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La paloma y la hormiga.

Fábula corta con moraleja para los niños

Casi muriéndose de sed, una hormiga bajó corriendo a un arroyo y arrastrada por la
corriente, se encontró a punto de morir ahogada.

Una paloma que se encontraba en una rama cercana observó la emergencia;


desprendiendo del árbol una ramita, la arrojó a la corriente, montó encima a la hormiga y
la salvó.

La hormiga, muy agradecida, aseguró a su nueva amiga que si tenía ocasión le


devolvería el favor, aunque siendo tan pequeña no sabía cómo podría serle útil a la
paloma.

Al poco tiempo, un cazador de pájaros se alistó para cazar a la paloma. La hormiga, que
se encontraba cerca, al ver la emergencia lo picó en el talón haciéndole soltar su arma.

El instante fue aprovechado por la paloma para levantar el vuelo, y así la hormiga pudo
devolver el favor a su amiga.

Si conoces alguna otra fábula para niños y quieres compartirla con nosotros y los demás
padres, estaremos encantados de recibirla.
La rana sorda - Fábula oriental motivadora para los niños

Esto era un grupo de pequeñas ranas que atravesaban juntas un bosque. Pero de pronto,
dos de ellas cayeron en un hoyo muy profundo. El resto de ranas, se asomaron para
mirarla, rodeando el agujero.

Rápidamente se dieron cuenta de que el agujero era muy profundo. Sus compañeras
saltaban y saltaban, pero no podían alcanzar la orilla.

Las ranas comenzaron a cuchichear entre sí. Todas daban por muertas a las dos ranas,
ya que no veían posible que pudieran dar un salto tan alto como para salir del agujero. Así
que comenzaron a gritar a las ranas que no podían hacer nada, que no podrían salir de
allí.

¡Dejadlo, no lo conseguiréis! - gritaban las ranas desde la orilla.

Pero las dos ranas continuaban saltando sin parar, ignorando los gritos de sus
compañeras, que no dejaban de decirlas que iban a morir igualmente a pesar de sus
esfuerzos.

- ¡No lo intentéis más! - gritaban las ranas - ¡No lo conseguiréis!

Las ranas les llegaron a insinuar a sus dos compañeras que no gastaran más fuerzas,
que se dejaran morir. Y gritaban tanto, que al final una de las dos ranas que saltaba sin
parar se dio por vencida y decidió parar. Se dejó caer al suelo sin más, y murió.

Sin embargo, la otra rana continuó saltando, a pesar del agotamiento. Cada vez más
alto, cada vez con más fuerza. Y las demás compañeras gritaron mucho más alto para
que dejara de saltar.

- ¡Deja de sufrir ya! - le gritaban una y otra vez.

Y la rana saltaba más y más. Hasta que de pronto, logró salir del agujero. Ella pensó que
sus compañeras le estaban animando todo el rato, fijándose en los gestos que hacían. Y
les agradeció de todo corazón el haberle ofrecido todo su aliento.

En realidad, la rana era sorda y le era imposible escuchar los gritos de las demás. FIN
El caballo y el asno. Fábula sobre la solidaridad
Un caballo y un asno vivían en una granja y compartían, durante años, el mismo
establo, comida y trabajo que consistía en llevar fardos de heno al mercado de la
ciudad. Todos los días practicaban la misma rutina y seguían por una carretera de
tierra llevados por su dueño hasta la ciudad.

Un día, sin darse cuenta, el dueño puso más carga a la espalda del asno que a la
espalda del caballo. En las primeras horas nadie se dio cuenta del error del dueño,
pero con el pasar del tiempo, el asno empezó a sentirse muy cansado y agotado.
El asno empezó a sudar, a sentirse mareado, y sus patas empezaban a temblar.

Cuando el asno ya no podía más, se paró y pidió a su amigo caballo:

- Amigo, creo que nuestro dueño se equivocó y puso más carga a mi espalda que
en la tuya. Estoy agotado y ya no puedo seguir, ¿será que podrías ayudarme a
llevar algo de mi carga?

El caballo haciéndose el sordo no dijo nada al asno. Le miró y siguió por la


carretera como si nada hubiera pasado.

Minutos más tarde, el asno, con cara de pánico y visiblemente decaído, se


desplomó al suelo, víctima de una tremenda fatiga, y acabó muriéndose allí
mismo.

El dueño, apenado y disgustado por lo que había pasado con su asno, tomó una
decisión. Echó toda la carga que llevaba el asno encima del caballo. Y el caballo,
profundamente arrepentido y suspirando, dijo:

- ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora
tengo que cargar con todo!

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