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¿Acaso nos dicen algo sobre el resto del mundo esos seres exóticos, revelados
sólo por sutiles operaciones de multiplicación? 1 Mandelbrot repuso que
probaban la regularidad de formas descartadas por caóticas, certificando el
nacimiento de una geometría capaz al fin de medir la tierra, promesa incumplida
por Euclides y sus sucesores. Las trayectorias esquemáticas, monótonas y
pasivas en las que fuimos educados, añadió, eran por una parte el resultado de
fantasear con un tiempo, un espacio y un movimiento absolutos, como Newton,
y por otra fruto de que el geómetra tuviese como únicos útiles la regla y el
compás. Cuando el ordenador le permitió no sólo mecanizar el cálculo sino
simular situaciones, inaugurando con ello una variante inédita del experimento
científico, empezó a entrever una malla más capaz de capturar lo real que las
curvas y sólidos clásicos, donde el abismo entre la figuración y lo figurado
impone “suavizar” todos los perfiles.
A partir de entonces sería posible mirar de frente lo rugoso y áspero, las aristas
distintivas del mundo físico, que Mandelbrot decidió llamar fractales partiendo
del latín fractus, “quebrado”. Lo decisivo era saber si en el universo de cosas
etiquetadas como matemáticamente monstruosas había o no alguna “medida de
la irregularidad”, y unos pocos años de colaboración con ingenieros de IBM le
permitieron descubrir que esos engendros infinitamente complejos podían a
veces comprimirse en algoritmos muy breves. Quedaba abierto así el camino
para toda suerte de aplicaciones informáticas, pero fundamentalmente había
llegado el momento de aclarar que -a diferencia del círculo, el triángulo y otras
nociones nacidas sólo de nuestra definición- tales monstruos son objetos.
Aunque podemos saber o no de ellos, examinar el proceso de cualquiera
descorre un pormenor tan inagotable como el almacenado en las demás cosas
mundanas.
Por distintos caminos, que coincidieron en la necesidad que tuvo cada uno de
mantenerse gracias a la empresa privada, Mandelbrot y él habían descubierto
algo tan complementario como medir la Tierra y devolverle al tiempo su
dimensión de historia de la naturaleza. Esa hazaña sigue produciéndonos
vértigo, al revelar en lo etiquetado como caos un orden de grano más fino,
construido por interacción entre los objetos y su medio. Lo tenido
tradicionalmente por orden es un residuo de la hipotética orden dictada por el
Omnipotente, que de haber querido separar libertad y movimiento, materia y
devenir, bien podría haber hecho un universo sin pormenores, tan alisado como
cualquier curva regular.
So pretexto de “pulir y dar esplendor”, obrar como dueño de una lengua suscita
entre otros efectos el pacto de ese usurpador con los incomodados por la
emergencia del nuevo paradigma científico, que no en vano empezó a definirse
como tal a mediados de los 70. Aquél brote de destrucción creativa puso en
cuestión a la gran mayoría de los docentes, convencidos de que sus respectivas
disciplinas están ya fundamentalmente conclusas, y la única incógnita de
nuestro caso es saber cómo la mano invisible de esa infatuación gremialista
pudo llegar hasta nuestra Real Academia, haciendo que redujese la curiosidad
a una indiscreción abyecta, como la de quien mira por el ojo de una cerradura.
NOTA
© Antonio Escohotado
http://www.escohotado.org