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CAPITULO DOS DE NINGUNA MUJER NACE PARA PUTA

La Madre Que Te Parió

Ramona ¿Por qué hablar de la maternidad? Porque a todas las recorre la necesidad del sacrificio,
porque todas se ven atravesadas por la condena permanente y la ausencia del padre que, aunque
esté, siempre piensa que sólo ayuda. Hablar de maternidades para destruir los simulacros, para
dar claves, ¿cómo hacerlo cuando el miedo al desprecio recorre? Cómo le mostramos a lxs más
chicxs que la voluntad no es libre cuando la manipulación y la dominación asechan. Y que no
podemos escapar, tampoco, porque la violencia es telaraña que envuelve y atrapa, entonces,
nosotras, las innombrables, antes fuimos hijas y luego madres, y acá, en nuestro mundo, los
silencios hieren y romperlos supone el desafío a eso que conocimos como normal y como digno,
¿por qué dar claves, entonces? Porque a menos que la realidad sea tan clara y honesta como se
requiere en apego a la justicia, los ciclos de violencia se repiten y las crianzas y maternidades no
sólo se ven cargadas por el peso de la frustración y la farsa, también por el juicio del hijo o hija que
exige entender y, a cambio, recibe engaños y omisiones. El mundo se ha constituido, a fin de
mantener el orden preestablecido de un sistema misógino, racista y clasista, a través de y gracias
al silencio de quienes, sujetas por el temor, el amor romántico y la veneración al sacrificio,
callamos. Ojalá fuera sencillo, como debe imaginarse, el callar por autonomía y que no supusiera,
como lo hace, la pérdida de la misma y la necesidad del camuflaje de las verdades como mera
estrategia de dignificar y sobrevivir sin perder las cabezas, todo lo demás, lo corporal y afectivo,
antes ya lo hemos perdido. Sería más fácil, también, suponer que las violencias no se roban las
infancias y que el escondite que creamos para ellxs es seguro, lo cierto es, que las violencias que
no se conocen a través de las palabras atraviesan después, o antes, los cuerpos, y no hay
protección alguna gracias a las ficciones porque, entonces, la culpabilidad se sigue asumiendo y,
gracias a ella, el silencio. Silencios generacionales, silencios históricos. Hay que nombrar las cosas,
dice Sonia, porque al nombrarlas reconocemos la realidad y nuestra posición en ella, porque al
hacerlo dejamos de mentir y, al fin, reclamamos autonomía, y la autonomía, a su vez, nace de la
desobediencia. ¿a partir de qué punto se pierde el miedo? Cuando la verdad es herramienta. Hay
que apropiarse de los nombres, expropiarlos, difundirlos, criticarlos; hay que usar las uñas y las
palabras, para pelear contra la censura y el maquillaje de las agresiones. Todas hijas de feminicidas
en potencia, de manipuladores por excelencia, agresores y victimistas, de narcisistas y cómplices,
de charlatanes y proxenetas, todas las paternidades legítimas, ¿por qué entonces hacen tanta
falta? Porque están como peso inerte y, más que alianza, son herida. ¿Cómo abordamos las faltas
de paternidades desde el feminismo? No sólo con la crítica al papel del padre como aperitivo de la
cena que nos ofrece el machismo y en la que, en lugar de consumir, somos consumidas, sino con el
reconocimiento de la madre sometida por el marido, gran parte del tiempo su agresor, y sus hijxs,
y que ese sacrificio no puede llamarse amor, porque el amor es recíproco. Dar claves, para ver la
realidad, para abrazar a las madres a través de ellas, para no glorificar el sufrimiento y para
construir lugares seguros reales para las infancias, espacios que no partan de la ignorancia y el
simulacro, sino de la honestidad. “Esto de nombrar las cosas no es un acto de magia, ni de simple
voluntad, es parte del proceso de decir basta”.

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