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Por otro lado, la habitabilidad se denota mediante el grado de confort o agrado que
manifiestan sus habitantes en función a sus necesidades y expectativas, es así que, al ser
un indicador cualificable, se relaciona directamente con la calidad de vida y, por tanto,
puede ser determinada y controlada a través el diseño, el cual tiene la obligación de
proporcionar condiciones espaciales óptimas desarrolladas a través de estándares.
La habitabilidad analizada con este enfoque se define mediante la parte
cuantitativa de la posibilidad de habitar un espacio, esto es con las
características físicas del espacio construido para ser habitado. Encuentra su
estructura conceptual en las teorías de la arquitectura y el urbanismo, así
como en la filosofía, y específicamente en la fenomenología. (López, y
Azpeitia, 2010)
El ser humano es inherente al tiempo, pues no puede vivir fuera del transcurso de este,
menos aún sin controlar y poseer el espacio, y debido a que este último es lo
propiamente humano, el hecho arquitectónico resulta del hombre que vive y construye
en el espacio-tiempo a partir de sus necesidades y relaciones sociales, por lo que no es
más que un recurso ante dicho fin.
La arquitectura es el espacio habitable por excelencia. Los objetos
arquitectónicos son simples medios o instrumentos que no tienen su fin en
ellos mismos. Su finalidad va más allá, consiste en la satisfacción de las
necesidades espaciales del hombre habitador. En otras palabras, lo
“habitable” es el concepto rector de todo proceso de diseño arquitectónico.
(Hegel 1981)
El hecho arquitectónico es una construcción social producto de la historia, por lo que
representa el espíritu de una época, la forma de vida de una sociedad o cultura en un
tiempo específico y queda expresado físicamente. Por lo tanto, este no es estudiado para
ser comprendido en el presente, sino en el pasado y en lo que significó cada uno de ellos
para las sociedades de su tiempo.
Así, el hecho arquitectónico se hace imprescindible en la historia como evidencia física
de la memoria de una sociedad, el cual queda inscrito en el tiempo y pasa a formar parte
de la herencia cultural de una sociedad.
La necesidad de comprender las particularidades por las que se dio en primer lugar su
construcción, evidencia que más allá del hecho arquitectónico como tal, este nace a
partir de un sistema social en un momento determinado de la historia, es decir, a partir
de un constructo social. Y aquellos valores que le son depositados en el presente van de
la mano con el rol y la relevancia que tuvieron en la vida cotidiana individual o
colectiva de una sociedad, evidenciando el valor intrínseco e intangible del hecho
arquitectónico y haciendo a la memoria parte del patrimonio que debe ser transmitido.
En este sentido, para que el patrimonio pueda ser heredado de manera íntegra es
necesario que la sociedad lo acoja nuevamente como parte de su vida, integrándolo a las
necesidades y manifestaciones sociales de la nueva contemporaneidad y buscando usos
compatibles y respetuosos que permitan revitalizar el patrimonio arquitectónico.
“Porque el patrimonio edificado y en sentido general lo patrimonial alude a
su condición ineludible de construcción social, de artificio y por ende es
susceptible de ser validado socialmente y valorado desde sus sujetos
patrimoniales. Estos actores sociales son quienes final y auténticamente les
asignan a los objetos patrimoniales sus valores y les dan sentido en el
tiempo presente, a su vez tiempo metodológico del patrimonio. En esa
perspectiva, desarrollar una mirada patrimonial con un enfoque
transgeneracional aporta a ese intercambio de afectos, vínculos, conexiones,
saberes y usos que lo hagan verdaderamente real, sostenible y posible
mediante su reapropiación social” (Hayakawa 2020)
El hecho arquitectónico permuta a través del tiempo, en tal sentido debe ser concebido
con la intención de destacar su legado y otorgarle un renovado valor para las
generaciones futuras, lo que conlleva a contemplar no solo su construcción física
tangible sino también su construcción cotidiana como espacio vivo y utilizado, sin que
se transforme en un elemento carente de habitabilidad y en consecuencia indiferente
para la sociedad.
Este espacio habitado aunque pertenece a otro tiempo, es en sí mismo un atestado
histórico indispensable que reúne datos relevantes y significativos de la sociedad en su
época para su conocimiento y posterior valoración, es así que se busca definir las
situaciones culturales e históricas en las que fue materializado el hecho arquitectónico,
teniendo en consideración los múltiples factores que lo llevaron a ser lo que es dentro
del contexto en el que surgió y en efecto los motivos de su transformación en el tiempo.
“Que las huellas del pasado no sean solamente residuos, sino también
testimonios actualizados del pasado que ya no es, pero que ha sido; hacer
que el 'haber sido' del pasado sea salvado a pesar de su 'no ser más': de todo
ello es capaz la piedra que dura. Es necesario ver el espacio habitado como
texto, al que hay que releer intertextualmente, esto es el acto de historiar, de
construir y deconstruir la historia” (Ricoeur, 1999).
Entender e investigar el hecho arquitectónico en toda su complejidad conlleva a tomar
decisiones mucho más pertinentes, para que estos elementos del pasado se vinculen en
el presente reinventándose y concibiéndose de una forma distinta, pero adaptándose a la
comunidad contemporánea que lo vive desde su propio sentido cultural.
Existen diversas maneras de intervenir en un inmueble patrimonial y tanto la
rehabilitación como el reciclaje son formas de garantizar que la obra arquitectónica
permanezca en el tiempo, integrando el edificio a la vida contemporánea, evitando la
pérdida de su habitabilidad y logrando una nueva integración con la sociedad.
Es esencial entender un inmueble patrimonial como un fenómeno social y humano que
se desarrolló en un determinado tiempo, si bien con cualidades y atributos inherentes a
todo objeto material; también como un receptor de vida y relaciones sociales en su
tiempo, las cuales actuaron y siguen actuando de alguna u otra manera y que
desencadenan en su conservación, transformación o destrucción, por lo que para
garantizar la continuidad de cualquier inmueble patrimonial es necesario considerar su
capacidad económica, física y social, pero también su capacidad para satisfacer las
necesidades propias del presente sin comprometer a los usuarios futuros.