Está en la página 1de 7

El año pasado, en Armenia, Colombia, fui a una presentación de libro de un

reconocido autor colombiano, Evelio Rosero. No recuerdo el nombre del libro que
presentaba ese día, pero sí recuerdo muy bien el tema de otro libro suyo, un libro
para niños, sobre el que habló un poco en su charla. En él, un hombre va caminando
con una pulga sentada en su hombro, aunque no lo sabe. En cierto momento, la
pulga brinca del hombro y de repente, muy ligeramente, el hombre empieza a
levantarse, otando serenamente unos centímetros del suelo. Mientras el autor
hablaba de esta escena, se me vino a la mente las pinturas de Marc Chagall. En
varias de ellas, vemos una pareja enamorada otando arriba del suelo, y aunque el
entorno que les rodea sea el mundo cotidiano de casas y árboles, se le nota
transformado, mágico.
Me quedé impactado por esta historia, por la idea de que algo tan pequeño,
como el peso de una pulga, nos separa de una realidad tan distinta. Pues el evento
terminó, y saliendo a la calle mi amigo German y yo volvimos a la misma realidad
cuyas acostumbradas calles y ruidos nos habían entregado al evento hace un par de
horas. Caminando de vuelta a casa, eché un vistazo esperanzador a mi hombro . . . y
nada, seguía tan rmemente sobre el suelo como antes.
Obviamente, no esperaba encontrar una pulga real sobre mi hombro, (bueno,
sí, un poco), pero al menos me di cuenta de que no era una simple cción inventada
para entretener a un niño. La pulga ésa es un ejemplo de una de las metáforas más
importantes de la cultura humana, la del cambio y de la transformación. Un
sinnúmero de mitologías y novelas, poemas y películas representan a su protagonista
pasando de una condición de vida a otra nueva más honda y signi cativa. Y aun
cuando la losofía sea teórica y se trate de la comprensión, muchas veces esa
comprensión está al servicio de la transformación: piensa en Platón, los Estoicos,
Spinoza, Marx, Nietzsche; hay muchos ejemplos. Sin embargo, en esas novelas y
sistemas losó cos casi siempre se trata de un gran viaje, una gran aventura, sea en el
mundo físico o en el mundo de las ideas – mucho esfuerzo para encontrar esa tierra
prometida.
Lo que me llamó la atención del cuento de la pulga es que la transformación
resultó de un acto minúsculo, ese brincar de la pulga. Y también llamativo es el
hecho de que no resultó de ningún esfuerzo por parte del hombre. Le llegó como un
don, de algo ajeno a su voluntad y capacidad. El acto pequeño me intriga; el hecho
de que el hombre no tuvo nada que ver con su nueva condición de vida, no tanto.
Me hace pensar en esa famosa entrevista en la que Heidegger, hablando de la
creciente tecni cación del mundo, dice que el hombre y su pensamiento no pueden
sacarnos del problema. Dice “Sólo un Dios nos puede salvar”. Sea una pulga o el
mismo Dios, espero que el ser humano tenga alguna agencia y autonomía para
determinar su futuro.




fi
fi
fl


fi
fi
fi

fl

fi
fi
Cuando se me ocurre una idea para un poema, no sé, una frase o una imagen,
escribo de inmediato unas palabras, una estrofa, pero luego, como casi siempre
sucede, no puedo seguir, no veo en ese momento cómo desarrollarlo. Entonces lo
pongo en un cajón, dejo que pasen unas semanas o un mes, y luego lo saco. Con la
mente fresca y con cosas que he leído y pensado desde entonces, se me ocurre
cómo seguirle. Eso lo hice con el cuento de la pulga. Me pareció una metáfora
maravillosa, pero simplemente no sabía como pensarla.
Tiempo después, estaba leyendo la Dialéctica negativa de Adorno cuando me
topé con un pasaje que me hizo pensar de inmediato en el cuento de la pulga.
Adorno dice: “En el estado verdadero de cosas . . . todo sería sólo un poco distinto
de lo que es; pero ni la mas mínima realidad es imaginable como sería entonces” (p.
295). Es muy llamativo lo que dice. Para apreciar su radicalidad, consideremos el
contrario de lo que dice. Primero, que en el estado verdadero de cosas todo sería
muy distinto de lo que es. Así tendemos a concebir los fuertes cambios de vida.
Cuando queremos mejor las cosas imaginamos una casa grande en vez del
departamento chiquito donde vivimos, un coche de lujo en vez de nuestra bicicleta.
A diferencia de la a rmación de Adorno, esas cosas son fácilmente imaginables a
partir de las condiciones existentes, sólo una cuestión de extrapolación. La
transformación a la que se re ere Adorno, en cambio, es muy distinta. No es
cuantitativa, es decir, no se trata de un reacomodo de cosas físicas, de los objetos
que, con nuestra mentalidad consumista, medimos nuestro bienestar. En ese
escenario, siendo todo calculable, todo es imaginable. Pero el verdadero bien
humano no está sujeto al cálculo – es inimaginable. De alguna manera, todo el
pensamiento de Adorno es una re exión sobre el estado falso de las cosas y la
posibilidad de su transformación en una condición donde el ser humano puede vivir
bien, libre de sufrimientos innecesarios.
Se me hace muy llamativo e importante su pensamiento, pero ese binomio de
verdadero/falso no es el que me interesa explorar. En el cuento de la pulga, el
binomio apropiado parece ser más bien ordinario/extraordinario. Lo que le pasa al
hombre no es algo verdadero sino extraordinario, mágico. En la experiencia humana
hay algo que se parece a eso, una experiencia que nos resulta mágica. Me re ero al
enamoramiento. Algo que muchos comentan sobre esta experiencia es que uno no
puede planear enamorarse. Puede ser un deseo, pero no una meta, no un objetivo
que uno alcanza al llevar a cabo cierto procedimiento. Más bien, le llega a uno desde
afuera; se le cae como un tonelada de ladrillos, quiéralo o no. A diferencia de lo que
dije antes sobre la agencia y la libertad humana, al menos en el caso del amor parece
que uno no tiene mucha agencia. Si fuera producto de su esfuerzo libre, a lo mejor
no tendría esa cualidad mágica.
No sé si en el español, pero en el inglés, cuando alguien está muy feliz, como
cuando está enamorado, se dice que está “caminando en el aire” como el hombre




fi
fi

fl

fi
del cuento que ota. En el caso del amor, ¿qué es lo que produce esa sensación? En
su libro Estudios sobre el amor, Ortega y Gasset dice: “El enamorado tiene la
impresión de que su vida de conciencia es más rica. Al reducirse su mundo se
concentra más. Todas sus fuerzas psíquicas convergen para actuar en un solo punto,
y esto da a su existencia un falso aspecto de superlativa intensidad”. Esta superlativa
intensidad es lo mágico, pero dice Ortega que tiene algo de falso. ¿A qué se re ere?
Pues dice que el enamoramiento es un fenómeno de la atención, que en el proceso
de enamorarse lo que sucede es que la atención se ja intensamente sobre otra
persona. En esta jación, es como si la conciencia estuviera paralizada; no presta su
atención a las cosas meramente mundanas y así el mundo habitual y cotidiano pasa a
un segundo plano. Las cosas que antes fastidiaban o preocupaban se vuelven
perceptualmente borrosas, indistintas, y por tanto cobran otra cualidad más positiva,
como cuando una piedra se saca del zapato.
No es muy romántica su explicación, sin embargo, lo que dice sobre la
atención me parece muy sugerente ya que nos da una forma de entender otros
aspectos de la experiencia humana. Dice Ortega: “dime lo que atiendes y te diré
quién eres”. ¡Bastante llamativo eso! Pues lo que a rma, como dice, es que nuestra
personalidad se de ne en términos del espacio iluminado por la atención.
Obviamente, no es sólo en el caso de enamorarse que prestamos atención. En casi
todo momento estamos atendiendo algo: una lectura, el cuchillo al picar una papa, la
calle cuando manejamos un coche. Está claro que esas experiencias no son como la
de enamorarse; en vez de ser extraordinarias, son de lo más ordinario que hay. Lo
que distingue estos dos casos ha de ser la intensidad con la que se ja la atención.
Esto, me parece, es parte de la explicación, pero hay otros detalles que hay que
desmenuzar.
Hace unos días, me topé con un dato muy interesante, a saber, la primera
comprar que se hizo en línea. Al parecer, fue en 1994. Alguien compró un CD de
Sting, lo cual ha de haber costado unos $15. 27 años después, el comercio en línea
ha alcanzado cerca de 6 billones de dólares, y su economía se ha llamado la
“economía de la atención”. Otros han caracterizado nuestra época como la sociedad
de la información, lo cual también es correcto. La información y la atención van de la
mano, una implicando a la otra en una relación inversa. Al incrementarse la
información, o sea, el contenido o los productos que pueden verse, comprarse y
consumirse, la atención se convierte en un recurso escaso. En 1994, cuando el
internet estaba en ciernes, uno tenía que ir a un edi cio para comprar algo. Yo
recuerdo antiguamente yendo a Blockbuster para rentar una película en ese formato
de antaño – el VHS. Pasaba por los pasillos, para arriba y abajo, viendo las portadas
de las cajas hasta encontrar una, o varias, que me interesaba. A lo sumo había,
supongo, como unos dos mil películas en la tienda. Simplemente, no cabían más, y
dedicando algo de tiempo, uno podría echar un ojo a la mayoría. Ahora con el


fl
fi
fi

fi
fi
fi
fi
fi
internet, Net ix y el streaming, no hay límite físico a lo que puede presentarse ante el
consumidor. Con millones de películas, millones de libros, millones de canciones y
otros productos a la vista en nuestros aparatos digitales, es decir, con el aumento
exponencial de la información, la atención del consumidor se ha vuelto muy escasa,
convirtiéndose así en una mercancía muy valiosa.
En la medida en que el entorno digital vaya penetrando cada vez más espacios
de la vida cotidiana, lo que somos va cobrando un aspecto novedoso y preocupante.
Recuerda que, para Ortega y Gasset, nuestra personalidad es una función de aquello
que atendemos. En la economía digital, los que controlan acceso a la atención son
los Google, Facebook y Amazon. Cuanto más productos y servicios sus clientes
vendan, más ganancia tendrán ellos. El punto es que todo tiene que ser muy
fríamente calculado. La información que llega a tu pantalla, es decir, a tu atención,
sean libros, música, películas, o productos de cualquier tipo, será resultado de un
cálculo algorítmico basado en tus compras, likes, y otros datos que esas compañías
han acumulado sobre el tiempo.
Me doy cuenta que estoy repitiendo información que traté en otro vídeo
reciente, pero en ese vídeo lo que me interesaba era el efecto social de este sistema
y aquí me interesa el efecto psicológico. Antes de seguir, quiero plantear unos
binomios que creo que caracterizan bien la experiencia del hombre en el cuento. El
primero, que ya hemos comentado, es “ordinario/extraordinario”. Hemos comparado
la experiencia de enamorarse con la del hombre que ota y la hemos descrito como
mágica, pero en términos sencillos lo que queremos decir es que la experiencia va
más allá de lo común, de lo ordinario – es extraordinaria. Hay dos binomios más que
quiero plantear. Para ver de qué se tratan, volvamos al tema de la atención y su
manejo en el entorno digital.
Encontré esta llamativa imagen de una escultura de tres personas sentadas en
una banca en el parque de noche, las tres viendo la pantalla de algún dispositivo
electrónico y sus caras iluminadas por la luz de la misma. Me llamó la atención por
eso que dice Ortega y Gasset sobre la personalidad, que es forjada por el espacio
iluminado por la atención. Hoy en día es al revés. En vez de prestar atención, la
atención más bien es dirigida y jada por Google Y Facebook, centrada en un objeto
que ponen delante de nuestro ojos. Ese objeto es, en gran mayor parte, predecible,
algo que un algoritmo puede derivar de nuestro historial de búsquedas y likes, etc.
Nuestra experiencia ordinaria, entonces, se caracteriza por ser predecible. Vivimos
en burbujas mediáticas que ltran todo aquello que no sea pertinente o relevante a
nuestro per l como consumidor. Si permitieran que algo extraño o sui generis
apareciera en esa zona de iluminación, o lo mejor, por tu reacción a esa cosa, podrían
aprender algo nuevo de ti, algo que fuera rentable para los que quieren vender
productos en su plataforma. Pero lo más seguro es que no. Se trata de una



fi
fl
fi

fi

fl
optimización estadística de tu conducta, y aquello que sea sorprendente va en contra
de eso. Esto es nuestro siguiente binomio – “predecible/sorprendente”.
A mí me gusta mucho vivir aquí en México, pero una de las cosas que más
extraño de los EEUU son las librerías, con libros obviamente en inglés. Lo que
extraño es estar horas en ese entorno, leyendo, paseando y, sobre todo, topándome
con libros que no estaba buscando, libros con temáticas que desconocían o que no
eran habituales para mí. A veces me topaba con libros así porque algún cliente lo
había devuelto al lugar equivocado, el lugar donde yo estaba buscando otra cosa, o
por una conversación con alguien en el pasillo donde ese tema novedoso surgió. El
punto es que una librería es un entorno muy propicio para esta experiencia
serendípica. En ese otro vídeo que comenté, hablamos también de la serendipia, de
toparte o estar en posesión de algo bueno o bené co sin que lo buscaras. Nunca he
tenido esa experiencia en amazon.com.
El carácter predecible de nuestra experiencia ordinaria en el mundo digital
tiene una consecuencia muy curiosa para la economía de la atención. Si todo es
bastante predecible, la intensidad de la atención se diluye a tal grado que tenemos
esas caras con look de zombie. Esto de hecho es algo que Claude Shannon, el padre
de la teoría de la información, notó en 1948. Entre más predecible sea un mensaje,
menos información contiene, y entre más impredecible, mayor información contiene.
Por ejemplo, si un mensaje empezara con el número “1” y luego llegara otro 1, y
luego otro 1, y otro, y otro, sería muy fácil predecir el siguiente número – 1! El nuevo
número no sería nada sorprendente y por tanto muy poco informativo. Si el mensaje
consistiera en números aleatorios, sería muy difícil predecir el siguiente número, y
por tanto cada nuevo número sería sorprendente y muy informativo. Traducido esto
a nuestra experiencia en línea, tu conducta es muy informativa para un algoritmo, o
sea aprende algo nuevo, si le resulta difícil predecirla. Pero dado que los algoritmos
predicen muy bien nuestra conducta, lo curioso entonces es que, lejos de vivir en la
era de la información, vivimos en su contrario (no sé cómo se llamaría la ausencia de
información).
Bueno, ya tenemos dos binomios: ordinario/extraordinario, y predecible/
sorprendente. El último tiene que ver con el carácter ontológico de los objetos que
atendemos. Los objetos de nuestra experiencia ordinaria, los que consumimos en
línea e incluso los que compramos en el supermercado, son fungibles o
reemplazables. El PDF de mi libro Hombre, signo y cosmos, que descargas del sitio
del Fondo de Cultura Económica o, lo que es más común, del sitio Library Genesis, es
el mismo que descarga cualquier otra persona. Mi PDF del libro puede reemplazarse
totalmente sin perdida alguna con la copia de ese PDF que tienes tú. Igual para la
música que escuchas en Spotify, la película que ves en Net ix y el jabón que compras
en el super. En cambio, el objeto sorprendente que provoca la experiencia
extraordinaria no es fungible, sino singular.



fi
fl

Para apreciar la diferencia entre estos dos términos, consideremos no un


objeto, sea físico o digital, sino un acto. La ética de Emanuel Kant establece que para
que un acto tenga valor moral tiene que llevarse a cabo de acuerdo con un
imperativo que él llama categórico. La más conocida formulación de ese imperativo
reza: “Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo
tiempo se convierta en ley universal”. Lo más importante en la consideración moral
no es tu intención, sino si tu acto concuerda con lo que demanda la razón, si sería el
mismo acto que, bajo las mismas circunstancias, cualquier haría. Un acto
universalizable es, en la terminología de nuestra re exión, fungible. El contrario de
un acto de este tipo es un acto singular. Encontramos un buen ejemplo en Temor y
temblor de Kierkegaard. Ahí, leemos el relato bíblico de Abraham y su hijo Isaac.
Como sabemos, Dios le pide a Abraham que sacri que a su hijo. Estando Kant en los
zapatos de Abraham, hubiera razonado que el asesinato no es una máxima que
puede universalizarse, por lo que sería inmoral hacerlo. Sin embargo, al levantar la
navaja Abraham no razona éticamente, sino que, asentado en su singularidad,
obedece el llamado de su fe. La conducta de Abraham se distingue a la de Kant al
no ser equivalente o semejante a otra, ya que no es mediada por una ley. Lo que la
rige no es la generalidad de la ley, sino la singularidad de su relación con Dios.
Esto quizá sea un ejemplo extremo, pero no es para nada una experiencia
exótica. Si te has enamorado de alguien, el acto de atender a esa persona fue
singular, ya que te enamoraste de esa persona, un individuo que no puede ser
simplemente reemplazado con otro, sin que la experiencia se cambie. Esto me
recuerda de la cita que leímos de Adorno: “En el estado verdadero de cosas . . . todo
sería sólo un poco distinto de lo que es; pero ni la mas mínima realidad es
imaginable como sería entonces”. Todos hemos pensado sobre enamorarnos, que el
amor perfecto para uno sería una persona con tales y cuales características, y que
viviríamos juntos de tal o cual manera, en tal lugar, etc., etc., todo imaginado y
planeado. Y cuando por n nos toca, nos damos cuenta de que lo que se ha dado
pues no lo imaginábamos así, de hecho, era inimaginable a partir del contexto y los
gustos que teníamos. Si hubiera sido imaginable, no habría sido sorprendente, y
cuando se da el amor, se carácter sorpresivo es una de sus maravillosas cualidades.
Volvamos aquí al nal a donde partimos, a ese cuento de la pulga que brinca y
el hombre que ota. Como habíamos comentado, lo fascinante del cuento es que
algo tan pequeño e insigni cante como el peso de la pulga nos separa de una
realidad extraordinaria. Lo que espero haber mostrado en esta re exión es que no es
sólo un cuento, sino una metáfora potente. Habíamos comentado al principio que
muchas losofías tratan del tema de la transformación – ah, una que se me fue
mencionar es el budismo, su concepto de nirvana. Si uno logra alcanzarla, pues es un
cambio muy profundo que afecta a la vida entera. Lo que veo aquí en el cuento de la
pulga es algo más humilde. No se trata de cambiar el chip, como en la película



fi
fl
fi
fi
fi
fi
fl
fl

Matrix (ahí hay otro ejemplo), sino hacer frente con las fuerzas de homogeneización
que apagan la experiencia al simplemente abrirse a pequeñas trascendencias.
Hemos visto tres binomios en esta re exión: ordinario/extraordinario,
predecible/sorprendente, y fungible/singular. Está claro que lo sorprendente no
puede planearse, uno no puede esforzarse para tener una experiencia sorprendente,
ya que si así fuera, ¡el resultado obviamente ya no sería sorprendente! Sin embargo,
creo que podemos cultivar hábitos para propiciarlo, hábitos, por un lado, que
impidan y frustren los mecanismos que encauzan lo predecible y lo fungible en la
vida, como por ejemplo una vez a la semana desconectarte durante todo el día de tus
aparatos. Y por el lado positivo, no sé, pasear sin rumbo en la librería de tu ciudad
bajando aleatoriamente libros del estante. Escribir una carta física a un viejo amigo
que tiene tiempo que no lo ves (en la época de email, eso sí es un acto singular – tu
amigo, al recibirla, tendrá algo que no puede reemplazar por ninguna otra cosa).
Estar en un lugar con mucha gente, como en una sala de espera donde todos tienen
su cara en su aparato y tú sin aparato alguno, serenamente absorbiendo el entorno,
los sonidos, los olores, las caras de los individuos, tramando en tu cabeza la historia
de uno de ellos con base en lo que ves. A mí me gusta mucho hacer eso, que me
vean como el único sin aparato, lo cual a veces tiene el efecto contagioso de un
bostezo (cuando tu bostezas y luego otros empiezan a bostezar). En el caso del
aparato, no todos lo guardan, pero uno o dos sí, pues mi propia presencia sin aparato
ha sido un acto no predecible, no esperado, lo cual para ellos ha sido precisamente
una experiencia sorprendente que les sacude un poco de su ritmo zombie, y me
acompañan unos momentos al otro lado en ese mundo extraordinario de estar
momentáneamente vivos. Estos son algunos ejemplos sencillos, pero el punto es
que no son hábitos extraordinarios, sino tan pequeños y sencillos como el brincar de
una pulga.

fl

También podría gustarte