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10/09/2021

Reseña
LOS PROFETAS DEL ODIO Y LA YAPA
por Arturo Jauretche

Materia: Investigación Histórica


Docente: Cecilia Meccia
Alumno: Pablo Dufranc

Arturo Martín Jauretche (Lincoln, provincia de Buenos Aires; 13 de noviembre de


1901 – Buenos Aires; 25 de mayo de 1974) fue un pensador, escritor y político argentino.
Publica esta obra en 1957, durante el exilio, y ampliada en 1967. En ella analiza los
factores culturales que le niegan a la Argentina tanto su pleno desarrollo como nación, así
como la prosperidad y el bienestar del pueblo. Sosteniendo una prédica emancipatoria y

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de integración social, responsabiliza a las élites intelectuales, que desde antaño dirigieron
los destinos del país, por obstaculizar el ascenso social de las clases más desfavorecidas,
así como la indefensión nacional, ante todo política y económica, frente a los poderes
extranjeros. En su crítica a la clase intelectual, los acusa de implantar en la clase media, a
través de una penetración ideológica, el desprecio hacia las clases bajas. Exacerbado tal
desprecio por la posibilidad de participación política y ascenso social que tendrán esas
clases de la mano del peronismo, ganándose así este último la enemistad de aquellas
élites, que verán a los peronistas como unos resentidos frente a su propia clase, la “gente
de bien”.

Después de pasar su niñez y adolescencia en Lincoln, Arturo Jauretche se trasladó


a Buenos Aires y simpatizó con el nuevo modelo de integración social promovido por la
Unión Cívica Radical, afiliándose posteriormente al partido. Se destacó como figura
relevante de la Unión Cívica Radical de la línea de Hipólito Irigoyen, cuya facción
promovía una política de inserción de las clases trabajadoras, con las que el origen rural
de Jauretche le hacía simpatizar, ya que desde temprana edad tenía intenciones de
ayudar a los pobres y a los barrios de clase baja para que pudieran formar parte de la
política del país. A partir del primer golpe de estado en época constitucional, que dio lugar
a la Década Infame en 1930, se dedicó a combatirlo desde las armas y la política,
participando del levantamiento de 1933 en Paso de los Libres, siendo apresado tras la
derrota. En 1935, como integrante del núcleo fundacional de FORJA, la agrupación
política disidente del partido fundado por Alem, se alejó ideológicamente del oficialismo
radical, orientándose por una postura más nacionalista democrática. Adhirió al peronismo
a partir del Día de la Lealtad, el 17 de octubre de 1945, atraído por su proyecto de
industrialización acelerada fomentado por el estado. Ocuparía la presidencia del Banco de
la Provincia de Buenos Aires en 1946, desde la cual desarrolló una política crediticia
generosa con los proyectos de industrialización. Después del derrocamiento de Perón por
la Revolución Libertadora, en 1955, se dedicó a escribir en diversos medios criticando las
políticas militares y en defensa de los años de políticas populares peronistas, lo que le
valió la persecución política y el exilio en Montevideo. En este contexto, desde el
extranjero, publicó en 1957 “Los profetas del odio”.

La aparición de esta obra se inscribe durante el período de consolidación y


redefinición del Revisionismo Histórico Argentino, proceso que tuvo sus primeras

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manifestaciones a fines del siglo XIX y principios del XX, con las obras de Saldías,
Quesada o Peña, y que recuperaban la figura de Rosas y los caudillos, demonizados por
la historia oficial Mitrista. Durante la década del ´20 la Nueva Escuela Histórica se enfoca
en estos trabajos y aporta nuevas miradas, apartidarias, dada la lejanía temporal con los
hechos históricos y por los orígenes inmigrantes de sus autores, hasta que surge con
fuerza, a mediados de los años ´30, la corriente netamente revisionista, de carácter
nacionalista y anticolonial, enfrentando a las tradiciones liberales y oligárquicas que
habían decidido los destinos del país, y escrito las páginas de su historia. Para el ´57,
Jauretche representa una corriente del revisionismo alineada con J.D. Perón, asociado
con políticas populares, anti-oligárquicas y anti-colonialistas. En la etapa previa, durante el
gobierno de Perón, el revisionismo logró extenderse y dominar el ámbito académico
nacional.

En “Los profetas del odio” Arturo Jauretche aborda el carácter cultural de la


sociedad argentina para entender los obstáculos que impiden la formación de una
conciencia verdaderamente nacional y unificada, y comienza analizando lo que define
como “Colonización pedagógica”. Se apoya en la descripción que hace Abelardo Ramos
acerca de la penetración ideológica que el imperialismo debe llevar a cabo para perpetuar
su dominio en aquellas colonas, como la nuestra, que en determinado momento alcanzan
un estatus político de relativa independencia. Con este concepto alude a la intención que
las clases dirigentes del país han llevado a cabo, con éxito, a invisibilizar los orígenes
culturales de sus habitantes a través de la educación, imponiéndoles una cultura en la que
prevalecen los valores europeos y los de aquellas sociedades que se consideraban
modernas. El autor sostiene que esta manera de reconstrucción cultural, cuya impronta se
justificaba por el binomio dominante “civilización y barbarie”, fue el aparato “cultural” que
dio origen a la sociedad argentina de mediados del siglo XX, en la que él escribe, y que
resulta funcional a los intereses extranjeros.

En su análisis respecto a la imposición de este aculturamiento concluye que la


superestructura cultural de aquella sociedad, contemporánea suya, no poseía rasgos
culturales propios, autóctonos, sino que se reducía a los modos en que operaba la
formación de la “intelligentzia”, que se impuso con fuerza a partir de Caseros. Con este
nombre Jauretche define la constitución intelectual de aquella cultura, y lo diferencia de la
inteligencia que debiera llevar a reconocer aquellos rasgos culturales de lo propio, de lo

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que corresponde a las culturas y tradiciones que desde los originarios y mestizos se
desarrollaron en estas tierras antes de que la “intelligentzia” opere sobre éstos como una
forma encubierta de colonialismo.

En esta obra, el carácter revisionista de Jauretche dentro del ámbito historiográfico


lleva a combatir aquella superestructura. Plantea la crítica a esta cultura establecida como
un primer paso para recuperar los verdaderos valores nacionales, revisando el pasado, y
restituyendo a los héroes sumergidos por la “intelligentzia” para consagrar a otros más
funcionales a sus intereses. De esta manera, se alinea con el revisionismo histórico que
rescata la importancia de figuras como los caudillos y el mismo Rosas, con quien una
parte significativa de esta corriente historiográfica lo emparentó a Juan D. Perón, y con
quien, a su vez, el autor se veía identificado por su ideología y políticas orientadas al
bienestar de los sectores populares.

El papel que la “intelligentzia” ejerció desde la educación está caracterizado por el


autor por su intervención en todos los niveles educativos. Con una simple y magistral
observación, demuestra cómo subliminalmente se establece, desde la geografía del
planisferio, una sumisión al poder hegemónico de las potencias centrales. Para los
argentinos, que se ven imposibilitados de ubicarse en el centro de aquel mapa, no
pudiendo priorizarse a sí mismos. Para las potencias, que dominan lo que se conoce
como la historia y geografía mundial, cuando en realidad lo es de una pequeña península
de Asia, nos ven diminutos, sin mayor importancia, como “un lejano suburbio del
verdadero mundo”.

Así, describe a la instrucción primaria como un mundo inconexo del mundo real, el
cotidiano, que no está destinada a formar hombres, sino ciudadanos funcionales a las
instituciones que la creó. Califica a la escuela como la transmisora de un conjunto de
saberes y conocimientos globales, mundiales, generales, que en nada se conectan con,
por ejemplo, la flora y fauna autóctonas, o las tradiciones locales, y que en cuyo caso
hasta serán adoptadas otras extranjeras, como la nieve o el Papá Noel de las Navidades
europeas. También hace mención a la historia local oficial, impartida en las escuelas, y
aquella que podía ser recuperada por los relatos de los protagonistas anónimos de la
misma historia, contando la otra campana, o por autores silenciados que escribían “desde
el pueblo”, citándolo a Ernesto Palacio.

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De este modo la educación se encarga de transmitirles a los individuos que la
Patria se vincula con lo institucional, lo cual a su vez se identifica con el liberalismo que
las instituye. De modo que la amenaza a estas instituciones se interpreta con la pérdida
de la Patria, cuando en realidad, fuera de la escuela, ésta es percibida como el lugar en el
que uno nace y habita, y que lo conecta con lo que es genuinamente propio y nacional.
Así la nacionalidad pierde su base para apoyarse en supuestos ideológicos que
emparentan Patria con liberalismo.

En la mirada de Jauretche, el producto de la colonización pedagógica generará


manifestaciones diversas en los distintos grupos sociales, pero presta especial atención a
las clases altas, generadoras de snobs y continuadores de esta tradición que controlaba
los designios de la Nación. Estos personajes cultos que ejemplifica, por ejemplo, con
Victoria Ocampo o Jorge Luis Borges, encarnan la ambivalencia de haberse formado por
una educación europeizada, abrazando su cultura y costumbres, y su inserción e intento
de comprensión de lo autóctono a través de un lente que no se los permite discernir.

Para la educación superior, según el autor, quedará reservada la formación de


aquellos destinados a perpetuar los mandatos de la “intelligentzia”. Son los hijos de
quienes la han asegurado, y que a través de los medios económicos de que disponen
pueden garantizar su educación en este nivel. Como contracara compara las prácticas
educativas estatales de la Unión Soviética, que también observan los Estados Unidos, y
que apunta a darle instrucción superior gratuita a aquellos estudiantes destacados y con
potencial, contribuyendo así la sociedad toda a la formación de sus futuros servidores
públicos.

Su línea de pensamiento pro-popular se proyecta también al ámbito universitario,


haciendo referencia a la reforma que intentó integrarla al conjunto del país en tiempos de
Yrigoyen, y que en Buenos Aires se estableció como reducto liberal, ante la presencia del
pueblo en el Estado, reprimiendo su politización. Arturo Jauretche defiende la politización
de la universidad, para consolidarla como formadora de ciudadanos y futuros políticos
críticos, y no como una mera fábrica de agentes liberales para ubicar en el Estado y
perpetuar la “intelligentzia”. Observa como la universidad fue dando dirigentes

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estudiantiles con orientaciones políticas socialistas, comunistas o demócratas
progresistas, entre otras, pero de ninguna manera yrigoyenistas o peronistas.
A la vista de los tópicos desarrollados por el autor, “Los profetas del odio” de Arturo
Jauretche podría ser interpretado como un llamado a la acción, como en su hora lo hizo
Karl Marx con su Manifiesto Comunista, para despertar una cultura y conciencia nacional
dormida, tapada, ninguneada, e invisibilizada por la “intelligentzia”, para romper con el
colonialismo intelectual y cultural, que genera y perpetúa la dependencia a los intereses
foráneos, y lograr así la emancipación que conduzca al desarrollo pleno de la Nación
Argentina.

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