, 2001, p. 17
21
Zaffaroni, E. Raúl, op. cit., 2010. p. 2.
22
Aniyar de Castro, Lola, “Derechos humanos, modelo integral de la ciencia penal y sistema penal
subterráneo”, en Zaffaroni, E. R. (coord.), “Sistemas penales y derechos humanos en América Latina,
Primer Informe”, Depalma, Buenos Aires, 1984, pp. 233-247.
visibilidad pública, por el otro”23 y como “toda acción que altera el orden social,
quebrando o interrumpiendo temporalmente la reproducción de las relaciones sociales
dominantes” (OSAL, N° 2, septiembre de 2000)24.
La reconquista del espacio público en nuestra región, fuera de excepcionales
casos25, está ligada al fin de los Estados de Seguridad Nacional, y “persigue soluciones a
los conflictos mediante la intervención de las propias autoridades. La protesta misma es
la forma de llamar la atención pública y de las autoridades sobre el conflicto o las
necesidades cuya satisfacción se reclama” 26 y en general, salvo actos aislados, no se
manifiesta en actos de violencia.

3.b Criminalización primaria y secundaria


Con el objeto de precisar en un próximo apartado la diferencia con lo que
llamaremos `represivización´, corresponde señalar que se entiende como criminalización
al proceso mediante el cual distintas agencias del sistema penal definen las conductas
prohibidas y seleccionan sobre quienes recaerá el poder punitivo estatal 27.
El proceso de criminalización es, en definitiva, un mecanismo de control social
formalizado, que suele explicarse en dos procedimientos: la criminalización primaria,
como aquella que opera de manera general y abstracta en condiciones de igualdad para
todos los ciudadanos, y se da a través, principalmente, de la agencia legislativa dictando
las leyes penales que integran las conductas prohibidas que conllevan sanción y
consecuencias penales; y, por su parte, el proceso de criminalización secundaria como
aquél mediante el cual se seleccionan personas a ser criminalizadas específicamente en
base a la normativa vigente.
Este último suele comenzar con el accionar de las agencias ejecutivas (policías o
fuerzas de seguridad en función policial) y se proyecta sobre otras agencias del sistema
penal entre las que se incluye el poder judicial. En los hechos, importa una arbitrariedad
en la medida en que, frente a la comisión de un acto disvalioso, algunos sujetos son
seleccionados y otros no, o bien en que algunos sean más fácilmente seleccionados que
otros, por lo que se afirma que la criminalización secundaria quiebra el principio de

23
AA.VV., “Transformaciones de la protesta social en Argentina 1989-2003”, Instituto de Investigaciones
Gino Germani, Buenos Aires, 2006. Disponible en http://biblioteca.clacso.edu.ar/Argentina/iigg-
uba/20100720094530/dt48.pdf
24
Ibidem..
25
Tal la ya tradicional ronda de los jueves de las Madres de Plaza de Mayo.
26
Zaffaroni, Raúl, op. cit., 2010, p. 3.
27
Zaffaroni, et al, op. cit., 2002.
igualdad creado por la norma general y abstracta al recaer selectivamente sobre algunas
personas.
Baratta afirmaba que “los procesos realizados por las agencias del sistema penal
(policía, magistratura, organismos establecidos para el control de la delincuencia juvenil),
[son] los procesos de criminalización secundaria” 28. Asimismo, advertía que: “[L]os
mecanismos de la criminalización secundaria acentúan todavía más el carácter selectivo
del derecho penal. Las máximas chances de ser seleccionado para formar parte de la
`población criminal´ aparecen de hecho concentradas en los niveles más bajos de la escala
social (subproletariado y grupos marginales). Por ello, “[L]os procesos de la
criminalización secundaria acentúan el carácter selectivo del sistema penal abstracto. Han
sido estudiados los prejuicios y los estereotipos, que guían la acción tanto de las instancias
de averiguación como de los juzgadores, y se ha demostrado que elevan, así como
acontece en el caso del maestro y de los errores en las tareas escolares, a buscar la
verdadera criminalidad sobre todo en aquellos estratos sociales de los cuales es normal
esperarla”29.
En particular, podemos afirmar que los mecanismos más usuales de selección de
ingreso por parte de las agencias ejecutivas al sistema penal se producen por tres razones:

1. La selectividad de las agencias ejecutivas responde, en términos


generales, a estereotipos. Este procedimiento responde a múltiples causas entre
las que se pueden incluir: surgimiento y formación del personal de las agencias
en un modelo histórico vinculado discursivamente al positivismo criminológico
(biologicista, etiológico, morfológico, etc), tanto como de deficiente
profesionalización para el rastreo y detección de ciertos delitos, los prejuicios
existentes a nivel social en los que sostienen culturalmente una idea de quién/es
cometen delitos, entre otras.
2. Selección que opera en función de una ópera tosca o una grosera
reacción que impone de manera sencilla para la agencia policial la selección
criminalizante. Estos suelen tener que ver con actos violentos groseros, públicos,
etc.

28
Baratta, Alessandro, “Criminología Crítica y crítica del derecho Penal”, ed. Siglo XXI, Buenos Aires,
1986, p. 98.
29
Ibidem., p. 185.
3. Retiros de cobertura, ejemplos de ellos pueden relacionarse como
la `entrega´ de alguien o algunas personas pertenecientes a una organización
criminal, que en general responden a la necesidad de cubrir otros ilícitos más
complejos que no son seleccionados por la policía.
En definitiva, sin restar importancia a los procesos de criminalización primaria, lo
cierto es que parece ser mucho más importante la selectividad punitiva secundaria, ya que
da cuenta –en un alto número de casos- que la mayor discriminación se da mediante el
primero de los mecanismos indicados, poniendo así de relieve una práctica policial,
conocida como `Profiling´ 30, a través del cual la se escogen perfiles de sospecha mediante
discriminación racial y social31, constituyendo y configurando a un sector de la población
como “sospechosos permanentes” que, en el caso de nuestro país, suele establecerse en
los jóvenes provenientes del sector más desfavorecido de la sociedad (económica y
socialmente)32.

3.c Sistema penal formal, sistema penal paralelo y sistema penal


subterráneo.
En primer lugar, cabe señalar que “por sistema penal [formal] se entiende el
conjunto de agencias que operan la criminalización (primaria y secundaria) o que
convergen en la producción de ésta” 33. De forma sintética, podemos decir que dichas
agencias son aquellas cuyas funciones manifiestas son las de intervenir sobre la
conflictividad social en base al modelo decisorio punitivo34 (poder legislativo, agencias
policiales, poder judicial, etc).
Por su parte, el sistema penal paralelo hace referencia a la “enorme parte del poder
punitivo, que ejercen otras agencias con funciones manifiestas muy diferentes, pero cuya
función latente de control social punitivo no es diferente de la penal desde la perspectiva

30
Término que -si bien se ha señalado que es de difícil traducción ya que implica un sesgo de tipo
discriminatorio-, ha sido un tema central en la relación comunidad-policía, ya que se trata de un juicio de
atribución causal en cuanto a considerar que la conducta policial está ligada a sesgos étnicos y de clase.
Los estudios de la materia se enfocaron no solo en la ilegalidad de estas prácticas, sino también en la
frecuencia con que esto sucede debido a la persistencia de prejuicios discriminatorios en la institución
policial. Al respecto, Kessler, Gabriel, “Muertes que importan. Una mirada sociohistórica sobre los casos
que marcaron la Argentina reciente”, Siglo XXI, Buenos Aires, 2018.
31
Si bien los estudios de “profiling” se orientaron a la etnia y la clase, tambíen cabe denunciar la
selectividad que opera en base a estereoripos de genero u orientacion sexual.
32
Reiner, Robert, “The politic of the police”, Oxford University Press, Oxford, 2009.
33
Zaffaroni, et al, op. cit., 2002. p. 18.
34
De tal suerte, podemos definir dicho modelo como aquel que programa la decisión de conflictos mediante
“una coerción que priva de derechos o infiere un dolor (pena) sin perseguir un fin reparador ni de
neutralización de un daño en curso o de un peligro inminente”. Sobre las funciones manifiestas y latentes
de las instituciones del poder estatal (Zaffaroni, et al, op. cit., 2002. p. 38)
de las ciencias sociales. Se trata de una compleja red de poder punitivo ejercido por
sistemas penales paralelos”35
Así, se advierte que, si bien sus funciones manifiestas son otras, cierto es que dentro
de sus funciones latentes de control social, tal se señaló, se replica el modelo punitivo.
Por otra parte, la criminología crítica latinoamericana supo develar de forma
pionera que además de los mencionados existe un Sistema Penal Subterráneo 36, que
podría ser definido como todo aquel poder punitivo que es ejercido por fuera de la
legalidad. Es el ejercicio abusivo del poder que estatalmente se asignó a la agencia el que
configura el sistema penal subterráneo.
Resultan esclarecedoras, para entender con precisión este último concepto, las
categorías de violencia institucionalizada y violencia institucional -también propias de la
criminología regional-. A los fines del ensayo, podemos sostener que cuando la violencia
legalizada representada por las instituciones ya no alcanza, la violencia se vuelve
institucional, sin necesidad de coberturas o mistificaciones científicas 37. Es decir, cuando
la violencia institucionalizada en el sistema penal institucionalizado 38 (formal y paralelo)
no basta, se recurre a la violencia fuera del marco legal, al ejercicio del poder punitivo
que configura el sistema penal subterráneo: ejecuciones sin proceso, detenciones-
desapariciones forzadas, etc. 39.
Nombrar este sistema penal subterráneo, que no sólo existe en los países
latinoamericanos 40, implica sacar a la luz su perversión, pues se ejecuta ocultando que es

35
Idem, p. 37. Dentro de dicho sistema encontramos el “poder de institucionalización manicomial que,
cuando no tiene un objetivo curativo inmediato, se aproxima bastante al de prisionización. Algo parecido
sucede con las autoridades asistenciales que deciden la institucionalización de las personas mayores. Las
familias toman decisiones institucionalizantes de personas mayores y de niños en establecimientos
privados. Los tribunales para niños y adolescentes, incluso fuera de las hipótesis delictivas, deciden su
institucionalización. Las autoridades administrativas y las corporaciones imponen sanciones que implican
cesantías o inhabilidades, cuyos efectos suelen ser más graves que el de una pena (modificar o extinguir el
proyecto de vida profesional de una persona, por ejemplo)” Idem, p. 25.
36
Aniyar de Castro, op. cit., 1987, p. 97.
37
Alagia, Alejandro; Codino, Rodrigo, “La descolonización de la criminología en América”, Ediar, CABA,
2019.
38
Zaffaroni, Raúl; et. al, op. cit., 2002, p. 17.
39
Es, en definitiva, en este plano donde la masacre que produce el sistema penal se manifiesta con mayor
claridad. Al respecto, Zaffaroni, Raúl, “La palabra de los muertos: conferencias de criminología cautelar”,
Ediar, CABA, 2011.
40
“La magnitud y modalidades del sistema penal subterráneo depende de las características de cada
sociedad y de cada sistema penal, de la fortaleza de las agencias judiciales, del equilibrio de poder entre
sus agencias, de los controles efectivos entre los poderes, etc. Pero en ningún caso esto significa que se
reduzca a los países latinoamericanos o periféricos del poder mundial, sino que se reconoce su existencia
en todos los sistemas penales, aunque en medida a veces muy diferente” (Zaffaroni, Raúl; et. al., op. cit.,
2002, p. 26.
la forma como realmente el Estado desea tratar, y en muchos casos realmente trata, los
conflictos41.

4. Administración punitiva cómo táctica de gobernanza o governance42 .


4.a Represivización cómo táctica.
Ahora bien, ¿Es posible afirmar que el concepto de criminalización abarca
suficientemente y de manera acabada los procesos de represión de las agencias
ejecutivas? ¿Alcanza la idea de criminalización a explicar una relación entre la violencia
institucional (no legal -ni legalizada-) y la real operatividad del sistema penal? ¿no
corresponde encontrar una conceptualización que permita un acotamiento relacional a los
efectos de la mejor comprensión de la táctica punitiva en tanto dispositivo específico?
Lo que es claro es que la represión aparece como respaldo punitivo a la exclusión
social señalada. Bien sabemos que los patrones culturales 43 y los modelos económicos 44
tienden a ejercer una influencia directa sobre lo que se definirá como delito, sobre los
modelos del castigo y sobre quienes serán los destinatarios-receptores de los mismos.
Bajo esa premisa, advertimos la persistencia de la regla según la cual quienes no
estén de acuerdo con el incumplimiento de las promesas de campaña, o no acepten con
resignación la vulneración de sus derechos, tendrán que padecer, además de los dolores
que dichas faltas per se acarrean, la administración punitiva de sus reclamos, es decir, el
suministro de dolor45 extra por vía no de la criminalización en los términos reseñados,
sino de la represivización.
Es que no sólo se advierte una expansión 46 frente a la protesta social, del sistema
penal formal mediante la proliferación de nuevos tipos penales 47 que recaen sobre nuevos
sujetos, es decir, de la criminalización -primaria y, luego, secundaria- sino que también

41
Aniyar de Castro, Lola; Codino, Rodrigo, “Manual de criminología sociopolítica”, Ediar, CABA, 2013,
p. 299.
42
Jonathan Simon (“Governing Throug Crime: How the war of crime transformed American Democracy
and Created a culture of Fear”, Oxford University press, New York, 2009) sostiene que la democracia se
ve amenazada mediante una governance a través del miedo. Si bien él hace referencia a que se desplazó al
ciudadano para ponerlo como víctima, nosotros creemos que dentro del fenómeno de la represivización se
desplaza al ciudadano para ponerlo como destinatario de dolor.
43
Garland, David, “Castigo y sociedad moderna”, Siglo XXI, Madrid, 2da reimpresión, 2010.
44
Al respecto, ver Rusche, Georg; Kirchheimer, Otto, “Pena y estructura social”, Temis, Bogotá, 1984 y
Melossi, Dario; Pavarini, Massimo: “Cárcel y fábrica. Los orígenes del sistema penitenciario (siglos XVI
– XIX)”, Siglo XXI ed., Madrid, 1980.
45
Christie, Nils, op. cit, 1984.
46
Silva Sanchez, Jesús, “La expansión del Derecho Penal. Aspectos de la política criminal en las
sociedades postindustriales”, Civitas, Madrid, 2009.
47
Algunos incluso directamente requeridos internacionalmente por los poderes económicos, tal el caso del
de la tipificación del “terrorismo” requerido por el GAFI.
una extensión del sistema subterráneo en punto a lo que debe ser reprimido, pero no
necesariamente criminalizado.
Llamaremos a ello represivización ya que se revela en forma y objetivos distinta a
la criminalización.
Así, la represivización puede ser definida, de manera tentativa, como la táctica
punitiva mediante la cual (a) se ejerce violencia por fuera de los límites del estado
de derecho y el uso racional de la fuerza, (b) con el fin de aprovechar los beneficios
que otorga la ilegalidad, (c) sobre sujetos que no necesariamente podrían ser
etiquetados como desviados y, por lo tanto, criminalizados formalmente 48.
Como se muestra, la represivización como concepto criminológico es más integral
para explicar el fenómeno que opera en los sistemas penales subterráneos o paralelos. La
criminalización es un fenómeno que se articula con el sistema de justicia penal formal -
en un sentido amplio, como agencias legales que operan dentro del sistema punitivo
(ejecutivas, legislativas, judiciales)- pero no explica lo que sucede en la vida cotidiana de
América Latina. Aquí la mayor parte del poder punitivo se aplica a través de los sistemas
de justicia paralelos y subterráneos. La siguiente tabla aclara la distinción que en nuestro
planteo identificamos:

Sistema Penal Formal Subterráneo


Táctica de Criminalización Criminalización
control social y/o Represivización
Violencia Institucionalizada Institucional

4.b Pedagogía del miedo y selección represivizante.


Consideramos que la especificidad de dicho concepto permite un mejor análisis
que el de la criminalización para ciertos casos de la realidad punitiva regional y, también,
para fenómenos punitivos ejercidos en los “Estados de Seguridad nacional”.
Resulta clarificador, por ejemplo, que en nuestro país la detención-desaparición 49
forzada, en tanto pena de muerte ilegal y abstraída de la esfera de la justicia, fuera

48
E incluso sobre quienes, aun siendo estigmatizados por el sistema penal, o sobre quienes pudieran ser
seleccionados con base a estereotipos no basta la violencia legal y se aplica un plus de violencia prohibida.
49
Herramienta central de los `Estados de Seguridad nacional´, donde “el sector más concentrado del sector
financiero, industrial y agrario, en alianza con las corporaciones multinacionales, se encargó en forma
exclusiva de la política económica. El proyecto era relativamente simple: se trataba de una nueva división
internacional del trabajo, que condenaba a la Argentina [y los países de la región] a los esquemas imperantes
en el siglo XIX: un país exportador de productos agrícola-ganaderos e importador de productos elaborados.
Para ello se necesitaba una política de `disciplina´ de la sociedad que hiciera posible la reducción parcial y
utilizada sistemáticamente en el periodo 1976-1983 durante la última dictadura cívico-
militar autoproclamada `Proceso de Reorganización Nacional´, cuando, en realidad, el
Estado podría haber recurrido a la pena de muerte legal.
Puede observarse que, en ese entonces, incluso dotados de un posible marco de
legalidad en 1975 ya que se establecerían juicios sumarios militares con pena de muerte,
las fuerzas represivas optaron por la ilegalidad por las “ventajas del metodo sobre el
enemigo” que otorgaba50. Luego, Massera51 supo afirmar que “este método [la detención-
desaparición] garantiza que por cuatro generaciones no habrá mas militantes políticos”52.
Ante ello, podemos considerar que no se buscaba la “criminalización” -dentro de
los limites terminológicos señalados-, sino que se buscaba algo distinto frente al disidente
-o posible disidente- político.
En ese sentido, creemos que si bien cambió la práctica -ya la detención-desaparición
no es la regla, aunque resulta ser una práctica no abandonada 53-, se evidencian prácticas
cuyo objetivo sigue siendo el mismo: la administración punitiva ilegal sobre la disidencia
social, por las ventajas que otorga la propia ilegalidad.
A su vez, identificamos que aquello que se realizaba de manera oculta (¡la
utilización de la ilegalidad!), ahora, en la mayoría de las veces, sucede a plena luz del día
y con la específica intención de que sea visto por la mayor cantidad de personas
posibles54.
Es que, tal el sistema punitivo formal, no solo opera hacia quienes represiviza -en
cuerpo-, sino que pretende disuadir y controlar, en términos de Foucault 55 a toda la
población mediante un poder configurador positivo que se proyecta, a través de los

el sometimiento definitivo del sector asalariado” García Méndez, “Autoritarismo y control Social.
Argentina – Uruguay – Chile”, Editorial Hammurabi, Buenos Aires, 1987, p. 269.
50
Al respecto, ver Eduardo Luis Duhalde, “El estado terrorista argentino”, Editorial Argos Vergara,
Buenos Aires, 1983, p. 146-147.
51
Miembro de la junta militar que gobernó de facto la Argentina entre 1976 y 1983.
52
Citado en Del Olmo, Rosa, “La detención-desaparición en América Latina: ¿Crimen o Castigo?”, en
“Segunda ruptura criminológica”, Universidad Central de Venezuela, Facultad de Ciencias Jurídicas y
Políticas, Caracas, 1990, p. 78.
53
Varios son los estudios e incluso sentencias de condena al Estado Argentino (CorteIDH) que dan cuenta
de que la práctica de la violencia institucional que concluye en desapariciones forzadas o muertes
provenientes de agencias estatales no ha sido erradicada (tal los casos de Miguel Bru, Bulacio, Iván Torres
Millacura, entre tantos otros son casos a los que pareciera sumarse Facundo Castro Astudillo).
54
Puntualmente pensando en los casos de represivización de la protesta social, donde se busca que los
medios reproduzcan las imágenes y se desincentive a quienes aún están en sus casas a movilizarse.
55
Ver Foucault, Michel, op. cit., 2001.
legitimantes discursos de los medios masivos de comunicación, como una verdadera
pedagogía del miedo56 condicionante de la voluntad -el espíritu-.
De esta forma, la represivización opera sometiendo a personas no sólo con base en
los estereotipos que rigen la criminalización. Es que, si bien en algunos casos coinciden,
en otros, donde el limite óntico no permitiría ponerle la etiqueta de criminal al sujeto a
ser controlado, sólo queda lugar para la represivización como estrategia de gobernanza
estatal.
Para ver ello, pensamos en lo difícil que sería etiquetar como delincuente -e
introducir en el proceso de criminalización- a un trabajador que reclama un aumento
salarial, a enfermeras que reclaman mejores condiciones laborales 57 o a mujeres que se
manifiestan contra la violencia patriarcal.
Este último caso nos permite aclarar que no solo la clase es la dirimente, sino que
podemos ver cómo su intersección con el género o la raza va a condicionar distintas
situaciones de forma tal que la represivización aparezca cómo herramienta mas útil que
la criminalización o la simple represión.
Por ejemplo, en las recientes movilizaciones que se dieron en Chile y Argentina a
partir del movimiento Ni Una Menos (colectivo de protesta surgido en Argentina que se
opone a la violencia contra la mujer) se observaron situaciones en las que identificamos
que –en la mente de los perpetradores– no alcanzaba simplemente con la detención y
criminalización de las manifestantes, sino que la táctica punitiva empleada fue aquella
que aplica dolores específicos por su condición de genero para aprovechar el particular
temor que infunde la ilegalidad punitiva: tocamientos, desnudez forzada, golpes en
genitales y pechos, insultos de carácter sexual, amenazas de violaciones o, a mujeres
embarazadas, de golpearlas y hacerlas perder el embarazo.

4.c Especificidad. Represivizar no es criminalizar.


Tras lo desarrollado, podemos afirmar que las víctimas de los tratos punitivos en
múltiples manifestaciones o protestas no fueron “criminalizadas” ya que lo que les
sucedió no aparece como el resultado del mecanismo de control social que conocemos
como criminalización, sino que estamos ante la represivización antes descrita.

56
En ese sentido, Rodríguez Molas, Ricardo, “Historia de la tortura y el orden represivo en la Argentina”,
Eudeba, Buenos Aires, 1984 y Malaguti Batista, Vera, “El miedo en la ciudad de Rio de Janeiro”, UNSAM
Edita, Buenos Aires, 2016.
57
Como, por ejemplo: https://www.pagina12.com.ar/293646-enfermeros-denunciaron-agresion-policial-
frente-a-la-legisla
La falta de criminalización posterior (es decir, la inexistencia de formación de un
proceso judicial) puede deberse, por un lado, a la falta de legitimidad social de la
normativa que debería aplicarse y su colisión con las normas constitucionales que
garantizan el derecho a protestar, pero por otro, y principalmente, creemos que se debe a
la utilidad práctica que se otorga al miedo producto de la incertidumbre que produce el
corrimiento del marco de legalidad.
Muchas veces, quienes protestan no se evidencian necesariamente como
“desviados” para la sociedad 58, y se los represiviza con el fin de silenciar sus reclamos y
al propio sector social o movimiento, o bien para bloquear cualquier cohesión social
colectiva sobre aquél reclamo generando una disrupción social que quiebre los lazos de
solidaridad.
Cuando la violencia institucionalizada no alcanza (a los objetivos buscados) se
recurre a la violencia institucional, es decir, cuando la criminalización no alcanza, se
recurre a la represivización, sin perjuicio de que puedan darse en simultáneo. Entonces
cabe preguntarnos, ¿No alcanza para que objetivos? Lograr la sumisión al modelo
económico y social (que se presenta clasista, racista y patriarcal).
Aquí no estamos simplemente frente al control de la “delincuencia” -definiendo
previamente a quienes protestan como delincuentes-, sino ante algo que tiene un definido
contenido ideológico al funcionar intencionalmente desde la ilegalidad como respaldo
punitivo de modelos económicos y sociales excluyentes que de otra forma no lograrían el
sometimiento deseado. Creemos que, así como la criminalización -el direccionamiento
del sujeto que protesta hacia el sistema penal formal- no logra cumplir, en la mente de las
agencias ejecutivas, con el objetivo requerido por los modelos económicos y sociales en
cuestión, nosotros no debemos llamar a lo ejecutado en razón de ello criminalización.
Es que si pensamos en la especie de los hechos relatados, solo se buscó represivizar
para que se genere miedo a movilizarse, al contexto movilizatorio, más no necesariamente
a la respuesta estatal -legal- a la movilización.

5. Conclusiones.
Ninguna teoría puede explicar y predecir adecuadamente la gama completa de
maneras en las que los grupos en la sociedad civil expresan su cólera, ni los efectos que

58
Al respecto, ver los planteos de los sociólogos del interaccionismo simbólico, por todos, Becker, Howard,
“Outsiders: Hacia una sociología de la desviación”, ed. Siglo XXI., CABA, 2014.
tendrá el desafío del status quo. Sin embargo, sí podemos describir que la táctica punitiva
ilegal sigue vigente, y que parece que seguirá insistiendo por esa senda.
Ante ello, dotarla de especificidad conceptual no solo permite visibilizar la
virulencia política de la práctica, sino también de la decisión previa de utilizarla.
Si entendemos lo acontecido en diversas protestas como supuestos de
`criminalización´, estaremos obviando abordar el fenómeno desde la intencionalidad del
perpetrador, vinculada a un determinado orden socio-económico que necesariamente
requiere -para su mantenimiento- de la punición por fuera de los limites legales por las
ventajas que la ilegalidad otorga.
Además, la distinción nos permite identificar que la necesidad de “des-
criminalizar” la protesta social, no sólo hace referencia a la necesidad de que se eliminen
tipos penales o que no se sigan procesos contra quienes protestaron, sino que también
pone de manifiesto que es necesario que no se repriman.
El develar los objetivos específicos de la práctica, permite una toma de conciencia
histórica de nuestra realidad 59 que desemboque en modelos específicos de resistencia.
Porque la resistencia contra la criminalización puede ser la eliminación de ciertos
tipos penales persecutorios de la protesta. Pero para contener los dolores por vía de la
represión ilegal, ¿qué camino debemos tomar?
Creemos que tal como nos enseñan las Madres de la Plaza respecto de las
detenciones-desapariciones, el camino que se debe tomar es el de la lucha y el rechazo de
la aceptación y la obediencia buscada por el perpetrador: el secuestro de un hijo resultó
ser el catalizador que instó a la madre a obrar.
Así, consideramos que develar el funcionamiento de estas prácticas contribuirá
justamente al objetivo totalmente opuesto al que moviliza a la voluntad represivizadora:
que la ilegalidad con que se mueven las agencias ejecutivas no nos genere miedo
paralizante que nos impida protestar ante las injusticias sociales y nos arroje a la
aceptación pasiva, sino que nos genere una contra pulsión represiva que nos convoque a
movilizarnos en la lucha constante que significa vivir en un estado de derecho.

59
Donde el totalitarismo de mercado -en su actual fase financiera- se basa en la doble idolatría del mercado
y el poder punitivo. Al respecto, Zaffaroni, E. Raúl; Días Dos Santos, Ílison, “La nueva crítica
criminológica. Criminología en tiempos de totalitarismo financiero”, Ediar, Buenos Aires, 2019.
ACERCA DE LOS “ENEMIGOS” DE NUESTRO MARGEN 1
Por Natalia B. Armentano2

1. Introducción
Aviso al lector/a… nada de lo que analizaré en estas líneas es nuevo. Y ese es el
punto: los discursos se reinventan, maquillan, compaginan, pero no cambian. Las
estructuras son las mismas, como así también lo son las de la criminología crítica,
advirtiendo que los discursos variarán según los diversos contextos en los que se sitúen.
En este sentido, los mismos han ido avanzando no en forma lineal, sino siendo
serviles a los poderes de turno, es decir, legitimando los modos de control social
manteniendo cierto “status quo”. El concepto control social incluye todos aquellos
elementos que busquen mantener y reproducir el orden socioeconómico y político. Tanto
en su faz formal como informal, incluyendo en esta última, a los medios de comunicación
masivos, tal como veremos más adelante.
A pesar de ello, cabe reconocer que en ciertas ocasiones los discursos también
fueron una forma de resistencia, a partir de la construcción de un contra-discurso y un
contra-sentido. De allí la importancia de analizarlos porque, en su faceta legitimante sin
ningún tipo de contención pueden decantar en un desboque del poder punitivo que se
traduce en muertos –literalmente-.

2. Genealogía de la construcción del enemigo


Desde la inquisición al “derecho penal cool” 3 los enemigos fueron reemplazados
entre sí a partir de si eran útiles o no para sembrar miedo y, de esta forma, legitimar
ciegamente el control social (teniendo en cuenta el recorte de libertades que eso conlleva)
y su faz más sangrienta: el poder punitivo.
Muchos autores han teorizado sobre este concepto, desde distintas perspectivas. Tal
como analiza Zaffaroni en su texto, Jakobs concibió el derecho penal del enemigo con el
objeto de poder legitimar anticipaciones punitivas y a su vez neutralizar riesgo que, según
él, amenazaban a la sociedad. En este sentido, no se puede negar que arrojó luz sobre una

1
Actualización de la ponencia titulada “Los enemigos de ayer, hoy y ¿siempre” presentada en el Congreso
de Derecho Penal y Criminología de la UBA año 2019. Seleccionada como ganadora y publicada en la
Revista de la Facultad. Versión original: http://www.derecho.uba.ar/noticias/2020/ponencias-ganadoras-
del-congreso-de-derecho-penal-y-criminologia-2-aa9
2
Docente colaboradora de la comisión de Criminología a cargo de la Dra. Gabriela Gusis, de la Cátedra
del Dr. Alejandro W. Slokar de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
3
Zaffaroni, E. Raúl, “Buscando al enemigo: de Satán al derecho penal cool”, en monografía destinada al
libro homenaje del Profesor Marinucci G. de la Universidad de Milán, 2004.
cuestión que durante mucho tiempo se buscó instaurar, pero sin plantearlo abiertamente
por los costos políticos que conllevan de cara a la irrupción mundial de los derechos
humanos. En consecuencia, propuso un derecho penal de dos velocidades en la cual, una
de ellas sea un derecho penal para aquellos definidos como enemigos, de manera
excepcional. En estos casos, la pena ya no será retributiva a la culpabilidad sino una
medida de “contención de no personas”.
Desde una perspectiva crítica, Zaffaroni entiende que “por mucho que se matice la
idea, cuando se propone distinguir entre ciudadanos (personas) y enemigos (no personas),
se hace referencia a humanos que son privados de ciertos derechos individuales en razón
de que se dejó de considerarlos personas, y ésta es la primera incompatibilidad que
presenta la aceptación del hostis en el derecho con el principio del estado de derecho”. 4
Esta categoría, de por sí problemática, fue delineada por Schmitt con el objeto de
legitimar un Estado fuertemente totalitario, y de esa forma sostenía que la posibilidad real
de agruparse como amigos y enemigos basta para crear una unidad que marca la pauta,
más allá de lo meramente social asociativo, una unidad que es especialmente diferente y
que frente a las demás asociaciones tiene un carácter decisivo” 5. Este enemigo elegido,
no permite interacción por lo que la única respuesta posible es la de su destrucción.
Las ideas hasta aquí esbozadas, nos permiten preguntarnos si a partir de estos
conceptos que parecen tan conservadores y lejanos, se construyen los distintos
estereotipos y la consecuente selectividad penal.
Actualmente, nos hallamos frente a un avance autoritario mundial en materia penal,
poniendo en crisis los estados de derecho. En tal sentido, Zaffaroni sostiene que: “el
concepto mismo de enemigo introduce la dinámica de la guerra en el estado de derecho,
como una excepción a su regla o principio, sabiendo o no sabiendo que esto lleva al
Estado absoluto porque el único criterio para medir la peligrosidad y dañosidad del
infractor no es otra que la peligrosidad y dañosidad de sus propios actos, de sus delitos
por los que debe ser juzgado y condenado” 6.
Las modalidades en las que acecha esta pulsión propia del estado de policía fueron
variando a lo largo del tiempo, ya que, por momentos resultó funcional crear e instalar
enemigos en un sentido estanco, pero luego fue conveniente –por las exigencias del
propio poder planetario a nivel mundial- reinventarse e incursionar en una nueva forma

4
Zaffaroni, E. Raúl, “El enemigo en el derecho penal”, Ediar, quinta reimpresión, Buenos Aires, 2018,
p.18.
5
Schmitt, Carl, “El concepto de lo político”, Editorial Alianza, Madrid, p. 74.
6
Zaffaroni, E. Raúl, op. cit., 2018, p.172.
de designar al enemigo, al extraño, guardando relación con los caracteres de moda, de lo
cool.
Es decir, ya no produce o reproduce un discurso de fondo, tal como lo hacía el
nazismo a través de un manifiesto derecho penal de autor 7, estableciendo un sistema
social imaginario del que derivaban ciertos “deberes” sino que son lemas aparentemente
vacíos – ya que existe la posibilidad de que no lo sean y se intenten “lavar” de forma
marketinera- para que posean mayor acatamiento al ser difundidos y trabajados por los
medios de comunicación en defensa de sus propios intereses corporativos, en tanto pieza
clave del actual capitalismo financiero, tal como abordaré más adelante.

3. Particularidades de la categoría del enemigo en américa latina. De ayer, hoy y,


¿siempre?
Los enemigos son muchos. Cambian, vuelven y se superponen. Si las agencias
hegemónicas se quedan sin ideas, aunque ello no suele suceder, recurren al comodín: el
joven pobre de barrio marginal, en palabras de Zaffaroni “es corriente la creación
mediática de terrorismo donde no lo hay y se atribuye falsamente la delincuencia a
adolescentes de barrios precarios. Así, por ejemplo, en Argentina se impulsa la punición
de niños pese a la casi nula incidencia de los adolescentes menores de 16 años en
homicidios y delitos graves”8.Si abordamos la tarea de revisar los discursos en materia de
seguridad y política criminal de estos últimos años, tal afirmación no requiere de mayores
demostraciones, tanto en la región y tal como puntualiza el autor, en Argentina.
"Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a
nada ni a nadie, que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite" 9
sostiene Piñera desde un cuarto frente a una cámara, rodeado de al menos 30 militares,
re-abriendo una herida que aún no ha cerrado para el pueblo chileno que ha atravesado
durante muchos años –y hace no muchos- por de una cruenta dictadura militar 10,
comandada por Pinochet.

7
En este sentido, Zaffaroni afirma que “el deber que los nazistas consideraban violado emergía
supuestamente como ética de la comunidad popular, o sea, de un modelo sistémico ideado-no existente- y,
por ende, era sólo un deber que ellos imaginaban érico, porque se derivaba de un sistema social también
imaginado (…) el derecho penal nazista buscaba infieles al programa orgánico del partido (resistentes a la
instalación de un sistema imaginado como proyecto político)” Zaffaroni, E. Raúl, “Doctrina penal nazi. La
dogmática penal alemana entre 1944 y 1945”, Ediar, Buenos Aires, 2017, pp. 294 y 297.
8
Zaffaroni, E. Raúl e Días Dos Santos, Ílison, “La nueva crítica criminológica. Criminología en tiempos
de totalitarismo financiero”, Ediar, Buenos Aires, 2019, pp.132-134.
9
Ver la noticia completa en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-50139270
10
La dictadura militar chilena, también denominada “Régimen militar” tuvo lugar entre los años 1973 y
1990.
Ese discurso que emite el presidente, que luego es reproducido de forma masiva por
los medios de comunicación, gracias a las herramientas que poseen para instalar ideas 11,
intenta crear o “reavivar” dos facciones en la sociedad: la tan conocida y no por eso
querida, “grieta” entre un “ellos” y un “nosotros”. Aquel “ellos” será integrado no solo
por los que efectivamente hayan actuado al margen de la ley, sino por todos los que
apoyen esa lucha, es decir, por todos los que no formen parte del “nosotros” retratado en
ese triste discurso por parte de Piñera.
Los movimientos sociales y cualquier forma de organización en Latinoamérica
siempre resultan no deseables para los gobiernos que, en general, encabezan políticas de
reducción de derechos y conquistas por parte de los pueblos 12. En este sentido, la principal
herramienta con la que cuentan es romper los lazos de solidaridad y hermandad existentes
en nuestro margen -con realidades tan diversas, pero a la vez comunes- ya que nuestra
historia es de lucha contra el colonialismo en sus distintas etapas. 13 Justamente, desde una
postura critica entendemos que los movimientos sociales son una pieza fundamental para
poner en tela de juicio el control social. Los actores que forman parte de la criminología
activa no académica14 plantean la denuncia y contención del poder punitivo irracional
del Estado, por lo que debemos escucharlos. Más aun si tenemos en cuenta nuestra
realidad regional y la necesidad de esta constante critica.
Para servir al objetivo de defensa del estatus quo, la creación del enemigo resulta
central. Principalmente por dos motivos: el primero es, como mencionaba anteriormente,
instalar el caos y de esta forma lograr que sea el mismo pueblo el que reclame el ejercicio
desbocado del control social, tanto en su fase formal como informal (que se lleven a cabo
políticas de mano dura, leyes de expansión punitiva y sobre todo que se legitimen medidas
de excepción al punto de su naturalización al frente de campañas de ley y orden). Y, el
segundo, consiste en romper los lazos comunitarios, fomentando así el individualismo y
el miedo al otro en forma desmedida.

11
Sobre las herramientas discursivas y técnicas de comunicación utilizadas en la re-producción y
producción de ideas ver: Zaffaroni, E. Raúl; Dias Dos Santos, Ílison, op. cit., 2019, pp. 115 a 131; Zaffaroni,
E. Raúl, “La palabra de los muertos. Conferencias de criminología cautelar”, Ediar, Buenos Aires, 2011,
conferencias 16° y 17°, pp. 365 a 418 y el ensayo de Giovanni Sartori, “Homo videns. La sociedad
teledirigida”, Taurus, Madrid, 1998.
12
Zaffaroni, E. Raúl; Días Dos Santos, Ílison, op. cit., 2019, pp. 141-143).
13
Idem., pp. 131-132, donde el autor afirma que la reproducción de violencia a extremos que implique
plantearse el fin de la existencia, es funcional al colonialismo y de una alta significación criminológica,
derivando en un individualismo radical tal como requiere todo totalitarismo.
14
Para un desarrollo de este concepto véase también Alagia, Alejando; Codino, Rodrigo “La
descolonización de la criminología en América”, Ediar, Buenos Aires, 2019.
De esta forma, se comienza a instalar un derecho penal en dos velocidades, para el
cual, la categoría de enemigo no cuenta con las garantías que el resto de los ciudadanos
poseen, ya que es un extraño 15.
Es aquí donde debo volver a la frase que da inicio a este punto de análisis: “estamos
en guerra”. Pues sí, de otra forma no podría permitirse discursivamente el sinceramiento
de que, para ciertas categorías de personas, no debe existir ningún límite para el accionar
estatal ejercido a través del ejercicio de poder punitivo desbocado. En este sentido, se
retoman lemas e ideas contractualistas, correspondientes a Estados fuertemente
absolutistas, que “casualmente” – o no tanto- scribieron sus teorías en períodos donde la
unificación frente a la guerra constante era requisito para poder pasar a una fase de
expansión de capital eurocentrista16.
En este sentido, se instala el caos mediáticamente y se ofrece como respuesta
salvadora el control punitivo por parte de los mismos agentes que en cierta forma lo
generan – de manera visible o a través de distintos mecanismos indirectos como ser la
privatización de todos los servicios públicos-. Esta lógica perversa que implica instalar
el caos y presentarse posteriormente como salvadores, siendo los últimos los que en
realidad lo generan, adquiere mayor relevancia en cuanto a la urgencia en la respuesta sí
el único camino en el que desemboca el derecho de resistencia es en el retorno a un estado
de naturaleza caótico y de guerra de todos contra todos.
Lo cierto es que América Latina atraviesa actualmente -y hace mucho tiempo- un
periodo de convulsiones internas y, a su vez, agresiones externas como región. Lo que en
cierto punto facilita la recepción de discursos bélicos instalados con los medios de
comunicación como principales aliados.
No es casual lo que sucede en Ecuador, en Bolivia ni en Chile, donde si bien los
reclamos surgen por causales distintas, el trasfondo es el mismo. El ajuste contra el
pueblo, la necesidad de instalar una sociedad de 30% incluidos y 70% excluidos, ya que
es la única manera de sostener este sistema de totalitarismo financiero 17.

15
Zaffaroni destaca el acierto de Jackobs al desarrollar el concepto de enemigo o extraño como
consecuencia de la caracterización de “no persona”, requisito previo para permitir un trato penal
diferenciado. Zaffaroni, E. Raúl, op. cit., 2018, p.154
16
El principal exponente de la teoría política absolutista que desarrolló el contractualismo y estructuró un
modelo de gobierno a través del miedo y la desconfianza entre iguales fue Hobbes. Ver su obra de cabecera:
Hobbes, Thomas, “Leviatán”, ediciones Libertador, Buenos Aires, 2013.
17
Zaffaroni, E. Raúl; Días Dos Santos, Ílison, op. cit., 2019, p. 113; Zaffaroni, E. Raúl, “El derecho
latinoamericano en la fase superior del colonialismo”, ediciones Madres de Plaza de Mayo, CABA, 2015,
p. 68-74. Véase también el texto de Alejandro W. Slokar en AA. VV., “América y su porvenir jurídico”,
Ediar, CABA, 2016.
No es casual tampoco, que frente a la organización del pueblo y de la comunicación
alternativa, es decir, de los intentos de lograr romper el cerco mediático, las autoridades
tengan que dar marcha atrás con sus planes de ajuste. Eso es lo “molesto”, ya que es lo
que de alguna forma tambalea el poder y pone en jaque al sistema capitalista -que ya se
encuentra agotado como tal-.
En esta última idea es donde quiero hacer énfasis e invitar a la reflexión… dado
que no es causal que en estos casos se adopten posturas bélicas para deslegitimar los
reclamos. Esto no podría ser así si no contaran con la complicidad de los monopolios
mediáticos que poseen sus propios intereses económicos - financieros como agencia
discursiva.

4. Rol de los medios de comunicación


Resulta importante remarcar que la criminología mediática, como herramienta de
control social responde a la construcción de la realidad a través de la información, sub-
información y des-información mediática en convergencia con prejuicios y creencias, que
se basa en una etiología criminal simplista asentada en lo que Raúl Zaffaroni denomina
causalidad mágica18. De ella se desprenden ciertos elementos característicos que serán
centrales en cualquier análisis vinculado a estereotipos y medios de comunicación.
La criminología mediática crea o deforma la realidad de un mundo de personas
decentes frente a una masa de criminales identificada a través de estereotipos, que
configuran un ellos separado del resto de la sociedad. Este “ellos” molesta, perturba las
vacaciones, amenaza, etc. Se dice que separándolos de nuestra sociedad viviríamos más
tranquilos, eso resolvería todos nuestros problemas. Es decir, son el chivo expiatorio.

Construcción de un “ellos” y un “nosotros”. La construcción del ellos es por


semejanzas: no se compone de delincuentes, sino del mundo más amplio de
estereotipados que no cometieron ningún delito. Esta criminología utiliza y reproduce
imágenes de estereotipados e instauran como sentido común que los que se parezcan a
aquella definición necesariamente harán lo mismo. El efecto de esta criminología con
relación a este ellos es un agudizar nuestra indiferencia por su sufrimiento, ya que no es
el nuestro. En este punto, las técnicas de neutralización 19 serán una herramienta de gran
utilidad. De allí lo importante de conocerlas y utilizarlas de una manera des-legitimante.

18
Zaffaroni E. Raúl. ob. cit, 2011, conferencias 16 y 17.
Chivo expiatorio y estereotipos. El chivo expiatorio20 -en la actualidad el
adolescente de barrio marginal- debe ser temido, infundir mucho miedo, por lo que se lo
muestra como el único causante de nuestros males. El “ellos” sería entonces, el chivo
expiatorio, a partir del cual se canaliza la venganza con su sacrificio, y consiguientemente
se solucionarían problemas de fondo que requieren otro tipo de respuestas.
El concepto de “estereotipo” que será seleccionado y ubicado en el rol de chivo
expiatorio responde a una etiqueta de rol negativa, conjugada con los prejuicios de la
sociedad que son receptados y exacerbados por los medios de comunicación. De esta
dinámica resulta que aquellos que respondan al estereotipo serán más vulnerables a la
criminalización secundaria.

Pánico moral. Para la consolidación de la construcción de una realidad social


paranoide se requiere una reducción de la comunicación directa entre las personas,
sobretodo de distintos grupos sociales. El miedo al desconocido se genera y potencia en
círculo.
El pánico moral no solo se alimenta de noticias sino también de la comunicación
de entretenimientos que banaliza los homicidios y reafirma en la imaginación la idea de
un mundo en guerra.
Que estos enemigos seleccionados cumplan el rol de chivos expiatorios -quienes
deberán ser sacrificados para dar solución a los problemas instalados en el pensamiento
común de la sociedad- se debe en gran medida a la construcción mediática que se genera
en torno a políticos oportunistas y monopolios mediáticos que construirán sus campañas
bajo esta lógica de causalidad mágica.

¿Quiénes son los enemigos y cuáles son sus caracteres?. Serán los interrogantes
a los que responderán las agencias discursivas que detenten el poder en dicho momento.
Siempre se intentará hacer subsistir al enemigo que cause mayor impacto en la sociedad
por que será el que pueda legitimar en mayor medida un estado de excepción, es decir,
una mayor laxitud de las garantías para ese grupo seleccionado. Asimismo, debe ser
temible, dado que el pánico moral cumplirá un rol fundamental de legitimación. Es por

20
En cuanto al concepto de “Chivo Expiatorio” véase al respecto Girard, René, “El Chivo Expiatorio”,
Editorial Anagrama, Barcelona, 1986.
ello que podemos advertir la presencia de estas notas distintivas en los “terroristas” por
ejemplo, dado que poseen el agregado de un componente conspirativo. No sucede lo
mismo con el enemigo residual que se utiliza en nuestro margen, el adolescente pobre de
barrio marginal, que, si bien no son los ideales, resultan útiles para instalar el odio en la
población y de esta forma continuar debilitando los lazos sociales que, como dije antes,
resultan incompatibles con el capitalismo en esta etapa avanzada.
Actualmente las guerras discursivas son muchas y los enemigos que quedan
atrapados en ellas también. Algunas, como ya vimos, han avanzado ido escalando hasta
llegar a un ejercicio de violencia a niveles muy altos 21. Solo basta pensar en los titulares
de los medios que comúnmente consumimos. Se enarbolan banderas que son tomadas por
los políticos de turno como “la guerra contra el narcotráfico”, “la lucha contra el
terrorismo” que muchas veces no guardan relación con la realidad con la de nuestro
margen22. Es decir, no son problemas propios, sino que importamos política criminal del
hemisferio norte con todos los peligros que esto conlleva.

5. Palabras finales. Propuesta desde la criminología cautelar


Si bien podría resultar apresurado y hasta desagradable plantearlo, es necesario
advertir que podríamos encontrarnos frente a una masacre –en el sentido criminológico
del término- en el pueblo chileno y también en el boliviano. Entendiendo a la misma como
“toda práctica de homicidio de un número considerable de personas por parte de agentes
de un Estado o de un grupo organizado con control territorial, en forma directa o con clara
complacencia de éstos, llevada a cabo en forma conjunta o continuada, fuera de
situaciones reales de guerra que imponen fuerzas mas o menos simétricas”23 (la cursiva
me pertenece).
Las masacres pueden darse en forma súbita o por goteo, y el dato relevante en los
supuestos abarcados en este análisis, es que el Estado es quien las lleva adelante, ya sea
por acción o por omisión.
Este odio generalizado que se instala en la sociedad, el pánico moral como
consecuencia de creer que nos encontramos rodeados de enemigos, los discursos de
emergencia repetidos hasta el hartazgo en los medios masivos pueden concluir en una

21
En este punto, resulta útil realizar un seguimiento de las publicaciones realizadas en los distintos medios
de comunicación argentinos conforme su alineación opositora u oficialista respecto del gobierno actual de
Argentina, quien brinda su expreso apoyo a las políticas llevadas a cabo por el primer mandatario chileno.
22
Zaffaroni, E. Raúl, op. cit., 2018, pp. 59-62.
23
Zaffaroni, E. Raúl, op.cit., 2011, p. 431.
masacre. En este sentido, se advierte que “un tramo del poder social exacerbado es
precisamente el de configurar, nominar, al enemigo: el grupo que debe ser sometido o
aniquilado. No es que exista un dato natural configurador de la diversidad; la diversidad
se genera desde la represión”24
Como hemos visto a lo largo de la historia de nuestro margen, el derecho penal
llega tarde y es aquí donde la criminología puede ser una herramienta de transformación
a través de la prevención de masacres. En tal sentido, “la criminología no tiene otra opción
que desprenderse de su increíble pretensión aséptica para entrar al campo de la crítica de
las ideologías, con el objeto de descubrir aquellas cuya verdadera naturaleza sea la de una
técnica de neutralización o de preparación de masacres mediante discursos vindicativos,
incluso penales y criminológicos”25.
El poder punitivo siempre tiende a desbocarse a través de sus brazos ejecutores, que
se valen del discurso bélico para instalar un derecho penal a dos o más velocidades y
legitimar de esta manera atrocidades que no resisten a las garantías que toda persona
merece como tal. Es por ello que no puede compatibilizarse la idea de un trato
diferenciado entre categorías de personas, negándole a cierto grupo tal condición.
En definitiva, ese es el desafío desde nuestro lugar: ser la historia viva, aprender de
nuestras luchas y utilizar las herramientas con las que contamos como criminólogos
críticos para transformar la realidad, evitando muertes en manos del Estado. Para ello, es
menester no olvidar que “el verdadero enemigo del derecho penal es el estado de
policía, que por su esencia no puede dejar de procurar el absolutismo”26.

24
Zaffaroni, E. Raúl, “Crímenes de masa”, ediciones Madres de Plaza de Mayo, CABA, segunda edición
ampliada de 2012, p. 18-19.
25
Zaffaroni, E. Raúl, op.cit., 2011, p. 489.
26
Zaffaroni, E. Raúl, op.cit., 2018, p. 171.
MIGRACIÓN, RACISMO Y POLÍTICAS CRIMINALES
Por Gabriela L. Gusis
1. Presentación
Este trabajo pretende preguntarse sobre la relación entre la migración y el racismo.
Se realizará un análisis a partir de la sociología-penal desde una perspectiva
histórico- genealógica y se preguntará sobre cómo se han gestado algunas ideas/saberes
que parecieran ser hoy una cuestión puesta de manifiesto por la política criminal global
en torno a los migrantes.
Se centrará el análisis en la pregunta sobre el rol que juega el racismo en los saberes-
poderes que continúan en la actualidad presentando a personas con más o menos
derechos, negando la condición de dignidad de todo ser humano, a pesar de tener un
indiscutido modelo de Estado constitucional de derechos y un enorme bagaje proveniente
del Derecho Internacional de los Derechos Humanos que aspiran a la universalización de
los derechos fundamentales y al reconocimiento de todo ser humano como tal.
Se observan, en este sentido, algunas tensiones que deben ser observadas de manera
previa: Por un lado, la cuestión de las políticas sobre los migrantes manifiesta una
dicotomía tensional entre el Estado de policía y el Estado constitucional de Derecho. Por
el otro, en el plano de las relaciones de poder, aunque ambas se encuentran íntimamente
relacionadas. Sin embargo, interesa en el presente trabajo abordar o profundizar esas
tensiones desde un análisis, como se adelantó, sociológico-penal o criminológico, donde
esas manifestaciones dicotómicas se expresan en la más amplia o restringida admisión de
trato punitivo a seres humanos a los que se les priva de la condición de personas -en
mayor o menor medida-.

2. Advertencia
Sería sumamente pretencioso afirmar que estos problemas podrán ser abarcados
completamente en la ponencia.
Cada uno de los tópicos, a saber: migración, criminología o sociología del castigo
y racismo, han sido y continúan siendo trabajados en profundidad por sendos autores de
antaño y contemporáneos.
Las posibilidades infinitas obligan, por ello, a restringir el análisis al menos a ciertos
ejes que nos darán una aproximación a la cuestión.
Cabe advertir que algunos autores resultan centrales para abordar la cuestión. Entre
ellos, son referencia absoluta Michel Foucault, en particular a partir de los lineamientos
abordados en la serie de conferencias “defender la sociedad” 1 también publicado con el
título “Genealogía del racismo” en Argentina 2; Achile Mbembe3 y Frantz Fanon4, desde
una perspectiva crítica negra; Giorgio Agamben5 quien nos aporta conceptos
fundamentales que relacionan el derecho, la excepción y el trato a los seres humanos,
René Girard6 quien nos permite integrar en el análisis aquellos mecanismos mediante los
cuales se produce la sacralización del mito y la conversión de víctima en victimario.
También resulta sustancial la categoría desarrollada por Espósito 7 sobre inmunidad para
reflexionar sobre cómo se libra lucha contra lo monstruoso en la economía del biopoder.
Desde la criminología crítica latinoamericana, los aportes de Lola Aniyar de Castro8 y
Raúl Zaffaroni9-10; a quienes no puede dejar de sumarse también con una mirada integral
del saber penal y a partir de la filosofía del Derecho a Alessandro Baratta 11, y
particularmente desde el análisis de la filosofía ius humanista a Luigi Ferrajoli12. Cabe
además considerar que resultan referencia obligatoria para la comprensión de los trazos
exploratorios que continúan.

3. Trazos genealógicos del poder punitivo estatal

1
Foucault, Michel., “Hay que defender la sociedad”, Akal, Madrid, 2003.
2
Foucault, Michel., “Genealogía del racismo”, Altamira, La Plata, 1996.
3
Mbembe, Achile., “Crítica de la razón negra. Ensayo sobre el racismo contemporáneo”, NED Ediciones,
Barcelona, 2016. Mbembe, Achile., “Necropolítica”, Melusina, Barcelona, 2011. Mbembe, Achile.,
“Necropolítica, una revisión crítica, en Chávez, E. y Ježik, E. Estética y Violencia: necropolítica,
militarización y vidas lloradas”, Museo, México D.F., 2012.
4
Fanon, Frantz., “Los condenados de la tierra”, FCE, Buenos Aires, 1961. Fanon, Frantz., “Piel negra
máscaras blancas”. Abraxas, Bs. As:, 1971.
5
Agamben, Giorgio., “Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida”, Pre-Textos, Valencia, 1998.
Agamben, Giorgio., “Estado de excepción.”, Pre-Textos, Valencia, 2004.
6
Girard, René., “La violencia y lo sagrado”, Anagrama, Barcelona, 1972.
7
Espósito, Roberto, “Comunidad, inmunidad y biopolítica”, en Capítulo 8: “El nazismo y nosotros”,
Herder, Madrid, 2009, pp. 141-154.
8
Aniyar de Casto, Lola., “Criminología de los Derechos Humanos –criminología axiológica como política
criminal-”, Ed. Del puerto, Bs. As., 2010. Aniyar de Castro, Lola.; Codino, Rodrigo., “Manual de
criminología sociopolítica”, Ediar, Bs. As., 2013.
9
Zaffaroni, E. Raúl., “El enemigo en el derecho penal”, Ediar, Bs. As., 2006. Zaffaroni, E. Raúl., “La
cuestión Criminal”, Ed. Planeta. 5ª edición, Bs. As., 2013. Zaffaroni, E. Raúl., “La Palabra de los
muertos”, Ediar, Bs. As, 2011. Zaffaroni, E. Raúl., “Crímenes de masa”, Madres, Bs. As., 2009. Zaffaroni,
E. Raúl., “Muertes anunciadas”, UNDAV, Avellaneda, 2016.
10
Nos posicionamos aquí en la necesidad de que la criminología sea preventiva de masacres, y desde esa
óptica abonamos a la criminología de (o para) los derechos humanos (Lola Aniyar de Castro: 2010) como
complementaria de la criminología cautelar (E. Raúl Zaffaroni: 2010).
11
Baratta, Alessandro., “Criminología liberale e ideología della difesa sociale”, en La Questione
criminale, 1975. Baratta, Alessandro., “Criminología crítica y crítica del derecho penal”, Siglo XXI, Bs.
As./Mexico, 1996.
12
Ferrajoli, Luigi., “Derecho y Razón”, Trotta, Madrid, 1999.
Desde la legitimación punitiva demonológica (inquisitorial), que encontró la
justificación de la persecución de Satán 13 para oprimir y controlar de modo
verticalizante14, en particular, a las mujeres y las culturas diversas, hasta la actualidad, se
observan cauces que -como hemos advertido- se trazan entre la soberanía, el poder y el
control de los cuerpos y la humanidad.
Las tensiones se manifiestan como pulsiones de poder estatal en detrimento de los
seres humanos, que a pesar de los límites impuestos al poder punitivo en los siglos XVII
y XVIII, continúa en la realidad afirmando el control sobre los cuerpos a través de los
Estados, aún en la era de la globalización.
Estas resistencias, desde una perspectiva dialéctica se manifiestan en el plano de la
teoría del Estado en los vaivenes que se producen entre el estado de derecho y el estado
de policía, que traducidos en el campo penal se reflejan en la más amplia o restringida
admisión del trato punitivo a seres humanos privados de la condición de personas.
El trato diferenciado provoca así una contradicción que desde los derechos
humanos expresan la prohibición absoluta de la admisión de jerarquización humana, aún
en una situación bélica clara y la realidad que muestra que este trato diferencial se sigue
produciendo, tal el caso de las políticas sobre migrantes.
En las últimas décadas se ha producido una transformación regresiva bastante
notoria en el campo de la llamada política criminal o, más precisamente, política penal,
pues del debate entre políticas abolicionistas y reduccionistas se pasó, casi sin solución
de continuidad, a debatir la expansión del poder punitivo, con lo cual el tema del enemigo
de la sociedad pasó a primer plano de discusión.
Quizá hasta cierto punto los teóricos cayeron en la negación del fenómeno de
represivización de las legislaciones penales sancionadas con motivo o pretexto de
emergencias 15, hasta que la realidad legislativa alcanzó un punto que impedía todo
mecanismo de huída; pero cierto es que la invocación de emergencias justificantes de
estados de excepción no es reciente. Tan sólo tomar la etapa posterior a la segunda Guerra
Mundial; hace más de cuatro décadas que se vienen sancionando en Europa y Estados
Unidos estas leyes, que se ordinarizan –convirtiéndose en la excepción perpetua- y que
fueron superadas largamente por la legislación de “seguridad” latinoamericana.

13
Zaffaroni, E. Raúl., op. cit., 2006.
14
y colonizante.
15
Sobre el concepto de emergencia, por todos, Moccia, Sergio., “La perenne emergenza”, Edizioni
Scientifiche Italiane, Napoli, 2000.
Se ha señalado que las características de este avance contra el tradicional derecho
penal liberal o de garantías consistirían en la anticipación de las barreras de punición
(alcanzando a los actos preparatorios), la desproporción en las consecuencias jurídicas
(penas como medidas de contención sin proporción con la lesión realmente inferida), el
marcado debilitamiento de las garantías procesales y la identificación de los destinatarios
mediante un fuerte giro al derecho penal de autor 16.
La evocación, en general de la criminología o sociología del castigo, en este
aspecto, ha presentado fuertes momentos legitimantes del poder punitivo atravesado
desde la primer justificación inquisitorial colonizante y verticalizante, a la criminología
positivista-peligrosista del siglo XIX17, momento centrado en el poder planetario del
neocolonialismo, llegando al actual momento de poder mundial tardo-colonialista
(globalizado) basado en el sistema de mercado económico-financiero con una
legitimación justificadora del poder punitivo que no dista -en esencia- de los primeros
modelos hegemonizantes pero atravesados por la criminología mediática que refuerza y
sostiene los estereotipos racistas de antaño y actuales.
Existe un vaivén de políticas criminales. Éstas derivan no sólo del refinamiento del
pensamiento político, sino también de presiones sociales regresivas, como la nueva
criminalización de inmigrantes, que han sido convertidos en un nuevo chivo expiatorio
dentro de una precaria e interesada globalización.
Zaffaroni advierte que el poder se planetarizó y amenaza con una dictadura global;
el potencial tecnológico de control informático puede acabar con toda intimidad; el uso
de ese potencial controlador no está limitado ni existe forma de limitarlo a investigar sólo
hechos determinados; las condiciones del planeta se deterioran rápidamente y la vida
misma se halla amenazada. Se opera un enorme proceso de concentración de capital que
procura mayor renta sin detenerse ante ningún obstáculo no ya ético, sino incluso físico;
los Estados nacionales son débiles e incapaces de proveer reformas estructurales; la
comunicación masiva, de formidable poder técnico, está lanzada a una propaganda
völkisch y vindicativa sin precedentes; la capacidad técnica de destrucción puede arrasar
la vida; se desatan guerras unilateralmente con fines claramente económicos; y, para

16
Zaffaroni, E. Raúl, op. cit., 2006.
17
Sobre el desarrollo de la imagen del otro y la construcción del enemigo social del siglo XIX, véase:
Miranda-Vallejo observa durante el siglo XIX en Argentina una construcción de un racismo cultural que
atraviesa distintos ejes o capas, entre las que se cuentan la literaria, la política, la pseudo-científica a través
del llamado darwinismo social, y más específicamente en cuanto a consecuencias del trato punitivo la
eugenésica.
colmo, el poder planetario fabrica enemigos y emergencias –con los consiguientes
estados de excepción- en serie y a alta velocidad 18.
Lola Aniyar de Castro ya enseñaba que el crecimiento del racismo en Europa y en
Estados Unidos, en gran parte debido a las incontenibles migraciones producto de la
mencionada globalización, se manifiestan claramente tanto en el tipo de la investigación
que se hace en las criminologías de esas regiones, como en la fenomenología, del control
formal. Hasta se ha acuñado un término propio para el fenómeno de la inmigración
criminalizada: “Crimmigration”19.
El concepto de “enemigo” es más grave en el terreno criminológico, ya en muchas
legislaciones tanto americanas como europeas se expresan esas distinciones que acarrean
la dominación corporal del “otro”. Los Patriot Acts posteriores a la destrucción de las
Torres Gemelas son un ejemplo, pero tanto en España como en Francia, Italia e Inglaterra
se han ido cerrado las tenazas sobre el extranjero como nuevo enemigo, y el concepto de
“frontera” de origen típicamente militar, ha comenzado a tener nuevos sentidos en nuestra
política criminal.
Fernando Tenorio Tagle recuerda que “nosotros y los otros” representa la inicial
dicotomía de lo que hoy entendemos como exclusión social 20 y que, como lo acredita
Roberto Esposito, se explicita en lengua castellana en la primera persona del plural: “nos
– otros”21. Una dicotomía que ha traído consecuencias desastrosas para amplios márgenes
de la población mundial dada la violencia que ha venido acompañando a la asunción de
superioridad de unos frente a los otros, lo que en cualquier caso ha hecho eco a las
categorías de la antigua Grecia de diferenciar entre Zoe la vida en general o nuda vida y
Bios, esto es, la vida de calidad de aquel calificado como humano. Se piensa, a este
respecto, en la sacralidad de la vida de la tradición latina, ritualidad que implicaba
declarar a alguien como portador sólo de su nuda vida y, en consecuencia, cualquiera
podría darle muerte sin que hubiera represalias jurídicas; esto es, una vida sin valor
alguno. A este respecto, [sigo considerando que] la interpretación más completa del inicio
de la entramada de la exclusión la desarrolla Octavio Paz al sintetizar: “Cada cultura se
ha asentado en un nombre, verdadera piedra de fundación y con el nombre no sólo se

18
Zaffaroni, E. Raúl, op. cit., 2006.
19
Quien advierte además sobre las trampas que imbrica el término “ilegal” para designar al migrante, lo
que lo estereotipa y estigmatiza conceptual y socialmente.
20
Tenorio Tagle, Fernando, “Urbi et orbi”, publicado en CIJUREP. Revista de Garantismo y Derechos
Humanos, Año 3, Núm. 5, enero-junio de 2019, publicación electrónica, Universidad Autónoma de
Tlaxcala, ISSN 2448–833x.
21
Esposito, Roberto, ob. cit., 2012, pp. 48 y 158
afirma sino que se diferencia de las otras: Musulmanes-Infieles; Cristianos-Paganos;
Toltecas-Chichimecas; Nosotros y los Otros”22
El Sistema Penal del “otro” es el que pertenece a las subculturas de quienes forman
parte de grupos étnicos o nacionales diferentes a los de la cultura e instituciones
dominantes: algunos grupos de inmigrantes, africanos o de otros países, y los religiosos
que practican procedimientos no aceptados en occidente son un ejemplo de ello 23.
Esto puede extrapolarse sin mayores dificultades al control penal subterráneo 24
(lesiones, torturas, detenciones ilegales, sentencias condenatorias o más severas), donde
dicha expropiación se realiza sin necesidad de mayores teorizaciones, pues es
generalmente impune.
Este control penal, generalmente sostenido por un cierto desinterés, cuando no
entusiasta apoyo, por parte de la colectividad se alimenta de estereotipos y de elementos
emocionales transmitidos y aprendidos (intolerancia, rechazo de la diferencia, un
sentimiento de repulsión o simplemente incomprensión, la que generalmente es también
ignorancia y rusticidad)25.
Detrás de esas conductas, no puede dejar de observarse la negación de la víctima
en punto a la desvalorización de su condición de persona humana, que pone de manifiesto
las ya conocidas técnicas de neutralización que traducidas al plano del negacionismo
fueron desarrolladas por Cohen26. La no-persona no tiene entidad ética, es un excluido de
la comunidad y eso es lo que permite su sacrificio.
En el plano penal, las políticas justificadoras del poder se han presentado o fueron
definidas a través de las tesis de la defensa social, sea en sus vertientes positivas o

22
Paz, Octavio, “Los Hijos del limo (Del romanticismo a la vanguardia)”, Seix Barral, España, 1974, p.
39.
23
Las teorías de las subculturas ponen de resalto que no sólo existe, en efecto, un único sistema oficial de
valores, sino también una serie de subsistemas que se transmiten a los individuos por medio de mecanismos
de socialización y aprendizaje específicos a los ambientes y a los grupos sociales particulares dentro de los
cuales los individuos están insertos. Por otro lado, queda fuera del poder de decisión del individuo -y por
lo tanto también de su responsabilidad moral- el hecho de participar o no en una determinada subcultura y
en consecuencia de aprender un determinado sistema de valores o bien determinados modelos de
comportamientos desviado o de criminal por instancias que detentan el poder de definición. Las chances
de resultar etiquetado, con las graves consecuencias que ello conlleva, se encuentran desigualmente
distribuidas.
24
Concepto elaborado por Lola Aniyar de Castro en el que diferencia el sistema penal formal del sistema
penal oculto mediante el cual opera realmente el poder punitivo. En particular, este análisis resulta
sustancialmente oportuno para pensar e l desarrollo punitivo de las dictaduras del cono sur, pero permite
ampliar el horizonte de proyección al sistema de represivización real.
25
Esto es también aplicable a los crímenes de odio. Eso explicaría, a su vez, las racionalizaciones de muchas
de las llamadas “ejecuciones extrajudiciales” afirma Aniyar de Castro.
26
Cohen, Stanley, “Estados de negación”, Publicaciones UBA/British Council, Bs. As, 2005.
funcionalistas, lo que también se ha evidenciado en la fuerte avanzada punitivista
beligerante.
Los modelos legitimantes del poder punitivo han sostenido la “razón de Estado” en
detrimento de los derechos fundamentales, convirtiendo al derecho penal en una
“Schifoza Sciencia” en el sentido en que Francesco Carrara 27 advirtiera siempre en su
clásica obra.
No por nada Alessandro Baratta advertía sobre el retraso de la ciencia jurídica
respecto del pensamiento criminológico (deslegitimante/crítico), lo que lo llevaba a
sostener que “ya no puede ser recuperado a través de una crítica inmanente o autocrítica
situada en el interior de la ciencia jurídica” por lo que postulaba la refundación del saber
penal frente a los límites de su autocomprensión desnaturalizando definitivamente
postulados simplificadores del saber convencional 28.
Los últimos modelos que han abordado la cuestión, en particular luego de los
atentados conocidos como 11-S y 11-M, han sido aquellos que giraron en torno al derecho
penal del enemigo en la versión funcionalista alemana 29 o bien a las propuestas de derecho
penal de diferentes velocidades en las versiones de defensa social españolas 30 que, en
gran medida afirman que es posible establecer un derecho penal que opere de modo
tradicional, colmado de garantías para aquellos que pueden ser considerados como
ciudadanos y otro, u otros ajenos a la comunidad, para quienes el derecho penal pueda
brindar respuestas diferenciales, con menores derechos y garantías.
El mecanismo mediante el cual se define quién ingresa a cada sistema resulta
sumamente interesante si consideramos que el enemigo es aquel a quien se considera
extraño, una alteridad distante pero cercana y por tal motivo también temida.
En este punto cobra relevancia la proximidad terminológica de “extraño” y
“extranjero”. Recuérdese que ya muchos autores han advertido sobre el poder de las
palabras y el poder de definir 31. La construcción del saber-poder en el decir proyecta
también un control social informal sobre los seres a los que siendo no se les permite ser.

27
Ciencia penal legitiminante del poder. La crítica de Carrara observa que el saber penal debe funcionar
como un límite al poder estatal, un freno ante la justificación del monopolio de la fuerza.
28
Pavarini, Massimo., “Para una crítica de la ideología penal”, en “Revista Antrophos. Huellas del
conocimiento”, n° 204, Vol. “Alessandro Baratta. El pensamiento crítico y la cuestión criminal”, 2004.
29
Jakobs, Günther.; Melia, Cancio., “Derecho penal del enemigo”, Civitas, Madrid, 2003/4.
30
Silva Sánchez, Jesús María., “La expansión del derecho penal”, Civitas, Madrid, 2001.
31
Sobre el poder de las palabras, Christie, “Los límites del dolor”, Fondo de Cultura Económica,1984;
Foucault, ob. cit., 2003.
Según la Real Academia Española, el primero se define como: 1. adj. De nación,
familia o profesión distinta de la que se nombra o sobrentiende, en contraposición a
propio. U. t. c. s. ; 2. adj. Raro, singular; 3. adj. Dicho de una persona o de una cosa: Que
es ajena a la naturaleza o condición de otra de la cual forma parte. U. t. c. s. Pedro es un
extraño en su familia. ; 4. adj. Que no tiene parte en algo. Juan permaneció extraño A
aquellas maquinaciones. ; y el segundo 1. adj. Dicho de un país: Que no es el propio.
El inmigrante32, al ser definido como “otro”, despierta temores y odios; es
“distinto”, y por lo tanto, su exclusión de los servicios públicos, su sometimiento a
medidas administrativas que son, por su naturaleza, penas; la humillación en las
condiciones de acumulación humana en campos de concentración para la deportación,
son la cara de un nuevo binario amigo-enemigo, según la terminología Schmittiana33.
Así se observa la estrecha relación, entre extraño y extranjero, en punto a la
ajenidad, en tanto no propio, ya que este no pertenece al mismo círculo de valores sociales
y culturales. El extranjero, el otro, el enemigo, es en tal caso un ser que no pertenece, un
hostis, y así inmigrante y enemigo devienen sinónimos para la táctica punitiva.

4. Biopolítica, necropolítica y racismo. De la biopolítica racista a la necropolítica


criminal
Ahora bien; cabe preguntarse ¿Qué hace la política con estos “extraños”? ¿Cuáles
son las herramientas y técnicas sociales mediante las cuales una comunidad acepta la
existencia de seres humanos con menos derechos?
En primer lugar, para abordar estos interrogantes, es necesario recordar cuanto
enseñó Foucault sobre el vínculo entre el Estado y el racismo. Éste expuso de modo claro
la estrecha relación que guardan los Estados actuales con los Estados absolutistas como

32
Advierte Tenorio Tagle (op. cit., 2019) que: “Migración, palabra que evoca el relato bíblico `Creced,
multiplicaos, llenad la tierra y dominadla´, narra, a su vez, la práctica social más importante en el origen
del ser humano, precisamente para los efectos de su sobrevivencia, por ser los sapiens en ese origen
constitutivos de pueblos recolectores y cazadores, lo que ha hecho posible que, a pesar de la debilidad de
su equipo biológico, como lo caracteriza Umberto Galimberti (2002), éstos habiten el planeta y no sólo un
ecosistema. No obstante, las diversas migraciones que fueron asentándose propiciaron que diversos grupos
entraran en contacto entre sí. Todos ellos y en todos los hemisferios fueron construyendo su identidad y
cultura, afirmándose solo así mismos como seres humanos, calidad no digna, desde ese contacto, para
quienes empezaron a ser calificados como `los otros´”.
33
Schmitt, Carl., “El concepto de lo político”, ediciones Folios, México, 1985.
implementación y continuidad del poder soberano, en tanto éste sigue manteniendo la
potestad de decidir quién puede vivir y a quién debe dejar morir 34.
El autor destaca el carácter originario racista de la biopolítica, que se sustenta a
través de avances de la ciencia y la técnica para la homogenización social y el exterminio
en cabeza del poder: un Estado, un sistema político centrado en el biopoder puede ejercer
el poder de muerte o la función de la muerte, desde el momento que se introduce el
racismo (el cual presenta el derecho a matar). “El racismo se inserta como mecanismo
fundamental del poder en los Estados modernos (función homicida del Estado), un modo
de regenerar la raza y purificarla”.
Sin embargo, es Mbembe35 quien al incorporar el concepto de necropolítica explica
que: “la soberanía consiste en ejercer un control sobre la mortalidad y definir la vida como
el despliegue y la manifestación del poder… la soberanía que defin[e] como el derecho
de matar”. Matar para vivir, en forma semejante a como Sigmund Freud lo aseverase: “El
ser viviente protege su propia vida destruyendo la vida ajena (Einstein A. Y Freud S.
2001), precisamente el presupuesto de la ulterior lucha de clases” 36
Así, afirma que las formas contemporáneas de sumisión de la vida al poder de la
muerte (política de la muerte) reconfiguran profundamente las relaciones entre
resistencia, sacrificio y terror, y sostiene que la noción de biopoder de Foucault es
insuficiente para reflejar las formas contemporáneas de sumisión de la vida al poder de
la muerte (dejar morir no se equipararía a matar o sumir la vida por el poder de muerte).
El modo en que se decide respecto de quien vive y quien muere, estaría relacionado
precisamente con el racismo: “por principio de raza es necesario entender también una
forma espectral de división y de diferenciación humana susceptible de ser movilizada
para estigmatizar, excluir y segregar; prácticas con las que se busca aislar, eliminar,
inclusive destruir físicamente a un grupo humano”. Una de las claras dimensiones en la

34
Capacidad legitimada y legitimadora de decidir sobre la vida y la muerte de los hombres y las mujeres,
aglutinados ahora bajo el concepto de “población”, otorgado por la idea nacionalista de homogeneidad
cultural y existencial de estos.
35
Que en modo alguno designa algo previo o posterior a la biopolítica, sino una forma de hacer y pensar
que atraviesa el propio desarrollo de la modernidad, desde sus inicios, adhiriéndose de un modo paradójico
y tensional a formas de corte más biopolítico. La necropolítica que enuncia Mbembe remite a una lógica
de la excepcionalidad securitaria asumida por una soberanía (neo)liberal-(neo)colonial que instrumentaliza
la existencia humana posibilitando la destrucción de cuerpos y sujetos considerados superfluos, siendo este
carácter superfluo algo que, en gran medida, viene acompañado de un discurso que no deja de construir una
noción ficcionalizada o fantasmática del enemigo. Desde ahí, la necropolítica se refiere entonces a “ese tipo
de política en que la política se entiende como el trabajo de la muerte en la producción de un mundo en que
se acaba con el límite de la muerte”. Mbembe, Achille, op. cit., 2012, p.136.
36
Tenorio Tagle, Fernando, op. cit., 2019.
que se manifiesta esta política se refiere a la destrucción material de los cuerpos y
poblaciones humanas juzgados como descartables y superfluos37.
El racismo y sus concomitancias coloniales, por otra parte, dibujarán toda una
apropiación del espacio que desencadena una zoologización de la vida, ya apuntada por
Fanon, por medio de la cual se pierde la capacidad para gestionar el “hogar”, el cuerpo y
con ello la posibilidad de adquirir un status político en tanto que sujeto reconocido, la
vida del esclavo, del que está subsumido en una lógica racial-colonial deviene, en
consecuencia, “una forma de muerte-en-la-vida”38.
Se observa así que, a pesar de las diferencias entre unos y otros autores, todos ellos
encuentran una vinculación directa entre las formas de poder y la jerarquización de seres
humanos a través de una misma categoría conceptual, cual es el concepto de raza.
El racismo, sea entendido en cualquiera de los sentidos que le asignen estos autores,
parece ser el motor que justifica la muerte o el derecho de dejar morir (Foucault, en el
sentido en el que lo expresa cuando afirma que la génesis del Estado genocida es el
racismo; o bien en el de Mbembe quien directamente sostiene que esa diferenciación que
se produce por el proceso de selección de personas definirá quienes deben vivir y a
quienes matar, al igual que Fanon).
La forma espectral que inaugura y perpetúa el racismo estará presente de un modo
determinante en las conexiones desatadas entre “lo político y el poder de matar, entre el
poder y las mil maneras de matar o dejar (sobre)vivir”.
En este sentido, también, cabe recordar que se ha señalado que: “En todo caso, esa
vida que, en la formulación foucaultiana del biopoder, emerge como legitimación y objeto
de la modernidad política -en su doble articulación entre el individuo y la población-,
emerge también como instanciación de lo monstruoso, lo animalizado, lo impersonal, lo
inhumano; como fuerza que atraviesa las construcciones normativas del individuo y de
lo humano, y que las amenaza con su pura potencia de devenir y de alteración -como dirá
Deleuze, su «pura virtualidad»”39.
Pero la hipótesis que se insinúa, sería incompleta si no incorporamos al análisis
aquél concepto tan bien desarrollado por Agamben 40, cual es el de la nuda vida, pues con

37
Mbembe, Achille, op. cit., 2012.
38
Fanon, Frantz, op. cit., 2011, p. 33.
39
Gilles Deleuze., Michel Foucault., Antonio Negri., Slavoj Zizek., Giordio Agamben., “Ensayos sobre
biopolítica Excesos de vida”, Paidós Buenos Aires, 2007.
40
Además, anticipándose a Esposito, Agamben le reprocha a Foucault no haber advertido la relación entre
el modelo jurídico de ejercicio de poder y la biopolítica. De allí que concibiera su propia investigación
como un recurso para alumbrar ese ‘punto ciego’ en el campo visual del pensador francés. Pero, G.
él queda claro que la figura del sujeto superfluo, aquel cuya fuerza de trabajo ya no es
más necesaria al modo de reproducción del capital en la fase actual se convierte en
portador de una vida matable, descartable, se transforma en una vida sin valor de vida,
una vida indigna de ser vivida. Está fuera, es expulsable del circuito.
La nuda vida desprovista de cualquier valor de cambio, “señala el punto en que la
biopolítica se convierte necesariamente en tanato-política”41
La acción política de muerte, necropolítica o tanatopolítica, según se prefiera, se
imbrica como la forma política adecuada al capitalismo en crisis estructural, en el sentido
de que atiende a sus objetivos. En la medida en que la "cuestión social" ya no es más
soluble dentro de las instituciones sociales capitalistas, su consiguiente militarización y
barbarización aparece como modelo de gestión posible.
Si aceptamos lo anterior, no llamaría la atención que los países que se encuentran
atravesados por el tránsito migrante y por la continuada conculcación de una vida
mínimamente digna a través de prácticas que imbrican destrucción, sustracción y
expulsión sean aquellos que han desarrollado mayores necro-políticas criminales.
En este sentido, a modo de ejemplo, el caso mexicano evidencia una “geografía
necropolítica en donde la complicidad entre soberanía y crueldad expele precariedad,
represión, desapariciones y cadáveres (Villalobos Ruminott, 2016)”42.
Afirmada la relación entre soberanía, poder, racismo y jerarquización de seres
humanos, nos preguntamos entonces quiénes son, y como se llegan a permitir tales
consideraciones que en gran medida se traducen en muertes de expiación sacrificial.
Quiénes, de entre todos los receptores, aquellos que sufren en carne propia la
necropolítica. ¿cómo es posible afirmar la descartabilidad de seres humanos? ¿Quién es
el enemigo que no merece el trato de “ciudadano”?
Si consideramos lo anterior, podemos ver las vulnerabilidades que los migrantes
ostentan por el hecho -siempre legítimo- de circular mundialmente en busca de mejores
condiciones de vida que en sus países de orígenes, muchas veces de los que son expelidos

Agamben no se conformó con incorporar el modelo jurídico al tratamiento de la biopolítica desdibujando


las diferencias entre ambos dispositivos, sino que, vía una operación teórica consistente en, por una parte,
retomar los análisis aristotélicos que dan cuenta del carácter político del vivir humano y, por otra parte,
recurrir a una figura del derecho romano arcaico como la del ‘Homo Sacer’, hizo coincidir este interés del
poder por la vida con los orígenes mismos de la política occidental.
41
Agamben, Giorgio, op. cit., 1998.
42
Mendiola, Ignacio, “De la biopolítica a la necropolítica: la vida expuesta a la muerte” en Revista La
Ortiga nº 129 Marzo 2019 Revista de arte literatura pensamiento, disponible en
https://laortigacolectiva.net/wp-content/uploads/2020/04/129.pdf
por la violencia, la persecución ideológica, religiosa o política y también aún por
búsqueda de nuevos horizontes laborales 43.
La principal fuente actual de inseguridad existencial y de violencia difusa, tanto en
América como en Europa, proviene de una inseguridad de la que poco llaman la atención
los medios y sus empresarios morales (desempleo, desigualdad laboral, previsional;
deterioro de los servicios estatales; elevación de precios; dificultades de vivienda, salud,
educación).
Esa violencia difusa se expresa en actitudes xenófobas, clasistas, racistas, sexistas
y en todas las formas posibles de discriminación: contra inmigrantes (Europa), contra
grupos étnicos instalados desde antiguo (afroamericanos) o en crecimiento (latinos en EE.
UU.), de sectores excluidos dentro de la propia sociedad (América Latina), o contra etnias
minoritarias (África)44.
Es interesante el relato que solía hacer Nils Christie sobre el trato que merecían los
judíos en los campos de concentración noruegos antes y después de empezar a conocer
algunas palabras del idioma. Aparentemente los campistas noruegos brindaban mejor
trato a quienes podían aproximarse a su idioma o entender su cultura que a quienes no lo
hacían, los que por supuesto no merecían ninguna prerrogativa graciable por parte de los
concentradores.
Esto, en alguna medida, revela que parte de la tesis de Girard sobre los mitos y los
estereotipos45 persecutorios 46 en los que se libera -con muerte del chivo expiatorio

43
Unas 44.500 personas se vieron obligadas a abandonar sus casas cada día en 2017, una persona cada dos
segundos, lo que sitúa la cifra de desplazados forzosos en el mundo en 68,5 millones, una récord que supone
un aumento del 50% con respecto a hace diez años, cuando eran 42,7 millones, según denuncia ACNUR.
ACNUR señala que "las guerras, la violencia y la persecución han conducido a que el desplazamiento
forzado alcance por quinto año consecutivo un máximo histórico". La agencia de la ONU cita la guerra en
Siria, "la crisis en la República Democrática del Congo, la guerra en Sudán del Sur y la huida hacia
Bangladesh de cientos de miles de rohingya desde Myanmar" como principales puntos calientes.
44
Aniyar de Castro, Lola, op. cit., 2010.
45
¿Cómo identificar cuando nos encontramos frente a una persecución? Girard sostiene:
De la yuxtaposición de varios estereotipos en un solo e idéntico documento se deduce que hay persecución.
No hace falta que aparezcan todos los estereotipos. Bastan tres de ellos y con frecuencia sólo dos. Su
presencia nos lleva a afirmar que: a) las violencias son reales, b) la crisis es real, e) no se elige a las víctimas
en virtud de los crímenes que se les atribuyen sino de sus rasgos victimarios, de todo lo que sugiere su
afinidad culpable con la crisis, d) el sentido de la operación consiste en achacar a las víctimas la
responsabilidad de esta crisis y actuar sobre ella destruyéndolas o, por lo menos, expulsándolas de la
comunidad que «contaminan».
46
Asimismo, advierte: “los estereotipos de la persecución son indisociable y resulta un hecho notable que
la mayoría de las lenguas no los disocien. Así ocurre en el caso del latín y del griego, por ejemplo, y, por
tanto, del francés, lo que nos obliga a recurrir incesantemente, en el estudio de los estereotipos, a unos
términos emparentados: crisis, crimen, criterio, critica, que provienen todos de la misma raíz, del mismo
verbo griego, krino que no sólo significa juzgar, distinguir, diferenciar, sino también acusar y condenar a
una víctima. No hay que confiar demasiado en las etimologías y nunca razono a partir de ellas. Pero el
fenómeno es tan constante que, según creo, conviene observarlo. Sugiere una relación todavía disimulada
sacralizado- a la sociedad, tiene connotaciones y fuertes proyecciones en el plano de lo
real.
Nos dice que “no es bárbaro quien habla otra lengua, sino quien confunde las únicas
distinciones realmente significativas…En todas partes el vocabulario de los prejuicios
tribales, nacionales, etc., no expresa el odio hacia la diferencia sino hacia su privación.
No es el otro nomos lo que vemos en el otro sino la anomalía, no es la otra norma, sino la
anormalidad; se convierte al inválido en deforme y al extranjero en apátrida”. Es un
proceso generalizador y despersonalizador que a la vez justifica la posibilidad de
aniquilarlo para salvar a la sociedad.
Girard nos señala que “las categorías victimarias parecen predispuestas a los
crímenes indiferenciadores. Nunca se reprocha a las minorías religiosas, étnicas o
nacionales su diferencia propia, se les reprocha que no difieran como es debido, y, en
última instancia, que no difieran en nada. Los extranjeros son incapaces de respetar las
“auténticas diferencias”; carecen de modales o de gusto, según los casos; no captan lo
realmente diferencial”.
Es así como el rol del mito es fundamental para comprender la persecución tanto
como la categoría de lo sacrificial.
En los mitos aparece la gama completa de los signos victimarios (que serán los
criminalizados). No nos damos cuenta porque consideramos fundamentalmente la
pertenencia de las víctimas a una minoría étnica o religiosa conocida. Ese rasgo no puede
reaparecer sin más en la mitología. Pero tenemos su equivalencia en un tema que
desempeña un papel central en todas las partes del mundo, el del extranjero
colectivamente expulsado o asesinado.
La victima (siempre presentada como victimario) es un hombre que viene de fuera,
un extranjero significado. Se le invita a una situación que termina con su linchamiento.
¿Por qué? Ha hecho algo que no debía hacer; se ve su comportamiento como funesto; uno
de sus gestos es mal interpretado. También en este caso basta con suponer una víctima
real, un extranjero real, y todo se aclara. Si el extranjero se comporta de manera extraña
o insultante a ojos de sus anfitriones, es porque obedece a unas normas extranjeras. Más
allá de un cierto punto de etnocentrismo, el extranjero pasa a ser típicamente mitológico,
tanto para lo mejor como para lo peor. El menor malentendido puede acabar mal. La
víctima es un chivo expiatorio.

entre las persecuciones colectivas y lo cultural en su conjunto. Si esta relación existe, ningún lingüista,
ningún filósofo, ningún político la ha descubierto jamás”.
Chivo expiatorio denota simultáneamente la inocencia de las víctimas, la
polarización colectiva que se produce contra ellas y la finalidad colectiva de esta
polarización. Los perseguidores se encierran en la «lógica» de la representación
persecutoria y jamás pueden salir de ella.
Esta hipótesis, en efecto, resuelve según el mismo autor, el enigma fundamental de
cualquier mitología: el orden ausente o comprometido por el chivo expiatorio se
restablece o se establece por obra de aquel que fue el primero en turbarlo. Es concebible
que una víctima aparezca como responsable de las desdichas públicas, y esta misma
víctima devuelva el orden, lo simboliza e incluso lo encarna.
De ello se desprende que los procesos mediante los cuales socialmente se busca
expiar los males sociales recepta en la criminalización tanto como en la victimización
rasgos propios estereotipados que responden a mitos o prejuicios sociales altamente
internalizados, lo que refuerza aún más las etiquetas sociales, en especial las negativas,
que son reorganizadas rápidamente por el sistema penal en el mecanismo de selección.

5. La reproducción simbólica de la violencia racista a través de la comunicación


mediática
La reproducción y persecución estereotipada que construye el “ellos”, se nutre de
datos reales e imaginarios que son fomentados y estimulados a través de los medios de
comunicación47.
La exacerbación de una opinión pública sobreexcitada, la utilización del slogan
desprovisto de contenido pensante que se orienta a sensibilizar a través de imágenes y
músicas trágicas, hacen del discurso mediático comunicacional una de las herramientas
eficaces y poderosa del poder punitivo real. Por ello, constituyen en sí una criminología
en tanto discurso y acción sobre la cuestión penal, que en la actualidad confirma un
discurso legitimador al que cabe prestar particular atención.
La mass media produce o reproduce en muchos casos las miradas segmentadas que
atraviesan la realidad, configurando un sesgo parcial y prejuicioso que sostiene la
construcción de un ellos, que se torna conveniente cuando es configurada por los medios
masivos de comunicación monopolizados (en particular la televisión, en manos de

47
Bourdieu, Pierre., “Sobre la televisión”, Anagrama, Barcelona, 1997.
conglomerados que forman parte del mismo capital trasnacionalizado), y de los políticos
útiles, confiando en que la población general reaccionará a ello48.
Zaffaroni nos llama la atención sobre la necesidad de analizar de un modo más
preciso el rol que juegan los medios masivos de comunicación a fin de evitar futuras
masacres. La llamada criminología mediática 49 creará una realidad a través de la
información, subinformación y desinformación en convergencia con prejuicios y
creencias basados en una etiología criminal simplista pero asentada en una causalidad
mágica.
La realidad para esta criminología es la existencia de un mundo de personas
decentes frente a una masa de criminales identificada a través de estereotipos, que
configuran un “ellos” separado del resto de la sociedad. La particularidad que presenta es
que ese ellos no se compone sólo de delincuentes, sino del mundo más amplio de
estereotipados que son parecidos, pero que no han cometido ningún delito y que nunca lo
han de cometer. El mensaje de la criminología mediática actual es que el –entre otros- el
inmigrante viene por el trabajo de la sociedad decente, que acechará los hogares con su
cultura diversa y su idioma comprometerá los valores culturales más esenciales de la
occidentalidad.
Sin embargo, cabe preguntar ¿qué oculta el discurso de los medios masivos de
comunicación? Oculta las muertes masacradoras, omite así como hizo la criminología
que denominamos “tradicional” las muertes producidas por los propios Estados y sus
brazos ejecutores: los sistemas penales. Evita enunciar las muertes o las disfraza, las
oculta visibilizando como inseguridad tan sólo aquellos delitos individuales que producen
el efecto reproductor de las propias acciones genocidas.
Por ello, una de las características más salientes de la criminología mediática (o la
palabra de los medios) es que naturaliza las muertes —las normaliza por la prensa y la
televisión—, pues todos los efectos letales del sistema penal son para ella un producto
natural (inevitable) de la violencia propia del ellos. Y llegan al máximo encubrimiento en
los casos de ejecuciones sin proceso disfrazadas de muertes en enfrentamientos cuando
éstos son presentadas como episodios de la guerra contra el crimen, en los que se muestra

48
A mayor abundamiento: Sartori, Giovanni., “Homo videns: la sociedad teledirigida”, Barcelona, 1998.
Samar, Roberto., “El medio es violencia. Cultura, comunicación y construcción de la realidad.” Neuquén,
2007. También Zaffaroni, E. Raúl, “Democracia y tecnología comunicacional” en:
http://lateclaenerevista.com/2018/04/10/democracia-tecnologia-comunicacional-e-raul-zaffaroni/.
49
Zaffaroni, E. Raúl. op. cit., 2011.
el cadáver del fusilado como el de un soldado muerto en la guerra, como signo de eficacia
preventiva50.

6. A modo de síntesis:
Hasta aquí hemos afirmado algunas de las características esenciales que se reiteran
en la elaboración realizadora de la negación del ser “humano” para degradarlo a un “ser
sin ser”, una “nuda vida” que, sostenida sobre la base racista, se manifiestan de la
siguiente manera:
Se cimenta sobre prejuicios estereotipados muchas veces basados
en la selección mítica (Girard) o de contenido racista (Foucault/Mbembe/Fanon)
Se designa al ajeno como un “otro”: el otro es el diferente. Se la da
la característica de alter (alteridad)
Se le asigna, a través del mecanismo justificador persecutorio, un
carácter “delictual” que refuerza el ser rechazado socialmente
La definición del otro, el diferente, se identifica con la de
“enemigo”51
El concepto de enemigo político y la posible situación bélica
legitiman la negación de condición de persona,
Los medios masivos de comunicación exacerban a través del
discurso sensibilizador y de slogans la reproducción de estereotipos
La mass media utiliza el lenguaje bélico de la guerra para abordar
algunas “inseguridades” en detrimento de otras
La imagen del criminalizado como el enemigo se refuerza a través
de su visibilización como delincuente antes que como víctima estereotipada

50
Zaffaroni, E. Raúl, op. cit. 2009.
51
Lola Aniyar de Castro sostenía que los sujetos considerados enemigos, son “no personas”, “no
ciudadanos”: la desvalorización previa de la víctima es una constante en la literatura criminológica, algo
que ya habían tomado en cuenta algunos psicólogos y criminólogos clínicos al analizar los procesos
motivacionales de los delincuentes. Fue incluso tema predilecto de la literatura (recuérdese el ejemplo del
Raskolnikof de Dostoievski en Crimen y Castigo, y todas las explicaciones que construye para considerar
que su víctima merece morir).
Las víctimas, en ambos casos, se consideran sujetos fungibles, indeterminados, contingentes: cualquiera
que reúna las características que configuran al enemigo a destruir o al enemigo delincuente, pueden ser
víctimas: no hace falta una relación personal. Por lo tanto, tampoco lo que identifica la dinámica de la
violencia cometida puede considerarse provenir de un déficit social de quien los elimina o los excluye de
los derechos y garantías.
Se lo asemeja a un ser humano indeseable, descartable, innecesario
que ofende al cuerpo social
Se lo degrada a nuda vida ya sea mediante estigmatización social,
la segregación o el exterminio
La disposición de los cuerpos ya no aparece para la vida sino para
la muerte
La muerte civil se traduce en muerte real
Se desarrolla la política masacradora/genocida
Estas líneas, en definitiva, ponen de manifiesto una fuerte vinculación entre los
avances del estado de policía y el tratamiento de personas desprendidas de su calidad de
tal con una fuerte justificación racista que alienta o germina una masacre 52.

El poder punitivo es masacrador


La criminalización y segregación de los migrantes a través del sistema penal, en el
viejo y nuevo continente caracterizan la política criminal actual en la era de la
globalización.
Las dinámicas racistas y su consecuente rechazo y expulsión son, en definitiva, una
generadora en la era actual de masacres por goteo que cada vez más se presentan como
parte de la necro política criminal.
Estas relaciones son claras si se observa el modo en que han sido justificadas a
través de los discursos y del ejercicio del poder punitivo a lo largo de la historia.
El Estado racista garantiza la política de la muerte y engendra de esa manera un
Estado genocida que, no requiere ya de excepcionalidad, sino que se realiza a través de
los mecanismos disciplinadores y configuradores que funcionan dentro del sistema penal
formal, proyectándose hacia la masacre.
En la actualidad, la muerte real y el trato degradante a los inmigrantes se manifiesta
en los procesos de expulsión y exclusión de los migrantes, la normativización delictual
de la sola presencia considerada como ilegal, pero sobre todo y en especial con las
omisiones de prestar auxilio a refugiados, asilados o balseros, no asistir en situaciones
humanitarias en las que se arriba a las fronteras, separando a padres e hijos (extranjeros
o nativos), expulsar a los niños de inmigrantes ilegales nacidos en países que no aceptan
a sus padres por la condición de ilegal, etc.

52
Zaffaroni, E. Raúl, op. cit., 2013.
No asistir se convierte en hacer morir, ya no más la política y el poder se manifiesta
como el control de los cuerpos vivos, sino antes bien, en control sobre la vida y la muerte
de aquellos que, como en la inmigración –no toda sino la que por contenido racista suele
descartarse o considerarse “peligrosa”- se consideran seres humanos sin derechos. ..”se
consideran menos que seres humanos.”
Estos mecanismos no son más que hacer sufrir por acción u omisión, dejar morir o
simplemente matar. Nuevamente el inicio de nuestra presentación se hace presente: el
racismo y la necropolítica se vuelven a poner de manifiesto, lo que nos permite afirmar
que la situación actual de los migrantes se presenta, en el mundo globalizado/tardo-
colonialista como una masacre larvada o por goteo.
Recordemos que tal como se dijo, en la teoría política el tratamiento diferenciado
de seres humanos privados del carácter de personas (enemigos de la sociedad) es propio
del Estado absoluto, que por su esencia no admite grados, y, por ende, resulta
incompatible con la teoría política del estado de derecho. Con esto se introduce una
contradicción permanente entre la doctrina jurídico penal que admite y legitima el
concepto de enemigo y los principios constitucionales e internacionales del estado de
derecho, o sea, con la teoría política de este último.
La preocupación por las muertes del sistema penal y la necesidad de prevenirlas ha
sido presentada en el campo de la criminología por Zaffaroni en su propuesta de
criminología cautelar preventiva, al analizar el fenómeno de las masacres del poder
punitivo del que venimos hablando.
A qué se refiere cuando propugna una criminología cautelar (o preventiva de
masacres). La primera advertencia que este autor reitera es que la incorporación de la
masacre en la Criminología, tanto teórica como de campo, no puede dejar de asumir el
mencionado compromiso ideológico-político con los derechos humanos (en especial el
de la vida). Así, una criminología que incorpore a la masacre debe dejar de ser neutral
para pasar a afrontar un compromiso ideológico abierto frente a la plurifactorialidad
masacradora.
Por tal motivo, la tarea de los criminólogos latinoamericanos consistirá en
investigar cómo funciona la dinámica de esta criminología en nuestros marcos políticos
generales, y deducir algunas constantes, a su vez que solventará una respuesta contra-
punitiva sobre la base de la investigación del campo.
Para ello, es necesaria, como toda posición crítica que señale y evidencie la
demagogia de que se valen para profundizar los prejuicios discriminadores populares que
culminan en lo sacrificial. Si la criminología mediática sintetiza en sus estereotipos los
peores prejuicios discriminantes de cada sociedad, los manipula y acentúa para crear un
ellos de enemigos, es tarea del criminólogo crítico desbaratar aquél mecanismo, con un
carácter militante que incluya todos los ámbitos comunicacionales, para contrarrestar al
Homo videns con el homo sapiens, lo que -nuevamente- nos obliga a repensar todo el
sistema penal no sólo en el plano estrictamente jurídico y realizador de un derecho al
servicio de los hombres y mujeres y todes, no del Estado, sino también desde una
perspectiva de prevención, que nos haga advertir sobre las trampas del poder punitivo y
nos invite a militar activamente hacia una criminología de los derechos humanos.
DEFINICIÓN SIN NEGACIÓN.
Apuntes de criminología cautelar con base en el golpe de Estado en Bolivia
o breve manual para definir situaciones sin colaborar con una masacre.
Por Rodrigo F. Videla

Todo está escondido en la memoria


refugio de la vida y de la historia1.

1. Situación.
En nuestra hermana Bolivia hubo elecciones, se corrieron rumores de fraude,
grupos opositores –derrotados y hasta no candidatos- se manifestaron violentamente, las
fuerzas policiales se auto-acuartelaron, los manifestantes secuestraron oficialistas e
incendiaron sus casas, la Organización de Estados Americanos recomendó2 hacer nuevas
elecciones, el presidente constitucional Evo Morales Aymá convocó a nuevas elecciones,
pero las fuerzas militares le “recomendaron” que renunciara.
Ante ese panorama, quien aún cumplía mandato constitucional presentó su renuncia
-la cual sigue sin ser aceptada formalmente- y una senadora (Jeanine Añez), que estaba
cuarta en la línea sucesoria3, asumió la presidencia sin siquiera quorum legislativo.
Así, según estas propiedades empíricas de la situación boliviana, a los fines
pedagógicos del presente texto (pero sin querer favorecer a la asepsia política en términos
de “neutralidad”), podríamos iniciar afirmando que “aconteció el renunciamiento de Evo
Morales Ayma”.
Ante los hechos relatados se abren -como mínimo- tres grandes posibilidades de
interpretación de lo acontecido que permiten definir-afirmar que: a) fue un golpe de
Estado, b) no hubo golpe de Estado, Evo renunció por haber cometido fraude electoral o
c) hubo un golpe de Estado, pero Evo “se lo buscó” por haber querido cometer fraude.
Quien escribe el presente -texto- está seguro de que “A)” es la opción correcta: en
Bolivia hubo un golpe de Estado.

2. Planteo del problema.

1
Fragmento de la canción “La memoria” del cantautor argentino León Gieco.
2
Impulsado por su Secretario General Luis Almagro.
3
Era la Vicepresidenta segunda del Senado.
Esa seguridad nos permite e impulsa a preguntar explícitamente, para razonar de
otra manera, ¿por qué estamos tan seguros de afirmar que hubo un golpe de Estado?
Consideramos que siempre es necesario hacerse aquellas preguntas cuyas
respuestas habitualmente damos por sentadas. Nuestra conciencia política nos indica que
hubo un golpe, que debe ser repudiado, e intuitivamente nos oponemos a quien ponga en
duda dicha afirmación. Pareciera que solo un golpista o quien le hiciera el juego a la
derecha podría contradecirla.
Sin embargo, razonamos que no solo aquellas personas de dudosa conciencia
política plantearían dicha pregunta, sino que también un militante de y por los derechos
humanos (lo mismo que de una criminología cautelar 4) podría/debería de hacérsela
(aunque claro está que con diferentes intenciones que un encubridor o negador).
En esa dirección, ante la pregunta formulada, creemos que en lugar de
desesperarnos por entender por qué ocurre la negación del golpe de Estado eje de este
escrito por parte de ciertas personas, debemos dar este estado de cosas -la negación- por
sentado5 e invertir la perspectiva6.
El problema teórico no sería “¿Por qué niegan que hubo un golpe?”, sino “¿Por qué
razón no lo negamos nosotres?”. El problema empírico deja de ser descubrir más motivos
o evidencias de la negación y pasa a ser descubrir las condiciones bajo las cuales la
información es reconocida por nosotros como un golpe de Estado y nos permite actuar en
consecuencia. De esta forma, el problema político que se nos presentará será crear estas
condiciones.
Es desde allí que empezamos a desandar el proceso político-cognitivo que nos
impone definir tal situación como un golpe de Estado.

3. ¿Por qué razón no negamos que hubo un golpe de Estado? O ¿por qué definimos
lo acontecido como un golpe de Estado?
Al hablar de “definir tal situación” no podemos escaparnos de la propia intención
de que eso sea llamado golpe de Estado. ¿Por qué? Porque sabemos que los nombres son

4
Zaffaroni, Raúl, “La palabra de los muertos: Conferencias de criminología cautelar”, Ediar, CABA,
2011.
5
Reconociendo la negación como un hecho político existente, sin analizar si es producto de, quizás, el
bombardeo de los medios de comunicación, la manipulación de voluntades instrumentada mediante redes
sociales o la simple falta de conciencia histórico-nacional-regional, cualquiera sea el o los motivos, no es
objeto del presente apunte.
6
Siguiendo la lógica expuesta por Stanley Cohen en “Estados de negación: ensayo sobre atrocidades y
sufrimientos”, Departamento de Publicaciones. Facultad de Derecho. Universidad de Buenos Aires, Bs.
As., 2005, p. 267.
cascaras que esconden intereses y valores7, que con las palabras se puede designar o
encubrir8 y que poder es el poder de definir 9.
Las definiciones no sirven mera y simplemente al ejercicio del poder, son el mismo
ejercicio, someten. Un poder no dice yo soy poder sobre antes de haber afirmado yo soy
poder de10.
Por ello, el primer paso es asumir nuestra verdad como perspectiva interpretativa,
como una interpretación entre otras, y asumir nuestra definición de la situación como
voluntad de poder11.
En nuestro terreno no hay definiciones “correctas” o “verdades absolutas”, no hay
una sustancia o un concepto universal sobre el cual verificar si hubo o no un golpe de
Estado. No hay posibilidad extradiscursiva, fuera de toda interpretación, de establecer
cual es “la verdad”.
Y como no podemos “develar” la “verdad” fuera de una disputa social, lo que hay
son interpretaciones en pugna. La definición contraria a la nuestra no se presenta como
un “error”12, sino como una visión adversa, a la que no le oponemos un “conocimiento”
objetivo de la realidad, sino una interpretación. No combatimos la negación desde la
verdad, sino desde el enfrentamiento que surge y se reconoce en la lucha político-
discursiva13.
Así, lo que existen son definiciones más o menos útiles, según los propósitos que
se tengan; útiles para los efectos, las consecuencias, que se quieran lograr14.

7
Aniyar De Castro, Lola, “¿Qué ha sido, qué es, que será la `Criminología crítica´? Nominalismo: la peor
cara del positivismo” en Fayet, Junior; Flores, Thompson (organizadores), "Maracaibo 74", Ed. Elegantia
Juris, Porto Alegre, 2010, pp. 19-35.
8
Y bien enseña la profesora Silvia Rivera Cusicanqui que en el colonialismo hay una función muy peculiar
para las palabras ya que se convierten en “eufemismos que velan la realidad en lugar de designarla”, en
“Ch´ixinakax Utxiwa: Una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores”, Tinta Limón ed., Bs.
As., 2010, p .19.
9
Christie, Nils, “Definición del comportamiento violento” en “Los Rostros de la violencia. XXIII Curso
Internacional de Criminología. Vol. I”, Universidad del Zulia, Maracaibo, 1976, pp. 27-36.
10
En similar sentido, al referirse al “texto” mas no a las “definiciones”, Glucksmann, André, “Los maestros
pensadores”, Anagrama, Barcelona, 1978. p. 42
11
Por ese razonamiento, ver Belvedere, Carlos, “De sapos y cocodrilos: La lógica elusiva de la
discriminación social”, Editorial Biblos, Bs. As., 2002, p. 51.
12
Obvio que para nosotros sí será un error, pero siempre desde nuestra perspectiva. A su vez, siempre cabe
recordar que comprender no es perdonar. Por esta ultima afirmación, ver Sémelin, Jacques, “Purificar y
destruir. Usos políticos de las masacres y genocidios”, UNSAM Edita, San Martín, 2013, pp. 25 y sgtes.
13
En ese sentido, Michel Foucault señala que: “pues -la historia no deja de enseñárnoslo- el discurso no es
simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por
medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse” (“El orden del discurso (1970)”,
Tusquets editores, Argentina, 2004). Agradezco a Juan Martín Nogueira por las conversaciones sobre este
texto.
14
Christie, Nils, op. cit., 1976, pp. 34-36.
Se nos acusará de querer definir la renuncia de Evo como un golpe “por el lugar
político en el que estamos parados”. Solo podremos responder: pues claro, definir que
haya sido un golpe no solo tiene consecuencias políticas sino también un origen político;
tanto como definir que hay una mera “transición de poder”15, y lo sabemos.
Sabemos que todas las personas hablan desde y hacia un lugar; lo importante es
tener claro cuales son los lugares que se adoptan.
Así, lo primero que debemos hacer es explicitar desde -y hacia- donde hablamos,
explicitar nuestro posicionamiento político: la realización de los derechos humanos16, la
contención de pulsión vindicativa y la prevención de masacres 17 en -cuanto menos-
nuestra región, que no es otra cosa que proveer seguridad existencial a las personas de
carne y hueso.
Nuestra principal fuente de inseguridad existencial proviene del desbaratamiento
de los Estados de bienestar (desempleo, inseguridad laboral, previsional, deterioro de los
servicios estatales, carestía, dificultades de vivienda, salud, educación). Desbaratamiento
que advertimos se avecina en Bolivia18.
Ese es nuestro punto de partida y nuestro horizonte. Reconocemos que tenemos
razones estratégicas para definir el golpe de Estado en Bolivia como un golpe de Estado
en Bolivia ya que ello nos permite en mayor medida la efectiva realización de los derechos
humanos.

4. ¿Por qué ponderar legitimantes del golpe -como puede ser “el fraude”- nos aleja
de proveer seguridad existencial? Corresponsabilidad.

Quien asume que “en Bolivia no hubo golpe de Estado y que Evo renunció por
haber cometido fraude electoral” o que “hubo un golpe de Estado, pero Evo se lo buscó
por haber querido cometer fraude”, insta al análisis de todo -lo que sí reconocerá como-
golpe de Estado como una interacción en la que la víctima -derrocada/o- hace algo que

15
Tal la postura asumida por el gobierno argentino de Mauricio Macri:
https://www.tiempoar.com.ar/nota/para-el-gobierno-de-macri-el-golpe-en-bolivia-es-un-periodo-de-
transicion-abierto-por-las-vias-institucionales
16
También asumiéndolo como contrapoder. Al respecto, ver Aniyar de Castro, Lola, “Criminología de los
Derechos Humanos”, y, también, Mbembe, Achille, “Crítica de la razón negra”, Futuro Anterior
Ediciones, CABA, 2016.
17
En ese sentido, ver de Zaffaroni, E. Raúl, “Crímenes de masa”, Ediciones Madres de Plaza de Mayo,
CABA, 2012 y “La palabra de los muertos: conferencias de criminología cautelar”, Ediar, CABA, 2011.
18
Al comenzar a escribir el presente ensayo recién habían pasado 15 días del golpe en Bolivia. Por desgracia
el tiempo nos dio la razón.
es percibido como “terrible” por quien agrede -golpista- y ello es lo que lo lleva a actuar.
En tal caso, dejará supeditada la condenación del hecho a si según sus propios parámetros
(político-morales) aquello que hace la victima es o no “terrible”.
En cuanto hace a la cuestión penal, ya se ha señalado las consecuencias
problemáticas que conlleva intentar encontrar en el comportamiento de la víctima una
categoría de análisis, así como las consecuencias del principio de autorresponsabilidad
que reposa sobre el pensamiento victimológico positivista según el cual hay
características intrínsecas al comportamiento de la víctima (antropológicas, biológicas,
sociales y podríamos agregar políticas) que la predisponen a convertirse en víctima, ya
que de ahí se podría establecer de modo general que el delito está también determinado
por la propia víctima: habría coactuación de ella en su determinación19.
Lo problemático de entender que la víctima está predispuesta para el delito hoy
cualquiera puede advertirlo sin ninguna dificultad gracias a los esfuerzos de las
militancias feministas: “Yo no digo que violar este bien, pero ¿qué hacía esa mujer
saliendo de noche, tomando alcohol y yendo a la casa de ese señor?”
Resulta evidente que hay algo raro en esa estructura y que no puede ser tolerado ya
que se está negando a la víctima. Lo que allí se dice es “ahí no hay ninguna víctima”.
Esto dicho a posteriori de un hecho sentará las bases culturales de las cuales obtendrá
información una persona que decida actuar ante una mujer en idéntica situación,
neutralizando(se) valores y culpas previo a cometer el delito.
En cuanto aquí nos interesa, la ponderación de la coactuación en el desenlace - que
también sirve al análisis de las causas de justificación y exculpación del derecho penal 20-
amplía de diferente manera la eximición de condenación de ciertos hechos sobre la base
de lo que la criminología conoce como técnicas de neutralización 21.

5. Técnicas de neutralización.
Estas fueron teorizadas por Sykes y Matza para mostrar que los delincuentes no son
seres distintos que pertenecen a una sub-cultura que les brinda otros valores, sino que
tienen los mismos valores de la cultura dominante pero que logran neutralizarlos para

19
Ver Bustos Ramírez, Juan; Larrauri, Elena, “Victimología: Presente y futuro”, Bogotá, Temis, 1993, pp.
12 y sgtes.
20
Lo que también trajo problemas en la práctica judicial, sirve como ejemplo el conocido caso
“Commonwealth v. Carr” en el que se analizó si puede ser una “provocación suficiente” -para atenuar un
homicidio- el ser lesbiana.
21
Gresham M. Sykes; David Matza, “Techniques of neutralization: a theory of delincuency” en American
sociology review, vol 22, issue 6, dec. 1957.
cometer el delito tras asumir estas técnicas. Es decir, son racionalizaciones que se hacen
los jóvenes (en quienes las identificaron estos autores) para neutralizar un valor que
compartían y la consecuente culpa que les daría lesionarlo.
Así, diríamos que son recursos discursivos simplistas que sirven para minimizar,
justificar o exculpar -de forma previa- la comisión de algún delito y hacen referencia a la
neutralización de la culpa o de los valores en juego a la hora de actuar: “sé que robar es
malo, pero si le robo a él se va a poder te comprar otro teléfono celular” (negación del
daño); sé que dispararle a alguien por la espalda es malo, pero le voy a disparar ya que
si no él va atacar a alguien (negación de la víctima). La lista se completa con: negación
de la propia responsabilidad, apelación a valores (o lealtades) superiores, y condenación
de los condenadores. Las mismas serán expuestas con el caso que aquí nos convoca.
Al observar las interpretaciones sobre lo ocurrido en Bolivia distintas a “hubo golpe
de Estado”, advertimos que –a grandes rasgos- se sostiene: “Yo sé que no permitir que
un gobierno termine su mandato constitucional y forzarlo a renunciar es malo, ¿pero viste
lo que hizo Evo? era necesario salvar la libertad, él –tampoco- respetó la constitución y
se postuló igual; encima Añez ya convocó a nuevas elecciones así que no hay problema”.
Al analizar estos dichos bajo el prisma de las técnicas de neutralización, allí se dice:
“Hacer un golpe de Estado es malo, pero Evo no es ningún santo (negación de la víctima),
no quedó otra opción que derrocarlo (negación de la responsabilidad del perpetrador) para
salvar la libertad y la democracia (apelación a valores superiores), además qué me van a
decir que se preocupan por la Constitución si tampoco la respetaron (condenación de
quien condena), además ya se llamó a elecciones (negación del daño causado).
Es aquí donde se nos prenden todas las alarmas, ya que la literatura preventiva de
masacres22 nos enseña -entre tanto- que las técnicas de neutralización han sido
instrumentos imprescindibles en los procesos masacradores.
Dicho al revés, no hay masacre –ya sea de forma súbita o por goteo 23- sin que se dé
la neutralización de valores o culpas mediante la utilización previa de alguna de estas
cinco técnicas enunciadas por parte de sus perpetradores, sus cómplices y sus
espectadores.

22
A las obras ya citadas de Stanley Cohen, Jacques Sémelin y Raúl Zaffaroni, podemos agregar Arendt,
Hannah, “Eichmann en Jerusalén”, Editorial Lumen, Barcelona, Cuarta edición, 2003; Calveiro, Pilar,
“Poder y desaparición”, Colihue, Bs. As.,2004; Levi, Primo, “Si esto es un hombre”, Ariel, CABA, 2015;
entre otros.
23
Ver al respecto Zaffaroni, E. Raúl, op. cit., 2013 y 2012.
Ejemplos de esto son “la teoría de los dos demonios”, “la guerra contra la
subversión para defender la patria” y, sin ir más allá de estos años, en Chile el presidente
Piñera autorizó a disparar a los manifestantes diciendo que “hay una guerra”, negando la
propia responsabilidad y la calidad de víctimas de los torturados. En aquel país los datos
acusaron 36 muertos, 230 ojos perdidos y mas de 400 personas con lesiones oculares en
contexto de manifestaciones gracias a la falta de contención de la violencia de las fuerzas
policiales y militares.

6. Definiciones sin neutralizaciones.


Es por lo expuesto que no nos preocupamos en descubrir cuáles son los motivos
que hacen a alguien decir que no hubo golpe y demostrar su error o falsedad, sino que
nos resulta más importante mostrar por qué nosotros no podemos comprometernos con
definiciones de situaciones que dependen de las herramientas de las que se han valido los
masacradores de nuestros pueblos para justificarse y exculparse de detener-desaparecer,
torturar, suprimir identidades, robar, violar y matar 24.
Asumir esta premisa diluye y hace inviable la posibilidad de sujetarse a técnicas de
neutralización para entender nuestras realidades pasadas, presentes y futuras.
Asimismo, si alguien está intentando hacerlo, es nuestro deber -no solo denunciarlo,
sino- luchar político-discursivamente para proponer alternativas de pensamiento y acción
que nos permitan reproducir las condiciones socio-culturales productoras de sentido 25 que
garanticen que el pueblo no se olvide del dolor que históricamente han causado la
negación de valores o las supresiones de culpas.
De esta forma evitaremos la preparación de masacres26, detendremos la posible
perdida de vidas producto del retroceso en los derechos conquistados27 y se posibilitará
la conquista de más y mejores.

24
También los feminismos negros nos han enseñado que no podemos valernos de las herramientas del amo
para destruir la casa del amo. Al respecto ver: Jabardo, Mercedes (comp.), “Feminismos negro. Una
antología”, Traficantes de Sueños ed., Madrid, 2012, p. 33.
25
Podríamos decir que más que las causas sociales objetivas, lo que cuenta para analizar el “renunciamiento
de Evo morales Ayma” es, primero, el sentido o los sentidos que socialmente se den a esa acción. Sigo en
esto a Max Weber, citado en Sémelin, Jacques, Ob. Cit., 2013, p. 27, y también a Roberto Carri en cuanto
explica su metodología de trabajo en “Isidro Velázquez, formas pre revolucionarias de la violencia (1968)”
en Obras Completas, Tomo I, Biblioteca Nacional, CABA, 2015, p. 281.
26
Desactivando masacres larvadas y, en especial, aquellas producidas por goteo por la vulneración al
derecho humano al desarrollo. Al respecto, ver: Zaffaroni, Raúl “Derecho penal humano y poder en el siglo
XXI (Conferencias de Guatemala)”, 2016 disponible en
http://www.pensamientopenal.com.ar/system/files/2016/10/doctrina44188.pdf#viewer.action=download
27
Ya que no se puede dejar de lado la ampliación de ciudadanía real que ha significado el gobierno de Evo
Morales, bajando la mitad de la pobreza de su país.
En suma, desde Nuestra América, desde nuestra posición y hacia nuestro horizonte,
aseguramos que hay que proponer definiciones de situaciones (y comportamientos 28) que,
de forma situada29, no precisen de recursos discursivos que previamente neutralicen
valores o culpas en su estructura enunciativa, a la par de que debe evitarse en su
formulación toda utilización de palabras que eufemísticamente escondan dolor 30.
Por otra parte, afirmamos que una definición de la situación que no se valga –o no
necesite- de una técnica de neutralización para realizarse, permite que esa misma
definición sea transmitida, aprendida y reproducida sin correr el riesgo 31 de estar
sembrando las semillas32 para la perpetración y el encubrimiento de una situación similar
en nuestro país u otro de la región.

7. Nuestra definición.
Nuestra estrategia es entender, definir y contar el renunciamiento de Evo Morales
como un golpe de Estado porque ello no precisa de técnicas neutralizadoras y permite
retener la información sobre lo acontecido en un área de la conciencia -de nuestra
memoria como enseña la canción de León Gieco- que no es fácilmente bloqueable, lo que
impide que nos desconectemos 33 del sufrimiento ajeno y nos impulse a su evitación.
Proponer una definición de la situación que redunde en inmortalizar que el pueblo
no necesita de criterios técnicos ni de “peros” para definir si ha recibido o no un puñetazo,
implica hacernos cargo de nuestros dolores, desde el margen del mundo desde el que
hablamos, y nos permite reeducar la memoria para recordarle a quienes habitan nuestro
suelo que cuando se interrumpe el orden constitucional se está ante una lesión a la
soberanía de los pueblos, que -como siempre- está vinculada a un modelo económico
especifico y que quienes pierden -derechos- son siempre las mismas personas.

28
Tal supo señalar Nils Christie en op. cit., 1976.
29
Con una epistemología propia.
30
Christie, Nils, “Los límites del dolor”, Fondo de Cultura Económica, México, 1984, 1ra reimp.
31
Si bien -al no creer en absolutos, reconocemos que- siempre existe el riesgo de equivocarnos y por lo
tanto de que se pueda obtener un resultado contrario al perseguido, creemos que aunque pueda tener
defectos el sistema de definición que aquí se propone es un mejor sistema que aquel que la historia nos
enseña que utilizaron los masacradores. En este punto, compartimos las reflexiones de Noam Chomsky en
el debate que entabló con Michel Foucault en punto a que quién lucha -como en este texto contra el golpe
de Estado- lo hace desde la sincera creencia de que su lucha es justa. Chomsky, Noam; Foucault, Michel,
“La naturaleza humana: justicia versus poder. Un debate”, Katz Editores, Bs. As., 2006, p. 71 y sgtes.
32
Ver Zaffaroni, E. Raúl “Masacres: Larvas y semillas. Lineamientos para un planteo criminológico”,
publicado en el Dossier de genocidio y lesa humanidad 1 [2010], elaborado por el Instituto de
investigaciones de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Argentina. Disponible en :
https://www.csjn.gov.ar/dbre/investigaciones/2010_1.pdf
33
Al respecto, ver Cohen, Stanley, op. cit, 2005, p. 267. Asimismo, sobre la banalidad del mal ver Arendt,
Hannah, op. cit., 2003.
Consideramos que cuantas menos excusas coloquemos entre los hechos y su
definición como golpe de Estado, mejores instrucciones 34 y herramientas se estarán
poniendo a disposición de los pueblos para entender qué fue lo que pasó, como se lesionó
su soberanía y como prevenirlo, evitarlo o revertirlo.
Además, creemos que si las personas de nuestra región toman conciencia de la
inseguridad existencial a la que nos arrastran los discursos de odio35 y las sociedades de
30% incluidos y 70% excluidos, la angustia activará, como a mediados del siglo pasado,
el reconocimiento de nuevos derechos humanos, menos antropocéntricos, que abarquen
los derechos de la naturaleza y busquen más el respeto a las personas reales que a aquellas
de mera existencia ideal36.
La historia nos enseña que justificar la interrupción del orden constitucional 37
siempre nos alejó de lo que consideramos nuestro horizonte, de salvar vidas, de contener
la pulsión genocida del Estado 38, en definitiva, tal se dijo, de proveer seguridad existencial
a las personas de carne y hueso.

8. Problema político.
Por último, si bien la labor hasta aquí desarrollada constituye un abordaje teórico
del problema, sabemos que la inactividad también es una forma de acción, por lo que
consideramos que nuestra tarea también debe ser práctica y militante39. Si bien inmersos
en una ciencia empírica tenemos el objetivo de describir los fenómenos particulares en el
mundo de nuestra experiencia y establecer principios generales por medio de los cuales
ellos pueden ser explicados y predichos 40, el teórico latinoamericano, tal como el
sociólogo negro según Robert Staples, debe ser a la vez teórico y activista: no solo debe
desarrollar teorías sino también armar las barricadas41.

34
Pensando las definiciones como manuales de instrucciones: Ver Hempel, Carl, “Fundamentos de la
formación de conceptos en ciencia empírica”, Alianza editorial, Madrid, 1988.
35
Ya que no puede dejar de mencionarse el carácter racista del golpe, algo que es fácilmente observable en
el hecho de que la policía acuartelada recortó y quemó la Wiphala de sus uniformes.
36
En similar sentido, Zaffaroni, E. Raúl; Días Dos Santos, Ílison, “La nueva crítica criminológica:
criminología en tiempos de totalitarismo financiero”, Ediar, CABA, 2019. p. 184.
37
Cabe aclarar que lo que se busca no es hacer una defensa romántica del orden constitucional, sino que la
defendemos en tanto es la forma que tenemos para garantizar los derechos humanos.
Sabemos que siempre que hubo golpes de Estado en nuestra región estuvieron vinculados a modelos
económicos específicos que nos recortaron derechos.
38
Ver Foucault, Michel, “Defender la sociedad. Curso en el Collage de France (1975-1976)”, Bs. As.,
Fondo de Cultura Económica, 2001.
39
Zaffaroni, E. Raúl, op. cit., 2011, p. 496
40
Hempel, Carl, op. cit., 1988, p. 9.
41
Staples, Robert, “El racismo blanco, del delito negro y la justicia norteamericana: una aplicación del
modelo colonial para explicar el delito y la raza”, Capítulo Criminológico, nº 3, 1975, p. 99, Citado en
Debemos empeñarnos en hacer llegar a la mayor cantidad posible de memorias no
solo la definición de lo acontecido como un golpe de Estado, sino también las razones
teóricas, políticas e históricas por las cuales nos vemos impedidos de definirlo de otra
manera (con peros y neutralizaciones). Son dos los principales motivos de esta empresa:
En primer lugar, combatir la aparente e insólita capacidad del tiempo de convertir
un crimen en un título legitimante42. No hay que bajar el cuadro de Jeanine Áñez 43, lo que
hoy hay que hacer es impedir que lo cuelguen. Como personas en las que se materializa
el balance de lo ganado en las luchas derivadas de la polarización entre soberanía y
colonialismo44, debemos dotarnos de todas las herramientas necesarias que nos permitan
reaccionar inmediatamente contra la pérdida de soberanía y la quita de derechos.
Por otro lado, lograr que quienes se empecinen en negar el golpe (justificarlo o
entenderlo con “peros”) sean consientes de lo peligroso de su definición y tengan –
esperamos- algún reparo en utilizarla; obtendremos como mínimo que aquellos no sean
ingenuos facilitadores, encubridores y negadores de quebrantamientos constitucionales y
retrocesos en derechos conquistados y explícitamente sepan con qué está históricamente
comprometida su perspectiva.
Parafraseando al poeta y militante antirracista James Baldwin45, si sabemos,
entonces, que en un país vecino aconteció un golpe de Estado, es nuestro deber luchar por
su vida como si fuese la nuestra propia -como lo es- y hacer con nuestros cuerpos una
barrera insalvable en el corredor que conduce a la cámara de gas. Pues, si llegan por el
otro, por su patria, en la mañana, vendrán por nosotros, y la nuestra, en la noche.

Alagia, Alejandro; Codino, Rodrigo, “La descolonización de la criminología en América”, Ediar, CABA,
2019, p. 117 y disponible online en:
https://produccioncientificaluz.org/index.php/capitulo/article/view/19191/19180
42
Ver el prólogo de Raúl Zaffaroni en Sémelin, Jacques, op. Cit., 2013, p. 22.
43
Tal supo hacer el por entonces presidente argentino Néstor Kirchner con “los cuadros” de los últimos
presidentes de facto argentinos. Ver: http://www.telam.com.ar/notas/201305/17971-el-24-de-marzo-de-
2004-el-dia-que-kirchner-hizo-bajar-el-cuadro-del-colegio-militar.html
44
Zaffaroni, E. Raúl, et. al, op. cit., 2019, pp. 180 y sgtes.
45
Baldwin, James, “Carta abierta a mi hermana, Angela Davis”, en Davis, Anglea Y., y otros perseguidos
políticos, “Si llegan por ti en la mañana… vendrán por nosotros en la noche”, ed. Siglo XXI, Capital
Federal -Argentina-, 1972.
II. REFLEXIONES EN PUNTO A LA PROBLEMÁTICA DE LAS PENAS
ILÍCITAS.

PENAS ILÍCITAS Y POETAS DEL INFIERNO: DESCOLONIZACIÓN DEL


DERECHO PENAL.
Por Rodrigo F. Videla

1. Planteo epistemológico
Quisiera iniciar este texto mostrándoles dos imágenes, una seguramente conocida
por muchos y muchas, la de la escultura “El Pensador” de Rodin (fig. 1), y otra quizás
conocida por pocos y pocas, que es la del dibujo del “Astrónomo Poeta” 1 del cronista
andino y teórico de la condición colonial 2 Guamán Poma de Ayala (fig. 2) 3.

Fig. 1 Fig. 2

1
La figura del astrónomo es pensada como la de un “filósofo indígena”, en ese sentido: Kusch, Rodolfo,
“El pensamiento indígena y popular en américa y la negación del pensamiento popular (1970)”, Fundación
Ross, Rosario, 2012, p. 35.
2
Sobre dicha afirmación: Rivera Cusicanqui, Silvia, “Chíxinakax Utxiwa: una reflexión sobre prácticas y
discursos descolonizadores”, Tinta Limón ediciones, Buenos Aires, 2010 y “Sociología de la imagen.
Miradas ch´ixi desde la historia andina”, Tinta Limón Ediciones, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2015.
3
Del texto original del año 1615 hallado recién en 1908, publicado en Guamán Poma de Ayala, “Nueva
Crónica y Buen Gobierno”, primera reimp, Fondo de Cultura Económica, Lima, 1993, tomo II, p. 726.
¿Por qué comenzar un texto sobre derecho penal y criminología con estas dos
imágenes? Porque consideramos que pensar las penas ilícitas debe inscribirse dentro de
un proyecto más general, de corte epistemológico, que tiene por objeto replantear la forma
en que se producen, validan y relacionan entre sí los conocimientos 4 en nuestro margen5:
el de la descolonización.
Podemos entender este programa, sucintamente, como aquel que intenta reconocer
al colonialismo como una estructura, un ethos y una cultura que se reproducen día a día
en sus opresiones y silenciamientos mediante un sistema de dominación que no solo
expropia y privatiza energías laborales, recursos y bosques, sino que también usurpa y
destruye pensamientos, ideas y palabras6.
Uno de sus planteos, a nivel general, es que el pensamiento no surge, como
generalmente se afirma en las ciencias sociales, de un hombre individual pensando solo,
sino que son prácticas políticas colectivas, y que la experiencia genera conocimiento7.
Brevemente, volviendo a las imágenes, la primera representa el pensar occidental,
donde parece que el conocimiento nace del producto de la reflexión, estática y en solitario
de un hombre –no casualmente hombre, blanco, occidental y que responde a ciertos
parámetros de belleza–, lo que postula y reproduce el imaginario de que el conocimiento
es algo abstracto separado de un tiempo y un espacio.
Por otra parte, la segunda imagen hace referencia a un astrónomo-filósofo poeta
con los pies en la tierra. En el dibujo Guamán Poma escribió “ASTRÓLOGO, POETA
que sabe del ruedo del sol y de la luna y eclipse y de estrellas y cometas, hora, domingo
y mes y año y de los cuatro vientos del mundo para sembrar la comida desde antiguo”.
El resaltado es mío porque considero importante que nos detengamos en el “para”
que devela el para qué del conocimiento, el poeta no solo sabe, sino que sabe para algo.

4
Para un acercamiento a la epistemología como “ciencia de la ciencia” y su crítica: Lecourt, Dominique,
“Para una crítica de la epistemología”, Siglo XXI ed., México DF.,1973; También críticamente: De Sousa
Santos, Boaventura, “Una epistemología del sur: la reinvención del conocimiento y la emancipación
social”, Siglo XXI ed. – CLACSO, México, 2009.
5
Al referirnos a nuestro margen lo hacemos en términos geográficos y, sobre todo, ideológicos. Al respecto
seguimos a Zaffaroni, E. Raúl, “Criminología. Aproximación desde un margen”, Editorial Temis, Bogotá,
1988.
6
En esto seguimos a Rivera Cusicanqui, Silvia, “Un mundo ch´ixi es posible. Ensayos desde un presente
en crisis”, Tinta Limón ediciones, Buenos Aires, 2018, pp. 25-26.
7
En esa dirección, por muchos, muchas, seguimos a Ochy Curiel. Puede consultarse: Cejas, Mónica,
"Desde la experiencia. Entrevista a Ochy Curiel”, Andamios vol. 8 no. 17 México sep./dic. 2011. También
disponible en: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-00632011000300009.
Nos muestra la materialidad de los conocimientos, y postula una forma de saber en la cual
no existe una separación entre el conocimiento y su aplicación 8.
No casualmente ni en aymara ni en quechua –lenguas en las que, mezclado al
castellano, escribe el cronista andino– existen términos que equivalgan a inteligencia
como concepto abstracto, pero abundan acepciones relacionadas con “decisiones
inteligentes”9, porque necesariamente algo es inteligente o no según su acontecer positivo
o negativo. El pensar indígena, que es el local y el pre-existente en esta región, no piensa
en abstracto sino en aconteceres. Piensa desde y para la realidad que nos rodea. Lo que
se conoce es para ser aplicado y ese es su criterio de validación.
¿Y por qué traigo esto? Porque como sabemos que la razón que crítica no puede ser
la misma que piensa, construye y legitima lo que es criticable10, pensar las penas ilícitas,
incluirlas en nuestro horizonte de conocimiento, como penalistas críticos/as 11, requiere
de cierta ruptura epistemológica en el campo del derecho penal ya que se necesita
reconocer -hacerse cargo de algo tan obvio como- que el Estado ejerce violencia y aplica
dolor fuera de los límites habilitados. Claro, asumirlo desgarra ciertos principios,
paradigmas o tendencias aprendidas y reproducidas tradicionalmente por los y las
penalistas.
En particular, en el derecho penal, si bien no ha sido planteado en términos de
“descolonización”, considero que tal fue el carácter de la tarea emprendida por Raúl
Zaffaroni en “En busca de las penas perdidas” 12 y que fuera continuada en “Derecho Penal
Parte General”13 en coautoría con Alejandro Alagia y Alejandro Slokar.
Así, antes de señalar las rupturas con las tendencias tradicionales, es preciso que
tengamos en claro a qué hacemos referencia cuando hablamos de violencia por fuera de
los límites permitidos.

8
Y esto es importante que lo tengamos presente porque cada vez que separamos el pensar del trabajo
manual o de lo que efectivamente opera en la realidad, estamos reproduciendo una matriz que llegó a
América con los conquistadores y se nos impuso con su maquinaria colonial.
9
Kusch, Rodolfo, ob. cit., 2012, p. 63.
10
De Sousa Santos, Boaventura, “Crítica de la razón indolente. Contra el desperdicio de la experiencia:
para un nuevo sentido común”, Editorial Desclée de Brouwer SA, Bilbao, 2003, p. 30. También en
“Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social: encuentros en Buenos Aires”, CLACSO,
Bs. As., 2006.
11
Para entender a qué se hace referencia con ello, ver Zaffaroni, E. Raúl, ob. cit., 1989.; Baratta, Alessandro,
“Criminología crítica y crítica del derecho penal”, 1ed. 1reimp., Siglo XXI ed., Buenos Aires, 2004.
12
Ya que se propone una revisión de la construcción teórica del derecho penal, relegitimándolo como saber
acotante del ejercicio del poder punitivo. Zaffaroni, Raúl, “En busca de las penas perdidas.
Deslegitimación y dogmática jurídico-penal”, Ediar, CABA, 1989
13
Zaffaroni, E. Raúl; Alagia, Alejandro; Slokar, Alejandro, “Derecho Penal: Parte general”, 2da. ed.,
Ediar, CABA, 2002.
2. Violencia institucional como pena ilícita
Para entender de qué hablamos cuando hablamos de violencia institucional, primero
tenemos que hacernos cargo de que algo es violento en tanto ello es definido 14 como tal.
Aceptado ello, luego tenemos que pensar que hay ciertas violencias que han sido
institucionalizadas: si definimos como violento impedirle el matrimonio a dos personas
del mismo género, diremos que existe una violencia institucionalizada si el impedimento
es de base legal, mientras que si éste ocurre por el mero capricho individual de un agente
estatal de un registro civil que realiza alguna maniobra para no otorgar el turno
correspondiente, diremos que estamos frente a una violencia institucional.
En nuestro campo, el del control social punitivo, si reconocemos que encerrar a
alguien es violento, diremos que esa violencia se encuentra institucionalizada en tanto el
Estado legalmente ha establecido los procedimientos para encerrar a alguien. Diremos
que cuando alguien comete un delito, se lo identifica y persigue penalmente, se le
garantiza el debido proceso, recae condena de pena de prisión y se lo encarcela, el Estado
castigó con derecho a castigar.
Entonces, en ese horizonte, la violencia institucional 15, la que se ejerce por fuera de
los límites de la legalidad, se traduce en lo que entendemos por penas ilícitas. Si la
aplicación de una pena formal es el ejercicio de una violencia legalizada, vamos a decir
que el ejercicio de una violencia no permitida es una pena ilegal y que allí aparece un
padecimiento, un dolor16, que aplica el estado sin derecho a aplicarlo. En palabras de
Rosa del Olmo, es el castigo sin derecho a castigar17.
Si queremos pensar las penas ilícitas, tenemos que asumir que la pena no es la
respuesta a un hecho defectuoso del pasado 18, tal postula el penalismo acrítico, sino que
en su esencia es una coerción que impone una privación de derechos o un dolor, que no

14
Christie, Nils, “Definición del comportamiento violento” en “Los Rostros de la violencia. XXIII Curso
Internacional de Criminología. Vol. I”, Universidad del Zulia, Maracaibo, 1976, pp. 27-36.
15
Siguiendo las categorías de violencia institucional y violencia institucionalizada propias de la
criminología regional, a los fines del presente, podemos decir que cuando la violencia legalizada
representada por las instituciones ya no alcanza, la violencia se vuelve institucional, sin necesidad de
coberturas o mistificaciones científicas (ver, Alagia, Alejandro; Codino, Rodrigo, “La descolonización de
la criminología en América”, Ediar, CABA, 2019). Es decir, cuando la violencia institucionalizada en el
sistema penal institucionalizado (Zaffaroni, ob. cit., 1988, p. 17) (formal y paralelo) no basta, se recurre a
la violencia fuera del marco legal, al ejercicio del poder punitivo que configura el sistema penal subterráneo:
ejecuciones sin proceso, detenciones-desapariciones forzadas, etc.
16
Christie, Nils, “Los límites del dolor”, Fondo de Cultura Económica, México, 1984.
17
Del Olmo, Rosa, “El castigo sin derecho a castigar: La violencia policial y la violencia carcelaria”, en
“Segunda ruptura criminológica”, Universidad Central de Venezuela, Facultad de Ciencias Jurídicas y
Políticas, Caracas, 1990, pp. 37-67.
18
“El paradigma causal de la pena cayó como consecuencia de la revolución quántica en la física, pues la
física newtoniana arrastró en su caída al positivismo filosófico y a sus burdos reduccionismos y, con ello,
al concepto mecánico neutralizador de la pena”, Zaffaroni, E. Raúl; et. al, ob. cit., 2002, p. 41.
repara ni restituye, ni tampoco detiene las lesiones en curso ni neutraliza los peligros
inminentes 19.
Al pensar que la pena es una respuesta a un hecho “defectuoso” del pasado, y que
las respuestas que pueden llevar ese nombre –el de “pena”- son solo aquellas que el
Estado fijó y definió como tales (pena de prisión, de multa, etc.) nos comprometemos con
la idea de que las penas son solo aquellas que se aplican dentro de un marco y en virtud
de la legalidad, tras haberse cometido un delito. Zaffaroni, Alagia y Slokar lo explican
con claridad: “Se confunde el poder punitivo licito con el poder punitivo a secas” 20.
Por ello, ante tal confusión, se impone resquebrajar los modelos epistemológicos
tradicionales de pensamiento y producción de conocimiento.

3. Ruptura y descolonización del derecho penal


Hay penalistas conservadores que, por intentar dotar la pena de racionalidad 21, se
resisten a entender la pena como la aplicación de un dolor (que no repara ni restituye,
etc.) y dejan fuera de nuestro horizonte de pensamiento ciertos momentos punitivos del
poder. Ante ello no podemos sino insistir en la pregunta sobre cuáles son las definiciones
que utilizaremos y, por lo tanto, cuál será el objeto de nuestras teorizaciones 22.
¿Por qué digo que se debe romper con la epistemología tradicional? Porque el
reconocimiento o la introducción de la noción de penas ilícitas implica, en definitiva,
confrontar los criterios de la ortodoxia teórica jurídica y desconocer al Estado y a la
dogmática penal tradicional como los únicos productores de definiciones válidas 23.

19
Ibídem, p. 45.
20
Ibídem, p. 44.
21
“Al racionalizar funciones manifiestas y omitir el modo real de ejercicio del poder punitivo, se legitima
este último”, ibídem, p. 43.
22
Sobre la imprecisión del concepto de pena y la necesidad de construir conceptos amplios en nuestra
materia, ibídem, pp. 38-40 y sus citas.
23
La imposición de la ideología de centralismo jurídico, que convirtió al Estado en la fuente única y
exclusiva del derecho, es un legado de las revoluciones burguesas y de la hegemonía liberal que
fortalecieron el vínculo y la equiparación entre el derecho y el derecho estatal, entendido como orden
uniforme para todos y administrado por instituciones estatales. Al respecto, De Sousa Santos, Boaventura,
“Sociología jurídica crítica. Para un nuevo sentido común en el derecho”, Editorial Trotta, Madrid, 2009,
p. 52.
A) Estatalismo
Al hacer esto dejamos de reproducir la tradición estatalista 24, según la cual las
definiciones que debemos incluir en nuestros estudios, en nuestro horizonte de
pensamiento, son aquellas que normativamente nos brinda el poder estatal.
Los y las penalistas tradicionales desatienden la problemática de las penas ilícitas
porque estas no se encuentran dentro del catalogo de definiciones que el Estado oferta25:
“queda fuera de su horizonte toda la coacción estatal que no responde a la función
asignada y que, por arbitraria definición, no es punitiva aunque materialmente lo sea” 26.
Solo entienden esa violencia institucional como un delito –que comete alguien
distinto al Estado–, pero no como una pena que aplica el Estado y que padece un sujeto.
La realidad es que, como enseña Zaffaroni, así como los caballos pueden ser negros o
blancos, pero ambos son caballos, las penas, entendidas como dolores aplicados, pueden
ser licitas o ilícitas, pero ambas son penas.
Cuando un penitenciario tortura a un preso piensan que allí hay un delito, y con ello
ponen fin a la cuestión. Desde la teoría tradicional puede pensarse eso ya que las torturas,
los tratos crueles inhumanos y degradantes –que se encuentran prohibidos– son pensados
como “manzanas podridas” dentro del sistema de control social punitivo del Estado.
Pero en nuestra realidad, aquí y ahora y desde hace varios años, son la regla. Hay
una situación de castigo sin derecho a castigar crónica27 que destruye la autenticidad del
estado de derecho. Claus Roxin apuntó que el derecho procesal penal es el sismógrafo de
la Constitución del Estado28, pero con mucha más precisión –no fortuitamente– Lola
Aniyar de Castro29 y Angela Davis30 coinciden entre ellas, palabras más, palabras menos,
en que la operatividad real del sistema penal es el termómetro de la democracia y de los
derechos humanos.

24
Según pensemos dónde reside la centralidad y las claves fundamentales del campo del derecho se puede
adoptar una concepción más monista-estatalista o más pluralista. Al respecto, ver Wolkmer, Antonio
Carlos, “Pluralismo Jurídico: Fundamentos de una nueva cultura del Derecho”, 2da Ed., Dykynson,
Madrid, 2018.
25
La vía formal solo llevar a una inusitada tautología del poder: pena sería lo que las agencias políticas
consideran tal. Ver: ibídem, p. 45.
26
Ibídem, p. 44
27
Del Olmo, Rosa, ob. cit., 1990, p. 48.
28
Roxin, Claus, “Derecho procesal penal”, 25.ª ed., Buenos Aires, Editores del Puerto,2004, p. 10.
29
Aniyar De Castro, Lola, “¿Qué ha sido, qué es, qué será la ‘Criminología crítica’? Nominalismo: la
peor cara del positivismo” en Fayet Junior - Thompson Flores (organizadores), "Maracaibo 74", Ed.
Elegantia Juris, Porto Alegre, 2010, p. 30.
30
En su conferencia magistral en el Teatro Solís de Montevideo, Uruguay, señaló que: “…las cárceles son
instituciones que están estrechamente relacionadas con la democracia. Constituyen el lado B de la
democracia capitalista”, y que: “…es el punto débil de la democracia capitalista. Si quieren saber a quién
se excluye literalmente, a quién se le niegan derechos y libertades en cualquier sociedad, visiten una cárcel”.
Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=1BUrTpkimP8
No podemos seguir afirmando que solo es pena aquello que el Estado definió como
tal y reproducir la idea de que la tortura aplicada a un detenido no es una pena sino un
defecto de la realidad y que la teoría no presenta errores. Tenemos que referirnos al
castigo penal independientemente de su concepción jurídica 31 tradicional.
El modelo positivista lógico formal quedó agotado 32 para abordar la problemática
de la violencia ejercida fuera de los límites y redirecciona el entendimiento 33 de toda
violencia institucional punitiva al campo de lo que es un delito, por lo que se presenta
poco eficaz al no conseguir atender las necesidades sociales que el derecho está destinado
a servir.
Ante este panorama tenemos que preguntarnos si realizamos un esfuerzo teórico
por contener el control social punitivo que existe o si vamos a seguir teorizando el control
social que debería existir 34.
Si optamos por contener el poder punitivo, la realidad de nuestras prisiones y sus
condiciones de posibilidad conforman el punto de partida de nuestra racionalidad.
Nuestra realidad es la del dolor no computado y las cárceles en condiciones infernales 35.
Ese tiene que ser el punto de partida de la racionalidad descolonizadora en el ámbito
penal.

b) Universalizalidad del saber.


Afirmar ello, hacerse cargo de la realidad para la que se piensa, implica des-
universalizar el conocimiento, aceptar que la producción de saber no es una tarea abstracta
y universal36, sino que se piensa para algo en concreto en un tiempo y un espacio.

31
Del Olmo, Rosa, ob. cit., 1990, p. 40.
32
Sobre los fundamentos de esta afirmación: Wolkmer, Antonio Carlos, “Teoría crítica del derecho desde
América Latina”, Akal, Ciudad de México, 2017, p. 201/202.
33
El poder “no sólo genera saber sino que, con mayor celo, condiciona al sujeto cognoscente y, por ende,
provoca un entrenamiento jurídico apto para la interiorización de los discursos de poder que ocultaron el
carácter de pena de la mayoría de ellas”, Zaffaroni, Raúl, et. al, ob. cit., 2002, p. 46.
34
O, dicho de otra forma, si vamos a luchar por un poder jurídico de acotamiento y reducción o a seguir
dedicando esfuerzos a racionalizar, en tanto teóricos del derecho penal, el retroceso de nuestro propio poder
directo en perjuicio del estado de derecho. Al respecto, ibídem.
35
Massimo Pavarini supo hablar de “infiernos penitenciarios del tercer mundo”, en “Castigar al enemigo.
Criminalidad, exclusión e inseguridad”, trad. Vanina Ferreccio y Máximo Sozzo, FLACSO-Alcaidía
Metropolitana, Quito, 2009, p. 131. Asimismo, un atento desarrollo de la cruda –e infernal– situación de
las prisiones regionales en Espina, Nadia; Gusis, Gabriela, “Introducción: Cárceles y pandemia en los
márgenes regionales”, en Zaffaroni, E. Raúl (coord..), “Morir de cárcel”, Ediar, CABA, 2020, pp. 13-36.
36
Cabe aclarar que el problema con la universalidad del saber occidental radica en que su totalidad se
convirtió en totalitaria. La crítica no es tanto a su pretensión de totalidad, sino al poder con que la impulsa:
se infiltró en toda otra coexistente totalidad cognoscitiva y las modificó. Al respecto, Quijano, Aníbal,
“Ensayos en torno a la colonialidad del poder”, Ediciones del Signo, Buenos Aires, 2019.
En 1910 el poeta, político e intelectual boliviano Franz Tamayo se preguntó si era
útil la ciencia europea para estas latitudes, y concluyó que “sola jamás bastará para
edificar nada en nuestro suelo ni en nuestra conciencia” 37.
Debemos ser conscientes de que la solución de nuestros problemas –híper
encarcelamiento, torturas, hacinamiento, etc.– no va a surgir de la aplicación rigurosa de
habilidades científicas producidas y adquiridas en otros continentes 38.
Hacernos cargo de nuestras preocupaciones, como latinoamericanos
pedagógicamente colonizados, y de la posibilidad de que podamos producir conocimiento
situado vinculado a nuestra experiencia diaria, a la experiencia de nuestro control
punitivo, implica responder afirmativamente a la pregunta realizada en la década del
ochenta por la pensadora india Gayatri Spivak en torno a si el subalterno podía hablar 39.

c) Ahistoricidad y neutralidad.
Al introducir las penas ilícitas a nuestro campo estamos respondiéndole a Spivak
que por supuesto que podemos hablar para teorizar nuestras realidades, y al hacerlo,
además, rompemos con otro paradigma tradicional de los y las penalistas: la idea de
neutralidad que pregona que el derecho penal es una disciplina ahistórica y neutra 40 que
puede ser analizada en abstracto sin ubicarla dentro de un sistema socio-económico41 en
un tiempo y un espacio.
La preocupación por nuestra realidad nace luego de adoptar como horizonte la
realización de los derechos humanos. Nos precopa en tanto ello se ve distante o
contrariado. Así, plantear la necesidad de pensar este tema está vinculado necesariamente
a ese programa político.

d) Saber sordo
Como penalistas, académicos y ya no subalternos en nuestra propia sociedad, sino
como miembros de una posición privilegiada en una estructura social jerarquizada, hay

37
Tamayo, Franz, “Creación de la pedagogía nacional (1910)”, en “Obra Escogida”, Biblioteca Ayacucho,
Caracas, 1979, p. 75.
38
Ver Kusch, Rodolfo, ob. cit., 2012, p. 7.
39
Spivak, Gayatri Chakravorty, “¿Puede Hablar el subalterno?”, El Cuenco de Plata Ediciones, Buenos
Aires, 2011.
40
“El derecho penal no interpreta con meros fines especulativos, sino para orientar las decisiones de los
operadores judiciales, y el sistema de comprensión que construye no es neutral (como en un puro pensar
sistemático que busca eternidad y perfección) sino que responde a un objetivo político, previamente
establecido (valorativo), que es la contención del poder punitivo para fortalecer el estado de derecho”,
Zaffaroni, Raúl, et. al., ob. cit., 2002, p. 39.
41
Del, Olmo, Rosa, “El castigo sin derecho…”, ob. cit., 1990, p. 41.
otra pregunta que debemos hacernos y no es si como subalternos –o teóricos subalternos–
podemos hablar, sino si como académicos tenemos la capacidad escuchar, es decir, si
podemos hacer un saber que oiga42.

4. Saber que oye


Si la respuesta es que sí, entonces hay que pensar a quiénes escuchar. Una guía para
ello quizás podamos encontrarla, no casualmente, en la criminología crítica
latinoamericana. Cuando la criminóloga Rosa Del Olmo se pregunta si la detención-
desaparición43 es un delito o un castigo, texto pionero en la teorización de las penas
ilícitas, obtiene la mejor respuesta de los movimientos sociales, particularmente de las
Madres de Plaza de Mayo: le responden que el fenómeno de la detención-desaparición es
ambas cosas, un delito que comete el Estado, pero a su vez es una pena que aplica y
padece el detenido-desaparecido y su entorno.

Las palabras44 de la criminología crítica activa no académica 45


De tal forma, se nos impone introducir a la teorización dogmática los saberes
producidos en lugares distintos a los de la academia. Debemos introducir las definiciones
–y ya no solo de pena– de las personas con menos poder en la relación violenta 46. En otras
palabras, la dogmática penal debe introducir la información de la realidad dolorosa en su
razonamiento y para ello debe escuchar a la criminología crítica.
Si hay movimientos sociales que hacen criminología crítica, en tanto resistencia al
control social punitivo, y como penalistas críticos buscamos la contención de ese mismo
poder, ¿por qué no podemos aprender de otros sujetos sociales que persiguen y alcanzan
el mismo objetivo?

42
Que combata la “ciencia que no oye” denunciada en Zaffaroni, Raúl “¡Qué pena!” en “La medida del
castigo”, Ediar, CABA, 2012, p. 28.
43
Del Olmo, Rosa, “La detención-desaparición en América Latina: ¿Crimen o castigo?” en ob. cit., 1990,
pp. 69-99.
44
Consideramos que a las tres palabras identificadas por Zaffaroni (ver “La palabra de los muertos:
conferencias de criminología cautelar”, Ediar, CABA, 2011) cabría sumarle como “cuarta palabra” los
movimientos sociales. Esta reflexión es producto de los debates internos del cuerpo docente de la Comisión
de criminología a cargo de la profesora Gabriela Gusis de la Cátedra Slokar de la Facultad de Derecho de
la Universidad de Buenos Aires. Asimismo, personalmente considero que, desde una episteme no
occidental, habría que lograr agregar no solo las palabras sino también los silencios.
45
Compartimos con Alagia y Codino la categoría por ellos inaugurada en otra de las obras señeras en el
proceso de descolonización del pensar el control social represivo (ob. cit., 2019), a la que agregamos el
adjetivo “crítica” para diferenciarla de aquella de otros actores que hacen criminología activamente de
forma no académica: los medios de comunicación.
46
Christie, Nils, ob. cit., 1976.
Introducir sus saberes, distintos de los producidos en la academia, implica romper
con una epistemología tradicional al reconocer explícitamente que existen otros saberes,
producidos por otros actores, también válidos.

5. Para finalizar…
En definitiva, para pensar las penas ilícitas vamos necesitar tener en claro cuál es
la realidad en la que nos encontramos, qué es la violencia institucional, de quiénes son
las definiciones de penas con las que tradicionalmente trabajamos y desde dónde se
pueden producir nuevas definiciones que atiendan, desde y para los derechos humanos47,
a nuestras problemáticas y necesidades producidas por el totalitarismo financiero 48.
Para concluir, me gustaría señalar un detalle adicional de la escultura “El
Pensador”, y es que originalmente esa figura fue llamada “El Poeta” por Rodin ya que
formaba parte de una obra más grande que representaba “El Infierno” de “La divina
comedia” de Dante Alighieri, y –este poeta precisamente– personificaba al autor que se
detenía a pensar frente a las puertas del infierno.
De esta forma, el pensamiento se iniciaba en presencia de las crudas realidades de
la violencia y el sufrimiento, algo parecido al poeta astrónomo andino que inicia su
actividad intelectual producto de la realidad que recorre con sus pies descalzos sobre la
tierra.
Por ello, creo que cada uno, cada una, tiene que definir si quiere ser un pensador de
Rodin estático y abstraído o si se asume latinoamericano, latinoamericana, mestizo,
mestiza y marginal y se concibe como poeta del infierno49, donde su conocimiento sea
producto de un pensar colectivo, tenga una utilidad práctica que cumpla con el
mandamiento tácito de salvar la vida que permite que haya vida y no más bien muerte 50,
el deber de privilegiar la vida51, y nos sirva para prevenir todas aquellas masacres en
modalidad de goteo a las que el derecho penal tradicional fue y es servil mediante la
desatención del suministro de dolores prohibidos.

47
Aniyar de Castro, Lola, “Criminología de los Derecho Humanos”, Editores Del Puerto, Bs. As., 2010.
48
Sobre la necesidad de una criminología atenta al contexto actual, Zaffaroni, E. Raúl; Dos Santos, Ilíson,
“La nueva crítica criminológica”, Ediar, CABA, 2019.
49
No podemos olvidar que el primer criminólogo crítico fue un jesuita poeta confesor de brujas. Al
respecto, ver el estudio preliminar de Zaffaroni, Raúl, “Friedrich Spee el padre de la criminología crítica”,
en Spee, Friedrich, “Cautio Criminalis (Cautela Criminal)”, Ediar, CABA, 2017.
50
Sobre este situado mandamiento en las culturas pre-existentes de la región, ver Kusch, Rodolfo, “América
Profunda (1962)”, en “Obras Completas: Tomo II”, Editorial Fundación Ross, Rosario, 1ra reimp, 2009,
pp. 253 y sgtes.
51
Slokar, Alejandro “Necropolítica de los cautivos: crisis y destino de la construcción jurídico-penal”, en
Zaffaroni, E. Raúl (coord..), ob. cit., 2020, pp. 67-74.
PENAS ILÍCITAS A MUJERES MADRES PRIVADAS DE SU LIBERTAD1
Laura Farb2

I. Introducción
Al tener en cuenta que en la realidad latinoamericana se castiga sin derecho a
castigar3, que ello casi nunca es reconocido por los/as agentes discursivos del sistema
penal y que pareciera que los/as operadores judiciales no se sienten parte del problema,
consideramos que es necesario identificar cuáles son los dolores adicionales específicos
de las distintas personas a las cuales se las somete a un proceso penal que no se encuentran
permitidos normativamente. Si bien resulta más fácil identificar este aumento punitivo
estatal ilícito en los casos de torturas físicas o de condiciones indignas de detención4,
entendemos que también en los casos de mujeres madres prisionizadas estamos ante penas
ilícitas 5.
Así, al partir desde un modelo penal integrado 6, debemos escuchar los datos
desmitificadores que aporta la criminología crítica, tanto académica como activa no
académica7, a la dogmática jurídico penal a fin de programar un poder jurídico reductor
de violencia.

1
El presente ensayo se basó en el artículo “Ante las invisibilizadas y excluidas. En busca de su dolor
perdido”, que es parte de un capítulo del libro —en proceso de edición y publicación— resultante de la
investigación de UBANEX denominada “Perspectivas de la violencia en la prisión. Problemas estructurales
y representaciones mediáticas”, dirigida por el Prof. Alejandro W. Slokar. En aquella investigación se
recibieron testimonios de personas privadas de su libertad.
2
Abogada (UBA), Especialización en Derecho Penal (UBA) en curso, docente en asignaturas de la carrera
de grado de la Facultad de Derecho (UBA) e investigadora en formación (UBA). Contacto:
farblaura@gmail.com.
3
Del Olmo, Rosa, “Segunda ruptura criminológica”, Universidad Central de Venezuela, Facultad de
Ciencias Jurídicos y Políticas, Instituto de Ciencias Penales y Criminológicas, 1990.
4
Ver Zaffaroni, E. Raúl, “Las penas crueles son penas”, Revista Nuevo Faro Penal, Medellín, 1994; “Penas
ilícitas. Un desafío a la dogmática penal”, Editores del Sur, Buenos Aires, 2020; (coord.), “Morir de cárcel:
paradigmas jushumanistas desde el virus de nuestro tiempo”, Ediar, CABA, 2020.
5
Conf. Zaffaroni, E. R., “Qué pena” y “Las penas crueles y su doble punición” en “La medida del castigo.
El deber de compensación por penas ilegales”, Ediar, Buenos Aires, 2012; y, del mismo autor, “Penas
ilícitas”, ob. cit.
6
Sobre ello, Aniyar de Castro, Lola, “Criminología de la Liberación”, Universidad de Zulia, Maracaibo,
1987.
7
Incluimos los saberes producidos por distintos/as sujetos/as y movimientos sociales y políticos que han
sido desechados por el saber de dominus por resultarle disfuncional en este sistema de pensamiento
occidental bivalente7, y al cual deslegitima por ser un saber “ingenuo” (vulgar o espontáneo), propio de la
cultura “primitiva” (irracional y emocional). En términos sintéticos, lo que esto nos permite es salir de los
límites epistemológicos del propio saber “académico” tradicional y tener en cuenta, al menos en nuestro
carácter de agentes del sistema penal, cierto conocimiento especializado no sistematizado (difuminado en
testimonios, ensayos, discursos, autobiografías, etc.), que resulta imprescindible en la tarea de advertir —
y actuar en el marco de—la operatividad real del sistema penal. Al respecto, Zaffaroni, E. Raúl, “El discurso
feminista y el poder punitivo” en “Las trampas del poder punitivo”, Biblos, Buenos Aires, 2000; Alagia,
Alejandro y Codino, Rodrigo, “La descolonización de la criminología en América”, Ediar, Buenos Aires,
2019; Maffía, Diana, “Contra las dicotomías: feminismo y epistemología crítica” en “Feminismos
II. Aportes de la criminología crítica (académica y activa no académica).
1. La criminología crítica latinoamericana nos enseña acerca de la vigencia del
control social8 en nuestras sociedades, que puede ser tanto formal como informal. Dentro
del primero podemos encontrar, por ejemplo, al poder punitivo y, dentro del segundo,
entre otros, al poder patriarcal. Este último es ejercido, mayormente, por quienes
satisfacen “ser” hombre-adulto-joven-heterosexual, por sobre todas aquellas personas que
no encarnan alguna de esas categorías (tanto más desventajado/a se está ante el
patriarcado cuantas menos categorías se satisfagan); mientras que el poder punitivo es el
control que se ejerce sobre estos controladores.
En efecto, no se puede soslayar que se constituyen en el mismo momento, esto es,
en el período de la Inquisición 9, al menos de la manera en la que continúan operando en
nuestra actualidad, por lo que podemos afirmar que estos dos poderes son inescindibles.

Populares. Pedagogías y políticas”, El Colectivo, Editorial Chirimbote y Ediciones América Libre, Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, 1ª. Ed., 2016; Alvarado, Mariana, “Interrupciones en Nuestra América, con
voz de mujeres” en “Metodologías en contexto: intervenciones en perspectiva feminista, poscolonial,
latinoamericana”, CLACSO, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 1ª ed., 2017.
8
En palabras de Lola Aniyar de Castro, el control social es “el conjunto de sistemas normativos (religión.
ética, costumbres, usos, terapéutica y Derecho […]) cuyos portadores a través de procesos selectivos
(estereotipia y criminalización), y mediante estrategias de socialización (primaria y secundaria o
sustitutiva), establecen una red de contenciones que garantizan la fidelidad (o, en su defecto, el
sometimiento) de las masas a los valores del sistema de dominación; lo que por razones inherentes a los
potenciales tipos de conducta discordante, se hace sobre destinatarios diferencialmente controlados según
su pertenencia de clase —a la que Alagia y Codino agregan— etnia, color de la epidermis —a la que
añadimos— o género” (Aniyar de Castro, Lola, “Criminología de la Liberación”, ob. cit., p. 31; Alagia,
Alejandro y Codino, Rodrigo, ob. cit., p. 35).
Sobre ello también ver Aniyar de Castro, Lola, “Criminología de los Derechos Humanos”, Editores del
Puerto, Buenos Aires, 2010; Cohen, Stanley, “Visiones del control social”, Promociones y Publicaciones
Universitarias SA, Barcelona, 1988; Van Dijk, Teun A., “Discurso y poder”, Editorial Gedisa, Barcelona,
2009.
9
De manera sintetizada vale destacar que, a partir de dicho momento, se constituyó un poder
estructuralmente discriminante y una sociedad jerarquizada, corporativa y verticalizante que, a priori, se
apoyó sobre tres bases claves: poder del pater familiae (policía de la mujer), poder punitivo (policía de los
peligros) y poder del saber del dominus (policía de los discursos). Al respecto, Zaffaroni, E. Raúl, “El
discurso feminista y el poder punitivo”, ob. cit.; “La palabra de los muertos”, EDIAR, Buenos Aires, 2011;
Federici, Silvia, “Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria”, Tinta Limón, Buenos
Aires, 2016, Comité de Jineolojî Europa, “Jineolojî. La ciencia de la liberación de las mujeres de
Kurdistan”, México, 2017, entre otros.
Resulta preciso señalar que tomamos este punto de partida para abordar al poder patriarcal establecido de
manera similar al que opera actualmente, junto con la estructura colonial y punitiva, como control
configurador de nuestras vidas —y de nuestras muertes—. Sin perjuicio de ello, respecto de las violencias
ejercidas contra las mujeres en las sociedades patriarcales griegas y romanas, ver, por ejemplo, María
Dolors Molas Font [et. al.], “La violencia de género en la antigüedad”, Sube la marea ediciones, 2006.
9
Sobre ello, si bien no forma parte del objeto del presente, vale señalar que la discusión que contrapone
“garantismo” y “feminismo” —exacerbada por los medios de comunicación masiva— busca disgregar las
distintas luchas contra una misma estructura discriminante (v. Zaffaroni, E. R., “El discurso feminista y el
poder punitivo”, ob. cit.)
Sumado a ello, resulta preciso agregar que este modelo de jerarquía de género
magnificada se configuró en nuestra región latinoamericana con la colonización 10, es
decir, fue mediante ese ejercicio punitivo que se buscó destruir la constitución de las
personas, de las comunidades y de los saberes interconectados, lo que, a la vez, implicó
“tratar al macho indígena como una autoridad de la comunidad y como mediador con el
mundo blanco, relegando a las hembras indígenas al status de convertirse en seres
desgenerizadas y racializadas” 11.
En el marco de dicha cultura patriarcal 12 y advirtiendo que el control social opera
en gran medida gracias a la reproducción de estereotipos 13, cuando éstos refieren a la
presunción generalizada de que todas las mujeres o personas LGBTI+ poseen
características similares o roles específicos mediante los que se sutura su identidad
hablamos de estereotipo de género 14.
Si bien el estereotipo no es lesivo por sí solo, puede serlo en tanto conlleve una
representación de la realidad que bien puede estar falseada y, en base a ese filtro, se le
niegue o menoscabe el acceso a determinado/s derecho/s.
En cuanto resulta de interés para el presente, dos de los problemas que aquello
genera subyacen en: a) que cualquier alejamiento de ese rol significa una conducta
desviada; y b) que en ciertos casos la persona sí quiere cumplir con el rol, pero no puede.
En ambos supuestos, el mecanismo que actúa, tanto para reprimir la conducta como
para excluir a la persona, es el control social (ya sea en su esfera formal o informal, difusa

10
Al entender a la colonia, fundamentalmente, como una gigantesca institución de secuestro. Al respecto,
Zaffaroni, E. Raúl, “En busca de las penas perdidas”, EDIAR, Buenos Aires, 1998. Sobre las instituciones
de secuestro ver Foucault, Michel, “Microfísica del poder”, Las ediciones de la piqueta, 1979.
11
Bidaseca, Karina, “Escritos en los cuerpos racializados”, Edicions Universitat De Les Illes Balears,
Collecció Estudis de Violència de Gènere, España, 2015, p. 81.
12
Sobre ello, Lagarde y de los Ríos, Marcela, “Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas,
presas y locas” (1990), Siglo Veintiuno Editores, Ciudad de México, 2da. edición, 2015, p. 137. En dicho
texto la autora realiza un profundo análisis sobre los distintos cautiverios de las mujeres y sus consecuencias
en la vida real.
13
Ver Goffman, Erving. “Estigma”, Amorrortu editores, Buenos Aires, 2006.
14
Al respecto, Cook, Rebecca J. y Cusack, Simone, “Estereotipos de género. Perspectivas Legales
Transnacionales”, University of Pennsylvania Press, 2009, traducción al español por Andrea Parra, p. 11.
Resta agregar que por género entendemos al conjunto de ideas, representaciones, prácticas y prescripciones
sociales que desarrolla una cultura para simbolizar y construir socialmente lo que es propio de las mujeres
y propio de los hombres —identidad condicionada por el género—. A diferencia del sexo como criterio
natural o biologicista, el género es un criterio social/cultural. En el caso “Campo Algodonero”, la Corte
Interamericana de Derechos Humanos definió estereotipo de género como “una pre-concepción de atributos
o características poseídas o papeles que son o deberían ser ejecutados por hombres y mujeres
respectivamente”.
o institucionalizada). Es decir, no hay lugar para lo distinto y, a la vez, solo hay lugar para
unos pocos15.
En el caso de las mujeres, fundamentalmente, se reproduce la presunción de que
son madres, independientemente de si tienen hijos/as o no. En consecuencia, podemos
afirmar que existe un conjunto de procesos destinados a reforzar el valor o creencia de
que la mujer es madre16. Luego retomaremos las consecuencias de esta categoría de
mujer-madre en el ejercicio de violencia por parte del Estado.
2. Por otro lado, los saberes de la criminología crítica nos aportan los datos
referentes a que, en la actualidad y desde hace bastante tiempo, la criminalización
secundaria17 de la mujer se legitima mediante el discurso de la “lucha contra el
narcotráfico”18. Particularmente, se selecciona a personas que transportan droga en su
cuerpo y hacia las que comercializan estupefacientes en pequeña escala.
Pese a que esto no es nuevo, en los últimos años incrementó considerablemente el
número de mujeres seleccionadas por el sistema penal, ello en consonancia con el
contexto regional de prisionización masiva19.
Estas mujeres padecen, en su gran mayoría, de un alto grado de vulnerabilidad
socioeconómica según la cual se las va a seleccionar 20. Se trata del eslabón más visible
del mercado de drogas —y arriesgado, tanto por las posibilidades de detención como por
los posibles deterioros en su salud—, lo cual reproduce la discriminación que aquellas
sufren en el mercado de trabajo en general, ya que en su mayoría son jefas de hogar sin

15
Sobre la coyuntura actual y/o las funciones vigentes del control social ver Hinkelammert, Franz,
“Totalitarismo del mercado. El mercado capitalista como ser supremo”, Akal, España, 2018; Malaguti
Batista, Vera, “El miedo en la ciudad de Río de Janeiro: dos tiempos de una historia” (2003), UNSAM
edita, 2016, traducido por Gerardo Raúl Losada; Zaffaroni, E. Raúl y Dias Dos Santos, Ílison, “La nueva
crítica criminológica. Criminología en tiempos de totalitarismo financiero”, EDIAR, Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, 2019.
16
Algunos de los mecanismos advertidos mediante los que se busca introyectar la cultura mentada actúan
fundamentalmente en el “ámbito privado” (con claras consecuencias también en el ámbito público) y
consisten en: la familia, la educación, el acceso a la salud y al trabajo, en los medios de comunicación
(opinión pública), entre otros. Aquellos delimitan su función, el deber ser, lo socialmente aceptado,
vinculado, fundamentalmente, con un estar y ser de acuerdo a su comportamiento como “madre y esposa”.
17
Zaffaroni, E. Raúl, Alagia, Alejandro y Slokar Alejandro, “Derecho Penal. Parte General”, EDIAR,
Buenos Aires, 2da. edición, 3ra. reimp, 2014.
18
Ver Del Olmo, Rosa, ob. cit., 1990.
19
En 2010 había 2719 mujeres y 0 personas transexuales alojadas en prisión en toda la República Argentina
(si bien las estadísticas no distinguen identidades trans-travestis). En cambio, en 2018 la cantidad de
mujeres era de 4362 y de 146 transexuales -ver https://www2.jus.gov.ar/dnpc/sneep.html-. Según Zoon, I.
(en “Prevenir no es curar. La prisión preventiva en Argentina”, ADC, 2012, p. 8), entre 2006 y 2010, “la
población penitenciaria femenina se ha prácticamente duplicado en América Latina: de 40.000 a 74.000”.
A nivel mundial, el encarcelamiento de mujeres creció entre 2000 y 2017 en un 53.3%, mientras que la de
los hombres aumentó en un 19.7% (Walmsley Roy, “World Female Imprisonment List”, Institute for
Criminal Policy Research at Birkbeck, World Prison Brief, 2017).
20
Zaffaroni, E. R., Alagia, A. y Slokar, A., “Derecho Penal. Parte General”, ob. cit.
acceso a empleos formales 21.
Al respecto, las criminólogas latinoamericanas, tales como Lola Aniyar de Castro 22,
Rosa del Olmo23, Elena Azaola24, Carmen Antony25 y Alda Facio26, entre muchas otras,
como así también los movimientos sociales y políticos feministas, supieron ver las
variantes diferenciales de la criminalización de mujeres y el factor insoslayable de la
feminización de la pobreza 27 presente en toda la región, sumado a que instalaron y
enriquecieron el debate tanto de la prisionización como de la victimización de las mujeres,
como así también visibilizaron las problemáticas vinculadas a la atribución femenina de
las responsabilidades del cuidado. A su vez, ahondaron en las consecuencias de la
victimización secundaria como agravante de la primera (generada por el mismo proceso
penal y por los medios de comunicación).
Pues bien, si nos proponemos analizar el plus punitivo en el caso de mujeres madres
privadas de su libertad no podemos dejar de observar que gran parte de las personas
prisionizadas, tanto en nuestro país como en la región latinoamericana, fueron
seleccionadas por el poder punitivo en razón de sus vulnerabilidades, tal como señalamos
anteriormente. Aquellos dolores se encuentran atravesados de manera inescindible por
una serie de situaciones relacionadas con la migración, la raza, el género y la pobreza.

21
Sobre ello Del Olmo, Rosa, ob. cit., 1990.
22
Aniyar de Castro, Lola, “La delincuencia femenina en Venezuela. Ideología de la Diversidad y
Marginalidad", en “La realidad contra los mitos. Reflexiones críticas en Criminología”, publicaciones de
la Universidad del Zulia, 1986; “Las mujeres infractoras. Impacto y amplificación de los efectos de la
pena”, Capítulo Criminológico, Vol. 30, W 4, octubre-diciembre, 2002, pp. 333-351.
23
Del Olmo, Rosa, “Droga y criminalización de la mujer”, Revista Nueva Sociedad, 93, 1988; “Reclusión
de mujeres por delitos de drogas. Reflexiones iniciales”, Revista Española de Drogodependencias, 23,
1998, p. 5-24; (coord.), “Criminalidad y criminalización de la mujer en la región andina”, Editorial Nueva
Sociedad, Caracas, 1998.
24
Azaola, Elena y José Yacamán, Cristina, “Las mujeres olvidadas. Un estudio sobre la situación actual
de las cárceles de mujeres en la República mexicana”, El Colegio de México, Programa Interdisciplinario
de Estudios de la Mujer, México, 1996; Azaola, E., “Las mujeres en el sistema de justicia penal y la
antropología a la que adhiero”, Cuadernos de Antropología Social, núm. 22, Universidad de Buenos Aires,
2005, pp. 11-26.
25
Antony, Carmen, “Perspectivas de la criminología feminista en el siglo XXI”, Revista de Derecho,
Criminología y Ciencias Penales, nro. 3 (249-257), 2001; “Mujeres invisibles: las cárceles femeninas en
América Latina”, Revista Nueva Sociedad, Nro. 2008, 2007; “Hacia una criminología feminista. Violencia,
androcentrismo, justicia y derechos humanos”, Punto de Encuentro, 2017.
26
Facio Montejo, Alda, “Cuando el género suena cambios trae (una metodología para el análisis de género
del fenómeno legal)”, ILANUD, San José, 1992; Facio Montejo, Alda y Camacho, Rosalía, “En busca de
las mujeres perdidas”, en “Sobre patriarcas, jerarcas, patrones y otros varones (una crítica género-
sensitiva al derecho)”, ILANUD, Proyecto Mujer y Justicia Penal, San José, 1993.
27
Sobre las nociones del concepto ver Aguilar, Paula L., “La feminización de la pobreza:
conceptualizaciones actuales y potencialidades analíticas”, en Revista Katálysis, Florianópolis, 2011, v.
14, n. 1, p. 126-133, jan/jun; y Quiroga Díaz, Natalia, “Economía y cuidado. Retos para un feminismo
descolonial” en “Feminismos y poscolonialidad. Descolonizando el feminismo desde y en América Latina”,
Karina Bidaseca y Vanesa Vazquez Laba -comp.-, Ediciones Godot, Buenos Aires, 2011.
Debido a que entendemos que no debe perderse de vista que patriarcado y
colonialismo sustentan una misma estructura discriminante, dichos padecimientos no
pueden abordarse aisladamente, sino que deben tomarse de manera conjunta y situada28,
esto es, condicionadas por análisis diferenciados, específicos y de contexto 29.
Resulta necesario salir de la cárcel epistemológico-existencial que impone quién,
cómo y desde dónde se tiene la validez para hablar, ser, estar y saber en el mundo, que
es aquel marco global (colonial, capitalista y patriarcal) que produce y reproduce una
tecnología de poder que controla las subjetividades e intersubjetividades (laborales,
epistémicas, lingüísticas, sexuales, culturales, étnico-raciales, etc.); y que se haya
interconectada entre sí (microfísica del poder o microcolonialidades)30.

III. Alcance en el derecho penal.


1. Estos saberes nos permiten programar una actuación jurídica porque nos
advierten que cuando se ejercen los poderes punitivo y patriarcal de manera conjunta en
una persona se sufre un dolor en particular.
El problema de los padecimientos vividos por las mujeres privadas de su libertad
abre ciertos interrogantes relacionados con la reinante concepción androcéntrica de la
cárcel porque, además de los dolores generales vinculados a ella denunciados en infinitas
oportunidades, las mujeres sufren cuestiones propias debido a los estereotipos de
género31. Así, se les atribuyen trabajos relacionados con las responsabilidades de
cuidado32, no cuentan con servicios de atención de salud apropiados, entre otras.

28
Estar situada en los términos de Domitila Barrios de Chungara (en su discurso ante la Tribuna del Año
Internacional de la Mujer, organizada por las Naciones Unidas en México, año 1975 y en ‘”Si me permiten
hablar…’ Testimonio de Domitila. Una mujer de las minas de Bolivia”, Moema Viezzer, Siglo Veintiuno
Editores, México D. F., 8va. Edición, 1984).
29
A dicha tarea se la definió, desde los feminismos negros, como interseccionalidad. Al respecto ver
VV.AA., “Feminismos negros. Una antología”, Traficantes de Sueños, Madrid, 2012; “Manifiesto
Colectiva del Río Combahee”, publicado en abril de 1977; Hull, Gloria T. Scott, Patricia Bell y Smith,
Barbara (eds.), “All the Women Are White, All the Blacks are Men, But Some of Us Are Brave”, The
Feminist Press, Nueva York, 1982. entre otros.
30
Sobre ello Adlbi Sibai, Sirin, “La cárcel del feminismo. Hacia un pensamiento islámico decolonial”,
Akal, España, 1ra. edición, 3ra. reimp., 2018; Foucault, Michel, ob. cit.
31
Ver, por ejemplo, “Violencia contra las mujeres privadas de libertad en América Latina”, Ediciones
Corunda, México D. F., 2003.
32
En la prisión se asignan trabajos según los estereotipos de género en virtud de que la división genérica-
sexual del trabajo —justificada como natural— también es producto de la categoría patriarcal introyectada
de mujer-madre, en tanto se le asigna las funciones propias del mantenimiento de la vida en familia, es
decir, del ámbito privado (economía del cuidado). Al respecto, se advierte una doble enajenación: “además
de no pertenecerle, su trabajo no es reconocido como tal, se cree que no es trabajo sino devenir natural”
(Lagarde y de los Ríos, Marcela, ob. cit., p. 125), tal como también señalaba Domitila Barrios de Chungara.
Sumado a ello, sin perjuicio del trabajo invisibilizado, existen trabajos “reconocidos” como tales en el
mundo del mercado (ámbito público), pero mayormente precarizados, cuya división, además de generarse
2. Sin perjuicio de ello, estos padecimientos específicos en razón del género se
evidencian con mayor claridad y se agudizan con relación a la maternidad, dado que la
cárcel les impide a las mujeres cumplir con el rol materno, ya sea porque sus hijos/as no
tienen edad para estar con ellas33 o porque el espacio de encierro en sí es sumamente
indigno e inadecuado para que los/as niños/as desarrollen su infancia. Ello se presenta
como el mayor dolor que sienten como consecuencia del encierro.
Al respecto, Carmen Antony indica que “la prisión es para la mujer doblemente
estigmatizadora y dolorosa si se tiene en cuenta el rol que la sociedad le ha asignado. Una
mujer que pasa por la prisión es calificada de 'mala' porque contravino el papel que le
corresponde como esposa y madre, sumisa, dependiente y dócil” 34.
A su vez, con relación a las mujeres que no pueden ejercer la función materna pero
lo desean, “[l]a frustración, la culpa y la impotencia de no poder estar con sus hijos e hijas
y darles ‘lo mejor’ constituyen otro castigo, un doble cautiverio” 35.
Cabe mencionar que, más allá de las críticas oponibles a la naturalización del rol
maternal como resultado de la estereotipación de género, se impone reconocer los datos
reales a fin de atender las necesidades propias de una mujer madre detenida en nuestra
actualidad. Es decir, luchar por la eliminación de los roles estereotipados lesivos y, al
mismo tiempo, sostener la necesidad de implementar todas las medidas que apoyen la
libre elección y el ejercicio deseado de la maternidad, no resulta contradictorio, sino que
se busca diferenciar la realidad de un deber ser que no es pero puede llegar a ser.
En consecuencia, es posible afirmar que el estigma y el dolor que padecen estas
mujeres son distintos a los sufridos por el resto de las personas seleccionadas por el

por la categoría mujer-madre, se produce a causa de otros estereotipos de género lesivos (por ejemplo,
mujer igual a menos capaz o inteligente que el hombre, fuerza física de la mujer igual a menos fuerza física
del hombre, etc.), conocidas como las ramas femeninas del trabajo.
Sea porque su trabajo no es concebido como tal, o porque se le asigna un trabajo de “menor importancia
social” (y, por ende, de menor salario y precarizado), el acceso al trabajo formal, el tipo de tareas y el salario
percibido son estadísticamente inequitativos, lo que deriva en una devaluación económica y cultural del
trabajo de la mujer. La división racial o clasista del trabajo es parte del mismo problema: no es igual el
tipo de trabajo al que acceden dos mujeres que cuentan con distintos tipos de recursos socioeconómicos o
distinto color de piel (si es que se tiene la suerte de acceder a uno).
En el caso de las personas de identidad travesti o trans, se advierte “el por ciento de mujeres trans que se
dedican al trabajo sexual en países de la región es: 85.3 en Argentina, 51 en Bolivia, 90 en Brasil, 61 en
Costa Rica, 80 en El Salvador, 35 en Guatemala, 42 en Honduras, 25.1 en México y 95 Paraguay” (Informe
“Mujeres trans privadas de libertad: la invisibilidad tras los muros”, coord. Teresa García Castro y María
Santos, p. 12).
33
Nuestra legislación prevé que “la interna podrá retener consigo a sus hijos menores de cuatro años” (cfr.
art. 195 de la Ley N° 24.660) —el destacado es nuestro—.
34
Antony, C., “Hacia una criminología feminista…”, ob. cit., p. 227.
35
INMUJERES y PNUD, “Garantizando los derechos humanos de las mujeres en reclusión”, México,
2006, p. 62.
sistema penal, no solo porque deciden romper o no pueden cumplir con el rol asignado
de mujer-madre, sino también debido a que no se observa una realización de políticas
criminales y una toma de decisiones jurídicas adecuadas para abordar sus problemáticas
particulares. Todo ello implica, como consecuencia directa, una mayor responsabilidad
del Estado derivada de su deber ético-normativo de garante de los derechos humanos.
3. Ante esta realidad, de incorporar a la dogmática jurídico penal los datos que nos
brinda la criminología crítica, se impone reconocer que en este tipo de casos existe un
sufrimiento adicional que acompaña a la pena formal, producto de la ruptura o la
imposibilidad de cumplir con el rol normalizado por el control social 36 que debe ser
considerado por el derecho penal37.
Así, tras asumir como punto de partida que la pena no es solo la consecuencia de
un procedimiento penal formal, sino que es, ante todo, “una inflicción de dolor físico o
moral, causada por la privación de uno o más derechos”38, consideramos que tanto la
dogmática jurídico penal como la agencia judicial no pueden soslayar el plus de dolor
aplicado por el entrecruzamiento de los reproches. Por un lado, del poder punitivo ante el
delito cometido o presuntamente cometido, y, por el otro, del patriarcal, ante la ruptura
del rol de mujer-madre. Estamos ante una interseccionalidad de penas.
Pues bien, en virtud del carácter selectivo, deteriorante y estigmatizante del poder
punitivo, como así también ante la permanente crisis de las teorías legitimantes mediante
las que se procura encubrir la operatividad real del poder punitivo partiendo de datos
falsos, fundadas en el mito de la pena inevitable para que exista sociedad 39; no podemos

36
Si bien no es objeto del presente, vale decir que, de manera contraria a lo propuesto por Günther Jakobs
(en “Sociedad, norma y persona en una teoría de un Derecho penal funcional”, Civitas Ediciones, Madrid,
1996, traducción de Manuel Cancio Meliá y Bernardo Feijóo Sánchez; entre otros), se evidencia que a la
ruptura del rol —infidelidad— no le sigue la confirmación de la identidad normativa (aseguramiento
simbólico); sino que la falta de “fidelidad” al rol asignado —o el impedimento de asumirlo— (estereotipo
lesivo) produce, en estos casos y de manera selectiva, el reaseguramiento de la vigencia del sistema de
control social actual (refuerzo material y simbólico de los valores de la estructura de dominación).
37
A modo de ejemplo, la Regla 61 de las Reglas de Bangkok dispone que: “Al condenar a las delincuentes,
los tribunales tendrán la facultad de examinar atenuantes, como la ausencia de historial penal y la levedad
relativa y el carácter de su comportamiento delictivo, teniendo en cuenta las responsabilidades de cuidado
de otras personas de las interesadas y su situación particular”. A su vez, se reconocen los cuidados
especiales que deben atenderse ante las mujeres gestantes encarceladas, las que se encuentran en período
de lactancia y las que conviven allí con sus hijos/as, de modo tal que prohíben la aplicación de ciertas
sanciones sobre ellas tales como el aislamiento o la segregación disciplinaria (Regla 22) y de medios de
coerción (Regla 24).
38
Zaffaroni, E. Raúl, “Las penas crueles son penas”, ob. cit., p. 28.
39
Sobre la crítica a dicha ficción ver Alagia, Alejandro, “Hacer sufrir. Imágenes del hombre y la sociedad
en el Derecho Penal”, EDIAR, Buenos Aires, 2013.
sino afirmar que la pena, en tanto manifestación irracional de un hecho de poder, es un
acto político40.
En ese sentido, si el derecho penal debe servir para programar al poder jurídico de
manera tal que pueda filtrar los diversos grados de irracionalidad del poder punitivo 41, y
no para legitimarlo, cabe preguntarse acerca de las directrices o herramientas con las que
cuentan los/as operadores judiciales para actuar conforme a un discurso jurídico penal
limitante de la violencia ejercida por el propio sistema penal, directrices que no son otras
que las ya esbozadas por el derecho penal liberal.
En primer lugar, y fundamentalmente, debe tenerse en cuenta la desproporción
entre las penas —tanto en la duración como en el dolor que su imposición genera— y el
daño que producen los delitos por los cuales se persigue a las mujeres.
Con relación a ello, dable es recordar que el principio de proporcionalidad mínima
de la pena opera no solo ante un conflicto de mínima lesividad, sino también cuando “la
afectación de derechos que importa es groseramente desproporcionada con la magnitud
de la lesividad del conflicto”42.
Entonces, vale considerar que si bien los delitos por los que se las somete a un
proceso penal, en su gran mayoría, son de carácter no violentos (se trata de procesos por
tenencia, transporte, comercialización o contrabando de estupefacientes a nivel
minorista), el sufrimiento padecido por las imputadas supera el contenido penoso
normalizado para éstos43. En definitiva, se “desequilibra la relación tiempo-sufrimiento
presupuesta por el legislador en el código al establecer las escalas penales” 44.

40
Barreto, Tobias, “O Fundamento do direito de punir” en “Menores e loucos”, Obras completas, Edição
do Estado de Sergipe, 1926, T. V; y Zaffaroni, E. R., Alagia, A. y Slokar A., ob. cit.
41
Acerca de la deslegitimación del poder punitivo y la reconstrucción de un discurso jurídico-penal crítico
ver “En busca de las penas perdidas” de E. R. Zaffaroni, ob. cit. y Zaffaroni, E. R., Alagia, A. y Slokar A.,
“Derecho Penal. Parte General”, ob. cit.
42
Zaffaroni, E. R., Alagia, A. y Slokar A., “Derecho Penal. Parte General”, ob. cit., p. 130.
43
Cabe recordar que a partir del derecho penal liberal —o de los penalistas del contractualismo— la
gravedad del delito se traduce en un “desvalor legal expresado en tiempo”, que se paga en, prácticamente,
una única unidad de pago —el tiempo de privación de la libertad— (ibídem, p. 286).
44
Zaffaroni, E. Raúl, “Penas ilícitas. Un desafío a la dogmática penal”, ob. cit., p. 28 y 29. Sobre la facultad
de los y las jueces y juezas para imponer una pena inferior al límite legal (o prescindir de ella) v. Zaffaroni,
E. R., Alagia, A. y Slokar A., “Derecho Penal. Parte General”, ob. cit., p. 133/4; Aguado Correa, Teresa,
“El principio de proporcionalidad en derecho penal”, Edersa, Madrid, 1999; y mismo Roxin, Claus,
“Culpabilidad y prevención en Derecho penal”, Editorial Reus, Madrid, 1999, traducción de Francisco
Muñoz Conde, p. 104 y cctes. En el caso “Gómez Gladis Fabiana” el fiscal interviniente estuvo de acuerdo
con la defensa en cuanto a la necesidad de perforar el mínimo legal atendiendo a las consecuencias que
podría generar la pena de prisión efectiva en los hijos e hijas a cargo de la mujer condenada (conf. CFCP,
Sala II, “Gómez Gladis Fabiana s/ recurso de casación”, causa nro. 17362/2014).
Al respecto, resulta preciso insistir en que, si bien la escala penal se enuncia en
meses y años (en números), la pena es vivida45, es decir, se traduce, concretamente, en la
corporalidad de unidades temporales (tiempo personal, de interacción e institucional).
Tener presente la temporalidad en tanto realidad del ser humano supone “ser conscientes
de que el tiempo que se le ‘tome’ con la pena no es solo el tiempo de pena, es su vida
misma”46.
En segundo lugar, debe advertirse que la circunstancia mentada también atenta
contra el principio de humanidad de la pena47, en tanto importa una crueldad inusitada,
producto de su aplicación en la realidad, en cuanto atañe un grave menoscabo a la
dignidad personal48 y a la persona en sí misma.
Por otra parte, debe considerarse que aquellas personas que conviven con sus
hijos/as en las cárceles comparten las —deficientes— condiciones de encierro, por lo que
también se ven vulnerados tanto los principios de trascendencia mínima de la pena 49 y
del interés superior del/a niño/a, como los estándares internacionales e interamericanos
de derechos humanos50.
Por último, si afirmamos que ese sufrimiento adicional de las mujeres que son
madres constituye una pena ilícita, que, como vimos, no por prohibida deja de ser pena,
debe entenderse que dicha situación desatiende la prohibición de la doble punición por
constituir uno de “los casos de personas [mujeres y madres] que sufren lesiones [de
carácter psíquico o moral], enfermedades o perjuicios patrimoniales por acción u omisión
de los agentes del Estado en la investigación o represión [en la ejecución de la pena junto

45
El ser no es en el tiempo, sino que es el tiempo. Heidegger, Martin, “Ser y tiempo”, Trotta, Madrid, 2012,
traducción de Jorge Eduardo Rivera C.
46
V. Messuti, Ana, “Más allá del tiempo como pena” en “La medida del castigo”, EDIAR, Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, 2012, p. 47; y “El tiempo como pena”, EDIAR, Buenos Aires, 2008. El tiempo
personal refiere al nivel individual (por ejemplo, a la propia experiencia), el de interacción a un nivel grupal
(por ejemplo, lo que pasa fuera de la cárcel, de lo que la persona detenida está ausente), y el institucional
al nivel cultural (por ejemplo, la aceleración del mundo globalizado). Respecto de la cuestión de la
corporalidad, ello nos lleva a analizar, según la autora, las condiciones materiales en las transcurre la pena.
47
Conf. Arts. 18 de la Constitución Nacional, 5 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, 5.2 de
la Convención Americana de Derechos Humanos y 7 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos.
48
En palabras de Elena Larrauri, “la humanidad de las penas se ha tendido a evaluar en función de su
severidad. Sin embargo, también son penas inhumanas aquellas que lesionan la dignidad, pues una pena
puede ser inhumana por severa o por degradante” (en “Penas degradantes”, disponible en
http://perso.unifr.ch/derechopenal/assets/files/articulos/a_20080526_22.pdf).
49
Conf. Art. 5.3 de la CADH. Al respecto, CFCP, Sala II, causa nº 684/2013, caratulada: “Álvarez
Contreras, Flor de María s/ recurso de casación”, reg. nº 1363/13, rta. 20/9/2013.
50
Reglas Mínimas para el tratamiento de los reclusos (Reglas Mandela), las Reglas mínimas de las
Naciones Unidas sobre las medidas no privativas de la libertad (Reglas de Tokio) y, en particular, las Reglas
de las Naciones Unidas para el tratamiento de las reclusas y medidas no privativas de la libertad para las
mujeres delincuentes (Reglas de Bangkok), entre otros.
a o sin sus hijos/as en la prisión] del delito cometido”51. De tal suerte, los dolores de
género en cuestión no pueden sino descontarse jurisdiccionalmente.
4. A modo de conclusión, tal como señalamos, teniendo en cuenta que la pena es
un hecho político, cabe resaltar, en palabras de Lola Aniyar de Castro, que “[e]l Estado
debe evaluar qué prefiere; si tener una reclusa más o una familia menos, menos menores
sin afecto materno, o abandonados y en peligro de convertirse también en carne de
prisión. En fin de cuentas, estas mujeres lo que hacen es convalidar su rol sexual: dar
familia, recursos a los niños y ancianos de los que deben responsabilizarse. Si esas no son
las motivaciones de su infracción, entones [se] debería evaluar si lo que se está castigando
es la ruptura del rol”52.
En definitiva, tal como indicamos anteriormente, se impone reconocer que en este
tipo de casos existe un aumento punitivo que acompaña a la pena formal que debe ser
considerado, por lo que los sufrimientos de género en cuestión, en tanto pena ilícita, no
pueden sino descontarse jurisdiccionalmente de la pena lícita a imponer o ya impuesta.
En ese sentido, debe recordarse que la culpabilidad es cuantificable, gradual, y que
es posible aplicar compensaciones por hechos —anteriores o posteriores— que reducen
o cancelan su significación precedente 53.
Finalmente, al tener en cuenta que una respuesta parcial de compensación no
resuelve el problema porque la pena ilícita sigue siendo ilícita y ante el deber ético estatal
de garantizar la realización de los derechos humanos, resulta imprescindible proyectar la
capacitación de los/as operadores judiciales y/o agentes del sistema penal conforme a un
discurso jurídico-penal limitante de la violencia ejercida por el sistema penal, y así hacer
audibles y escuchar los saberes proporcionados por la criminología crítica a fin de llevar
a cabo una toma de decisiones consciente —tanto respecto de las prisiones preventivas,

51
Zaffaroni, E. R., Alagia, A. y Slokar A., “Derecho Penal. Parte General”, ob. cit., p. 133. El destacado
es del original.
52
Aniyar de Castro, Lola, “Las mujeres infractoras…”, ob. cit., p. 349. El destacado es nuestro.
53
Cabe destacar que se sostienen dos conceptos de culpabilidad, uno para la teoría del delito y otro, que es
el que aquí aplica, “más amplio y con mayores componentes para la teoría de la pena (de cuantificación
penal)”. Al respecto, ver Slokar, Alejandro, “Culpabilidad y pena: trazos críticos sobre la cuantificación
punitiva (por una indeterminación judicial relativa)”, Revista de Ciencias Penales, nro. 4-1998,
Montevideo, 1999.
Por otra parte, sobre la compensación destructiva de la culpabilidad ver Bacigalupo, Enrique, “Principios
constitucionales del derecho penal”, Editorial Hammurabi, Buenos Aires, 1999, p. 170/4. Particularmente,
el autor refiere que aquella “tiene lugar cuando el autor recibe como consecuencia de la comisión del delito
un mal grave que se debe abonar en el cumplimiento de la pena”, y que éstos pueden ser tanto jurídicos
como naturales. Así, agrega que “los males jurídicos son básicamente las consecuencias del proceso penal
que van más allá de lo que el autor debe procesalmente soportar como consecuencia del hecho punible”.
como de la determinación y ejecución de pena— y de reducir en cuanto sea posible, en
cada caso en concreto, el dolor generado por la violencia estructural.
LA FALSA CONCIENCIA DEL BUEN OPERADOR
Por Juan Ignacio Buigo1 y Natalia Armentano

Consideraciones Preliminares
Como punto de partida corresponde delimitar un cierto posicionamiento teórico
acerca del derecho, particularmente del derecho penal que, en tanto rama del saber
jurídico, debe proveer a los operadores judiciales de un sistema orientador de decisiones,
construido en base a la interpretación de las leyes penales que se distinguen de las no
penales por la pena. Por lo tanto, requiere un concepto de pena que abarque las penas
lícitas, tanto como las ilícitas, porque de otra forma el derecho penal no podría distinguir
el poder punitivo lícito del que no lo es. Por ello el derecho penal interpreta las leyes
penales siempre en el marco de las otras leyes que las condicionan y limitan. Tal sistema
debe tener por objeto contener y reducir el poder punitivo, que es ejercido por las agencias
ejecutivas, en pos de garantizar la vigencia del estado de derecho y la República misma. 2
La función de contención señalada deberá llevarse a cabo contemplando las
especiales características de cada etapa del proceso penal 3. Es por ello que a la hora de
efectuar un correcto estudio acerca de la situación de las personas que se encuentran
privadas de su libertad - ya sea en virtud de una sentencia condenatoria firme o con motivo
de una medida de carácter cautelar- debemos tener en cuenta las específicas
particularidades del encierro, así como también la multiplicidad de actores que
intervienen en dicha situación.
En tanto pretendemos desentrañar los elementos que hacen al concepto de
violencia4 en prisión, resultan de enorme importancia los relatos directos de todos los

1
Docente de la comisión de criminología a cargo de la Dra. Gabriela Gusis, de la cátedra a cargo del Dr.
Alejandro W. Slokar, Facultad de Derecho, Universidad de Buenos Aires.
2
Cfr. Zaffaroni, Alagia y Slokar, “Derecho Penal. Parte General”, Ediar, 2002, pp. 3 y ss. Zaffaroni,
E.Raúl, “En Busca de las penas perdidas”, Temis, 1993, p. 209. Zaffaroni, E. Raúl e Ílison Dias Dos
Santos, “La nueva crítica criminológica. Criminología en tiempos de totalitarismo financiero”, Ediar, Bs.
As., 2018. Zaffaroni, E. Raúl, “La palabra de los muertos. Conferencias de criminología cautelar”, Ediar,
Bs. As., 2011, conferencias 16° y 17°.
3
Ya sea, en su función de programación de decisiones jurídicas reductora de poder punitivo, como así
también una vez dispuesta la sentencia condenatoria en su etapa de ejecución. De allí la eterna discusión
doctrinaria de si esta última etapa debe considerarse derecho penal de fondo o de forma y las consecuencias
que de ello se derivan. Una vez más, observamos aquí, la importancia del poder de definir. Ver más en
Zaffaroni, Alagia y Slokar, ob. cit., p. 759.
4
Entendemos estas violencias de contenido criminológico penal y dentro de esta categoría como violencia
institucional. en tal sentido, la criminología crítica latinoamericana Lola Aniyar de Castro encuadra en esta
definición a los delitos que cometen las instituciones o sus órganos. Véase, Lola Aniyar de Castro, “Primer
Seminario de Investigación Comparada sobre Violencia en América Latina”, en Capítulo Criminológico,
4, Universidad del Zulia, Maracaibo, 1976, p. 385-388.
intervinientes en ella, toda vez que existe una multiplicidad de situaciones que se suscitan
en este campo, que van a ser consideradas como violentas, o no, según donde sean
vivenciadas. Puntualmente, en base a los testimonios de los operadores que cumplen
funciones en distintas agencias del sistema penal 5, intentaremos encontrar cuáles son sus
perspectivas y representaciones sobre la violencia. Asimismo, trataremos de explorar, al
analizar sus relatos, cómo ellos mismos perciben su accionar - positiva o negativamente
en miras de mitigar o fomentar tales situaciones que definen como violentas-.
De modo entonces que se analizará en lo sucesivo, cómo cada operador del
sistema penal percibe su desempeño, las herramientas con las que cuenta para abordar la
tarea que le corresponde y el uso que hace de ellas. Esto es relevante en tanto, la
interpretación de un mismo hecho podrá variar, según la significación que le otorgue uno
u otro interviniente6.
Por otra parte, también será oportuno indagar acerca de la incidencia que podrían
llegar a tener otros actores que, de manera indirecta o no tanto, atraviesan la cuestión
penitenciaria. En este aspecto, introduciremos en el análisis no solo a los medios de
comunicación, sino al conjunto de la sociedad que, moldea o construye, una determinada
percepción de la vida intramuros. Esta cuestión es compleja, si se entiende que es
precisamente esa concepción la que puede derivar en vastas formas de discriminación
para con las personas detenidas; no sólo mientras permanecen privados de su libertad,
sino una vez que vuelven a tomar contacto directo con la sociedad 7.
De conformidad con la función de contención atribuida al derecho penal y a la
necesidad de elaborar un sistema orientador de las decisiones jurisdiccionales, no es
posible soslayar el plano normativo, de modo que será menester integrarlo en el presente
análisis. Recordemos que tanto la Constitución Nacional, como los Tratados
Internacionales en materia de derechos humanos, así como la ley 24.660, sostienen que
la finalidad esencial que debe regir la ejecución de la pena, es la reinserción social. Lo
cual debe leerse en armonía con los estándares legales a tener en cuenta al momento la

5
Se entrevistaron un total de seis personas de las cuales, cuatro de ellas se desempeñan en la Procuración
Penitenciaria de la Nación, una en la Dirección de Control y Asistencia de la Ejecución Penal, y otra es
titular de un Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal.
6
Por ejemplo, lo que para un operador de la justicia constituye una simple decisión administrativa, para un
detenido/a puede traducirse en una situación de especial sufrimiento. También el ejemplo podría plantearse
a la inversa, es decir, las requisas y los controles excesivos para la mayoría de los operadores resulta
violento, pero para las personas privadas de libertad -por naturalización y otras cuestiones que veremos a
lo largo del informe – no resultan violencias que coloquen de resalto, sino otras que tienen que ver más con
sus vivencias personales.
7
Véase al respecto: Becker, Howard S., “Outsiders. Hacia una sociología de la desviación”, Siglo XXI ed.,
CABA; 4ª ed, 2014; Goffman, Erving, “Estigma: La identidad deteriorada”, Amorrortu, CABA, 2009.
imposición de una privación de la libertad de carácter preventivo, a saber, la constatación
de casos en que se pueda entorpecer la investigación o exista un peligro de fuga, de modo
en que no se vulnere el principio constitucional de inocencia. 8

Aspectos metodológicos y sus limitaciones.


Advertencia:
Desde una perspectiva crítica, tal como lo desarrolla Bordieu en el campo de la
sociología9, consideramos necesario aclarar que si bien desde nuestro rol de
investigadores adoptamos todas las medidas pertinentes para poder analizar el objeto de
estudio que nos convoca, también somos operadores judiciales y ello se traduce en
consecuencias directas sobre la investigación en cuestión.
Innegablemente no podemos escindirnos de la estructura judicial y por ende de
no estamos exentos de algunos de los sesgos que serán expuestos en el presente. Es por
eso que, concluiremos este trabajo con reflexiones acerca de cuáles son las mejoras que
se podrían incluir en futuras investigaciones, tanto en lo relativo a la producción de las
entrevistas como también en función de su desarrollo y posterior análisis; apuntando a
lograr una investigación crítica eficiente en todas sus etapas.

Elaboración y desarrollo de las entrevistas:


Si bien logramos entrevistar a diversos operadores que desarrollan sus
actividades en distintos ámbitos o agencias del sistema penal, lo cierto es que no pudimos
contar con el testimonio del personal del Servicio Penitenciario Federal. Tal situación se
traduce en una limitación metodológica, en primer lugar por la incidencia que tienen tales
operadores en las relaciones que se desarrollan intramuros debido a su evidente cercanía;
y por otro lado, porque es imposible soslayar que su posición socioeconómica10 dista
mucho de la que revisten los operadores aquí entrevistados.

8
Al respecto, según un informe elaborado por el Sistema Nacional de Estadística sobre Ejecución de la
Pena (SNEEP), perteneciente al Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, al día 31 de
diciembre del año 2018, la tasa de personas privadas de su libertad sin sentencia firme, ascendía al 43,5%.
9
En este desarrollo el autor plantea que formar parte del objeto sobre el cual recae el análisis puede devenir
en distintas consecuencias. Asimismo, agrega que el objetivo al que debe tender una investigación es la
eficiencia y para poder alcanzarlo, se debe realizar un esfuerzo crítico en cada etapa de la misma. Es decir,
desde la elaboración de la hipótesis hasta su conclusión. Véase al respecto Bordieu, Pierre, “El sentido
práctico”, Siglo XXI, CABA, 2007.
10
Véase al respecto el concepto de “selección policizante” cfr. Zaffaroni, Alagia y Slokar, op. cit., 2002, p.
16.
Es decir, entre todas las personas que concurren en la decisión de una condena a
prisión, podría ser el agente de policía - o del servicio penitenciario - quien por su
educación, gustos e intereses, medio social análogo o intermedio, se sintiera más próximo
al detenido.11 Lo dicho deriva en una gran incidencia por parte del personal del servicio
penitenciario en las condiciones diarias a las que se encuentran sometidas las personas
privadas de su libertad, y por ello hubiese resultado sumamente enriquecedor poder
acceder a tales testimonios 12.
Cabe agregar con respecto al personal del Servicio Penitenciario que, aun no
habiendo presenciado las entrevistas, nos resultó notorio el control ejercido en forma
indirecta por parte de la institución y su personal sobre las personas privadas de libertad
que accedieron a hacer la entrevista 13.Si bien el personal del servicio no podía oír los
relatos y las experiencias relatadas, ya que las mismas fueron realizadas en un sector
destinado a tal fin y a la hora de llevar a cabo las transcripciones se mantuvo el anonimato,
en miras de proteger la privacidad de las entrevistadas, al momento de profundizar sobre
las narrativas que iban surgiendo, observamos dos denominadores comunes en el vínculo
entre estos actores: a- la naturalización por parte de los propios detenidos y detenidas, de
diversas formas de violencia que se ejercían de manera cotidiana y b- particularmente en
los casos de mujeres con hijos, la coerción generada a través del vínculo con ellos, como
así también la creencia de que este tipo de actividades con fines académicos tendrán
alguna incidencia positiva en su estadía dentro del penal 14.
Respecto de los testimonios de los operadores judiciales, es preciso aclarar que
quienes se prestaron a brindarlos, en términos generales y quizá simplistas, adoptan un
posicionamiento crítico en cuanto al ejercicio del poder punitivo para con los procesados
o condenados sometidos a encierro, por lo menos frente a su operatoria actual. De modo
que conciben este universo de situaciones como especialmente problemáticas, y tienden
a situarse en las antípodas de aquellos discursos que, ya sea de manera solapada o
declamatoria, fomentan la reproducción de tal violencia, siempre desconociendo las
garantías constitucionales.

11
Hulsman Louk, Bernat de Celis, Jaqueline, “Sistema Penal y Seguridad Ciudadana, hacia una
alternativa”, Editorial Ariel S.A., España, 1984.
12
Es interesante al respecto el informe desarrollado por María Laura Rodriguez, “La Formación
Universitaria en el Servicio Penitenciario Federal”, expuesto en el marco de las 1° Jornadas de Estudios
Sobre el Castigo, desarrolladas en la Universidad Nacional de Quilmes.
13
Véase al respecto Goffman, Erving, “Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos
mentales”, Amorrortu, CABA, p. 25-100.
14
Véase Foucault, Michel, “Vigilar y Castigar, nacimiento de la prisión”, Siglo XXI ed, Madrid, 14º ed.,
2018; Bentham, Jeremy, “El Panóptico”, ed. La Piqueta, Madrid, 1979.
Una última salvedad que es pertinente hacer en cuanto al aspecto metodológico
es el hecho de no haber sido recibidos por funcionarios del poder ejecutivo. Esto cobra
especial relevancia si se toma dimensión de la enorme incidencia de este poder del Estado
por las instituciones que de él dependen y que intervienen directamente en el diseño de la
política criminal y penitenciaria. Respecto a este punto, no puede obviarse su incidencia
en el plano discursivo generador de consensos 15 en temas como el que aquí se aborda.

Entrevistas a los Operadores


En oportunidad de llevar a cabo las entrevistas, sin perjuicio de que todos los
operadores judiciales fueron indagados en base a los mismos interrogantes, cada uno
abordó los tópicos según su propia visión. Trataremos en lo sucesivo de resaltar tanto los
contrapuntos entre ellos, así como también sus coincidencias, a fin de poner de manifiesto
las complejidades de su abordaje.
Como adelantamos en la introducción, debido a la pluralidad de situaciones y
relaciones que se desenvuelven en la vida intramuros, deviene necesario primeramente,
identificar cuáles de ellas son percibidas como violentas por los propios operadores, y
precisamente este fue el eje del primer interrogante.
A) ¿Cuáles cree que son las más graves situaciones de violencia que sufren
los y las detenidas dentro de la prisión?
De las entrevistas surge que “las mayores violencias paradójicamente son
aquellas que se encuentran naturalizadas”. En tal sentido, se advierte que estas
violencias pueden manifestarse en “la restricción del acceso a derechos fundamentales
basado en motivos de seguridad, se incorpora a la realidad diaria sin poseer un marco
propicio ni herramientas para poder denunciarlo. Estos dolores y sufrimientos
difícilmente surgen en forma espontánea en los talleres de prelibertad, ya que, si bien no
hay personal de custodia en ese momento, sienten que están siendo observados/evaluados
continuamente.”

15
Al respecto sostiene Mario Riorda que “el consenso debe contribuir con las funciones de sostén del orden
público: con la disminución de las probabilidades del uso de la violencia en la resolución de los
desacuerdos; con el aumento de la cooperación no impulsada por el miedo al poder coercitivo del más
fuerte; debe contribuir a limitar la intensidad emocional que se expresa en discrepancias y rigideces de la
adhesión a los objetivos acerca de los cuales hay desacuerdo; debe impulsar la creación de una actitud
favorable a la aceptación de medios pacíficos entre los que tienen cierto sentido de afinidad o identidad
mutuas…” (“La Comunicación Gubernamental Como Comunicación Gubernamentall, p. 98 disponible en
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5496023.pdf).
En cuanto a este punto, sostiene uno de los entrevistados que “La situación
económica y social de nuestro país repercute con la violencia, el hacinamiento, la tortura
y los malos tratos en las cárceles. Por lo tanto, la respuesta a la pregunta se encuentra
atada al momento social, económico y político de nuestro país. En este momento, después
de tres años de políticas represivas16, nuevamente volvemos a advertir un incremento en
los niveles de violencia, superpoblación, etc; incluso en el orden federal, que parecía una
situación que se estaba saldando. Un ambiente de hacinamiento conduce de forma
automática en los incrementos en los niveles de violencia.”
Retomando lo expuesto en el testimonio, entendemos que los
establecimientos carcelarios no pueden ser analizados de manera aislada, sino que
deviene necesario despojar a las instituciones sociales dedicadas a la ejecución de las
penas, de sus velos ideológicos y apariencias jurídicas y describirlas en sus relaciones
reales 17. Un análisis complejo e integral acerca de tales establecimientos exige indagar
no sólo acerca de las condiciones de vida dentro de ellos, sino también poner de
manifiesto cuál es la función que a estos se les asigna en relación a un determinado diseño
social.
Es por ello imprescindible tener en cuenta el rol que ocupan los medios de
comunicación y el conjunto de la sociedad, con innegables consecuencias en el
tratamiento dispensado a quien es sometido a encierro, incluso una vez superado.
B) ¿Influye en las condiciones que se considera como violentas, ya sea para
mitigar o para fomentarlas, la tarea que desarrolla?
Este interrogante es especialmente interesante en tanto, si bien todos los
entrevistados concuerdan en la gran variedad de situaciones de violencia que se suscitan
dentro de los penales, alegan encontrarse limitados a la hora de mitigarlas, aun cuando
ellos mismos forman parte del propio sistema penal, muchos de ellos ocupando cargos
jerárquicos.
Uno de ellos sostuvo que “entre cientos de tribunales y fiscalías de los cuales
depende la suerte de los prisionizados es muy poco lo que se puede hacer. En lo que a
uno le compete puede ser sumamente estricto en la disposición de prisiones preventivas
y en su continuidad, generando un sistema interno de control permanente y restrictivo de
este instituto. También tener una postura favorable de ella por arresto domiciliario u

16
Dicho testimonio fue brindado en el año 2018.
17
Véase al respecto Rusche Georg, Kirchheimer Otto, “Pena y Estructura Social”, Editorial TEMIS,
Bogotá, 1984.
otras medidas menos lesivas, pero no puede ir más allá de los límites de la jurisdicción.
A partir de reformas puntuales que responden a campañas de ley y orden, se produjeron
modificaciones que implicaron condiciones más restrictivas en la ley de ejecución penal
y que generan mucho daño.”
En este punto observamos similitudes en la percepción de todos los
entrevistados. Los cuales se reconocen parte del sistema penal, en paralelo reconocen la
violencia institucional como un dato de la realidad insoslayable, pero no creen tener que
ver con el fomento de tales situaciones.
Es decir, a pesar de haber dialogado con profesionales que poseen un gran
compromiso con transformar la realidad bajo la pauta orientadora de garantizar los
derechos humanos, se reconocen sumamente limitados a la hora de adoptar decisiones
que efectivamente tiendan a producir una modificación en las condiciones actuales.
Sumado a ello, a pesar de ocupar posiciones jerárquicas dentro del sistema penal, tampoco
se reconocen como parte del problema.
Ante ello, debemos indagar acerca de las causas que llevan a los propios
operadores judiciales a no reconocerse como parte de una problemática estructural, y
consiguientemente las consecuencias que acarrea ese no reconocimiento.
El conocido experimento de Milgram18 elaborado desde la psicología social
demostró que la obediencia a la autoridad puede llevar a aplicar dolor a otrx en limites
impensados para la humanidad. Al preguntarse el por qué de esta conducta elabora la
teoría de la cosificación -en organizaciones jerarquizadas, los agentes responderán a las
ordenes impartidas por el líder sin sentirse responsable de sus actos ya que está
obedeciendo- apoyada en la valoración positiva de la sociedad a cumplir con lo esperado.
Este aporte desde la investigación, nos permite reflexionar y preguntarnos ¿por qué los
operadores del sistema penal no se ven como parte del problema? Y en consecuencia, una
vez sorteado el primer interrogante, ¿podrían pensarse cómo una solución?.
El concepto de “banalidad del mal” desarrollado por Hannah Arendt19 nos parece
interesante para abordar la cuestión. Al encontrarnos frente a sistemas fuertemente
burocráticos y compartimentados, las decisiones que se toman en lo cotidiano parecen no
tener una incidencia real en otrx. Salvando las distancias con el ejemplo abordado por
Arendt, podríamos trazar un paralelismo con la idea de medidas tomadas a través de

18
Véase Milgram, Stanley, “Obediencia a la autoridad. El experimento Milgram”, Capitán Swing, Madrid,
2016.
19
Al respecto, “Eichman en Jerusalén”, De Bolsillo, CABA, 2019.
extensas estructuras burocráticas, y en las cuales los agentes solo participan de un
segmento aislado. Por supuesto que advertimos diferencias sustanciales entre el caso
tomado por Arendt, y el que aquí se analiza, como así también el compromiso con los
derechos humanos que moviliza a los agentes entrevistados. No obstante ello, algunos
rasgos de la operatoria de ciertas estructuras burocráticas tal y como plantea Arendt,
permite identificar determinadas continuidades en la generación de dolor.
Este tipo de distribución de roles propicia un clima de negación del tipo
implicatoria20, como mecanismo de justificación. Para ello resultará imprescindible la
búsqueda de reformas que tiendan a derribar el sesgo propio de la estructura burocrática.
Ello es importante en tanto, entendemos que la distancia, ya sea física o simbólica,
contribuye justamente con el desenvolvimiento de las técnicas de neutralización.
Es cierto que existen diversas trabas o limitaciones a la hora de tomar medidas
por parte de los operadores, y más aún cuando esas medidas pretenden una modificación
significativa. Sin embargo, ello no puede llevar a la sensación de impotencia por parte,
justamente, de los encargados de tomar las decisiones. La consecuencia de ello, es un
aumento en el sufrimiento infligido a quienes se encuentran privados de libertad. Ello
sobre todo teniendo en cuenta, que gran parte de los operadores poseen una sincera
voluntad de transformación de estas estructuras.
“Cuando el juez se plantea la imposición de una pena de prisión al autor de un
injusto culpable, sabe –o debe saber- perfectamente que no impondrá solo una pena de
privación de la libertad ambulatoria. Resulta evidente –e ineludible- la obligación de
considerar los efectos colaterales de la ejecución de dicha pena […efectos que ] no se
encuentran vinculados consustancialmente (ni tampoco lícitamente) a la privación de la
libertad sino que son debidos a las deficiencias del Estado. En particular, debe aludirse
a la superpoblación carcelaria”21
Será necesario entonces extremar los esfuerzos, en la actualidad con las
herramientas con las que se cuenta, pero sin dejar de pensar las necesarias y urgentes
reformas. Además, son numerosos los ejemplos en donde, a partir de una decisión judicial
o administrativa, se logra una mejora en las condiciones de detención, o por lo menos, el

20
Cohen, Stanley, “Estados de Negación, ensayo sobre atrocidades y sufrimiento”, Departamento de
Publicaciones, Facultad de Derecho, Universidad de Buenos Aires, 2005, p. 26.
21
Silva Sánchez, Jesús María, “Mallum passionis. Mitigar el dolor del Derecho Penal”, Atelier, Barcelona,
2018, p. 152-153.
cese en el agravamiento, lo cual en el contexto actual debe ser entendido como una
conquista.
Por citar un ejemplo, la Sala II de la Cámara Federal de Casación Penal, resolvió
en el marco de un Habeas Corpus promovido por la Comisión de Cárceles de la
Defensoría General de la Nación y la Procuración Penitenciaria de la Nación 22, intimar al
Servicio Penitenciario Federal a que adopte las medidas para la reubicación de internos,
que excedía holgadamente el cupo estipulado. A tal fin, decretó la prohibición de ingreso
de nuevos internos al Complejo Federal nro. II de Marcos Paz.
En su voto, el Dr. Alejandro W. Slokar describió la situación penitenciaria
contemporánea como una “masiva segregación que conduce al reemplazo de la
denominación cárcel por la de “depósito humano” o incluso “vertedero”, que se
gestiona con una lógica de población enemiga y no ofrece promesa alguna de reforma
sino de mera inocuización,”
Agregó, con respecto a las medidas a adoptar que “…el único modo de contener
la situación denunciada resulta el establecimiento de un cupo, esto es, la determinación
de la capacidad real y efectiva de la cárcel, conforme a los estándares pautados, de
acuerdo a las pertinaces exigencias internacionales, de modo de limitar el número de
ingresos a esa capacidad. Se trata de la exclusiva forma normativa de no degradar las
condiciones de encarcelamiento y de evitar el consecuente efecto reproductor de
criminalidad que compromete los derechos de todos los habitantes.”
Concluye afirmando que “…encarcelamiento masivo, superpoblación, ausencia
de cupo carcelario cierto, estándares internacionales ignorados y responsabilidad del
Estado evadida, constituyen un escenario atroz para la integridad de las personas presas
y en forma refleja para el tejido social, pues la comunidad toda padecerá las
consecuencias de tanto desatino frente a decisiones públicas que, es sabido, deben
adoptarse de inmediato.”
Este constituye un claro ejemplo de la importancia que reviste la voluntad de los
operadores judiciales, a pesar – y frente a- condicionamientos ajenos a ellos, como puede
ser una determinada política criminal tendiente al encarcelamiento masivo de personas.
En este punto también cabe destacar las actividades llevadas a cabo por los operadores
entrevistados, en sus diferentes ámbitos de trabajo, con similar vocación humanista.

22
CFCP, “PROCURACIÓN PENITENCIARIA DE LA NACIÓN s/recurso de casación”, sentencia del 28
de junio de 2019, registro 1351/19 de la Sala II, disponible en https://www.cij.gov.ar/sentencias.html
Estereotipos y medios de comunicación.
Pensar las violencias en prisión sin emitir unas breves consideraciones sobre los
medios de comunicación y la utilización de estereotipos, implicaría dejar inconcluso el
análisis. Para adentrarnos en este eje, resulta primordial realizar algunas precisiones
teóricas. Desde la criminología y puntualmente desde una postura crítica, entendemos
que dentro de ella existen tres grandes discursos a tener en cuenta. Estos son los
pertenecientes a la academia, a los medios de comunicación y por último, el de los
muertos, que no hablan, pero que mucho nos dicen acerca de la manera en que se ejercen
determinadas relaciones de poder, sobre todo aquellas que se traducen en la imposición
de dolor.
En particular, la criminología mediática responde a la construcción de la
realidad a través de la información, subinformación y desinformación mediática en
convergencia con prejuicios y creencias, que se basa en una etiología criminal simplista
asentada en lo que Raúl Zaffaroni denomina causalidad mágica 23. De ella se desprenden
ciertos elementos característicos que serán centrales en cualquier análisis vinculado a
estereotipos y medios de comunicación.
La denominada criminología mediática constituye una herramienta fundamental
para posibilitar el ejercicio selectivo del poder punitivo y la consiguiente legitimación de
una sociedad de exclusión – tal como sostiene Slokar24, con un 30% de incluidos y un
70% fuera del sistema. Ante este panorama de exclusión, se construye una barrera entre
un ellos y un nosotros a través del pánico moral difundido con los medios de
comunicación, asentada en prejuicios que subyacen en la sociedad.
Tal señalamiento responde a la práctica definida por Carl Schmitt, de modo que
se señala al enemigo para destruirlo o reducirlo a la impotencia total. Para el autor,
precisamente es esa potestad de distinción, en cabeza del Estado soberano, en donde
estriba la existencia política. Si un pueblo deja de tener la capacidad o la voluntad de
hacer esta distinción, el pueblo deja de existir políticamente.25
La esencia del trato diferencial que se depara al enemigo consiste en que el
derecho le niega su condición de persona y sólo lo considera bajo el aspecto de ente
peligroso o dañino. Por mucho que se matice la idea, cuando se propone distinguir entre
ciudadanos (personas) y enemigos (no personas), se hace referencia a humanos que son

23
Zaffaroni E. Raúl. ob. cit., 2011, Conferencias 16 y 17.
24
Slokar, Alejandro W., en AA. VV, “América y su porvenir jurídico”, Ediar, Bs. As., 2016, pp. 79-87..
25
Véase Schmitt, Carl, “El Concepto de lo Político”, Editorial Struhart & Cía., Bs. As., 2015.
privados de ciertos derechos individuales en razón de que se dejó de considerarlos
personas 26, dando lugar a una suerte de licencia para la aniquilación de la vida sin valor
de vida.27 En este sentido, se advierteque este concepto anida en algunas sociedades
pretendidamente democráticas, y en el plano jurídico se esconde bajo el velo de
“normativismos idealistas que puedan legitimar atrocidades, fundados en exegesis
positivistas sin restricciones superiores desde el sistema jerarquizado de fuentes de la
superlegalidad internacional de los Derechos Humanos”28.
En relación a esto último, y consultado sobre cuál cree que son las percepciones
mediáticas sobre las prisiones y quienes son alojados en ellas, uno de los operadores
sostuvo que “A partir de una concepción cultural, la percepción en general de la
sociedad respecto de quien va preso, es que todo es posible respecto de ella. Quien va
preso, deja en la puerta de penal o de la comisaría su traje de ciudadano y que por lo
tanto quien ingresa a un recinto de detención, lo hace desprovisto de todos los atributos
de la persona, especialmente de la dignidad humana, y que por lo tanto es un mero ser
biológico, que no tiene derechos y respecto de él todo es posible, maltratarlo, denigrarlo,
no alimentarlo, golpearlo, torturarlo, matarlo.”
La criminología mediática altera la realidad de un mundo de personas correctas
(nosotros) enfrentada a un grupo de delincuentes que se condicen con ciertos estereotipos
(ellos), los cuales deben ser identificados y separados de la sociedad. Esto se da porque
la otredad, sobre todo cuando es negativa, molesta, no se puede convivir con la diferencia.
Si se lograra separarlos -según lo instalado mediáticamente – podríamos vivir mejor, es
decir, se solucionarían todos nuestros problemas. El “ellos” sería entonces, el chivo
expiatorio, a partir del cual se canaliza la venganza con su sacrificio, y consiguientemente
se solucionarían problemas de fondo que requieren voluntad política y -valga la
redundancia – políticas públicas.29
.Relacionado a ello, reflexiona un operador que “en cuanto al rol de los medios,
revelan cómo se produce un traslado de la binarización o grieta que se da en lo
político/social y cómo eso se traslada a la cárcel/sociedad. Esta última, en el estado
actual de cosas, intenta desvincularse del otro, evita un análisis profundo y re-produce

26
Zaffaroni, E. Raúl, “El Enemigo en el Derecho Penal”, Ediar, Bs. As., 2018.
27
Bindin, Karl, Hoche, Alfred, “La Licencia Para la Aniquilación de la Vida sin Valor de Vida”, Colección
El Penalismo Olivado, Dirección E. Raúl Zaffaroni, Argentina, Ediar, Bs. As., 2009.
28
Slokar, Alejandro W., “Necropolítica de los cautivos: crisis y destino de la construcción jurídico-penal”
en AA. VV., “Morir de cárcel”, Editorial Ediar, Bs. As., 2016, p 67-75
29
En cuanto al concepto de “Chivo Expiatorio” véase al respecto Girard, René, “El Chivo Expiatorio”,
Editorial Anagrama, Barcelona, 1986.
violencia social. Observan una propuesta social punitiva, donde no hay alternativas a la
prisión. Donde no se busca resocializar sino impartir violencia y relegar a la misma
población a los mismos espacios. Para reproducir estos discursos, los medios de
comunicación se valen de la imagen del preso y de allí construyen un estereotipo. Estos
estereotipos, que devienen en situaciones de discriminación, son incorporados, utilizados
y re-producidos en primer lugar por el SPF, como herramienta necesaria para gobernar
la cárcel”.
El concepto de “estereotipo” al que refiere el párrafo anterior responde a una
etiqueta de rol negativa, conjugada con los prejuicios de la sociedad que son receptados
y exacerbados por los medios de comunicación. De esta dinámica resulta que aquellos
que respondan al estereotipo serán más vulnerables a la criminalización secundaria.
asimismo, en la faceta interna de este rol, estas demandas de comportamiento son
interiorizadas y subjetivadas culminando en el condicionamiento o repetición de futuras
conductas desviadas. esto nos permite observar bajo qué lógica se refuerza la prisión y
como esta herramienta utilizada por el Servicio Penitenciario en su cotidianeidad,
naturaliza una práctica que produce consecuencias ampliamente negativas para las
personas privadas de libertad 30.
En uno de los testimonios recabados se señaló que “La construcción de
estereotipos y la reproducción de los mismos con ayuda de los medios de comunicación,
no solo operan para las personas que los consumen fuera de las prisiones, sino que
también se instalan y construyen realidades intramuros.”
Advirtiendo como opera la dinámica entre medios de comunicación y
percepción social, a través de estereotipos, otro de los entrevistados sostuvo que,
“Cuando los medios receptan o difunden algo relacionado con el sistema carcelario, el
mensaje que subyace es el de tratar de confirmar la percepción cultural que ya se tenía
sobre ese lugar y su población. Confirma y ratifica que se trata de desviados, otros,
ciudadanos de segunda o no ciudadanos, a los cuales despoja de todo rasgo de
humanidad. Algo que en algún momento se trató de comprobar a través de las posturas
positivistas del siglo XIX. Si bien de otra manera, esos prejuicios que motivaban a esta
corriente, siguen estando.”

Derecho penal del enemigo.

30
Zaffaroni, E. Raúl; et. al., ob. cit., 2002, p. 3 y 9.
La selección de un enemigo acorde a la necesidad de legitimación de
determinadas medidas o proyectos de gobierno se remonta a la etapa inquisitorial.
Distintos autores han analizado esta dinámica en los diversos niveles en los cuales se
puede observar. Es decir, el uso del concepto de enemigo en la construcción del Estado
hobbesiano no opera de la misma forma que en el uso discursivo que efectúan los medios
de comunicación sobre aquellos adolescentes de barrios marginales que son utilizados
como chivos expiatorios en nuestra región. En el caso particular bajo análisis, podemos
visualizar dos dinámicas del concepto binario amigo/enemigo. Una intramuros y otra de
la sociedad en su conjunto. 31
La primera dinámica, dentro de la prisión, se observa a su vez en dos aspectos y
de allí lo interesante de su análisis. Por un lado, la distinción en el trato que se establece
entre el personal del sistema penitenciario y los internos. Es decir, la definición del ellos
por diferencia al nosotros, en la lógica malos y buenos, legitima o racionaliza un amplio
abanico de decisiones que se irán tomando día a día con el objeto de naturalizar o justificar
distintas violencias.
El segundo aspecto que pudimos apreciar dentro de la prisión, a través de los
relatos recabados en las entrevistas cualitativas a personas privadas de libertad, -también
de las ideas que hemos recolectado al interactuar con los operadores que a diario
intervienen en esta realidad- es que esta lógica amigo/enemigo se reproduce mismo entre
las personas que se encuentran allí. Podríamos pensar que esta distinción responde a la
necesidad de generar subgrupos dentro de la prisión para sobrevivir y lograr un sentido
de pertenencia. Esto a su vez, responderá -tal como vimos en el punto anterior – a distintos
estereotipos que alimentan la otredad y legitiman la violencia entre ellos mismos.
En tal sentido, una de las personas entrevistadas relató que “muchas veces hasta
tienden a sobreactuarse los estereotipos, los ´valores tumberos´ como forma de
adaptarse al sistema y sentirse parte de un grupo, en otras palabras, para ´sobrevivir´.
la necesidad de pertenencia cruza los muros, y el formar parte del nosotros por oposición
al ellos – los delincuentes – se invierten los estereotipos. Ellos ya no son los ´chorros´ y
a los ´chorros hay que matarlos a todos´, porque ´si están ahí, es por algo´. Esto no debe
perderse de vista al momento de analizar las consecuencias y las marcas que implican
atravesar el sistema penal.”

31
En cuanto al concepto de enemigo véase Zaffaroni, E. Raúl, op. cit., 2018.
La segunda dinámica observada, es el traslado de esta lógica a un nivel más
macro. Dentro de la sociedad, se produce una grieta que, por distintos mecanismos y con
la plena participación de los medios de comunicación, donde aquellos que cometieron un
delito y los que aún no fueron condenados, pero se encuentran dentro del mismo espacio
que los estigmatiza -prisión- forman parte de un “ellos” que en oposición al “nosotros”
no merece ningún tipo de respeto a sus derechos. Esta lógica, sumada a la invisibilización
de las situaciones cotidianas que se dan dentro de la prisión concluye en la
despersonalización de la persona que se encuentra privada de su derecho a la libre
circulación.
En tal sentido, un operador manifestó que “Se intenta puntualmente ver a la
persona y garantizarle cuestiones básicas como ser el derecho a un abogado. Es decir,
poner en conocimiento de los derechos que posee, empoderarlo como sujeto intentando
impedir su despersonalización, su transformación en objeto.” y, además, en esta línea
agregaba que “Se debe revertir la despersonalización, luchar contra el disciplinamiento
incorporado.”
Es oportuno destacar la negación del condenado como sujeto de derecho, dentro
del establecimiento penitenciario, pero también la negación por parte de la opinión
pública y las agencias estatales de las condiciones a las que este se encuentra sometido.
Las negaciones son aseveraciones de que algo no sucedió, no existe, no es verdad o no se
tiene conocimiento al respecto. La negación puede ser oficial, en tanto aquella que es
iniciada, estructurada y sostenida por los recursos masivos del Estado; o cultural, cuando
no son completamente privadas ni organizada oficialmente por el Estado. Afirma Stanley
Cohen que existe una dependencia mutua entre negación oficial y cultural, y esto se
traduce en el tratamiento que los medios masivos realizan y la sociedad recepta. 32
Consultado acerca de cuál cree que son las percepciones sobre las prisiones, los
detenidos y las detenidas, las violencias que allí se producen, la delincuencia y la
seguridad, uno de los operadores afirmó que desde su punto de vista “la invisibilización
es un aspecto más de la concepción cultural que tenemos de los presos en argentina
porque justamente si son el enemigo o son desviados, no tienen ninguna manera de
llamar la atención de los medios de comunicación. Además porque los medios de
comunicación se estructuran como sociedades comerciales, cuyo fin es el rédito
económico, y por lo tanto todo lo que tenga que ver con la situación de los presos, no

32
Cohen, Stanley, ob. cit., 2005.
implica un rédito económico. La situación carcelaria es el ejemplo más acabado de un
aspecto de la vida social del país que jamás va a tener el interés de los medios de
comunicación. Esta invisibilización es algo estructural e inherente al sistema
carcelario.”
Del testimonio citado precedentemente resulta especialmente interesante como
el entrevistado, introduce en su análisis la idea de invisibilización, que aquí podríamos
relacionar con el de negación previamente desarrollado, y reconoce como actores, tanto
a los medios de comunicación, como a la propia sociedad en conjunto, e
insoslayablemente al Estado como responsable último de la situación penitenciaria,
poniendo de manifiesto la relación entre negación oficial y cultural planteada por Stanley
Cohen.
En este punto, la concepción del “delincuente” que existe en la sociedad, y
también en los operadores, que también son parte de ella, a partir de la creación de
estereotipos y su instalación a través de los medios de comunicación resultan centrales
para intentar comprender cómo opera el sistema y cómo se perpetúa en el tiempo esta
negación de la condición humana y su respeto33, lo que por el contrario, debería ser la
función orientadora del sistema penal. Es por ello que hacemos referencia a la cuestión
del enemigo en el derecho penal y el vínculo existente entre estereotipos, medios de
comunicación y su tratamiento 34.
Sobre la base de estos estereotipos opera la selección secundaría llevada a cabo
por las agencias policiales, decidiendo quienes serán las personas que criminalice y, al
mismo tiempo, quiénes han de ser las víctimas potenciales de las que se ocupe, ya que la
selección no sólo es de los criminalizados, sino también de los victimizados. 35 Las
personas seleccionadas por tales agencias pasarán a ser los usuarios de los
establecimientos penitenciarios, allí donde la función de contención del derecho penal no
llegue.

Conclusiones e interrogantes:

33
En tal sentido, Zaffaroni sostiene que “[...]Por mucho que se matice la idea, cuando se propone distinguir
entre ciudadanos (personas) y enemigos (no personas), se hace referencia a humanos que son privados de
ciertos derechos individuales en razón de que se dejó de considerarlos personas, y ésta es la primera
incompatibilidad que presenta la aceptación del hostis en el derecho con el principio del estado de derecho”.
Ver Zaffaroni, E. Raúl, op. cit., 2018, p. 18.
34
En este punto nos referimos a lo desarrollado en la categoría “estereotipos y medios de comunicación”
del presente.
35
Cfr. Zaffaroni, et. al., ob. cit., 2002, p. 8.
Al contrastar las entrevistas realizadas a los diferentes operadores, se vislumbra
un punto en común en cuanto a cuáles son las mayores situaciones de violencia que sufren
los y las detenidas, coincidiendo muchos de ellos en que, resultan especialmente graves
la situación de hacinamiento y los malos tratos perpetrados para con los detenidos y
detenidas. A partir de estas situaciones, se termina de despojar36 al prisionero o prisionera
de su condición de ciudadano/a, negándole las más mínimas condiciones de vida.
Resulta alentador el hecho de que, algunos actores que intervienen en el sistema
penal identifiquen como violentas y problemática muchas de las situaciones que se
desenvuelven en él, lejos de naturalizarlas. Así como también las manifestaciones
realizadas en cuanto a la necesidad de diversas transformaciones. Sin duda ello constituye
un punto de partida para superar el estado de negación, pero resulta por demás
insuficiente. Ya que los propios operadores del sistema judicial se reconocen sumamente
limitados para mitigar situaciones de violencia intramuros. Ante ese panorama, se
impone, en próximos trabajos, indagar acerca de las causas que derivan en ese estado de
impotencia.
Hemos señalado la profunda incidencia que sobre la cuestión ejercen distintos
actores, muchos de los cuales se ubican por fuera de la propia organización penal. Ello
no debe hacernos perder de vista la necesidad de profundas reformas estructurales en el
plano jurídico para dotar de herramientas tendientes a disminuir las limitaciones de los
operadores a la hora de influir sobre las condiciones penitenciarias.
Teniendo en cuenta lo desarrollado y los testimonios brindados por los
operadores, resulta evidente la enorme distancia que separa a estos últimos, de quienes se
alojan en los establecimientos penitenciarios. Los jueces de carrera, al igual que los
políticos, están psicológicamente lejos de los hombres a quienes condenan, ya que
pertenecen a una capa social diversa de aquella de la clientela corriente de los tribunales
represivos. No quiere decir esto que haya mala voluntad de su parte. Entre hombres muy
diferentes en cuanto a la cultura, al modo de vida, al lenguaje, al modo de pensar, se crea
una suerte de incomunicabilidad. 37

36
Entendemos que se termina de despojar al prisionero/a de su condición de humanidad ya que esa
interiorización -derrota- se introyecta incluso previamente al ingreso propiamente dicho a la prisión. Sobre
ello nos remitimos al artículo del presente libro, de Rodrigo F. Videla, titulado “Derrota previa y castigo.
Sobre la normalización excluyente y la ilusoria ciudadanía legitimante de la pena”. Véase también Alagia,
Alejandro; Codino, Rodrigo “La descolonización de la criminología en América”, Ediar, Bs.As., 2019.
37
Hulsman, Louk, Bernat de Celis, Jaqueline, op. cit., 1984, p. 66.
Surge entonces la necesidad de emprender la construcción de un sistema que
tienda a mitigar en la medida de lo posible esta distancia, de modo que permita superar
este estado de incomunicabilidad. Para ello, será fundamental un contacto mucho más
directo por parte de los distintos operadores, no solo respecto de la persona privada de
libertad, sino también con los establecimientos penitenciarios. Acortar estas distancias,
que no sólo son simbólicas, permitirá un menor espacio para los distintos mecanismos de
negación. Nils Christie sostuvo que quizá era la falta de contacto permanente con los
prisioneros, lo que llevaba a los guardias a no considerarlos ni siquiera como seres
humanos38.
Al señalar la necesidad de transformaciones profundas, no puede dejarse de lado
el ámbito académico, sobre todo si tenemos en cuenta que gran parte de los operadores
se formaron allí. Llama poderosamente la atención la manera en que se ha ignorado lo
relativo a las condiciones penitenciarias desde grandes sectores académicos reduciendo
el estudio del castigo a la pena de prisión. La escuela latinoamericana 39 advierte esta
falencia y desde allí formula su crítica. Su planteamiento afirma que la criminología se
ocupó hasta hace no mucho de la cárcel o de la pena de muerte omitiendo la pregunta por
el castigo en general.
El eje estuvo puesto en la vigilancia en lugar de centrarse en el castigo,
precisamente aflictivo. No se observó a la pena como agresión institucional a pesar de
haber sufrido en nuestro continente la pena genocida o masacradora, lo que nos brinda
desde la experiencia las herramientas conceptuales para entender que la pena, tanto para
el delito común como el estatal tienen como preludio la definición de un enemigo. El
aporte fundamental que inicia Zaffaroni en su libro “En busca de las penas perdidas” es
el de reducir la pena a un fenómeno irracional a partir del desajuste o desproporción
existente entre sus fines y medios lo que permite orientar al saber jurídico como
contención del poder punitivo.
Mientras se han dedicado innumerable cantidad de páginas a desarrollar sistemas
que permitan la aplicación de una pena y la manera en que esta se legitima, poco se ha
debatido con relación a que es lo que sucede, efectivamente y no en el plano del deber

38
Fayet Junior-Thompson Flores organizadores, “Maracaibo 74”, Elegantia Juris, Porto Alegre, 2010, p.
56.
39
Alagia, Alejandro y Codino Rodrigo, “La descolonización de la criminología en América”, Ediar, Bs.
As., 2019, pp. 376-379.
ser, con la ejecución de esa pena. La doctrina se ha desentendido por completo de las
consecuencias que generan sus propios desarrollos teóricos.
“La dogmática jurídico-penal concentró su atención en la construcción de las
categorías conceptuales integrantes del sistema de filtros de la punición arbitraria que
compone la teoría del delito, con un alto grado de complejidad y abstracción, pero
prácticamente ignoró el segmento correspondiente a sus consecuencias jurídicas. Este
esfuerzo teórico –directamente proporcional a la crisis de legitimación de la pena– viene
acompañado de un olvido injusto, que puede bien obedecer a la complejidad del tema o
a un refugio cómodo en el idealismo”40.
En este sentido, Zaffaroni va aún más allá en la reflexión, al incluir a las penas
ilegales en el concepto de pena 41. Corre el velo de la aparente asociación existente entre
pena y legalidad para traer al centro del debate los datos de la realidad y la contradicción
intrínseca al castigo en la dialéctica de civilización-destrucción.
De conformidad con el mentado sistema de contención y reducción del
poder punitivo, es necesario realizar algunas consideraciones en lo que hace al conjunto
normativo que rige la situación de las personas privadas de libertad. Al respecto ya se han
mencionado las dificultades que perciben los propios operadores judiciales a la hora de
hacer cumplir algunos mandatos legales. De ello se deriva la necesidad de acotar la
distancia que existe justamente entre el plano del deber ser y el del ser.
Sin embargo las problemáticas atinentes al orden normativo no se agotan con lo
dicho, de modo que resultan necesarias algunas consideraciones entorno a la sanción y
modificación de las leyes que tutelan la situación de las personas detenidas, con un
marcado tinte neopunitivista y en algunos casos en absoluto desconocimiento de los
estándares locales e internacionales.
Algunas de las características centrales que detenta este neopunitivismo propio
de la fase avanzada del colonialismo son: a) la anticipación de la pena y aplicación de la
punibilidad; b) el agravamiento de las penas, y procedimentalmente a través de: c) la
ampliación de las facultades de investigación de las agencias policiales; d) la aceleración
y simplificación de los procesos42.

40
Slokar, Alejandro W., “La ley de los sin ley” en Zaffaroni, E. Raúl (dir.), “La medida del castigo. El
deber de compensación por penas ilegales”, Ediar, Buenos Aires, 2012.
41
Zaffaroni, E.R, “Penas ilícitas, un desafío a la dogmática penal”, Editores del Sur, CABA, 2020.
42
En ese sentido, Alejandro Slokar en, AA. VV., “Reforma Penal y Política Criminal. La codificación en
el Estado de Derecho”, Ediar, Buenos Aires, 2007.
A modo de ejemplo, cabe mencionar la reforma de la ley 24.660 introducida
mediante la sanción de la ley 27.375, a través de la cual se endureció, cuando no eliminó,
la posibilidad de acceso a determinados institutos tales como la libertad condicional o
asistida, derogando virtualmente el régimen progresivo.43
Otro aspecto poco explorado y de gran relevancia se plantea a partir de lo
sostenido por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el conocido caso Romero
Cacharane. Surge entonces el interrogante en torno a si debe producirse una transferencia
o traslado automático de las garantías constitucionales propias del proceso penal a la etapa
de la ejecución, tal como sostuvo mayoritariamente el máximo tribunal; o si por el
contrario es precisa una reformulación o readecuación de estas garantías que vislumbren
las características y finalidades que posee el procedimiento de ejecución, tal como
sostiene Rubén A. Alderete Lobo. 44
A partir de lo desarrollado en el presente resulta imperioso poner de manifiesto
lo atinente a las diferentes formas en que se manifiesta la violencia en los establecimientos
penitenciarios, y fuera de ellos, a fin de permitir un abordaje integral por parte de la
academia; el cual no podrá prescindir de los datos de la realidad.
Se ha dicho que la responsabilidad en las condiciones del ámbito penitenciario
le compete, en gran medida, al Poder Ejecutivo, so riesgo de incurrir en responsabilidad
internacional. Por este motivo también las reformas deben contemplarse en este terreno.
Si bien el direccionamiento de la política criminal corresponde al ámbito de decisión del
ejecutivo, las decisiones que se tomen deben contemplar, como piso mínimo, un respeto
a los derechos humanos fundamentales y a la finalidad de la ejecución de la pena asumida.
Ello no debe limitarse únicamente a las condiciones edilicias de los
establecimientos carcelarios. La actuación del personal del servicio penitenciario juega
un rol fundamental en este aspecto, y para ello debemos repensar tanto su desempeño
como formación; así como también la incorporación de profesionales correspondientes a
diversas áreas.
A modo conclusivo, consideramos importante señalar que el hecho de
advertir la necesidad de diversas reformas, no excluye el imperativo de extremar los
esfuerzos utilizando las herramientas con las que se cuentan en la actualidad. La

43
Véase al respecto, Lobo, Alderete, “Reforma de la ley 24.660. El fin del derecho de ejecución penal” en
Argentina, Estudios sobre jurisprudencia, Ministerio Público de la Defensa.
44
Véase al respecto, Alderete Lobo, Ruben A., “Acusatorio y ejecución penal”, Editores del Sur, CABA,
2018.
alarmante situación no permite aguardar la conquista de tales reformas, y exige un
esfuerzo de quienes incidimos en la cuestión penal; incorporando también la perspectiva
de quienes efectivamente padecen la pena.
III. REFLEXIONES EN PUNTO AL CONTROL SOCIAL

DERROTA PREVIA Y CASTIGO.


Sobre la normalización excluyente y la ilusoria ciudadanía legitimante de la pena.
Por Rodrigo F. Videla

1. Marco teórico inicial: ¿De que hablamos cuando hablamos de discriminación?


Es muy común escuchar la pregunta “¿me estás discriminando?”, lanzada
ferozmente contra quien impide a alguien acceder a algo. Esta pregunta lleva implícita el
mensaje “estás haciendo algo malo” al impedirlo, y la buena conciencia nos hace estar
del lado de quien interpela, pero nos impide interrogarnos seriamente ¿qué es
discriminar?, es decir, ¿a qué nos referimos cuando decimos que alguien está
discriminando?
En sentido coloquial el término discriminación refiere a la idea de exclusión:
discriminar vendría a ser excluir a alguien de un lugar (literal o metafóricamente).
Sin embargo, no nos interesaba enlazar la noción de discriminación a “lugares”;
no necesariamente nos encontramos frente a una situación discriminatoria cuando a
alguien se le impide acceder a determinado ámbito, sino que estamos frente a ella cuando
dicho impedimento es de determinada manera y, el acceso, no es necesariamente a un
lugar, sino a algo (pudiendo ser a un derecho o incluso a ser tratado como humano).
De esta forma, discriminación no es sinónimo de exclusión social a secas,
equiparar ambos procesos implicaría el equívoco metodológico de tratar la cuestión en el
terreno de los resultados y no de los procesos. La discriminación es más una acción que
una consecuencia1.
Al respecto, interesa rescatar las especificidades del procedimiento por el cual
alguien es excluido socialmente en vez de atender la posición de donde pudiendo acceder
–de no ser por “el acto discriminatorio”- se lo excluye.
En ese contexto, es importante precisar que la discriminación es parasitaria, es
decir, no se discrimina por amor al arte o por pura maldad, sino que es más un medio
que un fin en sí mismo. Esto implica que puede servir a muchos objetivos en virtud de
que es un instrumento ajustable a múltiples usos2.

1
Belvedere, Carlos, “De sapos y cocodrilos: La lógica elusiva de la discriminación social”, Editorial
Biblos, Bs. As., 2002, p. 20.
2
Ídem, p. 18.
Ahora bien, para saber cuándo nos encontramos ante procesos discriminatorios
-y cuándo no-, coincidimos con el criterio de utilización del término señalado por el
sociólogo Carlos Belvedere:

“...la discriminación social [es] la exclusión social legitimada y/o


institucionalidad basada en un estereotipo que naturaliza una identidad social
mediante la sutura en torno a rasgos particulares a los cuales se les adscriben
dogmáticamente como indisociables características negativas que no le son
necesarias”. 3

¿Qué quiere decir esto? Que no cualquier exclusión puede ser tildada de
discriminatoria en lo que hace a su condenación moral. Es decir, no toda vez que alguien
afirme que no somos todos iguales o nos impida acceder a algo estamos frente al proceso
en cuestión.
Así, no aparece como un acto discriminatorio, en el sentido negativo con el que
socialmente se utiliza el término, toda actividad en la cual se da trato diferencial o
desigual4 a alguien. Instaurar exclusiones, y tratar de distintas maneras a distintas
personas, es el mecanismo funcional por excelencia de la sociedad.
Esto no significa negar el derecho a la igualdad que impone el tratamiento
político igualitario, sino ser consiente de que, como supo señalar Lola Aniyar de Castro,
aceptar el necesario derecho a ser tratados de manera igualitaria, implica el
reconocimiento de la diversidad5. Para defender lo contrario a esta última afirmación,
habría que aferrarse a la idea sustancialista según la cual existe una unidad perdida de la
humanidad y, en base a ella, aspirar a que sea homogénea e indiferenciada y por lo tanto
susceptible de un trato idéntico.
El foco, como se dijo, no está puesto en que a alguien se le impida el acceso a
determinado lugar o al goce de determinados derechos, sino en la manera en que es
impedido de ello.
Para verlo en el plano práctico, pensemos en un supuesto en el que para entrar a
una montaña rusa se requiera medir no menos de 1.70mts. No dejar ingresar a una persona

3
Ídem, p. 35.
4
Según la definición de “discriminar” de la Real Academia Española.
5
Aniyar de Castro, Lola, “Criminología de los Derechos Humanos”, Ed. Del Puerto, CABA, 2010, p. 270.
por no cumplir con la estatura necesaria, ¿es un acto discriminatorio en el sentido social
que nos interesa?
Consideramos que, a fin de identificar si nos encontramos ante un acto
discriminatorio o no, debemos saber cuál fue el procedimiento que desembocó en la
exclusión, es decir, la modalidad por la cual se llegó a que una persona no acceda a algo,
en el ejemplo, a la montaña rusa.
Entonces, debemos averiguar ¿qué fue lo que sucedió para que alguien de menos
de 1.70mts. no pudiera entrar a la atracción? Supongamos dos situaciones:
A) Una, en la que las ingenieras que la diseñaron, luego de millones de pruebas,
calcularon que subir al juego con una estatura menor a la referida –por la aceleración y
algún otro motivo físico que nos excede- haría inestable el carro y, por lo tanto, peligroso
para la propia persona subirse. Por ello la prohibición fue establecida.
B) Otra, en la que a la dueña del parque le desagradan las personas que miden
menos de 1.70mts. ya que tuvo un episodio negativo con alguien que medía menos que
eso, y si bien el manual de la atracción indica que pueden subir personas de no menos de
1.10mts., decide establecer otro limite ya que asegura que todas las personas de esa
estatura son desagradables, no le agradan, le generarán problemas y asegura que no
merecen divertirse.
En ambos supuestos el resultado es el mismo: la persona no pudo subir a la
atracción, se vio excluida.
No obstante, ¿diríamos que ambas situaciones merecen ser pensadas como
situaciones discriminatorias? ¿Nos referimos a ambas circunstancias cuando decimos que
“alguien fue discriminado”? Intuitivamente diríamos que A no es discriminatoria, pero B
sí.
¿Por qué? Porque en B se excluyó a alguien en base a un estereotipo 6 que suturó
su identidad: “todos los que tienen dicho atributo –cierta altura, cierto color de piel, cierta
vestimenta, cierto origen social, etc.- son de determinada manera indeseable”.

6
Entendido como “una imagen del otro que sutura su identidad en una totalidad construida en torno a uno
(o unos pocos) rasgo/s parcial/es al /a los cuales se le adscriben como necesarios otros rasgos que no le son
inherentes” tal señala Belvedere, ob. cit, p. 34. Al respecto, cabe aclarar que los estereotipos no son malos
per se, sino que “sirven para economizar análisis de situaciones concretas” (Aniyar de Castro, Lola, “La
realidad contra los mitos”, Editorial de la Universidad de Zulia, Maracaibo, 1982, p. 217.). En similar
sentido, ver también González Alcantud, José Antonio, “La fábrica de los estereotipos”, Abada Editores,
Madrid, 2006, p. 15: “El estereotipo da una respuesta inmediata que permite sacarnos de las angustias que
ocasiona la presencia de los demás”; y que: “…cualquier sistema democrático exige la deconstrucción de
las imágenes estereotípicas, incluso a sabiendas que no podrán vencerlas completamente”.
Se tomó un atributo de esa persona, se le agregaron características consideradas
repudiables y con esa base se completó y definió su identidad social; se lo destinó a una
categoría de personas -iguales entre sí como las cosas- y se justificó su exclusión.
En atención a ello, podemos afirmar que la imposición de determinado rótulo no
es un fin en sí mismo: sin violencia no hay etiqueta -y viceversa-7. El estereotipo
reificador -que vuelve cosa a la persona- aparece como una justificación que se hace el
perpetrador8 de la exclusión para convertir a la persona en un objeto receptor de su
maltrato (no casualmente en nuestra región cierto estereotipo funciona como el principal
criterio selectivo de la criminalización secundaria 9).
De este mismo ejemplo, cabe señalar que la exclusión de ciertas personas en
virtud de su altura no mayor a 1.70mts. no aparece, en principio, como un problema
generalizado de la sociedad en la que vivimos. Por eso, a los fines de nuestro estudio, nos
interesan las discriminaciones socialmente legitimadas, aquellas que no dependen de
meras concepciones individuales –como el caso de la dueña del parque-, sino de creencias
colectivas 10: procedimientos excluyentes en virtud de estereotipos de raza, clase, género,
orientación sexual, ciudadanía (y su interseccionalidad 11) o también de otros tipos
sociales: el del/la preso/a.
Por otra parte, y para precisar más aún el fenómeno discriminatorio, cabe
preguntarnos ¿qué pasa si quien pudiera subir por su estatura a la montaña rusa decidiera
no subir a ella?
En ese sentido, ayuda a la identificación del mecanismo discriminatorio señalar
su diferencia con lo que la sociología ha llamado “sense of one’s place” o, en castellano,
“sentido del lugar de uno”. Si alguien se siente incomodo o simplemente no le gusta
concurrir a parques de diversión, no es que esa incomodidad responda a que se lo intentó
excluir en base a una identidad construida, sino simplemente que ese no es su lugar de

7
Alagia, Alejandro; Codino, Rodrigo, “La descolonización de la criminología en América”, Ediar, Bs. As.,
2019, p. 122.
8
Ídem, p. 124.
9
Sobre el vinculo entre la selectividad y la vulnerabilidad ver Zaffaroni, Raúl; Alagia, Alejandro; Slokar,
Alejandro, “Derecho Penal. Parte general”, Ediar, Bs. As., 2000, p. 8 y sgtes.
10
Ibidem, p. 3.
11
Sobre el término y su alcance en las ciencias sociales, se sigue el criterio de los feminismos negros. Al
respecto, ver Jabardo, Mercedes (ed.), “Feminismos negros una antología”, Traficantes de sueños, Madrid,
2012.
pertenencia por una decisión propia 12. En el proceso discriminatorio, quien resulta
excluido es otro, no uno mismo.
En definitiva, en el presente nos enfocamos en las exclusiones que surgen como
consecuencia del procedimiento en el cual se construye dogmáticamente 13 la identidad
social de una persona y, en virtud de esa construcción, no puede acceder a algo que, de lo
contrario, accedería.

2. Investigación14.
I) Planteo inicial. Desde ese marco teórico de referencia, les consultamos a
personas detenidas: ¿Alguna vez te sentiste discriminado/a? ¿Cuándo?
Considerábamos que quien respondiese afirmativamente estaría diciéndonos,
intuitivamente, no si alguna vez se le excluyó de algún lugar, sino si alguna vez fue
excluido/a de algún lugar de esa manera, esto es, en virtud de un estereotipo que haya
suturado su identidad. Es decir, si consideraba que alguna vez fue excluida/o de algún
lugar porque creyeron que era algo que no era15.
En consecuencia, esperábamos distinguir cuáles eran los estereotipos y tipos
sociales 16 que en mayor medida les habían sido impuestos y si, en particular, -aunque sin
preguntarlo de forma directa- el de “preso/a” era o había sido padecido y percibido como
condicionante en sus vidas. Sus respuestas, lejos de aportar información a nuestra idea
central, nos arrojaron luz sobre lo que creemos se debe a otro fenómeno.
Veamos: de las nueve entrevistas en las que se preguntó lo mencionado,
-Dos no se sintieron discriminados/as nunca,

12
Ver Goffman, Erving. “Symbols of class status”, en The British Journal of Sociology, v. 2, n. 4, p. 294-
304, 1951. También Bourdieu, Pierre, “La distinción. Criterios y bases sociales del gusto”, Taurus, Madrid,
1998.
13
En el sentido de que se tiene por dogma cierto e irrefutable una creencia, ya que “para quienes creen en
identidades cosificadas, no hay evidencia capaz de convencerlos de que alguien no es como se piensa que
es” en Belvedere, Carlos, ob. cit, p. 34.
14
La misma fue realizada en el marco del UBANEX “Perspectivas y representaciones de la violencia”
dirigida por el Profesor Alejandro W. Slokar.
15
“algo” ya que no hay que olvidarse el carácter reificador de la práctica discriminatoria.
16
Lo rechazado no es una persona en tanto “Pedro” o “Juana”, sino el tipo social que esa persona encarna.
Podemos decir que existen dos modalidades de relación social, una “orientación Tú” y una “relación Ellos”,
la primera ligada a la esfera de lo intersubjetivo (vinculado a un encuentro cara a cara) y la segunda a una
relación con un Otro pensado como tipo abstracto y general. Ello explica por qué la familiaridad con alguien
perteneciente a un tipo social discriminado es incapaz de suspender los dispositivos discriminatorios: tener
un amigo judío no nos hace anti-antisemitas, ni tener un amigo negro nos hace antirracistas. El problema
es con una determinada forma de ser que se cree que el Otro es susceptible de hacer realidad. Al respecto,
ver Belvedere, Carlos, ob. cit., pp. 84 y sgtes. En ese mismo sentido, cabe señalar que Frantz Fanon supo
advertir que, en la transformación del racismo fenotípico y genotípico al cultural, “el objeto del racismo
deja de ser el hombre particular y sí una cierta manera de existir”, en “Por la revolución africana”, Fondo
de Cultura Económica, México D.F., 1ra reimp., 1973, p. 39.
-Dos se sintieron discriminados/as por tener antecedentes,
-Una dijo: “Sí, por un tema social. Tenía buena relación con el padre [de su hije],
pero cuando me embaracé me miraban mal, muy distinto”. Repregunta:
¿Quiénes? –“Los conocidos. O te casas o te juntas. Y yo no quería, no vi la
necesidad.”
-Una dijo: “Sí, en la primaria por estética. Me decían hombre lobo porque era
peluda”.
-Otra persona dijo: “Si, no sé explicarla”.
-Una dijo: “Si, con mi familia”.
-Finalmente, una sola se sintió discriminada dentro de la cárcel, y fue por ser
extranjera.

II) Nuevo planteo. De las respuestas, y del análisis en conjunto del momento de
la entrevista y la forma en la que les parecía irrelevante la cuestión, nos llamó
particularmente la atención el hecho de que -en reglas generales- los y las detenidas no
se sienten lo “discriminados/as” que, desde nuestros prejuicios, podríamos haber creído
previo a realizar las preguntas. No manifestaban ni demostraban preocupación alguna por
la temática, más bien todo lo contrario. Ello nos llevó a la reformulación del abordaje de
las respuestas obtenidas.
Consideramos que esa falta de respuesta afirmativa en torno a la discriminación
-y el estereotipo que la guio- podría explicarse por, en principio, cuatro motivos: a)
Realmente nunca fueron discriminados por los estereotipos que pensábamos, b) no saben
qué es ser discriminado/a, c) les da vergüenza reconocer que fueron discriminados/as o
d) no sintieron la discriminación, no porque no hayan sido excluidos/as de algún lugar en
base a un estereotipo, sino porque el lugar de donde fueron excluidos no era su lugar
desde un principio.
Respecto al punto a), creemos que, sin perjuicio de su imposible corroboración
empírica, todas las personas, en mayor o menor medida, hemos sido objeto de
procedimientos discriminatorios. Por su parte, asumir b) como verdadera, sería de una
soberbia académica inaceptable ya que llevaría implícita la idea de que solo quien tiene
conocimientos técnicos identificaría el procedimiento.
Por otra parte, si bien no descartamos totalmente c) sobre todo por el
conocimiento de los mecanismos de defensa mediante el desprendimiento de la etiqueta
-en los cuales alguien no combate y deslegitima un estereotipo, sino que busca quitárselo
a sí mismo imponiéndoselo a otro-, que indican que no se quiere -ni reconocer- ser el
portador del estigma17, consideramos más acertada la explicación d), por los motivos que
desarrollaremos a continuación.

III) Nuevas reflexiones. De lo arriba señalado en torno a la información que


nos arrojaron las respuestas recabadas, advertimos que, sin perjuicio de que podríamos
esbozar una lista de discriminaciones sociales, institucionales y particulares -en la
interacción social cotidiana, siendo conscientes de la operatividad del poder en su faz
microfísica18-, a las que se ven sometidas las personas entrevistadas por los distintos tipos
sociales que podrían encarnar -ya que las trayectorias relatadas resultaban similares por
sus historias de vida y vulnerabilidades-, ellas no lo advierten así. O, por lo menos, no en
la forma y medida que habíamos considerado originariamente al plantear la investigación.
Así como nosotros, con base en nuestra formación, podríamos analizar sus
biografías sociales e identificar un sinfín de dispositivos discriminatorios que las han ido
dirigiendo (en situaciones en las que estas personas han sido excluidas con base a
anticipadas suturas de su identidad), lo que nos permitiría afirmar sin mayores reparos
que son discriminadas en estado “puro” 19 en punto a las constantes exclusiones a las que
se vieran sometidas –como mínimo podríamos afirmar que encarnarían a los ojos de
terceros el estereotipo de “preso/a”-, consideramos que mayoritariamente no se sienten
discriminados/as -o le quitan relevancia a la cuestión- ya que leen su historia -su biografía
social- a través de los parámetros que se les enseñó 20 y aprehendieron: que el lugar de
donde se los excluyó no era su lugar.
En cierta forma, creemos que no suponen la falta de acceso a algo a lo que tenían
derecho por haberse construido dogmáticamente su identidad, sino que siquiera se
representan -no incorporan a su sistema de creencias- que tenían derecho a acceder a ello
porque efectivamente sienten y piensan ser aquello que el estereotipo diría que son. No
es que “H” puede “X” y ellos no pudieron “X” por ser estereotipados como “P”. Se saben
y sienten “P” y en su sistema de creencias “está bien” o “es lo normal” que “P” no acceda
a “X”. Entonces, al ser verdad que ellos “P”, es cierto que ellos no podían “X”.

17
Al respecto, ver Goffman, Erving, “Estigma”, Amorrortu, Bs. As., 1963.
18
Foucault, Michel, “Microfísica del poder”, Ediciones de La Piqueta, Madrid, segunda edición, 1980.
19
Sin perjuicio de que, vale aclarar, nadie es 100% discriminador o discriminado, sino que todos, en alguna
medida, discriminamos y somos discriminados.
20
Al respecto, y no casualmente como contracara, cabe señalar que el mismo proceso de aprendizaje de
parámetros pertinentes a los fines sociales perseguidos ha sido identificado en el proceso formativo policial.
Sobre ello, ver Galvani, Mariana, “Cómo se construye un policía”, Siglo XXI ed., Bs. As., 2016, p. 66.
Así, consideramos acertado afirmar que sus respuestas tendientes a mostrarse
como no discriminados, responden menos a un mecanismo de auto preservación que a
una sincera contestación en base al sistema de creencias y representaciones que han
internalizado, hecho que no puede ser descripto sino como un caso de alienación social
extremo, donde la persona privada de su libertad se ve a sí misma con los ojos sociales
que la excluyen.

IV. Ante este panorama, nos preguntamos: A) ¿Por qué las personas
entrevistadas creerían que el lugar de donde se las excluyó no era su lugar?
La primera respuesta que podría abordarse desde la tradición criminológica es que
estas personas se encuentran despersonalizadas debido a su paso por la institución total 21.
Así, se afirmaría que, tal como supo enseñarnos el interaccionismo simbólico, y más
puntualmente los teóricos del etiquetamiento22, han asumido el rol de desviado/a.
Sin embargo, dicha respuesta no nos satisface y creemos que la pregunta se
responde afirmando que lo escuchado a través de la voz de quienes fueron
entrevistados/as, es el resultado de que ha operado previa y satisfactoriamente una
normalización excluyente23: se ha logrado ajustar al sujeto -discriminado/a-, no a lo
aceptado como propio de una sociedad, sino a lo que en ella se considera excluido, ya
desde antes de su ingreso a la prisión.
Debemos tener en cuenta que, en su mayoría, manifestaron no sentirse
excluidos/as siquiera en tanto “presos/as”. Desde su perspectiva 24, ser un/a preso/a no es
ser discriminado/a, no es ser receptor de una violencia indebida, sino que es ser alguien
que no puede acceder a infinidad de cosas, pero que eso “es lo normal” ya que ese es el
lugar que les corresponde.
Advertimos, así, que el individuo ha logrado encarnar al excluido que
socialmente le indicaron, por lo que pareciera que se siente y sabe excedente social. Ha
habido un proceso anterior de subjetivación 25 exitoso y no uno de despersonalización en
la prisión. No hay una lectura o descripción de la propia situación como la anormalidad
o como la resultante de la rotura de un estado de cosas.

21
Goffman, Erving, “Internados”, Amorrortu, Buenos Aires, 1970.
22
En especial, ver Becker, Howard, “Los extraños. Sociología de la desviación”, Tiempo Contemporáneo,
Buenos Aires, 1971.
23
Belvedere, Carlos, ob. cit., p 60.
24
Internalizada, valorándose con la mirada del otro-incluido.
25
Belvedere, Carlos, ob. cit., p 61.
Lo que para nosotros/as sería la descripción de una situación en la que es
constantemente excluido -de derechos o lugares-, para él/ella es una forma de ser. Es
decir, donde percibimos un desfasaje, entre el ser (excluido) y el deber ser (incluido), para
quien responde no hay discrepancia negativa: es lo que debía ser, una persona excluida,
y es tratada como se la debe tratar.

Así, B) ¿Para qué se ha adaptado al sujeto a lo que se considera excluido en


una sociedad? O ¿qué nos sugiere que la persona se haya adaptado a lo que se
considera excluido en una sociedad?
Como dijimos, resulta importante resaltar que no consideramos que ello sea el
resultado de que acontezca una mera profecía autocumplida26 -según la cual el sujeto, en
tanto “preso/a”, ha asumido el rol de “desviado-excluido” luego de su paso por la
institución total-, como han sabido pregonar los teóricos anglosajones del etiquetamiento.
La experiencia frente a la cual nos encontramos, difiere del mecanismo de imposición de
una etiqueta blanca en torno al que se elabora la crítica al proceso penal por su
contribución decisiva al proceso de asunción de la nueva identidad27.
Por el contrario, tras repensar sus palabras, y advirtiendo el color que gobierna
nuestras prisiones (el no blanco), nos preguntamos si no nos encontrábamos frente al
proceso vinculado con la racialización28 punitiva en tanto se nos presentan en la práctica
los elementos que supieron identificar los teóricos del etiquetamiento negro.
Bien sabemos que el negro fue inventado para significar una exclusión, y que la
palabra negro no depende de un efecto óptico ni remite solamente a la condición que se
les impuso a las personas de africanas durante el primer capitalismo29.
De esta forma, razonamos que estamos ante una etiqueta que no inventa al sujeto
etiquetado, sino que lo resignifica al inventar un imaginario de [incluso auto-]desprecio
y peligro30 respecto del tipo social que encarna.
En otras palabras, vemos cómo el estereotipo no crea una desviación o una
“anormalidad”, sino que se impregna en las subjetividades y los cuerpos, deviniendo
condición necesaria para la agresión punitiva 31, tolerada desde la construcción de esa

26
En ese sentido, Becker, Howard, ob. cit.
27
Larrauri, Elena, “La herencia de la criminología crítica”, Siglo XXI ed., Madrid, 1991, p. 37.
28
Ver Mbembe, Achille, “Crítica de la razón negra”, Futuro Anterior Ediciones, CABA, 2016, p. 75.
29
Sobre ello, denominado “devenir negro del mundo”, íbidem.
30
Alagia, Alejandro; Codino, Rodrigo, ob. cit., p. 121.
31
ídem, p. 177.
infra-vida. Se necesitó que existiera ese Otro-excluido, que ahora habita en el sujeto, para
poder castigarlo.
Las personas presas entrevistadas no se sienten excluidas por haber estado en la
cárcel. Fue necesario que sean “lo Otro excluido” para que estén allí, poder castigarlas y
se tolere su castigo.

3) La coyunda32 color-dolor.
En nuestro margen, donde el estereotipo racial controla la selectividad punitiva
del mundo poscolonial33, al oír sus respuestas advertimos que el proceso de racialización
ha logrado su objetivo. Estamos ante una etiqueta que nos deja ver que el sujeto rotulado
como “preso/a”, para ser castigado, ha sido derrotado precedentemente 34 a tal punto que
se sabe y siente el adverso a lo socialmente bueno/incluido. La etiqueta de color negra
amarra al sujeto al yugo.
Advertir esto desenmascara la ilusoria ciudadanía que algunas personas
pretenden “exigirle-cobrarle” al sujeto (en virtud de su capacidad para tomar posición y
determinarse) para legitimar el castigo 35, ya que la realidad demuestra que la
inferiorización humana y, desde ya, ciudadana 36, es un presupuesto necesario para que se
tolere37 la aplicación del dolor38 punitivo39 a “aquello” que se puede dejar morir40.

32
Correa fuerte o soga de cáñamo con que se uncen los bueyes al yugo.
33
Alagia; Codino, ob. cit., p. 136.
34
Alagia; Codino, ob. cit., p. 121.
35
En ese sentido, sobre el quebrantamiento al rol de ciudadano y el merecimiento de pena como resultado
de la infracción de un “deber de cooperar al mantenimiento de un estado de derecho”, ver Pawlik, Michell,
“Confirmación de la norma y equilibrio en la identidad. Sobre la legitimación de la pena estatal”, Atelier
Libros Jurídicos, Barcelona, 2019.
36
Karl Binding y Alfred Hoche teorizaron en 1920 sobre la corrección del exterminio de la “vida indigna
de ser vivida” en “La licencia para la aniquilación de la vida sin valor de vida”, Ediar, CABA, 2009.
Asimismo, no casualmente una de las primeras medidas tomadas en la Alemania nazi fue redactar la
legislación necesaria para dejar a la victimas en estado de apátridas, ver Arendt, Hannah, “Eichmann en
Jerusalén”, Editorial Lumen, Barcelona, Cuarta edición, 2003, p. 71.
37
Sobre cómo los patrones culturales -que cambian con el tiempo- tienden a ejercer una influencia directa
sobre los modelos del castigo, ver, entre otros, Garland, David, “Castigo y sociedad moderna”, Siglo XXI
ed., México, 1990.
38
Entendiendo la pena como una coerción, que impone una privación de derechos o un dolor, que no repara
ni restituye y tampoco detiene las lesiones en curso ni neutraliza los peligros inminentes. Sobre ello, ver,
Zaffaroni; et. al, ob. cit., 2000, p. 45; también, sobre la utilización de eufemismos para encubrir la realidad,
ver Christie, Nils, “Los límites del dolor”, Fondo de Cultura Económica, México, 1984, 1ra reimp.
39
Nils Christie en su artículo en “Definición del comportamiento violento” supo evidenciar que “una
concepción completamente errada de los prisioneros [de campos de concentración, aunque aquí de los
presos de nuestra sociedad como `no ciudadanos´,] hacía considerar irrelevante el sistema ordinario de
normas y, por lo tanto, a obrar de manera inhumana sin percibirse a sí mismos como inhumanos. Su
definición de la situación les posibilitaba actuar con brutalidad sin considerarse asesinos”, ver “Los Rostros
de la violencia. XXIII Curso Internacional de Criminología. Vol. I”, Universidad del Zulia, Maracaibo,
1976, p. 29.
40
Sobre las funciones del soberano en torno a hacer vivir y dejar morir ver Foucault, Michel, “Defender la
No casualmente, en Brasil existe el término celadadanía para referirse a las
“ciudadanías tramposas”41. Nilo Batista utilizó el concepto de ciudadanía negativa para
referirse a aquellas que se limitan al conocimiento y al ejercicio de los límites formales
de la intervención coercitiva del Estado ya que “sectores vulnerables, otrora esclavos, hoy
masas marginales urbanas, solo conocen la ciudadanía por el reverso”42. Por el
paralelismo, ejemplificó cómo “el esclavo era una cosa frente a la totalidad del
ordenamiento jurídico (su secuestro correspondía a un hurto), pero era una persona ante
del derecho penal”43.
Y, si bien reconocemos que no hay libertad que no esté condicionada, ¿en qué
grado puede autodeterminarse quien ha sido derrotado?, ¿cuán “ciudadano” es? La
inferiorización-exclusión no es efecto sino elemento necesario para la construcción de la
mítica idea de la destrucción de la vida para sostener la sociedad44.
Una vez más cabe visibilizar la relación entre venganza-castigo-sacrificio, en
todas sus magnitudes. No casualmente David Rousset, sobreviviente del campo de
concentración nazi Buchenwald, describió la pena genocida concentracionaria señalando
que: “El triunfo de las SS exigía que las victimas torturadas se dejaran conducir a la horca
sin protestar, que renunciaran a todo hasta el punto de dejar de afirmar su propia
identidad. Y esta exigencia no era gratuita. No se debía a capricho o a simple sadismo.
Los hombres de la SS sabían que el sistema que logra destruir a su victima antes de
que suba al patíbulo es el mejor, desde todos los puntos de vista, para mantener a un
pueblo en la esclavitud, en total sumisión” 45.
¿Cómo podríamos negar que la quita de la cualidad de incluido-ciudadano es el
requisito previo del castigo si sabemos que una de las primeras medidas tomadas en la
Alemania nazi fue dejar a las víctimas en estado de apátridas? 46.

sociedad. Curso en el Collage de France (1975-1976)”, Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 2001, 2da
reimp., p. 223.
41
Malaguti Batista, Vera, “El miedo en la ciudad de Rio de Janeiro”, UNSAM Edita, CABA, 2016, p. 122.
42
Ibidem, p. 89.
43
Batista, Nilo, “Os sistemas penais brasileiros”. Conferencia inaugural en Universidade Candido Mendes.
Rio de Janeiro, 12 de marzo de 2001, citado en Malaguti Batista, ob. cit., p. 117.
44
Sobre la critica a dicha idea, entre otros, Alagia, Alejandro, “Hacer sufrir. Imágenes del hombre y la
sociedad en el derecho penal”, Ediar, CABA, 2013, p. 278.
45
David Rousset, “Les jours de notre mort”, 1947, citado en Arendt, Hannah, ob. cit., p. 12. El destacado
no es del original.
46
“Con los apátridas puede uno hacer lo que quiera; antes de exterminar a los judíos fue preciso hacerles
perder su nacionalidad” en Arendt, Hannah, ob. cit., p. 144 y ver también p. 71.
Asimismo, como contracara, no podemos soslayar que en nuestra región los
gobiernos populares lograron quitarle clientela al poder punitivo al otorgarles ciudadanía
real a los más desposeídos 47.
Cuando nos hacemos cargo de esta información y la contraponemos con nuestra
realidad (el incremento de personas privadas de la libertad en el último tiempo en
Argentina48), una vez más se corrobora que, como en la pena genocida, la construcción
de la enemistad social (en tanto excluido/a de la esfera moral 49 de los incluidos) -y
siquiera al derecho, como algunos/as alegan 50- es necesaria para el sometimiento al trato
punitivo51.
Estamos frente a personas que no se consideran impedidas de acceder a un lugar
en esta sociedad, sino que piensan encontrarse en el lugar que les “pertenece”: fuera de
ella, porque eso es lo que se les ha hecho asumir. Se encuentran en un ataúd gigante 52,
porque ya se les había dado muerte como ciudadanas iguales.
No afirmamos que todas las personas privadas de su libertad han sido
efectivamente derrotadas -psíquicamente- ni se han asumido como lo Otro excluido, sino
que eso es lo que previamente busca la sociedad para tolerar la aplicación de dolor 53. Vera
Malaguti Batista señala que “los que sobran, los nuevos impuros, tienen que ser
neutralizados o aniquilados (si no en el cuerpo, al menos en el alma)” 54.

47
En ese sentido, ver Zaffaroni, E. Raúl, “La palabra de los muertos: conferencias de criminología
cautelar”, Ediar, CABA, 2011, p. 398 y “Descolonización y poder punitivo”, Lectio Doctoralis en ocasión
de recibir el grado Doctor honoris causa por la Universidad Real, Mayor y Pontificia de San Javier de
Chuquisaca, en Sucre, Bolivia, el 20 de marzo de 2012, publicado en Contextos, publicación de la
Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2012, p. 44.
48
Al respecto, ver las estadísticas oficiales del año 2018 -las ultimas publicadas- sobre la cuestión
penitenciaria en Argentina, producidas en el marco del Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución
de la Pena (SNEEP) del Ministerio de Justicia y DDHH de la Nación. Asimismo, cabe señalar que la
Procuración Penitenciaria de la Nación asegura que dichas cifras se incrementarían si se contabilizaran las
personas alojadas en comisarías y otros espacios de encierro. No puede obviarse que ello es el producto de
la política criminal llevada adelante.
49
Cohen, Stanley, “Estados de negación: ensayo sobre atrocidades y sufrimientos”, Departamento de
Publicaciones. Facultad de Derecho. Universidad de Buenos Aires, Bs. As., 2005.
50
Al respecto, sobre la crítica al intento de legitimar sobre la base de la infidelidad al derecho una pena que
la realidad de los países de nuestra región no conoce, ver Alagia; et al, ob. cit, p. 376.
51
Ídem.
52
“La cárcel nunca ha dejado de ser un gigantesco ataúd lleno de seres vivos” supo decir Lola Aniyar de
Castro por las condiciones de las prisiones de nuestra región (“En guante de terciopelo”, Oficina de
Publicaciones de la Secretaría de la Universidad del Zulia, Maracaibo, 1992, p. 65).
53
Desde el conocido “experimento Milgram” sabemos que cuanto más remota es la relación (psíquica y
física) que alguien tiene con otra persona, más lejos estará dispuesta a ir en una situación que comienza a
ser inhumana. Milgram, Stanley, “Obediencia a la autoridad. El experimento Milgram”, Capitan Swing,
Madrid, 2016.
54
Malaguti Batista, Vera, op. cit., p. 103.
Ante todo ello, es importante tener siempre presente en nuestra área de interés,
como imperativo ético, que podrá decirse que hay quienes nacieron con vocación de
servicio para ser policías o penitenciarios -aunque los estudios de campo demuestren lo
contrario55-, pero nunca podrá volver a afirmarse que alguien nació para ser preso/a56,
aunque eso es -lamentablemente- lo que, a través de la voz de las personas entrevistadas,
está diciéndonos la sociedad. Decirnos que está bien, que es “normal”, la virulencia
política excluyente de personas de la zona del ser a la zona del no ser57; que no hay error
alguno entre el trato discriminatorio 58 recibido y el que correspondía recibir.
En definitiva, es a través de haberles preguntado “cuándo se los excluyó de
alguna mala forma de la sociedad” que nos respondieron que nunca estuvieron en ella.
Podemos afirmar que el color de nuestras cárceles y nuestro poder punitivo es
no blanco, ya que reconocemos dos niveles de dicho fenómeno: uno, detectable a simple
vista, en referencia a que los humanos aptos para recibir dolor en nuestras prisiones son
de tez no blanca; y, por otra parte, el que creemos haber oído en las respuestas recibidas
en las entrevistas, que el mecanismo de etiquetamiento que rige la selectividad que, tras
crear un imaginario de desprecio allí los arrojó, tiene todos las distintivos de la etiqueta
punitiva racializada que atrae violencia y fuera heredada de la colonia.
Sin tener esto como punto de partida, hacer criminología y derecho penal en la
región se vuelve otro triste ejemplo de la alienación de la realidad.

4) Para finalizar…
Dado el cambio de perspectiva respecto de la que se había iniciado, no
pretendemos aportar novedad, sino, por un lado, apoyar con testimonios e información
de la realidad lo que los procesos raciales punitivos -entrecruzados con otros dispositivos
excluyentes- han hecho en quienes, privados/as de su libertad, siquiera advierten haber
sido discriminados/as por construir su subjetividad desde la introyección de la exclusión
como situación “normal” y, por otra parte, contribuir a la necesaria desmitificación de la

55
En ese sentido ver Galvani, Mariana, op. cit., 2016.
56
Tal como lo han hecho los discursos positivistas defensores del determinismo biologicista. Sobre una
crítica al regreso de estas tesis y a su vinculación con las neurociencias, ver Aniyar de Castro, Lola, op. cit.,
2010, capítulo VII, Del Puerto, Buenos Aires, 2010. Y también de la misma autora en coautoría con Codino,
Rodrigo, “Manual de criminología sociopolítica”, Capitulo XXIII, Ediar, CABA, 2013.
57
Zona donde “vivir no es encarnar valores, inscribirse en el desarrollo coherente y fecundo de un mundo.
Vivir es no morir. Existir es mantener la vida”. Sobre estas “zonas”, ver Fanon, Frantz, “Los condenados
de la tierra”, Fondo de cultura Económica, México D.F, 2da reimp., 1971, p. 285.
58
Esto lo asumimos desde una perspectiva interpretativa desde y hacia los Derechos Humanos, sin
pretensión de esconder nuestra filiación política a ellos. Ver, entre otros trabajos de criminología
latinoamericana, Aniyar de Castro, Lola, ob. cit., 2010.
legitimación del castigo por la vía del reconocimiento de quien es castigado/a como
ciudadano/a de derechos y obligaciones.
Por último, no puede sino invitarse a quienes se consideren penalistas a pensar
en la degradación moral que implica legitimar una pena desde presupuestos que nada
tienen que ver con la realidad en la que vivimos.
No podemos olvidar que el estereotipo funciona como un lazo social que
consume, aunque en distinta magnitud, tarde o temprano a todos los intervinientes 59. Así
como el modelo colonial consumía a colonizados y colonizadores 60, etiquetado y
perpetrador terminan degradados 61. La historia también enseña que los verdugos eran
temidos como leprosos, que debían vivir fuera de los muros de la ciudad, que los
comerciantes se aterrorizaban por su dinero 62. Entonces, cabe preguntarnos: ¿en qué
medida nos consume a los no excluidos la situación punitiva actual?, ¿y a quiénes
legitiman con ilusiones teóricas la pena?, ¿y a los jueces y juezas que encierran
preventivamente y condenan por mero reflejo u obediencia ciega a la ley?
Excede al presente intentar dar respuestas a esas preguntas, pero por lo menos
resulta claro, y dejamos planteada la idea, de que sin dudas el camino es doble.
Por un lado, sabiendo que nunca una etiqueta es para siempre63, a la par de
combatir los estereotipos reinantes en nuestra sociedad, trabajar con las personas
detenidas de forma tal que logren liberar su subjetividad de la alienación referida previo
a su liberación de la prisión.
Por el otro, para así poder satisfacer el deber de no permitir más muertes, el
deber de privilegiar la vida 64, fomentar que los/as penalistas se reconcilien con la realidad
y se liberen de abstracciones y mitos punitivos.

59
Alagia; Codino, ob. cit., p. 123.
60
Ver Cesaire, Aimé, “Discurso sobre el colonialismo”, Derrames Editoras, CABA, 2018.
61
Curiosamente, incluso dentro del adormecimiento de la conciencia propia de la banalidad del mal, ello
fue advertido hasta por el propio Adolf Eichmann de forma previa a que se pusiera en marcha la solución
final: “Es terrible lo que ocurre en estos alrededores. Están convirtiendo a los jóvenes en unos sádicos.
¿Cómo es posible que se hagan semejantes cosas? ¿Cómo es posible permitir que apaleen a mujeres y
niños? No, no puede ser. Nuestro pueblo, nuestra propia gente, terminará loca”. En Arendt, Hannah,
ob. cit, p. 56.
62
Aniyar de Castro, Lola, ob. cit., 1992, p. 52.
63
Alagia; Codino, ob. cit., p. 121.
64
De obligatoria lectura para cualquier penalista humanista, Slokar, Alejandro “Necropolítica de los
cautivos: Crisis y destino de la construcción jurídico-penal”, en AA. VV., “Morir de cárcel. Paradigmas
jushumanistas desde el virus de nuestro tiempo”, Ediar, CABA, 2020, pp. 67-74.
LOS ANTI-INVERTIDOS: UNA HISTORIA CRIMINOLÓGICA.
Mauro Magneschi1

CLARA: ¿Pero no son acaso, seres


monstruosos, deformes esos desgraciados?
FLOREZ: Los hay, pero muy escasos…
excepcionalmente. Por lo general son individuos
normales, aún más, vigorosos, varoniles jóvenes (…)
dotados de todas las cualidades viriles del hombre
común, pero en quienes precisamente, ejerce un
atractivo poderoso la superioridad varonil física o
moral de otro congénere… Y aun cuando están bajo la
acción del momento crítico, en la noche especialmente,
se convierten en mujeres, con todas sus rarezas, con
todos sus caprichos, y sus pasiones, como si en ese
instante se operara en su naturaleza una transmutación
maravillosa y monstruosa ¡(…) el llamamiento
imperioso de la decadencia genésica (…)!2

Introducción.
El drama. Una tensión para la época. Pérez es amigo de toda la vida de Flórez y
pretende seducir a Clara, la esposa de este último. Ambos hombres mantienen una
relación amorosa, e incluso han llegado a alquilar un departamento en que hacen fiestas
para su “club”. La obra concluye con el suicidio de unos de los invertidos y la muerte a
manos de Clara del otro: “Ahora te queda lo que tu llamas tu última evolución…”, dice
ella casi al bajar el telón.
La representación pública de la inmoralidad en cabeza de Flórez y Pérez, anormales
por su herencia genésica clasificados como invertidos sexuales frente al gran público de
un teatro céntrico de Buenos Aires trajo aparejada una gran polémica: fue estrenada el 12
de septiembre de 1914 y censurada mediante Decreto de la Municipalidad una semana
después.
Se levantó la censura luego de una apelación presentada por el autor, José González
Castillo (1885-1937), quien en la noche del reestreno mencionó: “…mi drama es
moralizador y predica precisamente las buenas costumbres…”, y agregó que el límite
impreciso de lo moral “…no puede ser otro que la libertad de arte dentro de líneas
simplísimas”3.
Aún con esa finalidad moralizante o de denuncia de la sociedad porteña, el drama
mostraba a otro lejos de la vista; otro oculto y ocultado. La forma de la familia tradicional
burguesa se hallaba fuertemente ligada a la moral, y esta última a un discurso fuertemente
ligado a lo biológico. En sus sucesivas presentaciones hasta la actualidad, la obra trajo
siempre consigo un debate sobre la visibilización, la moralidad, la hipocresía social.

1
es abogado recibido de la Universidad de Buenos Aires (U.B.A.). Actualmente realiza actividad docente
de Criminología, en la Facultad de Derecho – U.B.A., y en la Universidad Nacional de Avellaneda
(UNdAV) en las Prácticas Pre Profesionales N° I y N° II. Ejerce la profesión en el ámbito privado y público,
y forma parte de la Asociación Pensamiento Penal.
2
Gonzalez Castilo, José; “Los invertidos” en “Los Fundadores del Teatro Argentino”, tomo n. 12, Dir.
Osvaldo Pelletieri, ed. Corregidor, Buenos Aires, 2015. Estrenada originalmente en el Teatro Nacional –
Actualmente Teatro “El Nacional”, en octubre de 1914.
3
Apartado “Anexos”, en Gonzales Castillo, José, Op. cit. pp. 270.
Una síntesis normal. El personaje de Clara representa todo lo que las mujeres de
clase media-alta podían ser en la vida porteña de 1914: madre y esposa en un matrimonio
consumado esto es, con un hijo (Julián). Apenas excede ese rol en el último acto, al
descubrir a que su esposo es un invertido y amante de su amigo. Lo normal no precisa
demasiada explicación, y aparece como evidente: la familia heterosexual, el padre
proveedor, la esposa sumisa y ocupada de la casa, ignorante de todo lo que no fuera su
vida doméstica. En la escena del fragmento, el esposo explica a la esposa (y al público)
de que se trata la inversión.
La obra es una de las primeras representaciones en el teatro argentino de hombres
que aman a otros hombres, y es un texto que puede considerarse fundamental en la
literatura LGTBIQ+ argentina.

La fuente literaria. Si bien no podemos tomar a “Los invertidos” (la obra), como
un reflejo objetivo de los hombres que se relacionaban con otros hombres a principios del
siglo XX en Buenos Aires, es importante tener en cuenta el papel de las representaciones
artísticas vinculadas al imaginario social (saberes menores en términos de Michel
Foucault), teniendo en cuenta que casi no hay referencias sobre las disidencias sexuales
a principios del siglo XX, fuera de los informes criminológicos (policiales), y los
personajes literarios4.
La literatura debe ser entendida en este caso como una suerte de testimonio
fragmentario de una sub cultura en términos sociológicos, que deja entrever parte del
esfuerzo de la transgresión del desviado.

Desviación y transgresión. No podríamos explicar las conductas de Flórez y Pérez


(y de todo el abanico de las disidencias sexuales bajo el concepto de “inversión” 5)
solamente en términos de desviación.
Si bien volveremos sobre la desviación más adelante, conviene aclarar que, la
desviación social depende de una reacción de las personas frente a la misma 6. La
sociología actual hace notar una particularidad, una particular relación respecto a las
identidades LGTBIQ+, esto es la transgresión: el cuestionamiento, el desafío, o
directamente la no utilización para alcanzar de determinados objetivos de las normas
sociales en general (y las jurídicas en particular) 7. En este proceso, actúa el registro de la
vergüenza y la abyección, y de la pugna por instaurar una nueva discursividad, del
invertido. En esa línea el sociólogo Didier Eribon (1953), plantea que para las identidades
LGTBIQ+ existe un “…proceso de subjetivación por el cual se pasa de un status de
estigmatizado a la reivindicación de uno mismo…”8. La transgresión se erige casi como
una defensa frente a la abyección (como proceso por el cual se estigmatiza y se excluye),
y a la vergüenza (como señalamiento social).

4
Cf. Peralta Ortega, Jorge Luis, “Espacio y homoerotismo en Los invertidos (1914) de José González
Castillo” en Mercedes Ortega González-Rubio; Julio César Penenrey Navarro (Comps.), “Todos me miran.
América Latina y el Caribe desde los Estudios de género”, Universidad del Atlántico, Barranquilla, 2017.
5
Utilizaremos adrede el género masculino al referirnos a la invertidos, ya que el paradigma positivista
retomaba prejuicios inquisitoriales respecto de la mujer (inferiorización), por lo que la inmensa mayoría
del material refiere a hombres, englobando cualquier disidencia sexual –comunidad LGTBIQ+ bajo la
denominación genérica de “inversión”.
6
Cf. Becker, Howard S, “Outsiders. Hacia una sociología de la desviación”, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires,
2009 .
7
Gerlero, Mario (comp.), “Los silencios del derecho: instituciones y problemáticas de la Sociología
jurídico Política”, David Grinberg Libros Jurídicos, Buenos Aires, 2008, p. 454.
8
Eribon, Didier, “Una moral de lo minoritario”, Editorial Anagrama, Barcelona, 2004.
Lo más probable es que Flórez y Pérez (y la mayoría de los invertidos de principios
del s. XX en Buenos Aires), no hayan logrado “teñir su vergüenza de orgullo” y realizar
una transgresión completa, pero si es posible afirmar que la sola existencia del invertido
interpone una demanda específica de una nueva discursividad y de reivindicación de un
grupo social. No es casual que el personaje Flórez sea abogado penalista, y que inicio de
la obra se halle escribiendo un informe sobre un caso de inversión sexual, para justificarlo
y atenuar la pena. Lo transgresor del personaje, es lo que tienen de transgresor todas las
identidades LGTBIQ+: la búsqueda de palabras que lo definan, la justificación misma de
su existencia. Frente a eso se impone el discurso de las mayorías.
Sin duda González Castillo supo sintetizar casi a la perfección estereotipos y
formas presentes tanto en los estudios del momento: algunos detalles en los que
repara el autor, no pasan desapercibidos para los criminólogos del momento: el
origen orgánico/biológico (“genésico”), su ocultamiento y marginalidad social (de
allí la necesidad de un club secreto que nuclea a los invertidos), la asunción de
características femeninas y de paso, la inferiorización de la mujer (con sus “caprichos y
pasiones”), y la presencia del invertido muy cerca de las personas normales.
Es posible especular que la censura recibida estaba motivada en que la
representación hacía visible una realidad que era preferible mantener oculta, y aún más,
documentaba que existía una posibilidad de relación por fuera de los criterios dominantes
(y de esta forma los amenazaba), sin el tamiz del experto autorizado (el criminólogo, el
médico), experto que explicara (y justificara) con la autoridad de su palabra el orden
tradicional.

Un auténtico “Código de normalidad”. Como veremos, médicos y abogados eran


las dos corporaciones que dieron origen al discurso criminológico que impuso un
tratamiento particular del delincuente y el marginal, esto es el positivismo criminológico.
Se trata del discurso dominante que dispuso modelos normales de referencia,
legitimando las pautas de conducta a seguir por la mayoría. Estos modelos desestimaron
–y desestiman- las elecciones alternativas de vida o no arraigadas tradicionalmente. En lo
que hace al control social, la sujetación del sujeto como mecanismo de poder foucolteano
pasó a las instituciones, y se tradujo en un poder de normalización que obliga y define
incitando la producción de gestos y discursos según lo considerado como normal 9.
Debemos hacer notar que la orientación sexual homosexual y las identidades que
define, si bien nunca criminalizadas directamente por la ley argentina (es decir, que
penara las prácticas sexuales desviadas) bastó con control social y la persecución policial
para controlarlas 10.
Este discurso de poder (discurso de verdad en términos de Foucault) se apoyó en
una sólida base institucional (religiosa, jurídica, médica) que fue acompañada por una
serie de prácticas que marcaron tanto la forma del arte, como la de juzgar.

Una batalla. La batalla por la visibilización y el desarrollo de una nueva


discursividad, se libra también fuera del ámbito discursivo. Sin duda los invertidos

9
Gerlero, Mario (director y compilador); “Los silencios del derecho”, David Grinberg Libros Jurídicos, 1°
ed., Buenos Aires, 2008, p. 428.
10
Fuera de los edictos policiales, la legislación no estuvo totalmente ajena la discriminación: la Ley
electoral de la Provincia de Buenos Aires de 1946 (Ley n. 5.109) prohibía el derecho a voto de los
homosexuales por razones de indignidad y facultaba a la justicia federal a realizar una investigación de
oficio para acreditar la causal, disposición que sólo fue derogada por Ley n. 11.019 en el año 1991.
integrantes de lo que hoy conocemos como comunidad LGTBIQ+ pueden o no hacer
pública su orientación, pero quienes lo hacen saben que enfrentan al discurso inquisidor 11.
El anterior análisis quedaría reducido a una interpretación más de una obra teatral,
si no tuviera un correlato real. Debido a esta serie de prácticas de imposición de un
discurso hegemónico, partimos de la premisa de que existió –y continúa existiendo- una
invisibilización y patologización por parte de la academia y especialmente la corporación
médica, de los/las invertidos/as.
En esta línea, hemos elegido analizar un fallo que evidencia las mismas relaciones
114 años después (y con idéntico resultado). Se trata del femicidio de Natalia “la Pepa”
Gaitán. En el, la utilización del discurso que utilizan los jueces en el texto creó un
“personaje”, una imagen –reflejo de la realidad-, y perfiló a Natalia como peligrosa en los
mismos términos que el discurso positivista (es decir, la construcción de un estigma y un
estereotipo, que asume sus características particulares en torno al invertido). El fallo y la
obra registran la relación en cuanto en cuanto a la visibilidad, y la necesidad de
reivindicación de las identidades por fuera del discurso de normalidad dominante y el
control social.
La muerte presentada como normal en la ficción, tristemente hoy continúa
apareciendo en de la misma forma naturalizada en la vida real, como la consecuencia de
una mala vida asociada a la pobreza, a habitar ciertos barrios precarios y tener cierta
orientación sexual. Solo después de una reconstrucción de estas relaciones sin el tamiz
del discurso dominante, es posible darles un lugar y visibilidad a las identidades
LGTBIQ+.

Parte I. Estética e Historia al margen.


El telón de fondo. Lo feo es malo. Por supuesto, que el discurso sobre los invertidos
no nació en el teatro, pero podemos apreciarlo en los detalles discursivos que marcábamos
al principio y en determinado criterio estético propio de las artes escénicas.
Mencionamos que el positivismo es el marco ideológico de la obra, con los estereotipos
negativos. Si bien desde siglo XVII y XVIII la fealdad y las cualidades morales se
encontraban asociadas en la mirada estética europea 12,los positivistas tenían una imagen
clara del delincuente y del integrante de las clases peligrosas (el llamado “olfato policial”
tiene su antecedente más importante en último cuarto del s. XIX).

Los invertidos eran lindos. La relación “feo es malo” parece no aplicarse a los
invertidos quienes aparentan ser personas normales, incluso atractivas, que logran ocultar
con éxito su verdadera naturaleza. De hecho, este detalle es lo que alarma a Clara y se
traduce en otro elemento de la peligrosidad: era necesario un experto para su detección,
que no era otro que el médico. Sin embargo, las características exteriores (orgánicas),
marcaban la existencia de personas peligrosas. Estos cánones éticos y estéticos se
relacionan directamente con la imposición un orden político bien definido desde los
países centrales europeos colonialistas.
“La analogía estética entre el salvaje [colonizado] y el criminal europeo no
tardaría en traducirse en estereotipo de criminales con rasgos salvajes y renuentes a la
civilización, los criminales eran feos como los colonizados y tan malos como esos
salvajes. La fealdad era la mejor muestra de su salvajismo” 13

11
Gerlero, Mario, op. cit., 2008, p. 436.
12
Anitua, Gabriel Ignacio, “Historias de los pensamientos criminológicos”, Ed. Del Puerto, Buenos Aires,
2005, p. 165.
13
Zaffaroni, E. Raúl; Quinta Conferencia, “El apartheid criminológico”, en “La palabra de los muertos:
Conferencias de criminología cautelar”, Ediar, Buenos Aires, 2011, p. 94.
Política. Después de sucesivas revoluciones liberales, de Estados Unidos (1776),
Francesa (1789), y en resto de Europa, hacia 1810 comenzaron a erigirse los primeros
gobiernos locales en toda Latinoamérica. Argentina se independizó (1816) y
posteriormente sancionó su Constitución (1853-1860) de corte liberal y a tono con el
“clima revolucionario”. En la segunda mitad del siglo XIX la clase social victoriosa de
las revoluciones (la burguesía), había llegado completamente al poder como culminación
de este proceso socio político. Acontecimientos como la ola de revoluciones de 1848 (de
campesino y obreros) y la Comuna de París de 1871 (considerada el primer gobierno de
naturaleza obrera), resultaron alarmantes, que precisaba de un discurso nuevo que
justificara a la vez posición dominante y mantuviera el orden ante la amenaza de las clases
que consideraba inferiores.

Economía. Entre las crisis de 1870 y de 1914, el modo de producción capitalista se


globalizó- Los medios de transporte y de comunicación relacionaron zonas distantes, y se
incrementó el comercio y la conquista de las tierras que no habían sido colonizadas 14. La
expansión territorial y de los mercados de los Estados centrales implicó un creciente
militarismo, que junto con el industrialismo serian aspectos centrales del contexto de
nacimiento del paradigma positivista. En este orden colonial, se fue estableciendo un uso
particular de la sexualidad; en ese sentido Arthur Evans (1942-2011), refiere que,

“Teniendo en cuenta el uso imperialista del sexo en las colonias [comoforma de


reproducción de la mano de obra], y el gran lastre de la tradición cristiana en Europa, no
resulta sorprendente que las coloniasproscribieran la sodomía. [Tal es así que, en Estados
Unidos a fines del siglo XVIII], la Carta de Derechos, hablaba solo de derechos
intelectuales (…) Notenía nada que decir en materia de derechos sexuales…”.15
De la producción esclavista se pasó a la manufactura, y como dijimos a la
producción industrial en serie, por lo que era necesaria la reproducción de los/las clases
obreras. De allí la continuación de las ideas en morales propias del cristianismo, ahora
traducidas en una necesidad de mercado: las formas de sexualidad no reproductiva, no
solo eran inmorales sino anti económicas.

Nace el paradigma. La matriz positivista. La necesidad de protección para los


bienes generados por la expansión del mercado y de mantener un orden en las grandes
metrópolis, importó de las colonias de los países centrales, “…una nueva agencia de
fundamental importancia en el ejercicio del poder punitivo…” 16esto es las policías. Fruto
de la alianza de las corporaciones médica y policial, nació el positivismo criminológico:
la primera corporación con un discurso sin poder –o sin posibilidad ejercicio del mismo-
, y la segunda con poder sin discurso17. El punto de partida epistemológico a hora de
producir conocimiento estaba basado en la visión científica de los médicos que partía de
las ciencias naturales, y la aplicación del método científico como forma de construcción
y legitimación del saber. Basado en el pensamiento racionalista del s. XVIII, en cuanto al
saber en torno a la cuestión criminal, se fue imponiendo una nueva ontologización del
delito basada en un rígido determinismo biológico, producto de que lo largo del s. XIX,
nació“…un saber de la observación, del algún modo clínico, el de la psiquiatría, la

14
Anitua, Gabriel Ignacio, Op. cit., 2005, pp. 180-181.
15
Evans, Arthur;” Brujeria y Contracultura gay”; Barcelona – Editorial Descontrol, 2015 (1° ed. en inglés,
editada por Fag Rag Books, Boston, 1978), p. 235.
16
Zaffaroni, E. Raúl, op.cit., 2011, pp. 94-95.
17
Idem, pp. 96.
psicología, la criminología, etc…”18, que formará un nuevo tipo de individuo.Los
expertos. Claramente, médicos, alienistas, psiquiatras y psicólogos (luego peritos,
abogados, criminólogos, jueces e integrantes en general de la corporación judicial), eran
quienes podríamos llamar dueños de la palabra. En términos de Teun Van Dijk (1943),
quienes “…gozan de mayor control sobre más e influyentes discursos (y sobre más
propiedades discursivas) son también (…) más poderosos.”.19 El control del contexto –
los modelos o constructos mentales- mediante la palabra autorizada, que consiste en
controlar categorías como la definición global de la situación, su espacio y tiempo,
implica un control de la mente mediante la influencia del discurso en las creencias
compartidas y su control.
Sin duda el poder de normalización de las clases hegemónicas se tradujo en una
serie de instituciones serviles al mismo, y justificadas por el discurso positivista. No cabe
duda que el positivismo como discurso era sumamente funcional para las élites de fines
del s. XIX: justificaba el orden -ejercicio del poder punitivo y el control social- frente a
las amenazas sociales, a la vez que perpetuaba la posición de superioridad burguesa,
explicándola como natural.

Latinoamérica. Durante el s. XIX, la política y economía de todo nuestro margen


fue dirigiéndose hacia el conservadurismo en lo político y el liberalismo en lo económico.
En paralelo a la organización de los Estados comenzó la difusión del positivismo
criminológico o Scuola Italiana. Ya se trate del porfiriato mexicano, la República Velha
en Brasil, los barones del estaño en Bolivia, la oligarquía vacuna argentina “…con
instituciones de letra liberal, pero hegemonizadas por minorías terratenientes
legitimadas ideológicamente por racismo evolutivo spenceriano”20, las repúblicas
oligárquicas Latinoamericanas representantes de sus pares europeas, adoptaron con
entusiasmo estas ideas de un marcado racismo colonialista para el cual los delincuentes
eran seres inferiores parecidos a los colonizados. Como nuestros estados americanos no
tenían colonias, las ideas giraron en torno a la degeneración de la raza.

El positivismo autóctono. Hacia la mitad del s. XIX, desembarcadas de Europa


podemos encontrare lo que Giuditta Creazzo denominó “Positivismo Autóctono”,
protagonizado en Argentina por Juan Bautista Alberdi (1810-1884), José Esteban
Echeverría Espinosa (1805-1851) y Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888)21. Casi el
clima de época en el que se fueron gestando las bases de lo que sería el “Positivismo
científico” referido a la cuestión criminal. Estos tres intelectuales argentinos, ya
compartían gran parte de la matriz positivista: una visión objetiva y racional de la
realidad; subrayar la importancia de factores, provenientes de las ciencias naturales
(etnográficos y geográficos) en el desarrollo de la primera institucionalidad argentina (por
ejemplo, la idea de “gobernar es poblar” de Alberdi, o la de “civilización y barbarie” de
Sarmiento).

18
Foucault, Michel, “La verdad y las formar jurídicas”, Editorial Gedisa, S.A., 2° ed. Corregida –
Barcelona, 2003 (Original en portugués; A verdae a as formas jurídicas; Pontificia Universidad Católica
do Rio de Janeiro, 1978) p. 143.
19
Van Dijk ,Teun, “El análisis Crítico del Discurso”, Ed. Anthropos, Barcelona, septiembre-octubre, 1999,
pp. 23-36. Disponible online en: https://bit.ly/3wMkiB4 (fecha de última consulta 01 de marzo de 2021).
20
Dias Dos Santos, Ilison, y Zaffaroni, E. Raúl, “La nueva Crítica Criminológica. Criminología en tiempos
de totalitarismo financiero”, 1° ed., Ciudad Autónoma de Buenos Aires -Ediar, 2019, p. 16.
21
A fines expositivos tomaremos la clasificación Cf. Creazzo, Giudita (adaptado por Pablo Daniel Vega);
El positivismo criminológico italiano en la Argentina, 1° ed. Buenos Aires - Ediar, 2007.
El pacto médico policial a la argentina. Entre 1878 y 1879 José Ramos Mejía
(1849-1914) publicó “La neurosis de los hombres célebres en la Argentina”, un trabajo
sobre las neuropatías de próceres argentinos como Juan Manuel de Rosas, Guillermo
Brown o Bernardo de Monteagudo. Esta obra junto con las clases impartidas desde su
cátedra en la Universidad de Buenos Aires, fueron una influencia directa de dos grandes
fundadores de la criminología en Argentina: José Ingenieros (1877-1925) y Francisco de
Veyga (1866-1942), respectivamente abogado y médico psiquiatra. Aquí podemos ver
una correlación entre representantes de la corporación médica y el ejercicio del poder
punitivo (médicos y juristas), expertos que comenzarían a opinar sobre la criminalidad de
las personas (por ejemplo, a través de los famosos Archivos de Psiquiatría y Criminología
de Ingenieros). Al igual que en Europa en nuestro margen fue clara la asociación entre el
discurso científico con el ejercicio del poder punitivo.
Entre 1880 y 1900, el Estado Argentino se fue organizando institucionalmente sin
escapar al contexto mundial, bajo la influencia del presidente Julio Argentino Roca (1843-
1914) y un grupo de intelectuales (de los que ya hemos mencionado algunos),
denominado “Generación del 80” Argentina se organizó bajo el disciplinamiento
industrial, un orden verticalizante que venía de la mano de su inserción en la división
internacional del trabajo, como modelo agro exportador y comprador de productos
manufacturados en el marco de la producción capitalista.
Pero el roquismo se manifestó en otros aspectos más concretos: “…en el
establecimiento del ejército regular (…) la creación de los manicomios masivos para
encerrar la locura (…) y las cárceles en las que se encerró no solo a los delincuentes
sino a los indisciplinados (la mala vida)”22.
Comenzó la etapa el “Positivismo Científico”, con su entrada triunfal en la
Universidad de Buenos Aires en 1887, año en que Norberto Piñero (1858-1938) asumió
la Cátedra de Derecho Penal y desplazó a Carlos Tejedor (1817-1903), quien en 1886
había redactado nuestro primer Código Penal (Ley n. 1.920). Piñero empezó a difundir
las ideas de los grandes representantes de la Scuola Italiana: Ezechia Marco “Cesare”
Lombroso (1835-1909), Enrico Ferri (1856-1929), y Rafelle Garofalo (1851-1934). Bajo
el paradigma disciplinarista del reduccionismo biologista de los científicos, y la enorme
difusión del discurso la intelectualidad, se comenzó a presentar como una anormalidad
psicofísica del sujeto reconocible mediante ciertos “estigmas degenerativos” (signos
exteriores). El estado peligroso de los invertidos estaba asociado a un elemento
sintomático de la personalidad del autor, que podrá clasificarse de acuerdo a criterios
científicos 23. Se desplazó progresivamente al antiguo concepto de libre albedrío (propio
del derecho liberal) como fundamento de la responsabilidad penal, para reemplazarlo por
el determinismo biológico.
Ya mencionamos que en cuanto a la función política del derecho penal (o de reparto
del poder), el positivismo tuvo una amplia repercusión, ya que era funcional a los
intereses de la oligarquía (elite política e intelectual). Casi huelga mencionar, que, con la
entrada en la Universidad de Buenos Aires el paradigma positivista influyó en cuanto a
la función pedagógica del derecho penal (enseñanza del Derecho). Veremos cómo
repercutió en la función pragmática, es decir, la toma de decisiones judiciales y
legislativas.

Parte II. El peligro y la mala vida.

22
Zaffaroni, E. Raúl; Alagia Alejandro, y Slokar, Alejandro, “Derecho Penal. Parte General”, 2° edición,
Editorial Ediar, Buenos Aires, 2002, p. 250.
23
Creazzo, Giudita, op. cit., 2007, p. 27.
Una definición de peligro. En el contexto positivista las sucesivas reformas al
Código Penal de 1886 se dirigieron exclusivamente a clases de sujetos particulares que
no se justaban a los cánones morales o políticos de la oligarquía. Podemos citar como
ejemplo, la Ley de juegos de azar (1902) que autorizaba el allanamiento de locales y
domicilios sin orden judicial (sancionada a instancia de la Jefatura de la Policía de la
Provincia de Buenos Aires), la Ley n. .4144 (1903) o “Ley de residencia”, que impedía
la entrada y permitía la expulsión de extranjeros “cuya conducta comprometa la
seguridad nacional o perturbe el orden público”, la Ley n. 4.189 (1903) de deportación
de extranjeros reincidentes sin orden judicial, y, la Ley n. 7029 (1910) de defensa social24.
Para la dogmática positivista la peligrosidad era entendida como un “estado de
antijuridicidad (contrario a derecho) de un sujeto que tiene por consecuencia jurídica la
aplicación al mismo (sujeto), de una sanción criminal”25. Esta definición podía
sintetizarse en una suerte de presunción (casi) jure et de jure dirigida los sujetos (objeto
de análisis): “si has cometido un delito, eres peligroso; es decir probablemente cometerás
otro; en consecuencia, se debe aplicar una sanción por el delito cometido y por la
probabilidad de comisión de un delito posterior” 26.
Para el jurista positivista, la sociedad como organismo, se defiende de lo contrario
a derecho lo que presupone un acuerdo pacífico y superador de cualquier conflicto con la
sanción de una ley positiva (de allí las leyes mencionadas, exclusivamente consagradas
para defender a la sociedad de cierta clase de individuos). La “piedra angular del nuevo
edificio científico” 27, la defensa social, era la “reacción necesaria de la sociedad (bien)
frente al peligro que constituye la criminalidad (mal)” 28, concepto que no adquiría todo
su valor y toda su extensión, sin un parámetro sobre quiénes y cómo aplicarse es decir, la
peligrosidad.
La consecuencia de lo anterior es que, la imputabilidad provenía de la calidad de
peligroso antes que de la acción del sujeto. Como criterio para la determinación de la
pena, esta podía cumplir la finalidad de prevención especial positiva (reforma) mutando
luego en la medida de seguridad – reemplazo de la sanción por la medida- que habilitaba
un ejercicio del poder punitivo aún mayor que la pena por carecer de límites jurídicos.
Para los incorregibles, directamente la eliminación del reo (prevención especial negativa).

Los orígenes del peligro. Por supuesto que los positivistas no se basaron en su pura
inventiva, ni mucho menos. El nacimiento de lo que se conoce como mala vida
(manifestación y causa de la peligrosidad) solo es explicable si tenemos en cuenta su
inserción en el curso de los discursos criminológicos. El primer plan integrado entre
Criminología, Derecho Penal, y Derecho Procesal Penal, el “Malleus Maleficarum”29,
(1486) fue el texto que fundó algunas ideas que continuaron presentes en el paradigma
positivista: inaugura la etiología criminal, es decir la búsqueda de la criminalidad en el
sujeto (derecho penal de autor), bajo una multiplicidad de factores que pueden provocar
el crimen (o la brujearía en el contexto inquisitorial); a su vez, la idea de la degeneración

24
Cf. Zaffrani, Alagia y Slokar, Op. cit., 2002, p. 252.
25
“…uno stato di antiguiricitá de un soggetto che á per conseguenza giuridica l´aplicazzione al medismo
di una sanzione criminale” (traducción propia), cita de Filippo Grispingni, efectuada por Soler, Sebastián;
Exposición y Crítica de la Teoría del Estado Peligroso; Buenos Aires - Valerio Abeledo, Editor, Librería
Jurídica Lavalle 1.368, 1929, pp. 15.
26
Esta formulación se halla en Soler, Sebastián, op. cit., 1929.
27
Idem, p. 12.
28
Creazzo, Giuditta, op. cit., 2007 p. 22.
29
Cf. Kramer, Enrique y Sprenger, Jakob, “Malleus Maleficarum, Maleficas, & earum hæresim, ut framea
potentissima conterens (El martillo de las brujas. Las brujas y su secta, para lanzar los golpes más
poderosos)”, editado en 1486 fue la obra en que se basó la Inquisición para la caza de brujas.
(de las almas), que estará muy presente en el nacimiento de la criminología (pero en el
contexto positivista referida al deterioro de las características personales, con una raíz
biológica). Esta visión policial del saber será una marca de fábrica para ambos discursos
–inquisitorial y positivista- legitimantes del poder punitivo 30.

La peligrosidad aplicada. Como criterio teórico y práctico, la peligrosidad implicó


la atención sobre determinados individuos con la pretensión de explicar para prever el
delito. Los positivistas complejizaron el vocabulario en torno al saber criminal,
desarrollando clasificaciones de individuos, y entidades nosotaxicas en torno a conductas
minoritarias fruto de la aplicación de parámetros éticos a la doctrina científica; en síntesis,
una auténtica jerarquización de seres humanos ponderados a través de criterios
supuestamente objetivos por ser científicos. Se podía distinguir entre quienes delinquen
por aprendizaje (positivismo sociológico ferriano), por una condición antropológica o
biológica (en torno a la noción de delito natural lombrosiana), o por ofensa moral a los
valores sociales (positivísimo psicológico garofaliano). En un territorio con límites
nebulosos encontramos a quienes tienen un estado peligroso, que pretendían detectar con
el peligrosismo pre delictual: ya no con el crimen como signo de peligrosidad, sino por
una suerte de predisposición a cometerlo.

Los peligrosos. La mala vida. El sujeto peligroso es aquel integrante de la mala


vida (ambiente criminógeno), parte del tópico de la degeneración integrada por sujetos
que presentaran anomalías psicológicas, volitivas y morales. Ya mencionamos que los
extranjeros y jugadores podían ser peligrosos. En los sucesivos proyectos peligrosistas de
reforma del Código Penal, presentados en los años 1924, 1926, 1928 y 1936, se agregan
los locos (en los aspectos en que sean criminalmente peligrosos), ebrios, toxicómanos,
malvivientes, proxenetas, rufianes, vagos y mendigos. Eusebio Gómez (1883-1954),
director de la Penitenciaria Nacional entre 1923 y 1928, criminólogo y autor de un
proyecto de reforma del Código Penal (1936) agrega a los “tratantes de blancas”, adivinas
y curanderos e invertidos sexuales. De este breve catálogo de personajes podemos
comprobar que se trata de personas que sin cometer un delito grave31 o sencillamente por
comportarse fuera de la moral o al canon burgués eran marginados. Este grupo
heterogéneo conformaba la mala vida: la denominación para el sector social conformado
por personas que sin ser criminales estaban en el borde de serlo debido a su estado
peligroso, ya sea por su herencia o ambiente o características psicológicas. Personas que
no habían comenzado su evolución filogenética (como si lo habían hecho los europeos) 32.

30
Cf. Zaffrani, Alagia y Slokar, op. cit., 2002.
31
Al respecto de la “trata de blancas” debemos aclarar que la denominación es heredera del racismo
esclavista. En la concepción positivista del autor se debe tener en cuenta la inferiorización de la mujer
(proveniente del discurso inquisitorial), y la hipótesis de que solo cometiera mayormente una sola clase de
delito (la prostitución). En palabras de Gomez Navarro, la trata de personas “…no estriba en la imposición
de la esclavitud material de la que la mujer no puede liberarse, esclavitud que solo media
excepcionalmente, sinó en el hecho de hacer ´empresa´ para explotar los rendimientos de la abyección
femenina”. Esta visión violenta y estigmatizante, consideraba peligrosa a la trata solo si existía una
ganancia por parte de un tercero (el “caften”, que “hace empresa”, lucra). Con una gran soltura y sin
sustento alguna Gomez Navarro afirmaba que “La violencia material es rara, y casi podemos afirmar que,
á la hora presente, ha desaparecido”. En esta visión positivista, la hoy denominada trata de personas
integraba la mala vida, aunque por supuesto hoy se trate de un delito grave. (Cf. Gómez Navarro, Eusebio,
“La mala vida en Buenos Aire”,; 1° edición, Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2011, p. 140 (1° Ed. –
Buenos Aires, 1908), p. 119 y p. 112 respectivamente).
32
Zaffaroni, E. Raúl, op. cit., 2011, p. 99.
Los invertidos. Como integrante de la mala vida el invertido estaba determinado
biológicamente a pertenecer al espacio marginal. Gómez Navarro realiza una
caracterización análoga a la hecha en Los Invertidos, de González Castillo:
“Cobardes, inútil parece decirlo, embusteros, chismosos é intrigantes, viven
desacreditándose entre ellos, urdiendo enredos y "aclarando cuentos”. Son holgazanes
y raro es el que desempeña una ocupación honesta. Ladrones, casi siempre, dedicándose
al género especial de la punga (…), confiesan esa tendencia con desfachatez increíble,
propia de su falta absoluta de sentido moral.” 33
El hecho de vivir “aclarando cuentos”, hace referencia por un lado a la feminización
(inferiorizante) del invertido y a su baja calificación moral. La holgazanería aparece en
contraposición al trabajo que debía primar entre las personas normales, y se asociaba
directamente con la posición dominante de la burguesía ligada a la producción de bienes.
De la misma forma, encontramos su predisposición a ser ladrones “punguistas” (quienes
utilizan la habilidad de sus manos para robar), como posible atentado al orden social.

Los orígenes. El origen de la inversión era explicado por causas biológicas: aquella
persona con predisposición a la inversión sexual podría desarrollarla en cualquier
momento de su vida (origen neuropático)34, o por causa de un ambiente propicio (Gómez
Navarro menciona los internados de hombres). Las ideas en torno a la moralidad hacen
eco –sino reproducción- de un desarrollo mucho más profundo que trabajó José
Ingenieros, quien prologó el libro de Gómez Navarro. En El hombre mediocre, Ingenieros
estableció que las personas promedio que no inventan, no crean, no engendran ningún
tipo de valor nuevo para la sociedad, pero custodian “celosamente” los valores que venían
dados de antemano sin cuestionarlos. El hombre producto de dos factores (la herencia
educación -o ambiente-) realiza “…una adaptación delas tendencias hereditarias a la
mentalidad colectiva: con continua aclimatación del individuo en la sociedad..” 35. El
invertido se encontraría entonces entre los hombres que por una flaqueza moral
(psicológica) y su predisposición orgánica adquiere la inversión.

La detección. Como es necesario el análisis de un experto para su detección, tal


vez el aspecto más preocupante del invertido era la posibilidad de encontrarlos en todas
las clases sociales. Como mencionamos antes, el invertido no respondía a la tradicional
asimilación de “feo es malo”, y si bien se registraban casos de personas que “se vestían
con ropa diferente” (travestismo), o que pretendían alterar su apariencia física, esto era
tomado en relación a la capacidad de esconderse o camuflarse.

Etiquetamiento. Por supuesto existían diferencias: el invertido pudiente, como


Florez o Perez en Los Invertidos, podía tener un departamento propio lejos de las miradas
de extraños 36. Corrían menos riesgos del control social, es decir, de ser etiquetados.
Para la Sociología todos los personajes del catálogo de la mala vida, son percibidos
como incapaces de usar las oportunidades disponibles para el progreso conforme a los
caminos socialmente aprobados por el discurso dominante, a causa de la etiqueta

33
Cf. Gomez, Eusebio, op. cit., 1908.
34
Idem.
35
Ingenieros, José, “El hombre Mediocre”¸ 1° ed- Buenos Aires, Libertador, 2009 (1° edición, Buenos
Aires - 1913), p. 17.
36
“El circuito del “yiro” (término lunfardo que designa el ligue callejero) iba, según Bazán (2006), “desde
la Casa Rosada, en donde se inauguró en 1903 la estatua de Las Nereidas de Lola Mora, hasta la calle del
Temple, en donde estaba la Estación Central de Trenes [hoy Viamonte]” (Bazán, Osvaldo; “Historia de la
homosexualidad en la Argentina. De la Conquista de América al Siglo XXI” Buenos Aires: Marea, 2006;
citado en Peralta Ortega, Jorge Luis, Op. cit., 2017, p. 130.)
impuestas (en este caso, la de invertido) 37. Cada individuo desde diferentes sistemas de
expectativas consideradas como “normales” socialmente (por el discurso dominantes),
ocupará una o más posiciones sociales (status social), de las que se desprenderán
diferentes roles (comportamientos). La etiqueta, el rótulo, provoca la exigencia de un rol
determinado so pena de una reacción social (como venimos desarrollando, en este caso al
borde la criminalización).
Para los positivistas la peligrosidad del invertido fincaba tanto en su calidad de
anormal (por su herencia degenerada o la adquisición del “habito” de la mala vida), en su
capacidad de infiltrarse o esconderse socialmente (lo que lo hacía indetectable a simple
vista, sin la ayuda del experto) y falta absoluta de moralidad (característica genérica que
compartía toda la mala vida que se contraponía a la moral dominante).
Sin saberlo los positivistas registraron la selectividad del poder punitivo, antes que
las causas del delito: no había características innatas que descubrir, ante bien existía la
selectividad del poder y control social.
El “hombre mediocre” (medio) positivista que no cuestionaba la moralidad, ni los
valores sociales preexistentes, evidencia (también sin saberlo) que el invertido es el
resultado de la reacción social, antes que de características biológicas o del ambiente
criminógeno. Hemos visto que esta reacción social se sustentaba por un entramado
institucional en el ejercicio del poder punitivo en manos de abogados, criminólogos y
médicos, y en relación con modelo económico, político y social. Veremos que también
estaba acompañada por una serie de prácticas que marcaron tanto la forma del arte, como
la de juzgar.

El devenir invertido. Carlos G. Sisto (médico psiquiatra), menciona la capacidad


asociativa de los invertidos:
“En nuestro país los homosexuales llaman al mundo marginal que les es propio "el
ambiente". No es infrecuente que se asocien en parejas haciendo un remedo del
casamiento clásico, siendo comunes los conflictos celosípidos y las reacciones
feminoides. Cuando estos grupos evolucionan suficientemente, intentan su definitiva
marginación social mediante la adquisición de un status socio-jurídico que los diferencie
legalmente: es decir, que se admita un sexo masculino, uno femenino y un tercer sexo
homosexual.”38
La cita médica transcripta (1969), es 60 años posterior a la obra de Gómez Navarro
(1908) y continuó el análisis de los invertidos en los mismos términos biologicistas y
morales. El debate y el control seguía en manos de la corporación médica: seguían siendo
peligrosos y como tales, objeto de criminalización.

Parte III.
El telón de fondo. Los Hechos.39 Hemos tomado el fallo “Torres Daniel Esteban
p.s.a. de homicidio agravado por el art. 41 bis.” de la ´Cámara 7° en lo Criminal de la
Provincia de Córdoba.40, para poner en juego los conceptos.
El día 6 de marzo de 2010 Barrio Parque Liceo, en Gran Córdoba, Provincia de
Córdoba, Daniel Esteban Torres (imputado) se encontraba tomando mate en el exterior
de su casa en compañía de su pareja Silvia Susana Suárez y los hijos de ésta última:

37
Goffman, Erving, “Estigma: La identidad deteriorada”, Buenos Aires: Amorrortu, 2003 (1° ed.; Stigma:
Notes on the Management of Spoiled Identity, Penguin Books, Londres, 1963).
38
AA. VV:; “Homosexuario: antología del tercer sexo”, Editorial Merlín, Colección “El arco de Eros” -
Buenos Aires, 1969, p. 88.
39
Hemos hecho una síntesis en base los hechos que el Tribunal consideró como probados.
40
Tribunal integrado por los Dres. Víctor María Vélez, Ricardo Iriarte y Carlos Arturo Ruíz.
Marcia Sharon Araceli Sánchez y Axel Ariel Alejandro Gutiérrez. A continuación, llegó
Gabriela Elizabeth Cepeda, amiga de Natalia Noemí “Pepa” Gaitán (víctima); esta última
convivía en pareja con otra de las hijas de Suárez, Dayana Elizabeth Sánchez.
Gabriela, había pasado con anterioridad varias veces por la casa de Torres y tuvo
un intercambio de palabras y gestos con Silvia Suárez, invitándola a pelear y declarando
su amor por Sharon Sánchez. Silvia y Sharon Sánchez forcejearon con Gabriela para
quitarle un cuchillo que tenía en la cintura. Mientras esto ocurría, Natalia que había
concurrido al lugar a ver qué pasaba con su amiga, invitaba a pelear a Daniel Torres,
quien no accedió. Natalia insultó a Torres diciendo que era un violador, poco hombre y
que ella lo había gorreado (había sido infiel) con Silvia. Esta última, ya le había quitado
junto a Sharon el cuchillo a Gabriela, increpó a Natalia Gaitán. Gabriela las separó. Torres
ingresó a su domicilio, regresando con una escopeta. Apuntando a Natalia efectuó un
disparo a una distancia entre uno y cinco metros, que le provocó múltiples lesiones. Torres
se fue junto a Axel Gutiérrez en una motocicleta. Natalia fue asistida por personal médico
y trasladada al Hospital de Urgencias, donde fue intervenida quirúrgicamente y falleció a
las 02:15 horas del día 07 de marzo de 2010 a causa del disparo.

La imagen de Daniel Esteban Torres. En el primer párrafo del fallo encontramos


la descripción del imputado, como “sano, sin adicción a las drogas, ni al alcohol; sin
antecedentes penales computables”41. Entre los hechos probados se menciona que “en
opinión de quienes conforman su círculo íntimo es una buena persona. Ni su compañera
Silvia, ni la hija de esta, Sharon, le reprochan malas conductas…” 42. La Licenciada en
Trabajo Social del Fuero Penal Alejandra Raya (perito) manifestó que “proviene de una
familia en donde habría sido víctima de violencia familiar, cuando niño y también la
presenció entre sus padres, tratándose del mismo patrón de vinculación (…) sus
relaciones de pareja. Que se observan (…) indicadores de personalidad violenta, en
cuanto a mostrar una doble fachada: para el afuera un hombre correcto, pasivo y
solidario y al interior de lo cotidiano, en su familia, se perpetúa como un maltratador.”
La descripción de Torres como alguien que sostienen una doble fachada (al interior
violento y al exterior no violento), es progresivamente abandonada por el Tribunal que se
aleja de una evaluación de características personales, “en función de su catálogo de
posibles conductas condicionado por su personalidad”43 (el análisis de la personalidad
del autor que es necesario en la culpabilidad por acto) para ingresar en otro terreno.
A la caracterización inicial (sano, sin adicciones y antecedente penales), se le
agregan otras cualidades: Torres sería una persona de orígenes humildes que sufrió en su
infancia violencia, lo cual actuó como un condicionante en su historia vital (el fallo refiere
que este aspecto sería neutralizador para apreciar el desvalor de la acción). Pese a esta
situación era trabajador, mantenía a su familia, y soportaba “en silencio” 44, la situación
de la hija de su pareja viviera con otra chica mayor que ella, y que a su vez su pareja -
Silvia Suarez- estuviera angustiada, ya que no podía abandonar su hogar.

La Pepa Gaitán. La primera descripción de Natalia tomada por los jueces es menos
halagadora. Graciela Noemí Vázquez de Gaitán (su madre), la definió como “…un ser
41
Fallo citado.
42
Fallo citado; apartado III) Existencia material del hecho y participación responsable del acusado:
La muerte de Natalia Noemí Gaitán; sección “La personalidad de Daniel Torres”.
43
Zaffaroni, E. Raúl; Lectio doctoralis: Culpabilidad por la vulnerabilidad; Discurso de Raúl Zaffaroni en
la aceptación del Doctorado Honoris Causa otorgado por la Universidad de Macerata (Italia), 2002, p. 6.
44
En las declaraciones de Silvia Susana Suarez (pareja de Daniel Torres), Marcia Sharon Araceli Sánchez
(hija de Silvia Suarez), y de Dayana Sánchez (novia de Natalia), manifestaron que, al momento de referirse
sobre la orientación sexual de Natalia o Dayana, Torres “no decía nada” o “guardaba silencio”.
especial, muy discriminada, que sufría depresión, incluso estuvo internada con
tratamiento Psiquiátrico, porque a ella le gustaban las nenas y no los nenes…” Era “muy
codiciada” entre las chicas.
Dayana Sánchez, novia de Natalia, brindó la primera descripción física: “…la
contextura física de Pepa era morruda (…) practicaba vale todo y que para solucionar
sus problemas primero hablaba y si no le gustaba peleaba (…) usaba drogas, pero no
sabe en qué cantidad. A la pregunta si su madre o Daniel tenia pensamientos
discriminatorios por condición sexual, dijo que no, que estaban preocupados por su
edad.” Su hermano Diego Oscar Giaccagli, agrega: “siempre fue una chica muy buena,
alegre, sociable, por ahí andaba bajoneada porque la discriminaban, se le reían, le
decían machona…” dijo que no conseguía trabajo –que era su sueño- porque era lesbiana.
El Tribunal manifestó45 que “[d]esde la óptica de sus familiares, madre y hermanos
(…), era muy alegre, trabajadora y solidaria, con una gran fuerza interior para (…)
superarse día a día por la discriminación que sufría, que se reflejaba en hechos, como
los de no conseguir trabajo, a pesar de su curriculum, por su aspecto masculino; o que
la policía la llevara presa por merodeo, al verla en el centro, cuando en realidad era por
su condición sexual (…) sufriendo a lo largo de su vida una serie de depresiones que la
llevaron, incluso, a intentar suicidarse. Sufría porque la sociedad no la aceptaba, ni la
entendía, solo porque había “nacido en un cuerpo equivocado”.
A su vez “registró en su historia de vida numerosos intentos de suicidio, ocurriendo
el primero a los doce años, época que coincide con sus primeras manifestaciones físicas
de una condición sexual diferente, que plantearon a nivel familiar el desafío de aceptar
la situación, lo cual demando tratamientos psicológicos para todos, que luego Natalia
no sostuvo en el tiempo.”46
Finalmente, concluyó que la Pepa “se presentaba como un líder comunitario al
interior de su micro mundo y el lugar que ocupaba en una institución que organizaba y
ofrecía recursos de todo tipo, la instalaban en un espacio de poder, el cual era reconocido
a nivel comunitario (se refiere la O.N.G. “María Pía”, fundada por su abuelo en que
trabajaba como profesora de Educación Física). A nivel más extenso, de la sociedad en
general, vivía con dolor su condición sexual por no sentirse comprendida y aceptada
socialmente.”

La imagen de Natalia. Las crónicas de juicio tomadas por las organizaciones


LGTBIQ+ que presenciaron el juicio, evidenciaron como la defensa del imputado perfiló
una imagen bien clara de Natalia.
Nuevamente se presenta una historia con dos facetas: Natalia fue presentada como
una persona discriminada y depresiva por su orientación sexual; violenta, a la que -le
gustaba el “vale todo”47, y que en caso de no llegar a un entendimiento con la otra persona
ante un conflicto podía ser violenta. 48.

45
apartado III) Existencia material del hecho y participación responsable del acusado: La muerte de
Natalia Noemí Gaitán; sección “La personalidad de Natalia Gaitán”.
46
Extracto del informe de la Licenciada Alejandra Raya tomado en el fallo.
47
Se trata de una modalidad de combate en la que los luchadores podían combinar cualquier arte marcial o
deporte de contacto, hoy conocido como “Artes Marciales Mixtas; De la nota “¿Qué es el Vale todo?”, en
el Diario Ámbito, edición online de fecha 14 de abril de 2010, disponible online en https://bit.ly/3xCzMrM,
(última consulta el 01 de marzo de 2021).
48
En aras del supuesto argumento de establecer la personalidad de Natalia, las preguntas en el contra
examen de testigos de la defensa de Torres fueron por ejemplo, “¿Qué contextura física tenía? ¿Era una
chica fuerte?”. Tron, Fabi “¿Quiénes mataron a la Pepa Gaitán? Crónicas del Juicio a Daniel Torres;
Distribución no comercial por Bucovulvaria Ediciones, 2015, p. 12. Disponible online en
https://bit.ly/3gHfxmX; (última consulta 13 de junio de 2021).
Era “morruda”. No llama la atención que el Tribunal recoja este adjetivo del
testimonio, porque crea una imagen clara de Natalia. Morruda puede significar que tenía
una mandíbula prominente, o que era de contextura musculosa; en otras palabras, una
mujer que asume características masculinas. Recordemos que, en palabras del Tribunal,
Torres “parecía el menos violento” -pero fue más violento- y, allí el deja tácita la
comparación: Torres parecía menos violento que Natalia, que fue presentada como
violenta y que a su vez lucía violenta, ya sea por sus prácticas deportivas, contextura
física, o su aspecto masculino (aspectos que el Tribunal toma de los testimonios para su
análisis).
La depresión y sus intentos de suicidio y discriminación –lo que le aparejaba
problemas con la policía-, contrastaba con su carácter alegre y extrovertido, y su espacio
de poder en la comunidad, lo que le permitía aparentemente el flirteo con múltiples
posibles parejas: el fallo señala Natalia era novia de Dayana, había tenido una ex novia –
Karen Adriana Herrera-, y pretendía a Silvia Suarez.

El relato. En su testimonio, la vecina de Torres y Suarez, Natalia Valeria Carrizo


aporta una síntesis del relato que hace el fallo: “Daniel le había comentado que estaba
cansado, que ya no sabía que hacer, estaba muy presionado de los dos lados, que lo
tenían harto y tenía ganas de irse, porque Dayana se había ido con Pepa y la madre la
quería sacar de la Sede. (…). Que ella sabía que Dayana convivía con Pepa, porque
Silvia le había contado.” (el resaltado es nuestro).
Sin quererlo la declarante dio con un punto importante: que Silvia Suarez, no estaba
de acuerdo con la situación de que su hija Dayana y la Pepa se fueran a vivir juntas (por
ser ambas mujeres), y por otro, que la misma Silvia quería sacar a su hija de la Sede –de
la O.N.G.-.
La presión recibida por Torres (de la que Silvia Suarez era parte), parecía girar en
torno a orientación sexual Natalia y Dayana, aspecto queda plasmado en el testimonio de
Karen Adriana Herrera (ex novia de Natalia), quien dijo que “…a la madre de Dayana
[Silvia Suarez] no le gustaba la relación con Pepa, porque ella estaba enamorada de
Pepa, ella lo sabe porque Silvia se lo dijo incluso le dijo que prefería que estuviera con
la dicente porque así la tenía más cerca, se lo dijo antes que Dayana se relacionara con
Pepa. Que muchos conocían el afecto que Silvia tenía con Pepa, porque ella se lo había
dicho…” (el resaltado es nuestro).
En el mismo sentido, la licenciada Alejandra Moya, Psicóloga de la Subsecretaria
de Familia y Adolescencia de Córdoba, efectuó un informe extractado en el fallo en el
que entrevistó a Silvia y a Dayana. La licenciada “…recuerda que Suárez estaba
preocupada por la elección sexual de su hija y le pedía que la modificara y como en eso
no consiste su trabajo, la testigo le recomendó tratamiento psicológico… según Dayana,
su madre estaba enamorada de Natalia y que ese era otro motivo de la dificultad de la
convivencia y su madre negaba esto. Que Dayana además refirió que ella y su hermana
habían denunciado a Torres por Violencia física a su madre.” (el resaltado es nuestro).
La orientación sexual de Dayana, el pedido de cura a lo que Suarez consideraba una
patología, la atracción de la misma Suarez por Dayana, las denuncias previas a Torres por
violencia física a su pareja, dan cuenta de un ambiente violento y lesbofóbico.
Durante el debate la defensa de Torres se esforzó por dejar en claro que la
motivación de su accionar era la minoría de Dayana quien se había ido a vivir con Natalia,
y la convulsión en su ambiente familiar (aspecto también señalado por el fiscal en su
alegato, según quienes presenciaron el debate 49).

49
Tron, Fabi, op. cit., 2015, p. 35.
En este sentido la imagen de Torres que describe el Tribunal, no parece guardar
relación con un ambiente violento, pese a las evidencias testimoniales de lo contrario.
Resulta llamativo -sino invisibilizador- que el único aspecto tomado en cuenta por el
tribunal como motivación de Torres, haya sido que Silvia quisiera sacar a su hija de la
Sede de la O.N.G., dejando de lado que la orientación sexual de ambas chicas hubiera
implicado un aspecto relevante en la motivación de la conducta.
Cabe mencionar que al momento del hecho la orientación sexual o identidad de
género, no se encontraba como agravante en la legislación argentina 50 (ni en el Código
Penal, ni en la Ley anti discriminación). Natalia Milisenda, querellante en la causa y
abogada de la familia de Natalia, no solicitó esta agravante para no forzar al Tribunal a
expedirse sobre una cuestión sui generis, pero si puso el énfasis en la discriminación y el
odio que habían sufrido Dayana y Natalia. Solicitó 18 años de prisión para Torres y en su
alegato mencionó que a la violencia de la vida sufrida por Natalia (cuya última expresión
fue su muerte), se le sumaba otra más: un intento de demonización por parte de la defensa
y la negación de la orientación sexual51 en el análisis. A su vez, hizo hincapié en que el
testimonio de la Lic. Moya establecía el carácter lesbofóbico de la motivación de Torres.
Todos aspectos dejados de lado por el Tribunal, que concluyó que si bien Torres
conocía la criminalidad de sus acciones, se encontraba presionado, y actuó casi en defensa
de su familia dejando de lado motivos económicos, y el odio a la orientación sexual de
Natalia y Dayana.
Podemos ver una contradicción en el relato de los jueces: niegan la posibilidad de
un delito motivado por la orientación sexual de Dayana y Natalia, pero entre los hechos
probados reconocen que “…lo que lo tenía molesto (a Torres) era en todo caso, (…) la
relación de Dayana con Pepa y la pretensión de Gabriela sobre Sharon, porque además
estas actitudes, en su visión, perturbaban a su compañera y por ende la tranquilidad de
su hogar.” 52: ¿Qué había en común entre ambas relaciones? En ambas eran relaciones
entre dos chicas. ¿Por qué Pepa y no Gabriela? A la luz de lo analizado hasta ahora la
respuesta es evidente: porque la Pepa lucía más peligrosa.
Para las organizaciones LGTBIQ+ que presenciaron el proceso, la condena final
(14 años de prisión), resultó incompleta al negar el ambiente lesbofóbico que había
sufrido Natalia, y la motivación de Torres por la orientación sexual de ambas (Dayana y
Natalia).

Una invertida. El Tribunal recurre a la imagen estereotipada de Natalia como una


“lesbiana masculina”; imagen que surge de hecho, en el marco del imaginario positivista:
así como el invertido hombre asume características femeninas, la invertida mujer asume
características masculinas. El Tribunal recurrió a dos imágenes bien nítidas contrapuestas
de Torres y Gaitán para desarrollar un estereotipo al que se le atribuyó la etiqueta de
peligrosidad, y era vulnerable a la selección criminalizante al ser detenida por la policía
por merodeo al verla en el centro de la ciudad (cuando en realidad era por orientación
sexual), lo que va unido al hecho de ser discriminada por su aspecto de masculino

50
La Ley n. 23.592, del 03 de agosto de 1988 llamada “anti discriminación”, solo contempla agravante
cuando el hecho haya sido cometido por persecución u odio por motivos relacionados a la raza, religión,
nacionalidad o ideas políticas de las personas (no menciona a la comunidad LGTIBIQ+), y deja de lado
una protección real de las personas en el ámbitos como el laboral, social, mediático etc., de este colectivo.
La Ley 26.791 incorporó la agravante al artículo 80 (homicidio) que fuera cometido por odio racial,
religioso, de género o a la orientación sexual, identidad de género recién en 2012.
51
Según las crónicas del debate, en su alegato final el defensor manifestó que podía ver la discriminación,
perono la orientación sexual como una motivación (Cf. Tron, Fabi, op. cit, 2015).
52
III) Existencia material del hecho y participación responsable del acusado: La muerte de Natalia
Noemí Gaitán; apartado “La motivación de Daniel Torres”.
(morruda) y a la práctica del vale todo, el correlato interior de Natalia era su depresión e
intentos de suicidio desde los 12 años (aspectos que en nada se relacionan con el hecho
del fallo, por cierto).
A este estereotipo que imponía un rol social (comportamiento) directamente
relaciona con el status social de la Pepa (su posición social): la descripción de su lugar de
trabajo y vivienda (un barrio el que un ONG suple servicios sociales, que la colocaba en
un supuesto espacio de poder), nos remitimos sin lugar a dudas a la mala vida como
espacio social marginal considerado en el momento del paradigma etiológico como
criminógeno. Este rol social imponía (para los jueces) presuponía un comportamiento con
tendencias a la criminalidad.
Esta imagen estereotipada (peligrosa) fue contrastada con la imagen de Torres
(menos peligroso): fue presentado como un trabajador de orígenes humildes que sufrió
violencia en su infancia. Mantenía a su familia, y soportaba la situación de la hija de su
pareja viviera con otra chica, y la molestia que eso generaba en su ambiente familiar. La
ausencia de descripciones físicas de Torres en el texto del fallo, se relaciones directamente
con una imagen menos peligrosa y la idea de que lo normal que aparece como evidente
(de hecho el primer adjetivo que utilizan los jueces para describir a Torres es el de “sano”,
en contraposición a la Pepa que sufría de una “condición”).
Incluso se puede afirmar que entre estos aspectos tomados en cuenta por el Tribunal,
subsiste un cierto criterio moralizador al presentar un reproche a la vida de la Pepa y su
entorno, y a Torres como un hombre menos peligroso, como dijimos más “normal”: se
replica entonces el código de normalidad, con criterios bastante similares a los del
positivismo.
La muerte de la Pepa, ignorando el ambiente lesbofóbico y violento en que vivía,
recurriendo al estereotipo negativo de la lesbiana que asume características masculinas,
aparece casi como consecuencia de su propia vida y ambiente.

Parte IV. Conclusiones Incompletas. Mutis.


Pese a que el fallo tiene más de 10 años su importancia no ha disminuido con el
tiempo: se ha acrecentado. El recuerdo de la Pepa es ahora un acto político, y la memoria
persiste contra el olvido y el silencio que rodea a las identidades LGTBIQ+. Todos los 07
de marzo se celebra el día de la visibilidad lésbica. Los hechos ocurrieron el mismo año
de sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario en Argentina (Ley n. 26.618), más de 130
años después del nacimiento del paradigma etiológico en nuestro margen, ampliamente
superado.
Los grandes mitos en torno al delito nacieron durante el momento del positivismo
criminológico, y tal vez el más importante sea el del estereotipo del delincuente. Al
crearse estereotipos se crean elementos simbólicos fácilmente manipulables en las
sociedades complejas. Funcionales por convertirse en chivos expiatorios, los criminales
estereotipados “canalizan la carga agresiva de las clases bajas de la sociedad que de
otra manera se dirigiría contra los detentadores de poder material e ideológico” 53. El
sistema judicial, con su lenguaje y dialéctica propias, mantiene estos estereotipos ante la
demanda social o política. Según esta tesis 54 el delincuente no sería blanco, carecería de
familia y profesión, sería un ámbito marginal y/o carente de recursos, tendría ciertos
caracteres físicos particulares concordante con las personas que se hallan privadas de la
libertad.

53
Aniyar de Castro, Lola y Codino, Rodrino; “Manual de ciminología sociopolítica”, 1° ed., 2° reimp. –
CABA: Ediar, 2013, p. 107.
54
Nos referimos a la tesis de Denis Chapman (Cf. Chapman, Denis, “Sociology ande stereotype of the
criminal”, Londres, Tavistock, 1968); citado en Aniyar de Castro, Lola y Codino, Rodrino, op. cit., 2013.
Hemos visto que durante el momento del positivismo criminológico las pautas en
torno a la sexualidad adquirieron una especial relevancia, dada su relación con el sistema
de producción capitalista y la utilización del discurso por la oligarquía para la justificación
de su posición dominante. Casi podemos decir que fue durante este momento que se
conceptualizó y se llegó a internalizar una normalidad sexual atravesada por estereotipos
fenotípicos, biologicistas y medicalizantes. Fruto de su patologización y criminalización,
existe un proceso de invisibilización respecto de los invertidos, que se evidencia en alguna
medida por la ausencia de fuentes sobre el tema (y la importancia de los personajes de
Flórez y Pérez), y la dificultad para reconocer a la orientación sexual en el discurso
jurídico, por ejemplo en la negación por parte de las personas del entorno de Torres y de
los jueces del fallo de la orientación sexual de Natalia, al nivel de la motivación analizada
en la culpabilidad de Torres, y como aspectos en torno a la vulnerabilidad social.
A su vez, resulta interesante pensar como la Pepa aparece estereotipada
negativamente, y como Torres no: si pensamos en las imágenes descriptas por los jueces,
hasta resulta más difícil encajar a Torres en el estereotipo del criminal.
Podemos afirmar que la comunidad LGTBIQ+ ha transitado el sendero de otros
muchos grupos sociales perseguidos (mujeres, negros/as), con un considerable grado de
atraso en cuanto a la sensibilización de la conciencia jurídica, a lo que se suma una
invisibilización constante en los espacios de socialización, y en general la vulnerabilidad
sufrida.
Pese a esta superación o ruptura del paradigma etiológico positivista en la década
de 1960/1970, recién en el s. XXI nuestro país comenzó una el reconocimiento legislativo
de libertades y derechos en relación a la orientación sexual e identidad de género 55 Este
proceso de una demanda por la visibilidad. Sabemos que la existencia de Leyes no implica
visibilización o reconocimiento efectivo de derechos. Como dijimos al comienzo, la lucha
no solamente es discursiva.
La transgresión de las formas de vida que no compartan el modelo de conducta
hegemónico, reclama “teñir la vergüenza en orgullo”, frente al señalamiento y el estigma
del control social, se torna casi necesario asumir esa marca y transformarla. Según deja
ver el relato del fallo, Natalia quería trabajar y tener una pareja, pero su sola existencia
“molestaba”, de la misma forma que lo hacían todos los integrantes de la mala vida. Es
que la existencia misma la Pepa, al igual que la de Flórez y Pérez en la obra, parecen
hablar en un lenguaje que interpela y cuestiona al discurso dominante (el de una sociedad
violenta que defiende ese “código de normalidad” y niega la existencia misma de las
personas LGTBIQ+ y las considera enfermas). Hablar sobre orientaciones sexuales o
identidades de género, por fuera del modelo está destinado a la prohibición y la censura;
¿ser fuera del modelo está destinado a la muerte?
Comprobamos como a través de la palabra del experto (perito, juez, médico) el
poder punitivo y control social pueden recaer sobre personas vulneradas mediante el
etiquetamiento. Como telón de fondo al fallo encontramos un discurso positivista
peligrosista, que señaló características de vulnerabilidad como peligrosas del contexto en
que Natalia desarrollaba su vida, y de su persona: subsiste una auténtica censura o
reproche de vida, como fragmento de un positivismo criminológico. La imagen de Natalia

55
Podemos citar como ejemplos La ley de salud sexual y Procreación Responsable (2002), Ley de Parto
Humanizado (2004), La Ley de Educación sexual integral (2006), Ley contra la trata de personas, (2008),
Ley contra la violencia de género (2009), Ley de Matrimonio Igualitario (2010), Ley de identidad de género
(2012) -ese mismo año se derogó el avenimiento, y se incorporó el femicidio al Código Penal Argentino,
la Ley de Fertilización Asistida Igualitaria (2013), La ley de trabajadoras de casas particulares (2014), Ley
de Interrupción Voluntaria del Embarazo (2020). Todos ejemplos de que la lógica en el reconocimiento de
derechos va cambiando al menos el plano formal.
construida por el Tribunal es clara como integrante de la mala vida, ambiente criminógeno
en el que el resultado final (su muerte) apareció casi como consecuencia de una
provocación.
Se hace un necesario esfuerzo por reducir la selectividad del poder punitivo, por lo
menos en sus ejercicios más groseros; es que, “[d]urante su vida y, al momento del hecho,
a estas chicas se les cruzaron tres condiciones muy excluyentes de la sociedad: eran
mujeres, lesbianas y pobres.”56. Todos hechos no contemplados en el análisis hecho por
el Tribunal.
La contracara dialéctica del derecho penal de autor positivista es la culpabilidad por
vulnerabilidad, en la que el reproche se basa en el mayor esfuerzo para alcanzar la
situación de vulnerabilidad. Así, “[e]l esfuerzo por la vulnerabilidad es la contribución
personal del sujeto a las pretensiones legitimantes del poder punitivo y, por ende,
contrario al esfuerzo reductor y pacificante del derecho penal.” 57.
La culpabilidad por vulnerabilidad, este reproche de quien hace algo (contribuye)
para ser alcanzado el poder punitivo, resulta más racional que nociones éticas abstractas
pretendidamente universales de la moralina positivista. La síntesis de esa dialéctica, es
una culpabilidad material reductora del poder punitivo en sus aspectos más groseros, e
indicadora de la cantidad del mismo que debe ejercerse.
El resultado del fallo sería el mismo al aplicar esta culpabilidad o no (resultaría un
sinsentido negar el hecho de la muerte de Natalia), pero al introducir la vulnerabilidad en
cuanto a un ambiente lesbofóbico en el análisis, la imagen de Torres sería menos
halagadora. Probablemente se hubiera reconocido mayor violencia. No podemos saber
cuál sería la condena pero sin duda el reconocimiento y la visibilidad serían mayores.
Resulta preferible un sistema penal que hable el mismo lenguaje que las personas por
fuera de si mismo, es decir, que reconozca a las personas y a sus conflictos.
Reconociendo que la lucha no es solamente discursiva (o dogmática), hablar sobre
los invertidos reclama en muchos casos una reconstrucción, leer y releer aspectos
silenciados, no tenidos en cuenta. De la misma forma que una obra de teatro o el fallo
permite mirar entre líneas acerca de una parte ignorada y silenciada de la vida social, el
discurso en torno a los invertidos al igual que el discurso amoroso “…no existe jamás
sino por arrebatos de leguaje, que le sobrevienen al capricho de circunstancias ínfimas,
aleatorias.” Se trata de una figura, en el sentido del “cuerpo sorprendido en acción”. 58
Existe entonces un movimiento discursivo constante en las sombras, lejos del discurso
hegemónico ¿Discurso que reclama una voz; o una voz que reclama alguien que la
escuche?

56
Seghezzo, Mariana; “La discriminación que también mata”, en Diario Página/12 de fecha 10 de marzo
de 2010, versión online disponible en https://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-141724-2010-03-
10.html (última consulta el 01 de marzo de 2021). Estas palabras pertenecen a Natalia Milisenda.
57
Zaffaroni, E. Raúl op. cit., 2002, p. 09.
58
Barthes, Roland; “Fragmentos de un discurso amoroso”, S. XXI Editores, 1° Ed. 2° reimp., Buenos
Aires, 2004, p. 14.
EL HUMOR COMO HERRAMIENTA DE CONTROL SOCIAL Y LA
VERGÜENZA COMO CASTIGO1.
Por Laura Farb

1. Introducción
De manera liminar, al partir desde una criminología crítica latinoamericana 2,
consideramos que resulta necesario identificar de qué maneras se ejerce, en nuestra
actualidad, el control social3 y, en consecuencia, advertir mediante qué vías se filtra
violencia y en qué casos se produce un dolor.
En punto a ese deber de visibilizar las tácticas más sutiles, pero no por ello menos
lesivas, identificamos la utilización de humor y la generación de vergüenza como parte
de esas formas en las que opera actualmente dicho control social.
Así, buscamos visibilizar que cierto uso del humor puede funcionar a modo de
estrategia discursiva para reproducir e instalar mensajes que de otro modo no
prosperarían; y que la vergüenza, como consecuencia de ello, es sentida por la/s persona/s
como un castigo en tanto aplicación de un dolor.
Ello muestra el funcionamiento del control social, en tanto se configura un
estereotipo de persecución 4 —vía su fase informal— y, luego, mediante el formal, se le
aplica un castigo a la persona que encarna dicho estereotipo. De allí la necesidad de
visibilizar las diversas formas de violencia, tanto material como simbólica, que se
presentan en nuestros días.

1
El presente es una modificación del artículo publicado en la Revista de Derecho Penal y Criminología de
Thomson Reuters, La Ley, Año IX, Nº 02, marzo 2019, ISSN: 0034-7914.
2
Aniyar de Castro, Lola, “Criminología de la liberación”, Universidad de Zulia, Maracaibo, 1987; Del
Olmo, Rosa, “América Latina y su criminología”, Siglo XXI, México, 1981; Fayet Júnior, Ney y Thompson
Flores, Carlos, “Maracaibo 74. Uma outra Criminologia (se tornou) possível”, Elegantia Juris. Porto
Alegre, 2016; entre otros.
3
Partimos de la base de que el control social -entendido como todo proceso destinado a introducir la
conformidad o normalidad, desde la socialización primaria hasta la ejecución pública, consistente en
técnicas de obtención de consenso, obediencia y sumisión en torno a los valores esenciales de un sistema-;
puede ser tanto formal como informal y, de acuerdo a las diversas formas en la que se da, tiende a mantener
y reproducir un orden determinado (conf. Aniyar de Castro, Lola, Criminología de la liberación”, ob. cit.).
Cabe mencionar brevemente que el primero actúa, por lo general, cuando el segundo fracasa, ya que éste
último abarca todas las instituciones que no tienen directamente asignada la función penal o represiva, pero
que determina las bases ideológicas de las cuales cualquier alejamiento se convierte en desviación -escuela,
familia, medios, programas de nutrición, asistencia, alfabetización y vivienda, etc.-, y las bases culturales
para tolerar la punición de determinada categoría de personas.
Sobre ello ver también Aniyar De Castro, Lola, “Criminología de los Derechos Humanos”, Editores del
Puerto, Buenos Aires, 2010; Cohen, Stanley, “Visiones del control social”, Promociones y Publicaciones
Universitarias SA, Barcelona, 1988.
4
Girard, René, “El chivo expiatorio”, Anagrama, Barcelona, 1986; Alagia, Alejandro, “Hacer sufrir.
Imágenes del hombre y la sociedad en el derecho penal”, Ediar, Buenos Aires, 2013.
2. La utilización del humor
En primer lugar, nos referimos al humor equiparándolo a broma, burla o chiste, en
tanto práctica en la vida social. En el presente ensayo analizamos particularmente su
operatividad en los vínculos y relaciones sociales y su significación social, es decir, su
particularidad simbólica. Al respecto, se advierten cinco funciones características del
humor, que raramente se encuentran aisladas: agresiva, sexual, social, defensiva e
intelectual5.
Nos interesa profundizar en los alcances de la función agresiva 6, dado que, en la
actualidad, encontramos que aquella puede ser ejercida, al menos, de dos maneras, tanto
por parte de individuos o grupos sociales en particular como de manera masiva a través
de los medios de comunicación 7.
Al respecto, el primer modo en el que opera dicha función es inmediata y se dirige
a una o varias personas (por ejemplo, “reírnos de” quien está presente). En este supuesto,
el control (social) es ejercido de manera directa porque se disciplina a un otro y se lo
expone con un filtro cómico, llegando a los mismos efectos que si se dijera “seriamente”.
Para Bergson, sin perjuicio de nuestras diferencias para con su postura, lo cómico
“expresa, […] cierta imperfección individual o colectiva que exige una corrección
inmediata. Y esta corrección es la risa. La risa es, pues, cierto gesto social que subraya y
reprime una distracción especial de los hombres y de los hechos” 8.
Por otro lado, el segundo supuesto anteriormente mentado podría ser definido como
indirecto, en tanto no repercute sobre un otro de manera inminente. Así, el mensaje es
“general”, si bien hace referencia específicamente a una persona o grupo (del que no se
es parte) a los que se le asignan determinadas características o “comportamientos” 9. Es

5
Ziv, A. y Diem, J. M., “El sentido del humor”, Ediciones Deusto SA., Barcelona, 1992.
6
La función agresiva ya aparecía en la Biblia, en la antigua Grecia y en la Edad Media (Ziv A. y Diem J.
M., ob. cit.).
7
Éstos operan a través de la información, subinformación y desinformación en convergencia con prejuicios
y creencias (estereotipos), basados en una etiología criminal simplista asentada en una causalidad mágica
(fabricación de enemigos: chivos expiatorios), producto de la urgencia en hallar una respuesta.
Sobre ello, Zaffaroni, E. Raúl, “La palabra de los muertos: conferencias de criminología cautelar”,
EDIAR, Buenos Aires, 2011; Aniyar de Castro, Lola, ob. cit.; Reyes Fernández, Jorge, “Criminología
mediática. El negocio del miedo al crimen”, Carlos Álvarez Editor, Montevideo, 2015; Zaffaroni, E. R. y
Dias Dos Santos, Ílison, “La nueva crítica criminológica. Criminología en tiempos de totalitarismo
financiero”, EDIAR, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2019; De Moraes, Denis, Ramonet, Ignacio y
Serrano, Pascual, “Medios, poder y contrapoder: de la concentración monopólica a la democratización de
la información”, Biblos, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2013.
8
Bergson, Henri, “La risa. Ensayo sobre el significado de lo cómico”, Buenos Aires, Losada, 2013, p. 68.
9
Sobre el proceso de etiquetamiento ver Goffman, Erving, “Estigma: La identidad deteriorada”,
Amorrortu editores, Buenos Aires, 2006. Cabe aclarar que el estereotipo no es lesivo por sí solo, sino que
en este contexto en el que advertimos una clara traducción del humor en una herramienta
de control social, ya que reproduce un discurso discriminatorio y clasificatorio -patriarcal
y/o racista, etc.-, mediante el cual se refuerzan estereotipos sociales fuertemente
arraigados.
Así, si bien eventualmente se le puede reprochar a una persona — tanto de un grupo
social como “cara” de un medio de comunicación— cuando emite un comentario de corte
discriminatorio, actualmente advertimos que el mensaje se introduce a modo de chiste, es
decir, se instala de todas maneras, mientras que, en otro contexto, quizás, se vería
reprimido.
Estas burlas relacionadas con los estereotipos y estigmas son reflejo de la función
simbólica y legitimadora del sistema penal 10. En aquellas se utilizan etiquetas tales como
“negro de mierda”, “puta”, “maricón”, o frases como “anda a lavar los platos”, “hay que
matarlos a todos”, etc., seguidos de una risa. ¿Quién no conoce a alguien que haga bromas
del tinte de “qué hace un negro pateando una caja en la calle: Mudándose” 11 o “qué hace
una mujer fuera de la cocina: Turismo”? 12, ¿quién no conoce programas de televisión o
tiradas de diario que emitan este tipo de mensajes, o que su programación diaria se base
en la ridiculización de un otro?, ¿existe alguien que no haya visto alguna vez publicidades
“cómicas” de este estilo?13.
En ese sentido, consideramos que aquello que se esconde bajo un aspecto cómico
en verdad funciona como reproductor del status quo, en tanto refuerza la violencia, la
exclusión y el sometimiento en la constitución de nuestro sentido común (o sentido del
humor) 14.
Tal como supo enseñar Spee en cuanto a que en la Inquisición no había peor
enemigo que quien negara la emergencia 15, podríamos mencionar que, en este caso, no
hay “peor enemigo” que quien niega el chiste, y esto lo vemos cuando quien recibe el

puede serlo en tanto conlleve una representación de la realidad que bien puede estar falseada y, en base a
ese filtro, se le niegue o menoscabe el acceso a determinado/s derecho/s.
10
Ver Becker, Howard, “Outsiders”, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009; y Goffman, E., ob. cit.
11
Podríamos afirmar que oculta un mensaje racista que equipara ser negro a pobre —determinismo
biológico—, que lo cosifica y normaliza la pobreza e indigencia.
12
Esconde el discurso del poder patriarcal que establece el rol de la mujer en el ámbito privado y que
disciplina a la misma: una no debe alejarse de este rol.
13
“Dame otra piña” (publicidad de Piña colada, años 80), “Las mujeres lloran por todo” (Sprite, 2012),
“Perdón” (cerveza Schneider, 2012), entre otros.
14
Al respecto, desde un enfoque funcionalista del humor el uso mismo “puede orientarse al control social,
reforzando normas implícitas de comportamiento social” (Argüelo Gutierrez, Catalina, “La función social
del humor”, Universidad de Granada, 2016, p. 16).
15
Spee, Friedrich, “Cautio Criminalis (Cautela Criminal)”, Ediar, CABA, 2017.
mensaje se “enoja” porque aquél le resultó ofensivo es inmediatamente señalado como
alguien que “se toma todo en serio” y que no tiene “sentido del humor”, lo que produce
una inhibición en la persona que intenta denunciar esa técnica (o a quien simplemente le
desagrada el comentario). También se afirma que “ya no se puede hacer chistes sobre
nada”, como si de lo único que nos pudiésemos reír fuese “a pesar”, “a costa” de otro,
como si hubiera diferencia entre decir “maricón” o “anda a lavar los platos” en broma y
decirlo seriamente.
Pues bien, el alcance de la broma o ridiculización, en tanto herramienta del discurso
que legitima cierta hegemonía sociocultural, es mucho mayor cuando es emitida desde
los medios masivos de comunicación porque, dado que se dirige sobre una amplitud de
receptores, es introyectada fuertemente por las personas como obviedades, como sentido
común16. Así como la comunicación de imágenes impacta en lo emocional mediante lo
concreto, impresiona pero no da lugar a la reflexión 17, el humor también tiene contenidos
implícitos, insinúa aquello que no “quedaría bien” afirmar.
En esa línea, el humor le resulta funcional a los medios de comunicación como una
estrategia discursiva para reproducir e instalar mensajes que de otro modo no
prosperarían. Este aparataje mediático cumple un rol esencial en la construcción
subterránea de un discurso —persuasivo— que legitima la violencia, toda vez que los
medios de comunicación mismos son una herramienta del control social informal 18.
Por lo tanto, la broma aparece como una herramienta de ejercicio del poder que bien
puede tomar la forma de microfísica del poder, en palabras de Foucault, al introyectarse
en el propio cuerpo del individuo con un efecto normalizante. Para este autor, “si se quiere
captar los mecanismos de poder en su complejidad y en detalle, no se puede uno limitar
al análisis de los aparatos de Estado solamente [...]. De hecho, el poder en su ejercicio va
mucho más lejos, pasa por canales mucho más finos, es mucho más ambiguo, porque cada
uno es en el fondo titular de un cierto poder y, en esta medida, vehicula el poder. El poder

16
Chomsky, Noam y Herman, Edward S., “Los guardianes de la libertad”, Grijalbo Mondadori, Barcelona,
1988; van Dijk, Teun A., “Discurso y poder”, Editorial Gedisa, Barcelona, 2009.
17
Sartori, Giovanni, “Homo videns. La sociedad teledirigida”, Taurus, Buenos Aires, 1998.
18
En palabras de Zaffaroni, “la introyección de la criminología mediática es muy temprana y potente, sin
contar con que se la confirma todos los días en la interacción social: se trata de obviedades, o sea lo que en
términos de Berger y Luckmann es algo que se da por sabido por efecto de larga y paulatina sedimentación
del conocimiento […] Se trata de lo que para Pierre Bourdieu sería lo habitual, el sentido común, lo
cotidiano” (“La palabra de los muertos: conferencias de criminología cautelar”, Buenos Aires, EDIAR
2011). Sobre ello también Aniyar de Castro, Lola, "¿Qué ha sido, qué es, que será la 'criminología crítica'?
Nominalismo: la peor cara del positivismo” en “Maracaibo 74. Uma outra Criminologia (se tornou)
possível”, ob. cit.; van Dijk, Teun A., ob. cit.; Galtung, Johan, “La violencia: cultural, estructural y
directa”, Journal of Peace Research, vol. 27 nro. 3, 1990.
no tiene como única función reproducir las relaciones de producción. Las redes de la
dominación y los circuitos de la explotación se interfieren, se superponen y se refuerzan,
pero no coinciden”19.
En cuanto a esta relación entre ejercicio de poder y humor, para Lipovetsky “[c]ada
vez más, la publicidad, los programas de animación, los eslogans y la moda adoptan un
estilo humorístico (...). La risa se disciplina: debe comprenderse el desarrollo de esas
formas modernas de la risa que son el humor, la ironía, el sarcasmo, como un tipo de
control tenue e infinitesimal ejercido sobre las manifestaciones del cuerpo, análogo al
adiestramiento disciplinario que analizó Foucault”20.
La conocida frase “todo chiste, en el fondo, encubre una verdad” pareciera ser
cierta, dado que efectivamente oculta un mensaje, un discurso. Es que ese encubrimiento
recae sobre aquel discurso que el individuo asume como propio, no tratándose entonces
de la veracidad del mensaje, sino de la veracidad de la utilización de una estructura de
sometimiento. De allí también se deriva su carácter inconsciente 21.
Finalmente, queremos destacar que este ensayo no busca criticar la función
defensiva (entre el mismo grupo de personas) ni social del humor (como “justicia social”
o “risa popular” bajo, por ejemplo, una forma de sátira a fin de oponerse a un poder
discriminatorio)22.
Al respecto, Le Breton señala, al analizar el ascenso del individualismo occidental
y la separación de la persona y su cuerpo (en consonancia con una separación entre razón
y pasión), así como la consecuente ruptura con su comunidad, que la burla surge como
correctivo frente a una gloria y ambiciones que ya nada limita —como forma de
compensación, de resistencia del grupo frente a la autonomía individual en su propio
detrimento—, “[p]ero [que] estas burlas, y la ironía, no pueden compararse con la risa de
la cultura popular, de esencia comunitaria. Es, de algún modo, una ideología del rostro,
marca la preocupación por la medida, supone la distancia individual. Inversamente, la risa
popular recoge la esencia carnavalesca de un cuerpo que estalla en risotadas;

19
Ver Foucault, Michel, “Microfísica del poder”, Las ediciones de la piqueta, segunda edición, Madrid,
1979, p. 119.
20
Lipovetsky, Giles, “La era del vacío”, Anagrama, decimotercera edición, Barcelona, 2000.
21
Sobre ello Freud, Sigmund, “Obras completas. El chiste y su relación con lo inconsciente (1905)”, Tomo
VIII, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979.
22
Ziv A. y Diem J. M., ob. cit.; Obrdlik, Antonin J., “Gallows humor. A sociological phenomenon”,
American Journal of Sociology 47, nro. 5, 1942.
indiferenciado del hombre, un cuerpo que desborda sin cesar hacia la naturaleza, el
cosmos, la multitud, el exceso”23.
Tampoco tiene por objeto imponerles a las personas que abandonen el chiste y se
encaminen hacia una seriedad absoluta, sino que, por el contrario, buscamos tomar
consciencia acerca de nuestro sentido del humor en cuanto a su función agresiva, para así
lograr identificar aquella broma reproductora de discursos contrarios a los derechos
humanos que, tal como indicamos, aplica violencia.

3. La generación de vergüenza
Uno de los efectos de la utilización del humor, que se dirige directamente hacia una
persona o grupo de ellas, consiste en la provocación de un sentir vergüenza aunada a la
culpa24. Ante la burla, es posible que la persona se reprima y/o se sienta avergonzada y
ridiculizada. Sobre ella caerá el peso del control social informal, lo que evidencia el gran
poder de disciplinamiento de la técnica en cuestión.
A modo de ejemplo, el término bullying25 es conocido para conceptualizar el
fenómeno de la violencia ocasionada, principalmente, en el ámbito escolar. Mediante ese
mecanismo, se señala a un chivo expiatorio 26, en base a estereotipos de persecución tales
como “el gordo/la gorda”, “el feo/la fea”, “villero/villera”, etc, y se lo expone ante un
grupo social. Así, se formula una exclusión 27 a ese sujeto, quien seguramente termina por
avergonzarse de quien es o de lo que hace. La escuela pasa a ser un reflejo de la sociedad,
y el bullying un mini ejercicio del poder punitivo dentro de la socialización primaria 28.
Al respecto, Bergson indica que “un hombre ridículo, desde el instante en que
advierte su ridiculez, trata de modificarse, al menos en lo externo. Si Harpagón viese que
nos reíamos de su avaricia, no digo que se corrigiera, pero sí que procuraría encubrirla o
al menos darle otro cariz. Digámoslo desde ahora: sólo en ese sentido se puede afirmar

23
Le Breton, David, “Antropología del cuerpo y modernidad”, Nueva visión, Buenos Aires, 2002, p. 44.
24
Dado que es inmediata la pregunta “¿qué hice?” o “¿por qué no soy igual a ‘ellos’?”, etc. Esa culpa mueve
a reparar, hace que la persona esté esperando un reconocimiento, reafirmando así su sometimiento.
25
Concepto introducido en 1973 por Daniel Olweus en “Personality and aggression”, J.K. Cole, & D.D.
Jensen Eds. Al respecto, “[e]xisten comportamientos de acoso escolar directos o encubiertos, (...), tales
como: apodos, burlas e imitaciones; acusaciones falsas, desprecio y críticas por ser diferente (vestido,
apariencia física, etnia, etcétera), ridiculización; agresiones físicas, hurto o destrucción de objetos
personales, extorsiones, chantajes, exclusión social, insultos verbales y rumores” (Figueroa Campos,
Milagros, “Acoso e intimidación escolar”, Revista AZ N° 34, México, 2010, p. 14).
26
Girard, René, ob. cit.
27
En palabras de Stanley Cohen, una exclusión del propio universo moral (en “Estados de negación”,
Departamento de Publicaciones de la Facultad de Derecho, UBA, Buenos Aires, 2005).
28
Ver Aniyar de Castro, Lola, “Criminología de la liberación”, ob. cit.
que la risa castiga las costumbres, haciendo que nos esforcemos por parecer lo que
debiéramos ser, lo que indudablemente llegaremos a ser algún día” 29.
De tal suerte, no sólo encontramos una coincidencia con el ejercicio del poder
punitivo relacionado con el mecanismo de expulsión del disidente, del otro, del
marginado, sino también una análoga selectividad del sistema penal, debido a que en
ambos contextos la vulnerabilidad y las características estereotipadas del abusado son las
definitorias para quien ejerce el poder.
En este contexto, la vergüenza sentida por el individuo es un castigo, entendido
como la aplicación de un dolor 30. Es decir, desde el chiste sobre alguien que lleva al
colegio una cartuchera que está rota hasta el que versa sobre la apariencia física de una
persona, genera sobre ésta una humillación arraigada sobre su propia identidad.
Con relación a ello, debemos tener en cuenta que la vergüenza históricamente
acompañó a la pena, ya sea en los casos en que precisamente eran equivalentes 31, como
en otros derivados de la relación entre la pena y la culpa. Por ejemplo, la quema de brujas
en Europa y en América era pública y la humillación formaba parte de esa ejecución: “Las
personas sentenciadas eran llevadas a la plaza pública [...] Eran colocadas entre mulas y
burros, con cruces de madera de aproximadamente seis pulgadas de largo, colgando
alrededor de sus cuellos. A partir de ese día deberían llevar esas marcas de humillación.
Las autoridades religiosas ponían una coroza medieval sobre sus cabezas, una capucha en
forma de cono hecha de cartón, que constituía la marca europea y católica de la infamia
y la desgracia. El pelo que se encontraba debajo de estas capuchas era cortado (marca de
humillación andina). Aquéllos que eran condenados a recibir latigazos tenían sus espaldas
desnudas”32.
La marca también es una clara ilustración de ello, toda vez que implica poner un
signo en el cuerpo, esto es, imponerle “una disminución virtual o visible, o bien, de no
atentar contra el cuerpo real del individuo, infligir una mancha simbólica a su nombre,
humillar a su personaje, hacer mella sobre su estatus” 33. Un conocido ejemplo del sistema
de marcado —como pena informal— es el brazalete o parche que el nazismo les impuso

29
Bergson, Henri, ob. cit., p. 21.
30
Christie, Nils, “Los límites del dolor”, Fondo de Cultura Económica, México, 1988; Alagia, Alejandro,
ob. cit.
31
A modo de ejemplo, las llamadas shamefull sentences, desarrolladas en Estados Unidos, cuyo “catálogo”
está compuesto por publicidades estigmatizadoras, el acarreo de un estigma y la exposición pública, entre
otras (ver Larrauri, Elena, “Penas degradantes”, disponible en
http://perso.unifr.ch/derechopenal/assets/files/articulos/a_20080526_22.pdf).
32
Federici, Silvia, “El Calibán y la bruja”, Traficantes de sueños, 2004, p. 301.
33
Foucault, Michel, “La sociedad punitiva”, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2016.
usar (por decreto) a los judíos de más de seis años de edad, con la estrella de David y la
inscripción “jude”, “jood”, “juif” o con una gran “J” en el centro según la región. Además,
a modo de dar otro ejemplo de la marca en tanto pena informal puede advertirse la
imposición del carácter de reincidente a una persona que ha estado condenada en el marco
de otro proceso penal, entre muchos otros.
Por otro lado, en el segundo supuesto detallado en el punto II, en el que el mensaje
(oculto) de la broma opera indirectamente, la vergüenza no sólo se produce en aquella a
la que está destinado el mensaje, sino que también establece lo que “debería dar
vergüenza”, respecto de lo cual parecería mejor abstenerse de realizar la conducta o de
ser de determinada forma (caso contrario se sufre un dolor). Asimismo, indica qué
conducta o ser es dable de castigar (o de avergonzar), lo que reafirma su carácter
disciplinante.
De cierta manera, al igual que la pena en su intentada función simbólica, implica
un mensaje al grupo o a la sociedad misma de aquello que se castigará mediante el sentido
del humor, es decir, indica de qué o quién nos vamos a reír y qué o quién será ridiculizado.

4. Conclusiones
A modo de conclusión, advertimos que dicho uso del humor aparece como un
castigo que provoca un dolor en particular, que impacta en la reproducción de estereotipos
y, por ende, que puede tener incidencia en la selectividad criminalizante y/o victimizante.
Entonces, ante la reproducción de este discurso mediante la estrategia del humor —
incluso emitido por nosotros mismos—, revelarlo puede colaborar en su des-
normalización e impedir su repetición o instalación en el sentido común, es decir, irrumpir
en el proceso de cognición social del control 34, atendiendo a su función de elaboración
del consentimiento de los otros35.
En función de todo lo expuesto, consideramos que la crítica criminológica en
nuestra actualidad, tal como supo advertir Lola Aniyar de Castro en los comienzos de la
criminología crítica latinoamericana, no puede comprender únicamente el análisis de la

34
Al respecto, van Dikj menciona que los/as investigadores/as tienen una tarea importante con la sociedad,
“dilucidar [y] comprender sus problemas”, e indica que, a su vez, “[l]a investigación crítica del discurso
parte del concepto de análisis crítico. Un análisis crítico tiene como objetivo fundamental el de evidenciar
a través del análisis del discurso problemas sociales y políticos. No es nuestro interés ocuparnos de aplicar
un modelo o una teoría o validar un paradigma, nuestro interés es evidenciar los problemas sociales como
el poder y la desigualdad a través del discurso” (van Dijk, Teun A., “Discurso, Poder y Cognición social”,
Cuadernos. Nº2, Año 2, 1994).
35
Chomsky, Noam y Herman, Edward S., ob. cit.
operatividad (real y pretendida) del sistema penal, sino que deben continuar
evidenciándose las funciones de los diversos mecanismos del control social informal —
que poco difieren de los utilizados por el formal pero mucho repercuten en éste—
mediante los cuales se introducen y reproducen discursos y prácticas tendientes a
legitimar la estructura discriminatoria vigente 36.
Así, se impone la tarea de visibilizar las problemáticas actuales relacionadas con el
control social, el castigo y toda forma de dominación, como modo de desnudar aquellas
formas de no-decir, las escondidas, las soterradas, de los conflictos culturales que
acarreamos 37.

36
Sobre las funciones vigentes del control social en el marco de un modelo de sociedad “inclusión-
exclusión” ver Zaffaroni, E. R. y Días Dos Santos, I., ob. cit. y Hinkelammert, Franz, “Totalitarismo del
mercado. El mercado capitalista como ser supremo”, Akal, España, 2018.
37
Rivera Cusicanqui, Silvia, Ch'ixinakax Utxiwa. “Una reflexión sobre prácticas y discursos
descolonizadores”, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2010.
LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN. TÉCNICAS DE CONTROL Y SU
INCIDENCIA EN EL PROCESO PENAL.
Por Gaston Sagretti1

“Es posible afirmar


que una sociedad que no está bien
informada no es plenamente libre”2

1. Introducción
Históricamente los medios de comunicación han tenido un papel preponderante en
la sociedad. Influyen en la mayoría de las decisiones que se toman, sean económicas,
políticas, criminales y hasta en las “cotidianas”. Es tal el poder real que tienen, que esta
corporación es considerada, hoy en día, como un segundo poder; el primero es el
financiero y apenas el tercero es el político, con sus leyes y estructuras 3.
Los medios de comunicación son los grandes creadores de la ilusión de los sistemas
penales.
Son quienes impulsan lo que Zaffaroni llama “criminología mediática” o la palabra 4
de los medios masivos de comunicación, que implica la creación de una realidad a través
de la información, subinformación y desinformación mediática en convergencia con
prejuicios y creencias, que se basa en una etiología criminal simplista asentada en una
causalidad mágica. Lo mágico es la especial idea de causalidad que se usa para
canalizar la venganza contra un determinado grupo.
Sin los medios masivos, la experiencia directa de la realidad social permitiría que
la población se percate de la falacia de los discursos justificadores y, al mismo tiempo,
no se podrían inducir los miedos en el sentido que se desean 5.

1
Abogado, UBA, Maestrando en Derecho Penal, UDESA, Docente de Derecho Penal y Criminología,
Facultad de Derecho, UBA.
2
Corte Interamericana de Derechos Humanos (opinión consultiva oc-5/85).
3
Zaffaroni, E. Raúl y Dias Dos Santos Ílison, “La nueva critica criminológica. Criminología en tiempos
de totalitarismo financiero”, Ediar, CABA, 2019, p. 115.
4
Además de estas “palabras” -entendiéndose en el sentido de discursos- se suman otras tres: la Criminología
Académica o teórica, la Palabra de los Muertos -víctimas de Estados Masacradores- y la palabra de los
movimientos sociales críticos.
5
Zaffaroni, E. Raúl, “En busca de las penas perdidas”, Ediar, CABA, 1989, pp. 131-132.
Hoy en día son, además, una herramienta de los grupos financieros para imponer
sus ideas, guiadas por sus propios beneficios económicos. Resultan de vital importancia,
ya que manipulan, incitan y determinan conductas.
Se destaca que el poder punitivo no podría ser ejercido en la forma selectiva en que
se realiza sin una criminología mediática.
Para la imposición de su discurso, se valen de determinadas técnicas de control
social, mediante las que, no solo van a determinar los temas a debatir en la sociedad
(fenómeno conocido como “agenda-setting”), sino que además incitan a pensar de una
determinada manera (técnica del “framing”).
Esta selección de temas no es inocente, sino que es previa y específicamente
escogida según los intereses que se persiguen.
Por otro lado, utilizan técnicas de manipulación para fomentar la estigmatización
de un determinado grupo de la sociedad. Se construye un “ellos”, distinto de un
“nosotros”, al que hacen responsable de todo lo malo que ocurra, y sobre el que
mayormente recae la criminalización (aunque también, no casualmente, la victimización
y policiazación6). En términos más claros, tienen el poder de circunscribir todos los males
que le ocurren a una sociedad a un grupo de personas.
Es por eso que en este artículo analizaremos no solo las técnicas de control social
que usan estos grupos, sino también cómo influyen en las decisiones que se toman en el
país. Además, se cotejará el discurso con la realidad, con las estadísticas criminales de la
República Argentina.
Finalmente, tras analizar la postura de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos en torno a la libertad de expresión, se ensayarán posibles soluciones para los
problemas que plantea esta realidad paralela construida por los medios de comunicación.

2. Técnicas “agenda-settings”, “framing” e “ignorancia por distracción”


La teoría de la “agenda-settings” 7 se atribuye a McCombs y a Shaw, quienes en
1972 publicaron un estudio para demostrar el papel que tuvieron los medios de
comunicación en la campaña presidencial de 1968 en Carolina del Norte. En ese trabajo,
se corroboró, que los asuntos que los votantes consideraban como esenciales eran

6
Zaffaroni, E. Raúl; Días Dos Santos, Ílison, ob. cit., 2019, p. 127.
7
Se entiende por “agenda settings”, el proceso en que los medios, por selección, presentación e incidencia
de sus noticias, determinan los temas acerca de los cuales el público va a hablar. Los medios imponen los
temas más discutidos en la sociedad.
justamente aquellos que los medios de comunicación habían previamente seleccionado
y sobre los que habían volcado su actividad informadora 8. Es decir, que la “opinión
pública” termina siendo un “eco de regreso de la propia voz de los medios”9.
La idea principal es que los medios de comunicación tienen el poder de situar un
determinado tema en primer término del debate público10, convirtiéndolo así en un asunto
de interés nacional, y ello con independencia de la importancia intrínseca de dicho tema.
Su trabajo se podría resumir en la “elección” de los sucesos que se transformarán
en noticia, la “jerarquización” de las noticias según su importancia y en la “tematización”
o conversión de una noticia en tema de debate social 11.
La selección de la noticia se elige conforme a un criterio que generalmente será de
acuerdo al interés periodístico o particular y al interés socioeconómico que representa ese
medio. La selección de la información no es inocente. Primero, porque como remarcamos,
estas corporaciones tienen sus propios intereses (económicos, políticos, etc.), y segundo,
porque también son instrumentos de persuasión y propaganda, una forma de hacer
política.
Sin embargo, sería ingenuo pensar que los medios de comunicación actúan
aisladamente a la hora de fijar la “agenda política”. No controlan de forma total este
poder, ya que forman parte de un entramado en el que cada grupo sigue sus propios
intereses.
Es así que, en esta búsqueda de maximizar sus intereses, los medios de
comunicación informen sobre acontecimientos que “atraen”. Insisten con lo que cautiva
y conmueve al público: lo espectacular. En los criterios de noticiabilidad impera lo
negativo. De ahí que las “malas noticias” (un caso particularmente desagradable, un mal
fallo judicial, entre otras situaciones) tienen reservado un lugar de privilegio en los
medios de comunicación 12.
Generalmente, suelen recurrir a la publicidad de determinados delitos: contra la
propiedad cometidos por un exclusivo grupo de personas, hechos morbosos, etc. Este tipo

8
Se trató de un pequeño sondeo hecho entre los votantes indecisos, en las elecciones presidenciales
norteamericanas de 1968, conjuntamente con un análisis sistemático de contenido sobre la manera en que
los medios informativos que consumían esos votantes presentaban los temas principales de la elección.
9
Sartori, Giovanni, “Homo videns. La sociedad teledirigida”, editorial Taurus, Buenos Aires, 1998, p. 72.
10
Se debe aclarar, que en el proceso de marcar la agenda también intervienen otros actores (poder político,
medios de comunicación y grupos de poder).
11
Fuentes Osorio, Juan L., “Los medios de comunicación y el derecho penal”, Revista electrónica de
Ciencia Penal y Criminología, 2005, pp. 16-51.
12
Varona Gómez, Daniel, “Medios de comunicación y punitivismo”, InDret Revista para el análisis del
Derecho, 2011, p. 18.
de noticias, además, tiene la ventaja de ser información barata, fácilmente accesible y
versátil. Por otra parte, la mayor parte del material de comunicación de entretenimiento
televisado (cerca del 70%) es importado e insiste en la temática policial, que cumple la
función de hacer internalizar, desde las primeras etapas de la vida, la atribución al sistema
penal de un falso valor protector respecto de derechos que son más o menos comunes a
todos, particularmente el derecho a la vida 13.
Son los medios de comunicación los que eligen sobre qué va a debatir la sociedad
y por cuanto tiempo lo hará, ya que una vez que esa noticia pierde el “interés” se la deja
de lado.
Pueden decidir situar en determinado momento a la delincuencia en general o a otro
tipo de delincuencia en el centro del debate público, creando una extraordinaria presión
en el poder político para que actúe de una manera determinada. Esto se debe, en parte, a
que la política actual es una política-espectáculo.
No puede desconocerse que lo criminal es mediático. Tampoco que se trata de un
problema nuevo. Allá por fines del siglo XIX, Gabriel Tarde escribía que “La prensa es
el poder soberano de los nuevos tiempos”. Unos años más tarde, por el 1900, volvía a
escribir que: “…el arte de gobernar se ha convertido en gran medida en la habilidad de
servirse de los medios”14. Incluso, Nietzche, se refería a la prensa popular de su época
con la expresión: “La turba escupe su bilis y a eso llama periódico”.
En nuestro margen, mediando el año 1900, una revista que llamó la atención fue
“Caras y Caretas”, cuya novedad radicaba en que los textos venían acompañados de
fotografías de actores que dramatizaban las situaciones (se pasó de la galería institucional
del rostro al reportaje fotografiado) 15.
Sin embargo, lo característico de estos tiempos está dado por el medio que se utiliza:
“la televisión”, herramienta que se distingue por hacer suceder imágenes
descontextualizadas y cuyo intérprete -la voz de la tv- utiliza un lenguaje poco sofisticado.
A esto se le debe sumar la aparición de las redes sociales, principal medio de información
de los jóvenes, cuya novedad radica en la potenciación de la realidad mediática.

13
Gusis, Gabriela y Vega, Pablo D., en Zaffaroni (Dir.), “La Medida del castigo”, Ediar, CABA, 2012, p.
58.
14
Zaffaroni, E. Raúl, “La Palabra de los muertos. Conferencias de Criminología Cautelar”, editorial Ediar,
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2011, p. 366.
15
Caimari, Lila, “Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1880-1955”, ed. Siglo
XXI, Buenos Aires, 2004, p. 178.
Otra técnica relevante en la materia en trato es aquella que se conoce como
“framing”, concepto atribuido a Erving Goffman 16, y hace referencia a la importancia
decisiva que tiene, a la hora de interpretar un hecho, el contexto o marco de referencia en
que dicho suceso es encuadrado (de ahí la palabra “frame” que significa “marco” o
“encuadre”).
Implica que los medios de comunicación, además de condicionar el modo de pensar,
proporcionan los esquemas de interpretación básico que vamos a utilizar. Es decir, los
medios no solo fijan la agenda pública, sino que también dictan al público una forma
de pensar sobre ciertos asuntos. Aquí es cuando entra a jugar el encuadre noticioso: se
seleccionan y enfatizan palabras, expresiones e imágenes para conferir un punto de vista,
enfoque o ángulo de una información.
Encuadre, es seleccionar algunos aspectos de la realidad percibida y hacerlos más
destacados en el texto comunicativo.
Estos encuadres noticiosos o “frames” pueden dividirse (según la teoría de la
comunicación) en dos: “episódicos” (se centran en hechos o individuos) o “temáticos”
(hacen referencia al contexto social, político o económico). Lo importante de esta
distinción es que los encuadres “episódicos” inducen a la audiencia a responsabilizar de
los problemas al individuo en particular, mientras que los “temáticos” extienden la
responsabilidad al contexto amplio 17.
Lo relevante es que a partir del uso de esta técnica se permite construir una
determinada imagen de la delincuencia, del delincuente y de la justicia penal. Imagen
que no se corresponde con la realidad criminal.
Por último, resta hacer referencia a una técnica relativamente nueva y típica del
tardocolonialismo18. Sostienen Zaffaroni y Días dos Santos que la ignorancia es un
recurso indispensable para el ejercicio del poder. En un primer momento, se impidió la
adquisición de medios (ignorancia por incapacitación), pero luego -sucedidas las etapas
coloniales- apareció una nueva técnica productora de la ignorancia y consiste en mantener
ocupada a la persona en algo diferente, distraerlo y hacer que los medios de adquirir

16
Al respecto, Varona Gómez, “Frame analysis: An essay on the organization of experience, 1974.
17
Varona Gómez, ob. cit., p. 23.
18
Actualmente se ejerce sobre los países del hemisferio Sur una nueva fase del colonialismo llamada
“tardocolonialismo”. El control social punitivo de nuestros días responde a un marco del poder planetario
diferente al que generó las críticas criminológicas de la segunda mitad del siglo pasado. Este nuevo
momento de poder lo facilitó la “revolución tecnológica” y en nuestra región impacta sobre el control social
punitivo con rasgos particulares. La dominación actual se ejerce mediante el endeudamiento de los Estados.
información se empleen con otro objeto. El tardocolonialismo promueve una “ignorancia
por distracción”.
Esta técnica no solo se vale de cotidianas noticias sensacionalistas, sino de todo un
conjunto complejo de técnicas, tales como la aceleración de noticias que impide o
dificulta detenerse y fijar la atención, la reproducción de series televisivas policiales que
muestran a la violencia como la única vía posible de solución de conflictos, y por otra
parte desestimula la propia información mediante la indigestión por sobreabundancia
informativa, la vulgarización y deformación simplista de los comunicadores19.

3. Ejemplos mediáticos: “Petitorio Blumberg” y Víctima-Héroe. Ley 27.375 y


contraposición con datos estadísticos.

A) Al respecto de la ley 25.886 no me detendré a analizar las consecuencias en


materia penal que introdujo su sanción (que en términos generales aumentó las penas
mínimas y máximas para la portación de armas y para los robos cometidos con ellas,
impuso mayores requisitos a los condenados por delitos sexuales para acceder a la libertad
condicional y aumentó los castigos de los secuestros extorsivos), sino su motivación y el
papel que jugaron los medios de comunicación.
La mentada ley fue fomentada por algunos sectores sociales, acompañados por
algunos medios de comunicación. Los reclamos se encasillaron tras la figura de Juan C.
Blumberg, padre de una persona que fue secuestrada y asesinada. Este señor elaboró lo
que se conocía como “Petitorio Blumberg”.
El diario “La Nación”, con fecha 01/04/2004, publicó una noticia titulada “Todos
por Axel. Multitudinaria marcha contra la inseguridad” en la que se lee: “Juan Carlos
Blumberg…reclamó penas más duras”20. Por su lado, el diario “Clarín”, en una noticia
del 27/08/2004, publicó “Otra vez fue masiva la marcha de Blumberg reclamando
seguridad”21, y dice “el padre de Axel habló durante tres cuatro horas…Señores
muévanse, escuchen a los ciudadanos, gritó en un tramo”.

19
Zaffaroni, Raúl; Días Dos Santos, Ílison, ob. cit., 2019, p. 125.
20
https://www.lanacion.com.ar/sociedad/multitudinaria-marcha-contra-la-inseguridad-nid588493/
(disponible al 30/04/2021)
21
https://www.clarin.com/ediciones-anteriores/vez-masiva-marcha-blumberg-reclamando-
seguridad_0_r1xbhyhy0tl.html (disponible al 30/04/2021).
Esta presión mediática provocó que tan solo cinco días más tarde la Comisión de
Legislación Penal de la Cámara de Diputados se avocara al análisis de varios proyectos
de ley que propiciaban reformas al Código Penal.
El día 7 de Abril del año 2004 sesionó la Cámara de Diputados con la finalidad de
tratar, entre otros, este proyecto. Juan C. Blumberg estuvo presente en el recinto y muchos
legisladores hicieron referencia a él. Otros sectores, en cambio, criticaron la
hiperactividad del Congreso de la Nación que en pocos días sancionó como ley una buena
cantidad de reformas penales exigidas en el “Petitorio Blumberg”.
Ese día, quien habló en nombre de la Comisión de Legislación Penal, el Sr.
Damiani, sostuvo que: “…nadie debe entender que estamos tratando un tema nuevo,
impuesto en últimas horas, o que venimos a hacerlo desde un arrebato surgido por
presiones…” . Sin embargo, momentos más tarde dijo: “Claro que hay una presión.
Algunos nos preguntan si la presión que sufrimos es la del petitorio o la de la marcha, y
yo digo que es la que cada uno de nosotros recoge a lo largo del territorio de la
República…En todas las plazas del interior hubo argentinos presionados, como nosotros,
por esta ola de inseguridad…Cuando se me confió esta responsabilidad jamás pensé que
iba a contar con un acompañamiento tan cercano y decidido por parte de quien optó por
transformar el dolor en lucha, y en vez de encerrarse en su luto ha estado presente en
nuestras discusiones…”.
Esta última declaración permite identificar lo que Zaffaroni distingue como
“víctima-héroe”. Se trata de una “víctima ideal” que puede provocar identificación con
un grupo determinado de la sociedad y que se presenta como “vocera” de la criminológica
mediática.
A la víctima-héroe se la pone frente a una cámara y se le hace reclamar un mayor
control social represivo, a la vez que se limita cualquier punto de vista diferente, pues
cualquier objeción por parte de un tercero se proyecta como irrelevante y enemiga de la
víctima22 frente a su dolor. Además, una vez que deja de ser funcional a sus intereses, la
criminología mediática se desprende de ella, la ignora hasta silenciarla por completo, sin
importarle el daño psicológico que ha ocasionado al interrumpir el duelo.

22
Recordemos que “no hay peor enemigo que quien niega la emergencia y las posibles soluciones a ellas”.
Quien advirtió ello fue Frederich Spee en su obra Cautio Criminalis que inauguró la criminología critica.
Vale aclarar que Spee era confesor de las mujeres enviadas a la horca por el delito de brujería y señaló que,
al menos a quienes él confesó, no eran brujas. Al respecto, ver E. Raúl Zaffaroni, Estudio Preliminar de la
Cautio Criminalis, en Spee, Frederich, “Cautio Criminalis (Cautela Criminal)”, Ediar, CABA, 2017.
B) Por otro lado, el día 6 de Julio del año 2017 se sancionó la ley 27.375, publicada
en el boletín oficial el día 28 de Julio del año 2017, que modificó la ley de ejecución de
la pena privativa de la libertad nro. 24.660 23.
Al examinar el debate parlamentario nos encontramos con un nuevo ejemplo de la
manipulación mediática. Cuando le cedieron la palabra al diputado Luis Alfonso Petri
dijo que: “…hay un reclamo constante y reiterado de la ciudadanía en el sentido de
cerrar la puerta giratoria”.
Por su parte, el diputado Martín Osvaldo Hernández sostuvo: “…la necesidad de
responder a una sociedad que ve cómo los autores de los delitos aprovechan las fallas
de un sistema que debe ser modificado, fallas que finalmente terminan siendo una
incitación a persistir en la carrera delictiva”.
Si bien esta ley introdujo varias modificaciones, me detendré en dos artículos en
particular, en el número 30 que modificó la redacción del artículo 56 bis de la ley de
ejecución y en el articulo 38 que modificó el artículo 14 del Código Penal de la Nación.
El primero de ellos impide otorgar el beneficio de prueba a los condenados por
determinados delitos 24, mientras que el artículo 38 impide concederle la libertad
condicional a los reincidentes y los condenados por la misma lista de delitos.
Para este análisis tomaré el delito cuyo bien jurídico es el más importante, el
tipificado en el artículo 80 (homicidios agravados).
Según el Sistema Nacional de Información Criminal25 en el año 2016, en toda la
República Argentina, hubo 2.625 víctimas de “Homicidios Dolosos”. En el año 2017, esa
cifra disminuyó a 2.289 víctimas. En el año 2018 aumentó a 2.362 víctimas y en al año
2019 esa cifra -una vez más- disminuyó a 2.291 víctimas. Por su parte, en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, en el año 2016, hubo 146 víctimas, en el año 2017, 143, en
el año 2018 hubo 133 y en el año 2019 hubo 96.

23
Principalmente afecta el régimen de progresividad de la pena y la atenuación del encierro, limitando para
algunos delitos los institutos de salidas transitorias, semi-detención, libertad condicional o libertad asistida,
lo que se traduce en un endurecimiento de la pena en cuestión.
24
Aquellos incluidos en los artículos 80, 119, 120, 124, 125, 125bis, 126, 127, 128 -1º y 2do párrafo-, 130,
142 bis anteúltimo párrafo, 144 ter inciso 2, 165, 166 -inciso 2do, 2do párrafo- 170 antepenúltimo y
anteúltimo párrafos, 145 bis y ter, 306, arts. 5, 6 y 7 de la ley 23.737, artículos 865, 866 y 867 del Código
Aduanero y casos en los que se aplica el artículo 41 quinquies del Código Penal.
25
https://www.argentina.gob.ar/seguridad/estadisticascriminales (disponible al 30/04/2021)
Desde otra perspectiva, si nos enfocamos en la tasa de homicidios cada 100.000
habitantes, en toda la República Argentina, vemos que la misma fue de 6,6%, 5,2%, 5,3%,
y 5,1% para los años 2016, 2017, 2018 y 2019 respectivamente 26.
Si tomamos esta última referencia, una tasa de 5,1% cada 100.000 habitantes,
resulta ser ampliamente menor que la tasa de 6,1% de víctimas de homicidios
promedio del mundo, según lo concluye el informe “Global study on homicide, 2019
edition”27 llevado adelante por la Oficina de Drogas y Crimen de las Naciones Unidas.
Sin embargo, basta con leer un diario o sintonizar un noticiario para escuchar o leer: “acá,
te matan por cualquier cosa”.
Parecería ser cierto, tal como dice Zaffaroni, que los medios masivos de
comunicación son los encargados de generar la ilusión de eficacia del sistema, haciendo
que se perciba solo como peligro la amenaza de muerte violenta.
Por otra parte, si dejamos de lado el homicidio doloso y nos enfocamos en otro
delito que suele ser muy popular entre la criminología mediática, aquel que afecta a la
propiedad, nuevamente los datos sociales parecieran desmentir la necesidad de entrar en
pánico. Específicamente, en la categoría “robo”, en el año 2016 hubo 71.226 hechos, en
el año 2017 68.219 hechos, en el año 2018 70.916 hechos y en al año 2019 hubo 62.791
hechos28.
De este breve análisis, se pueden sacar dos conclusiones. Por un lado, que el delito
de homicidios dolosos, a diferencia de lo que mediáticamente se postula, tiene una baja
tasa de víctimas.
Y segundo, que los hechos delictivos -a los que se le atribuye toda la
responsabilidad de nuestra inseguridad existencial- no tienen un crecimiento exponencial
de acuerdo al transcurso de los años, sino que incluso, en muchos casos, disminuye.
Ante esto, ¿como se explica que la preocupación ciudadana por la (in)seguridad no
solo no merma, sino que aumenta? ¿por qué en años donde la tasa disminuyó, se siguió
insistiendo en aumentar la atención de estos delitos? Un claro ejemplo lo constituye la
mencionada ley nro. 27.375, cuya sanción fue en el año 2017 y el pretexto de alguno de
los legisladores, tal como se vio, fue el “reclamo social” para acabar con la “puerta

26
https://estadisticascriminales.minseg.gob.ar/reports/Informe%20Nacional%20Estadisticas%20Criminale
s%202019.pdf. (disponible al 30/04/2021).
27 https://www.unodc.org/unodc/en/data-and-analysis/global-study-on-homicide.html (disponible al
30/04/2021).
28 https://www.argentina.gob.ar/seguridad/estadisticascriminales (disponible al 30/04/2021).
giratoria” no obstante, ese mismo año, los “homicidios dolosos” disminuyeron
considerablemente en comparación con el año 2016.
No podemos sino compartir las conclusiones de Susana Soto Navarro 29 en punto a
que la atención mediática a la delincuencia explica la preocupación ciudadana por la
misma y no, como cabría suponer si los medios fueran un mero reflejo de la realidad, la
propia realidad delictiva.

4. Consecuencias: El “ellos”. Más figuras penales (criminalización primaria). “Gran


Encarcelamiento”
Indicamos que los medios de comunicación, mediante el uso de las técnicas de
control social referidas, delimitan cuál es la imagen del delincuente y de la delincuencia
en una sociedad.
En nuestro país, esta está asociada a un determinado grupo social, que encarna un
“ellos”, identificado a través de estereotipos, y distinto del resto de las personas
“decentes” que conforman la sociedad. Estos delincuentes, los “ellos”, deben ser
separados de la sociedad si se pretende vivir en paz.
Así como en Europa y Estados Unidos la figura del “ellos” la representa el
inmigrante, aquí involucra no solo a la pequeña masa de criminales violentos sino también
a aquellos parecidos que no cometieron ningún delito ni lo van a cometer.
El mecanismo funciona de esta manera, primero la criminología mediática muestra
a la pequeña masa de criminales estereotipados que delinquen e instantáneamente a los
que no delinquen, pero son parecidos. Se hace entrever que los semejantes, en algún
momento, harán lo mismo que los criminales. El “ellos” por excelencia es el “pibe de
clase baja”, quien el día de mañana hará lo mismo que su parecido.
En este proceso, el miedo es clave. El “ellos” debe ser temido. Para eso se
bombardea a la población solo con noticias donde hayan participado adolescentes de
barrios marginales, y eso con la intención de que triunfe el populacherismo punitivo que
pregona la mágica solución de “mayores penas-menos cantidad de delitos”.
Zaffaroni sostiene que es la criminología mediática la que selecciona a los
criminales. El poder punitivo escoge a sus víctimas de acuerdo al reclamo público, es

29
Soto Navarro, Susana, citado en Varona Gómez, “La influencia de los medios en a percepción social de
la delincuencia”, Revista electrónica de ciencia penal y criminología, ISSN-e 1695-0194, Nº. 7, 2005, p.
5.
decir, de acuerdo a la “opinión pública”, que en definitiva es un “eco de regreso de la
propia voz de los medios”.
Asimismo, la reproducción mediática de este tipo de discursos mediáticos, en
consonancia con el poder político, no hacen más que ampliar la cantidad de conductas
criminalizadas que en definitiva les permite a las agencias policiales ejercer su poder de
una manera más arbitraria. Este ejercicio de poder punitivo termina recayendo sobre un
determinado sector de la sociedad: hombre, no mayor a 35 años de edad, no blanco y
proveniente de sectores carenciados.
El aumento de las escalas penales no solo se traduce en un mayor nivel de penas
sino también en un mayor número de prisioneros preventivos 30, que trae a colocación una
sobrepoblación carcelaria y un deterioro de las estructuras. Es por estas condiciones, que
en muchos casos, se asimila a las cárceles argentinas como verdaderos “campos de
concentración”, lo que permite afirmar que las condenas se ejecutan como penas
ilícitas 31.

5. Medios de comunicación, control y libertad de expresión.


En este punto, luego de enunciar la mecánica de los medios de comunicación, está
claro que la “información” es publicada por “un cierto motivo”, y que su accionar puede
alterar el normal funcionamiento de alguna de las instituciones de nuestro país. En este
sentido es que debemos preguntarnos ¿se puede controlar lo que dicen los medios de
comunicación o si ello, acaso, lesiona la libertad de expresión? Normalmente, cuando se
intentó esbozar algún tipo de control posterior de la información, los medios de
comunicación salieron a su cruce bajo la temática de que se afecta la libertad de expresión.
Tomemos un ejemplo de un tema al que luego volveremos. Hablo de la cláusula que se
intento agregar en la “Ley de Organización y Competencia de la Justicia Federal con
asiento en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y en las Provincias”. Aquella, de forma
muy breve, sostenía que lo jueces debían comunicar al Consejo de la Magistratura
cualquier intento de influencia de parte de, entre otros, los poderes mediáticos.
Rápidamente, ello fue catalogado -incluso por políticos- como un “amedrentamiento

30
Gusis, Gabriela y Vega, Pablo D., ob. cit., 2012 p. 65.
31
En este sentido, Zaffaroni propone, teniendo en cuenta que las penas ilícitas no dejan de ser penas, que
los tribunales las tomen en cuenta a la hora de sentenciar. En ese sentido, ver Zaffaroni, E: Raúl, “Penas
ilícitas. Un desafío a la dogmática penal”, Editores del Sur, CABA, 2020; Zaffaroni, (dir.), ob. Cit., 2012;
Zaffaroni, Raúl y otros, “Penas ilícitas y hermenéutica jurídica”, Ediar, CABA, 2021; AA. VV., “Morir
de cárcel. Paradigmas jushumanistas desde el virus de nuestro tiempo”, Ediar, Buenos Aires, 2020.
contra los periodistas que pone en riesgo la libertad de expresión”32. Sin embargo, en
ningún momento se hablo sobre censura, sino de darle a los jueces una herramienta frente
a un posible intento de influencia por los grupos de poder, entre los que se encuentra el
mediático.
Veamos cual es el alcance que la Convención Americana de Derecho Humanos le
otorga a la libertad de expresión. El articulo 13 de esa Convención, instrumento con rango
constitucional desde el año 1994, protege el derecho que tiene todo hombre a la libertad
de pensamiento y expresión. No obstante ello, en el inciso 2 aclara que este derecho no
es absoluto, sino que el ejercicio de este derecho puede estar sometido a responsabilidades
ulteriores “…las que deben estar fijadas por ley y ser necesarias para asegurar: a) el
respeto a los derechos o a la reputación de los demás o, b) la protección de la seguridad
nacional, la salud o la moral pública”.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos si bien destaca la tarea que cumple
el periodista “El periodismo es la manifestación primaria y principal de la libertad de
expresión…”33, reconoce la necesidad de establecer un régimen que asegure la
responsabilidad y la ética profesional de los periodistas y sancione las infracciones a esa
ética.
Entre las prohibiciones explícitas que el artículo 13 de la Convención dirige al
Estado figura la censura previa (caso Palamara Iribarne vs. Chile, caso Norín Catrimán y
otros vs. Chile, entre otros), que constituye una forma de supresión radical de la
posibilidad de expresar el pensamiento.
Sin embargo, como se sugirió antes, este derecho no es de carácter absoluto, esto
es, existen límites para su ejercicio y controles de su adecuado desempeño. Queda la
posibilidad de exigir a quien ejerce ese derecho, la responsabilidad que corresponda en
función del desbordamiento, la desviación, el exceso, el abuso en que incurra con tal
motivo. La responsabilidad es una consecuencia natural de la conducta indebida: nadie se
encuentra por encima del orden jurídico, exento de todo control de la conducta (Opinión
consultiva 5/85 de 13/11/1985; Caso Mémoli vs. Argentina; Caso Valle Jaramillo y otros
vs. La Colombia, entre otros).
En los casos “Ricardo Canese” y “Palamara Iribarne”, la Corte Interamericana
resolvió que las causales de responsabilidad ulterior deben estar expresa, taxativa y

32
https://www.infobae.com/opinion/2020/08/22/la-clausula-maldita/ (disponible al 24/05/2021).
33
García Ramírez, Sergio y onza, Alejandra, “La Libertad de expresión en la jurisprudencia de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos”, México, 2007, p. 22.
previamente fijadas por la ley, ser necesarias para asegurar “el respeto a los derechos o a
la reputación de los demás” o “la protección de la seguridad nacional, el orden público o
la salud o la moral públicas”, y no deben, de modo alguno limitar, más allá de lo
estrictamente necesario, el alcance pleno de la libertad de expresión y convertirse en un
mecanismo directo o indirecto de censura previa.
En un mismo sentido habla el Pacto Internacional de derechos civiles y políticos,
artículo 19.
El máximo Tribunal de nuestro país también se ha expedido en el sentido que
venimos hablando. Es decir, el ejercicio del derecho a la libertad de expresión no es
absoluto, no debe estar sometido a censuras previas y puede haber un control de
responsabilidad ulterior (Corte Suprema, 8/9/1992- Servíni de Cubria, JA 1992-IV-18;
Corte Suprema, 24/11/1998-Díaz, JA 1999-II-180; fallo 324:975 y fallo 327:789).
Por su parte, la Convención Europea de Derechos Humanos prescribe: “Toda
persona tiene derecho a la liberta de expresión…El presente artículo no impide que los
Estados sometan a las empresas de radiodifusión, de cinematografía o de televisión a un
régimen de autorización previa… El ejercicio de estas libertades, que entrañan deberes
y responsabilidades, podrá ser sometido a ciertas formalidades, condiciones,
restricciones o sanciones, previstas por la ley, que constituyan medidas necesarias, en
una sociedad democrática, para la seguridad nacional, la integridad territorial o la
seguridad pública, la defensa del orden y la prevención del delito…”.

6. Algunas Propuestas.
Con este horizonte, pienso que la libertad de expresión no puede estar sometida a
un control previo, “censura previa”, pues ello sí limitaría el derecho que tiene toda
persona a buscar, recibir y difundir información, lo que afecta la democracia de un país.
Sin embargo, como se desarrolló, existen situaciones en las que producto de la
publicitación de información parcializada se afecta el “funcionamiento armónico y
normal de las instituciones”. Ejemplo de ello fueron el “petitorio Blumberg” y la ley
27.375, proyectos que han sido fomentados por los medios de comunicación y grupos de
poder para su provecho. Ambos casos tuvieron consecuencias graves. No solo se
lesionaron los derechos de algunas personas, sino que alteraron el normal funcionamiento
de las instituciones, como dijimos, la ley 27.375 impide para ciertos delitos acceder al
período de prueba -y con ello acceder a salidas transitorias o a la incorporación al régimen
de semilibertad- y conceder la libertad condicional, lo que, claramente, desnaturaliza la
finalidad de la ejecución de la pena privativa de la libertad y pone en jaque el fin
“resocializador” de la institución carcelaria.
A todo esto, se le debe sumar la ampliación de la criminalización secundaria 34 que
arraiga un crecimiento desmedido en la población carcelaria, afectando las condiciones
de encierro: mayor cantidad de internos por celda, problemas de higiene, posibles peleas
entre internos, entre otras situaciones.
En este sentido, entiendo que se deben tomar medidas para evitar que la publicación
de noticas, que no son inocentes y tienden a desinformar, generen consecuencias para los
derechos ciudadanos.
Deberíamos debatir si necesitamos sancionar una ley que no solo enumere
taxativamente cuales son los supuestos en los que los periodistas incurren en un abuso de
este derecho, sino además crear un órgano autónomo y autárquico, cuya misión se centre
en analizar las consecuencias de la actividad de los medios de comunicación y de los
periodistas. Así, cerciorado el abuso de este derecho, el órgano dispondrá la creación de
una “Comisión” -para el caso en concreto- en la que participen periodistas matriculados
y ciudadanos. Algo así como un jurado escabinado, haciendo un paralelismo entre el
mixtión de profesionales -periodistas matriculados- y legos -o ciudadanos-. Reviste
fundamental importancia la participación de la ciudadanía, pues según la Corte
Interamericana de Derechos Humanos es la sociedad la que debe observar
cuidadosamente el ejercicio de la libertad de expresión35. Así, ante un dictamen favorable,
se aplicarán las sanciones que se estipulen por ley.
El problema con este planteo radica en establecer ¿cual será el parámetro para
considerar que una noticia es plausible de algún tipo de responsabilidad en los términos
del artículo 13 de la Convención Americana de Derechos Humanos y del artículo 19 del
Pacto Internacional de derechos civiles y políticos?
El criterio que se fije deber tener un amplio consenso general y debe estar guiado
por una sola noción: la “verdad”, pero no aquella entendida como una relación de
conocimiento que se establece entre un sujeto cognoscente y el objeto conocido, o a

34
Zaffaroni, Alagia y Slokar la definen como la acción punitiva ejercida sobre personas concretas, que tiene
lugar cuando las agencias policiales detectan a una persona a la que se atribuye la realización de cierto acto
criminalizado primariamente, la investiga, en algunos casos la priva de su libertad ambulatoria, la somete
a la agencia judicial, ésta legitima lo actuado, admite un proceso (o sea, el avance de una serie de actos
secretos o públicos para establecer si realmente ha realizado esa acción), se discute públicamente si la ha
realizado y, en caso afirmativo, admite la imposición de una pena de cierta magnitud que, cuando es
privativa de la libertad ambulatoria de la persona, es ejecutada por una agencia penitenciaria
(prisionización).
35
García Ramírez, Sergio y otro, ob cit., 2007, p. 20.
conocer trascedente a él36, concepto que está conformado por un componente subjetivo
(verdad real o material), sino más bien a la verdad como sinónimo de la realidad. Para
ello, es menester contar con datos empíricos. En este sentido, por ejemplo, si
estadísticamente (empíricamente) se demuestra que en la Argentina hay una tasa de 5,1
% de homicidios dolosos (tasa cada 100.000 habitantes del año 2019), que es menor a la
tasa promedio mundial (también del año 2019), pero las noticias insisten con remarcar
que se vive en una ciudad en la que prácticamente “te matan por cualquier cosa”,
podríamos preguntarnos si no se trata de una noticia que no solo desinforma, sino que
también infunde un temor y crea una realidad paralela que no es tal. Considero que estas
son las noticias tendenciosas que exceden la buena información.
Es lógico que sigan la línea editorial que más los beneficie y publiciten noticias
conforme a sus intereses 37. Lo que de ningún modo puede ocurrir es la divulgación de
noticias que no se condicen con la realidad, con los datos.
La libertad de expresión es imprescindible, pero de ninguna manera, so pretexto de
violar la libertad de expresión, se puede permitir que se afecten los derechos de otros
ciudadanos o se altere el orden público. Ese debe ser el límite.
No es algo nuevo este control. En varios países existe lo que se llama “Consejo de
la Prensa”. Por ejemplo, en Perú, este consejo es una asociación civil sin fines de lucro,
no gubernamental y sin afiliación partidaria, dedicada a la defensa de la libertad de
expresión y a la promoción del ejercicio ético.
Es cierto, también, que los medios de comunicación necesitan de los poderes del
Estado. Ya sea para promover -y en su caso sancionar- proyectos de ley afines a sus
intereses, como así también para aplicarlas. Por ello, las propuestas que aquí se sugieren
también deben abarcar a los poderes del Estado. Es que se trata de un mecanismo en
donde los medios de comunicación necesitan de los políticos y de los jueces afines, y a
su vez los políticos y los jueces afines necesitan de estos medios de comunicación.
En lo que hace a la relación entre el Poder Judicial y los medios de comunicación,
se evidencian dos principales problemas: la judicialización de sus intereses y la presión a
los jueces.

36
Maier, julio B.J., “Derecho Procesal Penal. Fundamentos”, 1º edición, editorial Ad-Hoc, Buenos Aires,
2016, t. I, p. 798.
37
Si bien es cierto que los medios de comunicación terminan siendo quienes en definitiva dan a conocer la
noticia, no se me escapa que este mecanismo implica una conjunción entre distintos grupos de poder
(medios de comunicación, poder legislativo, poder judicial y grupos económicos).
En cuanto al primer problema, se está observando que los medios masivos de
comunicación están judicializando sus asuntos. La ley esta siendo utilizada para conseguir
lo que desean.
También se da que los magistrados son “linchados mediáticamente”, y más aún
cuando deben tomar decisiones que afectan los intereses de las corporaciones. Se los
exhibe en los noticiosos, los estereotipan y se los condiciona a resolver conforme a esos
intereses, ya que de lo contrario serán enemigos de la sociedad. Los jueces temen al
linchamiento mediático de los monopolios, lo que incide en el aumento de la
prisionización. Principalmente repercute en el instituto de la presión preventiva.
Para estas situaciones fue que se pensó el artículo 72, inciso “e” de la “Ley de
Organización y Competencia de la Justicia Federal con asiento en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires y en las Provincias” o más conocido como proyecto de “Reforma
Judicial”, cláusula introducida por la Comisión de Justicia y Asuntos Penales y ubicada
en el título IV “Reglas de Actuación”.
Concretamente, dice: “los jueces y las juezas de todos los fueros con jurisdicción
federal con asiento en las provincias y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, deberán
dar estricto cumplimiento a las reglas de actuación que a continuación se indican, en el
desarrollo de la función judicial que le ha sido encomendada:… e) "Comunicar en forma
inmediata al Consejo de la Magistratura de la Nación cualquier intento de influencia
indebida, en sus decisiones por parte de personas, grupos de poder, miembros del
Poder Judicial, Ejecutivo o Legislativo, amistades o grupos de presión de cualquier
índole, y solicitar las medidas necesarias para su resguardo. La influencia indebida
no requerirá contenido económico para configurarse…”.
Este inciso fue modificado durante su debate, ya que el texto original mencionaba
explícitamente a los poderes políticos, económicos y mediáticos.
Con la sanción de este inciso en particular, el Estado Nacional tomó el camino de
visibilizar un problema que no es nuevo, que los Jueces pueden sufrir presiones de parte
de grupos de poder, entre los que se encuentran los medios de comunicación.
Además, le da a los magistrados una herramienta de defensa “la inmediata
notificación al Consejo de la Magistratura que tomará las medidas necesarias para su
resguardo”. Por último, permite reflexionar que no solo los protagonistas tradicionales
del proceso (juez, fiscal, defensa, entre otros) pueden incidir en la sentencia, sino que
además hay que contemplar la posibilidad de que esa decisión haya sido influenciada por
estos grupos. Nuevamente, se afecta el normal desenvolvimiento de este poder.
En definitiva, esta cláusula constituye un avance importantísimo para evitar que los
Jueces tomen decisiones en base a presiones externas.
Para el supuesto del Poder Legislativo, lo más lógico sería regular el lobby 38
político. Claro está que hay algunos políticos que son afines a los totalitarismos
financieros y medios de comunicación. Es notorio, que desde la crisis del 2001 a la fecha
hayan sido presentados más de 25 proyectos destinado a regular la actividad del lobby en
el Congreso de la Nación Argentina, pero ninguno de estos se ha convertido en ley hasta
ahora. Sería interesante, de una vez por todas, adoptar este camino para darle una mayor
transparencia a las decisiones que se toman en ese recinto. Poder entender el motivo por
el cual un legislador fomentó o no la sanción de una determinada ley. Lo hizo conforme
a su ideología -y las de sus votantes- o fue conforme a intereses corporativos.
En este sentido fue que se dictó, en el ámbito del Poder Ejecutivo, el decreto
1172/03 “Acceso a la información pública”, publicado el día 4 de diciembre del año
2003. A través de esta norma la Administración Pública Nacional procura dar publicidad
a los actos de gobierno. Cobra particular importancia, en relación a la ausencia de una ley
nacional de lobby y para el objeto de este estudio. Dicho instituto establece la obligación
de los funcionarios de registrar públicamente las audiencias que mantienen con
ciudadanos en materia de gestión de intereses, es decir, cuyo objeto consiste en influir en
el ejercicio de sus funciones y/o decisiones39.
En todo caso, el control de estos funcionarios (tanto del Poder Ejecutivo como del
Poder Legislativo) será electoral, ejercido por la ciudadanía, a través del voto popular.

7. Conclusiones.
En este breve artículo intentamos explicar cuales son las técnicas que utilizan los
medios de comunicación (consistentes en crear realidades paralelas, manipular, infundir
temor, entre otras), las que, vale aclarar, aunque no tienen fines conspirativos, sí
transforman a la política en un verdadero show, en la que los políticos o telepolíticos 40
toman “decisiones” (sancionan leyes), y repercuten en la política criminal.
Decisiones que lejos de traducirse en la mera expansión y extensión punitiva
teórica, tienen consecuencias reales. Por un lado, en aquellas personas que tendrán

38
El término lobby se puede traducir como grupo de presión y se refiere a aquellos colectivos que intentan
influir sobre los representantes políticos.
39
Araujo, María Fernanda y Braguinsky, Eugenia, “Apuntes para una definición del lobby y la gestión de
intereses en Argentina”, Fondo Regional para la promoción de la transparencia, Buenos Aires, 2009, p. 11.
40
Zaffaroni, ob. cit., 2011, p. 402.
contacto con el sistema punitivo (mayor criminalización secundaria, deterioro en la salud
por condiciones de detención -ya sea eventual o por tiempo prologando-.) como también
en aquellas que, si bien realmente no tienen contacto directo con la “cuestión criminal”,
se ven presas del temor al que condiciona la realidad paralela creada y difundida.
Ante ello, se impone tomar medidas tendientes a evitar que estas “falsas noticias”,
fake news, que generan consecuencias negativas, se pasen por alto, como si se tratase de
un simple error de comunicación. Para ello, y entendiendo que es necesario garantizar la
libertad de prensa, se invita a reflexionar sobre la posibilidad de un control posterior de
la información, para, con información real, contrarrestar los efectos negativos de la mala
información. Además, resulta imperioso transparentar la participación ciudadana en el
ámbito legislativo. Se debe crear, de una vez por todas, un registro de audiencias, de
acceso público, para que los ciudadanos puedan conocer si un determinado legislador esta
fomentando la sanción de una ley por intereses.
En definitiva, estas propuestas tienen como intención mitigar los daños ya causados
por las fakes news, que la sociedad no este condicionada a vivir la realidad que los
totalitarismos financieros y los medios de comunicación plantean de acuerdo a sus
intereses, y que las instituciones funcionen de acuerdo al espíritu para las que fueron
creadas, en protección de los intereses de la sociedad y no de grupos de poder a los que
solo les interesa sus beneficios económicos.
GENOCIDIO Y POSGENOCIDIO: TÁCTICAS PARA DESAPARECER AL
MONSTRUO BIOPOLÍTICO
Por Juan Martín Nogueira 1

El presente trabajo busca reflexionar acerca de las prácticas genocidas empleadas en el


caso argentino, que tuvieron como finalidad borrar la historia de cierta parte de la
población identificada como el “monstruo biopolítico”. Primero, abordaremos el marco
teórico que nos servirá de apoyo para encuadrar el análisis y, en particular, nos
focalizaremos en los conceptos de biopolítica, monstruo biopolítico, inmunidad y
genocidio como práctica social. Luego, brevemente describiremos la metodología
empleada por el terror estatal, centrando la observación en las tácticas de desaparición
forzada de personas y la sustracción de niños. Por último, intentaremos bosquejar el
sentido que adquieren esas prácticas y los discursos que les dan sustento en la sociedad
posgenocida.

El monstruo biopolítico
Pensar en términos de biopolítica nos impone memorar las lecciones de Foucault
sobre el pasaje de la sociedad de soberanía a la sociedad disciplinaria 2, y de ésta al
surgimiento del biopoder. Sin dejar de remarcar que no se trata de momentos históricos
estancos, ni de una lectura lineal o evolutiva de la historia, sino de modelos analíticos que
intentan dar cuenta del modo en que se ejerce el poder en un lugar y momento
determinado3, la emergencia de esta nueva economía de poder produce una mutación en

1
Abogado y Licenciado en Sociología, UBA. Maestrando en Sociología Jurídica con Orientación en Penal
y Criminología, UNLP. Docente de Derecho Penal y Criminología, Facultad de Derecho, UBA.
2
El ejemplo más claro es el análisis que realiza Foucault respecto de la modificación en las formas del
castigo: del suplicio y las formas extremas de violencia para reactivar la soberanía mancillada por el
criminal; a la formación de hábitos e imposición de comportamientos, para “normalizar” a los desviados y
construir cuerpos “dóciles y útiles”. Cabe aclarar que si bien es la prisión la institución a la que presta mayor
atención y que le sirve de disparador para analizar la aparición del poder disciplinario, lo cierto es que no
deja de abordar otras técnicas que exceden aquel espacio de encierro: “la ‘invención’ de esta nueva
anatomía política no se debe entender como un repentino descubrimiento, sino como una multiplicidad de
procesos con frecuencia menores, de origen diferente, de localización diseminada, que coinciden, se repiten,
o se imitan, se apoyan unos sobre otros, se distinguen según su dominio de aplicación, entran en
convergencia y dibujan poco a poco el diseño de un método general. Se los encuentra actuando en los
colegios, desde hora temprana más tarde en las escuelas elementales; han invadido lentamente el espacio
hospitalario, y en unas décadas han restructurado la organización militar” (Michel Foucault (1975), “Vigilar
y castigar. Nacimiento de la prisión”, ed. Siglo XXI, Bs. As., 2006, p. 142).
3
La aclaración apunta a desalentar una lectura de Vigilar y Castigar que podría considerar a la lógica
soberana como una forma del ejercicio de poder exclusiva del Antiguo Régimen o prerrevolucionaria, en
tanto Foucault sostiene que los distintos tipos de poder pueden operar en simultáneo, superponiéndose unos
sobre otros (véase, por ejemplo, la articulación entre el poder disciplinar y el biopoder en la producción y
la lógica soberana que “hace morir y deja vivir”, pues el biopoder más bien busca “hacer
vivir y dejar morir” 4.
Así, esta nueva tecnología de poder que controla el pulso vital de sus súbditos y
que se encuentra inscripta en los mecanismos del Estado, requerirá de un argumento para
dar muerte a aquellos que no necesita. Es que, si acordamos en que la biopolítica es un
hecho de la modernidad; que su aparición y desbloqueo histórico durante el siglo XVIII
se producen de la mano de la emergencia de los estados-nación europeos; y que su lógica
de funcionamiento opera hasta el día de hoy en el registro del “hacer vivir y dejar morir”,
¿cómo se explican las atrocidades cometidas sistemáticamente por los Estados durante el
siglo XX?
En términos conceptuales, la pregunta sería: ¿cómo se ejerce la función de muerte
en la economía del biopoder? Su respuesta, el racismo biologicista y de Estado.
Este diagrama de poder novedoso, de este modo, justificará la eliminación de los
“otros” por poner en peligro la vida de quienes merecen vivir, pues “la muerte de los otros
significa el fortalecimiento biológico de uno mismo en tanto miembro de una raza o una
población, en tanto elemento en una pluralidad unitaria y viviente” 5. Este nuevo poder se
preocupa por la vida de la población, destina todos sus esfuerzos a sostenerla y
reproducirla; pero, claro está, la vida que importa es la de aquellos que forman parte
del “nosotros”, matar a los otros es lo que hace que nosotros podamos sobrevivir. El
racismo, entonces, definirá el criterio de clasificación que designa cuáles son las vidas
dignas y cuáles las indignas de ser vividas.
Ahora bien, aunado a esta descripción en torno de la constitución de ese nuevo
poder, otros autores como Antonio Negri han especificado cómo se construye la idea del
monstruo biopolítico a partir de su identificación con una otredad “ajena y amenazante”.
Así, este monstruo es “un fantasma positivo, una oposición o, mejor dicho, una alternativa
ontológica contra la pretensión eugenésica del poder”, que ya no sólo recorre Europa sino
el mundo entero, es el espectro que “el rico, el patrón, el capitalista han mirado con
desprecio, con odio, a veces con terror […]. Cuanto más se ha ampliado el mundo, tanto
más se ha difundido la monstruosidad” 6.

control de la sexualidad moderna tal como lo retrata en Historia de la Sexualidad. 1. La voluntad de saber,
Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2002).
4
Foucault, Michel, “Defender la sociedad. Curso en el Collage de France (1975-1976)”, Bs. As., Fondo
de Cultura Económica, 2001, p. 218-220.
5
Ibid, p. 233.
6
Negri, Antonio, “El monstruo político. Vida desnuda y potencia”, en Giorgi, Gabriel y Rodríguez, Fermín
(comps.), “Ensayos sobre biopolítica. Excesos de vida”, Paidós, Buenos Aires, 2007, p. 107.
El monstruo se extiende por todos lados, aunque la máscara que se le enrostra se
modifique. Además, su configuración y desarrollo siempre se producen a partir de la
exacerbación de los miedos que se instalan en el propio ejercicio de poder. Es que, el
miedo es un elemento de cohesión social y ese fantasma funciona como sostén del
ejercicio de un poder que nos viene a defender de su amenaza. Su destrucción es el único
modo de conservar a cada parte del organismo social que merece vivir.
Cierto es que el miedo al otro no resulta ser patrimonio exclusivo de la
modernidad, pero lo novedoso es que en ese momento comienzan a desplegarse
estrategias “científicas” para neutralizarlo. La eugenesia es un claro ejemplo de ellas: la
“ciencia del cultivo de la raza” de Francis Galton, la disciplina encargada de la detección
de individuos “deseables” y la eliminación de los “indeseables”, que está articulada en
torno de una lógica dicotómica de normalidad-anormalidad que justifica la
estigmatización de los “enfermos” y la intervención sobre sus cuerpos para cercenar su
procreación7.
En esta línea, la noción de inmunidad desarrollada por Espósito da en la clave
respecto de cómo se libra lucha contra dicho monstruo en la economía del biopoder 8. La
idea de inmunidad adquirida se traspasa de la biología a la vida social y su aplicación
tiene por finalidad proteger la vida haciéndole probar la muerte. Se justifica, así,
introducir violencia -“una forma atenuada e inducida de infección”- como método para
“prevenir” más violencia u otros males -“una enfermedad”-. La idea de inmunidad opera
como una forma más de negación de la víctima y del daño que se le causa, pues su
sufrimiento está “justificado”9 en tanto evita el nuestro.
Lo monstruoso, que se vuelve una forma de animalizar, de despersonalizar y
deshumanizar al otro, es un elemento que no puede pasarse por alto para entender el
origen de la modernidad y, deberíamos agregar, la colonización 10. En particular, para
pensar acerca de la utilización de la figura del monstruo en nuestro margen, además de

7
Miranda, Marisa, “Reflexiones en torno a la construcción de discursos inmunitarios en ámbitos
dictatoriales: el caso argentino (1976-1983)”, en Leyton, César; Palacios, Cristian y Sánchez, Marcelo
(eds.), “El bulevar de los pobres. Racismo científico, higiene y eugenesia en Chile e Iberoamérica”, Ocho
Libros- Museo Nacional de Odontología, Santiago de Chile, 2015, p. 307.
8
Espósito, Roberto, “Comunidad, inmunidad y biopolítica”, Herder, Madrid, 2009. Capítulo 8: “El
nazismo y nosotros”, pp. 141-154.
9
Véase Cohen, Stanley, “Estados de negación. Ensayo sobre atrocidades y sufrimiento”, Facultad de
Derecho UBA, Bs. As., 2005, en particular pp. 78-84.
10
En el capítulo referido, Espósito trabaja sobre el ejemplo histórico del proyecto nazi, en el que el
mejoramiento de la raza y la prevención de la degeneración del ario a través de la destrucción de quien no
encuadrara en los cánones del régimen, quedó retratada en la siguiente frase de Rudolf Hess: «El
nacionalsocialismo no es sino biología aplicada» (ob. cit., p. 143).
los genocidios latinoamericanos -como el argentino que analizaremos a continuación-
otro caso ejemplar es el del racismo colonial: para la conservación de la raza superior -el
blanco, el europeo- deben ser sometidas las inferiores -los indios, los negros- y sólo a
través de la inducción de una violencia que prevenga su barbarie es posible sostener la
supervivencia de los primeros11. La metáfora de La Tempestad de Shakespeare es muy
clara en este sentido, Próspero es bienvenido por Calibán, quien le enseña al invasor todas
las maravillas de su isla y a cambio sólo recibe dominación. Este ser aborrecible, por el
mal que le es inherente, para ser contenido y disciplinado debe ser esclavizado 12.
En resumen, la constitución de la biopolítica como modo de regular y controlar la
vida de la población, es viable en la medida que se inmunice a la sociedad a través de un
mal menor -la violencia y la desaparición de los otros que encarnan al monstruo
biopolítico- para así prevenirla de otros males de mayor magnitud -más violencia,
degeneración de la especie, entre otros-. Se trata del mito de destruir la vida para salvar
la vida, eliminando a la víctima “sacrificable” para proteger a quienes merecen vivirla 13.

El genocidio argentino
Para ser precisos, cuando aquí se habla de genocidio no nos referiremos al tipo
penal y su definición jurídica14, sino a una práctica social, a una “tecnología de poder
cuyo objetivo radica en la destrucción de las relaciones sociales de autonomía y
cooperación y de la identidad de una sociedad, por medio del aniquilamiento de una

11
Con relación a los estudios en torno al modo de funcionamiento del biopoder en los márgenes del
capitalismo central, que por su particular configuración llevó a analizar su lógica en otros términos como
el de necropolítica, véase Mbembe, Achille, “Necropolítica”, Melusina, España, 2011.
12
Al respecto, y con particular atención a la construcción del monstruo encarnado en los cuerpos de las
mujeres, véase Federici, Silvia, “Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria”, Tinta
Limón, Bs. As., 2010.
13
Veáse Girard, Rene, “La violencia y lo sagrado”, Anagrama, Barcelona, 2005. Para una lectura crítica
de cómo opera esa lógica en los sistemas penales de nuestro margen, véase Alagia, Alejandro, “Hacer
sufrir. Imágenes del hombre y la sociedad en el derecho penal”, Bs. As., Ediar, 2018, pp. 217-246.
14
En el artículo 2º de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948, se
estableció que: “se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados
con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal:
a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del
grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su
destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo;
e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo”.
La exclusión en esa definición jurídica de diversos grupos afectados por este tipo de fenómenos, llevó a
que en ciertos casos la categoría de genocidio fuera desplazada por otras. Así, por ejemplo, el concepto
criminológico de masacre adoptado por Zaffaroni (Zaffaroni, E. Raúl, “La palabra de los muertos.
Conferencias de criminología cautelar”, 1a ed. 3a reimp., Bs. As., Ediar, 2017, Conferencia Decimoctava).
Para un análisis de las diferencias entre esas categorías, véase Feierstein, Daniel, “Interpretaciones jurídicas
y sociológicas con respecto al genocidio en Argentina”, en Revista de derecho Penal y Criminología, Nº 2,
2012, pp. 57-68.
fracción relevante (sea por su número o por los efectos de sus prácticas) de dicha sociedad
y del uso del terror, producto del aniquilamiento, para el establecimiento de nuevas
relaciones sociales y modelos identitarios” 15.
Lo que esta conceptualización sociológica deja afuera y deberíamos completar es
que el genocidio es pena; su diseño y ejecución se realizan a partir de leyes estatales; es
una manifestación de la soberanía política. Es que la potencialidad de la masacre radica
en la ampliación del poder punitivo; el genocidio es la máxima expresión de la violencia
sacrificial que “canaliza pulsiones vindicativas sobre estereotipos de persecución que se
colocan en situación de vulnerabilidad punitiva por causa de un injusto culpable” 16. De
ahí sus recurrentes manifestaciones17.
En ese marco, lo que se intenta es indagar acerca de la faz productiva del poder
genocida y no sólo en la destrucción que provoca, es decir, abordar al fenómeno de
exterminio no como un fin en sí mismo, sino como herramienta para otro objetivo: la
construcción de nuevas relaciones sociales. Ello será posible en la medida en que se
sacrifique al monstruo biopolítico y su muerte puede ser leída en dos dimensiones: una
material y la otra simbólica. La que interesa para el propósito de este trabajo es la segunda,
la muerte simbólica del no normalizado, la desaparición de la memoria de su existencia 18.
¿Por qué? Porque es en ese plano donde se disputan los efectos de la masacre en la
sociedad posgenocida.
De esta manera, para los objetivos de los perpetradores del genocidio, no basta
con la desaparición de los cuerpos, sino que resulta más importante clausurar las
relaciones sociales que éstos encarnaban para producir otros modos de articulación social;
en definitiva, reorganizar las relaciones sociales. ¿Cómo? Mediante las narratividades que
borran la identidad de las víctimas. La clave está en que aquellas relaciones pueden ser
reproducidas por otros, por lo que la desaparición simbólica busca clausurar dicha
potencialidad: “Esos cuerpos no sólo no existen sino que en verdad ‘nunca existieron’”19.
En resumen, la desaparición de esos cuerpos conlleva la invisibilización de las relaciones
que éstos encarnaban.

15
Feierstein, Daniel, “El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina”, Bs.
As., Fondo de Cultura Económica, 2011, p. 83.
16
Alagia, Alejandro; Codino, Rodrigo, “La descolonización de la criminología en América”, Bs. As., Ediar,
2019, p. 460.
17
En particular, para un análisis sobre las relaciones entre sistema penal, poder punitivo, pena pública y
genocidio argentino, véase Alagia, Alejandro, “Hacer sufrir…”, ob. cit., pp. 217-246.
18
Feierstein, “El genocidio como práctica social…”, ob. cit., 2011, p. 86.
19
Ibid, p. 248.
Durante los años ’70 en Argentina, ese monstruo fue construido a partir de la
imagen del “subversivo”20, término cuya ambigüedad permitía incluir a toda
“disfuncionalidad”21, a todo aquel que de algún modo contrariara los dictados de la
autoridad. Es que, en la lógica bajo la cual operaban los genocidas, hasta los retraídos
eran pasibles de representar a dicho monstruo: “Primero mataremos a todos los
subversivos, luego a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos
que permanecen indiferentes y finalmente a los tímidos” 22.
Esa otredad peligrosa, el “judeo-bolchevique” infiltrado que venía a destruir los
valores de la “moral cristiana y occidental” debía ser erradicado y, de este modo, se
presentaba la imagen de los militares que venían a “salvar” al país de ese enemigo interno.
Sin perjuicio de ello, no debe perderse de vista que aquéllos actuaron con el apoyo de
sectores importantes de la sociedad civil que reclamaron y exigieron ese salvataje 23. Es
claro a esta altura que se trató de un golpe cívico-militar, pues “las élites que lo
promovieron y rápidamente pasaron a beneficiarse, tuvieron como punto de articulación
su pertenencia cultural a una matriz que resultó fundamental en distintos quiebres
institucionales, sin que por ello perdiera legitimidad en tiempos de democracia” 24. Esa
matriz o conjunto de ideas del que estamos hablando es el liberalismo, pero un liberalismo
en particular “dinámico”, de tinte utilitarista, que les permitía coquetear con el fascismo
para imponer orden, sin abandonar la defensa de sus libertades y rechazar a viva voz los
totalitarismos25.
El golpe de Estado era, entonces, una herramienta y una estrategia más entre otras
para alcanzar sus objetivos 26. Para legitimarlo también en este caso se utilizaron discursos
inmunitarios, es decir, ideas que involucraban una visión organicista de la sociedad, que

20
Para un análisis respecto de cómo se construyó discursivamente la justificación del exterminio en base a
dicha figura, véase Artese, Matias; Roffinelli, Gabriela, “Responsabilidad civil y genocidio. Tucumán en
años del `Operativo Independencia´ (1975-76)”, Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de
Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2005.
21
Calveiro, Pilar, “Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina”, Colihue, Buenos
Aires, 2001, p. 9.
22
Frase de Ibérico Manuel Saint Jean, el interventor de la provincia de Buenos Aires durante la última
dictadura cívico militar, tomada del Internacional Herald Tribune, de París, del 26 de mayo de 1977.
23
Calveiro, Pilar ob. cit., 2001, p. 9.
24
Vallejo, Gustavo, “La razón utilitaria. Reflexiones sobre liberalismo y dictadura en Argentina”, en
Leyton, César; Palacios, Cristian y Sánchez, Marcelo (eds.), “El bulevar de los pobres. Racismo científico,
higiene y eugenesia en Chile e Iberoamérica”, Ocho Libros- Museo Nacional de Odontología, Santiago de
Chile, 2015, p. 321.
25
Ibid.
26
Para un detallado análisis respecto de quiénes fueron los principales beneficiarios económicos de dicho
fenómeno, véase Aspiazu, Daniel, Basualdo, Eduardo M. y Miguel Khavisse, Miguel, “El nuevo poder
económico en la Argentina de los años 80”, Siglo XXI, Bs. As., 2004.
utilizaban metáforas que la concebían como un ser vivo, con la posibilidad de enfermarse
y curarse y, por tanto, de desarrollar ella misma mecanismos internos de defensa para
evitar perder la vida27.

Las tácticas empleadas para desaparecer al monstruo biopolítico


Siguiendo a Foucault, entendemos aquí a las tácticas como los modos en que se
ejerce localmente el poder, trazan las guías sobre las que se construyen los dispositivos
en una determinada estrategia de poder28.
En particular, aquellas empleadas por el genocidio argentino estuvieron
articuladas en torno de la desaparición forzada de personas 29 y la apropiación de niños.
Cada una de ellas tiene sus propios comienzos 30, pero lo cierto es que en nuestro país se
utilizaron de manera conjunta para intentar destruir a quienes encarnaban al monstruo y
su historia. Lo que suele pasar desapercibido es que la instauración de estas prácticas no
requiere de cambios significativos en la legislación para la actuación de las fuerzas del
Estado: el sistema penal subterráneo es el semillero de donde se sirven sus
perpetradores31.
Mientras que la desaparición física buscaba desvanecer el cuerpo del monstruo, la
apropiación de sus hijos buscaba cercenar su reproducción. Sus padres y madres debían
ser olvidados y los niños “convertidos”, pues, en esa lógica, tal como se extirpan tumores

27
Miranda, Marisa, “Reflexiones en torno a la construcción de discursos inmunitarios…” ob. cit., p. 306.
28
“La racionalidad del poder es la de las tácticas a menudo muy explícitas en el nivel en que se inscriben -
cinismo local del poder-, que encadenándose unas con otras, solicitándose mutuamente y propagándose,
encontrando en otras partes sus apoyos y su condición, dibujan finalmente dispositivos de conjunto: ahí, la
lógica es aún perfectamente clara, las miras descifrables, y, sin embargo, sucede que no hay nadie para
concebirlas y muy pocos para formularlas: carácter implícito de las grandes estrategias anónimas, casi
mudas, que coordinan tácticas locuaces cuyos ‘inventores’ o responsables frecuentemente carecen de
hipocresía” (“Historia de la Sexualidad…”, ob, cit., p. 91).
29
Al igual que con el concepto de genocidio (cfr. Nota N° 12), no nos centraremos aquí en la definición
jurídica de este término (art. II de la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas).
Lo que interesa es su despliegue en determinado ejercicio de poder: será un crimen cuando se adopte la
perspectiva de los organismos internacionales de derechos humanos y será un castigo cuando lo que se
analice sea la lógica de funcionamiento de sus perpetradores. Al respecto, véase Del Olmo, Rosa, “La
detención desaparición en América Latina: ¿crimen o castigo?”, en Criminología Crítica, I Seminario,
Universidad de Medellín, 1984.
30
Respecto de la tortura y la desaparición como método importado de los militares franceses para la “guerra
sucia”, véase el documental Marie Monique Robin: Escuadrones de la Muerte, la escuela francesa. Con
relación a la apropiación de niños y las ideas importadas de Vallejo Nágera y el franquismo, véase Rafael
Huertas, “De la higiene mental a la higiene de la raza. Psiquiatría y eugenesia en el nacional catolicismo
español y su relación con la Argentina”, en Miranda, Marisa y Vallejo, Gustavo (dirs.), “Una historia de la
eugenesia. Argentina y las redes biopolíticas internacionales (1912-1945)”, Biblos, Buenos Aires, 2012,
pp. 239-258.
31
Aniyar de Castro, Lola, “Derechos humanos, modelo integral de la ciencia penal y sistema penal
subterráneo”, en: Zaffaroni, E, Raúl (coord.), “Sistemas Penales y Derechos Humanos en América Latina,
Primer Informe”, Depalma, Buenos Aires, 1984.
de un individuo también se pueden curar las enfermedades del cuerpo social: el
subversivo era “un sujeto infectado, que ponía en peligro el organismo social, y del cual
el ‘buen ciudadano’ se debía prevenir, inmunizar”32.
La intención no sólo era exterminar a una generación -antisepsia-, sino cortar con
el gen peligroso, evitar la herencia del mal de sus padres y, así, transformar a la siguiente
para que el mal no volviera a aparecer -asepsia-. Es que el trasfondo de ideas eugenésicas
sobre las que operaban los perpetradores imponían no sólo perseguir y exterminar al otro,
sino prevenir su reaparición: la desaparición forzada de personas era una primera medida
de saneamiento que, al estar acompañada por una “confianza en la incidencia del factor
ambiental sobre la descendencia”, se conjugó con el plan sistemático de robo de bebés y
su posterior entrega a “familias de bien” 33.
De este modo, podemos observar cómo en el poder genocida se articulan las
lógicas de la soberanía: imposición de castigos violentos, crueles y públicos, para
reafirmar el poder del soberano; de las disciplinas: constitución de cuerpos dóciles y
útiles, formar niños y niñas que ya no sigan la ideología subversiva de sus padres y
madres; y del biopoder: regulación de la vida que merece ser vivida, eliminación del no
normalizado e intervención sobre la procreación de los desviados.
En síntesis, como lo resume Calveiro: “El poder de vida y muerte es uno con el
poder disciplinario, normalizador y regulador. Un poder disciplinario-asesino, un poder
burocrático-asesino, un poder que se pretende total, que articula la individualización y la
masificación, la disciplina y la regulación, la normalización, el control y el castigo,
recuperando el derecho soberano de matar” 34. Todas ellas se anudan en torno del
dispositivo concentracionario 35 y su despliegue se ejercita a través de las tácticas
referidas, buscando borrar cualquier rastro del monstruo subversivo: “el desaparecido en
tanto esté como tal, es una incógnita, mientras sea desaparecido no puede tener
tratamiento especial, porque no tiene entidad. No está muerto ni vivo...está
desaparecido...”36.

32
Miranda, Marisa, “Reflexiones en torno a la construcción de discursos inmunitarios…” ob. cit., 2015, p.
317.
33
Ibid., p. 316.
34
Calveiro, Pilar, op. cit., 2001, p. 35.
35
Concepto que no refiere al campo de concentración en sí, sino a los efectos de terror que también derrama
sobre el resto de la sociedad: “El terror que tan cuidadosamente ha diseminado el dispositivo
concentracionario produce en la sociedad el mismo efecto anonadante que en el desaparecido dentro de los
campos” (ibid., p. 92).
36
Frase pronunciada por Jorge Rafael Videla en plena dictadura, en el marco de una conferencia de prensa
del año 1979.
A modo de cierre
Para finalizar, quisiera analizar dos de los efectos que tuvieron dichas prácticas en
la sociedad posgenocida, a través de las narratividades que intentaron e intentan
explicarlas.
Por un lado, en cuanto a las personas perseguidas durante la dictadura, hubo -y
aún existe- un intento por realizar simbólicamente el aniquilamiento a partir de la lógica
justificadora del “por algo será” y la expresión despolitizante del “no hicieron nada”, o
sea, a través de la transferencia de la culpa y la negación de la identidad las víctimas.
Lógica que podría traducirse del siguiente modo: la guerrilla provocó a los militares y
éstos desmedidamente los reprimieron afectando a víctimas inocentes.
La referencia más conocida de ese modo de narrar esta experiencia es el prólogo
del informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, publicado con
el título “Nunca más”, donde se hizo patente la “teoría de los dos demonios” 37. Esta
lectura de lo acontecido, a su vez esboza la imagen de la sociedad como un tercero ajeno
a la violencia de aquellos dos extremos, como una víctima inocente38. Esa representación
hegemónica de lo acontecido, llevó a invisibilizar la identidad de las víctimas del
genocidio, clausurando simbólicamente los tipos de relaciones sociales que sus cuerpos
encarnaban o amenazaban encarnar 39.
Problematizar los modos con los que las estructuras de asimilación simbólica
narraron y aún narran el exterminio perpetrado durante la última dictadura cívico-militar,
tiene por propósito deconstruir los discursos que operan en el posgenocidio. Decimos que
todavía lo hacen, pues la continua negación de la identidad de los detenidos-
desaparecidos, el menosprecio de sus reivindicaciones y el silencio en torno del necesario
debate respecto de sus tácticas de lucha, son condiciones de posibilidad para la
reaparición pública de discursos tales como “la violencia de los ‘70” o, más

37
“Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la
extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países […], a
los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que
el combatido” (CONADEP, “Prólogo”, en “Nunca Más”, Bs. As., Eudeba, 1984, p. 7).
38
“En cuanto a la sociedad, iba arraigándose la idea de la desprotección, el oscuro temor de que cualquiera,
por inocente que fuese, pudiese caer en aquella infinita caza de brujas […], porque se sabía de tantos que
habían sido tragados por aquel abismo sin fondo sin ser culpable de nada” (Ibid, p. 9).
39
Feierstein, Daniel, “El genocidio como práctica social…”, 2011, p. 238.
específicamente, para la configuración de los “dos demonios en su versión recargada”
que vienen tomando fuerza de un tiempo a esta parte 40.
El peligro radica en que, en el posgenocidio, estas narratividades son capaces de
“crear las relaciones sociales de un campo de concentración sin la inversión material y
moral que implica mantener en funcionamiento un campo de concentración” 41. Siguiendo
a Calveiro, si consideramos que “la ilusión del poder es su capacidad para desaparecer lo
disfuncional, no menos ilusorio es que la sociedad civil suponga que el poder
desaparecedor desaparezca, por arte de una magia inexistente” 42.
Y aquí nos enfrentamos al segundo aspecto a describir respecto de sus
consecuencias o efectos, porque estos discursos no terminaron con la vuelta a la
democracia, sino que perviven con sus praxis biopolíticas en contextos posdictatoriales.
Por ello, la mirada no debe estar puesta únicamente en aquellos que desaparecieron
producto del terror estatal, sino también en quienes actualmente representan al monstruo.
Así, los prejuicios en torno del “cabecita negra” y las “villas” se sostienen -en
similar sentido, pero con otras prácticas- en esas narratividades: el “villero” es la nueva
cara del peligro, es el nuevo sujeto indeseable que encarna todos los males y, a la vez, es
aquel que refuerza al “nosotros”, a los “decentes”. La portada de la revista La Primera
del 04 de abril del año 2000 lo retrata con todos sus colores: “La invasión silenciosa” de
los extranjeros que “les quitan trabajo a los argentinos” que “usan hospitales y escuelas”,
que “no pagan impuestos”, que “delinquen para no ser deportados”, etc. 43 Ese tipo de
discursos son los que incluso en democracia sostienen y habilitan a las autoridades a
disponer de medidas como el decreto N° 70/2017 que -además de sortear los mecanismos
legales previstos para modificar otras leyes como la N° 25.871- favorece la expulsión de
inmigrantes y refuerza la xenofobia.
Visibilizar la identidad de las personas arrasadas por el exterminio y de aquellas
que hoy son atravesadas por el racismo de Estado es, entonces, un motivo de lucha que
no puede escindirse.
Es que la biopolítica encierra formas de gobierno de las poblaciones que se
sostienen en la reproducción diferencial de los individuos, clasificando cuáles son las
vidas dignas de ser vividas. El genocidio es el caso extremo donde la división se hace

40
Al respecto, véase Daniel Feierstein, Daniel, “Los dos demonios (recargados)”, Marea, Buenos Aires,
2018.
41
Feierstein, Daniel, “El genocidio como práctica social…”, 2011, p. 250.
42
Calveiro, Pilar ob. cit., 2001, p. 16.
43
Véase, Vallejo, Gustavo, “La razón utilitaria…”, 2012, pp. 330-331.
explícita entre quienes pueden vivir y quienes deben morir, pero, una vez terminado,
perviven elementos culturales que sirven de base para mantener dicha clasificación. La
retórica de la monstruosidad siempre encuentra resquicios para ser reinstalada; como el
virus, el monstruo también sufre mutaciones.
Por ello, no debemos olvidar que experiencias como la genocida no son una
excepcionalidad histórica ni mucho menos un producto de la irracionalidad de sus
ejecutores. Son, por el contrario, una de las posibilidades de la modernidad, ese latente
“rostro oculto de sociedad moderna” 44. Los espacios en los que anidan los gérmenes de
las potenciales masacres perviven incluso en democracia 45 y sus efectos deben analizados
no sólo para disputar la lógica mediante la cual los perpetradores pretenden que sean
explicadas, sino también para evitar volver a ser atravesados por ellas.

44
Zygmunt Bauman, “Modernidad y Holocausto”, Madrid, Sequitur, 1998, p. 9.
45
El sistema penal, el principal de ellos (Zaffaroni, ob. cit., 2017, p. 631).

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