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MEDITACIÓN SOBRE SAN LUIS, EL REY CRISTIANÍSIMO

I. San Luis fue verdaderamente rey, pues supo mandar a sus


pasiones, sujetar su cuerpo a la razón, y su razón a Dios. Ayunar,
llevar cilicio, vivir en medio de la corte una vida tan santa como la
de un cenobita, ¿no es acaso ser dueño de sí mismo? Mira a este
santo, mira si lo imitas, si tus pasiones están tan sometidas como las
de él a la razón. ¿Qué hay más real que un alma sometida a Dios y
dueña de su cuerpo? (San León).

II. San Luis fue el padre de su pueblo. A todo el mundo amaba,


hasta a sus enemigos; no podía tolerar a los detractores; él mismo
juzgaba en los procesos de los pobres, nada tomaba más a pecho que
el trabajar en la salvación de sus súbditos. Agradece a Dios, si te ha
dado superiores semejantes a este santo rey. Si tú mismo eres
superior, acuérdate que debes ser el padre de tus inferiores.
¿Cómo ejerces la caridad con tu prójimo?

III. Es preciso ser servidor de Dios para ser buen rey. La piedad
de San Luis, la honra que tributaba a las santas reliquias, el celo que
lo inflamaba por la conversión de los bárbaros, la generosidad
cristiana y heroica que puso de manifiesto combatiendo contra los
enemigos de Jesucristo, muestran que olvidaba su título de rey para
no acordarse sino del de servidor de Dios. Príncipes de la tierra, si
no servís a Dios, ¿qué provecho obtendréis en la otra vida de haber
aquí empuñado el cetro? La muerte os arrebatará todas vuestras
dignidades: la sola gloria que sobrevive a la tumba es la de haber
servido bien al Señor. Servir a Dios es reinar.
Ejerced la piedad.
Orad por los jefes de estado.

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