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Fundación Universitaria San Alfonso-USANALFONSO

Facultad de filosofía y teología

Licenciatura en teología

Historia de la Iglesia latinoamericana y de Colombia

Dte. Pbro. Oscar Darley Báez

Fdo. R. Miller Augusto Montañez Bautista

24 de marzo de 2021

LA IGLESIA COLOMBIANA DESPUÉS DEL CONCILIO VATICANO II

Contextualización

Antes de entrar en materia se hará una breve contextualización socio-política de la

Colombia de mediados del siglo XX La década de los 40’s fue una época marcada por

muchos matices, una Colombia que se encaminaba hacia la industrialización y la vez era

bipartidista, o sea, estaba divida en dos colores: el rojo, que representaba el partido liberal,

conocido como de los Cachiporros, y el azul, bandera del partido conservador, llamados los

Godos. El primero caracterizado por tendencias liberales y de avanzada, el otro, por su

política tradicional y ligado a la religión.

Las fuertes disputas políticas y las divisiones que

causaban estos dos partidos políticos, competidores entre sí

por los cargos públicos, especialmente por la presidencia de

la nación, considerada la joya de la corana. Pero no fue sino


hasta 1948 cuando sucedió un evento que marcaría la historia de Colombia. El 9 de abril de

dicho año fue asesinado el caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán, candidato a la presidencia, lo

que generó una confrontación civil en Santa Fe de Bogotá entre simpatizantes de ambos

partidos, que se extendió por todo el país, llevándose a cabo una campaña de persecución

contra los conservadores, ya que, los liberales los acusaron del asesinato de Gaitán. Este

hecho desencadenó una ola de violencia por todo el territorio nacional, debido a que en

muchos centros poblados y ciudades unos eran liberales y otros conservadores. Como

consecuencia, se extendió una guerra desmedida, pueblo contra pueblo, y vecino contra

vecino, como si se tratase de enemigos.

Sin duda, fue un tiempo marcado por una violencia que no daba tregua; año tras año

parecía encrudecerse más y sin salida, frente a una Iglesia anonadada, que no sabía qué hacer

y además que comenzó a ser perseguida por los liberales más extremos. Sin embargo, hacia

1949, dado que el gobierno era conservador, el Estado comenzó a perseguir a los liberales, lo

que aumentó aún más la violencia, provocando que en algunos pueblos del Tolima se crearan

unas organizaciones civiles armadas a modo de autodefensas, que protegían sus familias y sus

pueblos de los grupos conservadores y del abuso de las autoridades militares del Estado.

Estos grupos se organizarían en el 64 y se convertirían oficialmente en las Fuerzas

Revolucionarias de Colombia (FARC).

Seguidamente, como producto de la guerra civil que se vivía en todo el territorio

nacional, se produjo un atraso económico, que trocó el despertar industrial que venia

creciendo desde los años 30´s, después de la guerra con el Perú (1933) y que dio como

resultado la definición de las actuales fronteras territoriales entre ambos países. Al mismo

tiempo, en la década de los 60’s, surge otro grupo guerrillero, el Ejercito de Liberación

Nacional (ELN), un grupo de jóvenes colombianos que fueron a estudiar a Cuba y llegaron

con las ideas de la revolución cubana, luego, inspirados en el Che Guevara y liderados por
Fabio Vásquez Castaño, sostuvieron que la única manera de lograr una revolución socialista

en América Latina, era mediante el uso de las armas en las zonas rurales, con organizaciones

de pequeños grupos de guerrilleros errantes (Vélez, 2001, p. 169).

Es en este contexto en el que se encuentra la Iglesia en Colombia al momento de

celebrarse el Concilio Vaticano II, hecho que trajo tantas sorpresas para el clero y los

religiosos, quienes por estar inmersos en una situación social, económica y política tan

delicada, se olvidaron de participar activamente en los congresos ecuménicos, bíblicos,

eucarísticos y etc., que fueron la antesala a la preparación del Concilio. (Roux, 1981, p. 559).

Ya para la década de los 60's, la Iglesia católica colombiana se consideraba como una

de las iglesias más conservadoras de Latinoamérica, en donde el ser obispo y cura era un

privilegio, y por ende, muchos de sus miembros eran de familias ricas o de la clase media.

Pues para la concepción de la época estas investiduras representaban respeto, estima, poder,

estatus y riqueza. La sociedad colombiana era tradicionalmente de confesión católica y

conservadora, con una iglesia cuyos miembros ostentaban grandes honores y gozaban del

beneplácito de diferentes familias de élite, especialmente en las grandes ciudades del país.

Incluso muchos obispos eran consejeros de miembros del gobierno y de el mismo presidente

de la República.

Y en el caso de la mayoría de pueblos colombianos, el cura era o hacía las veces de

juez, alcalde y el policía, es decir, era un referente moral a seguir y digno de respeto, de ahí

que muchos campesinos miraban la figura del sacerdote como el mismo Dios, por tanto, todo

lo que él dijera era “palabra de Dios”. Por eso, era común que en estos centros poblados el

presbítero fuera endiosado, lo que hacía que creciera más el ego clerical y el clericalismo, y

que muchos quisieran ser parte del clero, no tanto por servir, sino el estatus que ganarían.
Ahora, de 1962 a 1966, cuando se comienzan a conocer los documentos del Concilio,

que provocó cierto malestar en una iglesia jerárquica que se había quedado mucho en la

forma y majestuosidad de las celebraciones litúrgicas, pero que estaba lejos de la realidad

social del país. Así, pues, cuando se comienza aplicar y desarrollar la pastoral-social de los

documentos conciliares, se produce al  interno de la institución una  división entre el clero

progresista (los que seguían las directrices del Concilio Vaticano II) y el que se negaba a

dejar las viejas costumbres; es justo en esta coyuntura, cuando aparece la figura del

presbítero Camilo Torres, quien cuestiona cómo debe ser un buen cristiano frente a las

grandes problemáticas  sociales de Colombia, llevando al

extremo de la lucha política y de las armas su

discernimiento.  

Además, como si fuera poco, se agrava más la

situación en 1966, cuando el entonces arzobispo de

Bogotá, Luis Concha Córdoba, despide de la dirección del

periódico arquidiocesano El Catolicismo, a los presbíteros

Hernán Jiménez y Mario Roballo, sin una razón Ilustración 2: cardenal Luis Concha Córdoba,
tomado de
https://catalogodeobras.javeriana.edu.co/c
justificable, tal vez, se dice, que fue por sus publicaciones atalogodeobras/items/show/237

de tinte progresista e inclusive por su crítica a parte del clero que en su mayoría eran

conservadores y por la resistencia de algunos obispos al cambio especialmente en lo pastoral

y litúrgico, propuesto por los documentos conciliares, motivo por el cual, habría impulsado

Concha Córdoba al despido de los padres de dicho periódico. Sin embargo, esta decisión

tomada por el cardenal hizo que se marcara más la diferencia entre el clero que seguía las

disposiciones del Concilio Vaticano II y aquellos que se resisten al cambio, esto teniendo en

cuenta que El Catolicismo era uno de los medios para dar a conocer los cambios propuestos

por los documentos conciliares.


La reforma agraria

Sin embargo, pese a que pareciera que el clero diocesano tradicional hiciera una

especie de persecución hacia los progresistas, esto no impidió que se siguiera conociendo y

poniendo en práctica lo sugerido por el Concilio, tanto así que para el 67 muchos miembros

de la Iglesia institucional, fueran cada vez más conscientes de su labor social en pro de los

más necesitados y de la calidad de vida de las familias campesinas, y para ello era necesario

que tuvieran donde trabajar.

Al respecto, la Iglesia hizo un inventario de sus bienes, para saber con qué tierras

contaba y para donarlas a los campesinos, dando pie a la Reforma Agraria, que se consolidó

en la XXIII Conferencia Episcopal Colombiana, convocada en julio de ese mismo año,

donde muchos obispos dieron vía libre a este proyecto agrario, con la creación del IDES

(Instituto de Estudios para el Progreso).

Esta Reforma Agraria, fue un gran avance a nivel social, porque implicó la

implementación de la doctrina social de la Iglesia en el agro colombiano, a partir del

documento Populorum progressio del papa Pablo VI, que promueve la no violencia, la

evolución y el desarrollo dentro del orden establecido (Roux, 1981, p 562). Esta actitud

reformista de la Iglesia colombiana, recibió halagos y apoyo incluso del partido Liberal, que

en otro momento la había perseguido, precisamente por sus ideas tradicionalistas y ortodoxas

a finales de la década de los 40’s.

Todo este movimiento social fue como la antesala de la segunda Conferencia

Episcopal Latinoamérica y del Caribe (CELAM), que se llevaría a cabo el siguiente año en la

ciudad de Medellín, y que marcaría un hito y una nueva perspectiva de hacer teología, es

decir, se marca el inicio de una teología que se hace a partir de la realidad social del pueblo,
en donde el teólogo escucha sentir del pueblo y lo vuelve pensamiento teológico

(Castillo,1996. p 165). En este contexto surge la teología de la liberación.  

El suceso de Camilo Torres Restrepo

En este apartado se centrará la atención en la figura

del presbítero Camilo Torres, quien durante muchos años

fue condenado por la jerarquía colombiana debido a sus

posiciones políticas, cuya figura hoy comienza a

revalorarse y a entenderse.

Camilo Torres nace el 3 de febrero de 1929 en la


Ilustración 3: Camilo Torres Restrepo,
ciudad de Bogotá, luego entra al seminario conciliar de la
recuperado de
https://www.biografiasyvidas.com/biog
rafia/t/torres_camilo_2.htm misma ciudad, donde realiza sus estudios en filosofía y

teología entre 1947 y 1954. Es ordenado sacerdote en 1954, después viaja a Bélgica, en

donde hace estudios en ciencias sociales en Lovaina, obteniendo la licenciatura.  

Una vez retornado a Colombia, es nombrado vicario de la parroquia Veracruz en el

centro de Bogotá, al tiempo que comienza a desempeñarse como docente en la Universidad

Nacional de Colombia, en el área de sociales, donde funda la facultad de sociología con otros

colegas (1962) y desde donde empieza a formar parte del INCORA (Instituto Colombiano de

la Reforma Agraria). Más adelante participa en varias protestas estudiantiles, lo que causa

que el cardenal Concha lo relegue de su actividad docente, prohibiéndole cualquier vinculo

con dicha universidad, a lo que Camilo obedece.

Sin embargo, esto no bastó. Poco después, el padre Camilo, como miembro del

INCORA, generará otra controversia, con respecto a la aplicación de la ley sobre la extinción

de dominio, restringido a unas tierras baldías, lo que causó malestar en las altas esferas de la
sociedad, en especial en Álvaro Hurtado Gómez, jefe del Partido Conservador, y en los

obispos más conservadores, quienes pidieron su sustitución del cargo. Pero esto solo fue el

comienzo de su lucha social. En 1965, publica un artículo titulado La desintegración social

en Colombia: “Se están gestando dos culturas” que causa más revuelo en el clero y en la

misma sociedad, pues el padre Torres es ahora una figura pública de peso, que causa malestar

entre los miembros más conservadores del clero y de la sociedad con sus intervenciones.

En un intento por calmar los ánimos, la arquidiócesis de Bogotá dice que el

presbítero Camilo Torres viajará a Lovaina para presentar su tesis de doctorado en

sociología, por lo que es relevado del cargo de vicario en la parroquia de Veracruz. Sin

embargo, la noticia sorprende a todos, cuando en 1966 pide formalmente ser reducido al

estado laical y poco después anuncia su incorporación al ELN, en cuyas filas muere ese

mismo año, a los 37 años, en su primer combate, ocurrido en San Vicente de Chucurí (sector

Patio Cemento), en el departamento de Santander.

Algunos de sus mensajes y su teología

Ahora se presenta un apartado de una entrevista concebida por el padre Camilo Torres

a un periodista francés, en donde se puede evidenciar por qué dejó el sacerdocio y cuál era su

fisonomía espiritual. La entrevista fue publicada en la revista Cristianismo y Revolución

(1970). Camilo Torres dice:

Abandoné el sacerdocio por las mismas razones por las cuales me comprometí en él.

Descubrí el cristianismo como una vida centrada totalmente en el amor al prójimo; me di

cuenta que valía la pena comprometerse en este amor, en esta vida, por lo que escogí el

sacerdocio para convertirme en un servidor de la humanidad. Fue después de esto cuando

comprendí que en Colombia no se podía realizar este amor simplemente por la beneficencia,
sino que urgía un cambio de estructuras políticas, económicas y sociales que exigían una

revolución a la cual dicho amor estaba íntimamente ligado.

Pero desgraciadamente, pese a que mi acción revolucionaria encontraba una respuesta

bastante amplia dentro del pueblo, la jerarquía eclesiástica en un momento determinado quiso

hacerme callar contra mi conciencia que, por amor a la humanidad, me llevaba a abogar por

dicha revolución. Entonces, para evitar todo conflicto con la disciplina eclesiástica, solicité

que me levantara la sujeción a sus leyes. No obstante, me considero sacerdote hasta la

eternidad y entiendo que mi sacerdocio y su ejercicio se cumplen en la realización de la

revolución colombiana, en el amor al prójimo y en la lucha por el bienestar de las mayorías.

(Pp. 406-407)

Con esto, una vez más afirmaba que la base del cristianismo debe ser el amor, un

amor que se da al prójimo, al necesitado, por lo que propone un comunismo práctico, es

decir, una acción eficaz por los pobres y, en este sentido, se puede decir que su pensamiento

teológico consiste, “en un discernimiento para la elección de los medios más adecuados para

la realización eficaz del amor” (Roux, 1981, p 566), como se ve reflejado en este apartado de

un comunicado de prensa, publicado estando en estado laical:

Yo opté por el cristianismo por considerar que en él encontraba la forma más pura de

servir a mi prójimo. Fui elegido por Cristo para ser sacerdote eternamente, motivado por el

deseo de entregarme de tiempo completo al amor de mis semejantes. Como sociólogo, he

querido que ese amor se vuelva eficaz , mediante la técnica y la ciencia; al analizar la

sociedad colombiana me he dado cuenta de la necesidad de una revolución para poder dar de

comer al hambriento, de beber al sediento. Estimo que la lucha revolucionaria es una lucha

cristiana y sacerdotal. Solamente por ella, en las circunstancias concretas de nuestra patria

podemos realizar el amor que los hombres deben tener a sus prójimos. (Revista Cristianismo y

Revolución, 1970, pp 319-320).


Y, por último, se puede decir que el presbítero Camilo Torres, para unos fue de algún

modo la piedrita en el zapato que iba en contra de la organización del Estado y del clero

tradicional, pero para otros, fue un percusor en la lucha por la igualdad, la justicia y la paz

para todos. Si su actuar fue bueno o malo, no nos corresponde determinarlo aquí, solo se

puede decir que él tomó partido frente a una realidad colombiana complicada, que parecía no

tener salida y dando una respuesta coherente, hizo lo que su conciencia le decía que era lo

correcto, para dar o tratar de dar solución a la problemática político-social y religiosa de la

sociedad colombiana.

II Conferencia Episcopal Latinoamericana y del Caribe (CELAM)

Medellín, 1968

Ilustración 4: fotografía de uno de los encuentros del CELAM-Medellín, agosto de 1968, recuperado de
http://www.americalatina.va/content/americalatina/es/articulos/medellin--50-anos-despues.html

Después de lo acontecido con Camilo Torres, tuvo lugar en Colombia, en el 68,

acontecimientos que daría inicio a una nueva manera de pensar y de hacer teología: la II
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrado en la ciudad de

Medellín. Dicha conferencia es recordada por hacer una relectura y aplicación del Concilio

Vaticano II, a la luz del contexto y de la realidad de los pueblos latinoamericanos y del

Caribe, enriquecida, además, con las conclusiones del XXXIX Congreso Eucarístico

Internacional (CEI), celebrado unos días antes en Bogotá, Colombia, primer país

latinoamericano en ser visitado por el Papa regente.

Sin duda, esta visita representaba una luz de esperanza para una nación como

Colombia, que se encontraba sumergida en una serie de problemáticas sociales, en una serie

conflictos internos que, como se ha visto, no excluían ni a la misma iglesia local. Es en este

contexto en que se desarrolla este CEI (18 a 25 de agosto de 1968), que si bien, era visto con

optimismo por algunos católicos, no dejaba de generar preocupaciones por parte de los

sectores progresistas, que consideraban que esta visita del Papa, se podría interpretar como un

espaldarazo a los sectores conservadores de la Iglesia y de la sociedad colombiana, lo que

provocaría un retroceso en los avances de un catolicismo más pastoral y dado a los pobres, a

partir de la aplicación del Concilio Vaticano II y de la doctrina social de la Iglesia. Por eso, a

la vez que se sentía alegría por este acontecimiento, también había un ambiente de tensión y

expectativa frente a la postura que tomará Pablo VI en sus discursos.

Ahora, ya en los discursos el Papa se notó una actitud acentuada en la prudencia,

aunque en algunas alocuciones, según lo descrito por Roux (1981), “fue un poco conservador

respecto de la violencia y la revolución, aunque tal vez un poco indiferente ante la violencia

institucionalizada, que no solo se vivía en Colombia, sino en la mayoría de países latinos”.

Quizá no mostró ese rostro de avanzada en coherencia con su documento Populurum

Progressio, que él mismo había escrito, pero el punto está en que frente a esto, las comisiones

que ya estaban trabajando en el documento de Conferencia Episcopal Latinoamericana y del

Caribe (CELAM) en Medellín, se les complico las cosas ya que, tenían que plantear estas
intervenciones del Papa en perspectiva de liberación del pueblo sufriente, por lo que se

requería de más trabajo de preparación.

Seguidamente, frete al CEI que se desarrolló con la presencia del papa Pablo VI en

Colombia, se tiene que el CELAM, ya venía trabajando desde enero de ese mismo año (1968)

con un grupo de 43 delegados de las iglesias locales de varios países, en los documentos

preparatorios, de manera que circularan por las conferencias nacionales, para su posterior

aprobación. Por ejemplo, en Colombia se dio una serie de encuentros familiares en las

parroquias, en donde hubo un mayor énfasis pastoral en la manera de vivir la fe por parte del

pueblo de Dios y en su participación en los actos cultuales; así, pues, se proponía pasar de un

fiel atento y contemplativo, a uno activo y participativo en la celebración de la fe.

Finalizado el CEI, comenzó en Medellín la segunda conferencia del CELAM, para

trabajar todo referente a la catequesis, las diferentes formas de pastoral, las injusticias

sociales, la manera de liberar y rescatar la dignidad humana, el culto divino, la celebración de

la liturgia y de la Eucaristía, entre otros. (Cfr. Documento final del CELAM-Medellín).

El documento conclusivo, llamado Documento de Medellín, trajo profundos cambios

en la iglesia latinoamericana, no sólo en lo litúrgico, sino también en la vida social: se

promovió una mayor presencia de la jerarquía y del clero en el campo social y un mayor

compromiso con los pobres, dando origen a la teología de la liberación, la cual no estuvo

exenta de conflictos políticos tanto dentro, como fuera de la Iglesia, por denunciar las

injusticias y querer hacer del pobre el protagonista de su propia liberación.

Es conocido el caso de un grupo 50 presbíteros que se reunieron entre el 9 y 13 de

diciembre de 1968 y crearon el Grupo sacerdotal de Golconda, en Viotá (Cund.), auspiciados

por el entonces obispo de San Buenaventura (Valle) Gerardo Valencia Cano, quien no había

ocultado su discordia con la jerarquía eclesial colombiana conservadora que se caracterizaron

por sus líneas de acción encaminadas hacia la ayuda a los pobres.


Quienes eran de tendencia progresista, fueron tachados de comunistas y motivo de

perversión para el clero joven. Y este no fue el único grupo eclesial que surgió después del

Documento de Medellín, En 1972 aparece otro grupo progresista, pero de tendencia

socialista, conocidos como SAL (Sacerdotes para América Latina), que tomó otros matices

como la crítica a las injusticias del Estado y algunos miembros de la Iglesia; otros grupos

fueron los Cristianos por el socialismo y los Cristianos por la Libertad, quienes hacían una

fuerte denuncia social, económica, política, religiosa y civil.

La Iglesia frente a lo socio-político. El tema de la justicia social

A pesar de estos movimientos progresistas, la Iglesia en Colombia, como ya se

mencionaba en el la contextualización, se ha caracterizado por ser tradicional y conservadora.

Los cambios sugeridos por el Concilio Vaticano II, los documentos del magisterio social de

la Iglesia y el Documento de Medellín no se implementaron satisfactoriamente.

El panorama de los años posteriores a Medellín, dejó ver una iglesia que parece no

querer abandonar su estatus, que le cuesta abrirse a los cambios y salir de su zona de confort,

y una jerarquía que, para las décadas de los 70’s y 80’s, se amanguala con el poder político,

cosa que no es muy distinta hoy día. Para esos años la Iglesia ejercía gran influencia en la

sociedad colombiana, al punto que, a nivel político, podía cambiar el rumbo de unas

elecciones presidenciales.

Era una Iglesia que, por un lado, condenaba actitudes como la del cura Camilo Torres,

pero, por el otro, callaba ante las injusticias del Estado y ante el sufrir del pueblo, como si los

esfuerzos de los documentos magisteriales en pro de una institución más cerna al prójimo,

hubieran sido en vano. Sin embargo, todo no es malo, ya que hay diferentes grupos dentro de

la Iglesia que siguen luchando por la justicia social, por una pastoral activa, participativa y
cercana al mundo de los excluidos, como las famosas Comunidades Eclesiales de Base (CEB

´s), el Movimiento Carismático, Lazos de amor mariano, los grupos de Emaús, entre otros.

Así, como religiosos y religiosas que, desde el silencio de sus apostolados, ayudan rescatar la

dignidad del vulnerable, prestándoles atención desde la salud, la educación, los medios de

comunicación, la misión, los centros de rehabilitación, los comedores comunitarios, etc.

Bibliografía

Vélez, M, A. (2001). FARC-EP Y ELN; Evolución y expansión territorial. Revista Desarrollo

y Sociedad. Universidad de los Andes. Bogotá, D. C. Pp 151-226 Recuperado el 18

de marzo de 2021 de https://revistas.uniandes.edu.co/doi/pdf/10.13043/dys.47.4

Roux, R. R. (1981). Historia General de la Iglesia en América Latina. Tm VII. Colombia y

Venezuela. La iglesia desde el Concilio Vaticano II y Medellín. La iglesia colombiana

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Castillo. J. M. (1996). El seguimiento de Jesús. Ediciones Sígueme. Salamanca. Pp. 165-171

Uriel Patiño, J. (2002). La historia de la Iglesia en América Latina. Una mirada histórica al

proceso evangelizador eclesial en el continente de la esperanza. San Pablo. Bogotá.

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