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GUSTOS SON DISGUSTOS

Algunos lectores se darán cuenta inmediatamente de que el pretencioso título,


además de no ser original, intenta dar un toque intelectual al relato. Algunos recordaran
el investigador francés que aseveró que “los gustos son disgustos” y demostró que sobre
gustos se podía escribirse muchísimo.

El título pretende hacer una conexión con la sapiencia que supo portar el
protagonista de los hechos.

El protagonista es colega de la Universidad Nacional de Córdoba.

Es docente pero ya no es el mismo de antes. Se ha convertido en un maniático


que desvaría en sus clases y termina siempre refiriéndose a cuestiones distintas a las que
debería enseñar. Las desarrolla con el rostro crispado, a los gritos, gesticulando y
moviendo las manos como pastor evangelista. Transpira, se le palan los pelos y tarde o
temprano se arranca la corbata. Es famoso por haber destruido varios celulares de
alumnos que, inadvertidamente, los habían dejado encendidos en la clase. Sigue siendo
docente porque en su prestigioso pasado ganó tres veces consecutivas el cargo de
Titular y lograr la tan anhelada estabilidad y los sumarios administrativos y académicos
en su contra nunca avanzaron. Les relataré la historia del Dr. Víctor García Martínez.

Antes de llegar a los cuarenta el Dr. García Martínez se separó de la que fuera
durante cinco años su esposa, Adelma Montegrande, otra profesora de la Universidad
Nacional, famosa por dedicar más tiempo al pleito y a la difusión de insidiosas
falsedades sobre sus colegas que a la docencia y a la investigación. El matrimonio no
dejo hijos.

Respecto de Adelma Montegrande, su dedicación a la maledicencia era tan


fervorosa que no le dejaba tiempo libre, sus auxiliares la denominaban “1° de mayo”.
Mote fácil y obvio, no por fácil falso.

Nadie entendió como llegó a producirse un supuesto enamoramiento y un


matrimonio entre esos dos seres tan diferentes, aunque casi todos sospecharon que era
una maniobra de Adelma para usufructuar el prestigio y las relaciones del Dr. García
Martínez. Claro que no debe haber tenido en cuenta que este último jamás se sumó a las
redes de clientelismo y de intercambio de favores reinante en la Universidad y que no
cedería en su conducta ni aún para favorecer a su esposa.

Como era de esperar terminaron en un divorcio. Que duró más de lo esperado. A


los cinco años de crispada convivencia el Dr. García Martínez, felizmente, se separó.
“Felizmente” por que se sintió muy aliviado por aquello, que para el fue una liberación,
el perdón a un craso error que iba contra toda su dedicación a enseñar e investigar. Para
poder lograr el acuerdo para el divorcio tuvo que vender la aristócrata mansión que
había heredado de sus padres y dar tres cuartos del dinero a Adelma, quien después de
todo obtuvo un buen rédito a pesar de que el matrimonio no le fue útil para lograr los
avances que no podía lograr en lo académico, por su ineptitud y por ser detestada por la
mayoría de la comunidad universitaria.
Pero lo anterior es casi un relato al píe. Por qué el que inspiró el título se refiere
a acontecimientos que siguieron a lo ya narrado. Me he extendido demasiado sobre algo
lateral, lo importante es la casa que adquirió -con el cuarto que logró conservar de la
venta-, dónde la adquirió y los sucesos que a partir de ello se desencadenaron.

Antes debo detenerme, de nuevo, en el Dr. Víctor García Martínez, a algunas


particularidades previas de su carácter y de sus relaciones con otras personas tanto en su
trabajo como fuera de él. Era una persona afable, amigable, conversadora, y capaz de
mantener una conversación atractiva tanto sobre la ontología en el primer Foucault,
como sobre el gobierno de la ciudad y lo más conveniente para los ciudadanos, o
respecto de cómo el calor reinante puede derivar en una tormenta de funestas
consecuencias o en un triunfo de Belgrano o Talleres.

Pero lo más relevante es que esa conversación la podía mantener con cualquier
persona de cualquier clase social, podía desarrollarla tanto con un prestigioso pensador
que visitara la Universidad Nacional desde el exterior –cuando los visitantes eran
extremadamente prestigiosos le pedían que los recibiera y acompañara-, como con un
colega, con sus alumnos, con los ordenanzas, con el cuida coches, como con cualquier
otra persona. Su visión progresista sobre la sociedad no se traducía en programas o
adhesiones partidarias sino en su capacidad para confraternizar y relacionarse sincera y
horizontalmente aún con aquellos más desgraciados en la estructura social. Ello sin
referirse nunca a su vida privada. Nunca dejaba que una relación derivara en una íntima
amistad sin que quedaran hijos del matrimonio. Era tal la admiración y encantamiento
que suscitaba en sus interlocutores que ello a nadie molestaba.

Voy acercándome a lo que quiero narrar.

Luego del divorcio. El Dr. VGM. (Usaré desde aquí sus iniciales para referirme
al Dr. Víctor García Martínez) calculó el dinero que le había quedado tras pagar a los
abogados, estudio el mercado inmobiliario con la misma minuciosidad con que
realizaba sus investigaciones y llego a conclusión de que no podría comprar ninguna
casa que pudiera contener sus libros, que había logrado salvar de las garras de Adelma,
salvo en un barrio más bien marginal o de los denominados populares. Ese punto no le
molestó en lo más mínimo, se sentía feliz de haber logrado reparar uno de los errores
más graves que había cometido en su vida.

El Dr. VGM consiguió una casa espaciosa, que para mayor tranquilidad no daba
al frente de la calle, ingresándose por un largo pasillo. Además de espaciosa tenía un
patio espacioso con un par de árboles, en el cual el Dr. VGM podría practicar la
jardinería que tan relajante le resultaba como contrapeso de sus siempre dificultosas
investigaciones y del agotador trabajo de tratar de lograr que los alumnos entendieran
complejas teorías. Aunque todos afirman que para él esto último no resultaba ningún
inconveniente. Los alumnos lo atendían, en silencio, preguntaban y entendían.

En realidad lo importante para la historia es que la casa que compró estaba


ubicada en Bella Vista una de las barriadas de peor fama.
Contaba un prestigioso escritor, que también vivió allí -hasta su fallecimiento-, y
que casi fuera asesinado en un intento de robo, que Bella Vista, ubicado en una loma
con una hermosa vista de la Ciudad Universitaria Nacional, que había sido un barrio
proletario en la época de cierto desarrollo industrial del país, pero que con la paulatina a
ruina de la producción nacional, se había convertido en un peligroso barrio de
marginales y desocupados.
El Dr. VGM enseguida entabló sinceras y afables relaciones con todos los
vecinos y ellos se encargaron de avisar a quienes ya afilaban sus navajas, que la casa del
Dr. VGM debía quedar fuera de su radio de actuación profesional sino querían sufrir
terribles represalias. Es decir pronto se convirtió en una persona querida y respetada en
el barrio a la que todos saludaban por la calle sin notar siquiera de que vestía de saco y
corbata, cosa que sólo habían visto en algún desprevenido vendedor que si logró salir
nunca volvió a entrar en la zona.
Podríamos decir, considerando los trabajos del al autor al recurrimos al
comienzo que el Dr. VGM reduplicaba su capital simbólico por que sus vecinos sentían
que podían tratarlo como a un igual.

Librado de la extenuante convivencia con Adelma, el Dr. VGM comenzó a


disfrutar de su nueva casa, de la recuperada soltería, del jardín, de las horas de estudio e
investigación en la habitación que convirtió en su escritorio. Se sentía feliz, como el
marinero que había logrado salir de una tormenta luego de estar convencido de que lo
llevaría al fondo del mar.

En alguna casa cercana escuchaban música de cuartetos, o a alguna de las


denominadas radios populares de la ciudad, caracterizadas no solamente por irradiar la
citada música de cuartetos sino también por el hecho de que sus locutores hablan, en la
tonadita característica de estos sectores en esta zona del país, palabras procaces todo el
tiempo y a viva voz, gritando. Pero el sonido era lejano y en todo caso apenas llegaba, a
veces, a suscitar su curiosidad por esas letras donde predominaban las declaraciones de
amor y el lamento de maridos engañados por sus mujeres que incluso a veces llegaban a
matar a los traidores –la pareja solía ser infiel con el mejor amigo-.

Mientras trabajaba, el Dr. VGM oía, a un volumen medio, música clásica. Este
hombre genial, a pesar de pertenecer a una generación del rock, no se había aficionado
ni al rock ni al blues ni siquiera al jazz.

Hacía la derecha la nueva casa lindaba con una calle casi sin transito y hacia la
izquierda con otra casa ubicada al fondo de otra, de la que la separaba una medianera
endeble que medía, aproximadamente, un metro ochenta. Debería decir mide, porque la
casa continúa existiendo aunque el Dr. VGM no viva más allí. La otra casa era
alquilada un matrimonio que rondaba los sesentas, con los que charlaba de vez en
cuando en la calle. Los domingos por la tarde Don Toribio se sentaba en el patio y
lentamente se iba emborrachando mientras escuchaba a fuerte volumen dos cassettes, si
cassettes ni cidis, ni vinilos. Uno de Jorge Cafrune y otro de Horacio Guarini. Al Dr.
VGM no le molestaba que a medida que Don Toribio se emborrachaba comenzara a
gritar a su esposa. Algunos temas de Cafrune le parecían interesantes y los de Guaraní
le hacían gracia y pensaba que en una época se autoproclamaba como un cantante
revolucionario.

Don Toribio falleció súbitamente, a los cuatro años de haberse mudado el Dr.
VGM, y la viuda se fue a vivir con una de las hijas. Casi extraño aquellos dos cassettes
cuando en las tardes del domingo solo provenía silencio del otro lado de la. Creo que
hasta entonces lo único que había llegado a molestarlo era Adelma.
Al año de la muerte de Don Toribio la casa vecina fue alquilada. Conoció a los
nuevos inquilinos en el almacén, eran una pareja con una hija de unos cinco o seis años,
más la suegra y sus otros hijos que ya pasaban los veinte quienes no lograban conseguir
trabajo.
El primer domingo se sentaron todos a tomar cerveza y a escuchar música de
cuartetos en un potente equipo de música.
Inquieto por haber sido distraído bruscamente el Dr. VGM levantó la vista de la
pantalla de la computadora. Prestó atención a cada tema nuevo que escuchaba y
lamentó que no pasaran ninguno del Gato Bermúdez dado que sus letras le parecían
interesantes para comprender la idiosincrasia de los sectores populares. Se distrajo y no
pudo terminar la tarea que se había asignado pero su excelente estado de animo no fue
alterado. En sus planificaciones siempre dejaba un espacio a lo imprevisto y estaba
preparado para enfrentarlo, no se irritó, ni siquiera realizo un comentario, ni en su mente
ni en palabras. Terminó apagando la música de Teleman que escuchaba en los buenos
parlantes que había comprado para su computadora. Aunque seguía prefiriendo oír la
música en vinilo, reconocía que escucharla en la computadora, aunque degradará el
sonido, no interrumpía su trabajo teniendo que levantarse seguido a dar vuelta un disco
de vinilo o a buscar otro. Programaba horas de música y se olvidaba de tener que elegir.
Quizás fuera una señal de decadencia.

El lunes y martes estuvo hasta tarde en la Universidad y al volver oyó como en


el patio vecino sonaba el equipo de música a todo volumen. Estaba muy cansado y se
durmió sin prestarle atención.
El jueves, el día de la semana que no dictaba clases ni de grado ni de postgrado,
se preparó para terminar el artículo que había pensado concluir el domingo anterior. Se
levantó temprano y con el día fresco y, tranquilo, avanzó a buen ritmo. A la una de la
tarde cuando estaba a punto de resolver una cuestión particularmente complicada
irrumpió a todo volumen el tema en el cual el amigo engañado por la esposa y su mejor
amigo los descubre. Se desconcentró, trató de no prestar atención a la música y volver
al tema que estaba escribiendo, pero había perdido el hilo. Se levantó y camino
despaciosamente por la habitación con las manos en las espaldas tratando de reconstruir
el razonamiento que estaba realizando pero no lo logró y no lo logró porque cuando
estaba a punto de hacerlo empezó a sonar un nuevo tema que hacía referencia a como
una jovencita meneaba el trasero al cantante, aunque no fuera esa la palabra utilizada.
Las ideas desaparecieron de su cabeza.
Decidió tomarse un recreo y comer algo. Luego de su frugal almuerzo,
considerando que la música seguía sonando a todo volumen, optó por dormir una siesta.
No había nada que antes le hubiera impedido dormir una siesta, exceptuando la molesta
cháchara de Adelma, pero esta vez no pudo conciliar el sueño. Los temas de cuarteto
resonaban cada vez más en su cabeza. Salió al patio, pero allí se escuchaba más fuerte.
Pensó que no se había sentido irritado desde que se separara de Adelma y decidió que
no debía irritarse. Camino al centro a tomar un café y luego al cineclub.

Regresó tarde. Después de ver una película había logrado sacar de su cabeza la
música de cuartetos que nada tenía que ver con la música clásica que escuchaba
habitualmente. Era la una de la mañana cuando entró en su casa, primero se pasaba por
el patio, y el silencio era absoluto. Se sintió contento y se puso a terminar su trabajo,
pero pronto lo venció el sueño y decidió concluirlo el sábado.
Se olvidó de todo y cuando, ya en el fin de semana, encendió la computadora, la
música de los vecinos empezó a sonar. Por primera vez en voz baja dijo “es una música
de mierda, ni siquiera es música, es ruido, es una mierda”. Espero un rato pensando en
que, por un milagro bajarían el volumen o la apagarían, pero nada de ello ocurrió.
Siguió dando vueltas en el escritorio musitando en voz baja “es una música de
cornudos, todas las historias que cantan son de cornudos… La tonadita, la forma de
cantar, esta llena de amaneramiento.” Cambio el tema y ahora dijo en voz alta
“¡¡¡¡¡¡¡¡son unos maricones de mierda que no saben cantar ni un carajo son una
recontramierda!!!!!!!!!!”.
A continuación se enfadó consigo mismo y decidió actuar racionalmente. Se
dirigió a la casa de los vecinos, golpeó la puerta, ya que no había timbre, y, a los
muchachones que lo atendieron sin prestarle mucha atención, les pidió con toda
amabilidad que bajaran el volumen porque estaban trabajando.

- Tía, disculpa, pero es sábado. Nadie trabaja los sábados en su casa.

El chico que le contestaba miró el piso pensativamente.

- Pero está bien, vamos a bajar un poco el volumen.

El Dr. VGM le dio sinceras gracias y volvió contento de haber resuelto la


situación racionalmente.
Pero cuando entró a su patio comprobó que apenas habían bajado el volumen y
que escuchaba aquella música espantosa como si el equipo estuviera en su patio. Pateó
el suelo, pateo la pared. Luego entró y se instaló en la silla delante de la computadora,
primero utilizó Google, estuvo un rato navegando por distintas páginas, y luego bajo un
programa que se llama emule al cual denominan un programa para intercambio de
archivos. Puso a bajar discos de unos grupos llamados Death Angel, Sepultura e Iron
Maiden y, tras ponerse tapones en los oídos se fue a tratar de dormir. No era que los
hubiera sentido nombrar antes, pero había sabido usar el buscador. Era un investigador
nato.

Al día siguiente se levantó tarde, desayuno, puso sus potentes parlantes en el


patio, y se sentó al tibio sol del otoño a esperar.
A las tres y pico de la tarde comenzó a sonar está música, que suele denominarse
“tunga-tunga” haciendo referencia a su ritmo básico que se repite interminablemente.
El Dr. VGM sonrió y puso a sonar a todo volumen a los temas de los grupos que se
habían bajado.
Fue un estallido que hizo pegar un salto a todo el barrio y que le debe haber
hecho pensar que toda la policía de la ciudad irrumpía, simultáneamente, disparando sus
armas, o algo peor. El chachareo de los vecinos se calló instantáneamente, pasados
unos minutos también enmudeció su equipo de música. Satisfecho el Dr. VGM pensó
que lo había logrado y apagó su propia música, la que casi lo había dejado sordo a pesar
de los tapones de silicona. Se aprestaba a entrar a la casa cuando el tunga-tunga volvió
a sonar ahora al doble de volumen. Pateó la pared y pegó un puñetazo que le dejo
doliendo la mano. Nunca podría igual ese volumen.

A partir de entonces los acontecimientos se aceleraron. El Dr. se paró junto a la


medianera y gritó: un alarido espeluznante.
- ¡Negros de mierda y la puta que los parió! ¡Apaguen ese ruido de mierda!

El sonido se cortó. El Dr. VGM sintió que algo se había roto en su interior.
Seguía inmóvil en el mismo lugar, transpirando como si tuviera cincuenta grados de
fiebre, cuando una botella de cerveza cruzo el aire y cayó a su píes al mismo tiempo que
el tunga-tunga volvió a romper la tarde. No sólo devolvió la botella de cerveza, la
acompañó con una pila de ladrillos que permanecían apilados contra la medianera desde
que había comprado la casa.

No vale la pena narrar lo que ocurrió después, pueden imaginarlo, seguramente


muchos lectores ya lo conocerán por que salió en los diarios.

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