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Universidad Nacional de la Patagonia

Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales


Cátedra Historia del Antiguo Oriente

La ciudad en los textos literarios sumerios


Francoise Bruschweiler

1.0 Los sumerios desempeñaron un rol capital en el alba de la urbanización: los


restos arqueológicos y los textos que nos dejaron atestiguan el esfuerzo que realizaron
en algunos siglos para estar en condiciones de construir y organizar ciudades capaces de
albergar hasta 40000 habitantes.-
Estudios cada vez más numerosos, aparecidos en los últimos años, consideran
diferentes aspectos de la urbanización y la vida urbana en Mesopotamia y en el Cercano
Oriente (2); lo mismo que la mayoría de los aportes reunidos a la sombra de la media
luna fértil, están consagrados a la descripción material, política y socio-económica de la
ciudad mesopotámica en los diferentes estadios de su evolución (3).-
Por el contrario, en las páginas siguientes, el tema es tratado, no en el nivel de
los hechos perceptibles a través de los documentos de la práctica diaria, sino en el plano
de la imagen que dan de su existencia en comunidades urbanas los Sumerios mismos, a
través de las numerosas composiciones literarias: mitos, epopeyas, himnos o
lamentaciones que nos han dejado.-
No hay que olvidar, sin embargo, que la imagen ideal de la que hablaremos
emana del ambiente de los escribas que gravitaban alrededor de los templos y de los
palacios; por consiguiente, el cuadro de la vida que pintan en el tercer milenio en la
Mesopotamia es en la realidad lo mismo que podría provocar en un obrero de la tierra
hacia el 2000 a. C. un gran banquete opulento.-

1.1 Varios mitos describen el origen divino de las ciudades sumerias, son siempre
consideradas como la obra de los dioses, incluso cuando su realización propiamente
dicha, fue obra de un rey – el cual, por cierto, no es sino el representante del dios sobre
la tierra -. Así, Uruk, en uno de sus relatos que poen en escena Gilgamesh:
“ Oh Uruk, obra de los dioses!
El Eanna, templo que descendió del cielo
Son los grandes dioses que modelaron sus partes,
Sus enormes murallas que tocan las nubes
Su sublime morada fundada por An
Es a ti, su rey y su héroe que han sido confiadas!” (5)

Si el rey (ensi) es responsable de la buena marcha de los asuntos de la ciudad,


por el contrario, su existencia depende de los dioses. El mismo esquema se aplica a la
ciudad de Akkad cuya instauración fue puesta a cargo de la diosa Inanna:
“Como un hombre que nada vale renueva su casa
como un hijo sin importancia que instala el lugar donde duerme
la pura inanna no se abandonó al sueño
antes de haber ordenado todos los bienes en la casa de los bienes
de haber dotado a la ciudad de habitaciones en firme,
de haber hecho gustar al pueblo un alimento elegido
y de haber hecho beber al pueblo bebidas elegidas
antes de que las gentes bien aseadas alegren los pórticos
y que el pueblo embellezca la plaza de las fiestas
antes que los huéspedes sean invitados a participar de la comida común
y antes que el extranjero viaje sin descanso como los pájaros
desconocidos en el cielo
antes que el maharsshi se haya transformado en búfalo
y que los monos, los enormes elefantes, los cebúes y los monstruos
exóticos
en el centro de las avenidas han sido puestos en su lugar
así como los dogos, los leones de las alturas, los caballos y los carneros
de buena son de vellón largo.”

El texto continúa describiendo la prosperidad de Akkad, la vida y las


ocupaciones de sus habitantes, el vaivén de los barcos que transportaban las mercaderías
que llegan de países vecinos, en una atmósfera pacífica, al reparo de las “murallas tan
altas como una montaña”, hasta el momento en que, por una razón no especificada, la
diosa Inanna retira su protección a la ciudad al mismo tiempo que su presencia y la
abandona sin protección a los golpes de una suerte adversa.-
A través de la descripción que se nos hace del comportamiento de sus habitantes,
entrevemos los contornos materiales de la ciudad: sus calles anchas, sus plazas rodeadas
de pórticos, sus murallas, sus casas, los muelles que bordean los canales que la surcan
(7) y el templo en que la diosa ha instalado su dormitorio, erigido su trono (8). Pero lo
esencial está muy bien en la pintura viva que el textonos brinda acerca de la vida de las
personas; enumera las condiciones exigidas para que todo funcione sin tropiezos: casas,
stocks de bienes, alimento y bebidas de calidad, aseo (9), fiestas para el pueblo, sentido
de la hospitalidad y, en general, la coexistencia armoniosa de los hombres y de todo lo
que vive.-
1.2 Otra composición agrega más detalles a ese cuado; se trata de un Himno a Enlil,
dios supremo del panteón mesopotámico, en la que se cuenta la construcción de la
ciudad y del santuario de Nippur, así como la organización de las actividades que se
desarrollan en la región (10). Un aspecto claramente destacado en ese texto es la
significación cósmica de Nippur:
“Enlil, en el emplazamiento en que trazaste los límites para tu residencia
Has edificado Nippur, la ciudad que te pertenece en propiedad;
Kiur, tu montaña virgen donde es buena el agua,
En el centro de las cuatro direcciones, en Duranki la has fundado;
El suelo en la que descansa es fuente de vida para la región,
Fuente de vida para todas las regiones.”(11)

Resulta que la ciudad posee su parte en la difusión terrorífica que caracteriza a la


naturaleza divina y se refleja en todo lo que la concierne de cerca:
“la ciudad, su rostro resplandece con un halo espantoso
Ningún dios, por poderoso que sea, se atreve a afrontar sus límites..” (12)

1.3 Lugar de orden establecido, esta ciudad temida para los dioses, no lo es menos
para los hombres que no se ajustan al mecanismo de su funcionamiento:
“su interior es semejante a una boca ornada de afiladas hojas,
Es una trampa para los que no se someten, que actúa como un foso o
un red,
El vanidoso no va muy lejos,
Ninguna palabra hostil a un juicio es tolerada…” (13)
Sigue la lista de las infracciones, a veces oscuras, que son prohibidas en la
ciudad: críticas, actos de hostilidad, improperios, abusos de toda clase, violencia,
calumnia, mala fe, orgullo, etc. (14) Por el contrario, las virtudes destacadas con la
constancia, la rectitud, la justicia, la limpieza, la buena educación de los hermanos
jóvenes, el respeto hacia los mayores (15). Más aún que la Maldición de Akkad, se pone
el acento sobre el contenido más que sobre la realización material y arquitectural de la
ciudad: a saber sobre la organización social de sus habitantes que se nos presentan como
los prisioneros de un sistema de reglas tan implacables como el collar de hierro al que
serían sometidos en caso de rebelión.
Pero la ciudad no es solamente un mundo cerrado, limitado a la superficie
limitada por altas murallas, es el centro de un territorio más vasto que lo alimenta – en
sentido propio y figurado – y que ella controla, tan lejos como lo permite su poder
económico, político y militar.
En los himnos a la gloria de los dioses que las han fundado o de los reyes que las
administran, esta percepción de la ciudad como centro es, a veces, llevada al extremo, al
punto que no solamente los alrededores, sino el universo entero gravitan en la órbita de
la ciudad o del templo.
El siguiente pasaje ilustra bien ese deslizamiento de la realidad geopolítica hacia
el mundo cósmico del que es inseparable en el espíritu de los sumerios. Los primeros
renglones están consagrados a las actividades de la ciudad y del campo que la rodea,
después, progresivamente el círculo se amplía hasta englobar todos los elementos del
universo, con los seres vivos incluídos:
“Sin Enlil, el Gran Monte
Ninguna ciudad estaría construída, ningún pueblo fundado,
Ningún establo estaría construido, ningún aprisco implantado
Ningún rey sería entronizado, ningún sacerdote hubiera sido creado;
Ni sacerdote extático, ni sacerdotisa nin-dingir hubiera sido elegida
Para la consulta sobre un cabrío,
Los equipos de obreros no tendrían ni jefe ni contramaestre,
Las aguas en creciente no surcarían el lecho de los ríos,
Sus cursos, desde el mar, no remontarían en línea recta, sus colas no
Serpentearían a lo lejos
El mar no produciría espontáneamente su peso en riquezas
Los peces de las profundidades, no depositarían sus huevos en los
Cañaverales
Los pájaros del cielo no harían sus nidos sobre la vasta tierra,
En el cielo, las nubes al romperse no abrirían sus fauces,
En los campos, la semulla manchada no llenaría los surcos,
En la estepa, la hierba no crecería lujuriosamente,
Y en los jardines, los árboles del kum de vasta fronda no tendrían frutos
Si Enlil, el Gran Monte, no existiera,
Kintur no haría morir a nadie, ni golpearía con un golpe fatal:
La vaca, en el establo no perdería prematuramente su ternero
La oveja en el encierro no engendraría un cordero maltrecho
Los hombres cuya multitud crece espontáneamente
No estarían cubiertos por la mortaja porque no habrían nacido…
Los animales y todos los cuadrúpedos no producirían descendencia,
Porque no copularían más…. (16)”
Partiendo de la ciudad, el relato vuelve a ella por el sesgo de los que la habitan,
después de haber pasado revista a una amplia muestra de lo que no existiría en ausencia
del dios supremo. A través de esta enumeración, comprobamos que si sobre el plano
terrestre, la ciudad es el corazón del territorio más o menos extenso que la rodea, ella es
al mismo tiempo, en el plano cósmico, el centro del universo entero, por el hecho de que
el dios creador reside en ella.

1.5 Recapitulación

La ciudad representa para los mesopotámicos del tercer milenio el lugar donde
residen uno o varios dioses, donde se observan las reglas religiosas y sociales que
permiten a la sociedad humana, insertarse en la armonía cósmica donde los dioses son
siempre temidos. La ciudad es el corazón del mundo sin el cual no puede existir; está
ligada al campo que cultiva para obtener su subsistencia, a la estepa menos cercana
donde pacen sus rebaños, a las regiones más alejadas con las que intercambia sus
productos en trueque de las materias primas de las que carece (17). Su prosperidad
fluctúa en función de los medios de que dispone para mantener un radio de acción que
le permita satisfacer sus necesidades sin riesgo para su cohesión interna. Pero, su
aspecto cósmico es tan importante como su función terrestre; residencia del dios y lugar
donde reina la ley divina, ella inspira un terror a los hombres y a los otros dioses y es el
centro del universo creado.
A fin de conocer más precisamente el lugar que los sumerios acordaban a la
ciudad en su concepción del mundo, abordaremos sucesivamente cuatro puntos: las
murallas de la ciudad y su significado; la ciudad: residencia divina y real, su rol en el
ideal sumerio de la felicidad y finalmente el momento de su aparición en las secuancias
de creación.

2.0 Las murallas y su significado

2.1 En las composiciones literarias que hablan de ciudades, se encuentran repetidas


veces la enumeración de las construcciones que la componen y es sorprendente
comprobar que el orden en que están mencionados esos elementos constitutivos de la
ciudad es casi siempre constante; sigue el esquema: ciudad-templo principal , murallas,
habitaciones de los dioses y de los hombres. Así, se puede leer en un imno del rey de
Ur, Ur-Nammu:
“Ciudad de muy buenos me, trono sublime de la realeza
Santuario de Ur, primero de la región, edificado en un lugar sagrado,
Ciudad cuyas murallas enormes, sólidamente implantadas han emergido
del Abzu.” (18)
Después viene la lista de los templos o partes de templos que alojan a los dioses,
etc. El mismo orden es respetado en el pasaje de Gilgamesh y Agga arriba citado. Es
significativo: si la morada del dios es la primera condición de la existencia de una
ciudad, las murallas son la garantía indispensable de su duración, y por ello, representan
un rasgo fundamental de su naturaleza.
2.2 Para exaltar su función protectora, los textos insisten sobre la altura de las
murallas. Al hablar de Akkad: “… sus murallas, como una montaña, tocan el cielo…”
(19), o aún, a propósito de Uruk: “… esas enormes murallas que rozan las
nubes…”(20), descripciones que no dejan de evocar las representaciones de las ciudades
medievales, agrupadas en un espacio restringido para lanzarse al asalto del cielo (cf. L.
Bolens, Cap. IV del presente volumen).
Las epopeyas que narran las rivalidades que animan a las ciudades del mundo
sumerio y las luchas que emprenden unas contra otras para ejercer la supremacía,
contienen numerosos relatos de asedios que ilustran bien el rol desempeñado por los
bastiones de las ciudades. Gracias a su imponente presencia, no es raro que los asedios
se prolonguen durante años y si la victoria recae en los que asedian, es generalmente por
razones que no incumben a la eficacia de los recintos.
2.3 Pero, la razón de ser de las murallas no es solamente para proteger la ciudad de
las amenazas exteriores; los textos evocan otra razón, sorprendentemente reveladora de
la precariedad en que se desarrollaban los centros urbanos, tan cercanos aún de las
primeras etapas de la urbanización. Según la epopeya de Lugalbanda, “Las murallas de
Uruk fueron puestas en la estepa como redes (trampas) para pájaros…” (22); en el
pasaje del Himno a Enlil arriba citado, la idea es más claramente explicada aún:
“su interior es semejante a una boca ornada de afiladas hojas,
una boca mortífera,
es una trampa para los que no se someten, que actúa como un foso o
una red” (23)

La ciudad es una trampa para los que no pertenecen a su orden o que lo


rechazan; en sus muros, el dominio del poder es tal que quien lo transgrede es aplastado
o arrojado al exterior. Las murallas, más allá de una obra de protección, son un signo: la
línea de demarcación inviolable entre dos mundos antagónicos, el del orden y el del
desorden, allí donde reina la seguridad y allí de donde vienen las amenazas de
destrucción.
El vocabulario es particularmente significativo a este respecto: los términos que
designan las dos principales regiones geofísicas se encuentran más allá de las zonas
urbanas, edin, ka estepa, y kur, la montaña, sirven, en efecto para designar el mundo de
los muertos. La estepa, al tiempo que es un espacio improductivo, frecuentado por los
animales salvajes y las tribus seminómades que amenazan periódicamente el equilibrio
político de los estados mesopotámicos, es también el lugar donde erran los espíritus en
pena y los demonios maltidos (24). La montaña, también representa simultáneamente el
habitat de las poblaciones bárbaras que bajan para pillar las ciudades prósperas de la
llanura, y el refugio de monstruos – como Huwawa, guardián de la selva de los cedros
abatidos por Gilgamesh y Enkidú (25). En oposición a los peligros constantes que
incluyen a la estepa y a las montañas, la ciudad es un puerto de seguridad donde se
puede organizar la vida, protegida de las amenazas destructoras inherentes a los
espacios incultos situados en los confines del mundo civilizado al que tratan siempre de
perjudicar.
En ese contexto, las murallas son el símbolo de una frontera esencial, la que
existe entre la vida y la muerte, de donde se deriva la importancia que los textos le
confieren, más que a otro elemento de la ciudad, a excepción del templo.

3.0 La ciudad residencia divina y real.

3.1 Los textos arriba citados han ilustrado ampliamente sobre la responsabilidad de
los dioses en el establecimiento y la continuidad de las ciudades mesopotámicas. Estas
están edificadas para proteger las moradas de los dioses y como tal, están a menudo
identificadas con los santuarios de los que emanan (26). Los himnos a los dioses
proveen abundantes testimonios y esta realidad cósmico-geográfica sirve de trama para
numerosos mitos, en particular, a los que relatan los desplazamientos realizados por los
dioses cuando se visitan, generalmente con el propósito de obtener algún favor de uno
de sus pares (27). Toda esta red de relaciones entre los dioses y simultáneamente entre
las ciudades donde residen, está descripta a lo largo de esos relatos y es significativo
observar que la escena en la que se desenvuelven los dioses, corresponde exactamente al
mundo de la realidad terrestre y cotidiana de los sumerios – salvo que sus habitantes
humanos están totalmente ausentes (28)-.
El lugar así ocupado por las ciudades sumerias en la esfera de los dioses, les
confiere una calidad de existencia cuyas repercusiones exceden infinitamente la vida
precaria que ocupan sobre la tierra considerando las probabilidades de la historia.
Numerosas ilustraciones al respecto están dadas por las lamentaciones sobre la
destrucción de ciudades, en las que se ve que su existencia son tema de largos pleitos
entre los dioses antes que sea fijada su suerte (29). Pero, aunque las intervenciones de
los protagonistas humanos y divinos están a menudo muy bien imbricadas a lo largo de
la existencia de una ciudad, y por tanto es inútil tratar de desbrozar la parte de uno y de
otro, sin embargo aparece claramente a través de los relatos que la ciudad es primero la
residencia de los dioses, después y como consecuencia, la de los mortales y que privada
de su protección divina, no tiene ninguna chance de sobrevivir (30).
Si las ciudades dependen de los dioses al mismo tiempo que de los hombres,
según lo que dicen los textos sumerios, en cambio los templos aparecen no solamente
por su función, sino a través de sus nombres mismos como prolongaciones directas de la
esfera divina, evocando a menudo partes del cosmos en las que los dioses son los amos
o la manifestación; así la Casa del cielo (é-an-na), morada del dios An (el cielo) en
Uruk, la Casa del Kur (é-kur) (31), morada del dios Enlil (señor del aire) en Nippur, o
aún la Casa de las aguas primordiales (é-angur), residencia del dios Enki (señor... ) en
Eridu, para citar sólo las cuatro principales.
Esta interpretación de las geografías divinas y terrestre hace la luz acerca de la
manera en que los mesopotámicos entendían el universo en que vivían, es decir como
una realidad global donde no existía ninguna discontinuidad entre el dominio de lo
cósmico y el cotidiano, entre los planos divinos y humanos, entre lo sagrado y lo
profano, pero donde reinaba por lo contrario, una unidad fundamental de esos aspectos.
Tenían el sentimiento profundo de que todos los acontecimientos que afectaran las
esferas de su vida, tanto pública como privada, eran la repercusión inevitable de lo que
ocurría en el mundo de los dioses.
3.2 El deseo de atraer a los dioses sobre la tierra y de verlos encarnarse lo más
posible en la realidad humana es un rasgo común a muchas civilizaciones de la
antigüedad. Los hombres de las moradas divinas de los que acabamos de hablar es muy
revelador a este respecto, pero la tentativa que va más lejos aún en esta cuestión es
ofrecida por la imagen del rey. Para el pueblo, éste encarna la faz visible de esa fuerza
de la que los dioses son la contrapartida invisible su poderío, no tan enceguecedor como
el de los dioses, es sin embargo suficiente para hacer temblar a sus humildes súbditos.
No es cuestión de resumir aquí lo que ha sido tema de libros íntegros (32), sino a
lo sumo destacar brevemente algunos puntos referidos a la organización de la vida
urbana (33).
El comercio incesante que mantienen los reyes con los dioses se manifiesta de
diversas maneras. Los soberanos se vanaglorian generalmente de ser hijos de un dios:
los reyes de Ur Ur-Nammu y Shulgi se dicen “hijos de la diosa Ninsun”, lo mismo que
Gilgamesh de Uruk, su hermano; Enmerkar, rey de Uruk, es “hijo del dios-sol Utu;
Entemena de Lagash es “un hijo nacido de la diosa Gatumdug”; se podrían multiplicar
los ejemplos. Además, han sido alimentados, cuidados, mimados, dotados con un
nombre y todos los favores posibles por los dioses antes de ser investidos de poder real,
lo que incluye entre otros privilegios, el de tener a una diosa por esposa.
“Yo soy el hijo nacido de la diosa Ninsun
Aquel que el puro An ha elegido en su corazón
y del que Enlil ha fijado el destino
yo soy Shulgi, el amado de Ninlil
mimado por Nintu,
aquel que Enki ha dotado de sabiduría,
rey poderoso por el hecho de Inanna,
el león de fauce abierta de Utu,
yo soy Shulgi, elegido por los placeres de Inanna.”

Dotado así de todos los poderes por los dioses, el rey posee en común con ellos
una serie de cualidades: es omnisciente, dotado de un vasto entendimiento y de
perspicacia, su corazón es insondable y toda su persona expande un brillo insostenible y
terrible; en fin, su poderío no tiene igual. (36)
3.3 No sorprende que las actividades de los soberanos (a tal punto tributarias de la
benevolencia de los dioses), estén enteramente orientadas de forma de agradar a sus
augustos patrones, a fin de mantener esta relación privilegiada que condiciona tanto
como justifica la tarea real. Las actividades del rey se ejercen principalmente en cinco
ámbitos:
1- Edificar, restaurar, adornar las moradas de los dioses, corazón de la ciudad y
razón de ser de la existencia. No solamente los textos enumeran, a veces con
muchos detalles, los santuarios, partes de santuarios, puertas e instalaciones
diversas ornadas con metales preciosos y piedras raras que los reyes se
complacen en construir, pero los textos también llegan a describir al soberano
con un canasto sobre la cabeza, ocupado personalmente en los trabajos de
construcción – ya se trate de delimitar el perímetro sagrado, de cumplir con los
sacrificios y ritos de purificación, de colocar el primer ladrillo o de levantar
paredes, sin olvidar la instalación de estatuas y las bendiciones finales. (37)
2- Administrar los bienes de subsistencia. Vigilar el buen cuidado de los canales
sin los cuales ningún cultivo es posible, asegurarse que las reservas estén
almacenadas, que el pueblo tenga que beber comer con suficiencia, y que el
tráfico de las mercaderías de toda clase desembarcadas en los muelles que
bordean los canales sea correcto. (38)
3- Hacer justicia y vigilar el cuidado del orden establecido. Este punto ha sido
tratado más arriba, al hablar de las infracciones que no se toleran en el seno de la
ciudad porque amenazan su misma existencia.
4- Proveer la seguridad de la región. A la función de juez, aplicada a la comunidad
urbana, corresponde la de “destructor de los países hostiles y protector de su
pueblo” (40), volcada hacia el exterior y dirigida a todos los que no reconocen el
orden divino del cual incumbe al rey ser el guardián en su país y el promotor
fuera de él. Al someter a los rebeldes, el rey protege no solamente su ciudad,
sino también las rutas del país, con descansos en su trayecto que permitan que el
viajero pueda cobijarse a la noche “como en las ciudades sólidamente
construídas” (42), y mediante los cuales puede expandirse ese orden policíaco,
condición de la existencia para los sumerios.

Si las composiciones literarios de diversos géneros mencionan siempre las moradas de


los dioses, son, por otra parte, mucho más discretas en lo que concierne al lugar donde
reside el rey. Nos tienta deducir que la morada del rey es la misma que la del dios,
puesto que el primero es el alter ego terrestre del segundo. En apoyo de esta idea se
puede agregar que la ceremonia del casamiento sagrado se realiza siempre, por lo que se
puede juzgar, en el templo de la divinidad que represente el rol del compañero divino
(43); en Isin, se trata de e-gal-mah, palacio sublime que es a la vez el templo de
Nininsina, la diosa de Isin, y el palacio real (44). La misma unidad de lugar aparece en
un himno según el cual los dioses Enlil y Ninlil construyeron un palacio para la diosa
Inanna y su real esposo Ishme-Lagan (45).
Por fin, un poema épico dice que Enmerkar, señor de Aratta, residía en el gi-par del
templo de An en Uruk (46). Esos testimonios inducen a pensar que no existía, en el
origen, ninguna distinción para los sumerios, entre residencia divina y residencia real; el
dúo dios-rey era concebido como una entidad inseparable y el hecho que compartieran
la misma morada era una expresión lógica de esta realidad.

4.0 La ciudad y su rol en el ideal sumerio de la felicidad

En la mayoría de los himnos reales la prosperidad del país parece tener origen –
sea o no mencionado en detalle el episodio – en la ceremonia del casamiento sagrado
que renueva la alianza del rey con lo dioses. Da lugar a fiestas en que el pueblo festeja y
baila al son de los instrumentos de música en presencia del rey y de su celeste esposa,
en tanto los dones de los dioses llueven sobre el soberano y sobre la ciudad (47).
4.1 La enumeración de esos dones varía poco de un himno a otro. Los elementos
básicos son: buenas cosechas primaverales que producen abundancia de granos, peces
en los estanques, pájaros, cerdos salvajes en los bosquecillos, pajonales nuevos en los
cañaverales, miel y vino en las huertas, la fecundidad de los rebaños en los establos – en
resumen, la imagen de una prosperidad basada en los productos de la tierra y cuya
descripción no deja de evocar la dulzura de una naturaleza generosa totalmente diferente
a la realidad mesopotámica. A veces se agregan votos para que el rey reciba de Enlil un
destino favorable, que aplaste a los enemigos, que tenga largos días y que su reino sea
duradero.
Estos temas están reunidos según múltiples combinaciones, algunas de las cuales
son objeto de extensos desarrollos a expensas de otros.
4.2 La figura real, desempeña un rol central en esta visión de la felicidad. Desde el
punto de vista de los sumerios, que sólo por medio de la figura real tienen acceso a los
grandes dioses que les dispensan los bienes necesarios, su importancia a menudo eclipsa
la de sus divinos amos:
“(Oh Iddin-Dagan), tu alabanza está en boca de todos!
tu reino dispensó felicidad al pueblo.
tus cualidades de pastor son dulces para sus corazones,
de manera que, gracias a ti, el pueblo (de Sumeria) ha crecido y
multiplicado
que los países se pavonean en fértiles praderas
y que el pueblo vive sus días en la abundancia” (48)
Hasta qué punto todo depende del rey y de las relaciones estrechas que tiene con
las dioses, está particularmente ilustrado por el relato de la Maldición de Akkad. En
tanto la reina Inanna reside en Akkad, el orden y la felicidad reinan en la ciudad:
“En ese tiempo las casas de Akkad estaban llenas de oro
las casas brillantes de blancura estaban llenas de plata
en los depósitos estaban almacenados cobre, estaño, y bloques de
lapizlazuli en tanta cantidad como
de granos estaban llenos los silos hasta reventar.
Las ancianas compartían el don de aconsejar bien,
los ancianos el de la elocuencia.
Los jóvenes, la fuerza en el manejo de las armas,
las jóvenes, el arte de la danza
y los niños habían recibido un corazón alegre para comparir.
En la ciudad resonaba el sonido del tigi
fuera de la ciudad el de la flauta y el tambor
el bullicio reinaba en los muelles donde abordaban los barcos.
Las gentes de otros países se pavoneaban en fértiles praderas
el pueblo sólo tenía ojos para motivos de contento” (49)

4.3 Pero cuando se instala el desacuerdo entre la Reina del Cielo y el rey Naram-Sin
(no explicado en el texto), se acaba la ciudad; la partida de Inanna arrastra la
desintegración de Akkad, todos los esfuerzos del rey, una vez privado de su sostén
divino, no sirven para nada. A través de la larga y terrible maldición que concluye la
composición, vemos un retrato simétrico e inverso de lo que fue el principio. Esta vez
pinta el aniquilamiento progresivo, paso a paso, de todo lo que Inanna había puesto en
orden al presidir la fundación de la ciudad. Pintura de desolación, de ruina, de hambre y
de muerte en que se asiste al retorno al estado anterior – salvaje, inculto, desértico – de
todos los materiales y elementos con los cuales había sido creado el universo urbano
“que tu arcilla vuelva al abzu de donde salió…”
“que el grano vuelva al surco…”
“que tus árboles vuelvan al bosque…”(50)
“que el palacio construido en alegría se derrumbe en medio de la
angustia
y que los seres malvados de la desierta estepa hagan resonar

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