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El lenguaje que siempre está empezando

Texto para la Revista GEA. Octubre


Prof. H. Gabriel Maya S. hmaya@itesm.mx
(Departamento de Humanidades de Preparatoria)

Las palabras del latín íncipit y éxipit significan inicio y final respectivamente. Existen otros pares
correlativos como: empezar y finalizar, introducción y conclusión, estos últimos se refieren
específicamente al discurso. Cuando hablamos, no nos damos cuenta de que por medio de las
palabras introducimos ideas, pensamientos, imágenes, emociones, en la mente de otra persona y
viceversa, esa persona los introduce en la nuestra. Cada inicio de un diálogo trasporta contenidos
verbales desde nuestra mente al cerebro de alguien más. Por si este proceso no fuera
suficientemente complejo, insertamos palabras, frases y oraciones nuevas, generalmente nunca
antes escuchadas. ¿Cómo podemos entender esas oraciones recién creadas o leídas, como lo
hacemos ahora? (Estas líneas ya han empezado a circular desde mi mente a la de los lectores que
estoy imaginando.) No sólo en la literatura encontramos manera inéditas de expresión; el
lenguaje de todos los días es innovador por naturaleza.
Íncipit, por otro lado, es el concepto con que nombramos aquellas primeras palabras o
frases de un texto narrativo (diferente del prólogo, que no forma parte del relato, aunque sea el
comienzo de un libro). Muchos teóricos han acentuado su importancia sobre todo en la novela y
el cuento. Evoquemos el más famoso: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero
acordarme, no hace mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga
antigua, rocín flaco y galgo corredor…” (El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, 1605,
Miguel de Cervantes Saavedra). Aunque estas frases sean universalmente conocidos, su novedad
estriba en que están actuando en la mente de cada lector, de manera única.
El lingüista estadounidense Noam Chomsky (del MIT) ha creado una de las más
importantes revoluciones en los estudios del lenguaje, además de ser uno de los grandes críticos
de la guerra como estrategia política de su país. La teoría, denominada gramática generativa
transformacional, parte de una idea prodigiosa: cada vez que usamos el lenguaje, en cierto
sentido lo creamos, lo inventamos, debido a que cada hablante emite enunciados
provocativamente nuevos. Si tratamos de recordar, por ejemplo, alguna oración de lo escrito
hasta aquí (excluyendo el íncipit del Quijote) resultará infructuoso. Las situaciones de
comunicación son tan distintas unas de otras que requieren poner a prueba pautas creativas. Cada
vez que usamos el lenguaje empezamos a crear pensamientos nuevos. El uso normal del lenguaje
es innovador y potencialmente infinito en su extensión. [Chomsky, N. (1985). El conocimiento
del lenguaje. Madrid, Alianza.]
Es posible imaginar que el empiezo de una novela nos lleva a un lenguaje doblemente
nuevo, expresado por una sintaxis y un vocabulario que ponen en marcha un tiempo que también
es iniciático, como un ritual. El íncipit, si es eficaz, atrapa al lector. El escritor está ya actuando
en su mente; lo interpela con palabras que inauguran un espacio y un tiempo, lo provoca a seguir
o no leyendo. A continuación cito otros seis comienzos famosos de la literatura universal.
a) “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía
había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo....” b) “Todas
las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial
para sentirse desgraciada...” c) “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un
tal... Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté
sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo
todo…” d) "Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes
de que se encendiera la señal roja. En el indicador del paso de peatones apareció la silueta del
hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa
negra del asfalto...” e) “Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue detenido una
mañana sin haber hecho algo malo...” f) “Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban
las trece. Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el
molestísimo viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la
Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvorienta se colara con
él…” A manera de juego, podemos relacionar estos inicios con los títulos y, en un segundo paso,
con los autores. Los escribo en desorden: El proceso, 1984, Pedro Páramo, El ensayo sobre la
ceguera, Ana Karenina, Cien años de soledad.
Cada una desarrolla una trama irrepetible. Si usar el lenguaje común es empezar de
nuevo, esa creatividad iniciática aumenta exponencialmente en la literatura. Los escritores
introducen algo en nuestra mente. Entonces, la lectura es emprendedora por naturaleza sin
importar que tantos libros se hayan leído. Finalmente, si la lectura no resulta satisfactoria, queda
el polo opuesto: la escritura, que sería otra manera infinita de empezar de nuevo, por ser
simplemente lenguaje, sin importar qué tantas páginas se hayan escrito.
[Los autores en desorden: George Orwell, José Saramago, Franz Kafka, Juan Rulfo, Gabriel
García Márquez, León Tolstoi]

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