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OQO

editora Charo Pita


Marion Arbona

Q
OQO editora
texto de Charo Pita
ilustraciones de Marion Arbona

Edición original: OQO editora

© del texto
© de las ilustraciones
Charo Pita 2014
Marion Arbona 2014
OQO editora
© de la traducción del gallego Charo Pita 2014
© de esta edición OQO editora 2014

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Diseño Oqomania
Impresión Publito Artes Gráficas

Primera edición noviembre 2014


ISBN 978-84-9871-507-1
DL PO 350-2014

Reservados todos los derechos


Hace mucho tiempo,
los seres humanos vivían en poblados y cultivaban la tierra.

Los animales salvajes también participaban en los trabajos del campo:


el león, la hiena, el elefante, la liebre,
la gacela, el mono, la tortuga,
incluso la lechuza, que era la más vieja de todos.
Un año hubo una sequía enorme.
El calor y el polvo lo invadían todo.
En el cielo no había nubes y la cosecha estaba a punto de perderse.

Los humanos tocaban los tambores


para que el viento trajera la lluvia,
pero el viento no respondía.
Una noche,
la lechuza reunió a los animales
y dijo:

—Uno de nosotros
tendrá que ir a por el viento.

Todos estuvieron de acuerdo


en que fuera el león.
El león salió del poblado,
atravesó la llanura,
llegó a donde vivía el viento y gritó:

—¡Viento!
¡Ven a nuestros campos y tráenos la lluvia!

—Iré –respondió el viento–.


Pero antes dime:
¿quién es más rápido? ¿Tú o yo?

—Yo soy el rey de los animales,


¡nadie me puede ganar!
–replicó el león.
—Hagamos entonces una carrera.
Si me ganas, llevaré la lluvia a vuestros campos;
pero, si te alcanzo, daré la vuelta y no habrá agua.

De inmediato se colocaron en la salida y el viento avisó:

—Si quieres ganar, no mires atrás.


El león echó a correr.
El viento le dio ventaja y salió tras él.

Más que correr,


el león volaba por la llanura;
y, a mitad de carrera, pensó: ¡Voy a ganar!
Para asegurarse
de que el viento no estaba cerca,
giró la cabeza y… ¡PUMBA!
¡Chocó contra un árbol!

El viento lo alcanzó y dio media vuelta.

Avergonzado, el león regresó al poblado,


contó lo que había pasado y sentenció:

—A por el viento tendrá que ir


alguien más rápido que yo.
La hiena se ofreció voluntaria.

—¡Cuidado con el árbol!


–le aconsejó el león.

La hiena salió del poblado,


atravesó la llanura
y llegó a donde vivía el viento.
Nada más verla,
el viento le propuso hacer una carrera y avisó:

—Si quieres ganar, no mires atrás.


Más que correr,
la hiena volaba por la llanura;
a mitad de carrera esquivó el árbol y pensó:

¡Voy a ganarles al viento y al león!

Entonces
giró la cabeza para ver si el viento la alcanzaba,
pero… ¡ZAS! ¡Tropezó con una rama!

Y el viento la atrapó y dio media vuelta.


Cojeando, la hiena regresó al poblado y dijo:

—A por el viento tendrá que ir alguien más rápido que yo.

Los animales decidieron que fuera el más veloz de todos: la liebre.

—¡Cuidado con la rama!... ¡Y con el árbol!


–le aconsejaron la hiena y el león.
La liebre salió del poblado, atravesó la llanura,
llegó a donde vivía el viento y gritó:

—¡Viento! ¡Ven a nuestros campos y tráenos la lluvia!

—Iré encantado –respondió el viento–.


Pero antes dime: ¿quién es más rápido? ¿Tú o yo?

—Yo soy más rápida –replicó la liebre.

—Hagamos entonces una carrera.


Si me ganas, llevaré la lluvia a vuestros campos;
pero, si te alcanzo, daré la vuelta
y no habrá agua.
De inmediato,
se colocaron en la salida y el viento avisó:

—Si quieres ganar, no mires atrás.

La liebre salió a toda velocidad


y el viento le dio ventaja, como a los otros animales.

Saltando y brincando, a mitad de carrera, esquivó el árbol.


Saltando y brincando, evitó la rama.
Saltando y brincando, se dispuso a entrar en los campos
con el viento detrás.
Los demás animales la vieron llegar
y empezaron a animarla:

—¡Liebre! ¡Liebre!

Cuando estaba a tres pasos


de cruzar la meta, la liebre pensó:

¡Voy a ganarles al viento,


a la hiena y al león!

En ese momento giró la cabeza y… ¡UAAAAA!


¡Se cayó en un agujero!

Entonces, el viento la alcanzó y dio media vuelta.


Los animales estaban desolados.
¿Quién conseguiría vencer al viento y traer agua a los campos?
¡Ningún animal era más rápido que la liebre!

—Iré yo –anunció la tortuga dando un paso al frente.

Todos se miraron con cara de sorpresa…


¡No había un animal más lento en toda la llanura!
Pero, como no había otra alternativa, la dejaron marchar.

—¡Cuidado con el agujero!...


¡Con la rama!... ¡Con el árbol!
–dijeron la liebre, la hiena y el león.

La tortuga salió del poblado,


atravesó la llanura
y llegó a donde vivía el viento.
—¿Crees que eres más rápida que yo?
–dijo el viento al verla.

—No –respondió la tortuga–.


Pero los campos se secan y necesitan agua.

—Hagamos entonces una carrera.


Y recuerda: si quieres ganar, no mires atrás.

La tortuga echó a andar.


El viento le dio mucha ventaja y después salió tras ella.

Pasito a pasito, a mitad de carrera, la tortuga esquivó el árbol.


Pasito a pasito, evitó la rama.
Pasito a pasito, rodeó el agujero.

Poco a poco, y sin girar la cabeza, fue haciendo camino.


Y, para asombro de todos los animales,
entró en los campos con el viento detrás.

El viento llevaba un manojo de nubes,


que se abrió en un abanico de lluvia.
Fue así como aquel año
tuvieron una cosecha magnífica.
Y, en honor a la tortuga,
las mujeres del poblado
fabricaron cántaros
con la forma de su caparazón,
que servían para hacer música.
Y, aún hoy, en días de fiesta,
dejan al viento entrar en las vasijas
para que cuente, con su voz de aire y agua,
la hazaña de la tortuga.

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