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Había una vez dos hermanos, Marcel y Joan, que nunca colaboraban
en casa. No recogían su habitación, no ponían ni quitaban la mesa,
dejaban todo de cualquier manera y siempre se hacían los locos
cuando sus padres les pedían que fueran a tirar la basura.
Por cualquier parte aparecía ropa sucia, platos sucios, envases vacíos
y malolientes, polvo, pelusas y todo tipo de suciedad y desorden. Y
la casa olía tan mal que el tufo se podía sentir en las escaleras.
Pero no funcionó. El piso donde se habían mudado sus padres era un pequeño
apartamento con una sola habitación.
Así que a los hermanos “Basurilla” no les quedó otra que ponerse a limpiar y a
recoger. Afortunadamente, sus padres les había dejado una buena provisión de
bolsa de basura y elementos de limpieza.
Les llevó una semana limpiar, barrer y fregar todo, lavar y recoger la ropa,
ordenar la casa y, sobre todo, tirar la basura. Necesitaron nada más y nada
menos que cincuenta viajes a los contenedores de basura y de reciclaje.
—Veo que los hermanos “Basurilla” han pasado la acción ¿eh? —dijo papá.
—Pero habrá que dejar la de abajo preparada, por si acaso ¿no crees? —dijo
papá.
Y ya no fue necesario recordarles nunca más que tenían que colaborar en las
tareas de la casa. Y todos los días, aunque haga mal tiempo, ponen en marcha
la Operación Basurilla, que no es otra cosa que bajar la basura. A ver, si no,
cómo iban ellos a justificar su estupendo apodo.