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Unidad 7.

Antropología filosófica

7.1 Grandes cuestiones de la antropología filosófica

7.1.1 Esencia de la humanidad

Desde la filosofía respondemos a ciertas preguntas sobre la naturaleza humana que la


ciencia no llega a contestar: ¿Hay algo después de la muerte? ¿Tenemos algo inmortal?
¿Somos libres?

A lo largo de la historia, los filósofos han buscado aquello que diferencia a los seres
humanos del resto de animales, tratando de identificar nuestra esencia. Para los
antiguos griegos, los seres humanos somos esencialmente racionales, lo que se
manifiesta en el lenguaje y vida moral y social. Según el cristianismo, dicha esencia es
el alma inmortal creada por Dios, que nos acerca a la trascendencia y fundamenta la
dignidad y la dimensión personal. Para el existencialismo, no poseemos unos rasgos
fijos y nuestra esencia es el producto de la práctica de nuestra libertad. Según Marx,
los seres humanos nos definimos por el trabajo, la capacidad para transformar el
mundo de forma creativa usando la razón. Para los vitalistas la conciencia de nuestra
individual constituye esa esencia del ser humano. Por último, hay pensadores
freudianos que subrayan la importancia de la dimensión inconsciente en la
determinación de nuestra conducta.

7.1.2 El ser humano como animal-racional

Según Aristóteles, todo cuanto existe tiende a un fin determinado, que se identifica
con su felicidad. En el caso del ser humano, nuestro fin es ser morales y sociales, el
medio para convertirnos en tales es el lenguaje y este está ligado a nuestra
racionalidad.

Para Kant, la razón (tanto en su uso teórico como práctico) es la característica


fundamental de los seres humanos, porque es el fundamento de la capacidad moral y
la dignidad de las personas.

7.1.3 La relación cuerpo/alma

La creencia en el alma es común a muchas culturas, que la entienden como el principio


vital que todos los seres humanos poseen. Sin embargo, en muchas ocasiones se
destaca la singularidad del alma humana y, en la filosofía, su relación con el cuerpo se
ha se ha entendido de maneras muy distintas.

Según los dualistas, el ser humano está formado por dos realidades distintas: el cuerpo
y el alma (que es donde está la racionalidad, y por tanto, es nuestra parte más valiosa).

Para Platón, el cuerpo pertenece al mundo material (y es, como todo lo material,
imperfecto, cambiante y finito) y el alma es la parte inmortal y espiritual del ser
humano, prisionera del cuerpo; además, este alma ha estado en el mundo de las Ideas
antes de reencarnarse, por lo que los filósofos buscan recordarlas.

La antropología dualista cristiana se basa en Platón, pero rechaza la reencarnación y


entiende que las almas inmortales son creadas por Dios para cada uno de nosotros y
están asociadas a la dimensión trascendente que hay en las personas y nos permite
salvarnos si seguimos los mandamientos de Dios.

Po último, Descartes, también dualista, define el cuerpo como sustancia extensa o


material, una máquina que se comporta según las leyes físicas de forma determinista;
por otro lado, el alma es nuestra sustancia pensante, es espiritual y por tanto, libre e
inmortal, no está subyugada a las leyes de la física, aunque sea guía del cuerpo
(aunque su postura genera problemas como la relación entre ambas sustancias).

El dualismo es la teoría antropológica única en nuestra cultura hasta el siglo XVIII. En


ese momento, con la Ilustración, algunos autores se basan en el materialismo y
postulan que el ser humano está formado únicamente por su cuerpo material y el alma
no existe, es un efecto producido por la complejidad de la maquinaria corporal
humana. Para los monistas antropológicos, además, el cuerpo humano se rige por las
leyes naturales, así que nuestro comportamiento puede predecirse. Este rechazo de lo
espiritual lleva a defender que no haya nada más de la muerte. Por último, el monismo
antropológico ha sido defendido por muchos autores actuales al ser la postura más
coherente con nuestra visión científica del mundo.

Como intento de conciliación de dualismo y monismo surge el emergentismo que


defiende que la dimensión espiritual del ser humano es una propiedad que emerge de
la materia, pero que se encuentra en un plano superior cualitativamente distinto. Para
emergentistas, el monismo materialista es demasiado reduccionista (pues no da
cuenta de la conciencia, el pensamiento, los sentimientos…), mientras que el dualismo
crea una separación falsa entre ambas realidades, pues hay que considerar ambas al
mismo tiempo a la hora de entendernos a nosotros mismos.

7.1.4 La libertad

La pregunta por la realidad de la libertad implica tanto a la antropología como a la


metafísica. Aunque los seres humanos nos sentimos libres cuando tomamos
decisiones, no sabemos si hay factores ocultos que nos llevan a ellas, si somos
máquinas configuradas para creerse libres sin serlo.

El determinismo afirma que todo cuanto hacemos está prefijado inevitablemente, por
lo que la sensación de libertad que todos experimentamos proviene de la ignorancia
de los motivos que condicionan nuestra conducta. Spinoza, por ejemplo, defiende que
todo está predeterminado por causas superiores, las cuales se pueden investigar y
descubrir pues su desconocimiento es lo que produce la ilusión de libertad. Skinner,
desde el conductismo, cree que la conducta puede modelarse completamente
mediante el aprendizaje, y que mediante el entrenamiento conductista se puede
mejorar la sociedad de raíz.

Por otro lado, los existencialistas creen que la libertad es un rasgo único identificativo
del ser humano. Sartre postula que todo tiene una esencia que determina su
naturaleza, pero el ser humano no la posee fija y definida, sino que se defiende a lo
largo de nuestra existencia. Por ello, las cosas son seres- en-sí y las personas son seres-
para-sí , pues en nuestro caso “la existencia precede a la esencia”; Sartre dice que las
cosas son, pero que sólo las personas realmente existimos, pues para él esto consiste
en construir tu propia esencia mediante elecciones libres.

7.1.5 La historia

La preocupación por el sentido de la historia surge a raíz de la concepción cristiana del


tiempo lineal.

San Agustín plantea que el supuesto caos de sucesos históricos responde a un plan
divino. Así, la historia es el desarrollo de la lucha entre la “Ciudad celeste”, formada
por aquellos que anteponen el amor a Dios a sus intereses personales, y la “Ciudad
terrenal”, que hace lo inverso. Al final de los tiempos, la Ciudad celeste se impondrá a
la Ciudad terrenal y los seguidores de los mandamientos divinos encontrarán la
salvación.

Para Hegel, el Espíritu es la verdadera realidad que se va desplegando dialécticamente


a lo largo de la historia. Este Espíritu se manifiesta a través de objetivaciones que se
enfrentan y superan entre sí hacia mayores niveles de racionalidad, y el fin de la
historia llegará cuando la realidad coincida plenamente con esta.

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