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l 8(i I I ISTOIUA DE LA PSICOLOGÍA

LA REVOLUCIÓN DARWINIANA
inundo mecánico cartesiano-newtoniano era tan intnutable como el mundo antiguo. Dios, o algún Crea-
dor, había construido una maravillosa máquina perfectamente diseñada y eterna. Todos los objetos y espe-
cies biológicas habían sido fijados para siempre, inmutablemente perfectos y obedientes a leyes naturales
fijas. Esta concepción del mundo era coherente tanto con las Ideas de Platón como con las esencias de Aris-
tóteles y la teología cristiana. Según esta concepción el cambio era algo que raramente tenía lugar en la na-
turaleza. Dada la idea cartesiano-newtoniana de que la materia es inerte, que es incapaz de actuar y sólo pa-
siva, y dado que el ca1nbio espontáneo es lo que da origen a las nuevas especies, la mutación de las especies
ya existentes parecía imposible. Tras la acción creadora de la inteligencia supre1na, la materia inerte no po-
día dar lugar a nada nuevo.
En el clima de progreso característico de la Ilustración, sin en1bargo, esta visión estática de la
leza co1nenzó a can1biar. lJn antiguo concepto aristotélico-teológico que contribuyó a hacer aceptable Ja idea
de Ja evolución fue la «Gran Cadena del Ser» o sea/a naturae aristotélica. En la Edad Media se considera-
ba esa cadena co1no una medida de la cercanía de una criatura con respecto a Dios y, por lo tanto, del gra-
do de su perfección espiritual. Por otro lado, para los pensadores la1narckianos posteriores, se convirtió en
un registro del ascenso de los seres vivos hacia la perfección supren1a de la naturaleza: el ser hu111ano.
La concepción vitalista de los seres vivos, que había sobrevivido al inecanicismo puro de Mersenne y
Descartes, respaldó la idea de que las formas vivas podían cambiar a lo largo del tiempo. Si los seres vivos
cambiaban espontáneamente a lo largo de su propio desarroJlo desde que nacen hasta que mueren, si podían
engendrar a otros seres rnediante la reproducción, entonces resultaba más veroshnil pensar que las fonnas
vivas pudieran experimentar cambios a lo largo de grandes períodos de tiempo. Pero el concepto románti-
co y vitalista de la evolución no era mecanicista, porque atribuía a la n1ateria atributos se111ejantes a los di-
vinos. Para los ne\.vtonianos, era un Creador dotado de inteligencia y propósitos quien otorgaba n1ovi111ien-
to mecánico a una materia estúpida, tnientras que para los vitalistas es la 1nateria en sí 1nis1na la que es
inteligente y propositiva. El vitalismo era, por tanto, una concepción ro1nántica de la naturaleza; de una na-
turaleza que se perfeccionaba, se dirigía y se desplegaba progresivan1ente a sí n1isma a lo largo del tie111po.
Hacia el año 1800 Ja conclusión ele que los seres vivos habían cambiado ofrecía cada vez menos du
das. Con la Revolución Industrial la construcción de nuevas carreteras y ferrocarriles a través de colinas y
montañas puso al descubierto capas freáticas que sugerían el dcsenvolviiniento de la vida. En los diferentes
estratos podían encontrarse fósiles de seres vivos cuya antigüedad y rareza au1nentaba con la profundidad
de los estratos. Así, parecía que la vida no había quedado fijada para sien1pre, como aseguraban los newto··
nianos, sino que cambiaba y evolucionaba, como defendían los vitalistas. La idea de una descendencia n10··
dificada, esto es, que las criaturas que pueblan actuahnente la tierra son los descendientes 1nodificados de
una primera forn1a sencilla de vida, llegó a asi1nilarse co1npletamente. Pero aün quedaba por explicar córno
tenía lugar la evolución. Toda teoría de la evolución necesita al n1enos dos ele111entos. En prin1er lugar, el
1notor del ca1nbio, un 1necanisn10 que produzca nuevos seres vivos en algo distintos de sus progenitores. Y
en segundo lugar, un medio de conservación de esos cambios. Si la innovación de un organismo no puede
ser transn1itida a sus descendientes, se perderá y no habrá evolución.

La evolución romántica
Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829) propuso la primera teoría importante de la evolución. Lamarck, un na-
turalista fan1oso por su obra taxonón1ica, fue el más claro representante del enfoque científico dentro de la
visión romántica de la evolución. El motor del cambio que proponía Lamarck se basaba en la tesis vitalista
según la cual la n1ateria orgánica es fundamentallnente diferente de la 1nateria inorgánica, una tesis que está
relacionada con la idea rotnántica de que toda especie tiende innatan1ente a perfeccionarse a sí nüs111a. Todos
los organismos se esfuerzan por adaptarse a su entorno, y ca111bian al hacerlo, desarrollando diversos rnús-
culos o adquiriendo diferentes hábitos. L.amarck defendía además que las especies conservan estas caracte-
rísticas adquiridas transmitiéndoselas de algün 1nodo a sus descendientes. Así, el resultado de este esfuerzo
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de perfecciona1niento llevado a cabo por cada individuo se conservaba y se transmitía y, generación tras ge-
neración, las especies vegetales y animales mejorarían, satisfaciendo de este modo su impulso hacia la per-
fección. La genética moderna ha echado por tierra esta concepción romántica (vitalista) de la naturaleza. Hoy
sabemos que la materia orgánica consiste simplemente en moléculas inorgánicas dispuestas de forma com-
pleja. El ADN es un conjunto de aminoácidos. Las modificaciones que sufre el cuerpo de un individuo no
modifican su secuencia de ADN (algunas influencias externas como las drogas o la radiación pueden alte-
rar la información genética, pero no es a eso a lo que Lamarck se refería). No obstante, cuando la genética
no existía aún, la herencia de los caracteres adquiridos era verosímil, e incluso Darwin la aceptó alguna vez,
si bien no aceptó nunca la concepción vitalista de la materia.
En la época de Darwin, la evolución era un concepto de actualidad, rechazado sólo por los más acérri-
mos defensores de la religión y algunas autoridades en el ámbito de la biología que aún aceptaban la inmn-
tabilidad de las especies. Existía una concepción naturalista pero romántica de la evolución. Herbert Spen-
cer, un lamarckiano inglés, ya había acuñado la expresión da supervivencia de los más aptos» en 1852. Y
en 1849, una década antes de la publicación de la obra de Darwin On the Origin ofSpecies [El origen de las
especies] (1859/1959), Lord Alfred Tennyson escribió en su mejor poema, In Memoriam, unos versos que
presagiaban el nuevo concepto de evolución, el de la lucha por la supervivencia, que el propio Tennyson re-
chazaba (Canto 55, 1.5-8):

¿Están pues Dios y la Naturaleza en conflicto


Que la Naturaleza ofrece tan n1alvados sueños?
Parece tan cuidadosa con los tipos [especies],
Y tan descuidada con la vida del individuo.

Más adelante, en un verso del mismo poema que se ha citado luego muchas veces, Tennyson describe
la naturaleza como provista de «dientes y garras ensangrentadas» (Canto 56, l .1_5).

El revolucionario victoriano: Charles Darwin (1809-1882)


La evolución no podía continuar siendo una n1era efusión poética por más tiempo, aunque el propio abuelo
de Darv.1in, Eras1nus Darwin, había anticipado la teoría de su nieto en un poe1na científico titulado Zoono-
nlia. Tarnpoco podía quedar reducida a un sueño romántico sugerente, pero al fin y al cabo inverosímil. El
logro de Darwin consistió en convertir la evolución en una teoría coherente con el resto de la ciencia gra-
cias a la aportación de un mecanismo no teleológico -la selección natural- para reemplazar la idea ro-
mántica de Lamarck según la cual los organismos y las especies se esfuerzan por rnejorar y perfeccionarse.
Luego se necesitaba una campaña para convencer a los científicos y la opinión pública de la existencia real
de la evolución. Darvvin nunca participó en esa can1pafia. Era algo hipocondríaco (uno de sus biógrafos
-Irvine, 1959- le ha llamado «el paciente perfecto») y tras su viaje en el H.M.S. Beagle se recluyó en su
casa de campo, de la que apenas salía. La lucha por la supervivencia de la selección natural corrió a cargo
de otros, especialmente de Thomas Henry Huxley (1825-1895), el «bulldog de Darwin».

Laformación de la teoría
Cuando sólo era un joven naturalista, Darwin tuvo la suerte de ser incluido en un viaje científico alre-
dedor del mundo a bordo del !-!.M.S. Beagle que tuvo lugar de 1831 a 1836. Durante aquel viaje comenza-
ron a gestarse en la mente del joven Darwin dos ideas clave. Quedó profundamente impresionado por la gran
variedad de seres vivos que había en la selva tropical sudamericana (donde la naturaleza produce espontá-
nca1nente nun1erosas variaciones de for111as intra e interespecíficas). En cada hectárea de la selva, por eje1n-
plo, viven varios centenares de especies diferentes de insectos. En las Islas Galápagos, Darwin, estudió las
diferentes especies de pinzones que hoy se conocen en su honor como Pinzones de Darwin. Todas ellas tie-
nen un aspecto general parecido, pero cada una de ellas muestra ciertas peculiaridades en el pico. Además,
cada clase de pico es la adecuada a los n1edios que la especie tiene de procurarse la conüda. Por eje1nplo,
los pinzones de pico largo y estrecho se alimentan de insectos que han de cazar en la corteza de los árboles;
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los que tienen un pico más corto y fuerte se alimentan de frutos secos o semillas cuya cáscara deben partir
Darwin apuntó la posibilidad de que todas estas especies descendieran de un mismo antecesor y hubieran
experimentado cambios con el tien1po para sacar partido de un modo de vida determinado. Esto constituye
el principio de adaptación, fundamental en la teoría de Darwin, según el cual el resultado de la evolución
consiste en la mejora del ajuste entre las especies y su entorno.
Tras su regreso a Inglaterra, Darwin comenzó a recopilar datos sobre las especies, sus variaciones y su
origen. En su Autobiography [Autobiografía] (1888/1958), explicaba que había recopilado hechos «a esca-
la masiva» basándose en «verdaderos principios baconianos». Parte de su investigación se concentraba en
la selección artificial, es decir, en cómo los criadores de animales y plantas mejoran sus productos. Darwin
entrevistó a colombófilos y horticultores y estudió su documentos. En «The Art of Improving the Breeds of
Domestic Animals» [El arte de mejorar la cría de animales domésticos], escrito en 1809 por John Sebright,
se explicaba cómo la naturaleza, al igual que los criadores, selecciona detenninados rasgos y descarta otros:
«Un invierno duro o la escasez de alimentos, al destruir a los débiles y a los menos sanos, produce el mis-
mo resultado que la selección posible» (Ruse, 1975, p. 347). De modo que, en 1830, Darwin ya había ela-
borado una rudimentaria teoría sobre la selección natural: la naturaleza produce incontables variaciones en-
tre los seres vivos y, de entre ellas, algunas se perpetúan. Con el tiempo, las poblaciones aisladas se llegan
a adaptar a su entorno. L,o que no estaba nada claro era qué es lo que n1antenía el sistema de selección. ¿Por
qué mejoraban las especies? En el caso de la selección artificial, la respuesta es clara: la selección la efec-
túa el criador para obtener el tipo de planta o anin1al que quiere. Pero, ¿cuál es la fuerza de la naturaleza
equivalente al ideal del criador? Darwin no podía aceptar la idea de Lamarck de que hubiese un impulso in-
nato hacia la perfección. Él insistía en que la causa de la selección debía residir fuera del organismo. Pero
¿dónde?
Darwin encontró la respuesta en 1838, leyendo el Essay on the Principie of Population as !t Affects the
17uture bnprovenient of Society [Ensayo sobre el principio de la población en cuanto afecta a la futura n1e-
jora de Ja sociedad] ( 179811993) de Thomas Malthus (1766-1834). Malthus abordaba en su ensayo un pro-
blema preocupante a finales de la Ilustración: si se había avanzado en ciencia y tecnología, ¿por qué exis-
tían aún la pobreza, la delincuencia y la guerra? Malthus afinnaba que, a pesar de que Ja productividad humana
había au1nentado, el crecimiento de la población siernpre es superior al creci1nienlo de la provisión de bien-
es, por lo que la vida se convierte irretnediablernente en una lucha de demasiadas personas por conseguir
unos recursos demasiado limitados. En su Autobiografía, Darwin afirmó que por fin tenía «Una teoría sobre
la que trabajar». La causa de la selección natural era la lucha por la supervivencia. l . . as criaturas luchan por
los escasos recursos, y los «débiles y poco sanos» no consiguen lo suficiente para 1nantcncrse y mueren sin
descendencia. Los fuertes y sanos sobreviven y se reproducen. De esta tnanera, las variaciones favorables
se conservan y las desfavorables se elin1inan. La lucha por la supervivencia es el n1otor de la evolución, don-
de sólo los mejores competidores tienen descendencia.
Darv..1 in no tenía que acudir a Malthus para encontrar el concepto de la lucha del individuo por la su-
pervivencia. Como ha señalado William Irvine ( 1959), la naturaleza, en sus aspectos evolutivos, estaba bien
presente en la sociedad a mediados de la época victoriana. La teoría de Darwin «entusias1nó a los opti1nis-
tas de mitad de siglo», que se dieron cuenta de que «la naturaleza avanzaba sobre los sólidos principios co-
merciales del laissez-faire» [dejar hacer] (p. 346). Puede que la selección natural ofendiera a Jos beatos, pero
no ofendió a los hombres de negocios victorianos de la Revolución Industrial, que sabían bien que la vida
es una constante lucha en la que el fracaso se castiga con la pobreza y la ignonünia. La «n1ano invisible» de
Adam Smith volvía a estar presente en esta idea de la mejora de las especies a partir de la lucha de los in-
dividuos. El concepto sintonizaba igualtnente con la visión conservadora que tenía Edn1uncl Burke ele las
sociedades como conjuntos de prácticas y valores de éxito.

Laformulación de la teoría
En 1842 Darwin ya había formulado los aspectos esenciales de su teoría, y fue entonces cuando los plas-
tnó por escrito sin ninguna intención de publicarlos. Su teoría se puede resun1ir como un argumento lógico
(Vorzimmer, 1970). En primer lugar, basándose en las ideas de Malthus, Darwin defiende que existe una lucha
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permanente por la existencia debido a la tendencia de los animales a crecer más deprisa que sus recursos de
alimentación. Posteriormente, Darwin reconocería que la lucha fundamental es la lucha para reproducirse
(Darwin, 1871/J 896). Las criaturas no luchan sólo para existir, sino que además deben compelir, dentro de
su mis1na especie, con otros miembros de su sexo para conseguir tener acceso al sexo opuesto. Normalmente
son los machos los que luchan entre sí para acceder a las hembras, lo que convierte la elección de la hem-
bra en una fuerza de la evolución. En segundo lugar, la naturaleza produce constantemente variantes intra e
interespecíficas. Algunas de ellas se adaptan mejor que otras a la lucha por la supervivencia. Por consiguiente,
los organismos con rasgos desfavorables no se reproducen y sus rasgos desaparecen. Por último, a medida
que los pequeños cambios adaptativos se suceden a lo largo de eones, las especies se diferencian cada vez
más de su ancestro común, ya que cada una de ellas .se adaptará a su entorno particular. Además, también
puede ca1nbiar el entorno, seleccionando así nuevos rasgos para su perpetuación. A medida que los distin-
tos entornos se suceden unos a otros, las especies irán distanciándose cada vez más de su fonna original.
Así, la diversidad observada en la naturaleza puede explicarse como el resultado de la actuación de unos po-
cos principios mecánicos que, a lo largo de millones de años, hacen que unas especies evolucionen a partir
de otras.
Planteada así, la teoría era insuficiente. Sin los conocimientos actuales en el ca1npo de la genética re-
sultaba imposible explicar el origen de las variaciones y la naturaleza de su trans1nisión. Darv-,1in no fue ca-
paz de superar esta dificultad y, de hecho, a medida que defendía su teoría de las críticas, se iba acercando
cada vez 1nás al lan1arckis1no. Pero, ironías de la historia, al 1nisrno tiernpo que Darwin escribía y defendía
El origen de las especies, un desconocido monje polaco, Gregor Mendel (1822-1884), estaba trabajando en
los estudios sobre la herencia que finalmente resolverían las dificultades de Darwin. La obra de Mendel, que
se publicó en 1865 y pasó totalmente inadvertida, fue redescubierta en 1900 y se convirtió en la base de la
genética contemporánea. Cuando Darwin murió, se había ganado el privilegio de ser enterrado en la Aba-
día de Westminster. Sus ideas habían revolucionado la concepción occidental del mundo, pero la evolución
no afectó realmente al ámbito de la biología hasta que, en la década de 1930, la moderna teoría neodarwi-
niana llevó a cabo una síntesis entre la genética y la selección naturaL
Darwin puso sus ideas por escrito en 1842, pero se desconoce la razón por la que entonces no intentó
publicarlas. Los historiadores han propuesto numerosas explicaciones para ello (Richards, 1983). Algunos
historiadores influidos por el psicoanálisis han sugerido que Darwin, que en algún momento de su vida pen-
só en convertirse en predicador, se volvió un neurótico a causa de las implicaciones materialistas de la evo-
lución y quiso reprimir su propio descubrimiento. Otros han dicho que Darwin retrasó la publicación por-
que se había volcado en otros proyectos urgentes menos especulativos, como la publicación de sus
investigaciones a bordo del Beagle, o su estudio sobre los percebes, que le llevó ocho años. Darwin estaba
tan enfrascado en este estudio que, en cierta ocasi6n, su hijo pequeño le preguntó a un an1igo que dónde ha-
cía su padre sus percebes. Otros historiadores subrayan la cautela científica de Darwin, que según ellos sa-
bía que la idea de la evolución por selección natural era peligrosa: carecía del reconfortante aspecto progresista
que tenía la teoría romántica de L,a1narck porque, en la formulación de Darwin, la evolución no persigue fin
alguno, ya que los organis1nos se lirnitan a adaptarse a los carnbios de su entorno. Si la teoría era propues-
ta de1nasiado pronto, tal vez se rechazase a la priinera de cambio. Darwin quería presentar una teoría con1-
pleta que contara con un respaldo convincente. También era consciente de que en sus ideas tenía que hacer
frente a algunos problemas teóricos, especialmente el de la existencia del altruismo en los animales. ¿Cómo
puede el altruis1no evolucionar por selección natural cuando el altruismo, por definición, supone actuar en
beneficio de otro organismo a costa del beneficio propio? Los genes altruistas parecen a primera vista sui-
cidas. De hecho, este problema no se solucionó por completo hasta la formulación, en las décadas de 1960
y 1970, de las ideas de selección familiar y altruismo recíproco (Ridley, 1996).

La publicación de la teoría
En cualquier caso, Darwin continuó desarrollando su teoría y acumulando el apoyo empírico suficien-
te para hacerse oír. El 18 de junio de 1858 los acontecimientos le obligaron a actuar. Descubrió con asom-
bro que otra persona había descubierto su teoría. Recibió una cana de Alfrecl Russel Wallace (1823-19 J 3),
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un colega naturalista más joven y audaz que él. Wallace también había estado en América del Sur y, al igual
que Darwin, se había sentido impresionado por la gran diversidad de formas de vida que había encontrado
allí. En otra expedición por el sureste asiático, encerrado en su tienda de campaña a causa de la lluvia, ha-
bía leído la obra de Malthus y había llegado a la misma conclusión que Darwin. Wallace escribió una carta
al más destacado biólogo británico, Darwin (aunque no lo conocía), y le adjuntaba un trabajo donde esbo-
zaba su teoría para ver sí Darwin podía conseguir que se lo publicaran.
Darwin se encontraba entre la espada y la pared. Por un lado quería ser conocido como el descubri-
dor de la selección natural; pero, por otro, sería injusto no reconocer también a Wallace ese mérito. Fi-
nalmente, Darwin y algunos amigos organizaron para el día l de julio de 1858 una sesión de la Linnean
Society de Londres donde se leyeron el trabajo de Wallace y otro del propio Darwin en ausencia de am-
bos, quedando así Darwin y Wallacc como codescubridores de la selección natural. Darwin se apresuró a
redactar una versión abreviada de la obra que proyectaba sobre la evolución, que apareció en 1859 con el
título The Origin of Species by Means of Natural Selection or the Preservation of favored Roces in the
Struggle for Life [El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las ra-
zas en la lucha por la vida]. En ella presentaba su teoría de la evolución con el respaldo de. una enorme
cantidad de detalles. Se trata de una obra de estilo cuidado y elegante. Darwin era un concienzudo obser-
vador de la naturaleza, por lo que las páginas de su obra estaban repletas de complicadas descripciones de
la intrincada naturaleza de los seres vivos. Hasta su sexta edición (l 872), la obra fue revisada a medida que
Darwin iba intentando responder a las críticas de los científicos (sin éxito, co1no se vio luego, debido a su
desconocilniento de la genética). Darwin escribió inuchas otras obras, entre ellas una sobre el origen del
ser humano y otra sobre la expresión de las emociones en el ser humano y en los animales. Estas dos úl-
timas obras forman parte de la fundación de la psicología de la adaptación y por ello las veremos en el Ca-
pítulo 9.

Recepción e influencia de la evolución por selección natural


El mundo estaba más que preparado para la teoría de Darwin. La idea de la evolución ya estaba presente y
cuando se publicó su obra sobre el origen de las especies, los hotnbres cultos de todos los ámbitos la to1na-
ron en serio. Los biólogos y naturalistas recibieron la obra con críticas de diferente intensidad. Parte de la
tesis planteada por Darwin que los seres vivos descienden de un ancestro con1ún que existió en un pa-
sado re1noto- no era nueva y gozaba ya de an1plia aceptación. Pero la teoría de la selección natural plan-
teaba serios problen1as y, para los científicos, resultaba n1uy fácil todavía aferrarse a alguna fonna de la-
marckismo, ver la 1nano de l)ios en el progreso de la evolución o excluir al ser hu1nano de la selección natural
(como había hecho el mismo Darwin, ya que hasta el momento no había dicho nada sobre este asunto). No
obstante, la in1plicación de que el ser hu1nano era parte de la naturaleza ya se respiraba en el tunbientc, y
Freud se refirió al darwinismo como el segundo gran golpe al ego de la humanidad.
En n1uchos aspectos, el darwinisn10 no fue una revolución, sino parte del proceso de realización del
naturalisrno ilustrado. A Dar\vin sólo le interesaba su teoría de la selección natural, pero otros se en1pcña-
ron en insertar esta teoría en la in1agen científica de la hun1anidad que estaba surgiendo por entonces. I-Ier-
bert Spencer, que había creído en la supervivencia del más apto antes que Darwin, y que la había aplicado
despiadadamente al ser humano y a la sociedad, se convirtió en uno de los más enérgicos defensores del dar-
winismo metafísico. Otro fue T. H. Huxley (l 825-1895), que utilizó la evolución como argumento contra la
Biblia, los milagros, el espiritismo y la religión en general.
I-luxley contribuyó enorn1cmente a popularizar el darwinismo con10 nletafísica naturalista. No fue la
teoría de Darwin lo que dio origen a la crisis de conciencia del siglo XIX. Las dudas sobre la existencia de
l)ios y el significado de la vida se re1nontan al n1enos hasta Pascal, en el siglo xv11. El darwinisn10 no fue el
cornic1r1.o del desafío científico a la antigua concepción n1edieval y renacentista de rnundo, sino que fue la
cu!rninaci(in de ese desafío, y eso hacía aún más difícil excluir al ser humano de las inexorables e in1r1uta-
hb kycs naturales. En su obra Man 's Place in Nature [El lugar del hombre en la naturaleza] (1863/1954),
1luxlcy relacionaba a! ser hutnano con los sirnios, los animales inferiores y los fósiles de animales ancestrales,
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demostrando que efectivamente evolucionamos a partir de otras formas inferiores de vida, que no hacía fal-
ta recurrir a la Creación. Gracias a la contribución de autores como Huxley, la ciencia se convirtió entonces
no sólo en un instru1nento destructor de ilusiones, sino también en una nueva metafísica que ofrecía una nue-
va forma de salvación a través de la propia ciencia. Huxley escribió:

Esta nueva naturaleza engendrada por la ciencia a partir de los hechos ... [constituye] la base de nuestra riqueza y
la condición de nuestra seguridad ... , es el vínculo de unión entre regiones más vastas que cualquier imperio de la
antigüedad; nos protege de la reaparición de Ja peste y el hambre de antaño; es la fuente de comodidades sin fin
que no son simples lujos, sino que conducen al bienestar físico y moral.

Con más pasión escribía Winwood Reade en The Martyrdom of Man [El martirio del hombre]: «El Dios
de la Luz, el Espíritu del Conocimiento, el Intelecto Divino se extiende gradualmente por el planeta ... Se
desconocerán entonces el hambre y la inanición ... Se extirparán las enfermedades ... Se inventará la in-
mortalidad ... Y así el hombre será perfecto ... , será por lo tanto aquello a lo que el vulgo venera como Dios»
(citado por Houghton, 1957, p. 152). Esta esperanza es similar a la del positivismo de Comte, al que Hux-
ley se refería como «el catolicismo menos el cristianismo». Para algunos, la nueva religión de la humanidad
científica estaba claramente al alcance de la mano. Huxley (186311954) también alardeaba de los frutos prác-
ticos de la ciencia: «Todas las sustancias químicamente puras empleadas en la fabricación de productos, to-
das las especies vegetales anormalmente fértiles o todas las especies animales de rápido crecimiento ... ». Des-
afortunadamente, hoy las palabras de Huxley pueden hacernos pensar en los actuales productos químicos
cancerígenos, los tomates insípidos y el ganado atiborrado de esteroides.
El darwinismo no fue la causa de la duda victoriana, pero sí que la intensificó. Darwin llevó a cabo una
revolución newtoniana en biología, arrebatándole así a la naturaleza su romántica N mayúscula y reducien-
do la evolución a la variación casual y la victoria fortuita en la lucha por la supervivencia. Se había puesto
en marcha el comienzo de la reducción de la naturaleza biológica a la naturaleza química que culminaría
con el descubrimiento del ADN. En psicología, el darwinismo condujo a la psicología de Ja adaptación. Una
vez asumida la evolución, podemos preguntarnos cómo la mente y la conducta, en tanto que distintas de los
órganos corporales, pueden ayudar a las criaturas a adaptarse a su entorno. Skinner diseñó cuidadosamente
su conductismo radical sobre el modelo de la variación, selección y conservación darv-,1inianas. Skinner, sin
embargo, tendió a infravalorar el grado en que la herencia moldea la naturaleza de cada especie, incluido el
hamo sapiens. Actualmente, la psicología evolucionista (Barkow, Cosmides & Tooby, 1994; Dennett, 1995)
está desanollando una imagen más precisa de la naturaleza humana.
Pero fueron muchos los que no podían aceptar el naturalisn10 o a quienes esa corriente les depri1nía. El
propio Huxley, en sns últimos escritos, afirmó que el hombre es una especie única entre los animales, por-
que gracias a su inteligencia podía elevarse por encima de los procesos cósmicos naturales y trascender la
evolución orgánica. Sentin1ientos similares a éstos, frecuentes tanto entre los científicos como entre los pro-
fanos en la materia, ayudan a explicar Ja popularidad que adquirieron, antes y después de la época de Dar-
win, diversas tendencias pseudo o scmicientíficas basadas en la singularidad del género humano. Los de-
fensores de la Biblia, desde el obispo Wilberforce hasta William Jennings Bryan, atacaron las ideas
evolucionistas, pero fueron de!1'otados por personalidades tan poderosas como las de T.H. Huxley o Clarence
Darrow. A medida que la ciencia aumentaba su autoridad y disminuía la de la religión, muchas personas se
sintieron atraídas por movimientos que combinaban la ciencia con la fe.

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