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GUSTOS SON DISGUSTOS Dudoso
GUSTOS SON DISGUSTOS Dudoso
El título pretende hacer una conexión con la sapiencia que supo portar el
protagonista de los hechos.
Antes de llegar a los cuarenta el Dr. García Martínez se separó de la que fuera
durante cinco años su esposa, Adelma Montegrande, otra profesora de la Universidad
Nacional, famosa por dedicar más tiempo al pleito y a la difusión de insidiosas
falsedades sobre sus colegas que a la docencia y a la investigación. El matrimonio no
dejo hijos.
Pero lo más relevante es que esa conversación la podía mantener con cualquier
persona de cualquier clase social, podía desarrollarla tanto con un prestigioso pensador
que visitara la Universidad Nacional desde el exterior –cuando los visitantes eran
extremadamente prestigiosos le pedían que los recibiera y acompañara-, como con un
colega, con sus alumnos, con los ordenanzas, con el cuida coches, como con cualquier
otra persona. Su visión progresista sobre la sociedad no se traducía en programas o
adhesiones partidarias sino en su capacidad para confraternizar y relacionarse sincera y
horizontalmente aún con aquellos más desgraciados en la estructura social. Ello sin
referirse nunca a su vida privada. Nunca dejaba que una relación derivara en una íntima
amistad sin que quedaran hijos del matrimonio. Era tal la admiración y encantamiento
que suscitaba en sus interlocutores que ello a nadie molestaba.
Luego del divorcio. El Dr. VGM. (Usaré desde aquí sus iniciales para referirme
al Dr. Víctor García Martínez) calculó el dinero que le había quedado tras pagar a los
abogados, estudio el mercado inmobiliario con la misma minuciosidad con que
realizaba sus investigaciones y llego a conclusión de que no podría comprar ninguna
casa que pudiera contener sus libros, que había logrado salvar de las garras de Adelma,
salvo en un barrio más bien marginal o de los denominados populares. Ese punto no le
molestó en lo más mínimo, se sentía feliz de haber logrado reparar uno de los errores
más graves que había cometido en su vida.
El Dr. VGM consiguió una casa espaciosa, que para mayor tranquilidad no daba
al frente de la calle, ingresándose por un largo pasillo. Además de espaciosa tenía un
patio espacioso con un par de árboles, en el cual el Dr. VGM podría practicar la
jardinería que tan relajante le resultaba como contrapeso de sus siempre dificultosas
investigaciones y del agotador trabajo de tratar de lograr que los alumnos entendieran
complejas teorías. Aunque todos afirman que para él esto último no resultaba ningún
inconveniente. Los alumnos lo atendían, en silencio, preguntaban y entendían.
Mientras trabajaba, el Dr. VGM oía, a un volumen medio, música clásica. Este
hombre genial, a pesar de pertenecer a una generación del rock, no se había aficionado
ni al rock ni al blues ni siquiera al jazz.
Hacía la derecha la nueva casa lindaba con una calle casi sin transito y hacia la
izquierda con otra casa ubicada al fondo de otra, de la que la separaba una medianera
endeble que medía, aproximadamente, un metro ochenta. Debería decir mide, porque la
casa continúa existiendo aunque el Dr. VGM no viva más allí. La otra casa era
alquilada un matrimonio que rondaba los sesentas, con los que charlaba de vez en
cuando en la calle. Los domingos por la tarde Don Toribio se sentaba en el patio y
lentamente se iba emborrachando mientras escuchaba a fuerte volumen dos cassettes, si
cassettes ni cidis, ni vinilos. Uno de Jorge Cafrune y otro de Horacio Guarini. Al Dr.
VGM no le molestaba que a medida que Don Toribio se emborrachaba comenzara a
gritar a su esposa. Algunos temas de Cafrune le parecían interesantes y los de Guaraní
le hacían gracia y pensaba que en una época se autoproclamaba como un cantante
revolucionario.
Don Toribio falleció súbitamente, a los cuatro años de haberse mudado el Dr.
VGM, y la viuda se fue a vivir con una de las hijas. Casi extraño aquellos dos cassettes
cuando en las tardes del domingo solo provenía silencio del otro lado de la. Creo que
hasta entonces lo único que había llegado a molestarlo era Adelma.
Al año de la muerte de Don Toribio la casa vecina fue alquilada. Conoció a los
nuevos inquilinos en el almacén, eran una pareja con una hija de unos cinco o seis años,
más la suegra y sus otros hijos que ya pasaban los veinte quienes no lograban conseguir
trabajo.
El primer domingo se sentaron todos a tomar cerveza y a escuchar música de
cuartetos en un potente equipo de música.
Inquieto por haber sido distraído bruscamente el Dr. VGM levantó la vista de la
pantalla de la computadora. Prestó atención a cada tema nuevo que escuchaba y
lamentó que no pasaran ninguno del Gato Bermúdez dado que sus letras le parecían
interesantes para comprender la idiosincrasia de los sectores populares. Se distrajo y no
pudo terminar la tarea que se había asignado pero su excelente estado de animo no fue
alterado. En sus planificaciones siempre dejaba un espacio a lo imprevisto y estaba
preparado para enfrentarlo, no se irritó, ni siquiera realizo un comentario, ni en su mente
ni en palabras. Terminó apagando la música de Teleman que escuchaba en los buenos
parlantes que había comprado para su computadora. Aunque seguía prefiriendo oír la
música en vinilo, reconocía que escucharla en la computadora, aunque degradará el
sonido, no interrumpía su trabajo teniendo que levantarse seguido a dar vuelta un disco
de vinilo o a buscar otro. Programaba horas de música y se olvidaba de tener que elegir.
Quizás fuera una señal de decadencia.
Regresó tarde. Después de ver una película había logrado sacar de su cabeza la
música de cuartetos que nada tenía que ver con la música clásica que escuchaba
habitualmente. Era la una de la mañana cuando entró en su casa, primero se pasaba por
el patio, y el silencio era absoluto. Se sintió contento y se puso a terminar su trabajo,
pero pronto lo venció el sueño y decidió concluirlo el sábado.
Se olvidó de todo y cuando, ya en el fin de semana, encendió la computadora, la
música de los vecinos empezó a sonar. Por primera vez en voz baja dijo “es una música
de mierda, ni siquiera es música, es ruido, es una mierda”. Espero un rato pensando en
que, por un milagro bajarían el volumen o la apagarían, pero nada de ello ocurrió.
Siguió dando vueltas en el escritorio musitando en voz baja “es una música de
cornudos, todas las historias que cantan son de cornudos… La tonadita, la forma de
cantar, esta llena de amaneramiento.” Cambio el tema y ahora dijo en voz alta
“¡¡¡¡¡¡¡¡son unos maricones de mierda que no saben cantar ni un carajo son una
recontramierda!!!!!!!!!!”.
A continuación se enfadó consigo mismo y decidió actuar racionalmente. Se
dirigió a la casa de los vecinos, golpeó la puerta, ya que no había timbre, y, a los
muchachones que lo atendieron sin prestarle mucha atención, les pidió con toda
amabilidad que bajaran el volumen porque estaban trabajando.
El sonido se cortó. El Dr. VGM sintió que algo se había roto en su interior.
Seguía inmóvil en el mismo lugar, transpirando como si tuviera cincuenta grados de
fiebre, cuando una botella de cerveza cruzo el aire y cayó a su píes al mismo tiempo que
el tunga-tunga volvió a romper la tarde. No sólo devolvió la botella de cerveza, la
acompañó con una pila de ladrillos que permanecían apilados contra la medianera desde
que había comprado la casa.