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Mateo 14,24-33

La barca, que estaba ya muy lejos de la orilla, era sacudida por las olas, porque el viento era contrario. Al
final ya de la noche, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago. Los discípulos, al verlo caminar sobre el
lago, se asustaron y decían:
—Es un fantasma.
Y se pusieron a gritar de miedo. Pero Jesús les dijo enseguida:
—¡Ánimo! Soy yo, no temáis.
Pedro le respondió:
—Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre las aguas.
Jesús le dijo:
—Ven.
Pedro saltó de la barca y, andando sobre las aguas, iba hacia Jesús. Pero, al ver la violencia del viento, se
asustó y, como empezaba a hundirse, gritó:
—¡Señor, sálvame!
Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo:
—¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?
Subieron a la barca, y el viento se calmó. Y los que estaban en ella se postraron ante Jesús, diciendo:
—Verdaderamente eres Hijo de Dios

En tiempos difíciles se acentúa el egoísmo


En el mar te encuentras con delfines, tiburones, ballenas, rayas, erizos, medusas, pulpos, algas, etc. Algunos
son amigables y otros muy peligrosos. El mar tiene temporadas tranquilas y super peligrosas, impulsadas por
sismos, que se suman a las tentaciones del enemigo que llevo dentro que me somete al egoísmo, al
sufrimiento y al dominio de la muerte e inclinación al pecado.

Puedo sentir que muchas veces no estoy dando los pasos de Jesús por dejarme llevar por las diferentes
dificultades que se me presentan, y más en este tiempo tan complicado y angustioso que estamos viviendo
bajo la pandemia del Covid 19, entre otras dificultades.

La pandemia Covid hizo más patente la inequidad, la violencia, el abuso del poder, la corrupción, el hambre,
la injusticia… Todo ello nos causa miedos, incertidumbres y reacciones que paralizan, o que traicionan la
causa de Jesús, nos silencia personal y comunitariamente, nos introduce en el “sálvese quien pueda”.

Experimentar a Jesús presente y confiar en él


Pedro dudó y muchas veces hemos dudado, pero aun así, Jesús va a seguir amándonos y va a querer siempre
llevarnos hacia a él. Lo único que nos pide es que confiemos en él.

Yo, como Pedro, tengo una fe muy débil. Pretendo que me Jesús me dé pruebas y, cuando me vuelvo a
hundir, cuando me vuelve a faltar la fe, él vuelve a tenderme la mano. Siempre. Aunque mi fe haya fallado
constantemente, ahí está su mano cuando la busco.
En Pedro me entiendo yo también. Muchas veces no me fío de Jesús, lo pongo a prueba y quiero que me
demuestre que para él nada es imposible. En el fondo es reflejo de mi inseguridad… quiero certezas.

Es necesario volver a lo esencial de nuestra fe, para que reconozcamos a Jesús, no como un fantasma,
dudando si realmente es él, ni necesitados de ver un milagro suyo o algo espectacular. Necesitamos la
experiencia del encuentro con Cristo, que está con nosotros, vivo y resucitado.

Yo me quedo con esta presencia de Jesús que ve cómo estoy, con mis miedos, mis dudas… y agradezco sus
gestos, sus palabras. Y así, en la barca con Jesús, con el viento en calma, fijando los ojos en él, a su escucha,
con vosotros como compañeros de camino, quiero empezar este proceso de vuelta a él y su Evangelio.

Oramos juntos

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