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ganzl912

Heiko A. Oberman

Lutero
Un hombre entre Dios y el diablo

Versión española de
José Luis Gil Arístu

Alianza
Editorial
Alianza Universidad

¿íkEXNAIP í t J\2\E yWfcf'TnS JIMIO,ACMR4 D/THE»


ExPRiMrr xr w ixvj cera lycae occiovor
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Martín Lutcro. Grabado de Lucas Cranacb el Viejo. 1520.


Título original;
Latker. Mensch zwischen Cotí und Teufel
E sta obra ha sido publicada en alemán por Seveiin und Síedler

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del C ódigo Penal vigente, podrán ser castigados con penas de m olla y privación de
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Para Toe lie, miKáthe,
«a los pies y en las manos
de mi señora esposa».

CETO 61.805
i
INDICE ganzl912

Introducción ............................................................................................... 13

Primera parte
LA ANSIADA R EFO R M A

Prólogo: Pugna más allá de la muerte ................................................ 17

1. Un acontecimiento alem án......................................................... 29


El príncipe elector Federico el Enigmático, 29. La situación en
el Imperio, 37. La victoria electoral del rey Carlos, 42. El giro
español, 48. Monarquía universal y reforma, 50. El caso Latero
en Worms, 52. «Despíena, despierta, tierra alemana», 58.

2. Un acontecimiento medieval ...................................................... 69


Reforma sin fin, 69. Lucha por la reforma de las órdenes reli­
giosas, 71, El fin de la iglesia sacerdotal, 73. El Imperio de los
mil años, 77. Lutero, el extraño, 81. El Estado de Dios como
utopía, 85, E l Anticristo y su tarea, 87. «La penitencia es mejor
que las indulgencias», 94,

9
10 Indice

3. Un acontecimiento primigenio .................................................. 101

Lo que quedó en el recuerdo: Hans, el padre, 101. Hanna, la


madre: casa de baños y hogar burgués, 106. Hincar los codos y
recibir golpes, 115. Escuela para la vida, 120. «No hay que pin­
tar al diablo en la propia puerta», 124. La palabra divina en
una lengua sucia, 129.

Segunda parte

LA R EFO R M A IN ESPER A D A

4. En el camino hacia Wittenberg: Decisiones ames de la


R eform a............................................................................................... 137
Irrupción en la Edad Moderna, 137 I .útero, nominalista, 145.
Apertura al humanismo, 150. El maestro se hace monje, 151.
Hábitos e intrigas, 158. Reforma o unidad: la cuestión fun­
damental de una época, 164. Designado consejero de Dios, 169.
El tonto en Roma, 177.

5. La irrupción de la Reforma ......................................................... 182

D escu b rim ien tos en el cam in o, 18 2 . E l d iab lo y la clo aca, 186.


El reformador nato, 190. Con Agustín contra Aristóteles, 192. El
primer curso en Wittenberg, 196. «Hoy tenéis la Biblia», 203.

6. El refo'mador im pugnado............................................................ 212

La persecución de los cristianos ‘hoy’, 212. Mística para la vita:


Tauler y Staupitz, 218. Triple excomunión, 225. ;Fuera las in­
dulgencias!, 227. Las Escrituras o el Papa, 234. Contra el Papa
y el Emperador, 240.

Tercera parte

LA R EFO R M A AM ENAZADA

7. U na vida entre Dios y el diablo ..................................................... 255

Empujado y arrastrado, 255. Lulero y el Humanismo ilustra­


do, 258. E l hombre como cabalgadura, 265 Lutero y el funda­
mentalísimo, 267.
Indice 11

8. Discordias en la R efo rm a.............................................................. 274

El sacramento de los ‘necios', 274. Disputa por el sacramento


de la unidad, 281.

9. La cristiandad entre Dios y el d ia b lo ........................................ 297

Falsas alternativas, 297. El libro de los Salmos, libro de la Igle­


sia, 302. Iglesia de los confesores-iglesia de los mártires, 307.
Traicionado y vendido, 311. El futuro de la Iglesia: la Reforma
entre el fracaso y el éxito, 318.

10, Alegría matrimonial y paz mundial: A pesar del d ia b lo ...... 326

Placeres y pesares de la vida en pareja, 326. H ijos, iglesia y co­


cina, 332. Matrimonio, satisfacción y alegría, 333. Divorcio
y bigamia, 342. Caos y paz, 348.

11. La persona y sus h e c h o s ................................................................ 352

Un hombre contradictorio, 352. El artista de la lengua, 360.


Vino, mujeres y canciones, 365. Lutero hoy: una prueba, 369.
Enfermedad mortal, 371. Psicología en el lecho de muerte, 378.

Epílogo: Tal com o e r a ............................................................................... 385

Apéndice ....................................................................................................... 393

Lista de abreviaturas de fuentes y bibliografía citad as................... 395

Cuadro cronológico ................................................................................... 397

Fuente de las ilustraciones ........................................ 408

Indice onomástico 409


iI
INTRODUCCION

Descubrir al hombre que fue Lutero exige algo más que cuanto
la ciencia es capaz de ofrecer. Quienquiera que lo pretenda, se verá
obligado, dejando de lado el secular conflicto confesional, a conver­
tirse en contemporáneo suyo y a abandonar la propia imagen del
mundo y de la vida. Cuando la Iglesia era todavía igual al cielo y el
Emperador representaba el poder secular, este monje se alzó por en­
cima de las potencias del cielo y de la tierra. Sólo le quedaron Dios y
el diablo, su omnipresente adversario.
Lo que Lutero vivió, experimentó y descubrió en esta lucha, que
hubo de mantener tanto en su interior como hacia fuera, es lo que
le convierte sorprendentemente en un contemporáneo para quienes
vivimos en una época que ignora al diablo y sólo intuye a Dios,
No se busca aquí el Lutero ‘católico’, el ‘evangélico’ ni tan si­
quiera el ‘contemporáneo’. Nos toparemos, sin duda, con ellos. Pero
sobre todo trataremos de Martín Lutero entre Dios y el diablo. Por
lo demás, desde esta perspectiva se nos mostrará la totalidad de las
cuestiones: la Reformar, tal como se planteó en su tiempo y en su
vida; lo realmente inesperado de su aparición, y las amenazas a que
se vio expuesta tras la muerte de Lutero. Nuestro punto de vista se
dirige a su persona en la multiplicidad y variedad de sus rasgos. Va­
mos a rastrear de dónde vino y a dónde se dirigió y dónde, en fin, re-

13
14 Heiko A. Oberman

su!tó ser un obstáculo en su propio camino, convirtiéndose en causa


de la pérdida parcial de su propia eficacia.
Encararse con Martin Lutero no significa sólo seguirle los pasos
por los escenarios de la Reforma —-aunque también— ni hacer un
recuento de los principales puntos de su teología — aunque tam­
bién— , L o decisivo es captar plenamente su persona —-aunque sólo
sea momento a momento.
Así, nuestro objetivo tendrá, sin duda, un carácter científico, pero
en absoluto académico. En efecto, nuestra intención es indagar una
persona para quien sus asuntos fueron demasiado importantes como
para restringirlos al ámbito cerrado de la universidad y que no sólo
fue capaz de trazar unos límites, sino también de traspasarlos y dejar
una huella duradera en sus contemporáneos de cualquier estamento
social.

La finalidad del aparato de notas no es demostrar un conoci­


miento especializado, sino dar la posibilidad de Vigilar los tejemane­
jes’ del autor, Los datos sobre las fuentes habrán cumplido su come­
tido, si el lector de la presente obra se siente impelido a consultar
las obras del mismo Lutero.

No debe faltar aquí una palabra de especial agradecimiento. El


Institute for Advanced Studies o f the Hebrew University in Jerusa-
lem ha puesto a mi disposición de la manera más generosa espacio y
tiempo para escribir este libro. E n él se me concedió mucho más que
hospitalidad: Israel pone a los herederos de Lutero frente al reforma­
dor ajeno, extraño y a veces terrible. Allí es precisamente donde el
amor a Lutero no puede transmutarse en aquella adoración por él
que Lutero mismo calificó de herética.

Jerusalén, verano de 1982


Primera parte
LA ANSIADA REFORMA

El pueblo cristiano está atormentado.


Nadie arrepentido deplora su pecado»
un país oprime a otro cuanto puede,
la justicia camina con muletas;
el diablo ríe aho-a y seguirá tiendo,
pues no hay mayor tribulación
que la de un reino que a si mismo se destruye,
como ahora ocurre, según os explico,
pues emperador, rey, principes y señores
no se conceden el mutuo honor
de imponer un orden justo
para forjar entre todos un mundo cristiano,

María, reina soberana,


ruega por nosotros a tu hijo amado
y haz que se aplaque su enojo,
a Sn de que no juzgue con estricta justicia
a príncipes, señores, caballeros y siervos,
a clérigos y laicos y todos los sexos,
pues sería demasiado grave la justicia divina
que Dios en su trono habría de impartirnos.
Y con esto concluyo mi discurso.

Las ¿tundes guerras y confitóos


subidos Tedentetaenit! en todo ci mundo.
Nuremberg, 151.5.
Prólogo
PUGNA MAS ALLA DE LA MUERTE

1. «H a muerto el auriga del carro de Israel»

«Venerable Padre, ¿quieres morir manteniéndote fírme en Cristo


y su doctrina, tal como la has predicado?» Sí, es la respuesta que,
con voz clara, se deja oír por última vez. Cuando, en la noche del 18
de febrero de 1546, Martín Lutero yacía en su lecho de muerte en
Eisleben, lejos de su tasa, se v b obligado, una vez más, a convertir
en acto público el hecho más individual y privado del hombre. En
presencia de varios testigos convocados apresuradamente, Justus Jo­
ñas, su confidente desde muchos años atrás y entonces párroco de
Halle, le sacudió del brazo para estimular a su espíritu a realizar un
último esfuerzo. Lutero había solicitado siempre a Dios que le diera
“un hermoso momento final’; resistir al último y más implacable ene­
migo, Satanás, confiando en el Señor de la vida y la muerte, es un re­
galo divino en forma de liberación de la tiranía de los pecados y con­
vierte la agonía en un breve combate.
Pero en este momento se trata de mucho más que del propio
sino de abandonar el fhundo en paz y con la confianza puesta en
Dios. Desde las primeras luchas por su supervivencia durante las per­
secuciones en la antigua Roma, la señal patente de los verdaderos hi­
jos de Dios, de los confesores y los mártires, es la tranquila firmeza
en el momento de la muerte. El lecho de muerte de la posada de Eis-
18 La ansiada Reforma

leben se convierte en escenario — en torno a Lutero no hay sólo ami­


gos; también los adversarios acechan allí.
Ya en el año 1529, el primer ‘biógrafo’ de Lutero, Johannes Co-
chláeus, había representado a la vista de todos, en latín y alemán, al
odiado Lutero com o el dragón de las siete cabezas, el engendro del
diablo. E n más de un libelo se había anunciado repetidas veces su
muerte miserable y desesperada, abandonado de Dios. Ahora se ha­
cía realidad aquel final que sus amigos habían temido y sus enemigos
anhelado. ¿Quién reclamará su posesión y se presentará a recogerla,
Dios o el diablo?

£1 Lutero de siete cabezas: Doctor, Martín, Luteio, Predicador, Exaltado, Visitador y


Barrabás, ol sedicioso. Portada (xilograbado) de la obra Lutbem s septiezps, de Johan-
nes Cochlaus, 1529,

Los creyentes sencillos se figuraban literalmente el zarpazo del


diablo a las almas, mientras que el mundo ilustrado y académico es­
taba convencido de que el inicio del viaje al infierno podía set médi­
camente diagnosticado en forma de ataque cardiaco: de manera
abrupta y sin previo aviso, sin que la Iglesia pueda suministrar su úl­
timo auxilio, el diablo corta el hilo de la vida caída en sus garras.
Pugna más allá tic la muerte 19

Esa es la razón de que los amigos de Lutero, sobre todo Melanch-


thon, subrayen en sus primeros informes que la causa de la muerte
no fue una apoplejía súbita y por sorpresa, sino una debilitación pro­
gresiva de sus fuerzas vitales: Lutero se despidió de la vida y entregó
su espíritu en manos de Dios.

Condenado y arrastrado por los servidores de Satanás a las fauces del diablo. Dibujo
de la obra Dcr A nlkhrhl, Constanza, 1476.

L o que estaba en juego en la controversia sobre su muerte no era


sólo Lutero, engendro del diablo o don de Dios, sino también la legi­
timidad de la Reforma. Lutero no es únicamente su iniciador, que en
los últimos años se mantuvo, al parecer, al margen de los grandes flu­
jos del movimiento. E s, además, su dirigente venerado o maldito,
pero siempre escuchado, como profeta o com o instigador, hasta sus
últimos días y mucho más allá de su muerte. Para amigos y enemigos
ésta fue algo más que el fin de una vida. Por eso Justus Joñas toma la
pluma poco después del fallecimiento del Doctor Martinus, hacia las
tres de la madrugada del 18 de febrero, en la idea de informar acerca
de las últimas veinticuatro' horas del difunto. Sus noticias no van diri­
gidas en primer lugar a la viuda, sino al señor territorial, el príncipe
elector Juan Federico y, luego, a sus compañeros de Wíttenberg. Si
Lutero, nacido el 10 de noviembre de 1483 como hijo del sencillo
minero Hans Luder, hubiese muerto en sus años jóvenes, la historia
20 La ansiada Reforma

Todos los hombres? señores y siervos, pobres y ricos, son iguales: un entramado de
huesos amenazado por el infierno, U muerte y el demonio. Xiiograbado procedente
de Ulm,
Pugna más allá de la muerte 21

habría pasado impávida por encima del duelo de sus padres. Pero,
ahora, su muerte es asunto de Estado. Y si al día siguiente de su na­
cimiento, día de san Martín, fue llevado a la pila bautismal con total
naturalidad, ingresando así en la vida de la Iglesia, en este otro mo­
mento los espíritus se hallan escindidos sobre la cuestión de si había
fallecido com o hijo de la Iglesia, dada la excomunión papal que pe­
saba sobre él.
Los últimos días de Lulero lo habían visto aún radiante de ale­
gría, tal como lo conocían y apreciaban sus amigos Había concluido
con éxito una misión difícil; el motivo de su viaje de Wittenberg a
Eisleben era el arbitraje en una aburrida disputa entre los dos con­
des de Mansfeld, los hermanos Gebhard y Albrecht, Lutero debió to­
mar asiento durante varias horas entre los dos bandos y atender a las
agudezas de aquellas gentes que, desde sus años de estudiante en Er-
furt, no quería ni ‘oler’: los juristas de la administración. Finalmente,
después de los catorce correosos días que duraron las sesiones de ar­
bitraje, las posturas se habían acercado, consiguiéndose una reconci­
liación — temporal— . Había, pues, motivos para estar alegre. Lutero
tenía la sospecha de que moriría en Eisleben, su lugar de nacimiento.
Pero no le preocupaba hallarse próximo a su muerte, por más que
estaba seguro de ello: «Cuando regrese a Wittenberg, me introduciré
en mi ataúd y daré de comer a los gusanos un orondo doctor.» El
arte de la Baja Edad Medía, al representar al hombre como el esque­
leto de una radiografía, recordaba a todos que el vigor, la belleza y la
riqueza distan sólo un respiro del baile de huesos de ia danza de la
muerte. Eso b sabía el ‘orondo doctor’, no como relato estremecedor
y moralizante, sino en cuanto realidad existencial en la frontera con
la eternidad.
La noche anterior a su muerte se había bromeado, como tan a
menudo solía hacer él en Wittenberg sentado a la mesa, mientras se
charlaba de teología. Alguien le preguntó: ¿Volveremos a ver en el
cielo a nuestras amadas, señor Doctor? Es muy posible, fue la res­
puesta, que nuestra renovación espiritual sea tan grande que nos re­
conozcamos mutuamente de la misma manera como Adán, tras su
sueño, reconoció por esposa a Eva, recién creada. Y tampoco en el
infierno, por presentar la otra cara tenebrosa de la moneda, se sepa­
rará el cuerpo del espíritu. Lutero cuenta la historia de una persona
atormentada por un hambre tan grande que se entregó al demonio
para llegar a comer hasta hartarse. Tras haberse dado la gran comí-
La ansiada Reforma
22

lona, apareció el diablo pidiendo el pago de la deuda. Pero el deudor


le recordó furioso que el demonio debía esperar hasta su muerte,
pues sólo le había vendido el alma. Pero éste tenía la respuesta lista:
Si alguien compra un caballo, ¿no se le dan también las riendas? En
efecto, hubo de admitir aquel individuo. Pues bien, dijo el diablo, el

Retrato de Latero difunto, dibujo i pincel reaiuado en el mismo lecho de muerte


por Lucas Foitnagel (Furttnagel), 18/i 9 de febrero de 1456.
Pugna más allá de Ja muerte 23

alma es el caballo y el cuerpo las riendas. Y se apoderó del hombre,


con alma y cuerpo.
Los barruntos de muerte de Lutero se habrían de convertir en
realidad justo un día después. Nunca regresó ya vivo desde el lugar
de su nacimiento al de su vida activa, Wittenberg. Para el mediodía
del 18 de febrero, un pintor concluyó el retrato que habría de mos­
trar los rasgos distentidos de las últimas horas, a fin de poder atesti­
guar el aspecto de una muerte dichosa no sólo a la familia y los ami­
gos, sino, sobre todo, a la posteridad, incluso desde la lejanía del
tiempo.
E i cadáver fue acompañado de ciudad en ciudad, pasando de
una guardia de honor a otra, y, tras dos días de viaje, llegó en fúne­
bre cortejo a Wittenberg, capital espiritual del electorado de Sajorna.
La gente afluyó en masa a sus funerales de cuerpo presente. Se pro­
nunciaron los primeros discursos necrológicos llenos de conmoción,
aunque sin la mezcla posterior de pedantería científica y sacraliza-
ción protestante.
Tres días antes del cortejo fúnebre, la mañana del 19 de febrero,
había llegado a Wittenberg el mensaje urgente de Justus Joñas. Ni la
ciudad ni la universidad estaban mínimamente preparadas para se­
mejante noticia. Felipe Melanchthon, compañero de lucha y colabo­
rador de Lutero, había acudido a clase, como era su costumbre du­
rante el semestre académico, y exponía a sus estudiantes la epístola a
los Romanos del apóstol Pablo. Cuando se encontraba en mitad de la
lección, llegó el enviado urgente con el anuncio de la muerte. Melanch­
thon lucha por no perder e¡ control, no se siente en condiciones
de seguir hablando y se limita a informar del suceso a sus estudiantes
Con palabras entrecortadas; al final, fuera de sí, exclama: «Ha muerto
el auriga y el carro de Israel» — «Acb, obiit auriga et currus Israel»
(2 Reyes 2, 12). Es el grito aterrado de Elíseo, al ver marchar hacia el
Cielo al profeta Elias en un carro de fuego.

2. La historia a la sombra del fin del mundo

Junto con el manto del profeta Elias, Elíseo recibió su oficio y su


misión; en cambio, el hecho de que Lutero no contara con un suce­
sor muestra a las claras lo profundo del foso abierto por su muerte.
La grandeza carismática del reformador había proporcionado a la Re-
24 La ansiada Reforma

forma impulso y empuje, pero ahora se proyectaba como una sombra


oscura sobre el futuro del movimiento reformista. El mismo Lutero
no había tomado ninguna providencia, no por desatención ni auto-
complacencia, sino porque estaba convencido del poder del Evange­
lio descubierto de nuevo, al que consideraba suficientemente pode­
roso como para abrirse camino por sí mismo incluso en reedio del
desconcierto que, como a menudo había predicho, seguiría a su
muerte — aquel desconcierto ante la victoria divina, del que Lutero
temía que conmoviera profundamente a la levantisca Alemania con
la discordia y la guerra civil— . Y así sucedió.
Tras la muerte de Lutero, nada hacía pensar, en efecto, que la
Reforma tuviera posibilidades de pervivir. El Papado, desposeído de
la euforia que le había deparado el Renacimiento, se encaró, por fin,
a la crisis eclesiástica poniendo en acción todas sus fuerzas Fue de
gran trascendencia la decisión de Pablo III de autorizar a Ignacio de
Loyola la fundación de los jesuítas, que debería contrarrestar la ven­
taja doctrinal alcanzada por el protestantismo. A continuación se lo­
gró convocar, por primera vez después de algunos siglos — desde
Inocencio III y el IV Concilio de Letrán (1215)— , un concilio ponti­
ficio (Trente, 1545), que pudo congregar a obispos llegados de regio­
nes lejanas de toda Europa e impuso su autoridad entre los antiguos
cristianos con sus medidas reformatorias. Tres semanas después de la
muerte de Lutero se colocó en Trento — de nuevo en suelo ale­
mán— una primera piedra doctrinal católico-romana cuya influencia
se habría de hacer sentir hasta el día de hoy, mediante la decisión de
aceptar «con idéntico respeto» tanto las Escrituras com o la tradición
eclesiástica y dejar en manos de «la Santa Madre Iglesia», en cuanto
autoridad única, la determinación del sentido de dichas Escrituras
— aquella Madre Iglesia romana condenada por el descubrimiento
reformista de Lutero.
Pero no era sólo el Papado quien se encontraba en vísperas de
una victoria decisiva: también el otro poderoso enemigo de la Re­
forma, el emperador Carlos V, se hallaba en la misma situación. Po­
cos meses después de la muerte de Lutero, en julio de 1546, estalló
en el Imperio alemán la guerra civil, una guerra entre la liga político-
militar de los estamentos protestantes y el Emperador, unido a sus
aliados. El ‘Judas de Meifien’, el duque Mauricio de Sajonia, de con­
fesión evangélica, hizo posible el golpe aniquilador asestado al ‘cabe­
cilla’ de la Liga protestante de Esmalcalda, Juan Federico, elector del
21
Pujna más alió de la muerte

mismo principado. El ‘traidor’ se pasó al bando del Emperador y


•tacó por la espalda a su primo, el elector. Los canónigos de la cate­
dral católica de Meifien celebraron la victoria imperial de Mühlberg
Con un Te Deum. Ese mismo día sus torres quedaron destruidas en
un incendio provocado por un rayo, hecho que el pueblo interpretó
Como un juicio de Dios.
El Em perador se encontraba en la cima de su poderío. En la
Dieta imperial de Augsburgo ,1548) obligó a los aplastados protestan­
tes a aceptar el ‘lnterim’, aquella imposición religiosa que debería
mantener su validez mientras no se alcanzara (interim; ‘entretanto’)
la decisión vinculante del Concilio y cuya intención era estrangular la
Reforma. Enseguida se dio la puntilla al movimiento reformista flore­
ciente en las ciudades; la resistencia fue eliminada en brevísimo
tiempo, sobre todo en las ciudades imperiales del sur de Alemania, y
los protestantes recalcitrantes sufrieron el destierro. La ciudad impe­
rial de Constanza se atrevió a rechazar el lnterim y el Emperador la
recatolizó, rebajándola a la categoría de ciudad menor. Quince meses
después de la muerte de Lutero, el 19 de mayo de 1547, 'Wittenberg
tuvo que capitular. Su protector, Juan Federico, perdió el rango de
elector junto con una gran parte de sus tierras. Sólo le quedaron las
regiones de Turingia en torno a Weimar, Eisenachy Gotha.
La otra vía para la imposición de la Reforma, el camino de la po­
lítica eclesíal, quedó cortada aún antes. En este caso se trataba de ga­
nar a los obispos para los propósitos de la Reforma, a fin de consti­
tuir así una iglesia nacional alemana. Aquí, Colonia desempeñó la
principal función. Todas las miradas estaban puestas en Hermann
von W ied, convertido a la confesión evangélica, com o principe elec­
tor y arzobispo de Colonia. Transcurridos una semana y un año de la
muerte de Lutero hubo de ceder también él al poder del Emperador
y renunciar a su dignidad episcopal y electoral. Su sucescr restauró
en Colonia la antigua fe. Con las traiciones de los principes, el dic­
tado imperial y los decretos papales, ¿quién podía imaginar un futuro
para la Reforma en Alemania?
El 22 de febrero, Melanchthon pronunció en latín una oración fú­
nebre en honor del difunto en nombre de la universidad. Fue una
despedida con palabras claras: Lutero había sido un «médico se­
vero», «el instrumento de Dios para la renovación de la Iglesia». No
aparecía en ellas huella alguna de esa insinceridad de que son vícti­
mas hasta las personas más honorables cuando, anticipándose al jui-
26 La ansiada Reforma

cío final, deben proclamar ante la tumba abierta los frutos de una
vida. En un momento como aquel, en que por una profunda turba­
ción sólo se encuentran expresiones para lo bueno, no calló la impe­
tuosa mordacidad de Lutero, la vehemencia de sus polémicas.
Sin embargo, Melanchthon, cuyas cualidades de hombre y cientí­
fico hacían de él una persona enteriza y una de las figuras más impre­
sionantes de la época de la Reforma, transmitió al mundo una ima­
gen de Lutero que — encomiada o condenada-— oculta el acceso a
aquello que Lutero sentía o entendía de sí mismo. ‘Mordaz’, desde
luego; así lo experimentó Melanchthon en carne propia; peto ‘mé­
dico’, no. Un ‘instrumento de Dios’: así se consideraba Lutero a sí
mismo; no veía, sin embargo, esa ‘renovación de la Iglesia’. Justo un
año después del discurso fúnebre de Melanchthon, su ojeada retros­
pectiva quedaba desmentida en lo que tenía de predicción, Era evi­
dente para todos que aquel instrumento había perdido eficacia; el
médico había tenido, sin duda, éxito en su primera operación, pero
el paciente, la Iglesia, sufría y estaba más cerca que nunca de la
muerte.
Finalmente, en el año 1555 parece presentarse a la vista el final
de los padecimientos. En la Dieta imperial de Augsburgo se consi­
guió una paz de religión, resultado de otra nueva traición del duque
Mauricio. Al aliarse con el Emperador había obtenido la dignidad de
príncipe elector de Sajonia tras la guerra de Esmalcalda; en 1552 se
alzó contra él, le arrebató la victoria y le forzó a huir de su sede de
gobierno en Innsbruck. Clarividente o taimado, inteligente o infame,
al margen de juicios morales, el resultado del doble giro de Mauricio
tuvo consecuencias duraderas; aseguró a las iglesias reformadas la su­
pervivencia en el Imperio en el siglo xvi, tras haber desbaratado para
los representantes estamentales protestantes la seductora posibilidad
de imponerse com o ejecutores en la tierra de la reforma de Dios.
Tampoco la paz alcanzada en Augsburgo fue una victoria para los
protestantes; ni siquiera fue una paz de religión, sino más bien un
compromiso (Ausgleich)en tre príncipes.
Los derechos de protección sobre la Iglesia, a los que desde ha­
cía ya tiempo, desde la Baja Edad Media, aspiraban los señores terri­
toriales, fueron reconocidos por escrito para el ámbito del Imperio
alemán. El compromiso entre los partidos litigantes consistía en que
ni el Emperador ni el Papa, sino cada uno de los señores territoriales,
decidiría sobre la confesión de sus súbditos; Cuius regio, eius religio.
Pugna más allá de la muerte 27

N o obstante, fuera del Imperio, y no sólo en las tierras habsburgue-


sas, los evangélicos quedaron expuestos a las persecuciones que tan a
menudo terminaban en las galeras o la hoguera. Cuando el 9 de octu­
bre de 1555, dos semanas después de esta ‘Paz de religión’, murió
Justus Joñas, el amigo de siempre y testigo presencial de la muerte de
Lutero, se introdujo en la vida de las iglesias regionales y territoriales
la ‘renovación de la Iglesia’... y quedó atrapada en ellas. A Joñas le
tocó aún ver cómo de la Reforma de Lutero surgía el luteranismo.
E l año 1648, concluida la Guerra de los Treinta Años, la primera
guerra mundial de la historia europea, el Papa y el Emperador consi­
guieron por fin una solución religiosa global, a) menos para al norte
de los Alpes y los Pirineos. El compromiso señorial se aplicó también
a los calvinistas, junto con luteranos y antiguos creyentes. Pero esta
paz, acordada en Münster y Osnabriick, se debió a la politización del
luteranismo escandinavo y a un calvinismo militante en el sur y el su­
doeste, (los hijos de la Reforma nunca previstos por Lutero. Las ge­
neraciones posteriores han emitido sentencias muy dispares. Por un
lado, la Reforma se redujo al común denominador de ‘cisma eclesial’,
mientras se lamentaba la consiguiente debilitación de la cristiandad;
se ocultaba así persistentemente el hecho de que la Iglesia se hallaba
dividida desde hacía largo tiempo (10541 en una comunidad griega
oriental y otra latina occidental. Por otro, se impuso la interpretación
según la cual en los años de 1555 y 1648 se fijaron hitos en el ca­
mino hacia la emancipación religiosa. Efectivamente, tales hitos hicie­
ron posible que la voz de Lutero permaneciese viva hasta hoy y que
su persona pudiera descubrirse incesantemente en sus obras — que, a
pesar de los deseos imperiales y papales, no fueron ni destruidas ni
mutiladas— Amigos y enemigos no pueden menos de coincidir en
que la guerra de religión y entre potencias de los Treinta Años cayó
como un azote sobre Alemania y paralizó, cuando no destruyó, espe­
ranzas ampliamente alentadas de reavivar la fe y la cultura, la piedad
y la educación. La vinculación de Alemania a la Ilustración europea
se vio dramáticamente frenada por esta guerra — con consecuencias
perceptibles aún hoy.
La persecución y "la defensa de la Reforma han dejado en la
Edad Moderna sus huellas y heridas profundas e incurables. Pero
tanto el gozo por la renovación com o el duelo por la escisión trastor­
nan el acercamiento a Lutero tal como éste se vio a sí mismo y a su
tarea según él la entendió. Nunca presumió de ser el médico de la
28 La ansiada Reforma

Iglesia ni consideró que fuera su tarea conseguir su renovación. La


oposición constante a la Reforma no le sorprendió ni le llamó a en­
gaño. Pero seguro que se habría sentido decepcionado si hubiese
llegado a sospechar que la última venida de Dios, el regreso de
Cristo para el día del Juicio Final iba a hacerse esperar tanto que aún
se llegada a celebrar el quinto centenario de su nacimiento en la
tierra.
La periodización de Lutero responde a patrones totalmente dis­
tintos de los de modernidad e Ilustración, progreso y tolerancia. No
le habría supuesto esfuerzo alguno consentir en la limitación del mo­
vimiento evangélico si hubiese sabido que la renovación de la Iglesia
sólo podía esperarse de Dios y, por otra parte, al final de los tiempos.
Según los pronósticos de Lutero, el diablo no habría de soportar to­
lerante el redescubrimiento del Evangelio, sino que aún se sublevaría
con violencia y concentraría todas sus fuerzas contra él. La Contra­
rreforma precederá a la reforma de Dios; los ‘progresos’ del diablo
caracterizan el fin de los tiempos; en efecto, el demonio, el negador,
nunca está lejos de donde opera Dios, en los hombres y en su his­
toria.
Pretender entender a Lutero exige leer su historia de forma dis­
tinta a lo habitual: se trata de una historia sub spede aeternitatis, es de­
cir, a la luz de la eternidad, pero no bajo el tenue resplandor de un
constante progreso hacía el ciclo, sino a la sombra del caos del fin de
los tiempos, inicio de una eternidad que se aproxima.
pftulo 1
N ACONTECIMIENTO ALEMAN

1, El príncipe elector Federico el Enigmático

Estos alemanes son increíbles, opinaba el embajador de Venecia


en la Dieta de Augsburgo en su informe del verano de 1518 a la Se­
ñoría. En ella pelean príncipes y diplomáticos a la búsqueda de un
compromiso entre el Emperador y los señores territoriales en benefi­
cio del bien com ún, pero la olla de rumores entre pasillos perturba
estos esfuerzos y siembra la desconfianza por razones nimias: la ex­
cusa es una disputa teológica en tom o a las bulas. El embajador no
habla de oídas ni de manera imprecisa; puede citar incluso nombres:
los implicados son un monje llamado Lutero y un profesor de Ingol-
stadt, de nombre Johannes Eck. Resulta ridículo desviarse de la reali
dad por un asunto de bulas. Y, enseguida, el informe vuelve otra vez
a la política.
La república de Venecia, una potencia financiera, mercantil y ma­
rítima, que vive del libre acceso a todos los puntos del Mediterráneo,
ve en juego intereses vitales. En el orden del día de la Dieta impenal
aparece el penique de fas cruzadas, el impuesto general del Imperio
para la guerra santa, que ha de ser recaudado en los territorios ale­
manes y, sobre todo, en las florecientes ciudades, para que Occidente
pueda defenderse por fin de forma decisiva y hacer frente con efica­
cia al peligro procedente dei Este.

29
30 La ansiada Keformi

Constantinopla, la antigua potencia en la vanguardia de la lucha


contra los turcos, había caído medio siglo antes, en 1453, de manera
que las tradicionales zonas de comercio de Venecia, Grecia y el L e­
vante, estaban insuficientemente protegidas contra los asaltos del po­
d er otomano. Por otra parte, Venecia se hallaba dentro del espacio
vital de los estados de la Iglesia, agresivamente expansivos, y estaba
por tanto ardientemente interesada en distraer la atención del Papa
de Italia y contenerlo mediante una guerra en el Este. Un Emperador
y un Papa ocupados en una cruzada contra los turcos serían los me­
jores protectores de la independencia de la República.

E l 28 de agosto de 1518, el emperador Maximiliano I firmó en


Augsburgo un armisticio que debía poner un fin provisional a su en­
conada lucha contra Venecia. De ese modo tendría las espaldas cu­
biertas para llevar a cabo una cruzada contra el sultán. Pero el punto
decisivo estaba en saber si los estamentos del Imperio otorgarían los
impuestos necesarios para una guerra, pues Maximiliano se hallaba
endeudado hasta el límite de la bancarrota estatal. De todos modos,
en el asunto del penique contra los turcos el Em perador podía con­
tar con el total apoyo de Roma.
El papa León X había enviado com o legados suyos a la Dieta im­
perial a dos miembros de alto rango del colegio cardenalicio: uno era
Mattháus Lang, hijo de una familia burguesa de Augsburgo y confi­
dente de la casa habsburguesa; el otro legado, Cayetano, llamado así
por su lugar de nacimiento, Gaeta, procedía de Italia, y su principal
cometido era el de ayudar a superar la oposición claramente perfi­
lada en contra del impuesto de la Cruzada. El italiano no llegaba con
las manos vacías. El 1 de agosto de 1518 entregó en Augsburgo al jo­
ven príncipe elector Alberto de Brandeburgo, arzobispo de Magun­
cia, solemnemente — y gratis— las enseñas del cardenalato. También
se tuvo en cuenta a Mattháus Lang. Cayetano le confirmó por en­
cargo del Papa la candidatura a la sede d e Salzburgo, uno de los más
importantes arzobispados alemanes. Finalmente, en la tarde de este
festivo primero de agosto, también el Em perador se vio altamente
honrado — y comprometido— . Cayetano le entregó el sombrero y la
espada benditas, símbolos del caballero cruzado cristiano.
Sin embargo, cuando el 5 de agosto el cardenal abordó en un dis­
curso en latín el meollo de la cuestión y abogó por la cruzada contra
los turcos, se había esfumado cualquier rastro de la eficacia de estos
Un acontecimiento alemán 31

distintivos papales. Los representantes del Imperio ni siquiera se


mostraron corteses, sino que presentaron con vehemencia los anti­
guos gravamina y expusieron las quejas de la nación alemana, sobre
todo en lo referente a la política impositiva de la Iglesia, contra las
intromisiones de Roma en los derechos de los estamentos soberanos
y contra el interminable trapicheo practicado por la curia con los be­
neficios de la iglesia alemana; [no había carrera cuyos caminos no pa­
saran por Roma!
Federico el Prudente, señor territorial del electorado de Sajonia,
aparece en vanguardia cada vez que se trata de la liberación de las
pretensiones del poder espiritual. Entre ellas no se cuenta sólo la lu­
cha contra las constantes intromisiones en los derechos soberanos de
los príncipes por parte de la curia; también se deberá poner coto al
gobierno de los obispos locales, en competencia con el de los señores
territoriales. Los príncipes tenían aún que combatir por aquello que
muchas ciudades imperiales libres ya habían logrado; la independen­
cia respecto a los derechos de soberanía secular de la Iglesia. En
1518 el asunto de Lutero, apenas tenido en cuenta fuera de Alema­
nia, fue en Augsburgo uno más entre muchos otros puntos conflicti­
vos en el marco de estos enfrentamientos en torno al gobierno de la
Iglesia en los territorios alemanes.
A Cayetano, el legado cardenalicio romano, se le encomendó la
tarea de encontrar una solución para el caso ‘Lutero’, que salvaguar­
dara los derechos de Roma en el punto central de la soberanía de la
Iglesia, sin provocar al príncipe elector de Sajonia. De ese modo, en­
tre el 12 y el 15 de octubre de 1518 — tras la conclusión de la Dieta
imperial— tuvo lugar en la casa de los Fugger en Augsburgo el pri­
mer y último interrogatorio al que se habría de someter Martín Lu­
tero. Cayetano había dicho anteriormente al príncipe elector que se
comportaría ‘como un padre’ y no ‘como un juez’. Pero todos sus es­
fuerzos fueron vanos y las artes de convicción tuvieron tan poco
efecto como las palabras duras. Al fina!, el legado no tuvo más reme­
dio que constatar que el fraile debía ser tratado com o hereje, pues
no estaba dispuesto a doblegarse ante la Iglesia y retractarse.
Con esto Cayetano dio por concluido el asunto. De acuerdo con
su promesa, no había hecho apresar al monje de Wittenberg, a pesar
de su terquedad, y, tal como había aconsejado el Papa, emitió una
sentencia cuya ejecución se solicitaba insistentemente de Federico:
Exhorto y ruego a vuestra Alteza que atienda a su honor y a su con-
32 La ansiada Reforma

ciencia y ordene al hermano Martin acudir a Roma o lo expulse de


sus dominios. Vuestra Alteza no debería permitir que, por culpa tan
sólo de un frailecillo — «propter rnutn fraterculum »— , cayera seme­
jante infamia sobre el honor de su familia 1.
El embajador de Venecia y el legado del Papa estaban extraña­
dos p o r igual de que una Dieta imperial alemana se dejara influir por
tales asuntos sin importancia y que el ridículo parloteo de los monjes
distrajera a un príncipe elector hasta el punto de perder de vista las
necesidades de la política ;Típicamente alemán; impensable en otras
partes!
Típicamente romano: así expresaba la parte contraria su malestar.
Y a tenemos otra vez a los astutos güelfos dispuestos a setvirse de no­
sotros, los tontos alemanes, para sus intereses. El conjunto de toda
una Dieta imperial, al igual que un elector particular, se debía a los
intereses políticos de Alemania y no a los de Roma. Desde el punto
de vista de los estamentos imperiales, la emancipación de la curia era
una de las exigencias nacionales irrenunciables que se debía imponer
de una vez por todas.
Los príncipes territoriales, sobre todo Federico, entendían la po­
lítica en un sencido más amplio que hoy. La política no tiene que ver
sólo con el bien común secular, sino también con los requisitos y
condiciones para la salud eterna de los habitantes de las ciudades y
del campo. Esa fue la razón de que Lutero pudiera dirigirse en
agosto de 1520 con su escrito político más famoso «A la nobleza cris­
tiana de la nación alemana» [An den christlichen Adel deutscher Nailon]
Las autoridades de este mundo encontraron en él el fundamento bí­
blico para su responsabilidad en el cuidado de su territorio y su igle­
sia territorial, practicada de antiguo: quien, fiel a Roma, abandone el
bienestar de la Iglesia en manos de las ‘cortesanas’, de los hombres
de la curia, lesiona sus deberes de príncipe cristiano
Cayetano no demostró demasiada habilidad al apelar a ios ante­
pasados de Federico, pues, ya antes de la división de los territorios
de Sajonia e:i 1485, la casa soberana de los Wettin había intervenido
abiertamente contra las pretensiones jurisdiccionales de la jerarquía
eclesiástica. Antes de que Lutero atacara de forma aparentemente re­
volucionaria los derechos del Papado en sus tesis sobre las indulgen
cias de octubre de 1517, el elector de Sajonia, Federico II, había li-*

‘ WABr 1. 235, 88; c. 25 de octubre de .1.518.


Un (conteciinieiuo alemán 33

Federico el Prudente y su hermano Juan el Comíanlo, príncipes electores de Sajonia.

mitado sensiblemente los derechos del Papa a la distribución de


indulgencias. Cuando en 1458 el papa Calixto 111 promulgó indul­
gencias contra los turcos, Federico II pasó al ataque. E l legado ro­
mano debió declarar su conformidad con la transferencia de la mi­
tad de los ingresos a las arcas del elector. Las medidas de control
destinad as a asegurar un reparto ju s to de los cob ros entre el Papa
y el Estado demuestran la escasa confianza del señor territorial en
34 La ansiada Reforma

el legado pontificio. Todo el dinero se guardaba en grandes 'cajas pe­


nitenciales’, provistas cada una de ellas de dos cerraduras que sólo
podían abrirse con la llave de los consejeros municipales encargados
de tal fundón. Para que todo el dinero llegara efectivamente a estos
depósitos de les ingresos por indulgencias, el príncipe asignaba al le­
gado papal un controlador, cuyos informes solían confirmar plena­
mente la desconfianza del soberano 2.
A comienzos del siglo, cuando Sajonia llevaba ya diecisiete años
dividida, los señores territoriales, el elector Federico el Prudente por
un lado y el duque Jorge el Barbudo, por el otro, supieron defender
de diversas maneras sus intereses en la cuestión de las indulgencias.
Así, en 1502 se promulgó nuevamente una bula con indulgencias
contra los turcos; ambos soberanos ordenaron la total incautación de
los ingresos al comprobarse que, una vez más, la campaña contra los
turcos se quedaba en nada. Este tipo de incidentes explica que ‘.el
frailecillo’ no desapareciera de la escena alemana sin decir ni pío. Sin
embargo, ¿por qué el prudente Federico tomó partido por Lutero de
forma semejante? Su no a Cayetano vinculó sus tierras con la Re­
forma para las duras y las maduras en los siguientes años, hasta el
punto de que, al final, su nieto Juan Federico acabó perdiendo la
dignidad de elector al tener que firmar el 19 de mayo de 1547 la ca ­
pitulación Wittenberg, tras su aniquiladora derrota contra el Empe­
rador en las guerras de religión.
Ninguna respuesta puede pasar por alto el hecho de que Fede­
rico actuó como un principe territorial cristiano. Las convicciones re­
ligiosas señalan los límites de su capacidad de compromiso y se
muestran como factores de su política de Estado. No se ha de olvi­
dar que estos factores, que hicieron posible al principio la reforma
del electorado de Sajonia, fueron también causa de la catástrofe mili­
tar. El 24 de abril de 1547, el príncipe elector fue sorprendido en
Mühlberg por las tropas imperiales porque éstas habían logrado
avanzar hasta las orillas del Elba sin ser observadas, pues Juan Fede­
rico había dado preferencia al servicio divino sobre el militar, orde­
nando retirar todos los puestos de vigilancia que podrían haberle in-

2 Akten und Brtefe zur Kirchenpnlitik Her^og Gcorgs von Sachsen, ed F, Gess,
voL 1, Leipzig, 19C5, Intruduccíón, p. LXV11.
Un acontecimiento alemán 35

Iglesia del castillo de Wittenberg, en cuya puerta fueron clavadas las tesis el 31 de
octubre de 1317: Portada del libro W iltenbergzr lleiligtum sbuch, catálogo de la colec­
ción de reliquias reunida por Federico yjuan en la iglesia del castillo de Wittenberg,
impulsados por la preocupación por la salvación de sus súbditos. En él se recogen
datos precisos sobre las indulgencias que allí podian ganarse. La obra fue ilustrada
por Lucas Cranach el Viejo, Wittenberg, 1509.
36 La amiada Reforma

formado de los movimientos del Emperador. La imagen del príncipe


orante, convencido de que él y su ejército están protegidos por Dios,
tiene su modelo en la conformidad de Federico el Prudente durante
la guerra de los campesinos: «Si Dios lo quiere así, el hombre común
acabará gobernando. Pero si no es su voluntad y no está previsto de
esa manera en alabanza suya, pronto cambiarán las cosas» Así se lo
hace saber el anciano príncipe elector a su impaciente hermano, el
duque Juan, el 14 de abril de 1525, a menos de un mes de su muer­
te, que ocurriría el 5 de mayo.
La confianza en la providencia está en contradicción con la fe re
formista. Los duros escritos del reformador en contra de los campesi­
nos, junto con las condenas por el derramamiento de sangre por las
hordas de éstos, constituyen al mismo tiempo una fuerte critica diri­
gida a los príncipes que no actúan con ‘confianza' sino coa ‘aban
dono’. Contar con que Dios dirige la historia y con su juicio conde­
natorio es un asunto que pertenece al ámbito de la fe y no exonera al
señor territorial del deber de cumplir con las tareas propias de su
función de príncipe y prestar belmente sus servicios por el breve
plazo concedido hasta el momento final de los mismos en este
mundo.
Donde quiera que se manifiestan con claridad las creencias de
Federico, resulta perceptible su distandamiento de la Reforma, y Lu
tero las combatió abiertamente. Muy poco después del estallido del
conflicto por las indulgencias, éste abrió un frente contra cierto tipo
de culto a los santos falso, poi egoísta 1 — con ataques claros contra
la colección de reliquias de la iglesia del palacio de Wittenberg, que
eran el orgullo de Federico— . E n el año 1523, al concluir su esbozo
de nueva liturgia, la Formula Missae, Lutero puso en evidencia y pro
vocó a su señor territorial ante todo el mundo, al hablar de los mal
ditos intereses financieros del príncipe, quien con su colección de re
liquias había degradado su iglesia palaciega, llamada de «Todos los
Santos, o, mejor, de todos los demonios» *5, hasta convertirla en una
fuente de dinero. Semejante afirmación no bacía justicia a Federico.
Es extraño que Federico, atacado siempre tan duramente, asegu­
rara y garantizara a Lutero su libertad de de acción, a pesar de todas

15 Neues Urkundcnbuch zur Geschichtc der cvangelischen Kirchenreforma-


lion, cd. C, E, Fíirñtemann, vol, 1, Harnburgo, 1842, 259,
“ WABr 1. Est« jidcjo debe fecharse el 31 de diciembre de 1517 y no ce 1518.
5 WA 12, 220, 4-14.
U n s c o n te c im íe n U ) a le m á n 37

lis torm entas provocadas por su controvertido profesor universitario y


de su desagrado ante más d e un defensor radical de la Reform a. Al fi-
n i! de sus días, en el le ch o de m uerte, d io testim onio pú blico de su
llejam ien to de la antigua fe al hacerse ofrecer en el sacram ento de la
cen a pan y vino, en con tra de la d octrina papal, siguiendo la institu­
ción de Cristo — según las enseñanzas d e L u te ro — . Seguram ente no
(uc en contra de la última voluntad del fallecido el que se llamara al
hereje desterrado para q u e modificase la liturgia funeral de acuerdo
con los principios de su nueva organización de los servicios divinos y
pronunciase el discurso fúnebre. De ese modo, Fed erico el Prudente
(ue llevado a la tumba el 11 de m ayo de 1525 con más innovaciones
ilc la s q u e estuvo dispuesto a aceptar en vida.
E ste prín cipe ha sid o considerado tan enigm ático por la p osteri­
dad com o por sus contem poráneos. Reservado y tímido, vacilante en
au acciones hasta la incapacidad para tom ar una decisión, nada dis
puesto a imponerse y m ucho menos a dejarse imponer, pero que en el
m om ento de su muerte m arcó un hito del que ya no habría posibili­
dad de retroceder. ¿Quién fue este hom bre? A parece com o una figura
q u e oculta sus rasgos en lo individual y personal; el historiador ha d e
apoyarse en la imagen que el príncipe había cuidado con esm ero y u ti­
lizado com o medio en sus enfrentam ientos políticos. Fu e un príncipe
territorial alem án medieval y no un soberano ni, por supuesto, un go
bernante absolutista; sin em bargo, estuvo tan convencido de su propio
mundo de valores y fue tan consciente de sus obligaciones que no per­
m itió que nadie le discutiera su responsabilidad por el bien tem poral
y la salvación eterna de sus súbditos, ni la curia de Rom a, ni la corte
im perial ni tan siquiera aquel d o cto r Lutero. Constantem ente insiste
en que, com o lego en la m ateria, no entra en juicios sobre la rectitud
de la teología de Lutero, pero al mismo tiem po deja bien claro que la
excom u nión papal no le dem uestra la culpa del doctor. E n la lucha
partidista F ed erico fue un perfecto príncipe cristiano, interesado por
el bienestar y la felicidad de sus vasallos. E l gobierno señorial de la
Iglesia no es el resultado de la Reform a, sino que ya apadrinó sus ini­
cios. 2

2. La situación en el Imperio
Lutero d escribió a Fed erico com o el gran vacilante — por otra
parte, esta imagen es el producto d e una visión tardía y surge siempre
38 La ansiada Reforma

por com paración con el apoyo que le prestaron los sucesores de F e ­


d erico , Juan el Constante y, sobre todo, Ju a n F e d e rico el M agná­
nimo. E l electo rad o de Sajonia d eb ió agradecer precisam ente a las
vacilaciones de F e d e rico el P ru d en te el pod er superar los difíciles
años de la amenaza de su aislam iento en el Im perio y el que la R e ­
form a lograra sobrevivir incluso sin el apoyo de los estam entos a le ­
manes.

Juan Federico d Magnánimo, príncipe elector de Sajorna, 'generoso’ patrocinador de


Lutero. En 1.547 perdería su electorado a causa de su adhesión a la Reforma. Xilogra-
bado de Lucas Cranach el Viejo, c. 1533.

Sin la intervención de F e d e rico y sus con sejero s, el mismo in te ­


rrogatorio de L u te ro por parte d el cardenal C ayetano n o habría te­
nido lugar en suelo alemán, en Augsburgo, sino en Rom a. Sin la ten a­
cidad del electo r, el m ovim iento evangélico habría con clu id o en el
añ o 1518 y se habría visto relegado, co m o m ucho, al distante re­
cuerd o de un capítulo de la historia de la teología. N o habrían e x is­
tido la figura genial ni el reform ador que fu e L u tero , sino sólo un h e ­
reje que había conseguido que se hablara de él por un tiem po
cu and o, d e m anera sim ilar al bo h em io Ju a n H us y al florentin o Je ró -
Un acontecimiento alemán 39

nimo Savonarola, llamó la atención sobre la secularización de la Igle-


iia. El fenómeno de Lutero habría sido de tan escasa repercusión
que la complaciente curia romana podría haber planteado con toda
tranquilidad la revisión de su proceso.
Pero no fue así. La corte sajona desconfió desde el primer mo­
mento de la condena de Lutero por cortesanos y mendicantes roma­
nos y no consideró en absoluto probado que el profesor de teología
de la universidad de Wittenberg hubiera enseñado doctrinas heréti­
cas. Por otro lado, cualquier intento de solucionar la cuestión lute­
rana fuera de Alemania, en Roma, pasaba por ser una intromisión en
la soberanía jurisdiccional de los señores territoriales. El mismo Lu­
tero vio los peligros que comportaba semejante política para el país y
planteó al elector la propuesta, bien acogida en un primer momento,
de abandonar Sajonia para no comprometerlo y devolver a su polí­
tica la libertad de acción. El 1 de diciembre de 1518 estaba tan pró­
xima la hora del exilio que sus amigos de Wittenberg se reunieron
para la despedida. E n ese momento, mientras Lutero se hallaba con
•us invitados despidiéndose de 'buen humor’, llegó la notificación
contraria: «Si el doctor está aún aquí, no debe abandonar en ningún
caso el país, el príncipe elector tiene que tratar con él un asunto im­
portante» 6. Lutero se había convertido en objeto de la política de
Estado.
La cancillería del elector podía replegarse a las posiciones de
neutralidad, sin necesidad de prolijas declaraciones de principio. El
juramento doctoral de Wittenberg, prestado también por Martín Lu­
lero el 19 de octubre de 1512, contenía, junto con la prohibición de
difundir doctrinas heréticas, el deber de mantener las libertades y
privilegios de la facultad de teología. Estas incluían expresamente el
derecho a disputar libremente y sin trabas sobre cuestiones de inter­
pretación de las Escrituras. En su informe de diciembre de 1518, la
universidad de Wittenberg había confirmado que tal derecho se ade­
cuaba exactamente a las noventa y cinco tesis de Lutero 1. Cuando
en el verano de 1519 se debatió en Leipzig — ya no en el territorio
electoral, sino en el ducal de la Sajonia dividida— el delicado pro­
blema de la autoridad- del Papa, Lutero estuvo plenamente de
acuerdo con su contrincante Johannes E ck , su primer opositor ale-*

* WABr 1. 261, nota 1; cír. WAT 5, Nr. 5375c; verano de 1540.


* EA lat.var.arg. 2 426-428.
r ’1

La ansiada Reforma

man, que lo seguiría siendo durante toda su vida, sobre el principio


de la libettad de disputa. El señor territorial, el duque Jorge, pudo
llevar adelante esta disputa con el apoyo unánime de ambos partidos,
tanto contra el voto negativo del obispo titular como contra los te­
mores de la facultad de teología de Leipzig.
El príncipe elector Federico trató desde el principio la cuestión
de Lutero como 'el caso Lulero1 y evitó todo cuanto pudiera presen­
tarse como favoritismo. Nunca se entrevistó personalmente con éste
y jamás hizo declaraciones sobre los contenidos de la nueva teología.
Hasta el momento del edicto de Worms (26 de mayo de 1521), con
el destierro de Lutero por parte del Emperador, Federico logró man­
tenerse en esta posición de no tomar partido. Una toma de partido
no habría conseguido proteger con más eficacia al profesor de W it-
tenberg.
Con la misma efectividad reaccionó el ‘vacilante’ Federico al jui­
cio papal sobre Lutero. E l 1.5 de junio de 1520, el papa León X
firmó la bula Exsurge Domine, donde se fe amenazaba con la excom u­
nión. En ella se presentaban cuarenta y una frases de las obras de
Lulero que podían ser tachadas de «heréticas, escandalosas y falsas».
El teólogo de Wif.tenberg contaba con sesenta días partí someterse; al
transcurrir el plazo sin retractación, Lutero fue definitivamente exco­
mulgado el 3 de enero de 1.521. Con la promulgación de la bula de
excomunión Decet Romanum Ponliftcem, el caso Lutero había llegado
a su fin — com o rodos debían esperar— . Se había cerrado el proceso
eclesiástico y todo lo demás eran meros apéndices administrativos: la
entrega al brazo secular y, finalmente, la ejecución.
¿Por qué no se llegó a lo que, según el derecho imperial y ecle­
siástico, debía habese producido? Desde la Dieta de Augsburgo ríe
1518 habían sucedido muchas cosas que abogaban en contra del
éxito del caso Lutero. En una frase de pasada de su informe sobre la
‘amonestación paternal’ el cardenal Cayetano había apartado a un
lado, por así decirlo, el argumento decisivo del derecho a la líbre dis
puta: «Aunque fray Martín ha puesto a debate sus ideas en tesis de
disputa académica, tales tesis han sido proclamadas por él como re
sultados concluyentes en sus sermones, incluso, según se :ne ha co
municado, en lengua alemana» 8, llegando a oídos de todos, ¡incluso
a ‘los del pueblo necio’! Había abusado del derecho de disputa, ha-

f WABr I. 2.34,70-73; 25,O ct. 1518.


U n a c o n t e c im ie n t o a le m á n
41

ciéndose indigno de él; en el futuro sólo decidiría la valoración del


Contenido de las tesis de Lutero.
Sin embargo, Cayetano se precipitó al exponer los fundamentos
de la sentencia. Su exposición resulta dañada por una curiosa dupli­
cidad: las tesis de Lutero «atenían por un lado contra las enseñanzas
de la Santa Sede y, por otro, son heréticas» 9. Este doble razona­
miento no es extraño sólo desde la perspectiva actual del Papado. Al
parecer, Cayetano había adoptado la línea de argumentación del
electorado de Sajonia que se remitía a la prueba escrituraria: la teo­
logía de Lutero se opone a la Escritura y, por tanto, se ha de conde­
nar por herética — totalmente al margen de si atenta contra la autori­
d ad papal— . E l legado de Roma se adentraba de esa manera por
caminos que podían haber acabado por ser mortales para Lutero. El
príncipe elector replicó en ese escrito al cardenal que en Saíonia ha­
bía muchos eruditos que no citarían de acuerdo con la sentencia
condenatoria contra Lutero. Sólo cuando se demostrara efectiva­
mente que Lutero era hereje, sabría él, su señor territorial, actuar
con la ayuda de Dios y sin presiones externas, según su honor v su
conciencia lu.
P ero ¿qué ocurre si se prueba la herejía de Lutero y resulta ya
imposible basarse en el resentimiento alemán antirromano? El es­
crito del elector es lo más contrario a la adopción de una postura
diplomática cauta, que no obligaría a nada y mantendría abiertas to­
das las salidas. Desde nuestra perspectiva actual, el año 1518 forma
parte de la fase temprana de la historia de la Reforma y una deci­
sión como la adoptada por el elector frente a Cayetano parece, por
la misma razón, precipitada
Sin embargo, los contemporáneos calibraron los acontecimientos
de manera diversa: para ellos, el interrogatorio de Lutero formaba
parte del período tardío del movimiento reformista que mantenía en
vida a la Iglesia desde hacía un siglo, desde el Concilio de Constanza
(1414-1418), y tenía soliviantada a Alemania,

9 «Ea attlent sm t partrm contra ioctrinem Aposto(rote Sedts, portó* vero damnabiiía»
pisas afirmaciones son, en-parte, contrarias a la doctrina de la Sede Apostólica y, en
' parte, condenables] WABr 1. 234, 73s; noviembre de 1518, Cayetano manifestó en­
tonces de manera explícita que había juzgado la ortodoxia de Lutero basándose sólo
en la Sagrada Escritura., y en el derecho canónico. Ibtd. 233, 14s,
1U W ABr 1, 250, 22. El cauto Federico expuso una sola vez su punto de vista en
el caso Lutero y fue, precisamente, en este escrito dirigido a Cayetano del 7 de di­
ciembre de 15Ifc.
42 La ansiada Reform a

Las decisiones no pueden aplazarse perennemente; en la res­


puesta a Cayetano habla el señor territorial convencido de su auto­
ridad, que conoce lo decisivo del momento en la lucha por la re­
forma de la Iglesia y actúa, por tanto, como príncipe cristiano en
aquello que le com pete: si se descubre que es un hereje, Martín
Lutero será sentenciado; pero si es un reformador incóm odo para
la curia, permanecerá en su cargo y sus honores.
L u tero comprendió la importancia de esta respuesta en cuanto
su amigo y alumno Georg Spalatin, consejero secreto del príncipe,
recibió una copia del escrito para su lectura: «En su debido m o­
mento aprenderá también él [Cayetano] que el poder secular pro­
viene igualmente de Dios... M e siento satisfecho de que el príncipe
elector haya mostrado en este asunto su paciente y sabía impacien­
cias- 11.

3. L a victoria electoral del rey Carlos

El ‘caso Lutero* no se habría convertido en un acontecimiento


alemán, sino que habría tenido un final, nada dramático com o
mero contratiem po sajón, en el verano de 1520, a más tardar, si la
influencia del príncipe elector no hubiese aumentado de la noche a
I a mañana de forma considerable. La muerte del em perador M axi­
miliano I en las primeras horas del día 12 d e enero de 1519 en la
localidad austríaca de W els, no lejos de Linz, alteró fundamental­
mente la situación política en el Imperio. E n la D ieta de Augs-
burgo, la última a la que asistió, Maximiliano — enfermo ya de gra­
vedad— había abogado decididamente por la elección d e su nieto
Carlos com o rey de romanos (y alemanes). Su m uerte y el juego de
intrigas puesto inmediatamente en acción, las luchas diplomáticas y
no tan diplomáticas en torno a la sucesión de Maximiliano, no de­
cidida aún en Augsburgo de forma definitiva, intervinieron en el
decurso ‘normal' del asunto de Lutero. Ju sto en este momento, en
plena batalla electoral, el proceso rom ano de herejía pasó a ser un
asunto alemán.

WAftr 1 281, 31-.34; 20 de diciembre 1518.


45
Un acontecimiento alemán

Retrato del emperador ¡Maximiliano I difunto. 3 Emperador había ordenado que se


•notara su cadáver, se le cortara el pelo de i» cabeza y se le arrancaran los dientes. Es
el pecador que va a presentarse ante Dios.

La respuesta astuta, segura, pero no insolente, de Federico, trans­


mitida de inmediato a Roma junto con la posición de Lutero, fue su
última oportunidad de aplazar la cuestión. Una vez dictada senten­
cia en Roma, no habría podido seguir protegiendo al fraile ni habría
querido hacerlo, de acuerdo con sus propios y manifiestos principios,
pues entonces contaría con un dictamen de la autoridad eclesial su­
prema.
Sin embargo, la muerte del Emperador modificó las posiciones,
también para Roma. E l periodo transcurrido sin Emperador tenía
copto consecuencia un vacío de poder durante el cual los electores
incrementaban su importancia más allá de sus propios territorios. La
elección del rey germánico, según lo había determinado la ley impe­
rial de la Bula de Oro de 13 60, quedaba en manos de siete príncipes,
llamados electores por ese derecho: los arzobispos de Maguncia, Co
45
«ornee imiento alemán
44 La ansiada Reforma

ia pn
C Uando en la mave.a
primave ra de 1519 el ^ íltoo electoral ^ n a f i
l o n a )' 'J’iréveris, y los sen ores secular e s d e B o hem ia, el P alatinado, tabpa s e l gobierno de los Paises BaJ°s de las tlerr.as
t quedar en
B rand ebu rg o y Sajonia. Al finalizar la D ie ta im perial de Augsburgo,
el 2 7 de agosto d e 1518, M axim iliano había logra do ganar a una lot H ■bsbure° r™ ? - un . “ f r a nT a ü^yoí’ ír p^ Z' p!.»» ■“ <« en
m ayoría del coleg io electoral para la en tro n iz a c ión d e su nieto. Sólo ' ' Pa
c uenta el proceso iniciado ya en Ia » ala Edad med,a ‘ , sino su
T réveris S ajo n ia no se h a lia b an t o davía dispuestas a d eclarar su ST S l ne»: el suceso, Ce Maximiliano » sen a O ..W
reso lució n : el arzobispo de T revcris, por sus est rech as relaciones
hermano el ard u duque Fernando, f” ;
con Francia; el saj ón, por el con trario, alegaba una cu estión de de­
rech o , el o rd en ^ i e n to electo ral d e la B u la d e O ro , y ese d eb ió de
b r l. sido aceptable como ren ° e ° P" ” *t'' oSr Pal,;;° , , ;:^coler;za,l°: la
p„ro Carlos rechazó semejante propuesta irrltauo y enc
haber sido, en efecto , su m óvil .
C on esto hem os llegado a los l ímites d e lo que históricam ente ^ ^ ‘ eí a ll s el 'i POdef b 'quT .m^ 'u ilib a K ^ l r b sT I L n a r s e i
es reco n sttu ible. N aturalm ente , 1a diplom acia secreta iniciada c o n la
la corona imperial- ademása manruvo t' “rd^romUC;;°d!nV°^dd'Ss,U, ab2n.
m uerte del E m perad or sólo se h a c onservado en d o cu m en to s par­
cialm ente. T en em o s much a i form ación sobre los presentes e le c to­ Fernandn el D» ^ a au her-
rales de les cand id atos que disputaban ¡a co ro n a, pero vanos d es­ ^ ^ d0 q1l5 5 FSrnand.,, vo n laóPro. es,addveS
cub rim iento recienres p e ^ iten sosp echar q u e sólo con o cem os la
pu nta del iceberg de las m an iob ras financieras. S í es seguro que, E S .anto para M ema-
tras un interes pasajero del rey de I : f l aterra, E nriqu e V III, y des -
nia como para la Reforma.
pués de un interlud io sajón en q ue el P apa q u iso incitar al e le c to r
F e d e rico a presentar su can d id atu r a, e 1 en írentam ien to se re d u jo a r? de 1524 se perfiló una solución alemana para e1 ^
dos candidatos serios: el rey F ran cisco I d e Francia y Carlos 1, du­
de -la
flicto provocado por la is — “ — - W
n s “ . <í
... " nacional
“ " D'O"para^ el ^día
q u e de Borgoña, rey de E sp a ña y de Sicilia-N ápoles y, ju nto c o n su
remberg ded dfu contr o l en E spira un co ,ujia blea general’ de
herm no Fem and o, h ered ero de las c e rra s de lo s H absburgo. Si
de san mMan
—-—en, U
- - de
- nove, n , a d e «. « o “ “ “ ‘T comprende fá-
Carlos resultaba elegido em perad o r, co n c e ntraría bajo su m anto
la nación alemana a fin de aelarar el caso
una acum ulación <le poder d esco n o cida h asta entonces. E n estas opusiera a esta decisiÓn de Ia D'e ta
' . . 1 _ 1 ____ c a c o f« < n n c -
circunstancias, su candidatura n o pod ía menos de resultar p rov oca­ p e e ^ r v s S fZ ^ 0de ^ » |! m an ;s ■
d ora para el P a p a y para el re y de F rancia y c o n ve rt id os en alia d os
íormas n 'su ^ n on indJspo» dsnciasd o Rm™ jm;ennSó r n i S
á
p o r largo tiem po, m as allá d el m om ento de la elección.
cia el Papa había conseguido tmpedir este m0 v^ lie°nOe‘dereyPFranc:is-
Las inversiones financieras destinadas a im poner a tal o cual
de Roma' por medfu de un generoso coneoJa decisión de la Dieta de
c a n d id a to rebasaron c u alq u ie r nivel c o n o cid o hastata enLOnces. La
casa h absbLJrguesa gastó casi un m illón de ducados, financiad os de
co l. Cuando °n 1» 4, diez anos d c cu cs d't;lb1dc“ rSlóng'íssi; de Ingla-
Nuremberg, el rey E nriqu . , oDonerse decididamente
antem ano en su m ayor parte por la banca de lo s Fugger. No se c o ­
n o ce n las cifras exactas en el caso frarices, p ero p are ce ser q u e los
c om prom isos del rey d e Fran cia fu eron con sid erab les. E l em p era ­
d or M axim iliano se habia m ostrad o consternad o ya en Augsburgo
por 1o elevado J e la sumá de las diversiones francesas destinadas a
ES
so ^ m a r a lo s príncipes e lecto res. T am b ién e l P ap a ^ participo a ma­
nos llenas y fue generoso en e l o frecim iento de priv ilegos eclesias-
•r Las s s
ticos y en la con cesió n d e mitras episcopales y capelos card enali­
12 Rcichstagakten 4- 604>18'2 2
cios.
46
La ansiada Reforma

hasta por el mismo archiduque Fernando, consiguiendo unir a parti­


darios y adversarios de la nueva doctrina, además de los duques de
Baviera, tan antiluteranos como antihabsburgueses. Sin embargo, F e r­
nando, soberano de las tierras hereditarias austríacas, no consiguió
mucho más que interceder ante su hermano el Emperador en favor
del plan de los estamentos del Imperio. Carlos, desde la ciudad espa
ñola de Burgos, prohibió el proyectado concilio por medio de una
instrucción oficial breve y dura. El camino hacia la iglesia alemana
quedaba cerrado.
C om o anteriormente en el caso de la elecci ón imperial, a Carlos
no le quedaba otro rem edio por dos razones. P o r un lado, una solu­
ción nacional habría amenazado la unidad del poder de la casa de
los Habsburgo; y — lo que fue decisivo— la política de su casa real
estaba al servicio de una idea de Imperio universal. Según ella, es el
Emperador quien, por encima de los interesas particulares, garan
tiza y protege la unidad del Occidente cristiano en la Iglesia y el Im
perio.
La prohibición del concilio nacional alemán fue la consecuencia
de la elección de Em perador del año 1519. Los príncipes alemanes
no vieron con exactitud el significado de su decisión ni hacia dónde
se dirigía, aunque sí 3o sospecharon y lo temieron. La determinación
de comprometer al Em perador a observar una ley básica alemana, la
‘capitulación electoral’, no tenía que ver sólo con los intereses auto­
nómicos de poder de los señores territoriales; Carlos se vio obligado
a confirmar no sólo los derechos de los príncipes, su «soberanía, li
bertades y privilegios», sino que debió así mismo prometer no entre­
gar los cargos de la corte y el Imperio a «ningún otro pueblo fuera de
los alemanes nativos» y a mantener él mismo «residencia real, presen­
cia y corte en el Sacro Imperio Romano de la nación alemana» i}.
E sta capitulación electoral impidió, de todos modos, la rescisión
de las condiciones para el nombramiento imperial. La persona ele­
gida fue un monarca español de habla francesa, un rey habsburgués,
desde luego, pero no alemán. La extensión del poder de los Habs­
burgo desde la frontera con los turcos, en el Este, hasta el Nuevo
Mundo, en el Oeste, significó la subordinación de los intereses alema
nes a las exigencias de una política dinástica que degradó qirremedía-
blemente al antiguo Imperio a la categoría de provincia marginal del

Reichstags-íkten 1. 867, 7; 870, 19-871, 1; 876, I6s.


Un acontecimiento alemán 47

imperio mundial. Para la política de Carlos, en la lucha por la ins­


tauración de un imperio universal, la Reforma sólo podía ocupar el
lugar que le correspondía como acontecimiento alemán y se con­
virtió en elemento perturbador de la política internacional habs-
burguesa. Los antídotos utilizados contra ella oscilaron alternativa­
mente entre una atención paciente y el rechazo abrupto, entre la
tregua temporal y la guerra declarada; pero Carlos persiguió su
meta con firmeza y sin desvío. A partir de la Dieta de Worms de
1521, la liquidación de la Reforma formó parte inalterable del pro­
grama de la política imperial.
Desde esta perspectiva, el desarrollo real de la política univer­
sal habsburguesa fue de más utilidad para los asuntos de la fe evan­
gélica que para el futuro político de Alemania. Francia, Inglaterra,
Suiza y pronto también los Países Bajos emprendieron el rumbo de
su identidad nacional. Alemania, en cam bio, quedó retrasada en su
desarrollo hacia el estado de nación, no tanto porque, dividida y
desgarrada, no consiguiera configurar un interés nacional, sino por­
que sus aspiraciones de unidad fueron sacrificadas a un sueño im­
perial medieval, cosa que se llevó a efecto a lo largo de tres genera­
ciones de emperadores habsburgueses — desde Federico III y su
hijo Maximiliano I hasta el nieto de éste, Carlos V.
N o hemos de olvidar presentar igualmente la otra cara de la
moneda: un concilio nacional habría significado el fin de la cues­
tión luterana. Si en 1524 se hubiese convocado efectivamente una
asamblea eclesiástica alemana, el detonante reformista se habría en­
cauzado, con toda probabilidad, hacia un programa de reformas,
quedando así desvigorizado. Se habría permitido el matrimonio a
los sacerdotes v el cáliz a los laicos en la Eucaristía. Habría que
contar con una nacionalización del impuesto eclesiástico y hasta
con una independización de Roma de la jurisdicción eclesiástica
alemana. Sin embargo, con todo ello sólo se habrían abordado los
síntomas, en el m arco de aquella pacífica educación para la piedad
por la que E rasm o abogó de forma tan expresa. E l Evangelio de la
cru2 de Cristo, descubierto por Lulero para la Iglesia en medio de
x la persecución, habría quedado ahogado en este clima de compro­
miso sensato y piadoso celo reformatorio. La política religiosa del
Emperador fue la que, muy en contra de sus propios objetivos,
contribuyó a que las fuerzas liberadas por Lutero provocaran un
vuelco real en la teología, la Iglesia y el bien común.
4*
La ansiada Rcformi

4. El giro español

Si nos ¡imitamos a contemplar los primeros años de la Reforma


desde la perspectiva del imperio, la cronología se verá excesiva­
mente referida a Alemania. Fueron años que el emperador Carlos
dedicó a Italia, España o Borgoña. P ero no sólo tuvieron importan­
cia la Dietas celebradas sin el Emperador, sino también aquellas
que deben sus resultados a su presencia. Esto último vale en pri­
mer lugar para W orms, la Dieta que hizo a Lutero mundialmente
famoso, y viceversa. En efecto, las valientes palabras del teólogo de
Wittenbetg — «Ni quiero ni puedo retractarme en nada... Que Dios
me ayude. Amén»— 14 han hecho olvidar injustamente la declara­
ción igualmente histórica del Emperador: «Estoy decidido a em­
plear contra Lutero todas mis fuerzas, mis reinos y señoríos, mis
amigos, mi cuerpo, mi sangre, mi vida y mi alm a» i-5.
Nueve años después, en 1530, en Augsburgo, Carlos volvió a
presidir una Dieta. También aquí fue el Emperador el que otorgó a
esta Dieta una importancia que rebasó los limites de Alemania. El
fue quien invitó a los partidos religiosos a hacerse oír en Augs­
burgo; él fue el destinatario de la Canfessio Augustana, la confesión
de fe de los estamentos del Imperio, y en su nombre, y no en el
del Papa, se promulgó, con la Confutatio, el rechazo teológico defi­
nitivo de la doctrina reformista.
No es cierto que Alemania quedara abandonada a su suerte sin
dirección política y que la Reforma pudiera difundirse sin limitacio­
nes gracias a este campo libre de acción. En efecto; la ‘nación ale­
mana’ no estaba ya en condiciones de marcar al Em perador ro­
mano los objetivos políticos. No había sido así con Maximiliano y
en el caso de Carlos no basta siquiera la perspectiva europea para
comprender suficientemente su política.
Si echamos una ojeada a las ideas españolas de la época, vere­
mos claramente la manera tan distinta como se presentan los acon­
tecimientos políticos: el auge nacional bajo el reinado de Carlos
hace de España un centro de la lucha contra todos los enemigos de
la Iglesia. España abre camino a la renovación cristiana y se pone
en cabeza de las cruzadas — contra los turcos, en el Mediterráneo,I

I4 RcicKstagsaktcn 2. 581, 29-582, 2.


,s Reichstagsakten 2. 59 5,23 25, 34s.
Un acontecimiento alemán 49

contra los indios paganos, en las Indias occidentales, y contra los he­
rejes, en Alemania.
Durante doscientos años este mito de cruzada y misión marca
con su huella la literatura española y, por más ficticio que sea, ilustra
las perspectivas políticas. Constantemente se repite que Martín Lu­
tero y Hernán Cortés nacieron el mismo año y el mismo día; uno fue
el monstruo horrible salido de Alemania, como castigo de Dios por
los pecados de la humanidad; el otro, el gran conquistador de Mé­
xico, aparecido en vistas a la conversión de un número incompara­
blemente grande de indios pagrnos lfc. Es cierto que las fechas de naci­
miento de Lutero y Cortés distan entre sí, quizá, varios años; pero la
leyenda ilustra la conciencia de la magnitud del desplazamiento del
centro geopolítico de gravedad durante los años del reinado de Car­
los. Quien quiera entender la Reforma en el marco de la política
mundial, deberá abandonar los puntos de vista alemanes, e incluso
los de la Europa occidental. Desde el ángulo de visión del imperio
mundial hispano-habsburgués, las pérdidas en el Viejo Mundo que­
dan más que compensadas con las conquistas en el Nuevo.
En 1519, el año de su elección, Carlos no era consciente de hasta
qué punto los intereses de la política española se modificarían a
causa del descubrimiento de América. Carlos, nacido el 2 4 de fe­
brero de 1500 en la suntuosa Gante, creció en la tradición de las bri­
llantes tierras de Borgoña. Hasta más adelante no se sabría con
seguridad si el joven duque se alzaría por encima del rango
bajomedieval de un caballero borgoñón para alcanzar la estatura de
un soberano mundial español. Fue bautizado con el nombre de su
bisabuelo, el duque Carlos, llamado ‘el Intrépido’, representante tí­
pico de la Edad Media cercana a su fin. Cuando el gran canciller
Mercurio Gattinara felicitó al recién elegido rey alemán, el 28 de ju­
nio de 1519, con la afirmación de que acababa de obtener un poder
que hasta entonces «sólo vuestro predecesor Carlomagno había po­
seído» 17, no estaba dedicándole una adulación vacía; se trataba de

Cfr W. A. Reynolds, Martin Luther and Hernán Cortés: Their Confrontaron


in ’6panish Litcrature, en; Híspanla 42 (1959), 66*70; 45 (1962), 402 404. Véanse, sobre
todo, los tres interesantísimos informes de los años 1520*1524 enviados por Hernán
Cortés al emperador Carlos V: Die Eioberung Mexikos, ed. C. Litterscheid, Francfort,
1980.
•' Karl Rrandi, Kaiser Karl V, Werden und Schicksal einer Personlichkeíi, vol. 1,
7.* ed., Múnichj 1964, 93.
50 La ansiada Reforma

todo un programa político. No habló de Carlos el Intrépido sino de


Carlomagno — este cambio de apelativo surge de un enjuiciamiento
muy real de la situación del futuro de España y muestra la amplitud
de la visión imperial con la que se gestó la elección de emperador— ,
Europa se encontraba en camino hacia la Edad Moderna y, por
ella, hacia la formación de estados soberanos, en el momento en que
parecía convertirse en realidad el sueño medieval de un imperio uni­
versal. Y Ca'los I de España fue plenamente el soberano capaz de
atribuirse la visión de una monarquía mundial

5. Monarquía universal y reforma

Según los criterios de la historiografía nacional alemana, el único


competidor de Carlos, el rey francés Francisco I, era tan ajeno al país
que sólo podía contar para los inconstantes, los sobornables y los su­
misos a las seducciones del Papado. Entre los partidarios de Francia
— Trcveris, en primer lugar, el Palatinado y Brandeburgo— se consi­
dera al elector brandeburgués Joaquín como una persona especial­
mente despteciable, pues sus exigencias monetarias superaban toda
mesura. La misma oferta de Carlos de desposar a su hermana Cata­
lina con el príncipe del electorado fue aceptada sólo a condición de
que el Emperador se comprometiera a ofrecer una garantía de treinta
mil ducados; también esta operación debían financiarla los Fuggcr.
Sólo una persona aparece hasta hoy perfectamente bien librada
en la historiografía en cuanto hombre de Estado: Federicu el P ru ­
dente. E n un m ar de corrupción y venta de los valores nacionales al
enemigo hereditario, aparece como representante imperturbable de
los intereses del Imperio
A la luz turbia de la decadencia del Imperio es cierto que el E s­
tado centralista personificado por el rey francés era difícil de compa
' ginar con el intento alemán de una unidad imperial de Estados de
carácter federal. La idea de que un monarca francés pudiera conse­
guir la corona del Imperio hacía temer a la mayoría de los sstamen
tos imperiales por la supervivencia de la 'libertad alemana’. La ima
gen del enemigo hereditario francés como antagonista de un
Habsburgo presupone, sin embargo, una proximidad cultural y polí­
tica de Carlos respecto de Alemania que jamás se dio. Al contrarío;
desde su ascenso al trono de España no había dejado de alejarse del
Un acontecimiento alemán 5i

Imperio, entregándose a sus nuevos dominios. Sólo dos candidatos


eran apropiados para una solución ‘alemana’: Fernando, el hermano
del rey de España, y Federico el Prudente, no condicionado por las
rivalidades y disputas en torno a las tierras de los Habsburgo en el
sur y suroeste de Alemania. Una de las posibilidades fue bloqueada
por Carlos; la otra fracasó debido al escaso poder de la casa de Sajo­
rna. Federico habría dependido de la concordia entre los príncipes
electores.
Cuando el 27 de junio de 1519, víspera de la elección, se reunie­
ron e n Francfort seis electores y el delegado del sépti mo, el rey de
Bohemia, el único voto no vendido parecía ser el de Sajonia. Más
tarde llegó incluso a exponerse la tesis de que Federico había lo­
b a d o reunir para sí cuatro votos, incluido el suyo propio, siendo así
Emperador de Romanos electo —si bien sólo durante tres horas,
hasta el momento en que los comisarios electorales habsbutgueses le
forzaron a renunciar— . Se trata de puras especulaciones. El proto­
colo electoral oficial del día de las elecciones habla de «una breve re­
flexión» y una elección unánime: los príncipes electores «se han
unido y puesto de acuerdo en su totalidad y unánimemente y han
votado, nombrado y elegido en nombre de Dios todopoderoso al ex­
celentísimo y poderosísimo príncipe y señor Carlos, archiduque de
Austria, rey de España y Nápoles, etc, graciosísimo señor nuestro, rey
de Romanos y futuro Emperador» 18.
Así pues, com o era habitual, se tomó la decisión en la iglesia co­
legiata de San Bartolomé de Francfort. Federico mantuvo secreto su
voto hasta el último momento, lo que hizo que fuera cortejado por
los candidatos hasta el final. Aunque el resultado estaba ya asegurado
de víspera y un eventual voto en contra no habría invalidado la as­
censión al trono, para Carlos era muy importante la unanimidad en
la votación y, en especial, el voto de Federico- Esto no se ha de de­
ducir de los dineros que fueron a parar al tesoro público sajón, cosa
que sí ocurrió, aunque probablemente se trataba de la deuda habs-
burguesa por préstamos al emperador Maximiliano no saldada toda­
vía en el año 1523-
N o fueron los medios económicos los que movieron a Federico a
la elección de! rey de España, puesto que Sajonia era uno de los te ­
rritorios más ricos de Alemania debido a sus florecientes minas de

Reichstagsakten 1.853, 5-10-


52 La ansiada Reforma

plata. En canbio, si fueron importantes los planes matrimoniales, sí bien


Federico rechazó oficialmente cualquier vinculación entre ellos y su de­
cisión electoral Se trataba del compromiso matrimonial de la hermana
de Carlos, la infanta Catalina, ofrecida antenormente al elector de Bran-
deburgo y que ahora debía casarse con Juan Federico, sobrino de Fede­
rico el Brúcente, heredero del electorado de Sajonia y aspirante a la
dignidad de príncipe elector. Para mayo de 1524 Carlos rescindió el
contrato matrimonial recogido en un acuerdo secreto antes de la elec­
ción imperial y que no había adquirido frierza legal hasta su firma por
ambas partes después dicha elección, por razones comprensiblesl9.
Para el caso Lutero es de especial importancia el que el matrimonio
— realizado notarialmente al comienzo de la Dieta de Worms, el 3 de
febrero de 1.521, en presencia del príncipe elector y del gran canciller
Gattinara— convirtiera en cuñados al Emperador y al heredero del
electorado. Carlos certificó poco después que, de regreso a España, en­
viaría de inmediato a la infanta, entonces de dieciocho años, a su pro­
metido para que 'cohabitaran’, es decir, para la consumación del matri­
monio 20. Nunca se llegó a ello, con gran sentimiento de Federico d
Prudente y de su hermano, el duque Juan, padre del prometido. En
cualquier caso, este vínculo tuvo existencia jurídica durante casi cuatro
años. Sólo tras la rescisión del contrato pudo Catalina casarse en el año
1525 con el rey Juan III de Portugal, una vez más al ‘servicio de la ra­
zón de Estado’ de su hermano. No hace falta especular sobre lo dife­
rente que habría sido el curso seguido por la historia de la Reforma si
este matrimonio se hubiese convertido a i auténtica realidad y d Empe­
rador se hubiera vinculado dinásticamente con el príncipe elector. El
matrimonio legal no consumado unió al Emperador y al elector, cuando
desde el pinto de vista del derecho canónico e imperial debían ser ene­
migos desde hacia tiempo.

6. El caso Lutero en Worms

La elección imperial tuvo repercusiones en la relación de la casa de


Habsburgo con Sajonia hasta mayo de 1524. La curia romana, en cam-

1() Rcichstagsakten 1 .6/ls; 676s.; 690-693; 703s; 860.


M Georg Menta, Johann Priedtich der Gro&mütige 15030554, 1.a parte. Jena,
1903, 18i,
Un acontecimiento alemán 55

bio, una vez concluida la elección, no vio ya motivo de seguir mos­


trándose deferente con Federico. Nada se oponía a la pronta conclu­
sión del proceso de Roma contra Lutero. En el verano de 1520 las
cosas habían llegado suficientemente lejos: el teólogo de Wittenberg
fue condenado como hereje. Pero una vez más, las cosas tomaron un
sesgo inesperado, En vez de entregarlo, como era habitual y legal, al
brazo secular para la ejecución de la sentencia, Lutero fue llamado a
la Dieta de Worms. El Emperador había dudado mucho tiempo en
dar su consentimiento a este interrogatorio. Pero el 6 de marzo de
1521 se cursó la citación, firmada de propia mano por ‘Carolus’:
«Honorable, amado y piadoso [Lutero]. Después de que nos [el Em ­
perador] y los estamentos del Sacro Imperio hemos previsto y deci­
dido, por razón de tus libros y doctrinas..., recibir confirmación de tu
parte, te hemos proporcionado... un salvoconducto... con el ruego de
que te presentes con este salvoconducto nuestro aquí, en nuestra
presencia y no falles...» 21. No se cita, como se ve, al hereje, sino al
‘honorable, amado y piadoso’; el profesor de Wittenberg fue invitado
a acudir con la concesión de un salvoconducto para su viaje de ida y
vuelta. Sin la intervención de Federico no habría sido imaginable
esta contemporización del Emperador, el elector puso de nuevo en
juego su influencia para impedir una vez más que el caso Lutero
fuera despachado de forma apresurada.
Los contemporáneos no Legaron a saber que justo un mes antes,
con motivo del cumplimiento notarial del matrimonio habsburgués-
sajón, Federico había exigido el pago de una deuda electoral. Quien
se presentó ante el Emperador en Worms no fue un señor territorial
de alguna pequeña parte del Imperio ni un príncipe insignificante,
sino un monarca con quien Carlos intentaba trabar vínculos dinásti­
cos y de quien era deudor —y no precisamente de dinero— . Pocos
de los reunidos en W orm s tuvieron claramente norici'a de ello. L o
que sí conocían, y de lo que no dudaban una mayoría de los esta­
mentos del Imperio, era la razón legal, a saber, la capitulación electo­
ral del Emperador, en virtud de la cual nadie podía ser condenado al
destierro imperial sin antes haber sido oído. Para los alemanes la si­
tuación legal era clara; en el caso de Lutero debía aplicarse lo que el
im perador había firmado en 1519: «No debernos ni queremos per­
mitir.. de ninguna manera que de aquí en adelante a nadie de rango

¿[ Reichstagsakten 2. 526, 24-32.


54 La ans iada Reforma

alto o bajo, elector, príncipe o cualquier otro, sea condenado sin


interrogatorio previo a destierro o proscripción» 22.
El nuncio Hieronymus Aleander, el enérgico embajador de la
curia papal, mantuvo con éxito en un prim er momento la opinión
legal contraria: desde la finalización del plazo de amonestación, es
decir, desde el 3 de enero de 1521, Lutero debía considerarse
com o hereje notorio y reincidente y automáticamente desposeído
de todos los derechos ante la Iglesia y el Imperio. Tras los alegres
días del carnaval, Aleander había aprovechado el M iércoles de Ce­
niza (13 de febrero) como d ía de reflexión para aludir con toda su
elocuencia ante los estamentos reunidos en W orm s a esa unidad
de Iglesia e Imperio consagrada desde hacía siglos. Su discurso
produjo tal impresión que fue traducido al alemán por iniciativa
propia por el canciller del elector de Sajonia, Brück, e incluido en
acta por la delegación sajona en la Dieta .
El nuncio, excelentem ente informado, parecía tener claro que
el tiempo apremiaba y que la situación se había agudizado notable­
mente: «Es cosa públicamente conocida cuánto mal y daño ha cau
sado hasta el momento en el pueblo cristiano la sublevación
y rebeldía desatada por Martín Lutero, y las desgracias que
diariamente provocan y producirán; sería, pues, mucho más necesa­
rio disolver cuanto antes esa banda y sublevación que vacilar por
más ciempo en h acerlo » 2 5
En realidad, la perspectiva de una confrontación en W orm s ha­
bía hecho que, a comienzos de 1520, el caso Lutero se convirtiera
hasta tal punto en el caso de Lulero que su llamada a la reforma no
podía ya tratarse como una cuestión legal ante un tribunal papa!,
imperial o estamental, circunscribiéndola de ese modo en límites
más reducidos. E ran tantos los que habían conocido su teología y
veían reflejadas en sus escritos sus propias críticas a! Papa y a la
Iglesia, que el nom bre de ‘Lutero* había adquirido para la opinión
pública, incluido el ‘hombre com ún’, unos rasgos propios. Lotero
tuvo, sin duda, razón al considerar una precaución innecesaria la
protección concedida por el elector desde W orm s: si llegaba el
caso de tener que defender y pagar su fe con su vida, el movi-

Keicbstagsakten 1.8/.}, V-14.


Reíchstagsakten 2. 496, 3-8.
Un acontecimiento atamán 55

miento evangélico se habría impuesto de hecho, incluso, con mayor


rapide2.

Worms fue para sus contemporáneos y para las épocas posterio­


res un acontecimiento alemán, el triunfo de! espíritu sobre el poder,
la victoria de la fidelidad alemana sobre la hipocresía güelfa. Worms
fue también para Lutero un acontecimiento alemán, si bien en el mal
sentido de la palabra: el Emperador «tenía que haber convocado a
un doctor o a cincuenta y haber vencido al monje honradamente» 24,
E n vez de dejar que la verdad apareciera a la luz del día, se le or­
denó retractarse de ella.
¿Qué había sucedido para que Lutero informase con ánimo tan
deprimido a su amigo Lucas Cranach, el famoso pintor, en carta a
Wittenberg? El 16 de abril de 1521, Lutero se presentó en Worms;
un día después tuvo lugar, en la ‘corte episcopal’, el primer interroga­
torio. En presencia de su majestad imperial, de los electores y princi­
pes y de todos los estamentos del Imperio, el secretario del tribunal
del obispo de Tréveris, Johannes von der Ecken, le planteó las dos
preguntas siguientes:
Martín Lutero, ¿reconoces como tuyos los libros publicados en
tu nombre?
¿Estás dispuesto a retractarte de lo que has escrito en esos li­
bros?
La delegación sajona se había preocupado de poner al lado del
profesor 'salido del retiro de un monasterio’ — según dijo Lutero en
su gran discurso un día más tarde— a un jurista experimentado, su
amigo y compañero de Wittenberg, Hieronymus Schurff, profesor de
derecho canónico e imperial. La réplica de Schurff a la primera pre­
gunta fue inmediata: «Que se digan los títulos de los libros.» Así se
hizo, y Lutero reconoció comu propios todos y cada uno de los escri­
tos presentados. Aleander consideró que con ello quedaba confir­
mada la mendacidad del hereje: ¡el ‘traile necio’ no quiso mencionar
a sus astutos cómplices en la sombra!
Ahora todos estaban a la espera de la respuesta a la segunda pre­
gunta. ¿Se retractaría el religioso? Quien hubiese esperado un claro
no quedó decepcionado. Lutero solicitó tiempo para reflexionar y le

24 WABr 2. 30.5, lis; 28 abril 1.521.


56 La ansiada Reforma

fue concedido un día, hasta el 18, si bien con el justificado reproche


de que debería haber estado preparado para una pregunta como ésa.
E l día siguiente se prometía tenso y lo fue. Lutero volvió a ne­
garse a dar una respuesta simple: en algunos libros se había limitado
a escribir sobre la fe y la vida cristiana de acuerdo con el Evangelio,
sin sutilezas ni ánimo polémico. Ni sus mismos enemigos serían capa­
ces de objetar nada en su contra. Otros escritos estaban dirigidos con­
tra el papado, que corrompe a la Iglesia, agobíalas conciencias de los
hombres y oprime al Imperio. «Si ahora yo me retractara de ellos, no
haría otra cosa que reforzar esa tiranía... » Por lo que respecta a los
escritos polémicos, su tono, efectivamente, va a veces más allá de lo
cristiano. Pero también en este punto sólo se retractará de sus conte­
nidos cuando se haya señalado y probado algún error.
Lutero pudo pronunciar su discurso hasta el final; se solicitó un
informe ‘sin uñas ni dientes’, y así lo Luvieron el Emperador y el Im ­
perio: «Si no soy refutado por el testimonio de las Sagradas Escritu­
ras o por motivos razonables — pues yo no puedo creer ni al Papa ni
al Concilio, ya que está comprobado que se han equivocado y se han
contradicho repetidamente— , me consideraré vencido por la Escri­
tura, en la cual me he apoyado, por lo que mi conciencia es prisio­
nera de la palabra de Dios, Por tanto, ni quiero ni puedo retractarme
de nada, pues obrar contra la propia conciencia no es ni seguro ni
honrado. Que Dios me ayude. Amén» 2S.
T ras esta aparición d e Lutero se vio que la citación imperial, cor-
tésmente formulada, había resultado capciosa. La Dieta imperial no
tenía la misión de recabar «informaciones», sino de aceptar una re­
tractación o dictar la proscripción. Esa era la línea de acción prefi­
jada por el Emperador y mantenida por Johannes von der Ecken,
Lutero resumió en frases lapidarias el suceso de Worms: «¿Son tuyos
los libros? Sí. ¿Quieres retractarte de ellos o no? No. ¡Entonces, le­
vántate! ¡Oh alemanes, ciegos de nosotros! ¡Con que ingenuidad ac­
tuamos y nos dejamos embromar y ridiculizar por los romanistas!» 21.
Una vez más, el Imperio se había comportado como el peón de
Roma; también esto era un acontecimiento alemán.
Desde la distanda en que nos encontramos n o podemos menos*27

2<v Reichstaggakten 2. 579, 3-5,


2a Reichstagsakten .*581, 23-562, 2.
27 WABr 2. 305, 13-15; 28 abril 1521.
57
Un acomecimienm alemán

de justificar el juicio de Lutero sobre el interrogatorio de W orms y


mantenerlo, si bien con otros fundamentos. Worms fue en realidad
un acontecimiento alemán, pero en este ca-so no fueron los alemanes
los que se dejaban ridiculizar. c;En qué otra parte de la cristiandad
occidental habría sido políticamente sostenible proteger a un fraile
levantisco de ser trasladado a Roma — como Ocurrió en otoño de
1518— y conceder a un hereje notorio la posibilidad de hacerse es­
cuchar en público?

Lutero ame d trrperadnr v los electores eo Worms. Al lado de Lotero aparece su


asesor jurídico, Hiera»vmus Scliurft. En el xilograbaio se leen ' a s nnotat iones
ctitas: AmúnletUnr libn» [Díganse los títulos de los líhrass» y: M e s k e t c h , teb kam
nicht 'attcknt, G oi h tifk mir. Amen» ¡Esta es mi postura. No puedo hacer otra tosa. Que
5l¡os me ayude. Amén),

Los medios de comunicación de entonces, los pasquines y la pu­


blicación de cartas, difundieron el discurso de Lutero ante la Dieta.
Er\ la sesión del palacio episcopal de W orm s estuvo presente en rea
lidad toda Alemania, y no sólo el Emperador y los estamentos impe­
riales. La nación escuchó incluso con mayor atención que sus autori­
dades’, en especial aquella frase conclusiva que se halla sólo en la
versión publicada por Lutero de la declaración de Worms: «Esta es
58
La ansiada Reforma

mi posición, no puedo obrar de otra manera. Que Dios me ayude.


Amén» 2S.
La ‘bufonada’ alemana de Worms y del tiempo anterior a Worms
mantuvo irresuelto el caso Lutero hasta que con las preguntas por los
asuntos de Lutero, por su creencia y los fundamentos de su fe, pudo
impedirse la ejecuci'ón del destierro y la proscripción.

7. «Despierta, despierta, tierra alemana»

Desde el hundimiento del T ercer Refch se ha dejado de hablar


del entusiasmo nacional que se manifestó en Alemania con el movi­
miento de la Reforma. Y se comprende. Si se examina la literatura so­
bre Lutero de aquella época de dominio opresor, se tiene la impre­
sión de que la Reforma fue un regalo de Lutero a sus amados
alemanes. Y o, 'el profeta alemán’, no busco mi salvación ni mi felici­
dad, sino la de los alemanes 29. Ni una palabra sobre el hecho de que
Lutero expuso su mensaje profetico como una acusación: «Todo ale­
mán deberá, sin duda, lamentar el haber nacido alemán y ser tenido
por tal» 50.
En la interpretación nacional es correcta la consideración de que
Lutero no era europeo, ni tan siquiera en la variante habsburguesa
de aquel entonces. Se consideraba a sí mismo alemán y fue lison­
jeado por el nuevo movimiento patriótico contra el que el emperador
Carlos habí» de tropezar por todas partes, para acabar lamiendo sus
heridas; desde Alsacia hasta los Países Bajos borgoñones, donde
quiera que la ciudad patria o el país patrio intentaban sacudirse ei
dominio extranjero.
A pesar de estar desacreditados por el abuso del nacionalismo,
no debemos olvidar los rasgos patrióticos nacionales en el pensa­
miento de Lutero y el influjo que tuvieron en sus ideas de reforma.

£ ReidisUftsalften Z 555, 37 íoota 1).


A „«,^*WatnU”8 sein,e lieben Deutschen,. escrita poco después de k Dieta de
2918 9Uparief Je ' f 30’ >' Publicada en abril de 1531. WA 30 III 290 28
Un acontecimiento alemán 59

N o se deberá pasar por alto la relación entre Reforma y conciencia


nacional y habrá que tenerla siempre presente, incluso para preca­
verse de la formación de leyendas sobre el ‘Lutero alemán’ y el ‘alma
alemana’, que influyen hasta hoy con efectos deformantes en la idea
que los alemanes tienen de si mismos — también en esto es la Re­
forma un acontecimiento alemán.
Un año antes de Worms, el teólogo de Wittenberg había apelado
de forma inequívoca a una asamblea nacional: «¡Pasó el tiempo de
callar y ha llegado el momento de hablar!» Con estas palabras toma­
das del Eclesiastés (cap. 3,7) comienza Lutero el discurso dedicatorio
con el que abre su primer escrito político de carácter polémico — An
der cbñsthchen Adel deutscher Nailon von des cbristlkhen Standes Besse-
rung [A la nobleza cristiana de la nación alemana, sobre la mejora de
la condición cristiana]— *31. En un primer momento sólo pretendía
publicar un cartel impreso, un pasquín de una hoja y barato, para di­
fundir una carta abierta a Kart und den Adel von ganz Deulscbland [Car­
los y la nobleza de toda Alemania] 12 y atacar la tiranía y la hipocre­
sía de la cuna romana. Pero en junio de 1520 la carta creció hasta
convertirse en un ardoroso manifiesto del que, a pesar de sus no­
venta y seis páginas, se imprimieron cuatro mil ejemplares que le fue­
ron arrebatados de las manos al editor Melchior Lotther, de Witten­
berg. Transcurridos unos pocos días hubo de publicarse ya una
segunda edición, reimpresa de inmediato en Wittenberg, En Leipzig,
Estrasburgo y Basilea aparecieron igualmente ediciones del escrito a
la nobleza. El mismo elector Federico, en otras ocasiones tan reser­
vado, dio a conocer a Lutero su beneplácito muy a su manera, en­
viándole un principesco trozo de carne de venado 3i.
Sin embargo, sus amigos, Georg Spalatin, secretario de Federico,
y ¡os agustinos Johannes Lang y Wenzeslaus Linck, sus fieles compa­
ñeros de orden, se sintieron preocupados. Tras semejante ataque a
los principios del sistema papal, carecerían de sentido todas las con­
versaciones para alcanzar un compromiso con Roma. En este escrito,
redactado con fogosa impaciencia, se aprecia un estremecimiento de
frases no demasiado sopesadas, de inconsecuencias y repeticiones lle-
x ñas de irritada preocupación por el futuro de la Iglesia infamada y el

n Dedicado a su alumno de Wittenberg Nikolaos von Amsdorñ, siempre leal y


polémico,el 23 de junio de 1520. W A 6, 404, U s.
3i WABr 2.120,13-15, a Spalatin, 7 de junio de 1520.
» WABr 2 .J6 7 ,6, nota 1-
60 La ansiada Reforma

Imperio oprimido. En su obra, la voz de Lutero ha mantenido a tra­


vés de los siglos su tono lleno de vida. E n ella nos encontramos con
ese elaborado discurso que le habría gustado pronunciar medio año
más tarde en Worms, si se le hubiera permitido.
'Tiempo de callar’: Lutero, quien en un tiempo tan breve, sobre
todo en la primera mitad del año 1520, se había dado a conocer una
y otra vez y en voz tan alta que hasta sus mismos amigos vivían en el
temor y el desasosiego, ¿lo había tenido alguna vea? Sin embargo,
esta cita bíblica colocada al comienzo del escrito a los nobles refleja
de forma correcta la nueva situación. El público al que ahora se di­
rige Lutero había cambiado. Sus trabajos anteriores, escritos en ale­
mán, estaban pensados com o obras pastorales para los laicos, en el
confesonario, contra los comerciantes de indulgencias, en la oración,
com o padrino de bautismo, en la misa y, no lo olvidemos, bajo peli­
gro d e muerte. Los tratados latinos, en cambio, con su estilo argu­
mentativo científico y sus detalladas pruebas exegéticas tomadas de
la Biblia, iban dirigidos a un público limitado, para el debate entre
profesionales y para la formación de los estudiantes. Pero aquí, preci­
samente, entre el mundo académico y oficial, es donde no se ie había
querido atender. En febrero de 1520 las universidades de Colonia y
Lovaina habían emitido ya su juicio condenatorio de la teolegia de
Lutero, ¡los sabios, los descarriados!
Pero si Lutero se dirigía ahora al público de la vida política, no
era por decepción ante la actitud de las universidades. Su manifiesto
reformador a la nación alemana no es i a continuación del debate aca­
démico por otros medios, sino el resultado del reconocimiento lite­
ralmente desolador de que el Anticristo se había adueñado del go
bierno de la Iglesia.
Se han de considerar juntamente dos circunstancias para poner
suficientemente en claro el aspecto nacional de este eficacísimo es­
crito polémico. En febrero de 1520 Lutero quedó profundamente
conmovido y sobrecogido al conocer la edición enviada por Ulrich
von Hutten sobre la ‘Donación de Constantino1;, cuyo autor Valla
(+ 1457) había probado la falsedad del famoso documento de la dona­
ción. La supuesta cesión al Papa del dominio del territorio occidental
por parte del emperador romano Constantino era el fundamento de
las pretensiones a la primacía del poder secular del obispo de Roma
sobre Occide nrr. ¡Todo era una mentira, la consecuencia de k astu­
cia romana! A Lutero le resulta difícil contenerse por más tiempo sin
Un acontecimiento alemán 61

lacar la consecuencia de que el Anticristo, el adversario esperado


desde antiguo para los últimos tiempos, ya se ha introducido en la
Iglesia H

Pero Lutero vacila todavía y quiere que esta sospecha se plantee


sólo de manera confidencial; sin embargo, un segundo suceso le hace
ver claramente que su sospecha se basa en realidades. A comienzos
de junio de 1.520 aparece en Wíttenberg un escrito dirigido contra
Lutero que, con el título de Epitoma responsionis ad Lutberum [Res­
puesta compendiada a Lutero] se presenta como una refutación de
los errores luteranos fundamentales. Su autor, Silvestre Príerias, do­
minico y teólogo de alto rango de la curia romana, era ya bien cono­
cido de Lutero, pues a su pluma se debía el dictamen adjunto en
agosto de 1518 que serviría de fundamento procesal para la citación
oficial para un interrogatorio en Roma 35
El punto clave teológico de la FuJutación de Lutero editada por
Príerias es el mismo del año 1518: por Iglesia se ha de entender la
iglesia de Roma, con su cabeza, el Papa, infalible y situado, por tanto,
por encima no sólo de los concilios sino, también, de la Sagrada E s­
critura. Por encima del Papa no existe juez alguno y no es destitui-
ble, «aunque provoque tal escándalo que arrastre consigo al infierno
a pueblos enteros entregándolos al demonio» -*>, com o dice Príerias,
citando el derecho canónico.
Lutero reacciona con horror ante esta teología romana sobre el
Papa: «Pienso», escribe a su amigo Spalatin, «que todas estas gentes
de Roma se han vuelto necios, locos, rabiosos, insensatos, bufones,
tercos, empecinados, infiernos y diablos» ,7. La mentira se presenta
com o verdad, codificada incluso en forma de derecho, como en el
caso de la donación constaminiana, y las Escrituras quedan someti­
das al poder del Papa; es decir, la inversión anticristiana de toda la
doctrina eclesial.
El descubrimiento de esta perversión induce a Lutero a declarar
abiertamente y sin tapujos el estado de emergencia. E n el comentario
al escrito de Prierias, que hizo imprimir en 1520 para conocimiento *5
________
\

33 WABr 2. 48. 22-27, a Spalatin, 24 de febrero de 1.120.


55 'OCA 6. 321 348.
14 3X'A 6. 336, 9-10: Dccretum Cratifini 1. Dist. X L cap. 6; Corpus íurís canoníd,
cd- E. Erieciderg, vol. 1. Graz, 1939, col. 146.
3‘ WABr 2.120, 6-8; a Spalatin, c. 7 de junio.
62
La ansiílda Reforma ^ ^ t ^ i mienco aleman 63

. l o y servicio en la tierra, se invierten, cam p e a e! d em onio, q : e


d e ' a t p r^^ó n ? r : ; j 5 " P o r bp : r, í sd‘; nf ' —
,fennsform a al rep resentante de Cri sto e n el A nn'cristo.
un te m b lo r en su leng a * c L - hS? 5 “ R Se " d v,er,e “ i
i E l : s :r p a d o r m :n d a n a l ha de ser p u esto a raya por la fuerza,
transm u tación d e todOs ’ los valO r e s J T q“ « " -e l*
11 fu era necesario, p :e s para eso la a :to rid a d posee la espada. Sin
i 11r1bargo, sólo la o ració n y la penitencia son capaces d e resistir al
? A nticristo. Sólo el m ism o Dios p :e d e salvar aún a la Iglesia, pues
han com enzad o ya los últim os tiem pos en q : e lo s h om bres llava-
nin r o n sangre' sus manos p eto nada conseguirán si con fían en
r lar s l\1i propias fuerzas. L as frases in tro d :c to ria s al escrito a la no­
bleza son la c o n s e c :e n c ia p olítica de esta panorám ica histórica,
popum r sangrienta - q u e re p :g n a b a a los patriotas alem anes de en to n ces c :a n d o no
le* resultaban totalm ente incom prensibles:

expu enos L ^ r r ^
H H ^ E ís^
i j roSa j ^ o - — c o n stad^ ,-e c o
Lo primero que hemos hacer, ante todo, en este asunto es actuar con una
sran seriedad y no insolentarnos confiando en la grandeza de la fuer¿a o la ta-
aón, aunque todo el poderío del mundo fuera nuestro, pues Dios no deseo ni va
a soportar que iniciemos una buena obra fiándonos de la propa fuerza y razón.
El Jo echará todo por tierra y no servirá de nada. tal como dice el salmo 33:
na« z-osp S ;' : e^ ie í r Pe^ al™ ° - * ncsr b . - e ^ S o 'e n da •No e$ la muchedumbre de los gucueros lo que salva al rey, ni se libra el gue­
rrero por su mucha fuerza.» Por esa razón, penso yo, ocurrió en otros tiempos
c onv ertid o en ” ™ d^ r S T ™ '' ” -™ ’0 * s e n o " * "« h em o s i¡uc principes tan notables como el emperador Federico I y el otro Federico, y
muchos otros emperadores alemanes, fueran pisoteados y oprimidos tan lastimosa­
^ .
a a s , : ' u t,d :;; cho, í;s íab: rats ¿ p 1 ^ ,a<s sZ ;t:tO s ;rPe n ^^c L' Lnto s : mente por los papas, a pesar de que eJ mundo los temiera; quiza confiaron en
m propia fuerza mas que en Dios y por eso acabaron cayendo. ¿Y qué es lo que
^ la carne v L ^ S S S ^ m^ ^
ha encumbrado hasta tanta altura a Julio tí, sediento de sangre, sino, según creo,
el que F^ ^ ú , los alemanes y Venecia hayan confiado sólo en sí mismos? Los
d !n S " “ a ' ,!r ¿ p ; hijos de Benjamín derrotaron a cuarenu y dos mil israelitas, por haberse fiado
éitos de su f u ^ a (Jueces 20, 21).
Para que no nos ocuna lo mismo a nosotros con ese Carlos de sangre noble,
debemos estar convencidos de que en estos asuntos no tratamos con hombres
ñno ccon Jos príncipes del infierno que pretenden llenar el mundo de guerra y
derramamiento de sangre; no habrá, sin embargo, manera de derrotarlos de la
E^ oS^ manera antes dicha

m an eramd>eOvivirlStn 1»“ ^ rep resentación de s : L :t e r o se dirige, p :e s , contra a q :e llo s famosos em peradores


alemanes q :e , a la b ú s q :e d a de la identidad nacion al, fu eron
d es y m « „ e n r ,^ e :a n d o e l i P Kd : - ¡S i^ ‘:S ; : :,S r ^
celebrad o s p o r el aún joven m ovim iento h :m a n ísta com o m odelos
y testigos principales. N o en balde se señala de form a esp ecial a
F g~W A l7 2?, 17s.
lo s em peradores S ta :fe n ' F ed erico I y F e d e rico II. B arbarro ja fue
ConstanU¡r <XoBslam°niSdchelaSchenkUC
n1gjn ed': H b ornes* Constitutum esp ecialm ente p o p :la r , p :e s en s :s treinta y cin co años d e go-
nia AmiquilO, Hannover, 1968 * '‘ ^ W f u k r a ™ , b ornes luris Germa-
;■ WA. 6. 463, 35s; 464, 26.30.
" WA6. 434, 11-13.
” WA 6.405, 27-406, 18
64 La ansiada Reforma

bierno imperial consiguió unir el Imperio como nunca lo había es­


tado hasta entonces.
La introducción del Renacimiento en Alemania había fortalecido
la conciencia nacional: se revisaron las fuentes de la historia alemana
para oponer a la arrogancia romano italiana el orgullo por el propio
pasado. Si Lutero hubiese hecho suyo este movimiento de conver­
gencia nacional erudita, se habría convertido en un simbolo de la lu­
cha por la libertad contra el saqueo y la opresión romana. Y en
efecto, la figura del reformador despertó estas esperanzas. ;Con Lu­
tero se decide la liberación de los alemanes! Así piensa Ulrich von
Hutten, precursor del movimiento nacional para la movilización de
ciudades y Estados. Su comentario de la bula de amenaza de exco­
munión papal contra Lutero tiene un tono agresivo:

Aqu> está, nUnruinen, 1*1 buln de León X con la que pretende reprimir la verdad
cristiana que ahora surge a la luz del día, y con la que pretende limirar y contener
nuestra libertad para que no se revigor ice y reviva por entero nuestra libertad que,
tras una larga opresión, vuelve por fi:n a dar señales de vida. Nos oponernos a cual­
quiera que inietUC algo semejante y tomaremos por adelantado las medidas pliblíeab
que impidan a CSC hombre tener éxito y conseguir algo con su inquiera pasión y
osadía. Por Cristo inmortal, ¿cuándo nos encontramos en un momento mas favorable,
cuándo se dieron mejores circunstancias de hacer algo digno de un alemán’-' Ya veis
que todo se encamina Cfl esa dirección, que en el presente existen más esperanzas
que antes de ahogar C$t.a límma. de sanar esta enfermedad. ¡Armaos de valor y lo lo
gravéis! Aquí no se trata de Llir.ero sino de todos; la espada no se ha alzado contra
una persona, sino que nos ataca públicamente a lodos nosotros. No quieren que se
presente resistencia a su tiranta; no quieren que se descubra su engaño, que se descu­
bra su estrategia, que nos opongamos a su furor y contengamos sus peores instin­
tos l3.

Lutero no marchó por el camino de la liberación alemana seña­


lado por Hutten. Lo que más tarde íe movería a un completo re­
chazo del levantamiento de los caballeros del Imperio y de la guerra
de los campesinos hizo de él en este momento un crítico del movi­
miento patriótico.
Por su permanente importancia teológica, la lucha contra las ‘mu­
rallas de los romanistas’ se ha separado injustamente del programa de
reformas nacionales. El pretexto para añadir posteriormente al co­
mienzo de su manifiesto alemán un programa de principios teológi­
cos fue el escrito de Prierias, del que se deducía que aquel moví-

41 Ulrich* vün Hutten Seliriíten, ed. T7.. Bócking, vol. .1, Leipzig, 1861, 302.
f 'T

Un acontecimiento alonan 65

miento de reforma de la Iglesia y del Imperio independiente de


Roma dehería condenarse por herético:

Los romanistas han alzado con gran rapidez en tetrao suyo tres murallas y se han
protegido hasta ahora con ellas, de manera que nadie pudiera introducir reformas,
C00 lo que Io 11a la ciistíandad ha decaído de forma atroz. Un primer hgar, cuando se
les ha atacado con el poder secular, han declarado y dicho que tal poder lio tenia de
rechos sobre ellos, sino que. al corar ario, lo espiritual estaba por encima de lo tempo
ral. En Segundo lugar, cuando se les ha querido coudcnar con las Sagradas hsc finirás,
han aducido que nadie, sino el Papa, puede interpretarlas. En tercer lugar, si se les
amenaza con nn cur.cslio, se inventan que naciie mas que el Papa puede convocarlo.
Púr tanto, nos han robado subrcptic amento las Iros varas para quedar impunes y se­
llan puesto a buen recaudo detrás dé esos tres muros para llevar a cabe todo tipo de
pillerías y maldades como ias que ahora vemos.,, tdue Diros. ahora, nos ayudo y nos
conceda tina de las trompetas coa que se derrumbaron las murallas de Jeiricó, de
forma que logremos aventar estos muros ríe paja y papel y rescatar lab varas cristianas
para mortificar los pe-cados y poner de mantliesto la astucia v el engaño del diablo,
de manera que mejoremos con el eas.igo y volvamos a obtentor la gracia de Dios .

Lo que Lutero propone en su escrito programático A la nobleza


cristiana está dicho en un lenguaje belicoso, pero se trata en realidad
de la belicosidad de la verdac, bíblica desveladora que provoca el de­
rrumbamiento de las murallas de Roma. Quien aquí habla no es un
héroe sino un profeta de la penitencia, que lleva a la nación al confe­
sonario y no a la victoria, con el objetivo de que «mejoremos con el
castigo y volvamos a obtener la gracia de Dios» El castigo lleva al
arrepentimiento y la enmtenca significa el restablecimiento de la jus­
ticia en la Iglesia y en el mundo — en una Iglesia olrediente a la pala­
bra de Dios, en un orden estatal que elimine «lo que se o|>one a Dios
y es perjudicial para los hombres en alma y cuerpo» -6.
E l acontecimiento alemán no es un impulso heroico hacía la rea­
lización nacional, sino penitencia y enmienda. Una reforma tan radi­
cal, ¿tiene alguna perspectiva de éxito, puede imponerse y tomar
forma política? Lutero respendió negativamente a esta pregunta sin
caer en la resignación. Es necesaria una sensata ilustración por medio
de las Escrituras «y, además, en el caso de la nobleza cristiana de la
nación alemana, un ánimo espiritualmente recto para hacer lo mejor
por la pobre Iglesia». En efecto, «todas las Escrituras se resumen en4*6

44 WA 6. 406. 21-407, 8.
■'s WA 6. 407. 7s
46 WA 6. 446. 14s.
66 La ansiada Raí orilla

que los asunios de los cristianos y de la cristiandad sólo pueden ser


enderezados por Dios; nunca han conseguido los hombres justifi­
car sobre la tierra un [asunto cristiano], sino que siempre la oposi­
ción ha sido demasiado grande y fuerte» N o es esto el manifiesto
inspirador de un héroe nacional.
El reformador se opone al movimiento nacional por dos razones.
¡Alemania no será liberada por las armas! Los grandes emperadores
han fracasado en su misión histórica por haber confiado en sus ejér­
citos y no en Dios. Además: ¡el futuro nacional ha llegado ya a su fin!
En efecto, la historia ha avanzado tanto que los últimos tiempos es­
tán ya próximos y el futuro sólo traerá la victoria en forma de sangre
y lágrimas, Hasta el final de su vida Lutero mantuvo con firmeza esta
opinión; su programa nacional para 'sus amados alemanes’ consistía
en penitencia, conversión y reforma, sin perspectivas de una edad de
oro, a no ser tras el regreso de Cristo.
Ulrích von Hutten, como innumerables contemporáneos suyos,
había escuchado ante todo la llamada de Lutero a la liberación v ha­
bía apostado todo para ayudar a su irrupción. Cuando a finales del
año 1520 pudo anunciar Lulero que las armas estaban listas para
proteger y hacer progresar el común interés, vio casi a su alcance el
objetivo de sus esperanzas +s. Es diíícil sobrevalorar lo que significó
la ruptura con este movimiento alemán por parte de Lutero; tantos
eran los pal-iotas aunados por dicho movimiento. H utten fue sólo
uno de los muchos hombres notables, si bien una cabeza extraordi­
nariamente original, un arrebatador poeta (>olírico y un publicista agi­
tador c infotmado. Este movimiento patriótico no es bijo del tiempo
de Lutero. Ya a comienzos del siglo, Konrad Celtis (t 1.508). el ‘ar-
chihumanista alemán’, había elogiado al historiador Tácito como un
clarividente visionario que con su Germania había erigido un monu­
mento a los alemanes. ¡No sólo Italia sino también Alemania tiene su
Edad Antigua!
Cuando la siguiente generación descubre el Medievo alemán e
intenta vincular las virtudes de ios germanos con la gran historia de
los emperadores alemanes, se dispone ya de los fundamentos de un
orgullo nacional históricamente demostrado. Falta sólo la guerra de
independizadón y el héroe popular cautivador que simbolizase los

J ‘,íl9- 8 i l - 16 £ cfr. e) inicio del cin tilo ¡t la nobleza {Ví\A6. 405).


” WABr 2. 232, /2s; Kbernburg, 9 <lc diciembre de 1.520.
•1

U n a co iU e a m íem n alem án 6?

ideales de unidad y libertad de una nación que estaba formándose,


Guillermo TclJ, Juana de Orlcans o Georgc Washington indican lo
que Martin Lutero pudo haber sido, pero no quiso ser, para los ale­
manes. La figura de Guillermo de Orange. el campeón de la lucha
por la autonomía e independencia de los Países Bajos, muestra con
qué consecuencias tan trascendentes puede encamarse en una per­
sona la unión de alzamiento nacional y guerra de religión.
No hay manera de saber si Martín Lutero habría podido garanti­
zar, como héroe libertador, la necesaria cohesión nacional frente a
fuerzas contrarias poderosas. Si es seguro que la cuestión alemana se
enfrentaba a barreras imponentes: k vinculación de la idea de Impe­
rio a los sueños de unidad medievales hacían que ya entonces un
Estado nacional alemán apareciera como un peligro para Europa. El
imperio de los Habsburgos requería, además, un Estado multinacio­
nal y no k cohesión de una nación La estructura esencialmente fe­
derativa del Imperio exigía, finalmente, de quienes apoyaban una
idea nacional, más cultura, amplitud de miras y paciencia que las
precisas en una monarquía centralizada como era la de Francia.
Para la historia de las repercusiones de las ideas de Lutero fue
decisivo su rechazo de la posible y ampliamente deseada trabazón
entre Pablo y Tácito, entre renovación de la fe y surgimiento nacio­
nal. Con intención programática y prnfética, Lutero inculcó en la
conciencia de ‘sus amados alemanes- la unidad cu la fe, al tiempo
que les sacaba de la cabeza la unión entre religión y sangre. Con su
Catecismo y su Biblia había enseñado a rezar y escribir en alemán,
no con la intención de hacer realidad el espíritu alemán, sino para
dar un ejemplo que imitar a la cristiandad que habla en la tierra
muchas lenguas distintas. El concilio nacional solicitado por Lutero
en 1520 se habría reunido en 1524 en Espira — el 11 de noviembre,
fecha de su bautismo— , si el Emperador no hubiera dictado su pro­
hibición estricta. Nunca eslavo más cerca de ser realidad una igle­
sia nacional alemana. Pero el reformador habría condenado como
contrario a Dios un ensamblaje de Iglesia y nación, pues la equipa­
ración del pueblo de Dios con un Estado o una nación, bien fuera
|lorna, Alemania o Israel, no sólo pervierte el Evangelio sino que
amenaza, así mismo, la paz en el mundo. Al optar por una ecumene
de múltiples voces y en contra de la locura de pretender conseguir
por las armas una solución final. Lutero se nos presenta con rasgos
de modernidad.
6?
Li ansiada Rehirma

Pero en aquel entonces más de uno no lo encontró a la altura de


su tiempo. Como elocuente predicador de campaña en el estado ma­
yor de los caballeros del Imperio o en e¡ campamento de Jos campe­
sinos, J.útero se habría convertido en una figura nacional. A corto
plazo, la unidad del Imperio bajo un héroe nacional de estas Caracte­
rísticas habría sido del máximo provecho para Alemania. En cambio,
él mismo habría sacrificado asi Jos intereses de la Reforma. El Lutero
alemán fue una pesada carga para la nación en la tarea de encontrar­
se a sí misma. Lutero se negó a ser un héroe del pueblo — pero por
eso mismo se convirtió en un acontecimiento alemán.
Capítulo 2
UN ACONTECIMIENTO MEDIEVAL

1. Reforma sin fin

La palabra 'reforma' estaba en la Edad Media en las boca.s de to­


dos del mismo modo que lo está hoy el concepto de ‘democracia’
— y se caracterizaba, además, por una idéntica multiplicidad de signi­
ficados— . Todos estaban a favor de ella; eso se daba jx>r supuesto.
Sin embargo, no es nada claro qué aspecto debería tener esa ‘reforma’
— hoy se suele hablar más bien de reformas— , ni cóm o se habría de
imponer. Sin embargo, !a palabra reformatio no es una mera consigna.
Actúa más bien como estímulo y advertencia, acompañada a menudo
de cólera e irritación, pero llena también de esperanza y anhelo.
Puedc presentarse como un desafío para la Iglesia en cuanto tal o
pretender sacar de su lerargo a una orden religiosa. En ese caso ‘re­
forma ' significa vuelta a los ideales de los comienzos. La Iglesia debe
siempre dirigir su mirada al modelo de la comunidad primitiva,
unida por el amor; una comunidad monástica habrá de rememorar
la rttgla original y auténtica de su fundador.
Por lo que respecta a los individuos, retormatiQ significa renova­
ción de la persona, a fin. de despertar del coma de los pecados y vol­
ver a alcanzar la paz con Dios y la inocencia original. Cuando en la
m feúca se habla de esta paz, se evoca aquella experiencia indecible
propia de la unidad con Dios: k persona se pierde en él, o, con otras

h9
70 La atls'iada Reforma

palabras, el querer del hombre se identifica con la voluntad del Se­


ñor. La ‘reforma’ alañe, pues, al cristiano en su ser más profundo, es
expresión de la añoranza por los ideales perdidos v anuncio de la es­
peranza de que la Iglesia y la sociedad se encaminen hacia un futuro
mejor. Quien en la Edad Media solicitaba la reforma, no excluía en
absoluto como opuestos el ‘retorno’ a los principios y el ‘avar.ee’ ha­
cia un estado mejor. Lu contrarío de reforma no es. pues, ‘restaura­
ción , sino ‘deformación’: caída, alejamiento de Dios, extravío en el
camino hacia el fin de los riempos.
Como suele a menudo suceder con los fenómenos culturóles, los
movimientos de teforma en Europa aparecieron por oleadas que
avanzaban desde el área mediterránea hasta Alemania y Escandina-
via. En los siglos x¡, xn y xm Italia y el sur de Francia se vieron con­
mocionadas por el ideal de la 'pobreza apostólica’, unido a la crítica
contra la Iglesia rica y oficial, ‘Reforma’ significa en este caso peniten­
cia y vuelta a la forma de vida de Cristo. Estos grupos de protesta,
como los albigenses o los valdenses, hieron cruelmente combatidos a
sangre y luego. Pero sólo pudieron ser reprimidos eficazmente
cuando las órdenes mendicantes, aprobadas por el Papa, se impusie­
ron el ideal de pobreza dentro de la iglesia —obrando así en sustitu­
ción de los prelados y laicos ricos.
El año 13*29 marca una profunda cesura: el papa Juan X X II co n ­
dena el principio bíblico fundamental del movimiento de pobreza, la
tesis de que Cristo y sus discípulos habían vivido sin posesiones, en
pobreza absoluta. Con ello se condenaba no sólo a un grupo espe­
cialmente crítico en la Iglesia, el ala izquierdista de los frailes de la
orden franciscana, sino que se desacreditaba simultáneamente una
convicción difundida por toda Europa. Aquellos mismos que sabían
poco de la te cristiana tenían presente, al menos com o idea, la lla­
mada de jesús a la pobreza: «Si quieres ser perfecto, ve, vende
cuanto tienes, dalo a los pobres y tendiá-s un tesoro en los cielos»
(Mateo 19, 21).
Pobreza y perfección iban entonces unidas. La renuncia a los bie­
nes de este mundo era la señal externa de la vida del claustro y esta
vida, en seguimiento de Cristo pobre, era el camino seguro hacia el
cielo. De los tres votos monásticos — obediencia, pobreza y casti­
dad— , la pobreza es precisamente la que hace ver que en el mundo
sólo se puede vivir aceptando compromisos no cristianos, huera del
claustro se está lejos de cumplir aquellos ‘consejos evangélicos’ que
Un acontecimiento medieval 71

d Señor había dado a sus discípulos mientras iban de camino, a fin


de ponerlos en condiciones de llevar una vida verdaderamente per­
fecta.
Todos ios cristianos están obligados a cumplir los diez manda­
mientos. Atenerse a ellos es ya bastante difícil; y, sin embargo, los
mandamientos no llegan tan alto con sus exigencias como los tres vo­
tos monásticos. Quien cumple los ‘consejos evangélicos’ pertenece a
la élite religiosa y puede ayudar con sus plegarias a los ‘cristianos c o ­
munes’ a observar, al menos, los mandamientos. Por tanto, constituye
un interés vital para todos los cristianos que ese grupo de vanguar­
dia, a cuyo resguardo vive el simple fiel, esté realmente a la altura de
esas altísimas pautas establecidas por Cristo. La reforma de los mo­
nasterios era, pues, fundamentalmente un asunto de toda la sociedad.
P or estas razones, la condena de los movimientos de pobreza por
pane de Juan X X I I desató una tormenta mayor que muchas de sus
otras decisiones. Parecía confirmarse una sospecha mantenida desde
muy atra-s: la Iglesia se ha apartado de su Señor, Cristo, el pobre. El
valor para k confesión manifestado por los cristianos petsegutdos no
había llevado, al parecer, al hundimiento del paganismo, como se ha­
bía creído durante siglos, sino a la caída de la Iglesia en el pecado.
¡Los mártires entregaron sus bienes y su sangre; los prelados recibie­
ron riquezas y poder! Tampoco valía aquí la astuta solución de los ju­
ristas experros, que pretendían eliminar e! problema mediante una
distinción: los sucesores de san Francisco, los franciscanos, son 'evi­
dentemente’ pobres, desde el punto de vista legal, pues sólo tienen
derecho a) usufructo de los bienes claustrales. Pero la propietaria de
estos bienes no es la orden, sino la Iglesia en su totalidad, que no
está sometida al mandamiento de pobreza de Cristo.
Contra esta ‘evidencia’ y en favor de la absoluta pobreza exigida
por san Francisco actuó una parte de los ‘minoiicas’. Sin embargo, los
franciscanos radicales no pudieron imponerse ni tan siquiera dentro
de su propia orden. Pero su ideal habría de tener repercusiones hasta
un futuro lejano.2

2. Lucha por la reforma de las órdenes religiosas

Una de las consecuencias — en todas las órdenes mendicantes—


de esta disputa desatada en el siglo Xiv en torno a la pobreza son los
72
i-¿i ansiada Reforma Un acontecimiento mcclicva!
^ nonfrm d e s m ovim iem os de o h servan rc .
reform a entend idos c o m o v u e),a S la t ^ ^ ,ü bjet,v os de res de almas encam inaran tam bién a los laicos p o r d cam in o de la
P o sterio rm ente se ]es tachó -I ■ * ' feg *S origina1 d e la orden. salvación v lo s unieran e n e ! m arco d e una cofradía con los herm a­
raban una Z £ * tí T !T ^ se con sid e­ nos en Cri sin habitantes del monasterio.
r es Ja obsc-nm aanc?aerese e e n, í 1 de la igles.a. A quella critica con tra la Iglesia rica, que en la B aja E d ad M edia
T a mb ié n la d e' ^ ^ ^ m ien to regular a la f e se había de ja d o o ír cada vez más con más fuerza y a critud, fustigaba
orden de u - ^ laS tres g andes ó rd enes m endicantes la so b re to d o la insolente arrogancia d e los m onjes y, más en c OTcrcro,
Oc e'pnardeue dur™ a: i ° I - 'an d ad a en 1256. h u b o " de la de los frailes m endicantes. P or todo el país corrían num erosas his­
M rrnata alguno, c o nven^ “particUlaUnT 1^^^^,^"T ¿7 ” * * '° torias, narradas con vivos colores, s o b re su buena y opulenta vida, di­
sand o toram ente por alto la l dem^ S oÍ s d e W ^ Pa- fundidas en m edio de )a irritación general; los observantes, en cam ­

cE ¿ ^ ¡s p~ .T O ecle
bio, que»daban claram ente libres d e ella. La ev olución de L u tero esta
estrecham ente unida a su congregación de agustinos sajo n e s reform a­
de ellos. d o s y la rá pida difusión de sus pensam ien to s y escrito s es obra de
ésta, sobre to d o en lo s años iniciales.
T re s co n v en to s de observantes dejaron huella en la carrera del
fo„ nae " Ocaime' .r 'n d q p e n d .e n ie l í ' ' eCeS POd,'“ “ de joven m on je: en E rfn rt ingreso en la o rd en de los agustinos; en W it-
tanas de ia refor tm 20^ ? ;^ , Cl’ ^ “ « N on es reglam en- te n le rg , el con v en to se convirtió para él en cen tro decisivo d e su ac­
de que aguí, en cl a m b b o de í ™ ^ Imp° rta n tc s Por el hecho tividad. en cu an to lugar de estudio y docencia. M ás tarde llegó a ser
posibilidad de una o í a ™ , ^ C°ngregaCi° nes' Se P ef i!a :,a la in clu so su hogar y el d e su familia. E l con v en to de N urem berg, fin ah
p" ? ™ * P a ; ,aas¡<or a 7 e ,°Kno„" le !“ !,ic a - * ■■ ■» e» « ,- m ente. l a e el arsenal espiritual de la incipiente Reform a, que c o ­
m enzó a irradiar hacia ias culturas jn u n id pales de la A lem ania del
m .d o s I le Z . f T í J 1T P ™ 6™ ™ " * k » agua ™ , -efor- sur v sudoeste. P u tero m ism o nom braría en un lugar destacado una
e n el « ¿ J O S "' IT " ;,” ^ .5 L " T t ** ¡” - cuarta casa. la d e los agustinos <le A m heres, de d o nd e salieron los
prim eros m ártires de la Reform a. P ero para cn to n ccs, en el a ñ o '1.523,
d euix 'o ;t : ; cRZ : , e n c li ::<o c ; ; : ; s í ír ” ucC‘ Un e s!dí - í e n n e ; ¿ ' la palabra 'refo rm a’ había adquirido ya un nu evo sigm ficado.
>■ “as c M ad .* c„„„ W I e je o cír ^ i^ o

» b " ‘ »r ‘ « » c - v e ^ T 3. E l fin de la iglesia sacerdotal

" ' " ¿ a 1; , ™ » “ ind,l :7 c i” . e ' fc L a ° z ,s om n de ,nd"


.El m ovim iento de los observantes había conseguido encauzar por
cam inos de m o d eració n el co n flicto sobre la pobreza sólo en Alema-
z z - Z u mo
nía e Italia y ún icam en te de form a te m p o ra l E n cam bio, en Inglate­
rra v B ohem ia, la tranquilidad tardaría en llegar. D o s figuras apare­
d f e r : z s d’ v J r d " ™ z " t •~ vr £ c e n en prim er término: el inglés W y c lif y el c h e co H u s, b a u tizados
- “ fe “ ¿e d a d , pues l u f a , * j j ieS‘ ói.S ; n;| í g ? " ' ' * " ;. am bos con el n o m b re de Ju an y elogiados o m ald ecidos p o stcri0r-
T ™ " de medi d a , ad m inisT m iv» . L o s Z Z L A Z a m en le com o p recu rsores de Lutero, en referencia a Ju an e l B a u tis ta.
W v clif ( t l 384) fue profe sor en O xfo rd ; H us ( t l 415), d jscíp u fo
I z s z z z z r £ * * * . r z z x et su yo d esd e m u ch os puntos de vista, fue igu alm ente profesor en
sal- on de ia, e¿ as “d e Praga. Su in flu en cia llegó m ucho más allá del recm ro d e sus corres­
p o n d ie r e s universidades; am bos fu eron con d en ad os en e l año 1413
74 La ansiada Retorna

por e! concilio de Constanza. Uno, Juan Hus, a muerte en la hoguera;


el otro, fallecido ya tres décadas antes, a la exclusión ‘post mortem’
de la comunidad de la Iglesia.
Wyciíf y flus observan la contradicción entre la Iglesia de la fe,
difundida por el mundo entero, y la Iglesia de los prelados, que se
abre paso en él. Las convicciones teológicas de W yclif parecen surgir
justamente de la oposición a las decisiones doctrinales del Papa del
año 1329. En su gran obra De Dominio Divino (Sobre la soberanía di­
vina) polemiza contra las pretensiones de la Iglesia de ejercer el po
der y poseer bienes. El derecho a la propiedad y el dominio lo posee
únicamente la verdadera Iglesia de Cristo, que vive en gracia de
Dios. Pero, daco su estado de pecado, aparentemente irremediable,
la Iglesia ha perdido todas sus pretensiones de poderío secular y el
Estado tiene, por tanto, el derecho a confiscar los bienes de la Iglesia.
Tanto sus contemporáneos como los autores posteriores han
visto en la grar guerra inglesa de los campesinos del año 1381 una
consecuencia de estas ideas. Pero los enemigos de Wyclif se equivo
carón entonces en su apreciación tanto como lo han hecho sus histo
dadores: el tiempo de la difusión y elaboración de sus ideas fue de­
masiado corto para semejantes efectos. Aun así, las doctrinas de
Wyclif no dejaron de tener consecuencias en Inglaterra Los loiardos,
sus seguidores, mantuvieron su recuerdo hasta la época de la Re
forma inglesa con su exigencia de leer la Biblia en lengua vernácula,
el rechazo del celibato y la negación de la transubstanciación de las
materias eucarísticas.
Con todo, las propuestas de reforma de Wyclif tuvieron su ma­
yor influjo en el continente. En el año 1382, Ana, hermana de W en­
ceslao. rey de Alemania y Bohemia, contrajo matrimonio con el rey
de Inglaterra Ricardo 11 y este puente entre el continente y la isla fue
de consecuencias imprevistas. Un gran numero de bohemios marcha
ron a la isla, conocieron el pensamiento de Wyclif y lo difundieron
finalmente en su propia patria. Así, el gran libro confesional sobre la
Iglesia escrito por Juan Hus en 1413 — De heelesm— es en sus prime­
ros diez capítulos una especie de florilegio de la obra homónima de
Wyclif.
Hus, sin embargo, extremó la doctrina eclesial del inglés en sus
aspectos programáticos y dramáticos. La doctrina teológica de la pre
determinación divina y su presciencia sobre lus 1lumbres y la historia
— conocida en la jerga teológica como doctrina de la predestina-
Un acontecimiento medieval 75

ción— es la cuchilla afilada que sirve para distinguir entre la Iglesia


verdadera y la falsa. La predestinación había sido enseñada ya por un
padre de la Iglesia, san Agustín, como consecuencia extrema de la
doctrina de la gracia gratuita, la gracia de Dios es la que llama y salva
al pecador por haber sido éste inscrito en el ‘libro de la vida’ mucho
antes de su nacimiento, antes del comienzo el mundo. La Iglesia no
está constituida por quienes detentan el derecho de la curia romana
sino por aquellos a quienes Dios, en su eterna predestinación, ha ele­
gido para obedecer a su llamada. E ! desobediente, miembro de la je­
rarquía papal que confía en e! poder y el dominio, contradice su pre­
tensión de lormar verdaderamente la Iglesia siguiendo las huellas de
Cristo y los apóstoles.

El emperador Segismundo había invitado a Constanza al profesor


de Praga Juan Hus, asegurándole un salvoconducto, a fin de que res­
pondiera de sus enseñanzas en presencia del concilio. A pesar del sal­
voconducto fue encarcelado y, tras siete meses de prisión, quemado
en la hoguera por hereje el 6 de julio de 1415, Sin embargo, Hus no
fracasó. Su martirio se mantuvo como historia viva hasta la época de
la Reforma. Y así, Lutero hace suyo el vaticinio hecho por H us en re­
lación con su muerte: «San Juan Hus predijo de mi, en un escrito en­
viado a Bohemia desde la cárcel, que con él estaban asando un ganso
(pues Hus quiere decir ganso), pero que pasados cien años oirían
cantar un cisne y deberían sufrirlo', y así será, si Dios quiere» '.
Aunque la teología de la Reforma no se identifica con la del husí-
tismo, Lutero rechaza de plano la condena por herejía del concilio
de Constanza: «Si él fue un hereje, aun no ha aparecido sobre la tie­
rra un auténtico cristiano» 2. Pero Lutero no escamoteó la dif erencia
entre él y Hits, sino que procuró dejarla clara mediante la distinción
entre enseñanza y vida. «La vida es entre nosotros mala, com o lo es
también entre los papistas; por eso, no discutimos acerca de la vida,
sino sobre la doctrina. Wyclif y Hus combatieron la vida del Papado;
yo, en cambio, no ataco ante todo su vida, sino su doctrina» 3.
Este juicio no es seguramente correcto en todas sus partes, pero
sí e§ verdadero en lo,decisivo. No es correcto, en cuanto que para1

1 WA 30 til, 3S7, 6-IÜ; carta de Juan litis si la comunidad de Praga.


- WA 50. K 15.»
’ WAT 1. núm. 624: 294, 19- 23; otoño de 1 533.

?6 La ansiada Reforma

ambos, tam o W yclif com o Hus, la doctrina era extraordinaria­


mente importante — la teoría sobre la capacidad de dominio y po­
sesión de la jerarquía: la Iglesia sólo tiene derecho a la posesión de
bienes cuando ésta deriva de los dones de la grada de Dios. No to­
dos los sacerdotes y prelados alcanzan estos dones en el ejercicio
de sus cargos y dignidades, sino sólo aquellos que según la pres­
ciencia de Dios practican la obediencia— . E sto es, indudable­
mente, una doctrina teológica, referida con la m ayor actualidad y
d e la forma más directa a una Iglesia que se había convertido con
mucho en el mayor terrateniente de Europa, sin contar para nada
los Estados de la iglesia de Roma.
Wyclif, Hus y sus seguidores en Inglaterra y Bohemia conti­
núan, así, el antiguo debate por la pobreza, si bien con nuevos me­
dios. L os obedientes son los predestinados a la salvación por Dios
y, por tanto, constituyen la Iglesia, La jerarquía, en cambio, se
opone a Cristo, es, por eso mismo, objeto de reprobación, y perma­
nece fuera de la Iglesia.
La limitación de la reforma bohemia a la ‘vida’, según pretende
Lutero, no es una teoría defendible. W yclif y Hus remueven a la
Iglesia dominante hasta su misma estructura y, por tanto, hasta su
doctrina. A pesar de todo, existe una diferencia fundamental entre
ellos y la reforma d e Wittenberg. W yclif solicita de la autoridad se­
cular que se apodere de los bienes de la Iglesia y los administre en
virtud de los escándalos morales provocados públicamente por
ella. Hus recomienda recibir los sacramentos de la confesión y la
comunión sólo de sacerdotes que no vivan en pecado público.
También Lutero reconoce la decadencia de las costumbres, pero
no es ese el punto clave de su Reforma. Precisam ente esta diferen­
cia es la que tiene presente Lutero cuando dice aquella frase que
resultará siempre chocante, tanto para sus contemporáneos como
para las personas de hoy, católicos y protestantes, nuestra vida es
tan mala como la de los papistas, «pues aqui no se trata de la vida,
sino de la doctrina» L Con ella muestra una idea d e la Reforma de­
sacostumbrada para los puntos de vista de entonces y que no es ni
medieval ni moderna.

' WAT niim. 3403b; 306; K


h.
Un acontecimiento medieval

4. El Imperio de los mil años

La idea que se hacia Lutero de la Reforma resulta comprensible


A la luz del debate sobre ía pobreza. En los conflictos por el legado
de Francisco de Asís fue importante la interpretación de su primera
regla conventual y de su testamento. El papa Juan X X II había recha­
zado en un primer momento la interpretación esmera de la regla de
la pobreza, contenida en ambos documentos y finalmente llegó in­
cluso a prohibirla. Lo que se debatía no era sólo la forma de vida
cristiana conecta de la Iglesia, sino, en c anexión con ella, la cuestión
de mucho mayor alcance de si estaba justificada la existencia de una
Iglesia concebida jerárquicamente. La irritación desatada por la sen­
tencia papa! no se dirigía, por tatito, únicamente al rechazo del ideal
estricto de pobreza en sí.
Francisco había repudiado de forma inequívoca cualquier desvia­
ción: «Los hermanos se han de enídar de no aceptar en ningún caso
iglesias, casas austeras ni nada que se construya para ellos, Si no están
de acuerdo con la santa pobreza» 5. I a negativa de] Papa a respetar
esta última voluntad coincidía exactamente con la ‘nueva’ imagen
histórica del ala intransigente de la orden, designados com o fraúcellf
o ‘espirituales’. El papado reprobo' está a las puertas de su disolu­
ción, pues había llegado el momento de la aparición de la gran re­
forma, del imperio de ¡os mil años de paz. El hecho de que Juan
X X I I combatiera a Francisco y a sus fieles seguidores era perfecta­
mente esperable; se trataba de la última rebelión de quienes querían
aplazar por la fuerza su propio fin.
Con la lucha en favor de la pohreza van unidas las esperanzas en
el imperio milenario. Más de un siglo antes de la condena de Juan
X X II, el abad císterciense Joaquín de Fiore había interpretado ya el
capítulo 20 del Apocalipsis en el sentido de que la promesa del reino
de los mil años se haría realidad en el curso de la historia y no al fi­
nal de los tiempos, cuando el mundo fuera a acabarse.

Vi nn ángel que descendía de. ciclo, trayendo H llave del abismo y una gran ca­
dena en su mano, Temió al dragón, 5a serpiente antigua, que C6 el diablo. Satanás, y lo
encadenó por mil años, l o curiño al abismo v ferró, y encime de é! puso un sello
para que n o extraviase más a las Melones basta terminados los mil afios.1

1 Die ScliúHcn des Heiligep í'sinzisíus von Assisi. ed, K. Esser v L. Ha rtlick,
yferS, 1V72. %.
78 I.a ansiada Rciorma

Cuando se bebieren acabado los mil antis* .será .Satands soltado de su prisión y
5 a)c.rá
a extraviar a ll$ naciones que moran vn los cuatro ángulos de la tierra...
Ajwcalíps'ts 20, 1-3; 7-H

Según las cuencas sacadas por Joaquín de Fiore, la historia trans­


curre de acuerdo con un esquema temario: a la época del Padre. ]¡i
hismria del ílnliguo l’estamento, le signe, tras el nacimiento de
Cristo, el período del Hijo V de la Iglesia de los clérigos. A mediados
del siglo xjli, hacia el año 1260, se producirá de nuevo un cambio de
épocas: comienza la edad del Espíritu y de la Iglesia espiritual, la ‘ec-
clesia spirttuahy. Este tercer período durará mil años. Pondrá fin al !ai-
cado y al sacerdocio, al matrimonio y al aparente celibato, a la jerar­
quía y al gobierno papal. Quienes se hayan sumergido en los secretos
de Dios gobernarán la Iglesia. En resumen: llegará el tiempo de
los monjes.
Esa inversión de la jerarquía chocará con resistencias. La superio­
ridad del sacerdote sobre el laico era cosa reconocida, pero suponía
un escándalo la consideración del monacato como el estamento rec­
tor de la Iglesia espiritual. Hasta entonces todo había sido al revés: la
jerarquía sacerdotal, obispos y Papa, tenían el gobierno de la Iglesia.
La nostalgia de Un tiempo en que ya no existiera esta jerarquía de
dominio afectaba a ios fundamentos del Papado: contra todas las afir -
mociones anteriores, Roma no es para siempre el fundamento de la
Iglesia, pues la época del espíritu se basa en nuevos principios y pon­
drá fin al dominio dei sucesor de Pedro.
Los franciscanos estrictos apelaban a la herencia del abad de
Fiore por $» honroso título de 'espirituales’. Su actitud comprome­
tida y crítica con la Iglesia es clara, si bien sorprendente, pues fueron
los franciscanos quienes reconocieron a] papa Clemente V (tl3 1 4 ),
antecesor de Juan X X II, el atributo de la infalibilidad, cuando tomó
partido por la implantación de! ideal de la pobreza. Hasta entonces
la doctrina de la infalibilidad era desconocida y en la Iglesia católica
romana siguió siendo un asunto debatido, hasta ser elevada a dogma
por el primer Concilio Vaticano (1870-1871) '\ Cuando los defensores
del ideal de pobreza se vieron abandonados por el Papa, le llego la
vez a Joaquín de R o te, con su profecía de un cambio de épocc. Lino

Es ía opinión de B, Tjcrncy, Oripins o í Papal Infallibílity 11 50-1350. A Siudy


on che Concepta uf Infallibiíiiy, Soveccigiity and Tradition m the Middle .Ages,
Leuden, 1972.
Un acontecimiento medieval 79

de los biblistas más importantes de la orden franciscana, Pedro


Juan Olivi (+1298), un francés del Langucdoc, escribió en la linea
de la tradición de Joaquín una exposición del Apocalipsis de san
Juan, condenada igualmente en el año 1326 por Juan X X II, con
éxito duradero.
Oliví fue borrado d e tal manera de las conciencias que hasta
hace unos pocos años no se ha podido recom poner plenamente su
comentario, las Postilla super Apocalypsim. Los manuscritos conser­
vados narran una agitada historia. Este comentario al Apocalipsis
fue recscrito y modificado a lo largo de la Edad Media de acuerdo
con muy diversos intereses, según que tomara la pluma la Iglesia
fiel o la Iglesia crítica con el Papa.
L a esperanza de Olivi en un cambio de épocas está caracteri­
zada por la convicción de que Francisco de Asís fue el iniciador
del periodo de! espíritu, del mismo modo que Juan el Bautista pre­
paró el tiempo de Cristo. Francisco, el auténtico sucesor de Cristo,
recibió de Dios el Evangelio válido para toda la eternidad, el
Evangelium aeternum, y lo anunció a todos los hombres de buena
voluntad. El Papa, la curia y los prelados de este capitulo de la his­
toria de la salvación ya concluido intentan, por supuesto, perdurar
más allá del tiempo determinado por Dios, pero, al oponerse a los
profetas del espíritu, se convertirán en enemigos de Cristo, después
d e haber sido sus servidores. Por otro lado, eítá completamente
claro que los ‘hermanos menores’, los Fratres minores, se han mante­
nido para poner en marcha la 'reform a’ a fin de prepara el milenio
de paz. E sa es la singular misión de la orden franciscana: ser la van­
guardia del tercer Imperio, el Im perio del espíritu.
E l quíliasmo — el milenarismo, la idea del reino de paz de los
mil años (en griego: chilia efá ‘mil años1)— fue adquiriendo de muy
diversas formas influencia en la crítica contra la Iglesia y contra
Roma de la Baja Edad Media. Este movimiento habría de caracte­
rizarse por una teoría de crisis desconocida de Joaquín de Fiore: el
reino del Espíritu no derivaría orgánicamente del reino del Hijo,
sino que llegaría acompañado de dolores <je parto y surgiría a
modo de catástrofe, enfrentándose a una fuerte resistencia. E n
cambio, la esperanza que Olivi compartía con e! abad de Fiore, por
la que los monjes serían los introductores de los tiempos,
sucumbió a las crecientes criticas contra la vida clj .
Allí donde el milenarismo consiguió enlazar (® i la crítica a la
80
La ansiada deforma

Iglesia realizada por los 'herejes’ condenados en e! Concilio de Cons­


tanza, WvcliF y Hus, penetró en amplías zonas de Europa, Entre los
seguidores mileníiristas de Wycliff o de Mus. los ‘monjes* no son los
miembros de las diversas órdenes, sino los ‘hermanos menores' de la
ciudad y el campo, los siervos y siervas, sobre quienes el Señor derra­
mará su Espíritu, según la profecía de Joel:

Después de esto derramaré m¡ espíritu sobte toda carne, y profetizarán vuestros


lujos y vuestras Ejíis. y vuestros Ancianos remira n sueños, y \Tiesttos mozos verán vi.
siones. Aun sobre tos siervos y las síerva.v derramaré mí espíritu en ntjuelbs titas, y
haré prodigios en el ciclo, y en la tiertn sangre y luego y columnas de humo. Y el sot
se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, nnres que venga el día grande y terrible
de Yahve. Y lodo el que invocare el nombre de YYihvé será salvo, porque en el
monic de Sión y en Jerusalén estará el resto de los salvados, como lo ha dichc Vaheé,
y los mismo será de los escapados. llamados por Valué,
ToeL-. 2

Desde ios tiempos de Olivi ia crílica se dirige no sólo contra la


riqueza en sí, sino, cada vez más, contra la riqueza como signo de la
Iglesia depauperada en lo espiritual y hasta completamente despo-

1.a hija embtu-airadí, por su pudre, coni.cpL-iún del Anncrísro, Xilngrabado de Ja obr;¡i
Dcr Anüchris!, Ksimburgo» e, 14H0.
Un acontecimiento medieval 81

seida de espíritu. Mientras los críticos de la Iglesia son perseguidos


con más decisión por los sacerdotes, la preocupación porque en
Roma los precursores del Anricrísto se han introducido en la direc­
ción de la Iglesia se convierte en sospecha y la sospecha en certeza.
Lo que dio al milenarismo impulso y pábulo e hizo que los predica­
dores penitenciales ambulantes tuvieran acceso hasta los circuios cul­
tos, más allá del ‘hombre común', no fue tanto la oleada de pestes
que recorrió Europa en los años de 1318 a 1352, cuanto el gran
cisma de Occidente, de 1278 a 1415. Ahora, en efecto, a partir del
año 1378, los últimos dolores de parto de la Iglesia de los sacerdotes
estaban claramente a la vista.
Un Papa en Roma y otro en Aviñón se anatematizaban mutua­
mente y con excomuniones y entredichos entregaban al demonio a
sus correspondientes opositores. Cuando el año 1409 se reunió un
concilio en Pisu a fin de poner fin a esta desolación, en Vez de la an­
helada unidad dio a la cristiandad un tercer Papa. Es cierto que en
1415 el Concilio de Constanza logró recomponer la unidad de la cris
tiandad occidental, pero las esperanzas de un cambio de época, el
sueño del reino de la paz y de su soberano pacífico, se mantuvieron
vivas hasta el siglo xvi.
También Martín Lulero encontró clientes entre los milenaristas,
que le saludaron como profeta del cambio de los tiempos y defensor
de la ‘nueva era’, la era del espíritu y de la paz. Pero Lutero frustraría
estas expectativas, pues su Reforma no buscaba imponer una trans
formación en la sociedad para lograr la llegada de un imperio de mil
años. Por esa razón, los militantes 'luchadores de Dios’ se apartaron
de él amargados; el principal de ellos fue Ihom as Míintzer, a quien
sucedió toda una sene de profetas quiliástieos, impulsados por la vo­
luntad de realizar la reforma antes de la llegada del lin del mundo,
mediante la aniquilación de los sin Dios.
En este sentido la Reforma de Lutero no es 'moderna’. Lutero no
es un milenarista y no aguarda la llegada de] reino de los mil años.5

5. Lutero el extraño

En vez de respirar aliviados por haber encontrado al fin en Lu­


tero un hombre moderno, después de tantos especuliulorra medieva­
les, aún tendremos tiempo para sorprendernos. En efecto, todos los
82 La ansiada Reforma

ideales históricos, sociales y políticos del occidente cristiano surgie­


ron de la esperanza en un reino mesiánico cuya preparación había
exigido no pocas veces un alto precio, sobre todo por parte d e los
‘sin Dios’ del campo contrario.
Hablar despectivamente de lo ‘utópico’ o de ‘utopías’, que no se
hallan en ‘ninguna parte’ (del griego: u topos, ‘ningún lugar’) equivale a
eludir la cuestión. Desde Estados Unidos a la Unión Soviética, el
sentimiento de la vida está determinado por la esperanza, y en parte
incluso por la convicción irreprimible de que el futuro proyectado
tendrá lugar o de que ya se ha hecho realidad, si bien circunscrito de
momento a una determinada parte del planeta y ‘provisionalmente’
imperfecto. Se trata de concepciones medievales que actúan de
forma secularizada en los tiempos actuales y que buscan su realiza­
ción en el populismo americano, en el marxismo estatal o en d paci­
fismo antiestatal Esta fe en el progreso acaba por convertirse en una
cáscara materialista vacía o en dictaduras que desprecian a la per­
sona, cuando el sentido de la vida y los motivos para la renovación
de ¡a sociedad no se apoyan, como en la Edad Media, en la espe­
ranza de que, por más negro que sea el presente, el futuro desembo­
cará en una ‘reformado’ universal.
Puede discutirse si esta herencia medieval es de procedencia es­
pecíficamente cristiana o si nos encontramos ante un legado común
judeocristtano. En todo caso, la esperanza en un reino de paz conmo­
vió indudablemente al judaismo hasta la constitución del Estado de
Israel. E l supremo colegio israelita de rabinos aprobó una oración
que reza por el Estado de Israel como ‘inicio de la redención’, ora­
ción que es pronunciada por los judíos ortodoxos y no ortodoxos y
que se convierte en hechos: «Padre nuestro que estás en los cielos,
roca y salvador de Lsrael, bendice al Estado de Israel, inicio de nues­
tra redención, en la que alguna vez participaremos con toda pleni­
tud» 7. Hay muchas cosas que parecen demostrar que la vinculación
expuesta aquí entre una comunidad de vida concreta, como la dei
Estado de Israel, y la esperanza en un reino mesiánico sólo ha po-

7 Sólo he tenido acceso a un texto inglés ‘scttu oficial’: nOur Fatber-in-H anxn,
Rtirk and Kedemer o f Israel UtiS thc State o! Israel, the begiming Ot thc sprouting o í m u re-
dtmptitm...» [Padre nuestro que estas en los ciclos, roca y redentor de Israel, bendice
al l'\t¡ido de Israel, inicio del surgimiento de nuestra redención ...J. Cfr. E. L. Fackefl-
Ih-íih, The Jcwisli Rciurn ínto History. Rcflectinns in thc Age of Auscllwit2 and a
New Jcrusiilem, Nueva York, 1982.
83
Un acontecimiento medieval

but-Ko, c. 1480.
tirataei
84 la ansiada Reforma

dido efectuatse en función de la experiencia de la ‘coexistencia’ san­


grienta entre judíos y cristianos,
Pero la exigencia del mundo cristiano de presentarse como van­
guardia del reino de Dios va a una con la esperanza de introducir un
cambio de era por medio del progreso social. Así, una parte esencial
de la Edad Media forma pane del armazón de las edades Moderna y
Contemporánea.
En eso Lotero no Ilego a ser un contemporáneo nuestro, sino el
lejano reformador con quien aquí nos topamos, que ni fue medieval
ni alcanzó a ser moderno. Si se quisiera traducir a este Lutero tan
ajeno a la lengua de la modernidad de forma consecuente, debería­
mos atrevernos a denominarlo como defensor del ‘antisionismo’. Esto
no quiere decir que hubiera de ser un enemigo del Estado de Israel
ni que fuera a abogar por su eliminación, Al contrario, la existencia
de Israel le daría qué pensar, dado su juramento de se r el primero en
circuncidarse en caso de que los judíos consiguieran volver a fundar
un Estado R— tan imposible le parecía tal idea— . Su antisionismo no
apunta a un Estado sino a una ideología, ese mal esencial en el que
las comunidades humanas de todos los tiempos amenazan con enre­
darse. Lutero se opone a cualquier esfuerzo por instituir un reino de
Dios en la tierra. Sólo Dios será quien, según el vaticinio profético,
dará los medios para la implantación de su reino en Sión, sobre la
montaña del templo de Jerusalén. El sionismo, en cambio, es el in­
tento de cargar con la responsabilidad de imponer por propia cuenta
los planes de Dios e iniciar el reino futuro. En esta aspir ación todos
los hombres, tanto judíos com o cristianos, somos sionistas. ‘Sión’ está
en todas partes.
Los sionistas ‘modernos’ del tiempo de Lutero son los obispos y
papas que ponen su confianza en el poder y en los Estados de la
Iglesia. La curia romana quiere ser Sión, el fundamento inconmovible
del reino de Dios en la tierra. La ‘reforma sionista’ es, desde el punto
de vista de L ctcro, la entrega de los pueblos y los imperios al domi­
nio de Roma, una pretensión en la que se empeñaron obstinada­
mente los papas hasta bien entrado el siglo xvi.
El celo reformista de Roma se manifiesta de manera completa­
mente distinta cuando se trata del servicio que la Iglesia ha de pres­
tar al mundo. Papas, sacerdotes y prelados intentan por igual aplazar

- WA .50. 325, 36-324, S; 153H.


Un Étcoruecimk’nro mtMÜcViil H5

las necesarias medidas de reforma hasta los últimos días. Con motivo
del gran programa de renovación propuesto por el papa Adriano VI
a los alemanes en la segunda Diera de Nuremberg, el 3 0 de diciem­
bre de 1523, Lutero deja bien claro — con laconismo e ironía a un
mismo tiempo— que se ha de pensar de los esfuerzos J e la curia:
para la reforma necesita dos hombres, «uno que ordeñe al chivo y
otro que mantenga debajo un cedazo»

6, El Estado de Dios como utopía

Lutero se enfrenta directamente a la ‘modernidad’ cuando eom-


bace en sus propias filas la tentación de salir en ayuda del poder de
Dios con el de la espada, para que de una vez por rodas llegue la paz
al mundo. L o s caballeros del Imperio quieren acobar cor) el gobierno
de prelados y príncipes en el mismo; los campesinos se reúnen para
pedir sus derechos, reclamados desde hace tiempo, e intentan ahora
abrir paso a la justicia divina, Thomay Müntzer lanza una proclama
incendiaria tras otra para poner fin al gobierno de los sm Dios;
Huldrych Zuinglio, en fin, arrogante burgués de la ciudad de Dios de
Zürich, congrega a los enemigos de los Habsburgo para luchar por
el reino de Dios.
La posteridad considerará a estos distintos grupos, según Su posi­
ción y puntos de vista, com o la vanguardia del futuro, del 'progreso’:
los valerosos caballeros se enfrentan a la camarilla de prínci{>es; los
campesinos oprimidos despliegan la temprana revolución proletaria;
Tilomas Müntzer, el predicador del campesinado, menosprecia el do­
minio aristocrático; el reformador de la ciudad de Zúrich insiste en la
democracia eclesiástica y munic ipal Si no hubiera existido Martín
Lutero, la historia de la Reforma se podría escribir com o la historia
de la introducción de Alemania en la época moderna.
Bajo la perspectiva del progreso, Lutero es una i ¡gura impresio­
nante desde e! punto de vista espiritual, pero alejada del mundo,
cuando no demoniaca. ¿Por qué no dejamos que este hombre, con
sus oscuras vinculaciones con el más allá, entre por fin a formar parte
del pasado? «Quinientos años son», sin duda, «bastante».

y A 50. 562, 7, cfr. Deutsches Spnchwürk-r-I.cc ¡kon, «d. K. F. W. Warule,-,


vol, 1, Dürmstack, 1964, col. 415, núm. 27.
S6 I.a ansiada Reforma

Sin embargo, sigue subsistiendo un enigma que no puede resol­


ver ni siquiera el más decidido rechazo del pasado. Si la reforma de
Lutero es, realmente, tan ajena, ¿cómo consiguió salir de las celdas
de los conventos y convertirse en un poderoso movimiento político,
mucho más allá de las fronteras de Alemania? ¿Es que todos, tanto
los académicos como sus seguidores, entendieron equivocadamente a
aquel religioso? Pudiera también ser, muy por el contrarío, que sus
contem jw aneos del siglo xvf no estuvieran ni con mucho convenci­
dos de que empuñar la espada como caballeros del Imperio, lanzar k
antorcha incendiaria con los campesinos, instigar a la lucha iunto con
Thomas Müntzer o practicar la diplomacia de Zuingiio fuesen actos
al servicio de Dios. Si hubiesen sido éstas las vías de Dios, todo ha­
bría sucedido de forma más sencilla — y más sangrienta— , Jesucristo
podría no haber muerto, sino acogerse a la protección de sus legio­
nes de ángeles. No obstante su respuesta a Pílatos, renunciaba a recu­
rrir a las armas'. «Mi reino no es de este mundo; si de este mundo
fuera mi reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese en­
tregado a los judíos» (Juan, 18, 36).
La idea que Lutero se hacía de la reforma está determinada por
esta confesión ante Pilatos. Aunque la reunión de los hijos de Sión
esté ya cerca, sigue siendo cierto que esa nueva situación sólo puede
ser introducida por Dios, sin la ayuda ríe los hombres. Para encon­
trar testimonios de su teología reformadora, Lutero debió recurrir a
personajes lejanos de la historia de la Iglesia, más allá de Hus,
Wyclif, Pedro Olivi y Joaquín de Fíore, y retrotraerse al predicador
reformista de siglo XII Bernardo de Clairvaux y al padre de la Iglesia
Agustín de Hipona, En ellos vio preservado y correctamente ex­
puesto un testimonio neotestamentario del acontecer de los últimos
tiempos.
Como tantas veces Había sucedido en la Iglesia occidental, tam­
bién ahora la obra fundamental fue un escrito de san Agustín, sus
veintidós libros sobre La ciudad de Dios, su obra más madura. La si­
tuación de partida que llevó a Agustín a tomar la pluma había sido
determinante para el futuro tanto del Imperio romano como de la
Iglesia. Era la época en que el ‘ocaso de Occidente' comenzaba a pa­
recer una realidad al hombre antiguo. E n el año 410, el rey visigodo
Alarico había conquistado la Roma eterna’, afectando así al Imperio
en sus cimientos ideales. Era como si el mundo hubiese perdido el
aliento. Roma, símbolo de la civilización y de la paz, había caído, en-
Un acontecimiento medieval 87

{regándose indefensa a las garras de la barbarie. Los contemporá­


neos se preguntaban con amargura por los motivos de la catástrofe.
¿Era a causa de la cristiandad? Si los bárbaros lograron aniquilar el
orgullo del Imperio y Roma se babía venido abafo, tenía que ser d e ­
bido a un castigo por el abandono de los dioses de los antepasados.
Pero también los cristianos se sentían profundamente inseguros.
¿Qué significaba todo aquello; cómo habían de entender este hundi­
miento; cómo podía existir un futuro sin Roma? También para ellos
se había derruido un mundo. ¿Cómo podía haber sucedido que
Dios hubiese abandonado al Imperio romano al que había guiado
hasta la Iglesia de Cristo por medio del emperador Constantino?
Agustín no había eludido estas preguntas, sino que había sacado
a fieles e infieles de sus sueños sobre la Roma clásica y la Roma
cristiana. ¿Qué otra cosa era el Imperio pagano sino una gran banda
d e ladrones? Y la Roma de los cristianos, ¿era acaso una avanzadilla
del reino de Dios? No, pues la historia entre la primera venida de
Cristo en carne mortal y su regreso no discurre por los caminos im­
periales de un reino de Dios en la tierra. E n los mil años entre el
nacimiento y la definitiva vue.ta de Cristo surgirán y desaparecerán
Estados y culturas; y Roma no es una excepción. Sólo quedará la
ciudad de Dios. E sta, sin embargo, no es un elemento de poder so­
bre la tierra, sino la comunidad desarmada de los verdaderos cristia­
nos. Al concluir los mil años se cumplirá la profecía final del vi­
dente del Apocalipsis de Juan: «El diablo... será soltado por poco
tiempo» (20, 3). En esc momento comenzará para la cristiandad un
período de terror. El peligro que ahora representaban bárbaros y pa­
ganos no es nada en comparación con el terror de los últimos días,
cuando Satanás parezca triunfar sobre Dios y hasta el Evangelio,
fuerza y consuelo de la cristiandad, sólo pueda anunciarse en se­
creto. En cuanto a la forma y manera del combate final, Agustín no
tiene una completa seguridad: ¿Aparecerá el Anticristo en persona
en medio de la Iglesia o fundará una antiiglesia? No hay duda, en
cambio, respecto a una cosa: la ciudad de Dios verá peligrar incluso
su misma sustancia. Esta es la utopía cristiana de san Agustín,7

7. El Anticristo y su tarea

El discurso de Lutero sobre el Anticristo resulta extraño en la


actualidad. Pero sus opiniones no provienen únicamente del espíritu
88
La ansiada Reíorm a

Cristo arrufa Uc i Templo a los mei caderes', Xuoprao.KIo de Ja hoja volante ta íio m ria
de Cristo y e l Aníensto, Ilustrado por Lucas ('vanach el Viejo, 1521.

de su ¿poca, cargada de ¡amasia, y el miedo al Amicristo no surge


tan sóio de! otoño de la Edad Media, un tiempo recorrido por el
miedo, fascinado de ral forma por el terror, que no le quedaba otra
salida que armarse para el titánico combate del Apocalipsis.
Lulero no estaba al margen de los miedos de su tiempo y precisa­
mente por ese motivo fue tan comedido al referirse a ellos. Pero en
realidad, lo que dejó en él su huella no fue el miedo de la tardía
Edad Media, sino la escuela de Agustín, cuya interpretación de la
historia y de los últimos tiempos le sirvió para descifrar los aconteci­
mientos de su siglo.
Sin embargo, no fue exclusivamente Agustín quien puso su cuño
en las opiniones de Lulero; también Bernardo de Clairvaux (+11431
tuvo para él una importancia constante, Lutero lo consideró uno de
Un acomecitiiiento medieval 89

‘El vic.lru , de Crista Ii atica con indulgencias'. Xiiognibaclo de la hoja volante i\raO-
m r i o d e C r is to y e ! A n t u m t n , ílusrt ado por Lucas Cranach el Viejo, 152).

los últimos padres de k Iglesia y para los historiadores actuales es una


de las figuras centrales de la Edad Media, en cuanto reformador y pre­
dicador de la Cruzada. Bernardo había asumido las ¡deas agusünianas
sobre el fin del mundo, acomodándolas al paso de los tiempos.
Cuando en el verano de 1514 Lulero alzó por primera vez su voz
en contra de las indulgencias, relacionó este ataque con la periodiza-
ción bernardiana de la historia del mundo y de la Iglesia durante los
mil años transcurridos desde e) nacimiento de Cristo hasta el fin de
los tiempos: al principies, k Iglesia debió sufrir persecuciones san­
grientas, cuando los mártires hubieron de perder sus vidas por la fe.
Siguió luego la época de las herejías, que intentaron destruir la Igle­
sia de forma mucho más sutil y. por tanto, mucho más peligrosa, me­
diante ataques contra la doctrina cristiana, Pero aquí y ahora el peli-
90 T,A ansiada Reforma

gro más protundo y radical para la cristiandad ha surgido, precisa­


mente, de la misma Iglesia. Bernardo había llamado insistentemente
la atención acerca de esta descomposición intema: lo que ahora en­
contramos en nuestra propia casa es la seducción inaudita d élos fie­
les sencillos por el gran y terrible adversario, «es decir, el Aniicristo,
el calumniador falsario... a quien sólo el señor Jesús dará muerte y
aniquilará con el espíritu ardiente de su boca en el momento de su
regreso radiante» 10.
En este verano de 1514, Lutero deja aún de lado el diagnóstico
de Bernardo — la Iglesia está ‘incurablemente’ enferma— . En cam­
bio. recurre a la períodización bernardiana a fin de poner en guardia
la fuerzas defensivas y mostrar que los tiempos de paz externa y satis­
fecho bienestar son enormemente peligrosos para la Iglesia, pues en­
tonces establece su patria en la tierra, amplía sus dominios y chala­
nea para enriquecerse. Vende incluso seguridad, al prometer a los
cristianos protegerlos del saludable castigo divino por medio de las
indulgencias u .T res años antes de la proclama de sus tesis, Lulero ve
ya en el comercio de las indulgencias una profunda desviación ecle-
síal. Con prudencia todavía — com o anuncio de una lucha futura, re­
conocible sólo desde nuestro punto de vista actual, en mirada retros­
pectiva— , adviene a sus estudiantes del peligro de una perversión
anticristiana en la Iglesia.
Lutero encuentra en el Evangelio según san Mateo la descripción
de los signos de los últimos tiempos:

Saliendo Jesús del templo, se le acercaron sus discípulos y le mostraban las cons­
trucciones del templo, El les dijo; ¿N’o veis todo esto? En verdad 08 digo que no que­
dara aquí piedra sobre piedra que no sea demolida. Y sentándose en el monte de los
Olivos, llegáronse a él aparte los discípulos diciendo: Timos cuándo será todo esto y
cuál será la señal de tu venida y de la consumación del mundo.
Jesiís les respondió-- Cuidad que nadie os engañe, porque vendrán muchos en mi
nombre y dirán; Yo soy el Mesías, y engañarán a muchos. Oiréis hablar de guerras y
rumores de guerras, pero no os turbéis, porque es preciso que esto suceda, mas no es
aún el íin, Se levantara nación Contra nación y reino contra reino, y habrá hambres y
terremotos en diversos lugares; pero todo esto es el comienzo de ios, dolores.
Entonces os entregarán a los tormentos y os matarán, y seréis aborrecidos de to­
dos los pueblos a causa de mi nombre. Entonces se escandalizarán muchos y unos a
otros se harán traición y se aborrecerán; y se levantaron muchos falsos profetas que*S .

111 bernardo de Clairviiux, Sermones super Cántica Cánticortim 1-35. sermón .33,
S. Qcniarjí Opera, vol. 1, .Roma, '19.17, 2-0
" WA.3,417, 1-42.5.1!; Salmo 69,1-5.
Un acomeciiníenio medieval 91

engañaran a muchos, y por eí exteso de la maldad se enfriará la caridad de mu­


cho»; mas el que perseverare hasta eí fin, esc se será salvo. Será predicado esto
evangelio del reino en rodo el mundo Como testimonio pira todas las naciones, y
entonces vendrá cí fin,
Mateo 24,1-14

Desde un principio Lutero consideró muy natural trasponer a


la situación de la Iglesia el anuncio del fin del mundo hecho por
Jesús. Y tampoco pasó del todo por alto las advertencias de
muerte de Bernardo, según vemos hoy con claridad: «De acuerdo
con mi interpretación, el Evangelio según san Mateo cuenta entre
los signos del fin del mundo una desviación como la del comer­
cio de las indulgencias» a . En los siguientes cinco años — de
1514 a 1519— esta opinión se convertirá en el en certeza.
El trasfondo de la tradición explica en dos sentidos la idea
que Lutero se hacia de )» reforma- no se trata ya de un análisis
frío y distanciado del tiempo y de la historia. Lutero se sitúa, más
bien, entre la esperanza y el temor de que el día de Dios
irrumpa en cualquier momento, t \jucl momento en que el diablo
será soltado, que Agustín aguardaba para un futuro lejano y que
pareció anunciarse en los dias de Bernardo, se ha convertido
ahora en realidad- Desde que la Iglesia se ha puesto detrás de las
indulgencias con toda la pujanza de su autoridad, con el derecho
canónico y el poder papal, ya no es posible la duda: el Anticristo
está en trance de llegar, los últimos días han comenzado 15.
Ha pa.sado el tiempo de !a reforma de uno mismo; ya no se
debate sobre abusos y escándalos; ahora nos encontramos con
algo que amenaza a toda la Iglesia hasta sus cimientos. No hay
curas de renovación capaces de ayudar, sino sólo aquella reforma
que D o s mismo llevará a cabo el día del fin de! mundo. Si
ahora, a partir del año 1518, el Evangelio vuelve a anunciarse con
plena vigencia y sin desfiguraciones humanas, no estamos ame un
signo de salvación, sino ante el cumplimiento de la profecía de
Jesús: «Será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo
como testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el
fin» (.Mareo 24, 14). E l evangelio, sin embargo, no derrotará al ad­
versario, sino que le animará a reforzar sus ataques contra el pue-

WA 3. 425.7»,
o AWA2 606,2-4;. 1519-1521
?2 La ansiada Reforma

hlo de Dios Ese precisamente será el origen de los ‘dolores de


parto de los últimos tiempos’.
¿Cuál es, entonces, la situación de la Reform a luterana? Según
las normas de la ciencia histórica, la Reforma precede a la C ontra­
rreforma. Pero si nos atenemos a la interpretación histórica del fin
de los tiempos, la situación se invierte: la Contrarreforma precede a
la Reforma. Si Lutero anuncia nuevamente al mundo el mensaje de
la cruz, es sin duda porque Dios actúa en su Iglesia perseguida.
P ero este hecho no es aún la gran Reforma, sino el preludio de la
Contrarreforma. No tiene, por tan topada que ver con el reino de
la paz de los mil años, y ni la espada ni el poder ni ninguna utopía
productiva abrirá el camino al reino mcsiánico. A los cristianos
sólo se les exige un pacifismo estricto: soportar, mantenerse firmes,
esperar — anunciar públicamente el Evangelio, rogar abiertamente
la intervención divina: «Lo único, por tamo, que te consolará en
esta última fase será el juicio final y tu fe en que el Señor reina por
siempre; al final desaparecerán todos los sin Dios» l4.

«Nunca 1e ha icio tan mal a! mundo»; las gentes J e capelo rojo (el cardenal Alberto
de Maguncia) [a la derecha] y capucha negfR (.Toh^nnes Tctzell [a SU lado] encare­
cen el precio de las imiulgenciias, los ‘peces gordos* acucan dinero y los. astutos
usureros le sacaii al 'hombre común’ los cuartos del bolsillo. Hoja volante, c. !

AWA 2.615, 1-3; Salmo 10. 16.


Un acontecimiento medieval 93

El otro sentido de la idea de reforma propia tic Lutero se refiere


al orden y mejora en el mundo. Habremos de volver una vez más al
aula de Witicnberg en la époea del semestre de verano de 1514 a fin
<le escuchar las admoniciones de Lutero ante el com ercio de las in­
dulgencias en la Iglesia. La ver.w por parte de la curia de un seguro
para proteger a los cristianos del castigo salvador tle Dios es la des­
tructiva consecuencia de una política eclesiástica cuyos objetivos
consisten en fortalecer el dominio interior y exterior tle Roma sobre
el pueblo de Dios. Los Estados de la Iglesia, proclama desvergonza­
damente la propaganda, se amplían a mayor honra de Dios y para el
*■ crecimiento de la Iglesia y con este mismo fin se entablan guerras
santas. Comentario de Lutero: «Nunca la Iglesia se ha encontrado en
peor situación» i5.
E n los años siguientes Lutero resaltará las consecuencias de esta
estrategia de poder de la curia en la política internacional: nunca el
mundo se ha encontrado en peor situación. Efectivamente, el príncipe
de las tinieblas no se contenta Con introducirse, en la Iglesia; quiere
también gobernar el mundo, para destruir la creación de Dios
— com o tenía planeado desde un principio— y establecer de nuevo
el caos. En esros días últimos, que son ya realidad, no se trata, pues,
tan sólo tle mantenerse firmes en la íe, sino de sobrevivir en el
mundo. Tiene una importancia fundamental que el abandono por
parte de Lutero de toda utopía histórica no suponga la entrega de la
Iglesia y dei mundo al caos. Los cristianos se ven amenazados, pero
no sin auxilio, son atacados, pero no están inermes. Donde quiera
que se anuncie el Evangelio existirá la posibilidad de sobrevivir a los
destructores asaltos tic Satanás. Allí donde la doctrina cristiana libere
a las autoridades de Jas garras del Anticrísto, el mundo recuperará
sus derechos. Lutero considera necesaria y posible esta emancipación
del mundo, de su derecho secular y de su ordenamiento estatal.
Pero, para esta tarea, situada dentro tle las posibilidades humanas, no
utiliza la gran palabra ‘Reforma’, sino el concepto más sobrio, munda­
nal, práctico, terreno y ciertamente relativo de 'mejoramiento',

•’ YVA3. 422.
94 I*i ansiada Reforma

8. «La penitencia es mejor que las indulgencias»

La critica de Lutero contra las indulgencias no era en absoluto


nueva y desconocida; entonces, como abora, podía ser compartida
por católicos reformistas. Incluso dentro de su misma orden, que con
tanta vehemencia se había puesto de parte del fortalecimiento de la
autoridad del Papa, se habían dejado oír voces contra las indulgen
cias expedidas por la curia. Hacia el año 1452, el agustino Gouschalk
Hollen había expuesro la siguiente tesis: «La penitencia es mejor que
las indulgencias » Debemos detenernos ame esta formulación ilustra­
tiva y, al mismo tiempo, peculiar. ¿Se debían mantener las indulgen­
cias incluso sin penitencia, de modo que el pecador pudiera aho
rrarse indagar en su conciencia a cambio de dinero contante y
sonante? En realidad, no debía ser así, ningún camino podía obviar
el confesonario. El creyente sólo podía sentirse seguro de que Dios le
había perdonado sus pecados y le había condonado el castigo eterno,
que le amenazaba con el infierno, participando del sacramento de la
penitencia. Pero quedaban las penas temporales por los pecados que
quien había sido absuelto de su culpa tenía aún que reparar, en la
tierra o en el Purgatorio. Las indulgencias afectaban a estas penas
temporales.
La Iglesia puede aliviar Lotal o parcialmente al penitente que con
fiesa sus faltas de estas obligaciones que recaen sobre él como con
dena por sus pecados. La remisión de la pena presupone, pues, la pe­
nitencia del pecador. Sin embargo, la advertencia del fraile agustino
no carece de justificación: un tipo de indulgencia especia! y ardiente­
mente solicitado va mucho más allá de la remisión de las penas por
los pecados. En las denominadas indulgencias por jubileo, que sólo
el Papa puede suscribir, se preconiza la condonación plenaria de la
pena y de la culpa, de modo que la visiLa al confesonario no es ya ne
cesaría y la actitud penitencial, condición para el perdón de la culpa,
puede, sin embargo, acredirarse mediante la bula del jubileo
Lutero pudo haber formulado sus reparos contra la teoría y la
práctica de la remisión de la pena de manera similar a como lo hizo
Ilollen. P ero en los puntos decisivos, va más allá de las criticas con­
tra las indulgencias expresadas en la tardía Edad Media: sus noventa
y cinco tesis del 31 de octubre de 1517 aparecen bajo la consigna: las
obras buenas son mejores que las indulgencias.
Un acontecimiento medieval 9.5

«Hay que enseñar a los cristianos que quien J a algo a los po­
bres, quien presta algo a un necesitado, actúa mejor que sí com ­
prara una bula de indulgencias» (tesis 431.
«Hay que enseñar a los cristianos que quien ve a un necesitado
y no le presta atención y, en cambio, compra una indulgencia, no
consigue la remisión de la pena otorgada por el Papa, sino la cólera
de Dios» (tesis 43).
La mejor penitencia es la enmienda, pero ésta se dirige a la
vida en el mundo y está por tanto en contraposición con la santa
huida del mundo, que es lo que se pretende.
«Hay que enseñar a los cristianos que quien no posea riquezas
Superfluas está obligado a conseguir lo necesario para su familia y
no gastar su dinero en indulgencias» (tesis 46).
Lutero defendió siempre la necesidad de las buenas obras: «Se
me debería llamar Doctor honorum operum, doctor de las buenas
obras.» Es cierto que ya no cuentan com o méritos ante Dios — a
más tardar, desde 1 3 1 6 — , pero son indispensables com o servicio al
mundo y a sus disposiciones. Este punto será desarrollado de
forma programática en los años siguientes. El L u tero temprano de
los años iniciales de Wíttenberg fue, en su trabajo de-profesor, un
profeta de la penitencia. En el año 1320, cuando el fraile salió de
su celda conventual y apareció en público con sus grandes escritos,
se mostró ya com o una persona conocedora del mundo y abierta
a él.
Esto está muy lejos de ser normal. La Kdad Media conoció mu­
chos predicadores penitenciales, figuras ascéticas que — dorados de
una gran elocuencia— invitaron a las masas a reformarse para
transformar la sociedad de acuerdo con el modelo de los ideales
monásticos. La propuesta ce vivir sólo para la santidad era algo
que nunca dejaba de causar impresión. El alumno Martín, según
recordaba en 1533, cuando era ya un doctor adulto, admiró en
cierta ocasión en Magdeburgo a uno de esos santos: «Cuando iba a
la escuela en Magdeburgo, con catorce años, vi con mis propios
ojos a un príncipe de, Anhalt... que, con la capa de los descalzos
[vestido de fraile capuchino] recorría la BreitenstraBe pidiendo pan
y cargaba con su saco como un asno obligado a encorvarse hacia el
suelo... Habían sido tantos sus ayunos, sus vigilias y sus penitencias,
que tenía el aspecto de la muerte, puros huesos y piel; murió tam-
97
96 l.a a i^ ^ ^ a R e fo rm a * Un e c o íi^ imicftto medieval

bien pronto... Q uien lo con tem p laba se desvivía de d evo c ión y no p o ­ vicial som etido a to d o s y a todas b s ra se s» w . D os m es« antes
día menos de avergonzarse de su estado se cular» 1.5 había exp u esto L utero el carácter co le e-ovo de esra actitud de ser­
L a imagen grabada en cobre por L u cas Cranach el año 1520 del v ic io el m ejoram ien to social, en üu escrito al R e y p o m a p^ t^ -
erm itaño agustino M artin L u tcro presenta exactam ente los rasgos de bleza, estam en tos y m unicipios’ *> — t ít ul ° original de su o b ra a la
un p red icad or m onástico penitencial: d Savonarola d e W’ittenberg, d nobleza a l e m a n a - . E n el régr n en de vleza leza que cv'tar el luja
antitipo d el fraile t^ ^ d abas. E l grabado d e C ranach se queda con « por el q u e tantos nubles y r,Cos se em p o b re c e n »; s e . ha d e regu­
este esquem a de: santidad m onástica — y pasa por afro a L u tero — . lar el com ercio , para que « d dinero no salga d e las Uerras alem a;
Sus serm ones reform istas no son una p réd ica de retraim iento a scé ­ nas»; la usura es «la m ayor desgrad u de la nación alem ana- el
tico, sino que se di rige n al m undo — no con la in ten ció n de transío r- dura cien años mas, será im posible que M em o r a con serve to d a­
m arlo en un m onasterio, sino en la idea de que continúe com o Vía un p en iq ue». Igualm ente in m o ral^ son los m o n o p o lios> «en
m u n d o y sea lo que es: la bu en a creació n de D ios. L u tcro se dec lara est e punto , h a b rá que h acer tasc ar e| fre no a los Fugger y otros
a favor de que se haga justicia según las leyes seculares — precisa­ personajes sem ejantes»; y, t'inalrncm e «¿no es lastim oso que n oso­
m ente é l, que d u ran te to d a su vida sólo tuvo hirientes sarcasmos tros , cristianos, m antengam os brnx b b s ^ b r a s e .?» 21-
para los juristas y su ju risp ru d en cia— . D efien d e la hum anidad del E stas m edidas prácticas no se e ncam inan a la real'zaci « « leza
d erech o civil, que es «m ejor, más rico y más ho n rad o que el c a n ó ­ tórica de utop ías medievales de re lo rma Fi escrito a la n° b l eza
nico» l ' . e stá a siglos de distancia de los sueños med u l a s de b s obras
reform istas, con sus esperanzas en b r a nsto rm M i ™ de la socte-
A finales d e o ctu b re de 1.520. L utero p u blicó su m anifiesto sobre dad por un papa angélico o por un em perad ° r de la paz. E
la L LibrW d d hombre crrrttd«o. En él se habla de la liberación para la gram a de L u tero no necesita tam p or a de santo« m uUantes d e los
salvación y de la liberación p ara la acció n. « E l hom bre cristiano es últim os tiem pos, q u e ‘allanen los cam inos d el S eñ o r e n el d e­
señ o r d e todas las c o sa s y a nadie está som etido» ls. L iberad o d e las sierto’ sin ate n d e r a pérdidas. E sa es la rttzOT de q u e L u tero nO
con stricciones de la ley, el creyen te se ha co n v en id o en hered ero de exponga sus propuestas de perfecció n con e| tono d e tm m v ° del
la santidad, ia justicia y la piedad de Cristo: <y N o es acaso una feliz teócrata que d ebe reorientar su m und o de una vez por to das de
d isposición el que C risto, el esposo rico, noble y piad oso, tome en acuerdo con la ley de Dios. El catálogo c b reform as de L u tero
m atrim onio a la putilla pobre, despreciada y m ala, la descargue de carece de toda p reten sión de valida , pe rpetua; c ° m o él mismo
toda de sgrac ia y la adorne con todos los b ien es?» 1.5 Esta ‘feliz d isp o ­ d ice no reco ge más q u e las sugerm leza de un te ólogo> que c ° -
sición’ es la liberació n de la esclavitud del h a m b re d e sa lvación v d el no c e lo s problem as de su nem po, sin pod« ten er una ix :rsp cct*va
m iedo a n o conseguirla. l.a 'pu tilla p o b ie , d esp reciad a y m a k ' puede de tod os los a s p e c t s prácticos d e los m lezatJS. La re lorma _ e n
ahora participar de la libertad, recibida gratuitam ente. D el mismo cu an to ‘m ejo ram ien to ’ n o exige una d ecisión ufrim a, auton taria e
m odo que C risto se puso a nu estro servicio, d ebem os tam bién n o so ­ infalible, sino exp eriencia política y un co n o cim ien to prot esional
tros ayudar al prójim o con nuestros actos, ‘por su bien y m ejo ra­ de la m ateria. . , „ . .
m iento'. Luteto nunca se auto c a lfic ó de ‘fe lezau lezaf . P ero )amas se
La libertad cristiana se recib e a cam b io d e nada y se transm ite al avergonzó de ser un profeta; com o eva n gelisra’ quiSo difundir la
p rójim o gratuitam ente. P o r eso, «e l h om bre cristiano es un siervo ser­ aleg re nueva. P red icad o r, d octor o prolezai- í uer° n n om bres q u e
se dio a sí m ism o. pues realm ente lo era. S in em bargo > n u n ca

" V/./A 38. 10.5, 8-20.


■ \Y/A 6. 459, H; 1.520 WA 7. 21. h
" 7_ 21, Is. 21i f l 6. 258, :.D.
WA 7. 2h, 4-7. n W,\ A 465, 25-467, 26.
98 La ansiada Reforma Un acontecimiento medieval 99

tuvo pretensiones de ser un reform ador, de la misma manera que q u e hayan tom ado p arre o por más que hayan co m b atid o a los here­
tam poco presentó su obra corno una ‘reform a’ jes: ¿son acaso buenas obras abandonar familia, casa y hacienda a fin
E l uso lingüístico corresp on d e al h ech o re a l de que la 'reform a' d e co rrer tras la propia salvación? E s to es lo que regocija al dem onio,
habrá de ser definitivam ente un acto de D ios. C u and o, no obstante, pues al obrar así hacem os un p erju icio a Dios y ayudamos al diablo a
L u tero recurría — muy raram ente— al con cep to corriente de ref o r ­ introd ucir el caos q u e anhe la.
m ad o. se referí a al ‘m ejoram iento terren o ’. P ero tam bién en este L u te ro ha traslad ad o del cielo a la tierra la m eta de la ética cris­
punto deberíam os ser actualm ente más precisos en la traducción, tiana. Las buenas obras producen la ‘salvación’, la salvación que co n ­
pues no fue un regenerador secular que lanzara una ofensiva prom e­ siste en sobrevivir en un mundo amenazado.
tedora en favor del rearm e espiritual d e la Edad M o d ern a contra el
pecad o, la guerra y la miseria. L utero no es un pregonero de la época E l anu ncio de reform a inm inente p ro clam ado p o r L u tero y sus
moderna sino del fin de los tiem pos, del tiem po de la E d ad M edia, requ erim ientos de m ejora sólo se pueden entend er sobre e l t r as­
por supuesto, p e ro ta m b ié n y al m ism o tiem po del prin cip io del fin fo n d o d e la E d a d M edia. L a visión d e L u tero relativa a los últimos
d e todos los tiem pos. tiem pos, cuya aparición habría sid o im posible sin la Edad M edia, sig­
Las propuestas de m ejora de L u tero no se han de calificar, por nifica la n eg ació n de todos los intem o s de transform ación del
tanto, com o una é tic a para la vida, lo que ha d ado y sg u e dando pie m undo, in clu so los m odernos, desde la espe toranza) en d advenim iento
a confusiones. Por más fascinante y orienradora que, incluso hoy del reino de un Joaqu ín de Fiore hasta las luchas de los cam pesinos
día, sea su llamada a actuar en lib e rtad, no ha legado un ‘m anual de en pro de su d ere ch o divino. Podríam os considerar a L u tero partid a­
vida pú blica’ ni un programa im perativo de políti c a con tem p orán ea a r io radical d e ^ Bernardo de Clairvaux; radical. por el h ech o de q u e
los gobiern o s y sociedades con objetivos d estinados a perdurar siglos. para su época los tiem pos habían llegado a tal punto que la predica­
Su ética es una ‘ética de supervivencia e n tiempos peligrosos'. P ero ción <le la cruzada no convocaba ya a la liberació n de Tierra Santa
e n un co n texto de caos y pelig r o tal ética es necesaria para la vida, sino a la d e los san o s . H a bida c u e n ta de lo avanzado d el m om ento
razonable y práctica, no tien e vigencia legal, pero es capaz ele acom o­ d el m und o, las cruzadas no se habrán de organizar c o n el po d er de
darse a las necesidades d el tiem po. L a fe destruye cualquier p reten ­ los ejércitos, sino con la fuerza del m ensaje de la m uerte c:n la cruz
sión d e validez e te ^ rna y proporciona, en cam bio, una visión correcta d el C risto inerme.
d el verdadero valor del hom bre, que no ensalza ideológicam ente la No puede, pues, hablarse de una 'introd ucción de la refo rm a’ por
miseria com o sacrificio necesario en vistas a la esperable ganancia al parte de L u tero. D esd e su punto de vista se trata de medidas para el
fin de la vida. Si el cristiano vive en tre la rabia del d iablo y la có le ra m ejo ram ien to d e l m undo, a fin J e q u e pueda subsistir hasta el m o­
de Dios, habrá que aprovechar el tiem po restante y proteger la crea­ m ento en que D ios ponga fin definitivam ente al caos. E sta con cep ­
ción, nuestro esp acio vital, en la m edida de nuestras fuerzas. E l en­ ción de la vida en los últimos tiem pos dificulta el acceso a L u tero del
cargo d ivino de cuidar del m undo vige hasta n u estra úln’ma hora; en h om bre m o d erno : el d o c to r d e W itten berg da p ie , justam ente, a una
esto — sólo en esto— es d hom bre auxiliar d e D ios: «Es cierto que él in terp rerad ó n por la cual sus enem igos lo arrojan a la Edad M edia y
puede m uy bien obrar solo, pero n o desea hacerlo ; quiere que co o ­ sus partidarios lo estilizan hasta convertirlo e n m o d ern o portavoz d el
p erem os con él y n o s h ace el h o n o r d e querer com pletar su o b ra co n progreso.
nosotros y por m edio de nosotros, y si nosotros no deseam os este h o ­ E l h ech o de que Lucero no pueda entend erse desde la época me­
nor, él solo ayudará a los pobres...» 23 dieval ni d esile la contem poránea es al mismo tiem po la razón de su
E l tribunal d ivino se alzará c o n ntra los q u e se nieguen, p o r más capacidad para v o lv er a anunci ar d e forma vivida y cargada de expe­
misas q u e hayan encargado celebrar, por más peregrinaciones en las riencia al h om bre de su tiem po el m ensaje cristiano prim igenio de la
irrupción próxim a d el dominio de Dios. A pesar de la escasez de c o ­
i* WA 6. 227, 29-32: s^ ermón sobre las buenas obras, ele 1520. n ocim iento s lin gü ísticos — de acuerdo c o n nuestras pautas— y de la
100 1.a ansiada Reforma

pobreza de medios científicos auxiliares, se adelantó en siglos a la


ciencia teológica con sus indicaciones para la vida cristiana entre dos
tiempos.
Capítulo 3
UN ACONTECIMIENTO PRIMIGENIO

1. Lo que quedó en el recuerdo: Hans, el padre

¡Gloria a Lulero1 ¡Gloria cierna a este hombre querido, a quien debemos la salva­
ción de nuestro bien mús noble v de cuyas bondades vivimos aún hoy! No nos co­
rresponde a nosotros bmcinarnos de las limitaciones de sus pumos de vista. K1
enano sentado sobre el hombro de un gíbame puede, sin duda, ver más lejos que él,
sobre todo si usa gafas; pero para conseguir una visión superior le faltará el senti­
miento elevado, el corazón de gigante que nos es imposible apropiarnos .

También esto es Martín Lulero, a quien el ‘cosmopolita ilustrado'


Heinrich Hem e sostiene ante los ojos como un espejo para su
tiempo, Ame el enano de hoy, que con un poco de suene ha esca­
pado de la oscuridad y la vacuidad medievales, aparece la grandeza
de entonces. Sólo un ‘corazón de gigante’ será capaz de llevar a
efecto un acto de liberación semejante, sólo una persona que se
apoya en sí misma: única, genial e inexplicable en ultima instancia.
Es tarea del historiador oponerse con todas sus fuerzas y con
toda la decisión que le sea posible a esta interpretación del genio
propia de un poeta. La psicología y la historia social no se contentan
con el recurso al ‘secreto del corazón’. ¿Es que no será posible saber

1 Heinrich HeUli*. Zut Geschidnc dci Rdigú.'ft und Plnlos-ophie in Deutsdilrtnd


en: SijntlicirCvSchrífcen, cd. K BriegWy. voí- .3. Munich. 1971. .539,

101
102 ba ansiada Reforma Un ^ » ntecímienv> primigenio 103

m ás d e esa p erso na, an alizar c o n m ayor p recisió n su estru ctu ra an í­


m ica y aproxim arse m ás a su e n to rn o , a fin de exp licar de q u é
fu e n tes b e b e una vid a sem e jan te ? L o s testim on ios que nos p e rm iti­
rían estar en c o n d ic io n e s de resp o n d er a todas estas p re g u ntas son
e xtrem ad am en te escasos; p e ro p recisam en te por ello no puede
d ejarse de lado ninguna d e los po sibles ayudas para e n co n trar una
ex p lica ció n — ni siqu iera p o r ‘c o n sid era cio n e s d e p rincipio', por
más rigu rosam ente que se m an tenga su c a rá cte r esen cial 2

L a c a sa p atern a d e L u tero exig e una esp ecial aten ció n , pues


fue el cim ien to de su d esarrollo en la niñez y la ju ven tu d . L u te ro
nació en el c en tro d e l con d ad o d e A lan sfeld. en E isle h e n , una p e­
qu eñ a ciuda d de no más de cu a tro mil h ab itan te s, a unos cien to
diez kilóm etros al su roeste d e W'ilt en b erg y nov enta y cin cn al n o r­
d este d e E rfu rt. L u te ro s e co n sid eró siem p re u n h o m b re de M an s­
feld; inclu so en su últim o servicio com o m ed iad o r en las disputas
e n tre io s señ o res te r ritoriales, p erm an eció v in cu lad o a su con d ad o .
E n una ocasión L u tero d eclara c o n to tal precisión que 1484 es
su año de n acim iento: « N a cí en 1484 en M a nsfeld [en el d u ca d o
d e M ansfe ld l; éste e s un d a to seg u r).» P e r o , com o e n el c a so de Casa de labradores y banquete de e ^ jesinos. Martin Lutero conoció tanto la una
como el otro., Xílograbado de Daniel ITopCr.
E rasm o de R o tte rd am , su cro n o lo g ía tem p ran a am enaza tam b ién
c o n venirse a b a jo . P ro p ia m e n te , d e b e ría c o n o c er su añ o d e n a c i­
m ie n to, p e to en real idad no lo sabía c o n exactitu d ni su propia m a­ Un año después del nacim iento dt: M artín, hijo segundo de los
d re; en aquel tiem p o no se llevaba Ja co n tab ilid ad de la vida de las Luder, la fam ilia se trasladó a M ansfeld, sit uada a unos d o ce kilóm e­
personas, si n o era en el cic lo . Su co m p añ ero más joven y 'bió g raío , tros de E islcb en . L a pequen» M ansfeld , c o n una p o blació n d e dos
F e lipe M e la n ch th o n . man tuvo sin cam bios el año de 1483 y se apo­ mil habicantes, la mitad que E.isleben, ofrecía al padre la posibilidad
yaba p ara ello en el h o ró sco p o d e L u le ro realizad o p o r él m ism o . de p articipar co m o 'm aestro m etalúrgico’ en la florecien te industria
P ero ¡cuántas v eces tuvo q u e e scu ch ar M elan ch th o n las burlas de m inera local del cob re. H am L u d er era m inero y había nacid o en
su am igo m ayor por su c o n íia ^ nza en el arte d e la astroiogía! E n rea­ M ohra, ju n to a E isen ach , en la región turingia del principado de Sa-
lidad, so n m u ch os los d atos que en este caso d an la razón al ‘in­ jonia. P ro ced ía de una familia de labradores, pero muy pronto, tras el
térp rete d e lo s a s tro s ’; L u tero h abría n acid o el 10 d e noviem bre n acim ien to de M artín, habia conseguido fama y un buen pasar com o
de 148.3 y, c o m o era habitual. habría sido ba utizado al día si­ m aestro m etalúrgico, es decir, arren d ad or d e una m ina de c o b r e del
g u ien te con el n o m b re de M artín, d santo del día.2 conde- de ;'vlansfdd; y d io a pesar de que la m inería del cobre estaba
som etida a crisis de- coyuntura y exigía elevadas inversiones.
E l abu elo , H ein c Luder, era labrador enfiteuta, obligado a pagar
2 Para el debate a partir de la obra de E. H. F.riksun, Der tunge Mann Luther, un m ód ico im puesto anual al e lecto r sajón. Al casarse el abuelo con
Tlamburgo 1970, véase: Psvehohisrorv and Religión: The Case of Yming Man una /'.iegler de M ohra, se unieron dos de las familias de labradores
Lurhcr, cd. R. A Jnhmson, Phihdclphin 1917; l: R 'rkic 1-:íne himcrlassene psvchiatrisdic
Stndie Paul [chana Rcú ers ülxr l.uthcr, en: Zeúschrift für K^ ^ e ^ ^ h idilé. 90 (1979), más prósperas del pueblo y los L u Je r pudieron con sid erar propiedad
87.9:. suya una finca en to d a la regla. M artín Lucero n o (uce labra d or. pero
KM La ansian’;. Reforma

por parte de la familia de su padre estaba tan enterado de las condi­


ciones de la vida del agricultor que conocía lo justo de muchas de
las quejas de los labradores y accedió a ellas cuando en 1525, año de
la guerra de los campesinos, intentó mediar entre los dos bandos:
«¿De qué sirve que el campo de un labrador produzca tantos duca­
dos como espigas y granos, si las autoridades se llevan tanto más, vi­
ven cada vez con mayor lujo y derrochan su fortuna en vestidos, co­
milonas, borracheras, construcciones y otras cosas similares, corno si
se tratara de paja?» ’.
A pesar de estas claras palabras, sería falso pretender equiparar la
situación de los labradores de Alemania central con la de los del su­
roeste del Imperio, de Alsacia, del alto Rin o de Württenberg, donde
la injusticia y la explotación abocaban prácticamente a la guerra a
siervos y arrendatarios. Los campesinos de Móhra, en cambio, po­
seían granjas y pequeñas fincas. A una con los habitantes de las al­
deas circunvecinas llevaban una administración autónoma, tenían ca­
jas comunales y dictaban las propias leyes locales. Se mantuvo la
inteligente prohibición de dividir las granjas y, en cada caso, el hijo
más joven de una familia de campesinos heredaba la propiedad, mien­
tras que los demás debían o bien formar parte de otras familias por
casamiento o bien buscar su subsistencia en otros oficios. Eso le Ocu­
rrió también al padre do Martín, 1 lans Luder. ¿Qué podía nacer un
hombre joven del cam po? No sabía leer ni escribir, pues Mohra care­
cía de parroquia o escuela; así pues, aprovechó la ocasión que se le
presentó en la próspera industria del cobre del ducado de Mansfcld.
De todos modos, esta imagen de un padre ahorrador, q.ie consi­
guió con sus propias fuerzas y medíante un duro trabajo un rápido
ascenso social, pasando de hijo pobre de campesino a empresario au­
tónomo, requiere ser corregida por partida doble. Por una lado, en lo
que respecta al éxito de su carrera. La introducción en el mundo de
la minería del cobre iba acompañada de considerables riesgos, que
también conoció Hans Luder. A lo largo de varios años se vio obli­
gado a pagar la notable suma de varios miles de ducados a la socie­
dad que elaboraba el mineral y que no sólo financiaba los materiales
para la extracción y fusión del cobre, sino que se ocupaba también5

5 'OCA 18. 299, 25-29; «Ki'mahnung zum Frieden auf die zwólí Artikd Jet1Bauer-
ícli.ih m Scli-val'.'.n.-, 1.52.5. CIA Jokvunx VCAlrmuin. Pin Vriedensappcll - Lutficrs
leraes Wort i:n Bauernkrítf!, on Der WirfcUchkdisanspruch von Thcologie un,i Kvii
Kltm, Krnst Sicinbach zum 70. OeburLStag, Tubinga, 1976, 37-7.5.
Un acontecimiento primigenio 101

de la distribución del producto y decidía, por tanto, ios precios de


venta. Durante algún tiempo, Luder dependió completamente de esta
compañía y estuvo endeudado hasta ei año 1529. Con todo, no fue
un hombre pobre, pues a! morir, en 1530, pudo legar una fortuna
nada despreciable de 1.2.50 ducados, más de die/ veces el salario
anual de un profesor medio de Wittenbcrg.

Los padres: Hans Luthet y Margaiele dlaiina). tic Soltera Lindcmami. Retratos de
Lucas Cratiach el Viejo, 1527. la inscripción sobre el retrato del padre dice: «ti 29
de junio [en realidad, maj'oj de ]5j0 entrego SU alma n Dios llans Luther, padre del
doctor Martín » La de la madre: «El 10 de Junio del año l i l i entregó su alma a Dios
Margaveta í.uthcrin. madre del doclor Martin a

El avance y retroceso de los negocios hizo, probablemente, que el


joven Martín tuviera noticias de los problemas financieros y tributarios
y de las preocupaciones de las compañías mcrcanriles. En cualquier
caso, más tarde se ocupó de forma sorprendentemente nada académica,
sino más práctica y crítica, de la amplia influencia de las grandes socie­
dades financieras. La familia Luder hubo de sobreponerse a todas la
dificultades de una empresa inedia. Aunque no fueran pobres, el ahorro
constituía inevitablemente una de las cualidades del hogar. Más tarde
Martín se acordaría aún de que los primeros años de su vida no habían
106 La ansi.uln Reforma

nadado en la abundancia. La madre debía hacer rodos los esfuerzos


posibles para llenar las bocas de su numerosa íamilia. Por lo demás,
no está del todo claro el número de hermanos de Martin; su hermano
Takob y otras tres hermanas alcanzaron con seguridad la edad adulta,
de un testal de alrededor de nueve hijos.
1.a asistencia de Martín a la escuela no era algo que debiera darse
por supuesto, aun cuando la familia pudiera correr con los gastos de
su educación en Magdeburgo y Eisenach. E l hijo, al menos, expresó
su agradecimiento a su padre por haberle dado la posibilidad de asis­
tir a una escuela. En Erfurt, en la universidad, Martín Lutero era con­
siderado ya hijo de padres con fortuna, con capacidad para pagar las
rasas de matrícula completas. La grafía de su nombre se ajustó allí a
bs elegantes modelos académicos; en la lista de la universidad, la ma­
trícula, el estudiante Luder aparece como «Maríinus Lucfher ex Mans-
feld». Posteriormente, a partir del año 1.518, Ludher aparece escrito
definitivamente como Luther. Sin embargo, en su última caria habla
nuevamente <!e «mi querida señora Ludherin».

Cuando Martín, ingresado ya en el convento de los agustinos, cele­


bró en el año 1.507 su primera misa como sacerdote recién ordenado,
Hans, su padre, se presentó como un empresario próspero. Cabalgó
hasta Erfurt acompañado de veinte jinetes e hizo al convento un do­
nativo que ascendía a la suma verdaderamente generosa de veinte du­
cados. El retrato de los padres de Lulero pintado en 1527 per Lucas
Cranach nos los muestra como confiados burgueses al final de una
vida de trabajo. Ambos miran con ojos despiertos y chispeantes, que
aparecen también como rasgo muy característico en d rostro de su
hijo. La figura del padre muestra una clara similitud con la del joven
reformador; los rasgos de la madre reaparecerán en el Lutero anciano.
Martín Lutero era hijo de una época nueva: en su ambiente pa­
terno conoció los inicios de la industria minera y vivió los problemas
del mundo empresarial. De ese modo adquirió conciencia de los efec­
tos del capitalismo temprano, no sólo en su aspecto teórico.2

2. Hanna, la madre: casa de baños y hogar burgués

La segunda corrección que se ha de aplicar al retrato convencio­


nal es de mayor alcance. El rango social de Margarete, la madre, cono-
Un acontecimiento primigenio 107

cida también en bu familia con el nombre de Hanna, se ha de preci­


sar de forma distinta a la habitual, hasta ahora, en las biografías de
Lutero. Sobre Hans Luder se sabían desde tiempo atrás muchas co­
sas exactas: un hombre enérgico, previsor en sus planes, activo v
preocupado por su independencia y que vivía bajo el lema de ‘un
Campesino libre no es siervo de nadie'.
Pero /qué conocemos de Margaretc Luder? Propiamente sólo su
retrato de ancianidad y todo cuanto podemos imaginarnos de la rna
dre de una familia numerosa. El trabajo llenaba sus días y el ahorro
era una necesidad-, ella misma solía recoger la leña para el fuego de la
cocina; en casa de los Luder no habia doncella cuando Martín era
aún niño. La honradez era para Hanna Luder algo obvio, y en cierta
ocasión en que el pequeño robó una nuez, le llovieron golpes «hasta
hacerle sangre*, según recordaba todavía el adulto Martín Lutero Á
Sobre estos cimientos se construyó la historia de una mujer mísera y
dura, doblegada por el trabajo, simple en sus supersticiones y quizá
algo torpe de apariencia. Los versos oídos tan a menudo por Martin
suenan en realidad verdaderamente sombríos:

«A ti y a m í nadie nos tiene afecto,


y ambos tenemos k culpa* Á

Una madre que golpea a su hijo hasta hacerle sangrar y le inculca


sus propios miedos. El resultado es una historia morbosa c ilustrativa
para un hijo atemorizado y depresivo. Este punto de vista no ha con­
seguido imponerse. La atención de los historiadores se ha dirigido no
al m edio materno sino a! paterno. Margareie Lud er aparece comple­
tamente relegada a segundo plano tras su imponente marido, que
mantuvo a su hijo sometido a su férula de tal manera que la Reforma
podría explicarse como un acto de legítima defensa, como protesta
contra los padres inhumanos, bien se llamen Hans, Papa o Dios. Pa­
rece totalmente impensable que también la madre pudiera haber
ejercido alguna influencia sobre el joven. Este sería el motivo de que
la figura de Margarete Luder aparezca tan empalidecida y poco perfi
lada: una mujer sencilla, carente de instrucción y supersticiosa.*5

■< WAT 3. núm. .3566 B; 416. 24. 1537.


5 WA 38. 338, 6: en W AT 4. núm. 4640; 4 )4 . 6s, con rtícrencm a la npnstdun
Mundo-Dios.
108 La ansiiidu Reforma

Crnto; juez universal; M«*u> 5'Juan inremeden finr los fieles amenazados. El juez dice
a los justos Ja palabra -Venid», y a los malos, «Jd„ ¡aJ infierno). XíloeralMdo de la
obra DerAitticSrist. f.strasburgn, e. 14S0.
Un acontecimiento primigenio 109

Sin embargo, al advertir que estos diagnósticos ‘objetivos’ se deben


a una moda científica y al espíritu psicologizante de nuestro tiempo,
deberíamos contemplar semejante retrato con una gran desconfianza.
Entonces, en el siglo xvi, cuando aún no se babía descubierto el com­
plejo paterno, la madre desempeñaba un papel absolutamente decisivo.
Los adversarios de] reformador consideraron & Margarete, la madre,
como una personalidad determinante — aunque no como esposa, sino
como prostituta, cuyo mando no se llamaría Hans sino ‘Diablo’— .
Pero ,-qué historiador psicologista y progresista se fiaría de esa cam­
paña confesional difamatoria que nos informa de que la madre de Lu-
tero había tenido trato camal con el demonio en la ca.sa de baños de
Eisleben, con lo que Martín no sería un auténtico hijo humano sino un
hijo del diablo? Todavía en años posteriores menciona Lulero el in­
tento de atacarle personalmente: «Cuando el diablo no puede arreme­
ter contra la doctrina, ataca a la persona, miente, difama, blasfema y en­
loquece de rabia contra ella. Así hizo conmigo el Belcebú de los
papistas, al no poder oponerse a mi evangelio, escribió que yo estaba
poseído por el demonio y que era un íncubo y mi amada madre una
puta y una chica de casa de baños. Y de pronto, nada más escribir esto,
mi evangelio estuvo perdido y los papistas habían ganado» Á

Es la reacción tardía a un escrito de johannes Cochláus del año


1533, La sospecha de posesión diabólica apareció incluso en la corres­
pondencia diplomática. Pietro Paolo Vcrgerio, cuando todavía era nun­
cio de la curia y aun no se había convertido en teólogo evangélico de
la universidad de Tubinga, informaba a Roma de su encuentro con Lu­
lero en el castillo de 'UPittenberg, el 7 de noviembre de 1.535, fijado
para discutir la cuestión de la participación de los evangélicos en el
concilio de Mantua, recién convocado por el Papa. También ¿1 creyó
que la inquietante personalidad del reformador podia explicarse me­
diante la paternidad diabólica: «Hn función de lo que he sabido acerca
de su nacimiento, me siento casi inclinado a aceptar que está poseído
por un demonio» ",
Este rumor se mantuvo tenazmente hasta el siglo pasado, cuando,
al remitir la creencia en el diablo, la leyenda del nacimiento perdió su*7

‘ WA 53.51), 28-34: 1543,


7 Küniialurbenüac au.s Dcuttchland V53 5-1.559 n^K^t ergánzendeu Actcnstüü-
ken, e<i, W. Fríedensburg, yol. I, Gotha, 1892, 541, 14*18.
110 La ansiada Reforma

fuerza y verosimilitud — un proceso que, desde la perspectiva de L u ­


tero, tuvo su lado malo, pues ahora, con la superstición, caía er> el ol­
vido la peligrosidad de Satanás— . Con todo, el demonio conocido de
Lutero era aquel cuyos intereses se dirigían al debilitamiento del
evangelio y no al embarazo de una muchacha. Si sus ideas sobre el
diablo tuvieron algo que ver con la superstición de la madre, fue más
bien como réplica a la representación del poderoso antagonista de
Dios com o un personaje inofensivo.
Pero, al margen de historias escandalosas sobre la casa de baños,
¡Vlargarete no deja de ser una persona 'interesante': no fue una mujer
campesina cualquiera, como se ha supuesto hasta ahora. La carrera
de Ilans Luder comenzó con una buena boda, que explica en buena
parte el ascenso del hijo del arrendatario hasta su posterior posición
de burgués bien considerado y permite entender su interés en p ro ­
porcionar una educación al joven Martín. A partir de recientes estu­
dios se ha de suponer que Hans Luder Lomó por esposa a una Lin-
demann, que no procedía, como su marido, de una granja campesina,
sino que era hija de una familia burguesa asentada en Eisenach 8. En
el año 1406 aparece atestiguado allí un Hans Lindemann como bur­
gués y en los años 1 4 4 4 /1 4 4 5 se marriculó en la universidad de Lr-
furt un tal Heinrich Lindctmann. Otro Lindemann, también Heinrich
de nombre y estudiante de Erfurt, fue durante veintitrés años conce­
jal de la localidad de Eisenach y en 1497 fue incluso elegido alcalde.
E n tiempo de Lutero encontramos a dos primos, hijos del hermano
mayor de su madre cuyo nombre desconocemos: Johann Lindemann,
de Lisleben (fió 19), doctor en ambos derechos, y consejero del
elector de Sajorna, y su hermano menor Kaspar (fl 536), que tras ha­
ber cursado estudios en Leipzig, Francfort del Oder y Bolonia, al
canzó ei grado de doctor en medicina. Fue médico de cabecera del
elector Federico y de su sucesor Juan y, circunstancialmente, atendió
también a ta salud de Lutero. En los últimos cuatro años de su vida,
Kaspar Lindemann fue profesor de medicina en Wiuenberg.*

* Demostrado por O. Ciernen en el año 1934: WABr 3. 287 s (nota 14). Fu puesto
con todo rigor por 1. D. K, Siggins, Lurber’s Motber MnrgarCthe, ere Harvard Theolo-
gical Rcview 71 L1.97R), 125-Í50. En esta ultima obra aparece una bibliografía deta­
llada. Heinrich Bornkamrn h¡t observado Va que la abuela de Lutero, de apelado Zie-
gler. había sido contundida con su madre, Lindemann. Cfr. H, Bomkamm, Heinrich
Bohmers «TunRcr Lurheo und díe neue Luihcrforschung, en: I I Bohmer, Oer junge
Luthcr.cd. von H. Bornkamm, 57 ed., Stuttgart, 1962 [Leipzig 1939), 35Rs.
111
Un «conocimiento primigenio

Una serie de acontecimientos resultan ahora inteligibles o apare­


cen, al menos, bajo una nuev’a luz. No fue una casualidad que Hans
Luder se instalara en Lisleben, pues era allí donde vivía el hermano
mayor de Margarete. La decisión de dar a su hijo Martin una forma­
ción académica deriva de la tradición familiar de los Lindemann.
También el rápido traslado de Magdeburgo — donde Lutero asistió du­
rante un año a la escuela catedralicia— a Eisenach debió de haberse
realizado por motivos familiares, Martín no era precisamente aquel
joven solitario y pobre lanzado de una ciudad a otra, sino el hijo de
Margarete, que podía ser acogido en Eisenach por tíos y tías y que
de hecho encontró alojamiento en casa de Heinrich Schalbe, amigo
de su familia. De Schalbe, concejal y más tarde alcalde de Eisenach,
recibió Martín estímulos diversos; más Urde se referiría con cariño a
la ‘casa Schalbe’, que tan extraordinariamente se había hecho acree­
dora de su agradecimiento. Cuando a comienzos del año 1520 se
acusó a Lutero de ser de origen bohemio, es decir, husita, el se refi­
rió a su familia de Eisenach. a la familia de los Lindemann, no a la de
los Luder: «F.n Eisenach vive casi coda mi familia y ellos pueden dar
testimonio de mí, pues me conocen personalmente, ya que allí fui a
la escuela durante tres años...» v.
El paso de la escuela de latinidad a la universidad de Erfurt y la
decisión de Martín de emprender estudios de derecho encaja con la
tradición familiar de los Lindemann, pues su primo Johann, de Eisle
ben, había hecho carrera como jurista ascendiendo al rango de con­
sejero del principe elector. El mundo académico no le resultaba,
pues, extraño a Lutero; a través de su madre y de la familia de ésta se
encontró pronto con él.
También la ascendente carrera del padre desde minero a contra
tista de minas se puede explicar por medio de este vínculo matrimo­
nial. La familia de Margarete debió de haber salido fiadora de la ca­
pacidad crediticia de su yerno y cuñado, sorprendente para aquella
sociedad arriesgada de la minería del cobre. Los Lindemann estuvie­
ron claramente presentes tanto en la vida del padre como en la del
hijo; la juventud de Lutero no fue, como se pretendía, un mundo
meramente de hombres.
El entorno soda! superior le allanó a Lutero su camino acadé­
mico hacia la universidad. En sus tiempos, once años de formación

» WABr 1, 610. 20-22; a Spalaún, 14 enero de 1520.


112 La ansiada Reforma

eran todo un privilegio, La familia materna conocía las posibilidades


de ascenso por medio de la educación, y el padre, originario c e un
medio diferente, poseía la suficiente perspicacia como para fomentar
estos planes escolares y, sobre todo, universitarios.
¿Que puede decirse de la atmósfera religiosa de su casa paterna^
Existe un rechazo visible contra Jos intentos de deducir de la educa­
ción religiosa de Martín un daño psíquico- Vaya por delante que ta­
les reservas están bien fundadas, pues faltan pruebas para un diag­
nóstico de psicosis e incluso de neurosis. P o r otra parte, los estudios
anteriores sobre Lutero le han preservado tan fundamentalmente
contra todo lo humano que su historia corrió el peligro de conver­
tirse en una leyenda hagiografía; totalmente acento a la voz del Kv nge-
lio, aquel hombre de Dios no sería mensurable con categorías humanas,
Lutero mismo salió al paso del intento de d ar una explicación
psicológica a su evolución Sus afirmaciones al respecto se han de to­
mar en serio, aun cuando no exista hasta hoy ningún método cientí­
fico seguro para penetrar en los fragmentos autobiográficos del 'yo'
del reformador con posibilidades de obtener conclusiones notables.
En primer lugar, existen observaciones de Lulero extraordinaria­
mente suge remes referentes a su educación en la casa paterna. Pero
LuLero no hace diferencias entre su padre y su madre, de modo que
no contamos con un punto de apoyo para diagnosticar un complejo
paterno o materno. Si acaso se quiere hablar de complejos, habrá que
relerírse a complejos paténtales; tanto la mano intimidaioria del pa­
dre como los golpes de la madre se mantuvieron vivos en la memo­
ria del castigado. Al parecer, el padre debió de haberle golpeaco en
una ocasión con tanta dureza que el joven tardo tiempo en presen­
tarse ante el. Pero ni siquiera de un suceso semejante podemos dedu­
cir en el padre un carácter inhumano e irritable. De hecho, es tam­
bién cierto que el padre se preocupó de no enajenarse el afecto de su
hijo. Es evidente que en la casa de los Lud er la educación no depen­
día del palo.
Por lo demás, de su experiencia de castigos en su niñez Martín
Lutero sacó para su función de padre la enseñanza de no educar de
esa manera a su propio hijo lians; no es así como Dios educa a los
hombres.

No se debe camgar a Jos niños con rama dutcía: mí padre me castigó taatu en
cíerm ocasión de que escapé de su lado y él estuvo inquício hasui que consiguió
113
Un acontecimiento primigenio

«raerme de nuevo. Nunca me gusto ispear a mi ílans, pues evo lo liaría ñeco y
lo enemistaría conmigo, cosa qoe considero el mavnr de los malos. Dios actúa e
modo sigi.iicr.iet Hijos inio-e no soy yo personalmente quien os disciplina, sino que
lo U u por medio de Satanás v del mundo; pero si me tnvocais y os dirigís ,i mi,
entonces os salvo y os enderezo. En electo, Dios Nuestro Señor no quiere que nos
enemistemos con él

Margarete y Hans Luder cooperaron en la educación de su


hijo; Martín Lutero no da pie a dudar acerca de este punto. Ahora
bien, es especialmente significativo el hecho de que ¿1 mismo atri­
buyera a esta educación estricta pero no carente de sentimiento y,
por tanto, nada insensibilizadora, una influencia determinante en
sus decisiones vitales. La vida seria y rigurosa «que mis padres me
hicieron vivir, fue la causa de que más tarde ingresara en un con­
vento y me hiciera religioso; pero lo hicieron con buena volun­
tad» u.

Las experiencias tic falta, condena y responsabilidad, tan bási­


cas para el reformador, agudizaron la conciencia del joven Martin y
dejaron, quizá, en ella una huella permanente. La educación fami­
liar fue lo que le puso ante las puertas del monasterio.
El 2 de julio de 1505, cuando Lutero, estudiante de derecho,
regresaba a Erfurr de una visita a sus padres realizada a finales de
junio, se vio en medio de una fuerte tormenta cerca del pueblo de
Stotiernbeim. a unos seis kilómetros ele La ciudad. Arrojado al suelo
por un rayo, exclamó: «Ayúdame., santa Ana; me haré monje» *l2. No
hay duda de que en ese momento e! desprevenido viajero sintió en
sus huesos un verdadero espanto; su vida estaba en peligro. La si­
tuación puede calificarse de poco común; la reacción, en cambio,
no. Una promesa como aquélla no era ni extraordinaria ni psíquica­
mente 'enfermiza’; más bien era propia de su riempo y nada impro­
pia de un joven soltero de conciencia despierta. Con ello no pre­
tendemos negar la condición individual c irreemplazable del joven
Lutero; la decisión de entrar en el claustro no fue, sin duda, una
consecuencia inevitable de su educación y de su ambiente. A lln de
cuentas, todos los hijos de los Luder experimentaron el rigor de

ni WAT 2, mim. 15ñ9; 1.54, 5.12; ir.avo de 1552


WAT i. núm. 3566h: 416. 24-26: Í537
12 WAT 4 núm. 4707: 530, 9L; 1539. WAT 5. num. 537 %99. lOL 1540.
J14 La ansiada Ref or ma

sus padres y, sin embargo, sólo Martín ingresó en el convento. E l ‘am­


biente’ explica posteriormente lo ocurrido, no tuerza a ello de ante­
mano.
Es importante el hecho de que la promesa de Lutero respondía
al clima vital de su tiempo y se ajustaba al mareo impuesto por la
educación en la casa paterna, en la escuela y en la iglesia. Santa Ana
era la santa protectora en los peligros de tormenta y la patrona de los
mineros. Su culto se había difundido por Alemania central ya antes
de la época de Lutero. No seria, pues, sólo la religiosidad del padre
la que hizo a su hijo invocar a santa Ana en el peligro. En la iglesia
de Eisenach consagrada a la Virgen María, !a iglesia donde johannes
Braun, amigo de Lutero, ejercía el cargo de coadjutor, se celebraba
una liturgia especial en la fiesta de santa Ana, madre de ia Virgen
María, que debido a su dignidad gozaba de una veneración tanto
más extraordinaria cuanto que ia doctrina de la concepción de María
libre de la mancha del pecado origina! hacía que su madre, Ana, par­
ticipara del milagro de la encarnación de Cristo. El reformador Lu­
tero rechazó posteriormente de plano esta ‘doctrina sobre santa Ana':
«De santa Ana, cuya festividad celebramos hoy, tengo que decir que
en las Escrituras no encuentro una sola letra referente a ella. Creo
que Dios hizo que no se escribiera nada sobre esta cuestión a fin de
que no buscáramos nuevos centros de salvación, com o actualmente
hacemos, yendo de un lado a otro y perdiendo así a nuestro autén­
tico salvador, Jesucristo» n .
E n su camino a Stotrcrnhcim, la madre santa Ana fue todavía
para él la poderosa santa protectora. Sólo el cambio producido por la
Reforma hizo que descubriera a todos los fieles como santos. La bús­
queda de los fundamentos bíblicos del culto a Ana y María retrasó
durante siglos estas ideas teológicas ya muy difundidas en la Edad
Media. Hasta 1854 no llegó el papa Pío IX a confirmar los principios
doctrinales del culto a santa Ana, al declarar que María estuvo líbre
del pecado original desde el primer momento de su concepción por
su madre Ana. P ío X I I proclamó en 1950 el segundo gran dogma
mariano, la asunción de la madre de Cristo en el cielo. Como en el
caso de la doctrina de la concepción inmaculada, también la asun­
ción de María en los cielos era para muchos en la Edad Media una
verdad de fe.

» WA 17 11.47 5, 11-15; 1527.


Un acontecimiento primigenio

La invocación de Lutero a santa Ana y ka promesa de hacerse


monje respondía a la religiosidad de la época. Precisamente porque
tu reacción era normal, su crítica y, posteriormente, su solución evan­
gélica pudieron también set comprendidas, asumidas y sentidas
como liberadoras en círculos tan amplios. Si Lutero comprendió co­
rrectamente los acontecimientos y tuerzas que le condujeron a ingre­
sar en el claustro, lo que nos ofrece no es sólo una visión de su alma,
sino, a! misino tiempo, un psicograma de su ¿poca.
Por consiguiente, deberemos añadir que Lutero, desde la distan­
cia de la experiencia y la edad, reflexionó acerca de sus vivencias.
Todos esos recuerdos que abarcan no sólo a sus padres, sino también
al maestro y sus azotainas, provienen de un tiempo en que los descu­
brimientos evangélicos eran para él cosa ya asegurada. Fue funda­
mental la distinción entre la ley, que exige obras y una conducta
recta, y el Evangelio, que trasmite la gracia y justifica al hombre. El
conocimiento de la oposición entre obligación legal y espontaneidad
de la fe le permitió interpretar su propia historia: los primeros años
fueron años sometidos a] yugo de la ley.

3. Hincar los codos y recibir golpes

No sabemos cuándo comenzó Martín a asistir a la escueto podría


haber sido a sus seis o siete años. IMás tarde, ya de adulto, Lutero
agradece a Nikolaus Omler, de Mansfcld, haberle llevado a la escuela
de niño — en días lluviosos era incluso necesario, dadas las malas
condiciones de los caminos en un lugar como la Mansfeld de aquel
entonces— . Aunque Martín pasó bastante tiempo en su escuela local
y no la dejó hasta haber cumplido los trece años, de este capítulo de
la vida del joven apenas sabemos más que el dato de que los niños
debían empollar los principios básicos de la gramática, la lógica y la
retórica en medio de una disciplina a veces cruel. Martín no era un
alumno modelo desde el punto de vista del maestro; así podía ocu­
rrir que se le azorara en una sola mañana basta quince veces. Poste­
riormente Lutero no rechaza los castigos corporales en sí, pero cree
que el maestro debería estar en condiciones eje distinguir entre la in­
capacidad y la pereza.
Los días más temibles para el joven eran los fines de semana. A
uno de los alumnos mayores se le asignaba el papel de lupus, el lobo.

m
116
l,a ansiada Reforma

encargado de llevar el libro de los lobos’, donde se apuntaban


todas faltas contTa las reglas escolares. Los errores en las conjuga­
ciones o las declinaciones suponían un castigo inmediato, mientras
que las ‘penas del lobo’ podían esperar — hasta el fin de se­
mana— . Para los niños menores y sensibles, la proximidad del
día de castigo er una desgracia. Lutero no rechazó en general las
azotainas v las aplicó incluso a sus propios hijos; en esto se dife­
rencia de las ideas modernas sobre la educación. Sin embargo, re­
pudió castigos y golpes como mero medio disciplinario, pues ha
cen a los niños obstinados y condicionan su alegría para el
estudio. Sus deseos se orientan hacia una pedagogía adecuada a
los niños, por la que se inclinó va muy pronto en la idea de que
los alumnos, niños y niñas, aprendieran la materia ‘con placer y
entre juegos’, preferiblemente en jornadas de medio día, en inte­
rés de los escolares que trabajan, con docentes que serían tanto
maestros como maestras '
De todos modos, Lutero piensa que en aquellos largos años
aprendió por desgracia muy poco. En cualquier caso, las experien­
cias escolares de Mansfeld servirían para saber lo que no debía
ser una reforma radical de la educación.
Su siguiente centro escolar fue Magdeburgo. ¿Tenemos de esta
ciudad informaciones más estimulantes? Es sorprendente In poco
que quedó de ese tiempo en el recuerdo de Lutero. Había cum­
plido ya los catorce años cuando Hans Reinecke, su amigo de
Mansfeld, lo llevó consigo a Magdeburgo, a los ‘hermanos nimios’
[Nullbriider]. Probablemente eran sus capuchas puntiagudas [i\o-
líen] lo que les granjeó allí este nombre a los ‘Hermanos de la
vida común’. Martín debió de trasladarse a Magdeburgo hacia
1497. inmediatamente después de que los hermanos ampliaran su
residencia con la aprobación del obispo. Los ‘Hermanos de la
vida común’ eran una rama laica d e la Devolio Moderna, un movi­
miento reformista nacido en los Países Bajos en el siglo xv, difun­
dido por Europa, hasta París en el Oeste y hasta Württenberg, en
el Sur. Los Hermanos se habían dedicado en especial al aloja­
miento y cuidado de jóvenes estudiantes forasteros.
Quince años más tarde, en 1522, Lutero aseguraba a! alcalde
de Marburgo «haber asistido a la escuela de los Hermanos de la

WA 15.45,1-47, 14; 1524.


Un acontecimiento primigenio 117

vida común» l5. Esta información es equívoca. No significa que los


hermanos mismos mantuvieran una escuela, sino sólo que los estu­
diantes eran acogidos en su residencia y se les vigilaba en su trabajo
escolar. Este dato es bastante revelador, si se piensa en las especula­
ciones que se han hecho en torno a la ‘actividad docente’ de los her­
manos ele la vida común en cuanto ‘impulsores’ del Renacimiento al
norte de los Alpes li. Es insostenible la idea de que Lutero debió de
haber conocido en Magdeburgo de manera intensa los ideales refor­
mistas de los hermanos. De todos modos, no debemos quedarnos e x ­
clusivamente con este juÍL-io ce carácter negativo, pues los hermanos,
originarios de Zu-ol!e y Deventer, hicieron por la renovación de la
pedagogía más de lo que resulta inmediatamente visible. Ya la idea
misma de crear residencias para posibilitar a los escolares de áreas
rurales la asistencia a buenas escuelas atestigua su pedagogía reforma­
dora. Para sustituir los modelos de aprendizaje medievales y anticua­
dos, redactaron manuales en »aün que se difundieron mucho más allá
de su patria en los Países Bajos,
El objetivo educacional tle los hermanos era poner al servicio de
la piedad los conocimientos científicos. D e acuerdo con las ideas de
Geer Grootes (ti 384), fundador de la Hermandad de la vida co­
mún, sus miembros debían practicar la sencilla piedad de la imita­
ción de Cristo en una comunidad laica. Justamente por ello, este mo­
vimiento se hizo sospechoso de propagar un clima anticlerical. En d
Concilio de Constanza (1414-1418) los dominicos intentaron implicar
a la hermandad en un proceso de herejía del que hubo de proteger­
los Juan Gerson (t 1429), canciller de la universidad de París y desta­
cado teólogo conciliar. P e ro en el momento, en los años escolares de
Lutero en Magdeburgo, iodo ello había pasado a la historia hacía ya
tiempo, Las tendencias anticlericales pertenecían al pasado y la cri­
tica de Lutero a la vida clerical, regular y secular, tenia causas distin­
tas de las que pudo haber asimilado en Magdeburgo.
Los hermanos y su movimiento de la Devolia Moderna, ‘la devo­
ción moderna’, fueron importantes para la historia de la Reforma del
siglo XV. En aquellas ciudades donde obtenían permiso para insta­
larse, bien en comunidades parecidas a las conventuales, como en el

^ WABr 2. 563, 7¡ 15 junio do 1522. Cfr, en cambio 0, Sched, Martin huther.


Vnm Katholuismus ¿uv Reformation, val. h .3* cd. I ubin£¿i, 1921, 70-97.
'■(>Debemos esia dlesmitolo^.Acic'm a R. R. Pose» The Moclern Devotíon. Coílfran-
t.Uion with Keformation and llumanisrm Leiden» 1968.
tt - - - , ,
Un acometimiento primigenio
ji y
La ansiada Keforrna

caso d e la congregación de W in d esh eim , b ien en recatados grupos J e Con el cam bio de siglo, la Europa al n o rte de los A lpes com ienza a
laicos, postularon la m isión interior y la reform a m onástica v co m u ­ tom ar con tacto con el R enacim iento italiano. L o s v aled ores d el m ovi­
nal. P u b licab an tratad os teológicos y ellos m ism os acostum braban a m iento reform ista no son ya los artesanos y la pequeña burguesía:
leer a los padres de la Iglesia, ante to d o A gustín y B ernard o. La d e ­ una clase social superior tom a ahora la iniciativa de renovación de la
fensa de la pervivencia de la com unidad realizada por Ju an G erson Iglesia y la sociedad, con otras p retension es y o b jetiv o s. Se agrupan
en Constanza le hizo, com o es natural, esp ecialm ente querido entre en sodalitate.s, soc iedades cultas, que se reú nen en las casas de los pa­
los herm anos. A dem ás, al parecer, él mismo vivió de form a ejem plar tricios, m antienen un intercam bio epistolar y p ractican la retó rica clá­
los ideales d e los devotos: con erudición, pero sin las alharacas de las sica com o fundam ento de la verdadera educación.
agu dezas científicas, logró expon er en sus escritos las esperan zas v T am b ién los d evotos habían invitado a acudir a las fuentes, pero
quejas de sus con tem p o rán eo s. G e rso n no resultaba revolucionario. lo que ellos ofrecían eran florilegios, c o le ccio n e s d e dichos para la in­
sino edificante, y no se o cu p ó tan to de la élite estudiosa cuanto de trod u cción en la vida recta, en la sen cilla im itación de Cristo. Frente
los sim ples cristianos, tal y com o los ‘h erm an o s’ im aginaban la prác­ a ellos se ab re ahora un nuevo m undo, e l m undo de la Antigüedad
tica de la piedad m oderna. Ju m o al púlpito de la iglesia de los h erm a­ clásica y cristiana. D e la casas editoriales de Basilea, Estrasburgo o
nos de U rach, en W ü rtten berg, le erigieron éstos un m onum ento: N u rem bcrg salieron las ediciones com pletas de los padres <le la Ig le ­
Ju a n G e rso n ap arece allí com o un d o cto r de la Iglesia, com o A m bro­ sia, en las que podía estudiarse la ‘verdadera’ eru dición cristiana. Los
sio, A gustín, Je ró n im o y G regorio M agno, los antiguos padres de la herm anos se con cen traro n en las lecturas edificantes de la B iblia, sm
Iglesia. d ejarse d istraer por cuestiones so b re el ap arato científico de las va­
El m ism o L u tero no nego su reco n o cim ien to al patrón y p ro te c­ riantes textuales v las explicaciones filológicas. P ero en este m om ento
tor de la Detolto Moderna, a quien dio el calificativo de ‘D o cto r del la pauta para el co rrecto enten d im ien to de la B ib lia no era ya el
con su elo ’. E l reform ador lo ve, tal com o lo veían los herm anos, com o abecé de la piedad, sino los d iccionarios y gram áticas de las lenguas
un pastor de almas y un te ó lo g o edificante. Sien d o ya un joven p rofe­ griega y hebrea.
sor de W itten berg daría pruebas de su con oci m iento del m ovim iento E l tiem p o de la Devotio Moderna había pasado ya y no resurgid a
de los devotos. Cita al escritor de mayor éxito salido de la corriente hasta más tarde, cuando, con otras form as, volvió a incitar a la verda­
de la Devolio Moderna, G erald Z e rb o it van Z u tp hen, si bien lo c o n ­ dera piedad por oposición a un a cien cia petrificada. P ero esto p erte­
funde con el fundador del m ovim iento, G e e rl G ro o te U Tam bién c o ­ nece va a la historia de los inicios del pietismo.
nocía el Rosctum, el libro edificante y de m ed itación de Jo h an n es r'.J espíritu que se im puso en el siglo XVI y que q u ería unir c ie n ­
M auburnus, m iem bro de la congregación de W indesheim en el m o ­ cia v sabiduría, sin som eter la prim era a la piedad, era muy distinto.
nasterio de St. A gnietenberg, ju nto a Zw olle. L u tero estu d ió y supo Erasm o de R otterd am , quien com o alu mno de los devotos de D even-
apreciar igual m ente algunas obras de é x ito de la Devatio Moderna: ter - q u e en esa últim a é p t c a seguían bajo la d irecció n de A lexander
pero nada mdica que se interesara por el programa de los devotos, v H egius, el reform ad or pedagógico más im portan te de su ép o ca— ha­
menos aun en M agdcburgo, pues en el año pasado en esta ciudad e s ­ bía tenido m otivos más que suficientes para dem ostrarles su re co n o ­
tuvo aún ocupado en adquirir los principios fundam entales de sLt cim iento agradecido, se queja más bien con amargura de la estrechez
ed u cación. de miras de los herm anos. Según él, carecerían de cualquier sensibili­
En tiem pos de L u te ro , la Devotio Moderna, al difu nd irse, no c o n ­ dad para la cien cia y 'las bellas a n e s ’.E s t e en ju iciam ien to de la pro­
servaba ya tan m arcados algunos de sus rasgos característicos. H ab ia pia educación, un d ocu m ento de la em ancipación penosam ente c o n ­
tran scu rrid o un siglo desde su fundación y se acercab a, por tanto, a seguida en la ép o ca del H um anism o y la Reform a, se dejaba oír a
su fase final. Tam p oco fue ella el cam ino p o r donde entró la reforma. m enudo por aquel entonces. T am b ién este rasgo torm a parte d d psi-
cogram a del tiem po de L utero y no pu ed e, p o r tanto, lim itarse a la
.56. 14; cfr. WA 3. 648, 26. historia de la niñez del reform ador. E l d istanciam ien to que tamhien
120 La ailsiíidfl Rvtotmii

puede comprobarse en Lutero respecto de su educación y forma­


ción cultural no tiene sus causas en Hans y Margarete, en Magdc-
burgo o Eisenach. Un verdadero batallón de humanistas rechazó,
corno si se hubieran puesto de acuerdo, las fuentes de su instruc
ción. La piedad moderna sufrió una sacudida similar al desprecio
experimentado por la ciencia escolástica. E i progreso espiritual se
presentó también aquí com o negación y superación de b prece
dente.
Desiderio Erasrno se abó contra su formación escolar; Martín
Lutero fue igualmente discípulo de los hermanos, pero sólo en un
grado limitado y por breve tiempo. E l mero hecho de que ambos
hubieran vivido de niños en casas de hermanos — uno, hasta nueve
años, en Deventer; el otro, sólo un ario en Magdeburgo— no basta
para suponer unas raíces comunes a Krasmo y Lutero. Tampoco
sus orígenes los hacen compañeros en k lucha de vanguardia por
un renacimiento cristiano.

4. Escuela para la vida

Alartín, aquel muchacho de catorce años, pasó en Eisenach los


últimos cuatro anteriores a su ingreso en la universidad. Allí estuvo
rodeado por les consejos y las acciones de un circulo familiar nume­
roso y bien considerado, capaz de sustituir al menos en esto a la
Casa paterna. A ese período pertenece aquella historia de Lutero
que nos lo presenta como Partckenhcngst, dedicado a reunir peque­
ños donativos de comestibles ¡partek.en]. Así, el pequeño Martin ha
sido presentado como un objeto de compasión, como un pobre es­
colar, sin padres ni protección. ¡Qué hermoso resulta oír que una
viuda, a quien llamó la atención su voz clara, acogiera en su casa al
muchacho! Esios sucesos vividos en Eisenach han dado más tarde-
lugar a leyendas que ignoran cómo los escolares solían recorrer las
calles cantando en los días de fiesta. Vagaban cantando por la ciu­
dad y el campo y aguardaban un pago en forma de dulces o ali­
mentos más sustanciosos que, por lo general, recibían; aún hoy
existe esta costumbre. La viuda amable —-si es que puede acep­
tarse este relato, que no proviene de Lutero— debió de haber invi­
tado a comer al joven escolar.
Un acometimiento primigenio 12J

Eisenach: en U cima de mía eolito, U WaCtbur* Grabado de Merlán, 1651).

Martín se alojó en casa de Heinrich Schalbe, amigo de su familia


y más tarde alcalde de Eisenach, donde tenía mesa puesta y a cuyo
hijo, Kaspar, acompañaba a la escuela ' 8. En la correspondencia de
Lutero hay una referencia fiable sobre la importancia del círculo que
rodeaba a Heinrich Schalbe. Diez días después de su primera misa
tras la Consagración sacerdotal, el 2 de mayo de 1507, 1.Utero invita a
un viejo amigo, el coadjutor Johannes Braun de Eisenach, para cele­
brar junto con él en el convento de los agustinos de Eríurt este des­
tacado acontecimiento en la vida de un sacerdote. En la posdata de
su carta de invitación habla Lutero del collegium de Schalbe’, al que
le hubiera gustado invitar, aunque, por otra parte, no quería importu­
narlo con su invitación 19 Este colUgwm podría quizá designar a un
círculo de benefactores del convento de los franciscanos tic Eise­
nach, al que la familia Schalbe estaba vinculada desde hacia tiempo.
Pero también pudo haberse tratado de una esftecie de círculo do-*

* WABr J. u , ?9; Erhiit, 2t72 d


; WA 3Ü7IL
ca h rild c 15Ü7, -57'
122 1.a ansiada Reforma

méstico, al que Lutero recuerda con gratitud después de años. En


cualquier caso, la escuela de Eisenach. fue para él de mejor recor­
dación que las ‘torturas’ de Mansíeld.
A este tiempo se refiere también la anécdota de que el director
de la escuela de Lutero se quitaba siembre el birrete al entrar en
clase por respeto a los alumnos, «pues Dios podría haber elegido a
varios de ellos para alcalde, canciller, doctor o representante del
príncipe*»2". Actualmente es ya imposible identificar con seguridad
a este director de la escuela de S-anJorge. Si hay algo de cierto en
la historia, serviría para destacar aún más el contraste entre las es­
cuelas de Eiscnach y Mansfeld. Sea como fuere, Lutero llamó más
tarde la atención de las autoridades acerca de su deber de promo­
ver la escolaridad como inversión para el futuro, situándose asi en
una perspectiva de clarividencia pedagógica.
E l colegio Schalbe, la recogida de donativos, la escuela,..; fueron
años felices vividos por Martin en Eisenacb y que le transmitieron
al mismo tiempo la experiencia de una amistad intensa. Johanncs
Braun, coadjutor en Marienstift, era bastante mayor que el — ya en
1470 se había inscrito en la universidad de Hríurt— , pero fue de
extraordinaria importancia para el ¡oven Martín. E n otra carta de
invitación a su primera misa, cuyo destinatario no puede identifi­
carse con seguridad, Lutero vuelve a mencionar al coadjutor Braun
y lo llama su ‘queridísimo amigo', que seguramente acudiría para ce ­
lebrar con él la primera m isa21. El contacto con Braun no se inte­
rrumpió. Cuando dos años después Lutero fue trasladado inespera­
damente de Erfurt a Wittcnberg para hacerse cargo de algunas
tareas docentes en los centros que tenían allí los agustinos, se dis­
culpa ante su ‘amado y paternal amigo' por no haberle podido in­
formar a tiempo de su repentino cambio de residencia. La primera
carta conservada de W ittcnberg está, pues, dirigida a su amigo de
Eísenach:

Al respetable Sr. Joltann Braun, devoto de Cristo y de María, sacerdote en Ei-


. soach.
¡Amado señor y padre!
F.l hermano Martín Lutero, agustino, te desea salud y que contigo esté el salva­
dor, Jesucristo.

cJ Cfo. Ü. Ciernen. WABr 1. lis .


u MrABt 1. 15, 2; 28 de abril 1507.
Un acontecimiento primigenio Í23

Señor y padre mío. a quien tanto estimo y a quien quiero aún más; por fa­
vor, deja de sorprenderte de que me haya marchado en secreto, sin despedirme
de ti y de que haya ixxlido hacerte tal cosa» como si entre nosotros no existiera
la más profunda unión, como si un olvido desagradecido hubiera borrado de mi
arr*47Ün cualquier recuerdo, como sí una tormenta fría y desconsiderada hubiera
apagado en mí cualquier chispa de amor. Nada hay de todo esto. Las cosas no
han ocurrido según mis planes, como para resultar culpable de algo por haber
emprendido ¿alguna iniciativa, cuando en realidad he sido víctima de las drcuus*
rancias.
Es Cierto que me he marchado; aunque no, más bien me he quedado jwrtto a
ü en mi mayor y mejor parre y siempre permaneceré a iu lado. Estoy además
completamente convencido de que significaré tamo para lí, que la confianza que
en raí pongas nacerá no de mis actos fino, únicamente, de ru bondad, de maneta
que no vas a permitir que, sin culpa por mi parte, pierda cuanto he conseguido
k'

sin motivo alguno. Nunca fuiste así


Por esta decisión estamos separados en el espacio, pero espiríiuaimcnte nos
hemos acercado aún más, con ta) de que asi lo quieras y si nada lue engaña >7.

Estas lineas de Lutero revelan una intimidad y una proximi­


dad humana que se elevan claramente por encima de los testimo­
nios formales de amistad habituales en la correspondencia entre
los humanistas. E n el periodo de Eisenach tuvo en la persona de
Johannes Braun un verdadero confidente con el que se sintió es­
trechamente unido, incluso en el claustro.
Lutero encontró un segundo amigo, igualmente paternal, en
Johannes von Staupitz, a quien se atreve a calificar de queridí­
simo padre en Cristo — «in Ckrisío suavmimo Patria— 25 y del que
se vio dolorosamente separado, lo mismo que de Braun, en un
momento decisivo — en noviembre de 1518, cuando la curia soli­
citó su extradición a Roma— . Lutero sufrió esta experiencia de
separación con tanta intensidad que llegó a soñar que Staupitz se
acercaba a él, le tranquilizaba y le prometía regresar 21.
* La muerte
de Johannes Staupitz el 28 de diciembre de 1524 dejó en él un
hueco que ningún otro hombre pudo ya llenar. Sólo después de
la m uerte de su padre, el 29 de mayo de 1530, volvió a referirse
en sus conversaciones de sobremesa V desde el pulpito — con

22 'X'A.Hr 1, Ife, 1 21; 17 de irían,, de 1509. johannes Braun aparece citado en otra
ocasión, cuando lutero solicita al prior de los agustinos de tírfurt, Jobinnes Lang.
que haga llegar su sermón al c-apirulo reunido en Gotha. WAIir 1. 52, \ 30 de agosto
de 1516.
21 WABr 3. 257, 2 ; 25 de noviembre de 1518.
^ WABr 1.515, 75-Tíí; 3 de octubre de 1519.
124
l,a ansiada Retoiwa

mucha frecuencia a partir de entonces— a la importancia del vicario


de los agustinos para él mismo y para los intereses de la Reforma.
E n cambio, la figura del coadjutor de la iglesia de San Jorge
nunca estaría para él tan llena de contenido ni sería tan «oficial». Jo-
hannes Braun pertenece a la fase prerreformatoria de Lutero, a su pe­
ríodo preacadémico. Durante aquellos anos situados entre la solici­
tud de su padre y d cuidado espiritual del padre Johannes von
Staupitz, el coadjutor de Eisenach desempeñó un papel de compa­
ñero paternal en una fase importante de su aduración. Si acaso
hubo algún vacío emocional en las relaciones con su padre —y los
psicólogos modernos se inclinan a explicar la evolución de Lutero a
partir de tales fallos— , dicho vacío no impidió la existencia de con­
tactos estrechos y hasta íntimos con otras ‘figuras paternales’. Ya en
sus años tempranos Martín Lutero aparece como una persona sensi­
ble, pero volcada hacha fuera y capaz d« mantener una auténtica
amistad.

5. «No hay que pintar a] diablo en la propia puerta» 2T

Aquellos dieciocho años transcurridos hasta presentarse en el


umbral de la universidad de Erfurt contienen sólo unas pocas etapas
claramente marcadas, adornadas por vivos recuerdos, que adquirie­
ron forma por su relación con experiencias posterior s. Se trata de
recuerdos meditados y revividos que ilustran claramente cuáles fue­
ron los acontecimientos por los que Lutero se consideró marcado en
la época de su niñez y de su vida escolar.
En este contexto aparece un apartado de su vida mencionado
sólo de forma muy marginal y más bien olvidado por los investigado­
res o ridiculizado com o una anécdota curiosa de carácter medieval.
Entre los rasgos heredados de su familia se cuenta no sólo el sentido
del trabajo y la educación, sino también aquel mundo colorista y chi­
llón de espíritus, demonios y encantamientos que para el hombre
moderno se debe atribuir, obviamente, a la superstición. ¿Qué puede
hacerse con todos esos recuerdos de los que hablaba Lutero a sus

;i WA I 4S, 21; 1515; algo semejante se lee en una de las últimas conversaciones
de r»obi-emcsa, Eislcbcn 1546. WAT 6, nüiu. 6809; 2ÜÓ, 21. CtV. Deuischcs Spricrh-
wurterlexíkon, cci. fC F. VC*. Wancier, voL 4.i.)armstadt, 1964. col 1113. núw. 1251.
Un acontecimiento primigenio 125

comensales en el año 1533 y de manera tan cabal pertenecen al


mundo de las brujas y la magia?:

La Seducción de los sencidos, el reino de la sensualidad: aquelarre. Dibujo de tJrs


Graf, 1514.

«El doctor Martín hablaba mucho de la magia, del asma y de los


elfos y de cómo su madre había sufrido considerablemente a causa
de una vecina, maga, a la que ella hubo de tratar y con quien tuvo
que reconciliarse empleando toda su amabilidad y dignidad. Atacaba
a sus bijos, que gritaban como si estuviesen muriendo y, en cierta
ocasión en que un predicado': la condenó en términos generales fsin
decir su nombre], ella le hizo un conjuro que lo llevó a la muerte: no
hubo medicina que pudiera ayudarle. La bruja lo encantó cogiendo
tierra sobre la que el predicador había caminado y arrojándola al
agua; sin esa tierra no pudo recuperar la salud» 26.
E sta historia responde con exactitud a la tradición que nos pre­
senta a la madre de Lutero como utia campesina de pocas lu c o . Ella

M ®'AT 5. núm- 2982b; 131. 20.2b: 153.5.


127
126 La ansiada Reforma Un acontecimiento primigenio

habría sid o quien introd ujo al jo v en M artín en un m undo d em o ­


niaco lleno de diab lo s v la que con sus c u e n to s de magia atem o­
rizó todavía más su aliña, ya angustiada por su pad re. A sí, la m a­ las armas adecuadas para sobrevivir e x istencia cristiana
Q llien n o teng t en cuenta esta sit^ n on de Ia existen c a
l iciosa h istoria d e la casa d e b anos, relativa a la relación sexual d e
su m adre M argarete con el diablo, aparece todavía en las biogra­
fías de L u te ro b ajo una form a psicologizan te. S i b ien es cierto
fuerte en una idea de <.-risto — y m ^
que M artín no fue enge n dr ado p o r al diab lo , sí fue al menos
edu cado c o n él. ' zó n c o n d íd ° nada p o r la ép o ca. , L nunca puso en
D esd e d punto de vista del protestantism o, los recuerdos de D e manera con ciliatoria se recu erd a que L uter,o mn.u(n: aespria o s a
L utero dem uestran claram ente 1a necesidad de 1a R efo rma, que duda la om n ip o t e ncia de D » , m«r « " d » “ r”Sa‘^ íOna.dó c o n
h izo ^ s í b l c em p rend er e l largó cam ino sem brad o de espinas que
llevaría desde la superstición de l a B a ja E d acl M edía a la fe ev an­
^ o f S E S ? .
gélica y n o fue reco rrid o hasta el final m siqu iera p o r el m ism o está o cu ltox 1o usíoe s e a s > s dal dem onio. E n la N o ch eb u en a D ios se
L utero. C u and o en las aulas o en los textos se trata la teología S f ' y d T au o m n ipotencia; la señal dada s los p, sto te s e s un,
d e L u tero , el d em o n io n o pasa d e s e r u n a al ave cifrad a, el mal
d errotado en la Pascua^ D e form a mas o menos silenciosa se em­
prende su desm itologízación y su sep aració n del nú cleo de la te o ­ í:añoN ; e na'lde ete, .^ ;a p^^^s : e ; ;ar e e ™ eá U D á^^^^^^^^
logía de L utero, com o si fuera un resto m edieval.
C om ene emos por dejar bien claro q ue no se debe hacer res­
p o n sable a M argarete, su mad re, de la in terp retació n realista que m ien to de la R eio tm a que, s, » = » » <» ' “ ™ J;S) ' a1a ju stificación y
hace L u lero de las andanzas del d iab lo . H ans L u d e r penso de
m anera sim ilar v con él los m ineros d e M ansfeld , q u e en 1a o sc u ­
rie n d a de fe. E s ° . e x iKtam em e, e s D q . ^ ^ del m und o mo-
rid ad J e las galerías estab an aun mas expu estos a los m anejos de
los poderes infernales, de los espíritus, dem on ios y d uendes. que
quienes trabajaban a pleno día y a 1a luz d el sol. L o mismo ha­
bría oído M artín d e boca d e los herm anos d e la v ida com ún en
M agdaburgo y de H ein rich S ch aíb e o d e .Johannes B rau n en Eise- ^mnyfbí'e e e e tr 's <dfe0y PSrt^t i<íÍn tla sC°^e c't^ttsrS^^s 1|e^epe,^íg^'oSiil:i'iid ncSedSa^a-
nach.
Pero cuando las ideas so b re e i día blo se expurgan com o ma­ i£ “ ' e x iper^meip td nel|nrsí m'|m° j aóeto ne rCCómo ¿ n a d n ie b ia s ' d eg o s
ní estaciones de la ép o ca v se resalta com o d e m e n to perm anente : tp
e so sb r s ; : ; í d o , l^ ó s ,; ah<smbi6 ut e a c n - v^ ^
unicam ente la fe en Cristo de L u tero, e i resultado es falso y erró ­
i es: violenta con tra D ios, c o -Hra cC fe « N o es posi-
nea y apologéticam ente program ado d e antem ano. C risto y el d ia­
b lo son para él igualm ente reales; uno aparece siem pre com o d e­ H acer del dem onio algo ^ 0 ^ 0 fe e n C r is to d icien d o : ‘H e
b le com b atir al d em onio sino m ediante 1
fensor de los c ristianos, el o tro amenaza a la hum anidad hasta el
fin de los ciempos. L u te ro no superó , en absolu to, la fe medieval sídoEb,c;íígursSin0t ; t e ; , l m óe'¡f dr ; u ! própic « « . =>
en el dernonw; r a ís bien la prof undizo y e x a ce rb ó : existe una lu ­
c o mo esp íritu revoltoso es de resonana as m edievale s -
d í a cósm ica entre C risto y Satan ás por la posesión de la Iglesia y
el mundo. N inguna perso na p u ed e m antenerse ;il margen ce este
2' WAT 6- núm. 6830: 2 i 26s.
com bate; no hay re fugio alguno, ni en el clau stro ni en la soledad

f
128 La ansiara Reforma

«Mo es raro oír que el diablo agita las casas y se pasea por ellas.
En nuestro convento de Wirtenberg lo he oído claramente. Cuando
comenzaba a leer ei salterio y después de haber cantado los rezos
nocturnos, una vez sentado en el refectorio estudiando y escribiendo
para mi clase, llegó el demonio y alborotó tres veces en el infierno
[espacio situado detrás del h o rn o ! como si alguien sacara de allí una
cántara arrastrándola. Al final, com o no se estaba quieto, recogí pre­
cipitadamente mis libritos y me fui a la cama; pero aquella ocasión
me trae remordimientos por no haberle ofrecido resistencia a pesar
de haber visto lo que el demonio querja hacer. Aún le oí en ctra oca­
sión en el convento encima de mi celda.»
K1 climax formulado en la frase final, la expresión declarada de
desprecio hacia el diablo, era entonces inaudita y hoy se pasa por
alto: «Pero en cuanto me di cuenta de que era él, no le presté aten­
ción y me volví a dormir» 2!j. El demonio desvela su verdadera esen­
cia no cuando actúa como duende tuidoso sino como adversario que
niega la palabra de Dios; entonces es cuando provoca el espanto. Se
apodera de .a conciencia, cita las Escrituras y es más piadoso que
Dios mismo; es lo satánico.

Esta noche. al despertarme, vino el diablo v quiso disputar conmigo, me planteo


objeciones y me reprochó ser un pecador. Entonce.s le dije: ;Dime algo nuevo, demo­
nio! Eso ya tne lo bien; he Cometido muchos ottos auténticos pecados. . teñe que
haber pecado* de verdad, lio imaginados ni supuestos, como Jos que uno piensa de si
misino y que Dios perdónala por amor a su hijo, quien cargó con lodos mis pecados
sobre si de forma que los que he cometido ya no son míos, sino de Cristo. No vov a
negar esta bondad y gr acia de Dios, sino que la reconoceré 20.

Lutero no quiere difundir el miedo, sino robustecer la capacidad


de resistencia de los líeles. E l demonio es omnipresente, com o
Cristo, reaccon a y se agita, sintiéndose provocado por todo aquello
que huele a te en Cristo. Aquí se produce una inversión radical de

WAT ó, aóm. 6832; 219, 30-40. Véase M. Osborn, Die Tcufelsliteratur des xvj
Jahrhundeus, Berlín, 189.3 [Híldesheim. 1965]; H. Prení$, Die Vorstellungen vom An*
tichrist im spáten Mittelftlter, be i Luther und in der kontessionellen Polcmik. Leipzig,
1906; H. Obeudiek Der Tcufcl bei Martin Luther. Eine theologisehc Untcrsuchung,
Berlín. 1931; H. K. Gerstenkom, Weklich Kegunent zwischen Cottesreich und Teu*
felsmacht. Die sta&tatheuretisehen Aufiassungen Martin Luthers und ¡hrc poíitischt:
Bcdcutung, Bonn, 1956; K, L. K.oo$, The De vil in 16ih Ccniury Gorman Literatura;
The Teuíelsbücher, Tierna, Francfort del Meno, 1972.
2* WAT 6. núm. 6827; 2 V ) , 40-216, 9.
Un aeontuc.iinientü primigenio 129

las ideas medievales sobre el demonio, según las Cuales el mal descu­
bre la profunda vinculación entre pecado y mundo. Para Lutero las
cosas son completamente distintas: lo que incomoda al diablo no es
la vida del trabajo y los asuntos mundanos. El adversario está más
bien cerca de donde Cristo esté presente: ‘¡Cuando el diablo nos
acosa, entonces nos va b ie n !3il.
Todas estas historias de demonios están tomadas, sin excepción,
de las Conversaciones de sobremesa de l-utcro, la compilación de char­
las mantenidas por él en el círculo cambiante de sus invitados. Allí,
en el antiguo convento de los agustinos de Wittenherg, se discutía
sobre Dios y el mundo, se reflexionaba sobre los acontecimientos
diarios de actualidad y se intercambiaban recuerdos, Los relatos re­
trospectivos de Lutero no servían a su propia vanidad ni se dedica­
ban a la contemplación de ‘los viejos buenos tiempos’ por parte de
un hombre entrado ya en años Por lo general tienen Una moraleja
actual: van dirigidos a llamar la atención de la juventud ante la resis­
tencia que amenaza al anuncio del evangelio en el futuro.
Algo parecido puede decirse de las experiencias con el diablo.
No sirven como cuentos de miedo para entretener una tertulia noc­
turna, sino como consuelo y fortalecimiento de almas angustiadas y
tentadas. Las preguntas de los compañeros de mesa a las que res­
ponde Lutero surgen del miedo tradicional al diablo de la Edad M e­
dia, común a sus oyentes independientemente do su formación v su
origen social. Es improbable que fuera Margarete Luder quien, con
sus su[)crsricioncs llegara ejercer una influencia tan considerable.

6. La palabra divina en una lengua sucia

Una cuestión delicada e incluso inconveniente para un salón bur­


gués nos lleva probablemente, sin embargo, hasta la alcoba del niño
Martin Lutero. El problema de si un hombre tan claramente condi­
cionado por idas demoníacas no debería ser investigado desde la
perspectiva de la psicología no permite más aplazamientos. L o que
aquí se debate no es la existencia de un complejo paterno o materno,
sino la reacción ante la fe en e) demonio, que no sólo resulta incom­
prensible para hombres ilustrados, sino que aparece incluso com o

WAT 5. rimn. 5284; 44, Rs; 1540.


no T*a m is i ;k í í K E -fo in i.i

muy peligrosa. Según se puede demostrar, la creencia en la realidad


de Satanás propició la locura de la persecución de brujas que arras­
tró a todas las conlesiones y frenó la llegada de la Ilustración.
En este punto debemos escuchar a Lutero con atención y no he
mos de hacerle oídos sordos movidos por cierta incomodidad. Las
armas contre el infierno no son la tortura y el fuego, sino la confesión
de fe y el desprecio del diablo. Al reconocimiento de Cristo como
defensor de la cristiandad añade Lutero de manera ruda su desprecio
por el violento Satán: «Si no tienes bastante, demonio, te cago y te
meo; restriégate la jeta con ello, come hasta hartarte» !1. Un hombre
que en la edad adulta piensa y habla de ese modo, ¿no se hallará de­
tenido por algún temprano fallo educativo en aquel estadio del desa­
rrollo que la psicología moderna califica de fase anal? ¿Se trata,
quina, tan sólo de una formulación violenta de la proverbial invita­
ción a ensenarle al diablo el trasero? ¿O es el paso de los años lo que
aquí se muestra? Lutero, ‘el vulgar1, movido por la ira y la excitación,
¿es incapaz de autocontrolarse, abandona los buenos modales acadé­
micos y recae en el lenguaje de sus orígenes? Sería una posible expli­
cación, que podría apoyarse en su mismo testimonio, pues según él
sabe: «Aquello a lo que uno está acostumbrado y en lo que ha sido
educado, no puede mantenerlo oculto» !'2. Lutero habla tan a me­
nudo de sus antepasados campesinos — fueron «auténticos labrie­
gos»-— y), que estamos cerca de sospechar que en el anciano Lutero
irrumpen las experiencias de su juventud, incluso las que tienen que
ver con la basura y la cloaca. La predilección ‘campesina’ de Lurero
por las expresiones recias se extenderían enfermizamente en su vejez
hasta el regodeo en lenguaje fecal.
Por más ilustrativo que todo esto resulte, las referencias a los fa­
llos educacionales de los padres, a los orígenes y ¡as lases de desarro­
llo psicológico no alcanzan a dar una explicación. No se tiene en
cuenta que ya el joven profesor y religioso instruido que era Lutero,
cuando por primera vez habló por extenso acerca del diablo, recu­
rrió explícitamente a las expresiones fecales, precisamente en una cir­
cunstancia de carácter muy oficial. El 1 de mayo de 1515 hubo de
pronunciar en Gotha el sermón (estivo ame los miembros de su or-

v WAT 6. mim. 6827: 216. 9-11.


s¿ WAT 4. num. 4 035;92, 39; 1538.
» WAT 5. num, 6250: .558. Bf.
Un acometimiento primigenio 131

den con motivo del capítulo, la asamblea deliberativa, de los agusti­


nos observantes. Lutero acudió a un teína conocido por todo su au­
ditorio de las constituciones de la orden (cap. 44) — y que allí se cali­
ficaba de influencia diabólica— : los pecados veníales de la
murmuración,
«Un difamador no hace otra cosa que rumiar con sus propios
dientes la porquería de los demás y remover la mierda con su propio
hocico, como un cerdo; por eso la suya es especialmente maloliente y
sólo la supera la mierda de! diablo... Y si bien el hombre depone su
cagada en secreto, el dil amador no consigue ocultarla; encuentra pla­
cer en revolver en ella y sólo merece el juicio justo de Dios }\
Cuando el difamador dice: Fijaos cómo se ha cagado aquél, la mejor
respuesta será: Y tú lo vas a comer» ,5.
No es ya posible demostrar sí Lutero pronunció este sermón an­
tes o después de ser elegido prepósito de diez monasterios de Turin-
gia y Sajonia. Pero aunque se hubiera expresado de esia forma pre­
viamente a su elección, su nombramiento para vicario de distrito
apenas habría corrido peligro alguno; los frailes conocían la relación
entre el diablo y la cloaca, Este sermón sobre el difamador, sea el
hombre o sea el diablo, es sin duda drástico, pero en absoluto el pati­
nazo involuntario de un viejo con complejos infantiles. La selección
del léxico no es ni chocante ni escandaloso; así es como entonces se
hablaba de este tema, y no sólo en el claustro. E l año 1521, el carde­
nal de Maguncia y canciller del Sacro Imperio Romano de la Nación
Alemana se calificó a a mismo ante Lutero de finierda’: «Sé muy bien
que sin la gracia de Dios no hay en mí nada bueno y que soy un inú­
til y malolient e .zurullo, com o cualquier otro, nada más» ,ú. El carde­
nal podía apelar a san Pablo (Tilipenses 3, 8), pero en este pasaje es
más paulino que el mismo apóstol.
El destacado humanista de Gotha, Konrad Mutian, se informó
acerca del 'picante’ predicador; aquel erudito no pareció haberse sen­
tido afectado especialmente por los toscos pasajes. Quien aquí ha­
blaba era un monje y su lenguaje era monacal, no pulido, rudo, y no
se bailaba a la altura de: la cultura de salón. Una persona como Mu­
tian no esperaba ni de lejos que la renovación de la Iglesia viniera de

>* WA 1. 44-52 : 50. 12-20.


» WA 1. 50, 24:*; WA -1. 681. 2Ss
M WABr 2 .4 2 1 ,1 1-13: diciembre de 1521.
J32 La ansiada Re furnia 133
Un acontecimiento primigenio

sem ejantes predicadores alborotados salidos del con ven to y co n o ci­ 4 ticristo ’. Lutero muestra que sólo puede haber una respuesta para
dos hasta la saciedad — p ron to se les tacharía de oscurantistas— . L u ­ [ esta ‘basura d em o n iaca’ y lo hace no co n la rabia im potente del an-
tero, en cam bio, está Un satisfec ho de este serm ón que se preocupa * ciano, sino con la pasión provocadora pero m u y m editada de la ju-
pe rso nalm ente de que se difunda y hace Uegar un ejem plar a su venttud: « Y tú lo vas a com er!» ’ L
amigo Jo h an n e s B rau n y a su antiguo m aestro en la escuela d e San A quí adv e r tm o s algo m ás q u e ed u cació n y en to rn o. L a fuclm a-
Jo rg e d e E ísen ach 5\ ción v la con v icció n se aúnan e n pod erosa alianza, q u e c o n o ce sus lí-
E l respelo no debe im p ed ir q u e ap^ ^ ^ n las p esies de L u lero , , mites' v no se atreve a atravesar las 'pu ertas d e l infierno, pero que
ni siquiera por el h ech o d e que tales expresiones sean hoy ¡nad ecua- hace lo posible p o r sacar a la luz d el día en toda su repugnancia y
das. Q uien lo trate con tales precauciones no toma en serio sus pala­ perversión la profanación de D ios y d el h om bre que diariam ente
bras. Su lengua tiene tal carga física y realista que en medio d e su practic a el diablo. Las pullas verbales lanzadas por L u tero a lo largo
d esprecio irritado contra el diablo llega a m andarle ‘un pedo com o de su vida con tra los adversad os del evangelio pierden su vigor si se
bastón’ 58: Y tú, Satanás, A nticristo o Papa, apóyate en él, en esa nada rem onta su origen a una ingrata alcoba infantil. Más bien revelan
m alo lien te, C u an d o el psicólogo oye cóm o sufrió L u tero, ya en el cóm o L u tero e n tend ió su misión: ¡luchar contra el m áxim o difam a­
co n v en to , <le un d oloroso estreñim iento. intenta analizar un co m ­ dor de todos los tíe mposl
plejo de fecatorio. Sin em bargo, si tenem os en cuenta e¡ co n texto h is­ Una m irada retrospectiva a los a ños d.., ju ventu d no nos ha per­
tórico total, habrem os de tom ar en serio este lenguaje fecal com o ex­ mitido destacar ni personas concretas ní acon tecim ientos d eterm ina­
presión , precisam ente, de una lucha em prendida en cuerpo y alma dos, a los cuales pudiera atribuirse una influencia esp ecial en la evo­
contra el enem igo que amenaza a ambos. lución de Lutero. Las posibilidades de aproxim ación al niño y
La investigación sociohistórica explica claram ente o tro aspec to e sc o la r que fue M artin L u d er son m uy limitadas. Al lector m oderno
de este lenguaje. E l vocabulario coprolcígico de la propaganda refor­ de intenciones psícologistas que desee d escubrir la persona detrás de
mista se dirige con in ten cio n es agitadoras al ‘hom bre com ún'. La per- la obra se le pe dirá que se tome la m olestia J e esperar pacientem ente
son a de respeto, sc:a d iablo o Papa, quedará patentem ente- desenm as­ hasta que pueda encontrarse en sus escritos algo inteligible. Igual­
carada c uando se le bajen los pantalones E P ero L u tero no se- queda m ente, el intento de descubrir, por encim a d d m u ch ach o M artín, al
en esto, no es el altavoz de una clase hasta entonces m uda. E l 'cu lo, padre, Hans. o a la m adre, M argarete, fracasará en su búsqued a de
c o n el que el d iablo se equ iv oca' es m ás que una expresión procaz fuentes. Seguram ente h a b r á teorías que, para exp licar con v iccio n es
c ^ l d a por sus pro pó silos provocador es. C u and o dice d el d a b lo que fundam entales posteriores, se re tro tra g a n a las exp eriencias vividas
su palabra es «m alolíente y falsaria » no esta fijánd ose precisam ente e n la casa fam iliar y en la escuela; tales con v iccio n es, sin em bargo,
en la 'je ta del pu ebl o ’ .io. ad optaron u n a forma fija ya durante lo s años de universidad o in­
L u tero cs. ind ud ablem ente, un gran m alhablado, pero sus im pro­ c lu so inm ed iatam ente d espués d e la entrada en religión, cu an d o con
perios se atien en a un sistem a. Segú n explica en su serm ón electoral el ‘segundo bautism o’, la profesión de los votos m onásticos, com enzó
del año 1515, el d em onio arrastra por la basura el nom bre de D io s y a vivir en su ‘segundo cuarto de los niños’.
su obra de justificación. E n esto resid e la vinculación, que si no re­ L o que o cu rrió en la casa paterna, en la escu d a , en la universi­
sultaría in com p ren sible, entre diablo, ‘gran cerdo', ‘Papa burro' y A n- dad V en el con v en to irrumpe m u ch o más tarde b ajo la presió n J e
su c a rgo, la cáted ra de ciencias bíblicas d e la universidad de W üten-
" WABr l. 52, 2; 30 ifa agosto de 1.516 berg. E n este joven dispuesto y preparado a escuchar a sus mayores y
“ Véase a ilustración burlesca dd Papa ntim. 10 en WA 54, apéndice. a trabar am istades se nos muestra un reto ñ o de cam pesinos y b u r­
Cfr. WAT (i. núrn. 6817; 2 IOs .
'' Véase, en especial, R, W.\ Snibner. Por íhe sake oí simple folie Popular Propa­ gueses, un n iñ o sin duda sen si ble, educado entre D ios, los santos y el
ganda for rhe Germán Rtfot'niation, Cambridge, 1'181. Sis: con bibliografía.
- " WA .3O?I. f>4l, 1; 15.3O. ' ' '' WA l. 50. 2-5: 4. 681, 20-30: cfr. 4. 612. 8-17,
134 La nnsiaíL Kt furma

diablo. La persona de Lutero — lo observarem os aún posterior­


m ente— se a b re a encu entros, sale de su ensim ism am iento y reac­
ciona con vehem encia ante la amistad y la confrontación. En su ju ­
ventud no hay todavía nada que revele el sen tid o crítico y la
ind ep en den cia con que m ás tarde expu rgará lo anteriorm ente re c i­
b id o y la dureza c o n q u e golpeará en los enfren tam ien tos. Llegado el
momenLo se sintió urgido por la con vicción d e que todo cuanto h a­
b ía recibid o en su hogar se tam baleaba y d e b ía ser abandonado.
E n una c a n a dirigida a Stefan Zwcig, Sigm und F rcu d ha d o c u ­
m entado de tal manera esa situación de cam b io causada por el e n ­
cu en tro que se presta a ser referida a la historia de L u te ro , a pesar de Me veo obligado a proclamar a voz en grito y decir que Dios
la d istancia d e siglos. quiso despellejar en un momento a Satanás y exponerlo a la luz pú­
blica; por tanto, lo que ahora gritamos será provechoso.
«Q uerid o señor d octor [Stefan ZweígJ:
\'l/A 15.66, 34-.16: 1523

Casi desearía no haber c o n o c ido nunca personalm ente al Dr. Sr.


Zweig y que no se hu biera m ostrado tan am ahlc y re spetuoso c o n ­
migo, pues ah o ra padezco la d uda de si mi juicio Isobre el nuevo li­
bro] n o será, qu izá, desacertado d ebid o a la sim patía personal» ■“
Los e n cu e n t r os cam bian, suscitan dudas y afianzan juicios defim -
tivos. E sto m ism o podem os d escu brir en la ev olu ció n del refo rm a­
dor. Cuando M artín L ud er se convirtió en el estudiante y m on je
M an in u s L ud her y, finalm ente, en el L u tero de 'W ittenberg, se cru za­
ron en su (;amino, rod eánd olo por todas p an es, el libro de aquel
D ios del q ue hasta entonces nada sabía y aquel d iablo a quien hasta
e se m om ento no había temido. F u ero n en cu en tros y con frontacion es
q u e le c o n m o cio n a ro n y le sacaron com p letam ente de sí. d e m odo
que a partir de en to n ces él instará a todos cuantos quieran oírle y lo ­
gren soportarlo hasta el final.
La carta de fr e u d puede ser leída asim ism o com o un co n sejo
para el historiador de la psicología. Encon trarse personalm ente con
un autor no tiene por qué ser siem pre una ventaja, sino que puede
igualm ente trastornar el acceso a su o b ra y d ificultar una audición
precisa-

" Catalogue Stcfan Zweig Exposir.ion, Jewish Kalional and Uníversily Librnry,

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