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“La definición de ganadería intensiva debe hacerse en base a los insumos (conjunto
de elementos que toman parte en la producción de otros bienes). Cuantos más
insumos, mayor grado de intensificación o industrialización”, añade Pablo Manzano,
doctor en ecología e investigador sobre cambio global y conservación de la
Universidad de Helsinki.
“Las dos ventajas de la ganadería industrial son los precios bajos y la alta capacidad
de producción. Son las ventajas habituales de la industria. Objetivamente, ha
mejorado el estado de nutrición de los países desarrollados”, señala Pablo
Manzano. “Otra cosa sería monetizar las externalidades, porque tiene consecuencias
sociales, económicas y ambientales que no se tienen en cuenta en el precio”.
“Hay que preguntarse por qué existe la ganadería intensiva. Si queremos alimentar de
forma adecuada a los miles de millones de personas que pueblan el planeta, tiene que
ser así. Los ciclos de la extensiva son muy largos y necesita grandes cantidades de
espacio”, asegura Miguel Ángel Aparicio. “Hoy en día, podemos producir en
condiciones ventajosas de precio y de impacto. Y tenemos los sistemas para
reducir la huella ambiental”.
La industrialización ganadera ha protagonizado el escenario agroalimentario en las
últimas décadas. Pero eso no significa que no pueda haber otros caminos para
conseguir objetivos similares. “No está tan claro que la ganadería industrial sea la
única forma de dar de comer al mundo”, subraya Pablo Manzano. “Los sistemas de
pocos insumos podrían dar de comer al mundo, aunque no se ha hecho una
investigación sistemática al respecto. De ser así, la principal consecuencia se vería en
el precio. Para mí, se trata de una cuestión de prioridades, de cuánto nos queremos
gastar en alimentación”.
Impacto ambiental
El alto impacto en el medioambiente es uno de los grandes argumentos que esgrimen
los habitantes de Pozuelo que se oponen a las macro granjas porcinas. Es también
uno de los argumentos que primero entran en escena en todos los debates alrededor
de la ganadería industrial. Cada año, la explotación de Albacete, generará más de
60.000 toneladas de purines, consumirá cerca de 220 millones de litros de agua y
emitirá 400 toneladas de metano. Entre los purines destacan las aguas residuales,
restos de vegetales y semillas, concentración de animales muertos o excrementos.
La huella de carbono de la ganadería intensiva va más allá del impacto local. Las
cadenas de suministro de ganado representan el 14,5 % de las emisiones
globales de gases de efecto invernadero, causantes del cambio climático. Casi dos
tercios de ese total está relacionado con la producción bovina, según el informe de la
FAO Soluciones ganaderas para el cambio climático. Solo los procesos entéricos del
ganado (la digestión) generan el 30% de las emisiones totales de metano, un potente
gas de efecto invernadero, aunque de vida corta.
La generación de metano está, sin embargo, más asociada a sistemas extensivos que
intensivos, sobre todo, por los animales protagonistas en cada uno. El impacto de la
ganadería industrial en el cambio climático está más relacionado con las emisiones
de CO2 de toda la cadena de producción, desde el cultivo de cereal para piensos
hasta la manufactura y distribución de los productos, como explica el informe La
ganadería y su contribución al cambio climático, publicado por el BC3-Basque Centre
for Climate Change.
“A la hora de producir los alimentos para el ganado hay que tener en cuenta el
consumo de la maquinaria, el que conlleva la producción de insecticidas y fertilizantes,
la cantidad de carbono que se libera al arar el suelo, la energía para bombear el agua
tanto para regar como para dar de beber a los animales, la que se consume para
procesar y transportar la cosecha y la que necesita la explotación, la contaminación
de las aguas y la emisión de gases de la explotación, el transporte del animal al
matadero, la distribución, la generación de residuos y basura… Todo suma una gran
huella ambiental”, detalla Pablo Manzano, que también es coautor del informe
anterior.