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El pensamiento
Jean Piaget considera que el pensamiento es acción
interiorizada, cuya primera instancia es "la asimilación representativa
de lo real a los esquemas iniciales del pensamiento, esquemas que
son todavía egocéntricos en la medida en que no consisten aún en
operaciones coordinadas sino en acciones interiores aisladas".
La asimilación representativa de lo real es el recorte que
hacemos con nuestra mirada, con nuestra percepción de un
fenómeno del mundo que nos rodea, generando una representación
interior de ello. Este recorte es egocéntrico porque parte del ego, y al
mismo tiempo, se dirige hacia quien genera este acto. El recorte se
decide desde el observador, y sus intereses, más o menos
inmediatos, van a determinar lo que se recorta, cómo se recorta y
cómo se interioriza. Es decir, cómo es la imagen interna que va a
conformarse.
Sobre un solo fenómeno (aunque nunca el recorte de dos
personas puede ser exactamente igual), dos personas no van a
elaborar la misma interiorización. En este estado, el sujeto que
observa e interioriza, no puede salir del centro conformado por su
existencia y la valoración del fenómeno recortado, y se moverá en sus
parámetros empíricos.
El mundo del niño está dominado por esta forma de
pensamiento. El otro existe exclusivamente merced a esta
observación, subordinado a una relación unilateral, donde siempre
actúa según como él lo ve y no con autonomía, en la cual los resortes
de su discurso o acción son determinados por infinitos componentes,
entre los cuales también existe la relación con el otro, pero no es
único, o frecuentemente no es el determinante. El egocentrismo no
acepta esta multiplicidad de los resortes y observa el mundo
exclusivamente desde sí mismo, para sí mismo. No ve al otro y si lo
ve. Lo hace desde el filtro de este egocentrismo.
La acción práctica, base de este recorte, sin la cual ni siquiera
existe el pensamiento egocéntrico, en su forma elemental y mínima,
aparece en el mundo animal, en cuanto actúa, con la inmediatez
generada por sus necesidades. Tiene hambre, come o ataca, o lucha,
sin pensar, sin meditar, sin saber, sin preocuparse por las
consecuencias. Por eso, no podemos adjetivar la acción del animal.
El león no es bueno o malo porque devora al otro animal. Actúa
sencillamente según sus necesidades, sus instintos, por sobrevivir.
No puede nombrar su acto. El niño chico tampoco. Pero con su
culturalización comienza a hacerlo. Según Benjamin “El hombre
comunica su propia esencia espiritual (en la medida en que es
comunicable) nombrando todas las otras cosas. (...) No conocemos
ninguna lengua denominante fuera de la del hombre."
Este proceso de nombrar, comienza en la instancia del
pensamiento, aunque en su forma elemental, es decir, pensamiento
egocéntrico y por su inmediatez podemos llamarlo también,
pensamiento empírico. Sin lenguaje no hay pensamiento. No se
puede pensar sin lenguaje. Directamente no existe el pensamiento
sin lenguaje. El lenguaje es un tesoro fundamental (si no el tesoro) de
la cultura, del hombre, y al pasar de nuestra condición animal a la
condición humana, el tomar este tesoro es una condición ineludible
para poder convertirnos en humanos. Pero si este paso, que nos lleva
de la acción inmediata al pensamiento egocentrista y con ello se
genera la representación interna y la simbolización externa (lengua),
no está continuado por un desarrollo adecuado, el hombre, aunque
ya haya dejado de ser niño, sigue atado a su egocentrismo, y se
estanca en este nivel.
Por ello tiene que formar otro tipo de pensamiento. Es decir,
debe surgir una capacidad de relacionar e integrar los resultados del
pensamiento egocéntrico, que en este momento deja de serlo o de
funcionar como tal. Estos pensamientos se enfrentan entre sí, ya que
obligatoriamente tienen que considerar la existencia del otro, y
aunque se descomponga inevitablemente el mundo construido con el
esquema de su pensamiento empírico, elemental, de inmediatez,
comienza la conformación de una estructura más amplia y compleja.
Este pensamiento no puede surgir sin previas experiencias, pero
tampoco sin su elaboración, proceso en que el egocentrismo va a ir
perdiendo fuerza.
Cuando un niño de 14-15 meses, por ejemplo, entra en un
lugar y ve una mesa que nunca había visto antes, como tampoco algo
parecido y dice, señalándola, "mesa", podemos capturar un
testimonio mínimo y elemental, pero fundamental de este proceso.
Este niño, en un momento vio, conoció algo. La madre se lo señaló y
dijo “mesa". Esta mesa tenía cuatro patas, era ratona y de madera.
Luego vio otra, y la madre u otra persona, dijo la misma palabra,
aunque ésta tenía dos patas, era alta y de hierro. Y así
sucesivamente. Cuando llega a la mencionada habitación y ve una
mesa de poliester totalmente transparente, de una sola pata, si bien
nunca había visto algo parecido en materia de mesa, sin embargo va
a nombrarla como tal. Eso significa que pudo interiorizar no sólo
varias imágenes mesa, sino que pudo sustraer de ellas una idea, en
que todas coinciden, y a su vez, esta idea puede proyectarla sobre
una nueva mesa, quizás totalmente diferente, pero en la cual alcanzó
a reconocer la idea conformada por su propia experiencia anterior.
Pudo abstraer de lo concreto, de lo empírico, sensitivo, de lo
particular, una idea. En este caso, la idea de la mesa, digamos la
“mesaidad". El ejemplo es elemental, pero sirve para poder
desarrollar los siguientes conceptos.
Frente al pensamiento empírico, egocentrista, en su versión
abstracta, ya no se puede seguir operando con esta vinculación
unilateral, con el mundo y sus componentes. Junto a ello se va a ir
constituyendo el pensamiento operativo, en base al cual el hombre
podrá abandonar la inmediatez y actuar valiéndose de las ideas
elaboradas y operar sobre su mundo exterior con la mediatez del
pensamiento abstracto.
Este proceso es filo y ontogenético. Pero mientras que el
hombre ya recibe la ayuda de la cultura, por el lenguaje y los
pensamientos elaborados y acumulados, la humanidad en sus
albores, a lo largo de infinitamente lejanas épocas, tenía que
elaborarlos desde cero.
Podemos pues distinguir dos tipos de pensamiento,
basándonos en lo desarrollado hasta aquí. Ello son: el pensamiento
mágico y el pensamiento científico. El pensamiento mágico opera
precisamente con la inmediatez y con su correspondiente limitación.
Eso es, en base a una experiencia, establecer una constante, y
reducir la relación efecto-causa a una vinculación unilateral.
Un día alguien se pone zapatos marrones, sale a la calle y se
larga a llover. Luego de un tiempo, esta persona otra vez hace lo
mismo, y otra vez se larga a llover. La tercera vez, cuando está por
ponerse los mismos zapatos, piensa que seguro va a llover y si la
lluvia lo imposibilita de algo importante que tiene que hacer, es
probable que no se los ponga. Y eso puede suceder con cualquier
persona, independientemente de su grado de conocimientos
científicos. A todos nos sucede, de una u otra manera.
¿Qué pasa aquí? Unimos un efecto (lluvia) con una causa
(zapatos marrones) que entre sí no pueden tener ninguna relación de
esta índole, y operamos a partir de ello (no se ponen aquellos zapatos
para no "provocar" lluvia). La relación entre efecto y causa no está
avalada con experiencias empíricas y múltiples, elaboradas a su vez
en sus complejidades, conceptualizadas y teorizadas. La fórmula, “si
hago tal cosa sucederá tal otra", no es otra cosa que el testimonio del
pensamiento mágico. Pero eso sólo, en sí, no agota el pensamiento
mágico.
Una vez, allá en el mundo prehistórico, el hombre primero sintió
que llovía, como algo a lo que respondía con una actividad sensorio-
motriz. Como lo haría un animal. Luego pudo recortar el fenómeno y
nombrarlo. Y también responder a este hecho ya no desde la
actividad sensorio- motriz sino con generación de cultura, es decir,
haciendo algo para evitar las consecuencias negativas de la lluvia,
como por ejemplo, construir algo para albergarse.
Al mismo tiempo va a nombrarlo. Y con ello ya podrá comenzar
a indagar sobre su causa porque pudo aislar el fenómeno de un
mundo infinita e ilimitadamente continuo, sin separación de sus
componentes.
Va a preguntarse: ¿Por qué llueve? Y esto es un adelanto
enorme. Ya empieza a estructurar su mundo. La respuesta no va a
ser aprobable por nosotros. Depende en qué período y en qué área
cultural se efectuara, pero podría haber sido así: Porque el Gran
Felino así lo quiere, porque me comporté bien, le ofrecí regalos,
porque hice lo que hay que hacer. O en caso en que la lluvia causara
daño, inundación diluvio, etc., las respuestas podrían ser: Porque no
me comporté bien, porque no le ofrecí regalos, porque no hice lo que
hay que hacer, porque el Gran Felino así lo quiere. Esta deidad puede
tener distintas formas (la antropomorfa en general es posterior a la
zoomorfía, pero pueden convivir, mezclándose; también puede ser
deificada una planta, incluso un objeto o un fenómeno inorgánico
como una roca, una piedra, la tierra, etc.) Pero siempre se ubica en
lo sobrenatural con los poderes correspondientes.
Cuando un grupo se apodera de la acumulación de los
conocimientos empíricos, va a surgir, como representante de lo
sobrenatural, como la escucha de su voluntad e intermediario
todopoderoso entre aquel mundo y el mundo concreto, vivido por los
hombres. Entre un más acá y un más allá.
Mas, sin el pensamiento mágico no nacen los mitos o las
religiones, ni tampoco hay arte. Pues esta forma de pensar también
apela a lo no comprobado, no elaborado, no conceptualizado; a lo
aparentemente imposible. Pero los posibles surgen también por esta
aventura maravillosa de la existencia interior del hombre, como
veremos más detalladamente en los capítulos Arte y mito y Lo bello y
lo feo.
El pensamiento científico no podría existir sin esta experiencia
previa de lo mágico, mitológico. El pensamiento científico en su forma
clara, nace con la filosofía. Aunque es imposible reducir este
acontecimiento a una fecha, porque a lo largo de los siglos va a ir
gestándose como pensamiento protocientífico. Sin embargo,
marcaría una fecha representativa. Thales, fundador de la Escuela de
Mileto, rico comerciante, luego de viajar por sus actividades,
frecuentemente a Mesopotamia y contactarse con el pensamiento
protocientífico de aquella cultura milenaria, se dedicó exclusivamente
a la filosofía, esta inclinación, este deseo por la lucidez, este deseo
por entender mediante la generación de ideas y su relación con los
fenómenos concretos. En 585, aplicando los cálculos elaborados por
los babilónicos, Thales predice el eclipse solar. Ya no es suficiente su
explicación con la ira de los dioses, con la voluntad divina. Digo no es
suficiente, pues la presencia de la voluntad de los seres supremos
durante muchos siglos va a acompañar a la observación y explicación
científica.
El pensamiento científico también dispone, en su desarrollo y
en su presente, de varias instancias. Muy sintéticamente y corriendo
el riesgo de una actitud simplista, podríamos marcarlas de la siguiente
manera.
El pensamiento científico, en su generalidad, no reduce la
relación efecto-causa a experiencias mínimas sino que se propone
incorporar gran cantidad de posibles en su área de investigación, y a
partir de ello, busca lo general, entre ello. Al mismo tiempo establece
así lo diferente también. El resultado será cotejado con las
edificaciones cognoscitivas existentes, y a partir de ello, opera como
su nuevo constructor, con previas puestas en crisis.
Nace un nuevo conocimiento como resultado necesario y
máximo del pensamiento. Popper confirma: “El conocimiento no
comienza con percepciones u observaciones o con la recopilación de
datos o de hechos, sino con problemas. No hay conocimiento sin
problemas pero tampoco hay ningún problema sin conocimiento." El
pensamiento científico de ninguna manera puede apañar el orden
existente en aquello que nosotros hasta este momento consideramos
como saber, o, dicho de otra manera, en la edificación cognoscitiva
hasta ahora válida. Esta tarea, las distintas corrientes del
pensamiento científico, de la filosofía, va a ser cumplida de muy
distinta manera. Podemos hablar fundamentalmente sobre dos
tendencias. El pensamiento positivista o método positivista y el
pensamiento dialéctico o método dialéctico.
Ambos existen, desde que existe la filosofía, aunque su
nombre tenga origen en épocas muy distintas.
Pensamiento positivista
El pensamiento positivista adquiere su nombre en el siglo XIX.
Comte en su Discurso sobre el espíritu positivo proscribe todo lo que
es metafísico y considera como único factible y valioso, como
postulado gnoseológico, el estudio de los hechos concretos, o sea,
según él, de la realidad. Para él, como para el positivismo, en todas
sus versiones previas y posteriores, no hay más saber, en el sentido
estricto de la palabra, que el científico (aclaro, que aquí “científico" de
ninguna manera involucra las ciencias humanísticas, sociales, sino
exclusivamente se refiere a las ciencias naturales). Si un fenómeno
no cabe en la estructura lógica de las ciencias naturales, va a carecer
de valor y está considerado como tautología, charlatanería, algo
totalmente inútil.
Según Comte, la historia había pasado por dos etapas
anteriores. La etapa de la teología, donde el protagonista era el
sacerdote; luego por la etapa de la metafísica, con el filósofo y ahora
estamos en la tercera, o sea, en la etapa positiva, donde la figura
principal es el científico (siempre se trata de las ciencias exactas
incluso la sociología aparece como "física social"). La palabra
"positivo" según esta filosofía designa lo real, por oposición a lo
quimérico; lo útil (Voir pour prévoir), contra lo inútil (es decir que no
da provecho práctico); la certeza, contra la indecisión; lo preciso,
contra lo vago; lo positivo, contra lo negativo; lo relativo, "en
sustitución de lo absoluto". Como vemos, el hombre se recorta aquí
como un elemento, útil y productor, carente de subjetividad, sin
proyección hacia el más allá de lo concreto y lo provechoso. En este
concreto todo es medible, pesable y tangible. Lo que no lo es, no vale.
Según esto, los logros concretos y determinados por la escala de
valores de la sociedad industrial, van a justificar una acción y en
última instancia la vida de una persona, aceptándola o descartándola.
Todos estamos educados con esta forma de pensamiento. La historia
está enseñada, en todas partes del mundo, como una acumulación
de datos y fechas. La geografía, por ejemplo, se convierte en una
especie de depósito de alturas y kilómetros cuadrados, en lugar de
aprender cómo vive la gente en tales condiciones y cómo es su
respuesta a determinados solicitantes. Así también la historia del arte
será la historia de fechas de nacimiento y muerte de los artistas,
dónde están expuestas sus obras y qué técnicas utilizaban para ellas.
En el mejor de los casos se llega a un análisis descriptivo, es decir,
cuenta lo que es inmediatamente visible o audible.
Hay un cuento folclórico, frecuente en los países
centroeuropeos. En una aldea, ubicada al pie de enormes montañas,
se dice que cuando hay truenos, tempestad, tormenta, avalanchas u
otras calamidades naturales, es porque unos duendes que viven allí
arriba en las nieves eternas, están tirándose piedras. Había un
cazador, recién casado, que quería indagar sobre esta historia.
Decide subir para ver qué pasa y efectivamente cuando llega bien
alto, ve a los duendes que justo en ese momento empezaban a tirarse
las piedras. Pero uno entre ellos, se da cuenta de la presencia del
cazador, y le tira su piedra. El cazador, por el golpe, se cae y se
duerme. Cuando se despierta, ya no hay nadie. Baja por el mismo
camino, llega a la aldea, pero con gran asombro constata que no es
su aldea. La gente, totalmente desconocida para él, está reuniéndose
en una fiesta. Y allá ve a una mujer vieja que tiene llamativa
semejanza con su joven mujer y a un joven que le resultaba muy
parecido a él mismo. Alguien le muestra un espejo y allá con estupor
observa su imagen: es un anciano.
Aquí termina el cuento. Cuando yo escuché esta historia tenía
cinco años. Registré la historia con sus imágenes generadas
internamente. Si hoy, no pudiera leer otra cosa, sólo lo que registré
en aquel entonces, es decir, el relato en sus acontecimientos
sucesivos, me preguntaría, ¿qué es lo que pasó, o no, a lo largo de
todos estos años, para que hoy no lo entienda de otro modo, no pueda
alcanzar y generar otro significado? Por ejemplo. Podemos
acercarnos a un análisis desde un punto de vista antropológico: ¿Por
qué es el cazador quien sube, quien pregunta, quien averigua?
Podemos hacer lo propio desde lo histórico: La conformación de una
sociedad aldeana, ¿En qué momento entra en crisis? ¿Cómo lo
registra la memoria colectiva de este momento? Y así sucesivamente.
Podemos ver también desde el siguiente ángulo.
El cazador, quien no se conformó con un saber establecido y
quiere indagar por su propia cuenta ¿por qué será castigado por los
duendes? Pues su desmayo y su sueño le consumieron una
importantísima parte de su vida. Subió joven y, volvió anciano. El
hombre joven era su hijo, y él perdió de esta manera la vida. El castigo
de los duendes aquí expresa una voluntad de no saber, la voluntad
de aquéllos quienes en una forma oral, a lo largo de muchos años
fueron componiendo este cuento. Y ellos mismos son quienes no
toleran la indagación sobre su falso saber, sobre su falsa conciencia,
sobre su edificación cognoscitiva. El miedo al saber es el miedo a la
libertad, como diría Fromm. Cuando alguien, perteneciente a una
estructura, la pone en crisis, ya sólo por la pregunta, no será querido
y aceptado por los componentes de esta estructura. Este castigo al
saber, aparece a lo largo de la historia, desde Adán y Eva quienes
fueron expulsados del Jardín del Paraíso, por haber probado el fruto
del árbol del saber, pasando por Ícaro, quien cayó al mar, porque sus
alas de cera, al acercarse demasiado al Sol (saber) se derritieron; por
la historia de Prometeo, etc., hasta la película Missing, donde el
protagonista no está castigado por lo que hace sino por lo que sabe.
Son algunos pocos ejemplos entre los infinitamente muchos.
Volviendo a la historia del cazador, podríamos seguir
analizando mucho más profundamente, desde muchísimos aspectos,
pero adonde quiero llegar es a que, el cuento, no es la historia mínima
de los duendes y el personaje condenado, sino que detrás de esta
capa de la historia primaria se abren sucesivas posibilidades de
interpretación y penetración en otros saberes.
El positivismo no se propone este permanente levantar de los
telones sucesivos, sino el quedarse en la superficie, y describirla con
minuciosidad. Pues la superficie, lo empírico, lo comprobable es lo
real para este pensamiento. Y Io que no lo es no debe interesarnos.
El llamado materialismo mecanicista, es cronológicamente
anterior al positivismo de Comte, pero es inseparable de él. Hasta
ahora funcionar como determinante del pensum de nuestro mundo,
reduce las relaciones del mundo, del hombre y de su sociedad a una
linealidad de efecto y causa.
Veamos un ejemplo de ello. Un día alguien no cena, porque en
su heladera no había nada, porque la persona con quien convive, no
se preocupó de ello. Por la mañana, por el hambre, decide abrir un
frasco de mermelada, y este frasco se rompe; tiene que limpiar el
piso, pierde tiempo, llega tarde al tren, por eso decide tomar un taxi.
El taxi choca y él como consecuencia del accidente se rompe una
pierna. Cuando está en condiciones de pensar, lo hará de este modo:
él sufre esta desgracia porque la persona con quien vive no le dejó
comida en la heladera. No se le ocurre, que él hubiera podido ir a
comprar algo en un lugar abierto, por la noche; que rompió el frasco
por su torpeza: que hubiera podido dejar todo sucio si tenía que
apurarse tanto y en última instancia ¿qué relación verdadera tiene el
accidente del taxi con la mermelada o con el inculpado? Eso ya roza
el pensamiento mágico. Aparentemente pretende una construcción
lógica, sólida y encadenada por realidades comprobables. Pero
precisamente, por reducir a la linealidad de los sucesos de un solo
efecto y de una sola causa, deja de ser en última instancia, científico,
y peca de mágico, sin tener las ventajas del pensamiento mágico, o
sea, la generación poética.
Este método (si se lo puede denominar así) es terriblemente
frecuente, y sirve para distorsionar la realidad en su multiplicidad y
complejidad.
Con el pensamiento positivista se ordena todo y eso ofrece su
correspondiente "ventaja". Pero este orden es un orden coercitivo,
porque está impuesto desde afuera y no generado desde dentro,
suponiendo que los elementos para ordenar no tuvieran voluntad,
personalidad, deseo, vocación, posibilidades y condiciones propias.
El orden del positivismo, o sea, el orden de la superficie y de la
masificación, es el orden de los sistemas totalitarios también, llevando
a una escala más cruel, más descarnada, más abarcativa e impuesta.
El orden generador es una estructuración dinámica que
permite incorporar lo nuevo, puede desestructurarse y con ello
renovarse permanentemente. Pero eso ya no cabe en el positivismo.
Como la burguesía en el final del siglo XVIII, comienzo del siglo
XIX, todavía no está sólidamente instalada en el poder, acepta la
teoría de Hegel del inevitable movimiento histórico, según la cual el
esclavo, en un momento o en el otro, se rebela contra el amo
(volveremos a este tema más explícitamente en este mismo capítulo),
convirtiéndose así en el nuevo amo. Pero cuando a partir de los
movimientos sociales, más o menos desde la década 40 del siglo XIX,
se da cuenta con estupor, que él, siendo el nuevo amo, está
enfrentado con el nuevo esclavo, lo niega e intenta descartar el
concepto dialéctico de la historia, porque según eso, su poder no es
infinito, y su propuesta, como la de cualquier poder, es perdurar hasta
la eternidad. Ser eterno. Para eso tiene que negar el pasado (cuando
él fue sólo un esclavo) y tiene que negar el futuro (cuando él quizás
ya no será amo). Necesita una filosofía, una cosmovisión, una
metodología de pensamiento que descarte el factor tiempo, el factor
cambio, de su estructura, y eso es precisamente el positivismo, según
el cual estamos, en la época del capitalismo, en una especie de
paraíso terrenal.
El tema del paraíso ya viene de Hegel, quien contradiciendo
toda su metodología dialéctica, declara el Estado prusiano como
paraíso, ya existente. Por su lado, Kierkegaard, fundador del
existencialismo, también promete el paraíso, en cuanto llegamos a la
verdad divina, según él, en la época teológica. Pero también Marx,
desde su ideología y filosofía, tan distintas de las mencionadas,
promete el paraíso terrenal, bajo el nombre de comunismo, tan
aprovechado por sistemas represivos. El positivismo declara como
paraíso algo que ya existe, lo que es concreto, lo que es poderoso. El
sistema imperante, triunfante. Y precisamente porque estamos en
este famoso paraíso, ya no hace falta cambiar nada. Amén de todas
las otras consecuencias, sumamente dañinas, de esta filosofía,
también, y muy fundamentalmente, aparece la negación del tiempo.
La duración bergsoniana aquí no tiene cabida, ni nada que pudiera
considerar de manera distinta la existencia humana y su vínculo con
el mundo exterior.
En base a esta enseñanza positivista nosotros vivimos por los
logros, valorados según una escala preestablecida. Corremos detrás
de estos logros, fijamos nuestra mirada sobre ellos, nos
subordinamos a ellos, y el proceso, el camino, la verdadera
construcción y su correspondiente goce, no será valorado
suficientemente, o será desconocido o negado. Como si el hombre
estuviera segmentado en estos saltos, de logro en logro, y no
existieran los caminos que los unen, se entrecortan, aunque son las
verdaderas líneas de fuerza de esta construcción. Así pasamos la
universidad, y después de un tiempo, nos damos cuenta que en lugar
de gozar de un proceso de aprendizaje, de una generación de nuevos
saberes, etc., todo fue supeditado a exámenes, y a su máxima
culminación, a su gran reconocimiento, es decir al diploma: que por
otro lado es sumamente importante en cuanto parte de un código
social y como un testimonio de la condición de poder ejercer una
profesión. Pero no lo único. El camino de lograrlo debería ser tan
importante como el certificado sobre este camino. Por supuesto, eso
es sólo un ejemplo, sobre la actitud positivista.
El pensamiento dialéctico
El otro método del pensamiento, es el dialéctico.
Etimológicamente significa "arte de la conversación entre dos". Tan
antiguo como las grandes tradiciones de la filosofía occidental. O casi
tan antiguo. Sócrates, como sabemos, no deja nada escrito, era
ágrafo (porque no sabía escribir, o porque no quería escribir, quizás).
Su alumno más destacado, Platón, en sus famosos Diálogos,
transcribe tanto los pensamientos de su maestro, como así también
sus métodos. En estos Diálogos, aparece alguien (el mismo Sócrates,
frecuentemente) quien expone una ¡dea y un interlocutor, que indaga
o también la contradice. Tras un prolongado diálogo, surge el
concepto construido entre los dos, que ya no es la suma de dos
opiniones, sino la creación entre las dos. Pero es ya nueva. Si la idea
propuesta es la tesis, y la contraria es la antítesis, lo que nace, es la
síntesis. Una sola tesis puede generar múltiples antítesis y por ello,
pueden surgir varias síntesis. Cuando esta confrontación logra
generar una síntesis, al mismo tiempo es una nueva tesis, que
inevitablemente va a provocar su propia antítesis, varias antítesis. Y
el proceso es infinito. Cuanto más rica es la tesis, generará mayor
cantidad de antítesis.
No ofrece el orden mencionado arriba, en el caso del
positivismo. Es decir, el orden a priori, "seguro", impuesto desde
afuera, sino con una complejidad, que en primera instancia aparece
como “desorden". Evidencia, en cambio, un movimiento generador de
orden interior. Ello surge del encuentro de los múltiples componentes,
de las múltiples y nunca sistematizadles, más bien nunca petrificables
realidades de la existencia natural y humana (individual y social).
La dialéctica puede existir sólo y exclusivamente si hay una
aceptación de la opinión, de la realidad del otro, es decir, aceptando
la alteridad. Si no se la acepta, no sólo se elimina la alteridad, sino
que se elimina aquél que la niega. Uno es porque es su propio otro,
dice Hegel El hombre es en cuanto es parte de la sociedad, por
ejemplo. Si el individuo no acepta eso, y niega la existencia de la
sociedad, antes o después, también se destruye a sí mismo. Y si la
sociedad no reconoce al hombre como individuo, como sociedad va
a ser enferma, y va a llegar, antes o después, a su propia destrucción.
Como muestra Fellini en su película Ensayo de orquesta.
También es verdad que estos dos elementos (individuo y
sociedad) existen en su alteridad, pero sólo pueden hacerlo, cuando
luchan entre sí. Porque la voluntad de la sociedad y la voluntad del
individuo se contraponen, se tensionan, luchan entre sí. La unidad y
lucha de los contrarios, concepto hegeliano, permiten la generación
de lo nuevo. Permiten surgir la síntesis, el movimiento, el desarrollo
del hombre y su mundo.
Con ello no se puede ubicar los fenómenos en la famosa grilla
cartesiana, como tampoco se puede encerrar la vida en un cuadrado,
dentro de 90°, pues la vida no lo va a soportar y para hacerlo, hay que
violentarla, empobrecerla. El orden de la dialéctica es generador.
San Agustín en sus Confesiones, frente a este fenómeno,
exclama: “¡Qué bella cosa es la dialéctica!". Percibió, entendió esta
riqueza generadora de la complejidad de la vida y la posibilidad
analítica dialéctica, no sólo para entenderla sino también para
regenerarla.
Santo Tomás de Aquino descubre que en la vida está la muerte
como en la muerte, la vida; una no podría existir sin la otra.
El pensamiento dialéctico no es el mito del eterno progreso,
según el cual, siempre estamos mejor hoy que ayer. Pero si vemos
en su dimensión la historia, podemos entender que sólo sucedieron
cambios, sucedió un adelanto, mejora para la condición humana, en
sentido espiritual y también material, cuando se incorporó lo diferente
y se generó con ello algo nuevo. Lo viejo no desaparece, sino que se
incorpora en otra jerarquía.
La historia
¿Qué es la historia? titula con esta pregunta su brillante libro el
historiador inglés Carr. Plantea lo siguiente. Si alguien junta todos los
libros, documentos y trabajos sobre, por ejemplo, los griegos, ¿va a
conocer con ello a los griegos? Su respuesta es negativa. Porque sólo
se puede saber lo que escribieron sobre ellos, aquellos que fueron
avalados por el poder ateniense, desde la mirada, desde los intereses
de Atenas. Qué opinaron los esclavos, los campesinos, las mujeres,
los espartanos, los corintios, los persas, etc., no está en este archivo.
Más bien, no está en ningún archivo. Y eso significa que hay una
historia que conocemos, y hay una historia sumergida, como dice
Foucault.
La dialéctica del amo y esclavo de Hegel plantea lo siguiente.
La unidad y lucha de los contrarios permiten y demandan por
esta estructura. El amo es amo por el esclavo y el esclavo es esclavo
por el amo. Pero mientras el amo tiene conciencia sobre ello, el
esclavo no. Cuando el esclavo empieza a verse como tal, o sea, toma
conciencia sobre su condición de esclavo, empieza el camino hacia
su liberación. Primero tiene que nombrarse como tal. Decir “soy
esclavo”. Eso es la condición para poder decir después “y no quiero
serlo”. Hablamos sobre sistema, cuando todos los elementos de una
estructura se ordenan de tal manera que se interdeterminan, se
interinfluencian, frente a cualquier efecto exógeno. Cuando estos
elementos todavía no están relacionados entre sí, todavía no se
conforman en estructura, sus componentes surgen y se agrupan al
azar y sin jerarquización, proponiendo miles de posibles, pero
también miles de imposibles, hablamos sobre sistema preclásico o
arcaico o formativo.
Al estructurarse estos elementos, se jerarquizan, se descartan
unos, se subordinan otros, cada componente se ubica en una
situación de interdeterminación, se establecen los roles. La
respuesta, frente a los demandantes y solicitantes exteriores, va a ser
positiva; ya que el sistema se autodefiende, rechazándolos o
integrándolos. En este caso hablamos sobre sistema clásico o en
auge.
Cuando el sistema ya no puede defenderse, y la respuesta va
a ser negativa, va a ir descomponiéndose y surge el sistema
postclásico o decadente.
Pero cada sistema postclásico, como un encadenado fundido,
se mezcla ya con el preclásico de un nuevo sistema. Porque si no
fuera así, cada sistema tendría que empezar desde el punto cero,
y.eso es imposible, porque la cultura, como veremos en el capítulo
Antropología y Arte, sobrevive a sus portadores.
El sistema negado por el nuevo, por el triunfante, sobrevive
precisamente por esta negación, pues sus partes serán incorporadas,
aunque subordinadamente. Este nuevo, al describir su propio ciclo,
va a generar su propio antagonismo, y con ello, tras ser vencido,
sobrevive.
La riqueza de este proceso reside en cada época superada,
negada; es más rica, más amplia, y por ello, el sistema siguiente va a
tomar esta mayor riqueza, para que al ser vencido, pueda aportar lo
acumulado al nuevo. Hegel llama a este proceso la negación de la
negación, aunque este incesante movimiento, de ninguna manera
llega a describir una línea recta, sino que se hará más bien con
patéticas idas y vueltas. Sin embargo, el crecimiento es permanente.
Como una espiral invertida, se da vuelta, se levanta sobre sí misma,
describe otro círculo, pero mayor y más complejo, con más carga y
más riqueza del pasado, ofreciendo mayores posibilidades, aunque
también mayores riesgos.
Los elementos constitutivos de un sistema agotado van a
formar parte, en otro orden de las cosas, en otra composición
jerárquica del futuro, en el nuevo sistema surgente. Pero, ¿por qué se
debilita un sistema? ¿Por los fenómenos exógenos? Pero ¿por qué
hasta un tiempo, en el período de clasicidad, la respuesta es positiva,
y a partir de un momento, no? ¿Por qué Roma llega a la decadencia?
¿Por los bárbaros? Pero los bárbaros llegan a Europa ya antes de
nuestra era, y Roma logra subordinarlos y organizados en las
provincias, incluso en una estructura, como tal, brillante, de la Paz
Romana. Y, a partir de un momento, ya no puede sostenerla, y cae
Rómulo el último emperador, quien se dedica a criar pollos, feliz y
aliviado, entrega el poder al bárbaro Odoacro, al nuevo dueño de
Roma, con tal que le dejen seguir con su hobby, en paz. En el siglo
XVIII María Antonieta y Luis XVI ya no se preocupan por concentrar
el poder en el espacio omnipotente de Versalles sino que se retiran al
Pequeño Trianón, y la reina, incluso a su aldea, que parece más un
conjunto de casas de muñecas, delirante y grácil, que cualquier otra
cosa; menos que menos una expresión de poder. Allá, está la
decadencia convertida en signo, en este caso, arquitectónico. Si
comparamos Versalles, Gran Trianón, Pequeño Trianón con sus
pabellones, y la Aldea de la Reina, podemos ver, como en
relativamente corto tiempo y en tan reducido espacio va declinando
el poder desde el Absolutismo perfecto hasta la insignificancia y la
descomposición.
Pero Roma no cae por los bárbaros, tampoco María Antonieta,
al haber enojado a la gente con su lujo y costumbres, causó la
Revolución Francesa. El sistema esclavista de Roma desde adentro
fue debilitado, igual que el sistema feudal, desde sus entrañas,
porque cada período clásico, irremediablemente, inevitablemente,
está preñado con su propio antagonismo.
Este embrión va a ir creciendo desde adentro. Va a generar
cambios cuantitativos. El burgués, en el siglo XII, XIII, XIV, es débil y
dependiente, pero va a ir fortaleciéndose, obteniendo poder
económico. Cuando los cambios cuantitativos ya se acumulan y el
burgués acumula, a su vez, suficiente poder económico, surge el
cambio cualitativo, es decir, asalta victoriosamente el sistema
existente, y se genera la revolución, logrando el poder político. El será
el nuevo amo, y se conforma el nuevo esclavo. El antiguo amo, de
quien es heredero el nuevo, va a ir desapareciendo, aunque cultura
será incorporada en el nuevo sistema. Este fenómeno, este suceso,
permite que un sistema pueda ser punto de partida para el otro, el
nuevo, el triunfante, pero que el superado, subordinado, pueda
también participar en la conformación del nuevo.
La historia es la historia de este movimiento, tanto desde la
imposición y la subordinación, como desde la acumulación de las
experiencias, el replanteo de las relaciones, el cambio de estructuras.
Desde el amo y desde el esclavo.
La historia como documentación, como disciplina en cualquiera
de sus versiones está escrita por el amo. Permitida, conceptualizada,
elaborada, fijada, documentada, ensenada, impuesta, por el amo. La
historia desde el esclavo no está escrita, está sumergida en el olvido.
Foucault aboga por una arqueología del saber; por la reconstrucción
de una estructura, donde según la dialéctica del amo y esclavo, si hay
una historia desde el poder, también debe haber una historia desde
lo contrario. Para poder encarar la reconstrucción de una estructura,
tenemos que apelar al pensamiento dialéctico: en cuanto existe algo,
existe en su alteridad. Una historia enfocada sólo desde uno de los
componentes de la unidad y la lucha de los contrarios, es falsificar la
historia. La historia de la historia, y la historia de todo lo que conforma
la historia. Foucault hace este proceso desde la historia de la locura,
de la medicina, de la legislación, de la sexualidad, del saber, pero
también ofrece metodología para hacer la de cualquier fenómeno,
como por ejemplo de la estética o del arte, Dice en su libro Historia
de la sexualidad: "Los libros científicos, escritos y leídos, la consultas
y los examenes, la angustia de responder a las preguntas y las
delicias de sentirse interpretado, tantos relatos contados a uno mismo
y a los demás, tanta curiosidad tantas numerosas confidencias cuyo
escándalo sostiene, no sin temblar un poco de ser veraz, la pululación
de fantasías secretas que tan caro cuesta cuchichear a quien sabe
oírlas, en una palabra: el formidable "placer del análisis" (en el sentido
más amplio de la última palabra)."
Frente a este placer del análisis, como producto de oír y decir,
de prestar atención, preguntar, indagar, animarse a los nuevos
saberes, a entenderlos, incluso a construirlos, aparece como pesado
velo lo que dice Yourcenar en Un hombre oscuro: “Se ocultaban todo
o se gritaban todo en voz muy alta". Entre el grito y el silencio, la
imposición y el sometimiento, no hay lugar al “placer del análisis".
Directamente no existe el análisis.
La historia es como el mar. El agua viene desde las entrañas
de la tierra y retrocede para realimentarse. Todo se mueve. Todo es
vivo. Uno es parte de esta agua-historia. Es viviente, entregado y
enfrentado al viento, a la lluvia, al agua, que va y viene. Es parte de
todos estos elementos, y constructor, al mismo tiempo, de ellos.
Lo racional y lo irracional
Siguiendo el camino por la búsqueda de la Idea perfecta que
es generalizable en este mundo, inevitablemente llegamos a la
deificación de la Razón. Para ello, desde el vamos, se debe suponer
que existe una solución, una verdad determinada a priori; es cuestión
de indagar sobre ella adecuadamente, de encontrar el buen camino,
de elegir lo verdadero, en lugar de lo falso. Esta elección depende de
cómo tomamos los modelos existentes, cómo cotejamos con ello el
nuevo fenómeno, en cuestión. El modelo existente entonces no
tolera, porque no puede tolerar, el resultado de la nueva experiencia,
nueva no porque repite el esquema, sino nueva porque acepta los
nuevos hechos producidos por el fluir de la vida, de la historia. Si este
cotejo da resultado positivo entonces lo adjetivamos como racional.
Si le prestamos atención a nuestra habla nos sorprende, el
darnos cuenta, que lo racional frecuentemente es sinónimo de lo útil.
Pero el racionalismo no es sólo eso. También significa, basándose en
experiencias elaboradas y procesadas, bajo la luz del saber existente,
el rechazo del desborde de la voluntad destructora, de la imposición
de uno sobre el otro, la propuesta de mirar la vida y sus aspectos, ya
no desde un punto de vista todopoderoso y omnipotente, sino desde
sus propias condiciones y necesidades.
Dice Bachelard en su Epistemología "Es posible otro
racionalismo general, que tomaría posesión de los racionalismos
regionales, al que llamaremos racionalismo integral o más
exactamente racionalismo integrante". Este racionalismo no opera
con verdades a priori, sino que genera el resultado después de
estudiar e integrar la multiplicidad de diferentes instancias, a
posteriori. Este racionalismo no impone desde el vamos el modelo,
sino que actúa con la riqueza de la relatividad, entre espacios,
tiempos y sociedades. Eso significa, que no apela a una construcción
estática, sino que reconoce permanentemente lo diferente, y
reacciona adecuadamente a la alteridad. Podemos llamarla,
entonces, siguiendo a Bachelard, racionalismo dialéctico. No apela a
la generalidad, a lo universalmente válido y eternamente aplicable,
sino sencillamente a la elaboración y aprovechamiento de los nuevos
saberes, nuevas experiencias y su teorización.
La razón fue deificada entonces, con el advenimiento del
Capitalismo, y con eso se convirtió endemonio la irracionalidad. No
hay cosa más irracional que deificar la razón e intentar negar la
irracionalidad, o sea un área fundamental de la vida humana, en su
escala individual y en su escala social. Lo irracional es aquello que no
podemos incorporar a nuestros esquemas cognoscitivos. Porque
todavía no logramos nombrarlo, porque no lo entendemos, porque ni
siquiera lo percibimos, porque si lo entendemos, acaso le tememos,
porque no podemos darle una explicación adecuada a la estructura
existente y nos causa pánico el hecho de que esta estructura no nos
ampara, porque es endeble, o porque es anticuada. Porque no sirve
para generar una coincidencia mínima. Porque está fuera de la ley,
está fuera de código. Porque sabemos o sentimos que entrar en
aquella área, es trasgredir lo existente, la cultura, saber quizás desde
dón e partimos pero nunca adonde llegamos, si llegamos a algún
lugar. Quizás no, quizás sí, quizás este lugar tenemos que construiré
nosotros, pero sea como sea, es temible.
Podemos definir, desde el punto de vista epistemológico, los
dos conceptos de la manera siguiente. Al racionalismo pertenecen
aquellas vertientes filosóficas que consideran la total cognoscibilidad,
por una u otra vía. Mientras en el irracionalismo se agrupan aquellas
corrientes que desde el vamos, rechazan la total cognoscibilidad.
Empezando con Sócrates quien dice “nunca voy a saber quién soy
yo, pero nunca voy a renunciar a la lucha por saberlo", llegando al
llamado idealismo subjetivo, según el cual sólo existe aquello que yo
conozco, se abre un amplísimo abanico, entre estas tendencias
denominadas irracionalistas. La lucha entre los dos, da la dinámica
del saber humano, si falla uno o el otro, si el racionalismo quiere
devorar la irracionalidad o al revés, existe sólo la destrucción.
Kalakagathia - antikalakagathia
En el mundo trascendente descripto por Platón, las ideas no
están en una especie de amontonamiento desordenado, sino que se
estructuran de tal manera que cada idea se ubica según su jerarquía,
formando una pirámide, en cuyo vértice se halla el Bien. Bien con
mayúscula, pues es prácticamente divinizado. Eso sería fascinante si
pudiéramos concebir el Bien como algo independiente de las
rediciones concretas de un hombre, de un lugar, de un tiempo, de una
constelación social. Pero depende de todo ello, y es
permanentemente cambiante, según quien o quienes lo consideren
como tal. Para Platón el Bien se proyecta al mundo trascendente bajo
la forma del Estado, como institución del poder que determina la vida,
la ley, el orden de la sociedad. Todo es Bien, si es conveniente para
el Estado. Y todo es mal si no coincide con sus intereses o
directamente los enfrenta. La razón de Estado, o el derecho de
Estado tiene su origen en esto como si se tratara de los intereses de
un metafísico Bien, que a su vez es combatiente heroico contra un
metafísico Mal.
A continuación Platón establece la siguiente ecuación. Lo
bueno es bello. Esa es la traducción de la palabra griega,
kalakagathia (que también se puede transcribir como kalokagathia).
Es decir, si es bueno, es bueno porque es interés del Estado, de la
máxima expresión de los dueños el poder. Sólo desde lo bueno,
desde lo deseado y necesitado por el poder se puede generar lo bello.
Cuando Sullivan, en el final del siglo XIX, en Chicago escribe
“La forma sigue a la función”, es su versión capitalista que reedita el
concepto platónico, aunque entre él y el filósofo hubo un sinnúmero
de pensadores, que adecuadamente a sus tiempos y a sus
situaciones, hicieron lo mismo. Y después también. Según todos
ellos, sólo puede ser bello aquello que previamente ofreció las
condiciones de la utilidad. Por supuesto, repito, útil desde el punto de
vista del poder del Estado. Porque puede ser útil para mí algo que es
placentero, que no da intereses concretos aunque me causa
bienestar y me expresa. Pero eso desde el concepto de la
kalakagathia no está considerado como Bien; por lo tanto tampoco
puede ser Bello; por lo tanto no puede pertenecer al fenómeno arte.
En la República descripta por Platón, la conformación ideal y
deseable para él y para quienes son representados por él, cabe y está
considerado como arte por ejemplo la música de trabajo, porque
ayuda a organizar el gesto de quienes trabajan y por ello a aumentar
la producción: también se acepta y glorifica como arte la música de
guerra porque con ello logra mayor euforia y mayor combatividad;
pero la música de baile, no. Esta música no hace otra cosa que
pervertir a los ciudadanos, los distrae de su trabajo y de sus deberes
cívicos, por lo tanto no solamente no es considerada como arte, sino
directamente debe ser expulsada de la República. Aunque ahora ya
sabemos que ciertas músicas de baile también pueden funcionar
como medios manipúlatenos para lograr mejor la voluntad y la
imposición del poder.
Como veremos en el capítulo Lo bello y lo feo, es verdad que
lo bello siempre, de una u otra manera se relaciona con la ley, por lo
tanto con las pautas y necesidades del poder existente. Pero eso no
significa que sólo ello sea arte. De considerarlo así, descartaríamos
del área arte todo aquello que no obedece a la idea platónica o a sus
equivalentes, a lo largo de los siglos. Claro ejemplo de la kalakagathia
es el caso de la producción de diseño gráfico de la Escuela Suiza,
como por ejemplo la señalización de los hospitales, las Olimpíadas,
etc. Ofrecen gran utilidad desde el punto de vista de la Entidad y de
sus necesidades organizativas. Pero como consecuencia (creo yo, no
inevitable) abandona, renuncia a lo placentero, que aparentemente
no sirve para nada, pero expresa lo subjetivo, lo particular, lo
irrepetible. Debe apelar a lo universal y general.
Otro extremo, por ejemplo, es la silla de Mackintosh. Allá en
Escocia, en Hill House, en el salón, entre dos hermosos roperos, una
fabulosa silla. No se sabe cuándo alguien puede sentarse en ella, ni
durante cuánto tiempo (terriblemente incómoda y antianatómica) ni
para qué, pero es hermosísima. No es útil, no sirve para mucho, pero
es una verdadera expresión artística.
Concinnitas - anticoncinnitas
Alberti, arquitecto, tratadista, esteta (renacentista florentino),
determina la belleza de la siguiente manera: lo bello es aquello de lo
que no se puede sacar nada, a lo que no se puede agregar nada, en
lo cual no se puede cambiar nada sin descomponer el conjunto. Esta
regla se llama concinnitas.
Evidentemente, si alguien intentara cambiar una ventana de
arco de medio punto del palacio Pitti, le resultaría difícil poner otra,
pues la obra está compuesta de tal manera que no soporta las
intervenciones posteriores. Por ejemplo, el caso de la capilla Pazzi.
Como vimos, allá todo es un entretejido de las estructuras
geométricas, a priori calculadas. No se puede cambiar nada, ni el
ancho de una pilastra ni la superficie de un casetón, sin descomponer
todo. Como un cubo mágico. Si se cambia cualquier cubito que
compone el total, ya se imposibilita el funcionamiento del todo. Para
esta ideología y su realización artística se debe concebir una situación
que se proyecta a la eternidad, es decir que no soporta los cambios y
la respuesta artística a ellos. Si observamos una fortaleza románica
veremos que el conjunto es producto de una historia, de un
permanente movimiento incorporado y convertido en arquitectura-
espacio. El espacio concinnitas, desde el vamos, niega el tiempo y
sus posibles e inevitables alteraciones. Junto con esta negación de
los posibles cambios también debe proyectar sus espacios o
cualquier expresión artística a hombres repetibles, homotópicamente.
Mientras la aceptación del tiempo significa también la aceptación de
la diversidad del hombre, su condición única, irrepetible, como sujeto,
la estética de concinnitas niega este tiempo, y debe apelar al hombre
universal, ideal, abstracto.
El mismo Alberti da la receta para ello, según la cual se deben
tomar 50 personas, tomar sus medidas, sumarlas, dividir el resultado
por 50, y así obtendremos el hombre tipo. Más exactamente el
hombre modelo, quien se convierte en la imagen para todos, como
meta. Ser igual a este modelo, va a generar el hombre tipo.
La fabricación de este modelo, no sucede por primera vez en
la historia, con Alberti, ni por última vez. Ya los egipcios determinan
cuántas veces tiene que caber la cabeza en la altura del cuerpo, en
la imagen representada. Los griegos elaboran lo propio. Policleto,
para su escultura conocida como Doríforo, en base a un submódulo
preestablecido (el dedo índice, y su multiplicación en cualquier parte
del cuerpo, también rigurosamente calculado) construye el canon la
armonía, la perfección, el cuerpo normal, el hombre modelo. En
Bizancio. La nariz de Justiniano será el submódulo multiplicable, y el
índice de la perfección. Para saltar siglos, ya en nuestros tiempos Le
Corbusier con su Modulor genera el hombre universal, para quién la
arquitectura tiene que responder.
¿Por qué hace falta eso? ¿Por qué el poder reiteradamente
echa mano a la elaboración del hombre modelo-hombre tipo?
Cualquier poder o cualquier artista que da forma a este modelo, sabe
que por establecer estas medidas como condición de la normalidad
no se convierten los hombres en dueños de estas proporciones.
Aunque hay medios de acercarse a ello (deporte, vestimenta,
regímenes, etc.), es sólo un intento, pero no posibilidades. Pero como
modelo, como símbolo de lo bueno, de lo normal, de lo
Bruegel: Juegos infantiles.