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MOVIMIENTOS SOCIALES y CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES

Graciela Di Marco
Nora Goren, Compiladoras

Prefacio de Ernesto Laclau


INDICE

Prefacio---------------------------------------------------------------------------------------------3
Enesto Laclau
Introducción--------------------------------------------------------------------------------------10
Graciela Di Marco, Nora Goren

Entrevista
A Chantal Mouffe por Elke Wagner--------------------------------------------------- 21

Subjetividad y política-------------------------------------------------------------------------- 35

Leonor Arfuch

Los movimientos sociales y los estudios de identidades-----------------------------------40


Gerardo Aboy Carlés

Ciudadanias conflictuales: Geocultura de lo colectivo-------------------------------------48


Adrián Scribano

La esperanza profana sin la ontoteleología del progreso. la temporalización de la acción


colectiva en el contexto de la “post-historia”----------------------------------------------- 71
Francisco Naishtat

Mujeres por la solidaridad y los derechos sexuales y reproductivos en La Pampa---- 93


María Herminia Beatriz Di Liscia

El retorno del pueblo argentino: entre la autorización y la asamblea. La argentina en la


era k ---------------------------------------------------------------------------------------------- 104
Paula Biglieri

Los sin tierra de misiones. Disputas culturales y políticas en torno al racismo, la


“intrusión” y la extranjerización del excluido----------------------------------------------- 131
Karina Bidaseca

Autogestion y democratizacion de la propiedad y el trabajo----------------------------- 151


Graciela Di Marco

Los Autores--------------------------------------------------------------------------------------174
PREFACIO

Quisiera contribuir a este importante conjunto de trabajos, a modo de prefacio,


con tres reflexiones relativas al modo en que los llamados movimientos sociales se
inscriben en el campo general de la política contemporánea.
El primer aspecto se refiere al tipo de relación que los movimientos sociales
establecen con el Estado, un aspecto tocado por la mayor parte de los ensayos recogidos
en este volumen. Un enfoque muy difundido tiende a presentar a los movimientos
sociales desde la perspectiva de su autonomía respecto al aparato estatal, es decir, en
una relación predominantemente de exterioridad respecto al mismo. Hay aquí toda una
gama de opiniones, que va desde un libertarianismo extremo -que ve en el Estado a un
enemigo- hasta formas mas matizadas, que tratan de establecer conexiones con el
campo político (considerado en sus formas tradicionales de actuar) pero que, en todo
caso, cualesquiera sean el grado y el tipo de interacción entre ellos que se postulen
como legitimas, se parte de la percepción de dichas interconexiones como teniendo
lugar entre dos entidades diferentes.
Esta cuestión puede abordarse, en una primera aproximación, a través de una
cuestión clásicamente debatida en la teoría política: la de las relaciones entre el Estado y
la sociedad civil. Tomemos el caso de Hegel. Para el la sociedad civil es el reino del
particularismo, de lo que el llamaba las 'necesidades' y, como tal, es incapaz de
cualquier iniciativa que represente el punto de vista de la sociedad concebida como un
todo. Este último es el punto de vista de lo que Hegel denominaba la 'clase universal', y
que para el coincidía con la burocracia -es decir, con el conjunto de los aparatos
estatales. La sociedad civil era, por consiguiente, incapaz de toda iniciativa política.
Esta perspectiva es radicalmente invertida por Marx: el Estado no es el reino de lo
universal sino que es un instrumento de la clase dominante; el particularismo inherente
a la sociedad civil es, por tanto, transferido a la esfera política. Como es, en tal caso
posible la emergencia de una perspectiva global, que represente el momento universal
de la comunidad?. Para Marx, esta posibilidad estaba ligada al surgimiento de un agente
-el proletariado- que estuviera mas allá de todo interés sectorial, que al solo poseer sus
cadenas emanciparía también, al liberarse, a la sociedad en su conjunto. La creciente
simplificación de la estructura social bajo el capitalismo aseguraría, en el largo plazo, el
predominio numérico de esta clase. La 'clase universal' de Hegel era, pues, transferida
de la esfera política a la sociedad civil, hasta tal punto, que el momento universal de la

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comunidad era identificado con la extinción del Estado. Como puede advertirse, el
pluralismo y la autonomía de los movimientos sociales eran impensables, tanto para
Hegel como para Marx. Para el primero, porque la inserción de estos movimientos en la
sociedad civil hubiera restado todo sentido político a su acción. Para el segundo, porque
su misma pluralidad hubiera sido testimonio de que el momento de lo universal no
había sido alcanzado.
Es solamente con Gramsci que las limitaciones de estas dos perspectivas
comienzan a resultar visibles, así como los primeros atisbos de un punto de vista
diferente. He sostenido en otro trabajo que si bien Gramsci toma de Marx la idea de que
la sociedad civil es el campo de construcción de lo universal, va a tomar de Hegel la
idea de que esta construcción tiene un carácter fundamentalmente político. Es en tal
sentido que va a hablar de un 'Estado integral'. Que se entiende por esto? En primer
término, que los actores sociales no pueden simplemente ser 'clases' constituidas en
torno a intereses sectoriales, sino las que el llama 'voluntades colectivas', que resultan de
la agregación de elementos heterogéneos. Por tanto, la heterogeneidad social no
representa una etapa transitoria, a ser superada por la proletarización resultante de las
leyes del desarrollo capitalista, sino que se torna un rasgo permanente de las sociedades
contemporáneas. Esto hace ilusoria la idea de una extinción del Estado y del vínculo
político, ya que las intervenciones que articularan los elementos heterogéneos serán
esencialmente políticas. Esta doble noción de heterogeneidad/articulación desplaza el
análisis en una pluralidad de direcciones que nos ubica en la antesala de la problemática
relativa a los movimientos sociales actuales. En primer término, el campo de lo político
resulta inmensamente ampliado: ya no se restringe al área de la esfera pública en su
sentido restringido sino que abarca, potencialmente, al conjunto de las relaciones
sociales. Estamos lejos de la visión ingenua del socialismo de comienzos del siglo XX
que oponía simplemente la lucha política y la lucha económica de la clase obrera, luchas
que se desarrollarían paralelamente -si bien con tensiones- y que solo confluirían en una
ruptura revolucionaria final. Hoy día advertimos que toda lucha social es política desde
sus mismos comienzos. Gramsci afirmaba que la construcción de la hegemonía (es decir,
de la articulación contingente) comienza en la fabrica. Se da por tanto una politización
de lo social -en la medida en que lo político rebasa la esfera publico-estatal- pero se da
también una socialización de lo político -en la medida en que los aparatos estatales
pasan también a ser áreas de investimientos hegemónicos.

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Esta situación plantea al análisis de los movimientos sociales dos tipos de
problemas que ponen en cuestión toda respuesta simplista a la cuestión de la autonomía.
En primer termino, si toda intervención hegemónica constituye una articulación de
elementos heterogéneos, no pone esta articulación en cuestión la existencia
independiente de estos movimientos, es decir, su autonomía? Y, en segundo término, si
el Estado constituye también un área de investimientos hegemónicos que se entrecruzan
con los investimientos que tienen lugar al interior de la sociedad civil, no desdibuja esto
la oposición Estado/sociedad civil y socava con esto el terreno que los movimientos
sociales requieren para su negociación frente al Estado? El meollo de un enfoque
teórico de los movimientos sociales en el mundo contemporáneo se encuentra, en buena
medida, en la respuesta a estas dos cuestiones. Ellas requieren esclarecer las
dimensiones implícitas en la relación hegemonía/autonomía.
Esto me lleva a mi segunda reflexión. La autonomía de los movimientos sociales
ha sido con frecuencia presentada como si cada lucha concreta se constituyera
exclusivamente en torno a su especificidad -lucha de las mujeres, de las minorías
sexuales, de los grupos raciales, de los obreros, de las organizaciones vecinales, etc.
Ciertos planteamientos teóricos como, por ejemplo, el autonomismo radical de
Hardt y Negri, llegan a afirmar que cada lucha, librada a si misma, debe limitarse a sus
propios objetivos concretos y que un efecto de liberación mas global resultara de una
convergencia inmanente, sin que sea necesario ningún esfuerzo horizontal de
articulación política. Esta tendencia autonomista surgió como reacción a un enfoque
anterior, ligado a un marxismo de corte mas tradicional, que reducía las luchas
especificas a frentes de lucha, englobados por la totalidad mas abarcante del partido.
No hay duda de que hoy día nos enfrentamos con una situación mas compleja
que aquella en que la teoría leninista del partido -que suponía a su vez la unidad de la
clase- se fundaba. Las luchas parten de puntos mas heterogéneos del tejido social que en
el pasado y así como no se unifican a través de actores sociales pre-constituidos
respecto a la acción política -las clases- tampoco están subordinadas a modos
organizativos que obedezcan a la forma 'partido'.Es por eso que, en las circunstancias
actuales el destino de las organizaciones populares es, o bien cerrarse en formas
políticas sectorial-corporativas, o adoptar formas movimientistas mas laxas que sean
compatibles con la coexistencia en su interior de una amplia variedad y pluralidad
institucional. Esto, sin embargo, no significa una autonomía extrema ni la negación de
todo vínculo horizontal entre las luchas. Y esto por varios motivos.

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El principal es que la idea de la existencia de un espacio neutro, en el que cada
lucha constituiría su identidad en torno a objetivos específicos, es una completa ficción.
Toda lucha emerge en un terreno que ya esta cruzado -en realidad, constituido-
por relaciones de poder, por jerarquías, por vínculos complejos entre los distintos
espacios institucionales. Esta complejidad tiene un doble efecto: por un lado diversifica
los puntos de antagonismo y ruptura, que no pueden ser reconducidos a ningún sujeto
social o político unificado; pero, por otro, esto hace mas urgente construir políticamente
-es decir, artificialmente, a través de la lucha- los vínculos entre esos antagonismos cuya
unidad no esta dada de modo espontáneo. Vemos así como el momento de autonomía y
el de hegemonía se requieren mutuamente: precisamente porque, en un mundo
globalizado, los antagonismos tienden a ser crecientemente descentrados, la
construcción de centros hegemónicos pasa a ser tanto más urgente. La visión que
proponemos se aleja, por consiguiente, tanto de la unílateralización del momento
autónomo -que solo puede conducir, o bien al encierre corporativo, o bien a una
impotencia política que lleva a la desintegración de las luchas - como a una uní
lateralización del momento hegemónico -que se traduciría en una estructuración
autoritaria conducente también, en el largo plazo a la disgregación política.
Consideremos brevemente las condiciones de una articulación de tipo distinto,
que eviten estos dos extremos aberrantes. La primera es que, si la unidad del grupo no
puede ser considerada como un resultado automático de la estructura social sino como
efecto de la articulación política, es claramente necesario referirse a unidades de análisis
mas pequeñas que el grupo. En mi opinión, estas unidades son las demandas formuladas
en torno a problemas tales como la habitación, el transporte, la salud, la seguridad, la
escolaridad, etc. Todo espacio político se constituye en torno a la tensión entre aquellas
demandas que el sistema satisface y aquellas que no satisface y que, por consiguiente,
marginaliza. Los movimientos sociales se constituyen siempre en torno a demandas
insatisfechas. Un sistema que fuera capaz de satisfacer, a través de su aparato
institucional, la totalidad de las demandas, no daría lugar a la emergencia de ningún
movimiento social. Ahora bien, una demanda insatisfecha tiene una lógica interna por la
cual, lo que empezó como una simple petición pasa a ser un reclamo, es decir, que
establece una relación polémica con el poder al que se enfrenta. Cuando esto ocurre, sin
embargo, la demanda no queda encerrada en si misma sino que, al advertir los sujetos
que ella constituye que hay otras demandas en esa sociedad que tampoco son satisfechas,
se establece casi espontáneamente una equivalencia entre todas ellas que, si el proceso

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avanza mas allá de un cierto punto, conduce a la cristalización de esa cadena
equivalencial en torno a símbolos que la unifican. Este es el momento de emergencia de
un pueblo, en el sentido que yo he dado a este término.
No puedo entrar aquí en la discusión de la relación entre movimientos sociales y
populismo, a la que las reflexiones anteriores naturalmente nos llevaría. Quiero apuntar
tan solo a una serie de cuestiones, que se derivan de ellas y a la que toda teoría de los
movimientos sociales debe responder.
1) La equivalencia entre una pluralidad de demandas debe conducir a la
evaluación del peso relativo que, en la constitución de las mismas, tienen el lazo
equivalencial y el particularismo de las demandas especificas. Si este ultimo predomina,
el lazo equivalencial será débil y superficial y habrá una fuerte tendencia de cada
demanda a ser eminentemente corporativa. Las relaciones diferenciales predominaran
sobre las equivalenciales y la deriva hacia el populismo será limitada. Por el contrario,
si la cristalización de las demandas particulares es incipiente y depende para su
constitución del rol constitutivo de la cadena equivalencial, la centralidad de los
símbolos populistas acrecentara su importancia.
2) En que medida las demandas que constituyen las equivalencias internas a los
distintos movimientos están gobernadas por una sola lógica equivalencial o, por el
contrario, por una pluralidad de lógicas que compiten entre si y ambiguizan el sentido
de las demandas -y, en consecuencia, de los movimientos que se estructuran en torno a
ellas? Por ejemplo, demandas vecinales pueden ser articuladas por ideologías de
izquierda, por la Iglesia, por mecanismos clientelisticos, etc. Las demandas,
atómicamente consideradas, pueden ser las mismas, pero los movimientos sociales que
resultaran de la articulación de una pluralidad de ellas serán fundamentalmente distintos
según sea la naturaleza del vínculo articulatorio que las cristaliza. En teoría, podría
darse también un movimiento neutro, organizado en torno a reivindicaciones puramente
corporativas carentes de todo tinte ideológico, pero esto es altamente improbable en
sociedades politizadas, en las que constantemente tiene lugar una pluralidad de
movilizaciones.
3) Finalmente, se da el problema de hasta que punto las demandas de los
distintos movimientos son complementarias -o al menos neutrales las unas respecto a
las otras en cuanto a sus objetivos- o, por el contrario, hay una incompatibilidad entre
ellas que obstaculiza la construcción de una cadena equivalencial. Estos obstáculos
pueden ser de tipo muy diferente: incompatibilidad entre las ideologías y los símbolos

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que han amalgamado a un conjunto de demandas en dos movimientos distintos,
competencia por la atención de los mismos aparatos estatales o para-estatales, prejuicios
étnicos o raciales que hacen imposible la colaboración entre grupos, etc. Todos estos
son casos de la que denominado 'heterogeneidad social'. De cualquier modo, los efectos
son claros: como resultado de esta proliferación de incompatibilidades resulta difícil
constituir a un 'pueblo' unificado que dependa de la dicotomización del espacio social.
Esto da lugar a todo tipo de integración diferencial de las distintas demandas y
movimientos al sistema político.
Este es el punto de partida de mi tercera reflexión, que se refiere a los tipos de
relación que pueden darse entre los movimientos sociales y la política global existente
en una sociedad. Me he referido anteriormente al modo de cristalización de una cadena
equivalencial de demandas. Estas pueden ser absorbidas directamente por el sistema
político-institucional pero en ese caso, como decíamos antes, no hay lugar alguno para
la constitución de movimientos sociales. El caso que tenemos que considerar, y que es
con mucho el mas frecuente, es aquel en que se da una serie de movilizaciones
autónomamente constituidas a nivel local que deben negociar su relación con fuerzas
políticas operantes a nivel nacional. Aquí se nos muestra muy pronto una ambigüedad
básica: por un lado, movilizaciones locales y sectoriales dispersas reciben
indudablemente un refuerzo e impulso considerable de su incorporación a un
movimiento político mas vasto; pero, por otro, de esto se deriva también una cierta
perdida de autonomía. Aquí encontramos nuevamente la dualidad autonomía/hegemonía,
y ahora podemos agregar que la relación entre sus dos términos es siempre una relación
de tensión. No hay cuadratura del círculo que asegure el ensamblaje armónico entre
estos dos términos. Cualquier equilibrio que se logre habrá de ser siempre el resultado
de una construcción política precaria -yo me atrevería a decir que, en nuestras
sociedades, es la construcción política por excelencia. Una sociedad democrática es
aquella en que este equilibrio ha sido logrado satisfactoriamente, sin desmedro para
ninguno de sus dos polos. Para dar un solo ejemplo: después de la Segunda Guerra
Mundial, el Partido Comunista Italiano fue una importante fuerza democratizante en esa
sociedad gracias al equilibrio autonomía/hegemonía que logro crear. No digo que el
ensamblaje fuera perfecto -el momento de tensión es insoslayable- pero por dos
decenios funcionó lo suficientemente bien como para que las causas populares
experimentaran un notable avance.

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Quiero agregar que esta tensión/dualidad y las formas de su negociación han
sido puestos aun más al orden del día por los procesos contemporáneos de globalización.
Una de las consecuencias globales de estos últimos ha sido la fragmentación de las
luchas sociales, pero también la inestabilidad creciente de los mecanismos de poder. Las
luchas sociales son más sectoriales, pero se extienden a más sectores. Es decir, que
áreas sociales que no habían sido en el pasado sedes de relaciones antagónicas, pasan a
serlo y a constituir nuevos actores que comienzan a manifestarse en la esfera pública.
Volviendo a lo que decíamos al comienzo: contra lo que pensaba Hegel, la sociedad
civil pasa a ser un campo de iniciativas políticas; y contra lo que pensaba Marx, los
agentes emancipatorios no convergen en una 'clase universal' homogénea sino que
presentan, por el contrario, una heterogeneidad irreductible. Pero si este
desdibujamiento de la línea divisoria entre Estado y sociedad civil conduce a una
politización de las luchas sociales, el también conduce a una invasión de la esfera
pública por parte de los nuevos actores. Esto hace necesario acoplar al estudio de las
líneas políticas globales que estructuran a una sociedad, el de los micro-espacios
sectoriales en donde las nuevas fuerzas se expresan.
Es a este último estudio al que los ensayos reunidos en el presente volumen
constituyen una importante contribución.

ERNESTO LACLAU

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