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de los reos nos quedábamos sin comida o ésta se retrasaba hasta tres
horas.
El Grande comía en el módulo uno, pero pronto se supo que no
le ofrecían lo mismo que al resto de los internos. Después de que
Villarreal había comido e hiciera la digestión ahí hasta por dos horas
—cuando la norma del Cefereso 2 de Occidente establece que el
tiempo máximo para que un reo se alimente es de 10 minutos—,
siempre quedaban en el bote de basura restos que no correspondían
a la comida de la población en general. Un ex cabo era especialista
en hurgar el bote de basura y daba cuenta de sus pesquisas. Termi
naba haciendo un festín con lo que el capo dejaba: mitades de cho-
colate, pedazos de jamón serrano y “quesos hediondos”, como él los
llamaba.
Sin embargo, el Grande no fue tan ostentoso como el Chapo Guz-
mán en su momento. No alardeó del control que mantenía sobre el
personal de gobierno de la cárcel, pero lo mantenía. No hizo fiestas
ni benefició al resto de la población con su posición privilegiada.
Sólo algunos de sus allegados, que sirvieron con él a los Beltrán Leyva,
se beneficiaron de aquella posición de poder. Él mismo les decía a
algunos presos asignados al pasillo de Tratamientos Especiales —in-
sistiendo en su propia fantasía— que mantenía una relación cercana
con el mismísimo presidente. Eso lo llevaba a augurar en su imagina-
ción su pronta salida del infierno de Puente Grande.
A diferencia del Chapo Guzmán cuando tuvo el control de ese
penal, el Grande no derramó beneficios para otros reos. Era egoísta.
A nadie le hacía favores. Hablaba por teléfono desde su celda con un
aparato que le proporcionaban los oficiales de guardia y no lo com-
partía con los otros reos del pasillo. Otros internos le hicieron llegar
peticiones de ayuda para resolver problemas de salud y económicos,
pero nunca recibieron respuesta; simplemente Villarreal no quería de-
latar los beneficios de que era objeto.
La población de reos comenzó a odiar al Grande cuando se can-
celaron las visitas familiares de todos para que él pudiera salir a la
suya. El Cefereso se paralizaba incluso cuando él decidía tener visita
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