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2020

HETEROSEXUALIDAD OBLIGATORIA
Concepción heterocentrada
HETERONORMATIVIDAD
HETEROSEXUALIDAD OBLIGATORIA 1

Adrienne Rich, publicaba en 1980 Heterosexualidad obligatoria y existencia les-


biana, para cuestionar el hetero-centrismo del feminismo académico, pero a partir
de allí explicó cómo la heterosexualidad se institucionaliza por imposición a las
mujeres a través de la coacción física o de control como: “el cinturón de castidad,
el matrimonio en la infancia, la cancelación de la existencia lesbiana (excepto como
exótica y perversa) en el arte, la literatura, el cine; la idealización del enamoramiento
y el matrimonio heterosexual, todas estas son formas de coacción bastante eviden-
tes, siendo las dos primeras ejemplo de fuerza física, y las dos segundas de control
de la conciencia”

(Selección del texto citado)

Hace ya mucho que es necesaria una crítica feminista de la orientación


heterosexual obligatoria para las mujeres. En este artículo de exploración,
intentaré mostrar por qué. (...) Empezaré por los ejemplos, criticando bre-
vemente cuatro libros publicados en los últimos años, escritos desde pun-
tos de vista y orientaciones políticas distintas, pero todos concebidos, y
acogidos favorablemente, como feministas. Todos parten del principio bási-
co de que las relaciones sociales entre los sexos están en desorden y son
extremamente problemáticas, cuando no paralizadoras, para las mujeres;
todos buscan vías de cambio. He aprendido más de unos de esos libros
que de otros, pero una cosa tengo clara: todos ellos habrían sido más pre-
cisos, más potentes, una fuerza más auténtica para cambiar si las autoras
hubieran tratado de la existencia lesbiana como realidad y como fuente de
conocimiento y de poder disponible para las mujeres, o de la institución
misma de la heterosexualidad como avanzadilla del dominio masculino. En
ninguno de ellos se plantea jamás la pregunta de si, en un contexto distinto
o en condiciones de equidad, las mujeres elegirían la pareja y el matrimo-
nio heterosexuales; se asume que la heterosexualidad es la “preferencia
sexual” de la “mayoría de las mujeres”, ya sea implícita o explícitamente.
En ninguno de estos libros, que se ocupan de la maternidad, los papeles
sexuales, las relaciones y las normas sociales para las mujeres, se analiza
nunca la heterosexualidad obligatoria como institución que les afecta po-
derosamente a todas, ni es siquiera cuestionada indirectamente la idea de
“preferencia” o de “orientación innata”.
1 Rich, Adrienne (1980/1996), “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”, DUODA Revista d’Estudis
Feministes, lO, pp. 1 5-45
1
(...)

Económicamente discriminadas, las mujeres, ya sean camareras o profeso-


ras, tienen que aguantar el acoso sexual para conservar su empleo y apren-
den a comportarse de un modo dócil y gratamente heterosexual porque
descubren que este es su verdadero mérito para tener el empleo, sean las
que sean las características de su puesto de trabajo. Y, observa MacKinnon,
la mujer que resiste demasiado decididamente las insinuaciones sexuales
en el lugar de trabajo es acusada de «seca» y asexuada, o de lesbiana. Esto
plantea una diferencia específica entre las experiencias de las lesbianas y
las de los hombres homosexuales. Una lesbiana, parapetada en su lugar
de trabajo a causa de los prejuicios heterosexistas, se ve obligada a algo
más que a negar la verdad de sus relaciones externas o su vida privada. Su
puesto de trabajo depende de que finja ser no simplemente heterosexual,
sino una mujer heterosexual en términos de atuendo y del rol femenino y
deferente exigido a las “verdaderas” mujeres.

(...)

La ideología del amor romántico heterosexual, que le han hecho brillar des-
de la infancia los cuentos de hadas, la televisión, el cine, la publicidad, las
canciones populares, los cortejos nupciales, es una herramienta en las ma-
nos del rufián que no vacilará en utilizar, como demuestra Barry. La indoc-
trinación infantil de las mujeres en el «amor» como emoción puede ser, en
general, un concepto europeo; pero una ideología más universal habla de la
primacía y de lo incontrolable del impulso sexual masculino. Esta es una de
las muchas reflexiones que ofrece la obra de Barry:

“Mientras los adolescentes aprenden cuál es su poder sexual a tra-


vés de la experiencia social de su impulso sexual, las adolescentes
aprenden que el lugar del poder sexual es masculino. Dada la impor-
tancia que se le da al impulso sexual masculino en la socialización
tanto de niñas como de niños, la temprana adolescencia es, proba-
blemente, la primera fase significativa de identificación masculina en
la vida y en el desarrollo de las niñas... Cuando la chica joven se va
dando cuenta de sus propios y crecientes deseos sexuales… se aleja
de sus relaciones con amigas, hasta entonces primordiales. Al pasar
a un plano secundario, al disminuir su importancia en su vida, su pro-
pia identidad asume también un papel secundario y se identifica cada
vez más con lo masculino.”2

(...)
2 Kathleen Barry, Female Sexual Slavery (Englewood Cliffs, N.J.: Prentice Hall, 1979) [trad. Barcelona: La Sal,
1988]; pp. 218
2
Pero sean cuales sean sus orígenes, cuando miramos dura y claramente
el alcance y el nivel de elaboración de las medidas diseñadas para mante-
ner a las mujeres dentro de un contexto sexual masculino, resulta inevitable
preguntarse si la cuestión que las feministas tienen que plantearse no es la
simple “desigualdad de género” o el dominio masculino de la cultura o los
meros “tabús contra la homosexualidad”, sino la imposición sobre las muje-
res de la heterosexualidad como medio de garantizar el derecho masculino
de acceso físico, económico y emocional3. Uno de muchos mecanismos de
imposición es, evidentemente, el hacer invisible la posibilidad lesbiana, un
continente sumergido que se asoma fragmentario de vez en cuando a la
vista para ser hundido de nuevo. La investigación y la teoría feministas que
contribuyen a la invisibilidad o a la marginación del lesbianismo trabajan de
hecho contra la liberación y la potenciación de las mujeres como grupo4.

El supuesto de que “la mayoría de las mujeres son heterosexuales por


naturaleza” es un muro teórico y político que bloquea el feminismo. Sigue
siendo un supuesto sostenible en parte porque la existencia lesbiana ha
sido borrada de la historia o catalogada como enfermedad, en parte porque
ha sido tratada como excepcional y no como intrínseca, en parte porque
reconocer que, para las mujeres, la heterosexualidad puede no ser en ab-
soluto una “preferencia” sino algo que ha tenido que ser impuesto, ges-
tionado, organizado, propagado y mantenido a la fuerza, es un paso
inmenso a dar si una se considera libre e “innatamente” heterosexual. Sin
embargo, no ser capaces de analizar la heterosexualidad como institución
es como no ser capaces de admitir que el sistema económico llamado ca-
pitalismo o el sistema de astas del racismo son mantenidos por una serie
de fuerzas, entre las que se incluyen tanto la violencia física como la falsa
conciencia. Para dar el paso de cuestionar la heterosexualidad como “pre-
ferencia” u “opción” para las mujeres -y hacer el trabajo intelectual y emo-
cional que viene después- se requerirá una calidad especial de valentía en
las feministas heterosexualmente identificadas, pero creo que los benefi-
3 [nota de la autora] Mi percepción de la heterosexualidad como institución económica está en deuda con
Lisa Leghorn y Katherine Parker, que me dejaron ieer el manuscrito inédito de su libro Woman’s Worth:
Sexual Economics and the World of Women (Londres y Boston: Routledge & Kegan Paul, 1981)
.

4 [nota de la autora] Sugeriría que la existencia lesbiana ha sido más reconocida y tolerada donde ha pare-
cido una versión «anormal» de la heterosexualidad; por ejemplo, donde las lesbianas, como Stein y Toklas,
han representado papeles heterosexuales {o así lo parecía en público) y han sido primariamente identifica-
das con la cultura masculina. Véase también Claude E. Schaeffer, The Kuterai Female Berdache: Couher,
Guide, Prophetess, and Warrior, «Ethnohistory» 12-3 (verano 1965) 193-236. (Berdache: «un individuo de
un sexo fisiológico definido [m, o f.] que asume el papef y el estatuto del sexo opuesto y que es visto por la
comunidad como perteneciente fisiológicamente a un sexo pero que ha adoptado el papel y estatuto del sexo
opuesto» (Schaeffer, 231].) La existencia lesbiana ha sido, también, relegada a ser un fenómeno de la clase
privilegiada, decadencia de élite {como en la fascinación con las lesbianas parisinas de salón como Renée
Vivien y Natalie Clifford Bamey), o la oscuridad de «mujeres comunes» tales como las que describe Judy
Grahn en The Work of a Common Woman (Oakland, Calif.: Diana Press, 1978) y True Life Adventure Stories
{Oakland, Calif.: Diana Press, 1978).
3
cios serán grandes: una liberación del pensamiento, un explorar caminos
nuevos, el desmoronarse de otro gran silencio y una claridad nueva en las
relaciones personales.

En la línea de Adriene Rich, Gayle Rubin posicionó que la heterosexualidad obli-


gatoria opera estableciéndose un «sistema jerárquico de valor sexual5». Impone un
sometimiento sexual que normaliza el abuso, una violencia que se ejerce contra todas
aquel las personas que transgreden lo heterosexual. Es un sistemas que sancionan la
disidencia a través del estigma y la coerción con pronunciamientos bíblicos, médico-
psiquiátricos (y podemos agregar legales). Así, hay un “sexo bueno, normal, na-
tural, saludable, sagrado, heterosexual, monógamo, en matrimonio, con fines
procreadores”. Y otro sexo «malo, anormal, antinatural, dañino, pecaminoso, ex-
travagante, no hetera, travestido, fetichista, sadomasoquista, prostitucional”.
En la instalación de esas ideas culturales, lo humano se va reduciendo a lo hetero-
sexual.

Concepción heterocentrada
Podemos entonces decir entonces y tal como ha mostrado Judith Butler, que los
valores de nuestro sistema cultural y sus concepciones sobre sexo y género perma-
necen sujetas a una perspectiva que denomina heterocentrada y que se sustenta en
tres pilares:

1. El BINARISMO DE GÉNERO. El sistema de pensamiento dominante conci-


be 2 géneros (varón/mujer) como correlato indiscutible la diferencia sexual
biológica(macho/hembra). Por consiguiente supone la existencia de sólo 2 géne-
ros: femenino/masculino, como categorías universales, inamovibles, que exclu-
yen una de la otra y exhaustivas (no admite una tercera o más opciones). El bina-
rismo sexual y por ende de género, es el mitos de tipo conservador y claramente
patriarcal que sostienen que los sexos son dos y solo dos; en consecuencia las
relaciones sexuales tienen como fin la procreación y únicamente la procreación,
y la familia “natural” es patriarcal, monogámica, heterosexual y para toda la vida
(tal como deben serlo los sexos, los deseos y/o las identidades).

5 Rubin, Gayle (1984), Thinking Sex: Notes for a Radical Theory of the Politics of Sexuality
4
2. Hay una RELACIÓN CAUSAL, EXPRESIVA O LINEAL ENTRE SEXO-GÉNE-
RO-DESEO. Si se nace macho, entonces se es varón, y el deseo se orienta a
mujeres; si se nace hembra, se es mujer, y el deseo se orienta a varones.

En consecuencia, ello ordenan los imaginarios sociales y las prácticas


parentales,conyugales, amorosas y eróticas específicas. Se configura una fuer-
te amalgama entre sexos biológicos (macho o hembra), géneros y sus atribu-
ciones correspondientes (varón masculino o mujer femenina), y de acuerdo con
estas distinciones se normativiza un deseo obligadamente heterosexual y prác-
ticas eróticas específicas (activo para los varones, pasivo para las mujeres) En
la medida en que se combinarán debidamente sexo biológico, deseo, género y
prácticas eróticas y amatorias en una identidad sexual masculina o femenina, el
orden sexual está asegurado.

3. Dicha linealidad entre sexo/género/deseo6, constituyen a la heterosexualidad y


sus valores morales como normas). Esas normas heterosexuales imponen no
solo una orientación sexual, determinada identidad y su correcta expresión de
género, las corporalidades, etc. Construye un régimen de HETERONORMATI-
VIDAD (Butler, 2001: 55).

6 Frente a esto, a inicios de los noventa, Butler sugería que la teoría feminista no debía «prescribir una for-
ma de vida con género» sino más bien «abrir el campo de las posibilidades para el género sin dictar qué tipos
de posibilidades debían ser realizadas» (2001: 10). Es decir, no debía canonizar las formas tradicionales de
concebir la masculinidad o la feminidad sino más bien evidenciar la inestabilidad intrínseca de tales expre-
siones. En otras palabras, se proponía desestabilizar «el orden obligatorio de sexo/género/deseo», es decir,
la pretendida naturalidad del vínculo causal o expresivo entre tales términos (Butler, El género en disputa).
5
Un régimen de regularidad semejante, lejos de estar inscripto en la naturaleza huma-
na, es para Butler el producto de una convención cultural que supone que para que
los cuerpos sean coherentes y tengan sentido debe haber un sexo estable expresado
mediante un género estable (masculino expresa macho, femenino expresa hembra)
que se define históricamente y por oposición mediante la práctica obligatoria de
la heterosexualidad, el marco de entendimiento que nos damos a través del cual los
cuerpos son leídos y significados, y a partir del cual se regulan los modos disponibles
y viables de vivir y actuar «como mujeres» o «como varones».

De tal modo, aquellos cuerpos, géneros o deseos que transgredan de alguna forma
los modelos regulativos de esta matriz que se impone sobre nuestro modo de leer el
sistema sexo-género, están expuestos a las más diversas formas de sanción social:
burlas, persecuciones, descrédito moral, falta de reconocimiento jurídico, social o cul-
tural, e incluso, la muerte.

HETERONORMATIVIDAD7
Aquello que Gayle Rubin dice sobre el sistema jerárquico de valor sexual que instala
a la HETEROSEXUALIDAD como LO HUMANO, ha dado lugar al concepto de HETE-
RONORMATIVIDAD (la HETEROSEXUALIDAD y sus valores morales como NOR-
MAS). Las normas heterosexuales imponen no sólo una orientación sexual, sino una
determinada identidad, en la que el género, la sexualidad y el deseo, han de perpetuar
un sistema que erige como modelo al hombre-blanco-heterosexual.

(Selección del texto citado)8


7 López Sáez, Miguel Ángel (2017), “Heteronormatividad” en R. LUCAS PLATERO MÉNDEZ, MARÍA ROSÓN
VILLENA Y ESTHER ORTEGA ARJONILLA (eds.) BARBARISMOS QUEER y otras esdrújulas, Barcelona, Edi-
cions Bellaterra, S.L
8 [nota del autor] Usaré el género femenino y las palabras terminadas en «e» para representar de manera
6
La heteronormatividad es el régimen político, social, filosófico y económico
generador de violencias hacia todas aquellas personas que no seguimos
un patrón de género, de sexualidad, de prácticas y deseos asociados a la
heterosexualidad. Incluso si se cumple con cada mandamiento de lo con-
siderado “normal”, sigue existiendo una importante violencia contra aquel
las personas situadas en los márgenes. Es un régimen político porque re-
gula el poder, define la comunidad y al individuo. Como explica Butler en
Undoing Gender (2004/2012), la heteronormatividad marca quiénes somos
sujetos posibles dentro de la escena política. Cuando las vidas butch, fe-
mme9, trans*10 y otras, irrumpen en el marco social, están cuestionando lo

más inclusiva la diversidad de identidades, evitando las formas tradicionales enmarcadas dentro del binaris-
mo hombre/mujer, así como otras formas que se sirven de «*» o la «@», que pueden dificultar la lectura a
personas con diversidades funcionales. 0

9 Tradicionalmente los términos butch y femme hacen referencia respectivamente posiciones articuladas
desde el deseo lésbico. Butch describiría a posiciones masculinas ocupadas por cuerpos asignados como
mujeres en el nacimiento, a las lesbianas con aspecto, gestos, ademanes y actitudes considerados masculi-
nos en sociedades como la nuestra. Femme a posiciones de feminidad empoderada, a lesbianas femeninas.
No obstante, hay cada vez hay más voces que señalan su independencia e incluso cuestionan la necesidad
de que estén vinculadas a cuerpos identificados como “de mujeres”.
En el pasado, la mujer butch ha sido catalogada de manera simplista como la parte masculina de la relación
lésbica y la mujer femm como su contrapartida femenina. Este etiquetamiento olvida a dos mujeres que han
desarrollado sus respectivos estilos por específicas razones eróticas, emocionales y sociales. Las relaciones
butch/femme no constituyen una “copia” de la heterosexualidad, como la lectura común puede proyectar.
Se trata de una subcultura específicamente lésbica y de clase obrera, en la que comunidades de mujeres
rompían con los modelos heteronormativos de la época conviviendo y ocupando el espacio público de forma
más o menos abierta como lesbianas.
Butch-Femm representa una forma de mirar, de amar y de vivir que puede ser expresada por una persona,
por las parejas o por una comunidad. Las relaciones Butch-Femm, son manifestaciones eróticas y sociales,
no falsas réplicas heterosexuales. Componen un lenguaje profundamente lesbiano referido a la postura, al
vestido, al gesto, al amor, al coraje y a la autonomía.
Romero Bachiller Carmen y Platero R. Lucas (2017), “Butch/Femme” en R. LUCAS PLATERO MÉNDEZ, MARÍA ROSÓN
VILLENA Y ESTHER ORTEGA ARJONILLA (eds.) BARBARISMOS QUEER y otras esdrújulas, Edicions Bellaterra, S.L

10 Trans (con asterisco) es un ensamblaje que refleja, siempre de manera transitoria, la realidad diversa
de las personas que no se identifican con el sexo asignado en el nacimiento. El asterisco después del prefijo
trans se concibió como una posible herramienta conceptual inclusiva, como un paraguas que ampare lo más
posible, de la misma manera que lo fueron anteriormente los términos trans y transgénero. Son nombres
que evidencian en el lenguaje que existe una gran heterogeneidad de experiencias, luchas y activismos. El
dinamismo y cambio que reflejan, especialmente con su sentido perenne de caducidad y la rápida crítica, se
asocia a la necesidad de nombrar y reconocerse en un lenguaje que no siempre recoge los matices que se
experimentan en cada momento cultural y político; evidenciando los matices locales, pero también persona-
les de conformación de la identidad. En el Estado español, el uso de transexualidad como término amplio ha
situado a transgénero en cierto uso subalterno, siendo menos frecuente, y quizá, más politizado. En Latino-
américa encontramos otras identidades que tienen una fuerza política importante, como es la apropiación de
travesti y trava, mostrando procesos propios de empoderamiento distintos a las identidades que surgen en
Norteamérica y Europa.
En los años noventa se comienza a usar el prefijo trans, especialmente desde los movimientos sociales
que son cada vez más críticos con el peso patologizador que contiene la noción de transexualidad y su diag-
nóstico. Trans es un prefijo que significa al otro lado de, a través de, y que, a su vez, genera el antónimo cis
como junto a, al lado de.
Platero R. Lucas (2007), “Trans* (con asterisco)” en R. LUCAS PLATERO MÉNDEZ, MARÍA ROSÓN VILLENA Y ESTHER
ORTEGA ARJONILLA (eds.) BARBARISMOS QUEER y otras esdrújulas, Barcelona, Edicions Bellaterra, S.L
7
que es humano. El correlato de las “normas posibilitadoras” marcan quién ha
de ser oprimido y agredido (Gimeno, 2014). Además, establece una máxima
ontológica sobre quién es el verdadero hombre-macho. Amar, desear, follar
a otro hombre queda tajantemente prohibido. La heteronormatividad esta-
blece un proyecto hegemonizador en la que todo lo relativo a la sexualidad
pertenece a la intimidad privada, mezclándose con sentimientos amorosos y
el parentesco (Berlant y Warner, 1998).

Definiendo, desde lo personal


Hace unos meses recibí un email invitándome a participar en este libro, in-
dicaba: “Tienes que escribir sobre su significado, su historia y su presente en
el contexto español” - decía la voz que retumba a su paso por lo leído. (...)
Pensaba empezar con un discurso incendiario o, influido por los consejos
de mis amigas Mar y Eli, sobre cómo las pelirrojas maricas nos hemos visto
afectadas en nuestras corporalidades disidentes al tiempo que nos privilegia
cuando somos leídas desde lo masculino. Aunque reconozco que me atrae,
me centraré en algunas pequeñas experiencias que me han ayudado a si-
tuarme ante la heteronorma. Comenzaré con una experiencia profesional
con un grupo terapéutico de jóvenes. Dependiendo del grupo y mi estado
anímico, me visibilizo como bisexual, homosexual, heterosexual o sin clarifi-
car, haciendo el passing11 (o no) correspondiente. Voy cambiando mis orien-
taciones, deseos, pronombres con los que me refiero y les refiero. Otras no.
En ocasiones juego al despiste y otras me caracterizo como despistada, sim-
plemente. Reconozco cierto placer en el vacile y la confusión ante la fluidez
de identidades, el uso táctico o estratégico.

En esta ocasión compartía experiencias con un grupo diverso de adoles-


centes de unos 15 años, ante los que decidí romper el hielo con preguntas
sobre diversos aspectos que nos conforman como personas, por ejemplo:
¿quién es heterosexual? Un chaval respondió: “yo no soy cosas raras de
11 El passing o pasabilidad es la práctica por la cual una persona ocupa una categoría social diferente a la
que le ha sido asignada. La pasabilidad está atravesada de relaciones desiguales de poder y en el proceso de
«pasar por» se posiciona a los sujetos en función de las normas dominantes de cada categoría. En el contexto
del género, la pasabilidad se refiere a cuando una persona trans es leída como cisgénero, un proceso de re-
conocimiento que suele implicar la mezcla de marcas físicas y de atributos de comportamiento culturalmente
asociados a la masculinidad y la feminidad hegemónicas. Como también la de aquellxs gay o lesbianas que
son leídxs como heterosexuales. A su vez la pasabilidad está asociada con la homofobia interiorizada que no
escapa a las personas LGBT, pero la misma tiende a ponderar a aquellxs que se acercan más o “respetan” los
estereotipos que la normoheterosociedad espera para varones y mujeres. Ejemplos de esto último podemos
leer en redes sociales como Grindr, donde aparecen reiteradas veces latiguillos como MASC x MASC, entre
machos, cero pluma, que no se te note, masculino busca igual, entre otros.
Pero la pasabilidad no es únicamente binaria, tampoco es permanente. El proceso y el discurso de la pasabi-
lidad cuestionan la ontología de las categorías identitarias y su construcción, amenazan el esencialismo de las
políticas identitarias y ponen en evidencia que las identidades son múltiples y contingentes.
Garda Fernández Nagore (2007), “Passing” en R. LUCAS PLATERO MÉNDEZ, MARÍA ROSÓN VILLENA Y ESTHER ORTE-

8 GA ARJONILLA (eds.) BARBARISMOS QUEER y otras esdrújulas, Barcelona, Edicions Bellaterra, S.L
gays... No sé qué significa heterosexual. Yo soy lo normal, profe”. Decir
“soy lo normal”, es la expresión más concisa y cargada de significado sobre
lo que implica la heteronormatividad.

Los normales nos sitúan en esas otras-cosas-raras, las otras-menos-im-


portantes, incluso para el paradigma académico. Recuerdo a cierta pro-
fesora indicándome que me constriñese a lo que las revistas “científicas”
quieren, para ser publicable. ¡Esto es ciencia! Es la ciencia que establece
lo único, diferente a esas otras cosas ensayísticas de reflexión o de cuida-
dos que hacemos otras.

Ilustración de Isa Vázquez.

Somos las otras-cosas-raras, las que somos cuestionadas y las que ofen-
demos. Digo esto recordando una de esas cenas universitarias, donde fui
obligado a sentarme con las parejas varones de mis amigas. Yo era escép-
tico, no me apetecía tener que sentarme con desconocidos, pero decidí
darles una oportunidad desde un optimismo causado por un vino previo.
Pero no pudo ser. Lo que podría haberse aventurado como una socializa-
ción divertida entre “machos”, pronto acabó en tragedia. Tratando de enta-
blar conversación seguí a la “manada” y ante sus comentarios cosificado-
res sobre la camarera, añadí: “el camarero es muy guapo, también”. No fue
bien recibido. El macho-patriarca sentado a mi derecha soltó “no jodas que
eres... No se te nota”. Respondí “a ti tampoco”. Se armó, porque al señor y
al resto que miraban la escena, no se les tenía que notar nada. El único que
debía de dar explicaciones de su anormalidad, de avisar del peligro, era yo.
No fuese a ser que el novio de una de mis compañeras de carrera se con-
tagiase de “a saber qué”. Y es que siempre me ha gustado “armarla”, “¿no
9
podías estarte callado?”. Obviamente NO. Puedes ser anormal, mientras no
des el «cante» y lo mantengas en privado.

Dar el cante siempre ha ido asociado a «la pérdida de aceite», a la pluma,


esos comportamientos o «parecimientos» con lo femenino, y en la prácti-
ca sexual, no lo es menos. Aplicaciones de ligue que te preguntan: top or
bottom12? Ante la indefinición, se encuentran los bien definidos en sus roles o
corporalmente, que insistirán en una categorización certera. Pretenden ges-
tionar tu indefinición sin incertidumbre.
La culpable de que no te entiendan eres tú.
En una tarde de verano decidí pararme en alguna plaza a leer después del
trabajo. Hacía tiempo que no iba a la que es hoy la Plaza de Pedro Zerolo. Al
sentarme, observé un grupo de adolescentes, que a priori leí como varones
maricas. Al acercarme escuché: «a mí me gustan HOMBRES, no como el
rubio que tiene una pinta de pasivaza13». Las que han estudiado lógica y re-
leen la frase llegarán al razonamiento: «Si es verdadero HOMBRE entonces
no puede asumir una práctica PASIVA sexualmente». ¡Basta! -pensé. Me le-
vanté violentado. Me sentí algo herido, aunque no hablaban de mí. Hablaban
con tan poco cuidado del otro y de sí mismas que me inundó la indignación.
Por lo que parece, las otras-cosas-raras no somos ajenas al discurso hege-
mónico y nos erigimos como señores-normales-bien, señalando la rareza de
las que oprimimos. Quizá cierta pedagogía de las oprimidas nos/les permi-
tiese/permitiría reconocer nuestras/sus propias voces y darnos/darse cuenta
de nuestra/su auto-opresión. Intentando hacer algo de pedagogía, nos invito
a continuar por un recorrido histórico y reflexivo que contextualice la hetero-
normatividad desde diferentes discursos epistemológicos y políticos dentro
del panorama español.

12 La traducción de Top al idioma castellano sería «la parte de arriba» y es una expresión utilizada para
clasificar binariamente los roles dentro de una relación normohomosexual, en este caso el de lxs activxs. Para
Botton la traducción sería «la parte de abajo», «el fondo» y también se puede traducir como «culo», siguiendo
la anterior clasificación es una expresión para catalogar a lxs pasivxs. Estas nomenclaturas tienden a delimitar
y fijar los roles dentro de las relaciones sexuales, pensando siempre la lógica coital en polos opuestos.

13 El término hace referencia al carácter peyorativo de ocupar un rol tipificado como pasivo a la hora de las
relaciones sexuales, pero eso lo trasladan a la identidad del sujeto. Esto claramente es el resultado de un
proceso hegemónico respecto a las sexualidades y cómo deben ser manifestadas. Es imposible escapar, si
hablamos de masculinidad, al heterosexismo. Ya de por si la homosexualidad es una idea contrapuesta res-
pecto esta masculinidad planteada. Lo que se rechaza en gran medida es lo femenino. La feminidad, que por
supuesto para el macho es inferior, es lo que degrada la calidad de hombre.
10
Conceptos claves14
Para hablar de diversidad sexual es necesario conocer los conceptos y términos
adecuados. Informarse permite revisar las propias creencias y consolidar la mirada
desde la comprensión e introspección. A continuación les proponemos, a modo de
glosario, alguno de los conceptos importantes a tener en cuenta.

IDENTIDAD DE GÉNERO: Es la vivencia interna e individual del género tal como


cada persona la siente profundamente, la cual podría corresponder o no con el sexo
asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo.
Las identidades de género no son finitas, ni se acaban en el binomio varón/mujer,
sino que existen otras como lxs nobinarixs, trans, travesti, intersex.

Es un error establecer un vínculo causal entre la identidad de género y la orien-


tación sexual. Una persona trans puede tener tanto una orientación sexual hetero-
sexual, bisexual, homosexual, pansexual, o asexual.

EXPRESIÓN DE GÉNERO: Generalmente se refiere a la manifestación del género


de la persona, que podría incluir la forma de hablar, manerismos, modo de vestir,
comportamiento personal, comportamiento o interacción social, modificaciones cor-
porales, entre otros. Estas formas de expresar la identidad de género son aceptadas
por la sociedad cuando coinciden con el patrón varón-masculino y mujer-femenina,

14 Para la elaboración de este apartado se utilizaron como referencia los “Conceptos básicos relativos a per-
sonas LGBTI Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)”.
http://www.oas.org/es/cidh/multimedia/2015/violencia-lgbti/terminologia-lgbti.html
11
aquellas expresiones que quedan por fuera, en ocasiones, son violentadas, censu-
radas con el fin de mantener el firmemente el discurso cisheterocentrado sobre sus
cuerpos.

Puede ser femenina, masculina o andrógina (la combinación de ambos). Es impor-


tante poder distinguir que la expresión de género no define una determinada orienta-
ción sexual ni una identidad de género. Es un elemento más que se involucra en la
construcción de las identidades.

SEXO ASIGNADO AL NACER: Esta idea trasciende el concepto de sexo como mas-
culino o femenino. La asignación del sexo no es un hecho biológico innato; más bien,
el sexo se asigna al nacer en base a la percepción que otros tienen sobre sus geni-
tales. La mayoría de las personas son fácilmente clasificadas pero algunas personas
no encajan en el binario mujer/varón.

ORIENTACIÓN SEXUAL: Es la capacidad de cada persona de sentir una profunda


atracción emocional, afectiva y sexual por personas de un género diferente al suyo,
o de su mismo género, o de más de un género, o no sentir ningún tipo de atracción.
Cuando nos referimos a la orientación sexual lo hacemos en base a la capacidad
de sentir la atracción mencionada, entre pares y con consentimiento. La orientación
sexual no se elige ni se aprende.

PRÁCTICAS SEXUALES: Son las acciones o patrones de comportamiento sexual


basados en el erotismo, fantasía y/o placer. No hay prácticas que se correspondan
con una orientación sexual determinada. Hay que diferenciar las prácticas sexuales
de la orientación sexual.

DIVERSIDAD FAMILIAR: Se refiere al conjunto de conformaciones familiares. Es-


tas dependen de la historia, lo social y la cultura. Entre ellas se pueden mencionar las
siguientes configuraciones familiares: heteroparental, homoparental (homomaternal o
comaternal –dos madres- u homopaternal o copaternal -dos padres-), monoparental
(madre soltera o padre soltero), poligámica (poligínica –varón con varias mujeres- o
poliándrica –una mujer con varios hombres-), ensamblada, adoptiva, de acogida, pa-
reja sin hijos, cohabitantes, etc.

PERSONA CISGÉNERO Cuando la identidad de género de la persona corresponde


con el sexo asignado al nacer. El prefijo “cis” es antónimo del prefijo “trans”.

12

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