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Por otro lado, en los espacios públicos no existe de origen una agenda
preestablecida que dicte qué debemos hacer o no hacer en un espacio público.
Es decir, en la plaza, puedo elegir extender mi individualidad y hacer las cosas
que me proporcionen disfrute hasta el límite donde otros ordenamientos no me
permiten estirar mi libertad.
A partir de los diversos usos que puede tener un espacio público, se torna
interesante observar su utilidad como arenero para ensayar la ciudadanía. El
espacio público, nos dice Ramírez Kuri (2007) tiene que ver con la organización
de la vida en común, que tiene que ver con la espacialidad de las relaciones
humanas, al tiempo que trasciende la localización territorial.
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delimitación de los espacios privados y públicos. De estos actos de división, surge
la legislación. Decía Herácilito que el hombre debe luchar por la ley y por la valla
(García, 2017).
Por otro lado, a diferencia de la polis griega tiene por principio rector el
nomos, la civitas romana tiene por principio el ius, como el soporte real de la
ciudad y de la ciudadanía. La ciudad está determinada por una característica
jurídica, por lo que es el Derecho el que otorga la ciudadanía, no así el territorio
ni las creencias religiosas ni la herencia. Para los romanos, la ciudad no es el
espacio físico donde se desarrollan las actividades, sino el conjunto de formas de
ordenar dichas actividades.
Dado que la polis está delimitada por un nomos, por una valla física,
ontológica y genealógica, su crecimiento depende de los pactos con otras polis,
por lo que su capacidad de constituir una federación es más lejana. En cambio,
la civitas en tanto que no implica un espacio físico, sino la voluntad de los
ciudadanos para adscribirse a los ordenamientos, puede crecer más allá de estas
vallas. La civitas tiende a ser universal y eterna.
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La ciudad tiene su fundamento en las diferencias y prácticas sociales,
económicas, políticas y culturales que se ponen en juego en los espacios que usa
la gente. Por ello, las tensiones deben ser aliviadas mediante la asignación de
derechos sobre la base de principios redistributivos. La ciudadanía es generadora
de solidaridad, pero también de conflictos políticos cuando estos recursos no
logran una satisfacción plana de las necesidades ciudadanas.
Para Lomnitz, nos dice Ramírez Kuri (p.90) la visión histórica de los
cambios en la definición y condición política de la ciudadanía en México, la
muestra en forma degradada hacia las grandes mayorías y expresa la prevalencia
de una lógica cultural que privilegia “las relaciones personales y el uso de reglas
y procedimientos burocráticos como mecanismos de exclusión”.
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Lo público se produce cuando la gente se reúne y es por ello que el espacio
público surge como este arenero, este escenario para la mediación de relaciones
que unen y separan a los individuos. A medida que recuperamos de la polis no la
valla, sino la capacidad política de hablar y ser escuchados, en el espacio público
se debaten y definen los asuntos de interés común y se ejerce la ciudadanía en la
ciudad contemporánea. La ciudadanía actual podría concebirse como esta mezcla
de polis y civitas, que nos permite replantear el espacio público en relación con su
capacidad para habilitar y promover la (re)construcción de la vida política
democrática.
Referencias:
García Sánchez, Rafael (2017). Nomos y ius como fundamento de la polis griega y la
civitas romana, Arte y Ciudad - Revista de Investigación Nº 11 – Abril de 2017 (pp.
199 - 224).