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Análisis crítico feminista del discurso1*

Michelle M. Lazar
Traducido por Paula Salerno y Matías Soich

Introducción

El Análisis Crítico del Discurso (ACD) es un movimiento que busca generar pensamiento
crítico sobre las dimensiones discursivas de los problemas sociales que involucran
discriminación, desigualdad y dominación, con el objetivo de contribuir a proyectos
emancipatorios más amplios. Entre las problemáticas sociales que han sido
persistentemente abordadas desde el ACD, las desigualdades de género han constituido
un importante foco de investigación. Pertenecientes a la familia del ACD, los estudios
centrados en el género comparten muchos principios de esta corriente (por ejemplo, van
Dijk 1993; Fairclough Mulderrig y Wodak 2011) y se nutren intelectualmente de otros
proyectos de investigación crítica del discurso. Al mismo tiempo, los compromisos
feministas con las relaciones e ideologías en torno al género*2* también han contribuido
intelectualmente a expandir las investigaciones del ACD. En particular, los estudios
feministas han dado impulso a los años formativos de la escuela del ACD en la década de
1980 (van Dijk 1991). Años más tarde, se introdujo el término “análisis crítico feminista del
discurso” (o “ACD Feminista”/ “ACFD” [en inglés “FCDA”]) (Lazar 2005; Walsh 2001) con
la intención de señalar explícitamente las contribuciones en curso que el pensamiento y la
política feministas aportaban a los estudios del ACD sobre género, así como la hibridez
disciplinaria que esto ha implicado.
El ACD Feminista es una perspectiva política que investiga las formas variadas y
complejas mediante las cuales las ideologías en torno al género que consolidan
asimetrías de poder se vuelven “sentido común” en comunidades y contextos discursivos
específicos, y también la forma de desafiarlas. Esto abarca supuestos y desigualdades
que se sostienen discursivamente, y que expresan sexismo tanto de manera explícita
como con distintos grados de sutileza. Haciendo foco en la justicia y la transformación
social, el objetivo del ACFD es desmitificar y desafiar los discursos que continúan
respaldando los ordenamientos sociales de género de varias maneras que dañan y
limitan las posibilidades de progreso social de individuos y grupos.
La palabra “feminista” en “ACD Feminista” debería dejar en claro que, lejos de
centrarse solamente en la categoría “género” como objeto de investigación del ACD, el
ACFD se guía tanto por los principios del ACD como por la epistemología feminista actual

1*
Lazar, Michelle M. (2018). Feminist critical discourse analysis. En J. Flowerdew J. E. Richardson
(eds.), The Routledge Handbook of Critical Discourse Studies, 372-387. Londres-Nueva York:
Routledge. Traducción interna para la materia “Discurso y género” de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires, realizada por Paula Salerno y Matías Soich. Las notas
al pie introducidas con asteriscos pertenecen a les traductorxs. Las notas con números arábigos
corresponden al original.
2**
N. de T. La traducción literal del inglés gender ideologies sería “ideologías de género”. En esta
versión, decidimos evitar dicho sintagma ya que, en la actualidad, ha sido resignificado por
discursos neoconservadores que le atribuyen un sentido negativo, a partir de una construcción
dualista y oposicional que enfrenta “ideología” a “verdad”. Con el fin de preservar el enfoque
feminista de Michelle Lazar, optamos por utilizar diferentes expresiones como “ideologías en torno
al género” o “ideologías sobre el sistema sexo-genérico”.

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y su práctica. Desde el punto de vista teórico, esto significa que, en términos históricos, el
ACFD no solo hereda el ímpetu crítico de la Escuela de Frankfurt, a través del ACD, sino
que también se nutre de desarrollos contemporáneos del pensamiento crítico feminista.
Esto último implica basarse en el trabajo feminista fundacional de criticar las
desigualdades estructurales (asociado con la “Segunda Ola” del feminismo), dando lugar
al desarrollo de conocimientos sobre las políticas de género contextualizados y atentos a
los matices, a partir de la adopción, por parte de los feminismos actuales, de las teorías
postestructuralistas, transnacionales, queers, postcoloniales e interseccionales
(asociadas a los feminismos de la “Tercera Ola”).3 Al adoptar una mirada crítica, el ACFD
comparte la idea de que las personas negocian múltiples identidades sociales en cada
contexto (Wodak 2003) y que las categorías sociales “mujer”/”hombre”, lejos de ser
universales, fijas y binarias, son diversas, cambiantes y plurales.
En este capítulo, se señalan seis principios del ACFD, seguidos por una reseña de
una selección de trabajos que desde el ACFD abordan problemáticas sociales ligadas al
género en distintos contextos internacionales. El resto del capítulo se centra en el análisis
de un ejemplo de un discurso sobre violencia sexual. Los objetivos de este ejemplo
radican en mostrar las especificidades culturales del discurso y, al mismo tiempo, las
resonancias discursivas de las ideologías androcéntricas en torno al género que están en
juego en el escenario transnacional. A partir de la discusión sobre este caso de estudio,
en la conclusión del capítulo se proponen dos direcciones para investigaciones futuras en
el ACFD.

Principios del análisis crítico feminista del discurso

En otra ocasión (Lazar 2005, 2014), se han identificado cinco principios del ACFD que se
interrelacionan. El primero es el carácter ideológico del “género”. Adoptando una
perspectiva crítica sobre las ideologías, en tanto representaciones sociocognitivas
grupales acerca de prácticas que están al servicio del poder (Fairclough 1992; van Dijk
1998), el ACFD considera el “género” como una estructura y una práctica ideológica que
divide jerárquicamente a la gente en dos bloques a partir de la presunción de una
diferencia natural de los sexos. Aunque las teorías contemporáneas han demostrado que
el género-en-contexto es fluido y plural, en el sentido común predomina un binarismo fijo
asociado a estereotipos generizados. Esta estructura generizada de “sentido común” es
(re)producida institucionalmente y es actualizada en las prácticas cotidianas con la
complicidad de hombres y mujeres en general. De todos modos, este dualismo asimétrico
también puede ser desestabilizado por quienes rechazan su premisa de sentido común.
Cabe subrayar que el género existe dentro de una matriz de otras identidades
estratificadas socialmente, que abarcan sexualidad, raza/etnicidad, clase, profesión,
edad, cultura y geopolítica. Esto significa que los efectos de la estructura de género no
son ni experimentados materialmente ni construidos discursivamente de la misma forma

3
En los estudios feministas, los términos “Segunda Ola” y “Tercera Ola” se suelen usar para
distinguir entre las investigaciones más tempranas (1970 y 1980) y las más recientes (desde
1990). A veces estas expresiones son usadas para sugerir que se trata de dos generaciones o
enfoques teóricos marcadamente diferentes, de modo que la “Tercera Ola” constituiría una ruptura
con respecto a la anticuada “Segunda Ola”. Me parece más productivo entender estas “olas” de
manera dialógica, como parte del devenir histórico y teórico del pensamiento feminista. Desde esta
mirada, la Tercera Ola ofrece perspectivas más refinadas a la hora de plantear políticas feministas.

2
para todas las mujeres y hombres en todas las situaciones y en todos los lugares.
Además, el género sigue siendo una estructura ideológica fundamental en el entramado y
el solapamiento de estas otras identidades.
En segundo lugar, el poder es un punto central de las investigaciones sobre las
identidades y relaciones de género. A grandes rasgos, hay dos concepciones de poder
que han sido valiosas para el ACFD. Por un lado, las tempranas teorías feministas
introdujeron el concepto de “patriarcado” para referirse al sistema social que privilegia a
los hombres a costa de las mujeres (Mills 2008). En tanto noción crítica, señala la
dominancia masculinista hegemónica y las inequidades sistémicas basadas en el género.
Si bien no se puede afirmar que el poder es sostenido ni ejercido de una misma forma por
todos los hombres, simplificadamente, el poder sí permanece en gran parte investido
tanto material como simbólicamente por individuos varones y por los “varones” en tanto
grupo social. Más aún, es útil entender el patriarcado no como un sistema monolítico, sino
en complejas interacciones con otros sistemas de poder, tales como la
heteronormatividad, el colonialismo, el capitalismo y el neoliberalismo. Por otro lado, la
noción foucaultiana de poder como ampliamente disperso y operando a la vez íntima y
difusamente (Foucault 1977) ha influido en la reflexión feminista sobre las relaciones de
poder modernas. Las ideas de Foucault sobre la red compleja de sistemas disciplinarios y
tecnologías prescriptivas a través de las cuales el poder normalizador opera y produce
sujetos auto-reguladores han sido adaptadas de manera fructífera por las feministas para
explicar las “configuraciones de poder generizadas” en las sociedades contemporáneas
(Diamond y Quinby 1988: xiv). Ambos tipos de poder coexisten y se entrelazan en las
políticas de género actuales, que casi siempre involucran tanto dimensiones de la
intimidad como cristalizaciones de patrones más amplios de relaciones sociales (Diamond
y Quinby 1988). Estos dos enfoques sobre el poder, además, plantean interrogantes
cruciales acerca de la resistencia y la contestación, así como la contra-resistencia y la
apropiación.
En tercer lugar, el ACFD comparte con el ACD y las perspectivas feministas una
mirada constitutiva del discurso. La relación entre el discurso y lo social es una relación
dialéctica, en la cual el discurso constituye las prácticas sociales y, al mismo tiempo, es
constituido por ellas (Fairclough 1992, passim). Todo acto de significación a través del
lenguaje y de otras formas de semiosis contribuye a la reproducción y el mantenimiento
de identidades, relaciones y órdenes sociales, así como a su refutación y su
transformación. Les académiques4* feministas (y queer) han enfatizado la constante,
iterativa y activa realización del género a través del discurso (West y Zimmerman 1987;
Butler 1990). Antes que asumir que las categorías de género son inmanentes, a través de
sus prácticas lingüísticas (y no lingüísticas) las personas “hacen” o “performan”
identidades como “mujeres” y “hombres” en determinados marcos históricos y sociales.
En tanto el género existe dentro de “conjuntos de identidades” (de Lauretis, 1987), al
analizar discursos el ACFD busca investigar cómo el género se desenvuelve en estas
matrices de identidad -más o menos relevantes o prominentes- en determinadas
situaciones, así como en la generización de esas otras identidades. Analizar el género en
el discurso también implica examinar el carácter co-construido de las relaciones de

4*
N. de T. En el original hay ocasiones en que, como suele suceder en inglés, los sintagmas
nominales que se refieren a personas no están asociados a ningún género específico (tal como
ocurre aquí, por ejemplo, con la expresión feminist (and queer) scholars). En estos casos, optamos
por traducir con la flexión inclusiva -e, que representa a personas de distintos géneros.

3
género en situaciones sociales y comunidades de práctica específicas. Las maneras de
hacer género dentro de y a través de las esferas públicas y privadas de la vida pueden
develar supuestos ideológicos que instalan relaciones de poder asimétricas. Estos
sentidos expresados en el discurso pueden ser evidentes, imperceptibles, inequívocos o
ambivalentes.
En cuarto lugar, el ACFD se interesa por la reflexividad crítica en tanto práctica. En
general, la consciencia crítica entre las personas es vista como un rasgo notorio de la
modernidad tardía (Giddens 1991; Fairclough, Mulderrig y Wodak 2011); esto es de
interés para el ACFD por las diferentes formas en que la reflexividad es encauzada por
actores sociales en las sociedades contemporáneas. Una forma consiste en que las
personas e instituciones con consciencia crítica generan diálogos constructivos y/o
cambios sociales pioneros y progresivos. Los ejemplos van desde alzar la voz en contra
de comentarios sexistas hasta instituir la transversalización de género en las
organizaciones o promover ambientes inclusivos para las mujeres, minorías sexuales y
personas trans. La reflexividad crítica también es encauzada por personas e instituciones
que se adueñan progresivamente de políticas feministas para propósitos no feministas.
Por ejemplo, se sabe que les publicistas implementan estratégicamente discursos que
suenan feministas para, así, obtener ganancias comerciales -lo cual, más allá del intento
de la simple obtención de ganancias, puede dañar a las políticas feministas-. Las
feministas tampoco estamos exentas de volver sobre nosotras una mirada crítica
auto-reflexiva. Ya sea en la teoría o en la práctica feministas, el ejercicio de
auto-reflexividad debe ser constante para que, en la búsqueda de justicia social, no
reproduzcamos involuntariamente patrones de privilegio y exclusión o impidamos un
cambio social progresista.
En quinto lugar, la escuela del ACFD es considerada activismo analítico. Luchar por
una sociedad con justicia social, en la que el género no predetermine el propio sentido de
sí y las relaciones con otres, requiere imaginar constantemente formas de “hacer” y
“devenir” que sean socialmente inclusivas y respetuosas para todas las personas. Un
camino hacia este objetivo es, como sugiere hooks, mantener “una apertura en la
convicción de pronunciarse críticamente y formar comunidades de resistencia”
(1984:149). Visto desde una perspectiva pragmática que disuelve las fronteras entre la
“teoría” y la “práctica”, se puede afirmar que el trabajo académico de les feministas, como
el de les académiques del ACFD, forma comunidades de resistencia y activismo. De
hecho, como el despertar de la consciencia crítica a través de la investigación y la
enseñanza es una forma de activismo feminista, la crítica política del discurso puede ser
vista no solo como herramienta para la acción sino también como acción en sí misma.
Esto se asienta en una posición epistemológica que entiende que las cuestiones
discursivas con las que lidiamos tienen consecuencias materiales para grupos de mujeres
y hombres en comunidades y situaciones específicas, y es guiada por la convicción de
contribuir al cambio social.
Además de lo anterior, en este capítulo agrego la dimensión del transnacionalismo
como un foco importante en la investigación desde el ACFD. Las luchas de género son
similares, pero diferentes -y viceversa- en muchas partes del mundo. Aunque
estructuradas y experimentadas de manera desigual en distintos lugares, las relaciones
de género asimétricas siguen siendo una preocupación global persistente e intransigente
(Acker 2006). A diferencia de los efectos debilitadores de las teorías posmodernas que se
rehúsan a mirar más allá de lo local y lo individual, para una política feminista enérgica es

4
imperante comprometerse con lo transnacional para poder apreciar cómo las ideologías
en torno al género operan de formas tanto convergentes como divergentes y cómo, en
respuesta a ellas, se adoptan distintos tipos de estrategias discursivas. Un enfoque como
este clama por la importancia de que los análisis de datos locales y contextualizados se
combinen con el conocimiento sobre procesos sociales y discursivos más amplios. Esto
podría aportar una mayor comprensión de las estrategias discursivas que son
implementadas en una comunidad de práctica local, y que a la vez tienen una resonancia
global más amplia. Además, habilita la investigación de lógicas discursivas de carácter
transnacional (Lazar, 2015a).

Estudios desde el ACD Feminista

Los estudios desde el Análisis Crítico Feminista del Discurso han abordado
internacionalmente un abanico de problemáticas sociales en torno al género en varios
campos. Discutiremos cuatro focos clave de investigación, que abarcan ideologías
tradicionales en torno al género y otras notablemente más nuevas. Para cada núcleo de
investigación, veremos estudios de dos contextos específicos, de modo de señalar cómo
las preocupaciones sociales investigadas tienen repercusión transnacional, aun si se
manifiestan de formas muy específicas en cada contexto.

Dicotomización generizada de las esferas pública y privada

Un foco de investigación se ha centrado en la asentada generización de las esferas


pública y privada en muchas sociedades donde el espacio público se asocia
tradicionalmente con los hombres, mientras que la esfera doméstica se asocia con las
mujeres. Aunque estas sociedades son testigos de una presencia cada vez mayor de las
mujeres en el espacio público, la asunción del trabajo doméstico por parte de los hombres
continúa demorándose. El estudio de Makoni (2013) da cuenta de la poderosa adhesión a
la dicotomización generizada de las esferas pública y doméstica en el discurso de las
parejas zimbabuenses de doble profesión que han migrado al Reino Unido. A partir de
fotografías disparadoras que muestran a hombres africanos a cargo del cuidado de niñes
y de las labores domésticas, Makoni hace un análisis lingüístico de los comentarios de las
parejas migrantes y encuentra que conservan fuertes normas generizadas que definen la
masculinidad en relación con el rol de proveedor y la feminidad en relación con las
responsabilidades de cuidado del hogar. La identidad de género de los hombres
zimbabuenses es percibida como amenazada por la migración, que a veces les ha puesto
en la necesidad de realizar tareas domésticas culturalmente femeninas. En tanto esta
situación se presenta como la asunción de un nuevo estatus subordinado en el que los
hombres actúan como “mujeres”, estos hombres son vistos como personas que perdieron
tanto su estatus social como su identidad masculina. Los discursos de los hombres
construyen la domesticidad como un espacio de marginalidad y a las
mujeres-como-grupo-social como despreciables. Mientras que algunas mujeres han
internalizado estas normas generizadas y han aceptado su propia posición de
subordinación, Makoni observa que otras expresan puntos de vista no conformistas. Cabe
subrayar que el estudio muestra cómo las normas generizadas dominantes que sostienen
la división público-privado se entrecruzan con categorías identitarias raciales, culturales y

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religiosas para salvaguardar las tradiciones patriarcales del lugar de origen de les
informantes, en contra de los estilos de vida occidentales del país anfitrión.
En un estudio sobre ideologías contemporáneas en torno al género en Vietnam,
Nguyen (2011) nota que, incluso cuando las mujeres son incentivadas activamente a
participar en la esfera pública, la esfera privada sigue siendo principalmente de dominio
femenino. Al analizar las noticias periodísticas vietnamitas relacionadas con la
celebración nacional del Día Internacional de la Mujer en 2010, los hallazgos de Nguyen
revelan que el involucramiento público de las mujeres vietnamitas recibe una cobertura
extensa. Tanto sus contribuciones históricas en batallas nacionalistas como sus logros
contemporáneos en profesiones convencionalmente masculinas son ampliamente
reconocidos en los medios de comunicación. Mientras esto indica una equidad de género,
que además es exaltada en la constitución de Vietnam y en otras disposiciones legales,
Nguyen observa que la participación de las mujeres vietnamitas en la esfera pública es
vinculada expresamente con una agenda del desarrollo nacional, y no es asociada con la
autorrealización de las mujeres. Más aún, el reconocimiento del rol público de las mujeres
no se traduce en una redistribución del trabajo en el frente doméstico. La ideología
confuciana dominante, que apoya el orden social jerárquico generizado, enfatiza para las
mujeres un rol doméstico auto-sacrificial como buenas madres, nueras obedientes y
esposas sumisas. Nguyen sostiene que la aserción de los principios de Confucio
reasegura a los hombres vietnamitas su posición culturalmente superior y mantiene a las
mujeres vietnamitas bajo control mientras ellas están demostrándose a sí mismas cada
vez más que en la esfera pública son tan capaces como los hombres.

Androcentrismo en las estructuras organizacionales

Aun en aquellos lugares donde las mujeres pueden trabajar en la esfera pública, hay
estudios que documentan el androcentrismo profundamente asentado que rige las
prácticas y valores organizacionales en muchos contextos culturales. En este campo de
estudios, las académicas del ACD feminista también han investigado los cambios
organizacionales ostensiblemente más progresistas para entender si han impactado en
las mujeres trabajadoras, especialmente en las que ocupan puestos de liderazgo, y cómo
les han afectado. Por ejemplo, Wodak (2005) estudia las propuestas de transversalización
de género en la Unión Europea (UE) en los años 1990 que, en principio, promovieron
cambios profundos en las prácticas organizacionales y en los roles de género. Al analizar
datos de entrevistas realizadas al personal de organizaciones de la UE, los primeros
hallazgos de Wodak indican que, de hecho, más mujeres fueron contratadas. La
relativamente abierta estructura organizacional también ha permitido que las mujeres
negocien sus identidades profesional y personal en una variedad de formas, desde la
adhesión a los modelos masculinos estereotípicos hasta el establecimiento de otros
modelos distintivos y atípicos. No obstante, la autora encuentra que, por un lado, las
mujeres siguen siendo notablemente subrepresentadas en todos los estados miembro, y
especialmente en los niveles más altos de las organizaciones de la UE. Por otro lado, su
análisis revela que incluso aquellas mujeres que ocupan cargos de responsabilidad tienen
que justificar constantemente su presencia y sus logros, y que siguen siendo evaluadas
de forma distinta a la de sus pares masculinos. Wodak señala que, si bien la
transversalización de género es un primer paso para cambiar las desigualdades
estructurales, es necesario que haya cambios actitudinales concomitantes.

6
Al escribir específicamente acerca de la cultura del trabajo española, Martín Rojo y
Esteban (2005) notan la emergencia de un nuevo modelo de gestión que ya no es
legitimado solo por la estructura jerárquica, sino que se enfoca en las relaciones entre
pares y con subordinades y valora las buenas habilidades comunicativas. Aunque estas
nuevas características son tradicionalmente asociadas con cualidades femeninas, Martín
Rojo y Esteban encuentran que las mujeres que ocupan cargos directivos son evaluadas
negativamente por empleades tanto mujeres como hombres, debido a un arraigado
prejuicio que identifica el poder y el liderazgo con la masculinidad. A partir del análisis de
entrevistas y de grupos de discusión llevados adelante con empleades, las investigadoras
reportan que, a diferencia de los hombres, si las mujeres líderes adoptan estilos de
gestión tradicionalmente masculinos son percibidas como agresivas y excesivamente
entusiastas. Sin embargo, si siguen el nuevo modelo relacional, son percibidas como
carentes de auto-confianza y de la autoridad suficiente para liderar. Como resultado, las
mujeres españolas en posiciones de liderazgo tienen que hacer malabares para
minimizar su autoridad y, al mismo tiempo, ejercerla. Más aún, como el nuevo modelo
requiere que pares y subordinades aprueben a las autoridades, las mujeres en cargos
gerenciales tienen miedo de hacer algo que pueda ofenderles. Martín Rojo y Esteban
notan que el comportamiento comunicativo de las mujeres en altos cargos no solo es
visto como inapropiado por sus empleades, sino que contribuye a su aislamiento social, al
hacer más difícil para ellas obtener reconocimiento en el entorno laboral y lograr
ascensos.

Violencia contra las mujeres

Otra área importante en los estudios feministas del discurso subraya el sexismo
institucionalmente validado que opera en los discursos de violencia contra las mujeres.
Mediante un análisis de la transitividad y la nominación, Clark (1992) analiza los informes
de prensa de un tabloide del Reino Unido en los años 1980 acerca de la violencia física y
sexual ejercida hacia mujeres británicas por parte de desconocidos y compañeros
sexuales. Sus hallazgos revelan un patrón de (re)asignación de culpa, en el cual la
responsabilidad del ataque es transferida a la víctima o a otra mujer, mientras que se
presentan excusas para los perpetradores, lo cual disminuye su responsabilidad. Las
víctimas en estos informes son categorizadas o bien como víctimas “genuinas” o bien
como “no genuinas”, en base a concepciones sobre la respetabilidad femenina: las
víctimas “genuinas” son las mujeres sexualmente “no disponibles”, como esposas,
madres y niñas; mientras que las víctimas “no genuinas” son las madres solteras,
divorciadas o rubias (lo que ilustra el estereotipo específico de la feminidad blanca
occidental). La distinción, como nota Clark, refleja el punto de vista patriarcal a través del
cual las mujeres son categorizadas no como personas autónomas sino según sus
posibles encuentros sexuales con hombres. Acorde a la categoría de culpabilidad de la
víctima, el perpetrador es representado en términos de sub-humano (como demonio o
como bestia) o humano. Los “demonios” son los hombres involucrados en ataques a
mujeres “respetables”, mientras los “no-demonios” son aquellos que atacan o bien a sus
propias esposas o bien a mujeres “disponibles”. Clark observa que cada reasignación de
la culpa conlleva una ventaja patriarcal para los hombres británicos. Los hombres que
atacan a sus esposas son humanizados y presentados compasivamente como víctimas

7
de las circunstancias. Los llamados “demonios” también son excusados por sus crímenes
en tanto se los muestra como motivados por traumas pasados.
Ehrlich (2001) también reporta los presupuestos androcéntricos que sostienen el
discurso de los procesos judiciales sobre una agresión sexual, en los que participan un
hombre acusado y dos mujeres querellantes de una universidad canadiense. Su análisis
revela cómo estos supuestos trabajan insidiosamente para legitimar la violencia
masculina y reproducir desigualdades de género. Por ejemplo, a través de secuencias
pregunta-respuesta durante la examinación cruzada, la credibilidad de las querellantes es
puesta bajo un escrutinio minucioso, lo cual minimiza la culpabilidad del acusado. Ehrlich
señala que los procesos judiciales erraron en identificar las dinámicas de poder
generizadas que moldean y coartan las respuestas de las querellantes a la amenaza de
violencia sexual.

“Nuevas” ideologías postfeministas en torno al género

Los estudios del ACFD también han investigado subjetividades e ideologías en torno al
género “más nuevas” que se han tornado dominantes a través de la apropiación de
significantes feministas por parte de discursos populares. Talbot (2005) y Lazar (2006,
2009) examinan específicamente el “feminismo mercancía” [commodity feminism]
(Goldman 1992),5* que transforma la política feminista en un accesorio para las
consumidoras, basado en nociones popularizadas como libertad, elección y derechos.
Talbot (2005) discute esto en su trabajo sobre el discurso de la Asociación Nacional del
Rifle (NRA en inglés), un grupo pro armas muy influyente en Estados Unidos que es
financiado por el lucrativo negocio de las armas de fuego. La autora escribe cómo desde
1990 la NRA, difícilmente conocida por su activismo feminista, en su material promocional
se apropia de una serie de discursos progresistas sobre las mujeres, para dirigirse al
público femenino estadounidense. En una campaña llamada “Negate a ser una víctima”
[Refuse to be a Victim], la NRA recurre explícitamente a eslóganes feministas de la
década de 1970, proponiendo un cambio de actitud en la tradicional representación de las
mujeres como víctimas de la violencia. A esto se le agregan otros discursos orientados a
las mujeres, tales como el discurso de los derechos reproductivos, que defiende el
derecho constitucional a elegir, y textos con recomendaciones sobre seguridad personal
producidos por los hogares para mujeres y los departamentos de policía de Estados
Unidos con el fin de proteger a las mujeres de las agresiones y los acosos. El discurso de
la NRA, en suma, construye la tenencia de armas como un asunto personal y como el
empoderamiento definitivo de las mujeres. Talbot sostiene que, al promocionar la
circulación irrestricta de armas de fuego como un acto empoderador, la NRA manipula los
miedos legítimos de las mujeres para, así, reclutar nuevas integrantes.
En una serie de estudios sobre la publicidad contemporánea en Singapur, Lazar
(2006, 2009) explora la conformación de un discurso postfeminista neoliberal que se

5*
N. de T. El término commodity feminism ha sido objeto de otras traducciones. Menéndez
Menéndez usa la expresión “feminismo mercantil” y propone algunas alternativas: “feminismo
comercial”, “feminismo mercantilista”, “feminismo de mercado”, “mercantilización feminista” y
“feminismo consumista”. No obstante, en su artículo la autora opta por mantener la expresión
original en inglés. Cf. Menéndez Menéndez, María Isabel (2019). Revisitando la industrialización
latinoamericana en el siglo XX: entre el Estado y el mercado. Revista de Estudios Sociales, 68,
88-100. Recuperado de: https://journals.openedition.org/revestudsoc/31794

8
dirige a las consumidoras como personas empoderadas y con derechos. A través del
análisis de distintas temáticas discursivas postfeministas, tales como el empoderamiento
(personal y sexual), la confianza y la agencia a través del consumo de productos, el foco
en los placeres auto-indulgentes, la reivindicación de estereotipos femeninos tradicionales
y un viraje orientado específicamente hacia la infantilización [“girlification”] de las mujeres,
Lazar encuentra que estas “nuevas” subjetividades modernas ocupan un espacio
discursivo de ambivalencia. Al mismo tiempo que parecen celebrar el feminismo, lo
repudian, para ni más ni menos que reinstalar versiones actualizadas de las ideologías
normativas en torno al género. La ambivalencia, como se ha sostenido, contribuye a
impulsar una insidiosa cultura post-crítica, que adormece la resistencia y hace más difícil
expresar la crítica social. A pesar de que aparentan estar a favor de las mujeres, las
subjetividades postfeministas neoliberales ofrecen visiones limitadas y problemáticas
sobre la feminidad y la igualdad de género orientadas a una clase de mujeres
privilegiadas.

Haciendo ACFD: un ejemplo del discurso de la violencia sexual

En este apartado, se presenta un caso de estudio ilustrativo que consiste en un análisis


crítico feminista del discurso centrado en el discurso de la violencia sexual. El ejemplo
toma los comentarios en torno a un ataque que se hizo público internacionalmente,
conocido como “la violación de Delhi” [the Delhi rape].6* El 16 de diciembre de 2012, Jyoti
Singh, una estudiante de psicoterapia de 23 años, estaba regresando a su casa alrededor
de las 20:30 horas después de mirar una película con un amigo, cuando fue violada
brutalmente por una banda de seis hombres en un autobús en movimiento. Jyoti murió en
un hospital dos semanas más tarde, el 29 de diciembre de 2012, debido a las profundas
heridas que recibió en el ataque. Tres años después, Assassin Films*7* produjo el
documental La hija de la India**8* basado en este caso, y el film fue programado para
transmitirse por televisión en siete países el 8 de marzo de 2015, Día Internacional de la
Mujer. Sin embargo, la corte de justicia de la India prohibió la transmisión debido, en
parte, a una controversia sobre una declaración ofensiva que hizo uno de los violadores,
entrevistado en el documental. Los datos para esta sección del análisis incluyen las
declaraciones de Mukesh Singh, el violador entrevistado, y de otras personas que
aparecen en el documental,9 así como las declaraciones de otras figuras públicas
reportadas por noticias periodísticas que cubrieron la violación de Delhi.
Al presentar el análisis de este material, mis objetivos son dos. En primer lugar,
busco desenmascarar las ideologías dominantes sobre el sistema sexo-genérico que
operan en este discurso, en cuanto se cruzan con nociones sobre la “cultura”. En
segundo lugar, a la luz de las investigaciones existentes sobre los discursos de violencia
contra las mujeres (i.e. Clark, 1992; Ehrlich, 2001), me interesa mostrar que la

6*
N. de T. En español también se publicó en los medios con el nombre de “caso Nirbhaya”.
7**
N. de T. Productora cinematográfica del Reino Unido.
8***
N. de T. En inglés, India’s Daughter.
9
Estoy muy agradecida con Leslee Udwin, productora y directora de India’s Daughter, por
haberme dado permiso para citar el material de su documental y por sus útiles comentarios sobre
el borrador de este capítulo. También le agradezco a Nina Venkataraman por haberme conseguido
una copia del documental censurado.

9
“culpabilización de la víctima” y la “mitigación del perpetrador” funcionan como lógicas
discursivas que se extienden operativamente de manera translocal y transcultural.

Culpar a la víctima

La culpabilización de la víctima está asociada con construcciones de respetabilidad


arraigadas en costumbres sociales y culturales (véase Clark 1992). En el caso Delhi, la
conducta femenina apropiada está indicada en adjetivos y frases nominales como
“vestida decentemente”, “una joven decente”, “una dama respetada” y “una joven
respetable”, los cuales, de hecho, reactualizan manidos e interculturales estereotipos
sexuales binarios sobre las mujeres, clasificadas o bien como “madonas” o bien como
“prostitutas”. Los datos revelan que la respetabilidad de las mujeres indias está ligada al
acceso regulado a los espacios públicos y es observada en relación con normas
culturales tradicionales. Transgredir cualquiera de los dos [aspectos] lleva a culpar a la
víctima, sugiriendo que esta provocó el ataque –un tropo conocido, “ella se lo buscó”.
El acceso regulado a los espacios públicos adopta la forma de un toque de queda
impuesto tácitamente a las mujeres indias jóvenes y adultas, que va desde el atardecer
hasta las primeras horas de la mañana, como se ve en los siguientes ejemplos:

(1) En nuestra sociedad nunca dejamos a nuestras jóvenes salir de la casa


después de las 6:30 o 7:30 u 8:30 de la tarde con ninguna persona
desconocida (M. L. Sharma, abogado defensor de los violadores).

(2) Una joven decente no anda por ahí a las nueve de la noche (Mukesh Singh,
uno de los violadores condenados).10

(3) Sola hasta las 3 am de la noche en una ciudad donde la gente piensa… ya
sabés … no deberías ser tan aventurera (Sheila Dixit, ex Ministra Principal
de Delhi, citada en relación con otro caso de ataque que involucró a una
mujer que volvía a su casa desde el trabajo).

Como muestra el uso de la conjunción disyuntiva “o” en el ejemplo (1), el inicio del
período de toque de queda es bastante indeterminado, lo cual deja la esfera pública
virtualmente fuera del alcance de las mujeres durante toda la tarde. Además de la
regulación del tiempo, el acceso de las mujeres a los espacios públicos es controlado a
través del requisito de ir acompañadas. Estar afuera solas y tarde, por lo tanto, es
construido como imprudente (véase el ejemplo 3). En efecto, una joven/mujer india sólo
podrá ser acompañada por otros “apropiados”, es decir, familiares. La desaprobación que
se encuentra en el ejemplo (1) respecto del acompañamiento por parte de personas no
reconocidas (“desconocida”) es explicada más en detalle por el mismo abogado defensor
y repetida por un compatriota de su equipo:

(4) Desde el momento en que salió de su casa con un joven que no era ni su
marido ni su hermano, dejó su moralidad y su reputación como doctora, y

10
La traducción escrita en inglés de las palabras de Mukesh Singh, pronunciadas en hindi, es
provista en el documental.

10
también la moralidad de una joven, en la casa, y salió sólo como mujer (M.
L. Sharma, abogado defensor).

(5) Esa joven estaba con un joven desconocido que la llevó a una cita. […] Si es
muy importante, si es muy necesario, debería salir. Pero debería ir con
miembros de su familia como el tío, padre, madre, abuelo, abuela, etc. etc.
No debería salir en horas de la noche con su novio (A. P. Singh, abogado
defensor).

La declaración del abogado en el ejemplo (5) deja en claro que las jóvenes/mujeres sólo
pueden estar presentes en la esfera pública legítimamente en circunstancias atenuantes
(nótese el énfasis repetido en el intensificador “muy” y el uso de las cláusulas
condicionales “si…”) y sólo con familiares (nótese la cualificación presentada por la
conjunción adversativa “pero”). Ambos ejemplos, con sus referencias espaciales al
“afuera” (“salió”, “salir”) basadas en la dicotomía implícita “adentro/afuera”, sugieren una
generización jerárquica del espacio, en la que la presencia de las mujeres en la esfera
pública está delimitada (pero no la de los hombres) y el espacio “natural” y legítimo de las
mujeres está en la esfera doméstica. Esto es expresado enfáticamente en la declaración
extendida de Mukesh Singh (del ejemplo 2):

(6) Chico y chica no son iguales. Las tareas domésticas y el cuidado de la casa
son para las chicas, no andar por ahí en discos y bares de noche haciendo
cosas incorrectas, usando ropa incorrecta (Mukesh Singh).

El control del espacio público se lleva a cabo constantemente a través de expresiones de


prohibición, que señalan con fuerza fronteras de género. En los ejemplos anteriores, esto
se manifiesta en las formas modales de obligación (“no deberías ser tan aventurera”, “no
debería salir en horas de la noche con su novio”) y mediante adverbios negativos y la
polaridad (“nunca dejamos a nuestras jóvenes salir”, “una joven decente no anda por ahí”
/ “no andar por ahí”). La elección léxica “andar por ahí” [roam] también representa una
movilidad irrestricta en los espacios públicos y tiene connotaciones de censura hacia las
mujeres.
El hecho de que Jyoti Singh había estado “afuera” a la tarde y por diversión con un
acompañante masculino no-legítimo es considerado un acto moralmente transgresor
(véase el ejemplo 4), lo cual hace a la víctima reprobable y, de hecho, castigable. En el
relato de la violación hecho por Mukesh Singh, este explica la violencia (el ataque sexual
a la víctima y el ataque físico a su amigo) como una forma de disciplina, usando la
metáfora de dar una lección. La conducta moralmente descarriada, al parecer, da a los
perpetradores el derecho a intimidar –interrogar y atacar– a los transgresores e
infundirles vergüenza (véase el ejemplo 7). Llamativamente, el propio Mukesh Singh
reconoce las acciones injustas de los violadores (hacerles “cosas malas”); sin embargo,
los violadores confiaron en que el estigma de vergüenza de las víctimas, moral y
culturalmente, sirviera como una estrategia de silenciamiento.

(7) [Uno de los violadores] le preguntó al chico por qué estaba afuera con una
joven tan tarde de noche. […] Los que violaron, violaron. Pensaron que si les
hacen “cosas malas”, no le contarían a nadie. Por vergüenza. Aprenderían la
lección (Mukesh Singh).

11
La respetabilidad acrecentada por conocer “el lugar de la mujer” se inserta en las normas
culturales tradicionales de la India, como se ve en los siguientes ejemplos:

(8) Abandonaron nuestra cultura india. Estaban bajo la imaginación de la cultura


de las películas, en la que pueden hacer cualquier cosa […]. Nosotros
tenemos la mejor cultura. En nuestra cultura, no hay lugar para una mujer
(M. L. Sharma, abogado defensor).

(9) La libertad tiene que ser limitada. Estas ropas cortas son influencias de
Occidente. La tradición de nuestro país le pide a las jóvenes que se vistan
decentemente (Manohar Lal Khattar, máximo funcionario electo del estado
de Haryana, comentando el caso).

(10) [Mohan Bhagwat] dijo que las violaciones sólo suceden en las ciudades
indias, no en sus pueblos, porque allí las mujeres adoptan estilos de vida
occidentales (Mohan Bhagwat, cabeza del Rashtriya Swayamsevak Sangh
pro-hindú, comentando el caso).

La cultura india es mencionada de manera autorreferencial en el pronombre de primera


persona plural (“nuestra cultura india”; “tenemos la mejor cultura”; “la tradición de nuestro
país”) y es emplazada como una identidad [self-identity] auténtica contra “otros” extraños
–“la cultura de las películas” e “influencias/estilos de vida occidentales”. Las referencias a
la occidentalización, en particular, subrayan una tensión entre el grupo interno local y el
grupo externo global. En el caso del ejemplo (10), esto se pone en juego incluso en la
escala nacional urbano-rural, en la que lo urbano se vuelve inauténtico por su asociación
con la occidentalización, mientras que lo rural, por implicación, es preservado como
auténticamente indio. El alejamiento de la violación como un crimen urbano/inducido por
Occidente que ocurre “allá afuera” en las ciudades indias opera con una lógica implícita
según la cual una cultura liberal sin restricciones es “mala” y una cultura restringida y
conservadora es “buena”. De ahí la censura sobre las películas y la cultura de Occidente
en la que “se puede hacer cualquier cosa” y la exigencia de que “la libertad tiene que ser
limitada”. Además, a la luz de esta lógica operativa, el comentario profundamente
misógino –“en nuestra cultura, no hay lugar para una mujer”– puede ser expresado sin
remordimientos y, de hecho, con un sentido de orgullo cultural.
En este caso, la culpabilización de la víctima también se extiende al acompañante
masculino anónimo de Jyoti Singh esa tarde. Según un artículo de noticias, uno de los
abogados defensores dijo:

(11) “El hombre ha quebrado la fe de la mujer”, dijo Sharma ayer. “Si un hombre
no logra proteger a la mujer, o ella tiene la menor duda sobre su fracaso
para protegerla, la mujer nunca irá con ese hombre” (M. L. Sharma, citado
en MacAskill 2013).

Las estructuras de transitividad en las que el hombre es posicionado como Actor, junto
con la valoración negativa de sus acciones (“ha quebrado la fe”, “no logra”, “fracaso”)
sugieren que él era el custodio de la mujer y que incumplió su responsabilidad (sin
importar el hecho de que no debió haber salido con ella en primer lugar). Esto revela una
lógica patriarcal en la que las mujeres requieren protección por parte de los hombres

12
contra otros hombres (predadores). En este caso, su fracaso para protegerla es una
denuncia contra su masculinidad (“la mujer nunca irá con ese hombre”), y lo que motivó
que ella fuera violada.

Mitigación del perpetrador

Incluso cuando es reconocida, la culpabilidad del perpetrador es mitigada de varias


maneras, lo cual es consistente con los hallazgos de Clark (1992) y Ehrlich (2001). Por
ejemplo, en este caso, los horribles crímenes de la violación y el asesinato son
reencuadrados como una “tragedia”, un “error” (véase el ejemplo 15) o un “accidente”
(“No puedo decir por qué sucedió este incidente –este accidente”, Mukesh Singh) a través
de la relexicalización. De este modo, los actos son recontextualizados como otra cosa
que crímenes violentos y esto disminuye la responsabilidad del perpetrador.
Sexualizar la violación es otra manera de minimizar la culpabilidad del perpetrador y
de restarle valor a la visión (feminista) de la violación como un acto de poder.

(12) Estás hablando de un hombre y una mujer como amigos. Perdón, eso no
tiene ningún lugar en nuestra sociedad. Una mujer significa,
inmediatamente pongo el sexo en los ojos de él (M. L. Sharma, abogado
defensor).

(13) Si una joven está vestida decentemente, un joven no la mirará de forma


incorrecta (Manohar Lal Khattar, máximo funcionario electo del estado de
Haryana, citado en Naqvi, 2015).

Aquí las excusas para los violadores se formulan a través de dos estereotipos sexuales
interrelacionados: que las mujeres son primariamente objetos sexuales y el incontrolable
deseo sexual de los hombres (heterosexuales); este último, basado en un “discurso del
impulso sexual masculino” hegemónico (Hollway 1984). La definición intrínseca de
“mujer”, en los términos de M. L. Sharma, significa “para el sexo” (“inmediatamente pongo
el sexo en los ojos de él”), lo que descarta por completo la posibilidad de una relación
platónica entre mujeres y hombres. Las mujeres, por lo tanto, están obligadas a hacerse
responsables de prevenir el interés sexual masculino mediante prácticas de
auto-vigilancia (“vestida [vestir] decentemente”).
La mitigación de la culpabilidad del perpetrador también se logra a través de una
estrategia de compartir la culpa, donde tanto el asaltante como la víctima son
responsables de la violencia cometida contra la víctima. En el ejemplo siguiente, parte de
la culpa es asignada a la víctima por su fracaso para responder de manera acorde a su
género durante el ataque.

(14) Cuando está siendo violada no debería luchar. Debería tan sólo quedarse
callada y permitir la violación. Entonces la hubieran dejado después de
“dársela”, y sólo hubieran golpeado al chico (Mukesh Singh).

(15) Esta tragedia no hubiera sucedido si ella hubiera cantado el nombre de


Dios y caído a los pies de los atacantes. El error no fue cometido por uno
solo de los lados (Asharam, un gurú espiritual, reportado en AFP News,
2013).

13
Estos comentarios se apoyan en estereotipos culturales androcéntricos sobre la pasividad
y docilidad femeninas. En esta ocasión, se espera que las mujeres indias demuestren
estos rasgos estereotípicos incluso cuando están siendo atacadas. El modal de
obligación (“no debería luchar. Debería tan sólo quedarse callada y permitir la violación”)
y la cláusula condicional (“si ella hubiera cantado el nombre de Dios y caído a los pies de
los atacantes”) sugieren que la muerte de Jyoti podría haber sido evitada si ella hubiera
soportado obedientemente la violación o si hubiera suplicado misericordia.11 Aquí la
violación se presupone inevitable, lo cual es trasmitido de modo algo casual mediante la
expresión sexual “después de ‘dársela’”, que también representa la prerrogativa de los
perpetradores varones de ser participantes activos. El fracaso de la víctima para
responder “correctamente” a la situación, entonces, la vuelve parcialmente responsable
de su propia muerte: “El error no fue cometido por uno solo de los lados”.
A diferencia de la declaración categórica expresada llanamente arriba, la culpa
compartida también se construye en sentido figurado, pero no menos inequívoco:

(16) No se puede aplaudir con una mano. Hacen falta dos manos para aplaudir
(Mukesh Singh).

(17) Ella no debería haber sido sacada a las calles como comida. La “dama”,
[…] son más preciosas que una gema, que un diamante. Depende de vos
cómo quieras conservar ese diamante en tu mano. Si ponés tu diamante
en la calle, seguro que el perro se lo llevará. No podés evitarlo (M. L.
Sharma, abogado defensor).

En el ejemplo (16), se presenta una expresión idiomática común que concede igual y
mutua responsabilidad a ambas partes. El ejemplo (17) ofrece dos metáforas de las
mujeres como objetos; como comida y como gemas (o, de hecho, “más preciosas que las
gemas”). Si bien, por un lado, parece halagador para las mujeres ser concebidas como
preciosas, por otro lado esto también las construye como propiedades a ser custodiadas
de cerca. En este ejemplo, el carácter mutuo de la culpa surge de la negligencia de la
custodia, que resulta en lo inevitable. Nótese la certidumbre en lo adverbial y la
modalidad (“seguro que el perro se lo llevará”) y en la expresión de fatalismo (“No podés
evitarlo”). Aunque los perpetradores son representados de modo despectivo en relación
con la metáfora del perro, que indica su culpabilidad, la víctima también es culpada por
exponerse como presa.
Finalmente, la culpabilidad de los perpetradores también es disminuida cuando ellos
mismos son presentados como víctimas y socialmente excusables. Esto se encuentra
principalmente en el discurso socio-psicológico de expertos institucionales como
psiquiatras y ONGs.

11
Considerada en relación con el estudio de Ehrlich (2001), la cuestión de la resistencia activa
versus la obediencia durante un ataque revela, más en general, un doble constreñimiento para las
mujeres. Mientras que, en el ejemplo de Delhi, la víctima fue castigada por luchar, en el estudio de
Ehrlich las demandantes fueron culpabilizadas por no resistirse con suficiente fuerza. De hecho,
las investigaciones en Inglaterra y Estados Unidos han mostrado que las víctimas a veces
permanecen físicamente pasivas debido a sus temores legítimos a que la severidad del ataque
escale (Dobash y Dobash 1992, en Ehrlich 1998), como se corroboró en el caso de Jyoti Singh.

14
(18) Todos [los convictos] de hecho provienen de una condición muy
desfavorecida, en la que su entorno no es un lugar muy bueno,
superpoblado. Es una escena muy común, donde las mujeres han sido
torturadas, golpeadas o abusadas sexualmente por sus compañeros
varones o maridos… Y esto es lo que los hace sorprenderse una y otra
vez, “¿Por qué a mí?”.

Como psiquiatra, yo diría que de hecho son seres humanos normales con
rasgos anti-sociales, que se manifestaron muy mal en ese momento. Han
estado cometiendo esos crímenes y saliéndose fácilmente con la suya. […]
Ellos dicen que eso ha estado sucediendo y que es el “derecho de un
hombre”. No piensan a la otra persona como un ser humano. Los valores
culturales negativos sobre la mujer también son muy, muy importantes en
este tipo de acto (Sandeep Goyal, psiquiatra carcelario de los convictos).

(19) Este chico [el joven condenado] era como millones de niños indios, que
son como niños de la calle, esforzándose por sobrevivir […]. Y luego lo que
sea que pasó después en compañía de la violación grupal que tuvo lugar y
fue parte de eso. En mi opinión, este chico no tenía aberraciones serias.
Este chico había sufrido miserias interminables en la vida. Fue un niño
necesitado de cuidado y protección, donde la familia no pudo ni siquiera
cuidar al niño […] (Amod Kanth, cabeza de Prayas, organización no
gubernamental para jóvenes y víctimas de violación).

Lo primero a notar es que las evaluaciones expertas –“de hecho son seres humanos
normales [pero] con rasgos anti-sociales” (18) y “en mi opinión, este chico no tenía
aberraciones serias” (19)– construyen a los perpetradores en términos humanos, si bien
defectuosos, antes que como monstruos.12 La representación de los violadores como
seres humanos es importante, en tanto la demonización sólo distanciaría
inconvenientemente a “ellos” de “nosotros”; si los monstruos son no-humanos y
extra-sociales, entonces no pueden ser tenidos por responsables de sus acciones (Clark
1992). Ciertamente, la demonización de los violadores oculta la realidad tan extendida de
las mujeres violadas por hombres conocidos y cercanos a ellas (Udwin, comunicación
personal). Aún más, en los extractos (18) y (19), las expresiones de empobrecimiento
como “condición muy desfavorecida”, “superpoblado”, “esforzándose por sobrevivir”,
“había sufrido miserias interminables en la vida”, de hecho crean un campo semántico
que representa a los perpetradores empáticamente, como víctimas de circunstancias
desafortunadas basadas en la clase. En efecto, la descripción de uno de los violadores
(un joven que, según consta, había sido brutal en el ataque) como “un niño necesitado de
cuidado y protección” lo reposiciona como una víctima menor de edad y vulnerable, cuya
culpabilidad queda desdibujada, si no borrada. En otras palabras, a pesar de que se
humanice a los perpetradores –antes que demonizarlos–, la responsabilidad por sus
acciones sigue siendo disminuida –incluso, podría decirse, lo es más. Además, los actos
12
Esto contrasta con y a la vez apoya los hallazgos de Clark (1992). En este caso, el contraste es
la humanización, más que la demonización, de los violadores en ataques a desconocidas. Sin
embargo, la representación de los violadores como no-demonios también es consistente con el
argumento de Clark sobre las víctimas “no genuinas” de conductas cuestionables –que es como
Jyoti Singh, en cierta medida, ha sido representada.

15
criminales transgresivos basados en el género, entre otros (“Es una escena muy común,
donde las mujeres han sido torturadas, golpeadas o abusadas sexualmente por sus
compañeros varones o maridos”; “Han estado cometiendo esos crímenes y saliéndose
fácilmente con la suya”), son convertidos en rutinarios y ofrecidos como el trasfondo
explicativo de las acciones de violación y asesinato de los perpetradores.
Por una parte, esta representación es una denuncia escalofriante de una sociedad
que normaliza una “cultura de la violación”, a tal punto que los perpetradores niegan la
humanidad de las mujeres (“No piensan a la otra persona como un ser humano”), no
muestran ningún arrepentimiento y quedan estupefactos ante sus condenas (“los hace
sorprenderse una y otra vez, ‘¿Por qué a mí?’”). Sandeep Goyal, en (18), nota
enfáticamente (véase el intensificador adverbial duplicado) que “los valores culturales
negativos sobre la mujer también son muy, muy importantes en este tipo de acto”. La
evaluación de Goyal de los valores culturales y generizados indios como “negativos” es
dolorosamente pertinente en su contraste con el anuncio orgulloso de que “en nuestra
cultura, no hay lugar para una mujer”, por parte de un abogado defensor citado antes
(véase 8).
Por otra parte, en ausencia de expresiones de indignación por el crimen y de
desafío a las actitudes establecidas, sistémica e inadvertidamente, ese discurso transfiere
la culpa de modo genérico hacia la “sociedad” y justifica la violencia continuada, a la vez
que desvía la agencia y la responsabilidad por las acciones de los perpetradores
individualmente y socialmente como grupo.

Conclusión

En conclusión, del estudio de caso particular pueden extraerse dos lecciones más
amplias que son relevantes para los estudios del ACFD. La primera subraya la
importancia de adoptar un enfoque transnacional en los estudios del ACFD si hemos de
reconocer y disputar los patrones discursivos que sostienen las ideologías en torno al
género local y globalmente. Aunque la “violación de Delhi” discutida en este capítulo
suscitó una intensa cobertura nacional e internacional, ni esta instancia de poder
coercitivo ni el discurso que la rodeaba fueron particularmente impactantes; en todo caso,
fue algo tristemente rutinario, no excepcional (Roy 2013). En este caso, sin embargo, el
discurso de la violencia sexual presentó un “momento de discurso crítico” (Chilton 1987),
que permitió desentrañar críticamente el poder y las ideologías ligadas al género, la
heterosexualidad, la clase social, la cultura y la tradición/ modernidad. El análisis sacó a
la superficie los modos particulares en que las ideologías de género, heteronormativas y
culturalmente enmarcadas, fueron configuradas y expresadas para consentir los actos de
violencia en este caso. A su vez, desde una perspectiva transnacional, el análisis también
evidenció lógicas discursivas difundidas ligadas más ampliamente a la violencia sexual,
como se vio en la estrategia discursiva doble de culpar a la víctima y desviar la
responsabilidad plena de los perpetradores (cf. Clark 1992, Ehrlich 2001). En este caso y
más allá, el discurso de la violencia sexual se funda en una visión androcéntrica del
mundo que generiza y controla punitivamente la esfera pública mediante ideas de
“respetabilidad” femenina; prescribe las actitudes femeninas “apropiadas” mientras
practica el excepcionalismo masculino; pone la responsabilidad en las mujeres; privilegia
un discurso hegemónico de la sexualidad masculina (Ehrlich 2001); y enfatiza el
sufrimiento de los perpetradores mientras pasa por alto el de las víctimas. Incluso en

16
discursos públicos bien intencionados y notoriamente más progresistas sobre la violencia
sexual contra las mujeres, lógicas discursivas generalizadas de modo semejante parecen
entrar en juego, a través de una ética neoliberal de la agencia personal y la
responsabilidad femeninas. Tomemos, por ejemplo, la reciente campaña de educación
pública contra el acoso en Singapur (Lazar 2015b). Aunque los afiches de Prevención
Nacional del Crimen urgen a las mujeres a ser proactivas y a no ser “una víctima
silenciosa” del acoso sexual, el discurso subyacente, sin embargo, deposita en las
mujeres la carga de asumir activa y completamente la responsabilidad, a través de
acciones preventivas o compensatorias. Nótense los imperativos dirigidos a las mujeres:
“Que no te apoyen en el mal sentido, protegete”, “Hacé que alguien te acompañe a tu
casa si es tarde”, “Evitá caminar sola por zonas poco iluminadas y apartadas” y “¡Gritá
pidiendo ayuda y llamá al 999! No seas una víctima silenciosa”. El texto está acompañado
por la imagen de una mujer cuyo trasero aparece de manera prominente y cuya cara es
mostrada, en contraste con un perpetrador masculino que intenta tocar su trasero y cuya
cara está parcialmente oculta. La campaña implica que las mujeres han sido debidamente
advertidas y que tendrían que cargar personalmente con la responsabilidad y la culpa. En
contraste, la culpabilidad de los perpetradores y la necesidad de educarlos para
conseguir un cambio actitudinal es mitigada. Aunque en este capítulo se eligió el discurso
de la violencia sexual como punto de enfoque, otros tipos de problemas sociales ligados
al género [gendered] podrían beneficiarse de la construcción sobre estudios previos, para
desarrollar una perspectiva transnacional pero, además, sensible al contexto (véase
también Lazar 2015a).
La segunda lección parte del análisis de la dominación provisto en este capítulo
para considerar, más holísticamente, la constelación de dinámicas de poder que operan
en cada situación dada. Esto podría ser teorizado en términos de órdenes de poder (cf.
“órdenes de discurso”, Fairclough 1992). En un nivel, el discurso de la “violación de Delhi”
podría describirse como “pre-feminista”, en el sentido de que parecía ignorar los
principios feministas de la igualdad y la justicia de género. Sin embargo, en otro nivel, el
discurso arrastraba elementos reaccionarios de “contragolpe” (Faludi 1991), resentidos
por y resistentes a los cambios sociales a favor, en alguna medida, de la liberalización de
las relaciones de género. El hecho de que la víctima había salido abiertamente con un
amigo varón a ver una película en la ciudad demuestra que no se trataba de “un tema”
para ella, su amigo o su familia. Era una mujer joven en la ciudad, saliendo por placer y
relajación. Y sin embargo, como vimos, el discurso de la violencia sexual que envuelve
sus acciones sirvió activamente para reinscribir las restricciones culturales tradicionales
sobre la conducta y la movilidad femeninas. A su vez, el incidente de la “violación de
Delhi” fue notable por las protestas que le siguieron, de una escala sin precedentes. Las
protestas, que sacudieron la capital, adoptaron una variedad de modalidades, incluyendo
protestas callejeras y marchas para reclamar la noche, así como también,
discursivamente en sitios y redes públicas, el desafío a la normalización de la violencia
sexual contra mujeres y niñas y la búsqueda de una reparación legal más veloz para los
crímenes cometidos (Roy 2013). En este sentido, fue particularmente notoria la
movilización de personas jóvenes en estas protestas discursivas y no discursivas. Como
observa Roy (2013), “En un momento en que globalmente las mujeres jóvenes se
auto-identifican como ‘postfeministas’ –sin interés en la política feminista por su aparente
falta de relevancia para sus vidas– la galvanización de las masas de mujeres jóvenes en
torno a la violación no debería ser vista como menos que transformadora”. Desde el

17
punto de vista de la investigación feminista en ACD, entonces, las relaciones de poder
opresivas tanto como las transformadoras deben constituir modos significativos de
comprender las dinámicas de género en la época contemporánea.

Otras lecturas

Lazar, M. M. (ed.) (2005). Feminist critical discourse analysis: Gender, power and ideology
in discourse. Basingstoke: Palgrave.
Compuesto por nueve estudios, este es el primer volumen de ACD feminista sobre
género y sexualidad en una variedad de ámbitos institucionales en diversos contextos
internacionales.
Lazar, M. M. (2014). Feminist critical discourse analysis: Relevance for current gender
and language research. En S. Ehrlich, M. Meyerhoff y J. Holmes (eds.), Handbook of
language, gender and sexuality, 2da ed., 180-200. Londres: Wiley-Blackwell.
Este capítulo provee una explicación actualizada y expandida de los principios clave del
ACD feminista, con ejemplos actuales, para subrayar la relevancia de este tipo de análisis
en un momento en que el sexismo y el feminismo están siendo negados. El capítulo
también aborda críticas al ACD feminista.
Walsh, C. (2001). Gender and discourse: Language and power in politics, the church and
organisations. Harlow: Longman Pearson.
A partir del ACD y la lingüística feminista, este libro muestra cómo las mujeres británicas
negocian ideologías masculinistas en diversos contextos públicos institucionales.
Wodak, R. (2008). Controversial issues in feminist critical discourse analysis. En K.
Harrington, L. Litosseliti, H. Saunston y J. Sunderland (eds.), Gender and language
research methodologies, 193-210. Basingstoke: Palgrave.
Este capítulo aborda cuestiones relevantes para el estudio de las identidades y contextos
en el ACD feminista, a partir de un estudio de caso que usa el enfoque
discursivo-histórico al ACD.

Referencias bibliográficas

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Problems 53: 444-447.
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https://sg.news.yahoo.com/indian-gurublames-delhi-rape-victim-070001674.html
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Routledge.
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reporting of crimes of sexual violence. En M. Toolan (ed.), Language, text and
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Bloomington, IN: Indiana University Press.
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post-critique. Discourse and Communication 3(4): 371-400.
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handbook of language, gender and sexuality, 2da ed., 180-200. Chichester: Wiley
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Ponencia plenaria presentada en The Sociolinguistics of Globalisation Conference,
3-6 junio, 2015, Hong Kong University.
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violence. Ponencia presentada en Language and Society Workshop, Department of
English Language and Literature, National University of Singapore, 12 de diciembre
de 2015.
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