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Aspectos más importantes de la construcción de ciudadanía, y la

importancia del concepto de ciudadanía en la agenda política actual.

Torres Gregory Gabriela


Matrícula E2002NHRDPP0016

Podríamos comenzar un debate acerca de lo que implica la ciudadanía a


partir de la concepción de los ámbitos privado y público. Una ciudad se construye
en lo material por aquellos espacios que se ocupan de forma privada, derivados
de regímenes de propiedad que permiten ser propietarios o arrendatarios de
casas, departamentos, oficinas y otros lugares donde se desarrollan actividades
de carácter personal o colectivo, pero acordadas entre miembros de un grupo con
fines comunes. Los espacios privados son ocupados por sectas, en el más amplio
significado de dicha palabra.

Por otro lado, en los espacios públicos no existe de origen una agenda
preestablecida que dicte qué debemos hacer o no hacer en un espacio público.
Es decir, en la plaza, puedo elegir extender mi individualidad y hacer las cosas
que me proporcionen disfrute hasta el límite donde otros ordenamientos no me
permiten estirar mi libertad.

A partir de los diversos usos que puede tener un espacio público, se torna
interesante observar su utilidad como arenero para ensayar la ciudadanía. El
espacio público, nos dice Ramírez Kuri (2007) tiene que ver con la organización
de la vida en común, que tiene que ver con la espacialidad de las relaciones
humanas, al tiempo que trasciende la localización territorial.

De acuerdo con García (2017) la convivencia humana en un mismo espacio


no es parte de su naturaleza. La reunión política obedece a la necesidad de
compartir y explotar bienes comunes para la supervivencia. El resto de los
animales son sociales, pero el ser humano es político. Uno de los primeros actos
que dan lugar a la conformación de la polis es el acto de “tomar la tierra” o
iustissima tellus. Los primeros actos jurídicos tienen que ver con la medición,
parcelamiento y posesión de tierras. Comienza la división del espacio y la

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delimitación de los espacios privados y públicos. De estos actos de división, surge
la legislación. Decía Herácilito que el hombre debe luchar por la ley y por la valla
(García, 2017).

El nomos griego, que se refiere a esta división y al apropiamiento de la


tierra, daría paso también a la oikonomía (la administración de los bienes de la
tierra). El mismo García (2917) nos recuerda a Hanna Arendt cuando menciona
que esta “toma de la tierra” y la consecuente creación del espacio de
comparecencia pública ordenado y ordenante, que se materializa por arquitectos
y legisladores es la manifestación del nomos. Si bien el nomos no es propiamente
la ciudad física, da lugar a la creación de la polis que es en sí la organización de
la gente “tal como surge de actuar y hablar juntos”. A la polis acude aquel que
puede hablar y ser escuchado.

Por otro lado, a diferencia de la polis griega tiene por principio rector el
nomos, la civitas romana tiene por principio el ius, como el soporte real de la
ciudad y de la ciudadanía. La ciudad está determinada por una característica
jurídica, por lo que es el Derecho el que otorga la ciudadanía, no así el territorio
ni las creencias religiosas ni la herencia. Para los romanos, la ciudad no es el
espacio físico donde se desarrollan las actividades, sino el conjunto de formas de
ordenar dichas actividades.

Dado que la polis está delimitada por un nomos, por una valla física,
ontológica y genealógica, su crecimiento depende de los pactos con otras polis,
por lo que su capacidad de constituir una federación es más lejana. En cambio,
la civitas en tanto que no implica un espacio físico, sino la voluntad de los
ciudadanos para adscribirse a los ordenamientos, puede crecer más allá de estas
vallas. La civitas tiende a ser universal y eterna.

Para Ramírez Kuri (2007) la ciudad y la ciudadanía son dos conceptos en


proceso de resignificación a partir de las nuevas realidades urbanas que
transforman la vida pública en las relaciones espaciales- sociales-institucionales.

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La ciudad tiene su fundamento en las diferencias y prácticas sociales,
económicas, políticas y culturales que se ponen en juego en los espacios que usa
la gente. Por ello, las tensiones deben ser aliviadas mediante la asignación de
derechos sobre la base de principios redistributivos. La ciudadanía es generadora
de solidaridad, pero también de conflictos políticos cuando estos recursos no
logran una satisfacción plana de las necesidades ciudadanas.

De esto se desprenden diferentes tipos de ciudadanía y de ciudades en la


medida en que pueden o no satisfacer a los ciudadanos. Se asocia la ciudad en
la que habitamos con el status que poseemos y la transformación de los espacios
públicos a través de su desarrollo, equipamiento, modernización, nos capacita
para acceder a mayores oportunidades.

Para Lomnitz, nos dice Ramírez Kuri (p.90) la visión histórica de los
cambios en la definición y condición política de la ciudadanía en México, la
muestra en forma degradada hacia las grandes mayorías y expresa la prevalencia
de una lógica cultural que privilegia “las relaciones personales y el uso de reglas
y procedimientos burocráticos como mecanismos de exclusión”.

Ante este discurso, la ciudadanía se convierte en una forma de categorizar


y distinguir entre un pueblo bueno y obediente y otro pueblo malo o rebelde, entre
ciudadanos virtuosos y ciudadanos egoístas. El ciudadano malo se apropia de
espacios no regulados, en asentamientos irregulares, de servicios públicos sin
pagarlos (diablitos de luz), nos obliga a evitar zonas rojas, conflictivas,
marginadas, pobres. Emergen grupos delictivos, actividades ilegales, atentados
contra las instituciones públicas. Nos obliga a regresar a las cercas y las vallas
para contener el caos.

El medio para la recuperación de la civitas es ampliar el espacio público,


en el que no se hacen distinciones. Los espacios públicos son un bien común que
admite polizones (de acuerdo con Hacienda, aquellos que los disfrutan sin que
les cueste). El espacio público es la forma de recuperar la concordia (García,
p222).

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Lo público se produce cuando la gente se reúne y es por ello que el espacio
público surge como este arenero, este escenario para la mediación de relaciones
que unen y separan a los individuos. A medida que recuperamos de la polis no la
valla, sino la capacidad política de hablar y ser escuchados, en el espacio público
se debaten y definen los asuntos de interés común y se ejerce la ciudadanía en la
ciudad contemporánea. La ciudadanía actual podría concebirse como esta mezcla
de polis y civitas, que nos permite replantear el espacio público en relación con su
capacidad para habilitar y promover la (re)construcción de la vida política
democrática.

Referencias:

García Sánchez, Rafael (2017). Nomos y ius como fundamento de la polis griega y la
civitas romana, Arte y Ciudad - Revista de Investigación Nº 11 – Abril de 2017 (pp.
199 - 224).

Ramírez Kuri, Patricia. (2007) La ciudad, espacio de construcción de ciudadanía. Revista


Enfoques: Ciencia Política y Administración Pública número 7, segundo semestre,
pp.85-107. Universidad Central de Chile, Santiago de Chile.

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