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Este documento analiza los ciclos políticos, culturales y éticos en la sociedad peruana a lo largo del siglo XX y XXI. Identifica tres ciclos: el oligárquico (1895-1945), el populista (1945-1990) y el neoliberal (1990-presente). Cada ciclo se caracteriza por tener sus propias modalidades en lo económico, social, cultural y político. El documento argumenta que estos ciclos pueden definirse en base al modelo de desarrollo o patrón de acumulación predominante en cada
Este documento analiza los ciclos políticos, culturales y éticos en la sociedad peruana a lo largo del siglo XX y XXI. Identifica tres ciclos: el oligárquico (1895-1945), el populista (1945-1990) y el neoliberal (1990-presente). Cada ciclo se caracteriza por tener sus propias modalidades en lo económico, social, cultural y político. El documento argumenta que estos ciclos pueden definirse en base al modelo de desarrollo o patrón de acumulación predominante en cada
Este documento analiza los ciclos políticos, culturales y éticos en la sociedad peruana a lo largo del siglo XX y XXI. Identifica tres ciclos: el oligárquico (1895-1945), el populista (1945-1990) y el neoliberal (1990-presente). Cada ciclo se caracteriza por tener sus propias modalidades en lo económico, social, cultural y político. El documento argumenta que estos ciclos pueden definirse en base al modelo de desarrollo o patrón de acumulación predominante en cada
Ciclos Políticos, Cultura Moral y Etica en la Sociedad Peruana
Manuel Castillo Ochoa
La conmemoración del Bi Centenario y el ingreso de la sociedad peruana en el siglo XXI no ha sido tan alentador ni esperanzador como se hubiera deseado. Si bien, aunque algunos analistas han comparado los inicios de nuestro siglo XXI con los inicios de la del siglo XX o lo que conocidamente se denomina, sobre todo después de la alusión que hiciera Basadre sobre ese periodo, como República Aristocrática (1895- 1931), semejando ambos inicios como un periodo de mediana duración democrática, tal comparación pareciera quedarse corta. Para el mundo criollo de los inicios del siglo XX cierto espíritu de optimismo podía expandirse sobre los reducidos espacios tópopolíticos de las clases altas y medias afincadas mayormente en la capital. Después del periodo de la reconstrucción nacional, posterior a la Guerra del Pacífico, y de las desavenencias entre Cáceres y Piérola, ese ánimo relativamente optimista se irradiaba también hacia algunos departamentos alejados de la capital como el Sur Arequipeño y el Norte trujillano. Además, el afrancesamiento de las clases altas, como en su momento la denominaron varios analistas de ese periodo (Neyra, 1997) también se contagiaba del espíritu europeo que presagiaba el siglo XX como un siglo de ánimo esperanzador. Recordemos que la inauguración de la Torre de Eiffiel en Paris de 1896, acompañado del movimiento cultural del maquinismo de Lamartine, del expresionismo en la pintura y del voldeville en el teatro de variedades convertían así las esperanzas en ”realidades”. Hasta caucheros en la olvidada Amazonía Iquiteña de ese momento se contagiaban de ese ánimo construyendo la conocida casa de Fitzcarrald en reminiscencia, a la peruana, de la perennidad del acero en la vida cotidiana. Ese ciclo optimista duraría hasta la denominada “Patria Nueva”, denominación que diera el presidente Leguía a su periodo gubernamental. Pero lo que no debemos olvidar es qué ese contagio de inicios de siglos -el del XX y el del XXI- más allá de un ciclo político de mediana duración democrática, no va más. Ciertamente entre 1895 y la caída de Leguía en 1930, dejando de lado el “interruptus” autogolpista del 19 y el reingreso democrático del veinticuatro, hubo un ciclo democrático de mediana duración. Pero ese ciclo, como todos recordamos acabo mal. El golpe de Sánchez Cerro primero, los muertos del cuartel O’Donovan en Trujillo después, siguiendo “el año de la barbarie” del 32, la propia muerte de Sánchez Cerro, la de los esposos Miro Quesada, y la dictadura posterior de Benavides, no pueden ser más elocuentes. Y si hacemos ingresar en nuestra comparación a lo que va de nuestro siglo XXI, es decir, la democracia incumplida pero al fin y al cabo democracia no quebrada de Paniagua, la presidencia de Toledo, de García Pérez y de Kutszinski, su patética salida y el ingreso de Vizcarra, Merino y P. Castillo nos pueden hacer ver que ese mini mediano ciclo democrático de comienzos del siglo XXI, no es tan sólido como parece. Pero no olvidemos la gran diferencia. En ese sentido no es gratuita la estética de “apocalipsis catastrofista” que inunda el universo global simbólico de los mass media. El cine, la televisión y el cable global no presentan un futuro optimista del devenir del siglo que comenzamos, sino, al contrario. Una estética distópica se ufana soberbia sobre la estética utópíca que queda mayormente encerrada para los “Happy end” felices de las comedy familys hollywoodenses, o en caso nuestro de la saga cinematográfica “..a su mare” del actor Carlos Alcántara y sus efectos humorísticos. Esa es una gran diferencia de subjetivización entre ambos inicios de siglo y su análisis requiere de otros “detalles”, como veremos posteriormente, para observar tendencias y escenarios prospectivos. Pero, aun así, se puede hablar de ciclos en la sociedad peruana del siglo veinte y en los inicios del veintiuno. Y aquí es necesario precisar algunas supuestos de entrada. Para nosotros cuando hablamos de ciclos presuponemos una ciertas “características” de orden social que cruzan verticalmente como horizontalmente a una sociedad en su conjunto. Es decir, la delinean en sus principales demarcaciones como períodos que, si siguiéramos un leguaje a lo Braudel, es decir histórico sistémico, le irrogan una auto demarcación propia que la específica en sus modalidades de expresión mas sentidas y hasta observables objetivamente, frente a otros “ordenes sociales”. Estas modalidades de expresión demarcatoria pueden convertirse en variables económicas, sociales, culturales y políticas, es decir dimensiones de análisis social, qué observadas en su manifestación como conjunto social, forman ordenes de sociedad y sociabilidad, de poíesis sistémicas auto sustentables y autoreferidas. No iguales, distintas en su periodificación. La delinean como demarcación expresiva diferenciable frente a otras sociedades o, en el caso al cual nos estamos refiriendo, como ciclos históricos socio-políticos culturales particularizados en el siglo xx y xxi. Según esa propuesta se pueden hablar de tres ciclos políticos a lo largo del periodo siglo xx y xxi. Ellos son: el ciclo oligárquico, el populista y el neo liberal. El primero, el cual ha sido bastante desmenuzado y analizado desde distintas vertientes (Burga y Flores Galindo, Basadre, Portocarrero, Stein, etc.) va desde 1895 hasta, según nosotros, 1945, momento que irrumpe el Frente Democrático Nacional liderado oficialmente por Bustamante y Rivero, pero con la fuerte presencia masiva e incidental del APRA como trasfondo socio-político, y abre el ciclo político populista. Sin embargo, es necesario hacer aquí una mínima pero no insignificante aclaración. Para autores como Peter Klaren, el ciclo oligárquico termina en 1933, momento de la caída de Sánchez Cerro y surgimiento de la dictadura de Benavides, para nosotros no sería así. El ciclo oligárquico continua con fuerza hasta la irrupción en 1945 del Frente Democrático Nacional y ese es un momento demarcatorio con claridad frente al oligárquico pues su Modelo de Desarrollo argumenta otras características frente a lo oligárquico. En lo básico y para no entrar aquí en explicaciones que han sido revisadas con acuciosidad por la historiografía social peruana, emerge un desarrollo sustentado mayormente, con todas sus particularidades específicas, sobre el mercado interno y, a lo largo de ese ciclo, industrialización, modalidades de inclusión ciudadana y ejercicio gubernamental, no vistos anteriormente en la sociedad nacional. El primer ciclo, 1895-1945, denominado oligárquico presenta, y ello es bastante conocido, características económicas, sociales, culturales y políticas sumamente específicas, el segundo 1945-1990, aún con variaciones de diferentes gobiernos pero que se pueden agrupar contextualmente como un ciclo de mediana duración, también presenta características en lo económica, social, cultural y político, propias y particulares. Y el tercero, 1990- hasta la actualidad, nuevamente también presenta en esas dimensiones señaladas particularidades específicas. Es obvio que estamos moviéndonos aquí en un terreno de generalización macro- social, ya que éste no es un estudio historiográfico sino, como se ira observando, apunta hacia otro fin. Como toda generalización encubre y absorbe anomalías e incoherencias que no se condicen como síntesis de la realidad que se quiere generalizar, y además la propia realidad es sumamente compleja heterogénea y disímil en sus acontecimientos como para caber en un “paquete” generalizador. Pero para los fines a tratar posteriormente puede servirnos de utilidad noseológica. Pero, entonces, ¿por qué presentarlo así? Si observamos con detenimiento cuál es la clave fundamental que hemos usado para delimitar los tres ciclos no es difícil deducir que ella es la tan mentada y usada conceptualización del Modelo de desarrollo o, como generalmente se conoce en las ciencias sociales el Patrón de acumulación, aludiendo con ello a específicas modalidades de producción, crecimiento, distribución y usufructo de los bienes y servicios producidos en una sociedad. Es decir, la clásica entrada estructuralista que desde la economía política puede, y usemos aquí una jerga tradicional, deducir el orden “supraestructural” de una sociedad. Permítasenos aquí una breve digresión. En otro ensayo sobre el análisis de una sociedad hemos señalado que hay tres entradas básicas para analizar la sociedad desde la tradición latinoamericana de las ciencias sociales. Nos referimos específicamente a las ciencias sociales que hicieron su irrupción en la década de los sesentas latinoamericanos. Esas eran primero, la entrada por el lado de observación de lo sistémico mundial. Ella vendría desde los antiguos enunciados imperialistas de la década del treinta y posteriormente adquiriría carta de ciudadanía con los estudios dependentistas coloniales y post coloniales hasta llegar a la decolonialidad del poder y al patrón de hegemonía mundial, que si bien se presenta como una descontinuación de la colonización inicial perdura hasta la actualidad como colonialidad del poder hegemónico mundial (dominando el trabajo, sexo, genero, política y subjetividad e imaginarios colectivos). Esta es una entrada que se la podría adscribir a una visión analítica macro-sistémica. Una segunda entrada es por el Estilo de desarrollo o el Modelo de Desarrollo que sigue cada Estado-Nación latinoamericano. De esa forma se establece que ha habido tres tipos de Modalidades de Desarrollo, ahora generalmente denominado, sobre todo por el auge de la terminología ecologista: el extractivista o de crecimiento hacia afuera privilegiando el mercado externo, el industrialista que privilegia el mercado interno y el asociado-dependiente que privilegiando nuevamente el mercado externo y mediante una asociación triple entre estado, empresas trasnacionales y empresas nacionales, logra ciertos momentos de “despegue o milagro económico”. Caso de Brasil 1964-1985, Argentina 1973-1983, Chile 1973-1990. Incluso se podrían incluir aquí a los tigres del sud-este asiático. Por último y debido probablemente al auge informativo de los medios de comunicación y al periodismo investigativo se agrega otro enfoque para el análisis social, el de la Gobernabilidady de la Gestión pública. Basándose en el funcionamiento institucional y en las esferas, mayormente de lo institucional político, sin dejar de incluir en ella los vaivenes del crecimiento macroeconómico y la “oralidad gestual” de los actores políticos de cada coyuntura analizada, se analiza la sociedad en su conjunto. Los medios y la “opinología” se alimentan recíprocamente en este tipo de análisis. Cómo se puede apreciar, en la incidencia del análisis de los tres ciclos que hemos propuesto para el análisis de la sociedad peruana a lo largo del siglo xx y xxi, podría decirse que nos hemos inclinado, en el análisis histórico social, por el Modelo de Desarrollo, pero eso probablemente se deba al ansia de generalización y es ahora el momento de dejar este tipo de análisis, sin dejar de lado los ciclos sociales aludidos. Moral, cultura y transgresión: marco explicativo nacional Lo que podemos observar del tercer ciclo de la sociedad nacional, 1990 hasta la actualidad, son todavía focalizaciones que no lograrían, hasta el momento. dar cuenta de una sola entrada de totalidad del ordenamiento social por el cual discurrimos. Pero aun así, estas focalizaciones, basadas mayormente en fuentes periodísticas, que es el gran manantial de información de donde bebemos la mayoría de los peruanos -obviamente no incluimos aquí a los “iniciados” sino a la gran masa de consumidores populares de información analítica social que pasan por el video y el periodismo cotidiano- estas focalizaciones, como decíamos nos dan cierta información que sumadas, unas más que otras, y a manera de rompecabezas para armar a partir de un sinnúmero de piezas que en este caso son la información periodística que de tanto informar, como dice Scott lash “desinforman”, nos permiten aunque sea inicialmente, tener cierta visión inicial de lo qué está sucediendo, y cuales son los escenarios futuros de la sociedad peruana. Es decir qué “configuración morfológica social” nos va presentando la sociedad nacional. Pero aun cuando no podemos dejar de lado el “peso estructural” y pulsiones económicas que desde ahí estructuran a la sociedad peruana desde que ella ingresó -si se podría señalar un año decisivo ese sería el año de 1992- al modelo de desarrollo que, privilegiando el mercado externo y las inversiones extranjeras (la traducción del Consenso de Washington y sus reformas estructurales diseñado bajo los auspicios de Thatcher y Reagan en los inicios de los años ochenta e introducido en el país en los noventas) y las características que de él se pueden derivar sobre las otras dimensiones sociales -cultura globalizadora, sociedad de doble vía, convivencia de riqueza y pobreza en los mismas espacios urbanos, sociedades de Ghetos convivenciales e inseguridad, heterogeneidad productiva, etc.- ha cubierto la política económica y pública desde ese año hasta la actualidad sin mayores modificaciones de fondo. Pero pareciera que sobre esa manera de analizar la historia nacional del siglo XX e inicios del XXI, es necesario ahora alterar el punto de vista del análisis y enfocar la sociedad peruana desde otro lado. El de su moral y su ética, que es, obvio, parte de su cultura y de cómo se ha ido configurando esa cultura nacional, fragmentada, dividida, etc.. Y ello porque la importancia que el tema de la ética y la moral ha adquirido, en especial a partir del segundo lustro de la segunda década del siglo xxi, es innegable y de vital importancia para el análisis social. Como tal se hace necesario un cambio de óptica y de focalización de la mirada desde lo que hemos denominado anteriormente los ciclos de la sociedad peruana en el siglo xx, en el cual incidíamos para su diagnóstico en las modalidades de acumulación y desarrollo que constituidas como ciclos de “orden social” permitían inferir con cierra nitidez tipos de sociedad a lo largo de ese siglo. Ese cambio de focalización desde lo “estructural” a lo Moral-cultural, pues tanto lo ético como lo moral social, los deberes (deontología) y responsabilidades ciudadanas como veremos posteriormente, se enlazan e imbrican estrechamente entre sí, y nos conduce también a otras perspectivas conceptual analíticas. En ellas debe ingresar necesariamente el análisis de la cultura, y sus perduraciones y modificaciones históricas. Pero hagamos la incidencia que ese cambio de perspectiva no es sólo de análisis de ciclos de mediana duración sino que debemos incluir, tal como observaremos, ciclos históricos de larga duración por la misma naturaleza del tema (lo moral-cultural) y su peso y densidad en la sociedad nacional. Es poco lo qué hasta la actualidad, más allá de gruesas generalizaciones, se puede decir de la moral y lo que abarca como gran ciclo histórico inicial lo Quechua-Inca, más allá de las distorsionadas lecturas que hicieron los Cronistas. Aún los trabajos de historiadores contemporáneos como Rowe, Watchel, Murra, Rostorowski lo que nos dejan entender es que eran mágico-animistas, usaban rituales de sacrificios humanos, no se basaban en una razón instrumental del cálculo, eran politeístas, no secularizados y la cohesión social lo daba la legitimidad divina que el Inca y los orejones cuzqueños se atribuían a sí mismos y les negaban al resto de pobladores. Hatun Runas y Mitimaes, la gran mayoría de la población de ese entonces, atribuían ese sentimiento de divinidad a la casta cusqueña. Una sociedad de castas rígidamente organizada, legitimada en su dominación por lo sacralicio divino. No niega ello la resistencia de Huancas y Chancas a los orejones, pero tampoco de ahí se puede obtener desdivinización de lo inca sobre el resto de la población de los ayllus. Garcilazo, desde su centrismo cuzqueño, nos habla de tres grandes lemas que guiaban al conjunto del Imperio y que nos puede dar iniciales apreciaciones sobre su moral colectiva. Los conocidos lemas de no robaras, no mentiras, y no seas ocioso. Da a entender, por consiguiente, que sí lo eran y en mucho, como para que tales lemas se irradiaran como ideas sancionadoras al conjunto del imperio. Por lo tanto, lo eran, pero más allá de ello, es difícil indagar más. Obviamente la cohesión como centro de dominación imperial lo daba el Inca, personaje divinizado hasta el endiosamiento absoluto, y la pronta y rápida caída del imperio por la hueste “perulera” de 168 españoles, da a entender que eran tanto su poder céntrico que una vez desaparecida la figura del Inca, prácticamente el imperio, con las respectivas rebeliones, se desmorona rápidamente. Es con el “Encuentro entre dos mundos”, tal como lo caracterizado la historiografía mundial, que ahora sí podemos atisbar elementos propios de la moral. Pero antes de indagar más permítase unas breves y sencillas digresiones sobre la Moral. Heidegger señalaba que la palabra Moral viene de Morada, donde habita el hombre. Ciertamente está es una visión filosófica propia de la fenomenología y del idealismo alemán post hegeliano. Si el ser cognitivo, humano, se caracteriza por la vida es obvio que el encuentro y descubrimiento con la muerte y la nada, lo enturbia, lo angustia. Pero ¿Por qué lo puede enturbiar? Justamente porque es cognitivo y si lo es, es cultural. Vive en un mundo simbólico, intersubjetivo como diría A. Schultz, en un mundo de recreación y encubrimiento de lo real, y siempre recubre lo real con sus propios ensueños e ilusiones. Entonces no habita, sobre el suelo que pisa, sobre la cueva donde se esconde, en la casa en que duerme, no. Mora, habita, si queremos decirlo con palabras que vayan más allá de lo cotidiano y del sentido común, en el mundo simbólico que el mismo ha creado, que el mismo ha inventado. Mora en sus autoconciencia y las influencias que esta recibe de su entorno social. En un mundo artificial, no natural, discursivo, simbólico. Es decir, vive, habita, mora, en un mundo cultural. De ahí las palabras de Heidegger, el hombre, mora, habita, poéticamente (léase artísticamente, constructivamente, inventadamente, palabras del autor) en la casa del lenguaje. Y el lenguaje, también es cultural, artificial, una invención desarrollada a partir de un instinto de comunicación para hacer ruidos guturales, como lo hacen el resto de seres vivientes no cognitivos. El ser humano convirtió esos “ruidos” en lenguaje. Por, consiguiente, y ahora sí podemos decirlo claramente, habitar, morar en la casa del lenguaje es, habitar, vivir, en la cultura. Moral pertenece a cultura como cultura envuelve a la moral. Regresemos a nuestro tema. En el “Encuentro entre dos mundos” podemos seguir el hilo, el comienzo de la madeja de la Moral que se iría forjando entre nosotros, Y ahora sí la podemos objetivar, indagar, porque tenemos rastros de ella. Los cronistas, el ala “intelectual” de los españoles, han dejado huellas de ello. Pero como hemos enlazado Moral y cultura, podemos hacerlo desde una pregunta ¿cuál era lo cultural-moral de los españoles para empezar a entender cuál era la cultura moral del comienzo de nuestra historia hasta la actualidad, del “encuentro de dos mundos”? Pero ¿No podríamos hacer lo mismo con lo andino y reconstruir desde nosotros sobre lo moral-cultural andino previo a la llegada de los españoles? Ya lo hemos señalado, no lo podemos hacer por varias razones. Las civilizaciones prehispánicas no dejaron huella escrita, y encima hoy estamos lejos de la oralidad de ese momento, pues la moral andina se transmitía como oralidad y ello se ha desdibujado con el correr de los tiempos. Habría que hacer una arqueología de la oralidad Andina remontándonos hacia atrás del encuentro de dos mundos y sólo quedan algunas huellas casi no reconstruibles. Pero de los españoles, por la escrituralidad de los mismos, sí podemos reconstruir su moral-cultural y cómo trataron de insertarla en la moral-cultural andina. Pero ya que hemos enlazado moral con cultura y no la podemos desligar una de otra, tampoco podemos desligar el componente fundamental de la moral que se traspasa a lo cultural, es decir, los juicios. Kant, como tantos otros estudiosos, señalaba que una de las fuentes vivificantes de la moral eran los juicios, la capacidad de “juzgar”, de señalar lo correcto de lo incorrecto, lo bueno de lo malo, lo sancionable y lo gratificante, el castigo y el premio que cada sociedad, por mas grande o mínima que sea, otorga a sus integrantes. Y Aristóteles señalaba que ahí también se encontraba la estética. La estética, tal como sabemos, es parte de la moral, es enjuiciar lo que es bello y lo feo. Pero la moral es cultural, se traslada a la cultura, y es cada cultura, en su larga configuración histórica y de acuerdo a los criterios construidos, creados, por cada sociedad, hasta llegar a la conformación de sociedades sistémicas estatales, que los juicios de cada moral específica, se vuelven códigos, imaginario simbólico. Y como también como decía Kant de esos códigos, de esas “costumbres” cuando se legitiman y se sancionan estatalmente, surge la ley. Y como tal, guía de la práctica de la convivencia de cada sociedad, de los comportamientos colectivos. Son los referenciales de la acción social. Son costumbres y por ello Kant señalaba que el origen de la Ley es la costumbre. Obvio, Kant era racional, y la ley no venía del creacionismo sino de los hombres. La costumbre hecha ley. Ley de los hombres. Por consiguiente, y enlazando lo dicho anteriormente, en la cultura están los “juicios” de cada sociedad, pero no todos los juicios alcanzan el status de legalidad. Algunos son legitimados y otros son prácticos. ¿Qué Moral-cultural trajeron e insertaron los españoles sobre la sociedad post encuentro de dos mundos? ¿Qué juicios legales y prácticos fueron divulgándose sobre las concepciones andinas? ¿Cuáles de ellos ingresaron raudamente, se recrearon? Las novelas anteriores a la conquista y otras post período de la misma pueden darnos algunas pistas sobre esas consideraciones. En especial aquellas novelas que se encuadran en la escuela costumbrista hispánica. “El gran buscón”, “Felipillo el tinterillo”, sus novelas de la escuela picaresca, son interesantes en ese sentido. En ellas puede verse que la moral costumbrista, la de vida cotidiana, es totalmente diferente a la moral contra reforma religiosa que se difuminaba oficialmente en las cortes monárquicas. Mientras que la segunda proliferaba en entendidos de juicios sanos y correctos, de pensamientos de acuerdo a la moral religiosa, la primera mostraba que en la vida cotidiana, en las costumbres de todos los días, prevalecía la moral de la mentira, de la convivencia entre el vicio y la virtud, de sacar la vuelta a lo oficial, que al final terminaban encarnándose en ventajas y en admiración del que lograba sus fines usando, no los interlugios de la moral oficial, sino los de la moral ambivalente, saca vueltera, mentirosa, corrupta e incluso despiadada. Esa cultura de lo moral se encarnaría posteriormente y a lo largo del ciclo que va desde la conquista, pasa por el virreynato y llega hasta los inicios de la república, en esos dos símbolos superlativos que son la Espada y la Cruz. Bajo esa simbología se pueden graficar y sintetizar la moral virreynal. La espada, para el despiadado accionar de la búsqueda del oro sobre todas las cosas y pasando por encima de todos los crímenes con tal de alcanzar ese ansiado botín que, según Colon desde sus diarios de bitácora denominaba “… ese vil metal que nos saca del infierno y nos hace llegar al paraíso”, y la Cruz, como culpa y sensibilidad de remisión cristiana que se irradiaba paralelamente y simultáneamente a los avatares que se conseguía con la Espada. Una “doble moral”. Espada y Cruz en el mismo espíritu y cuerpo del conquistador. Ahí tenemos una pista, desde el ángulo de la cultura de la moral, para observar lo que se encarnaría más allá incluso del ciclo Virreynal. Si nos atenemos a la literatura amplia de las ciencias sociales que han escrito sobre nuestra historia y aceptamos una de sus generalizaciones de fundamento como es la conocida idea de la “Herencia Colonial”, podemos observar que esa moral la de la cruz y la espada. Esa doble moral qué hasta la actualidad, y a lo largo del ciclo repúblicano, nos ha fustigado tanto no viene a ser mas que reiteración y persistencia de esa herencia que se remite a si misma como fundamento histórico y como ancla que deviene en acción colectiva de signo fatalista, hasta casi determinista del “nosotros mismos” nacional. Ciertamente la vida repúblicana es tan complicada, sobre todo y en especial desde los años cuarenta y cincuenta del siglo xx, que es sumamente simplificador englobarla en una sola generalización de fundamento moral. Los últimos setenta años la complejidad del tejido social, la articulación heterogénea socio-colectiva que se ha configurado entre nosotros, hace difícil conjeturarla e incluso apreciarla bajo una sola denominación y caracterización, pero si algo queda de un análisis histórico social, en una arqueología genética que nos dé las iniciales pistas para una comprensión de la cultura de lo moral nacional, esa bien puede ser, aún con los vacíos que produce el tiempo sobre diagnósticos y caracterizaciones, la tan mentada “herencia colonial”. Desde ahí, creemos, se ha construido un centro referencial de observación que no podemos dejarla de lado sin mas. Y si es así, dado los escasos materiales de investigación que existen en la actualidad sobre esa temática, aun con las debidas excepciones, todavía convive entre nosotros la cruz y la espada, probablemente con nuevos rostros, ropajes y actores, sedimentos, rostros económicos, pero todavía continuaría su vigencia para entender nuestra moral actual. Y analizar esa “Herencia colonial” viéndola en su recorrido repúblicano a través de vicisitudes de nuestra historia, aún con su continuidad pesada y caso inamovible en algunos aspectos (Machismo, patriarcalismo, clientelismo, caudillismo, prebendismo, patrimoniliasmo, etc.) y sus discontinuidades y nuevas expresiones de lo moral-cultural en nosotros (resilencia, emprendimiento, respeto ciudadano, creatividad e innovación, etc.) se convierte en una tarea fundamental para conocernos a nosotros mismos, a nuestro mundo interior colectivo, a los meandros de nuestra subjetividad, a los recovecos más profundos de nuestra conciencia colectiva. Al final a lo que somos como identidad o des-identidad nacional. La conmemoración del bi-centenario y las iniciales décadas del siglo xxi que estamos transitando bien merecen una revisita, y obviamente no puede dejar de ser histórica, para observar lo que hemos dicho anteriormente sobre nuestra moral y su entrelazamiento con “nuestra ética colectiva” tan llena de prejuicios y calificativos, y observar también, si la tan mentada “Herencia Colonial” es todavía valida o no. Después de todo los estudios sobre la cultura y la moral, la ética y la deontología colectiva, por algo se están expandiendo y analizando en la mayor parte de los centros académicos internacionales. Quizás ahora se esté redefiniendo con mucha intensidad que no es la economía la clave fundamental para entender una sociedad, sino que el entendimiento y comprensión de la misma esta en la “clave cultural y moral” de la misma.