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El involucramiento de la
ciudadanía en la vida pública y en el control de la actividad de sus autoridades y
representantes es esencial para una democracia sólida e inclusiva. Así, el funcionamiento de
la democracia requiere necesariamente del ejercicio de derechos, en la medida en que estos
sustentan tanto los mecanismos de representación y competencia por el poder (elecciones)
como los mecanismos de deliberación y participación en la toma de decisiones. Una de las
formas de participación ciudadana más sustantivas y cruciales de una democracia
representativa es la participación electoral, pues permite dotar de legitimidad y estabilidad al
sistema político, y a la vez, permite otorgar igualdad de oportunidades de expresión política.
El derecho universal al sufragio es un elemento constitutivo del sistema democrático: toda
democracia requiere de la realización de elecciones libres y competitivas. Este derecho está
consagrado en la Declaración Universal de Derechos Humanos y es profundizado en el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de
la Agenda 2030 fueron discutidos y aprobados por más de 190 países, en la Asamblea de las
Naciones Unidas, durante 2015. Uno de esos objetivos, el 16, hace referencia precisamente
la generación de sociedades e instituciones más justas, pacíficas e inclusivas, que aseguren a
todo nivel procesos de toma de decisión participativos y que respondan a las demandas de la
ciudadanía. En este contexto, uno de los aspectos más relevantes del debate mundial sobre
desarrollo sostenible se refiere a la necesidad de incorporar a todos los sectores de la
sociedad, tanto en los frutos del desarrollo como en la toma de decisiones y en la búsqueda
de soluciones para abordar los desafíos que enfrenta la humanidad. La consigna “no dejar a
nadie atrás” es un elemento transversal de esta Agenda. Además, es un llamado a fortalecer
los derechos ciudadanos y a garantizar la igualdad efectiva, sobre la base de la consagración
de derechos humanos universales. La democracia como régimen de gobierno se sustenta
justamente en este principio de igualdad efectiva a la hora de decidir, opinar, participar y ser
escuchado. Es ahí donde radica la importancia de las elecciones y la participación electoral de
todos los ciudadanos y ciudadanas, independientemente de su sexo, religión, raza, origen
étnico, edad, nivel socioeconómico, educación, orientación sexual, identidad de género,
situación de discapacidad o ubicación en el territorio. En el caso de Chile, una de las
fortalezas que ha caracterizado a la democracia durante las últimas décadas es su apreciable
estabilidad institucional y su éxito en dotar de gobernabilidad al país. Sin embargo, el sistema
político ha sido menos exitoso en promover el involucramiento y participación de la
ciudadanía en la vida pública, y en asegurar la adecuada representación de todos los sectores
de la sociedad en las esferas formales de la democracia. En Chile, la participación de la
ciudadanía en los debates públicos, en la toma de decisiones y en la elección de sus
representantes ha experimentado cambios significativos desde la recuperación de la
democracia. Por una parte, se han diversificado los mecanismos de participación y ampliado
algunos incentivos institucionales para mejorar la representación, pero, por otra, se ha ido
produciendo una creciente distancia entre la ciudadanía y las formas tradicionales de
participación que sustentan la democracia representativa. Esto es en parte producto de las
normas formales que hasta hace poco ordenaban el funcionamiento del sistema político
(régimen de gobierno, sistema de inscripción electoral, sistema electoral, ley de partidos,
normas de financiamiento, entre otras), de la transformación de la estructura social del país,
así como de la dificultad creciente del sistema de partidos para representar, entre otros
aspectos. Como muestra la última encuesta Auditoría a la Democracia (PNUD, 2016), los
chilenos y las chilenas participan poco en organizaciones voluntarias, y quienes sí participan
lo hacen en organizaciones que no se orientan necesariamente a la promoción de ideas o
intereses, o a generar influencia en la toma de decisiones a nivel local o nacional. Si se
excluye a las organizaciones religiosas y a las juntas de vecinos —que corresponden a un 17%
y 14% de participación, respectivamente—, menos del 10% de los encuestados participa 7 de
algún tipo de organización social. Además, se aprecia un sesgo socioeconómico persistente
en la participación política y en el interés por los asuntos públicos: la ‘politización’ esta
inequitativamente distribuida en la sociedad (PNUD, 2015). Si bien hoy los ciudadanos
manifiestan estar más informados y preocupados que hace algunos años por el rumbo del
país (PNUD, 2016), esta preocupación no parece estar vinculada a una voluntad por
participar en la elección de las autoridades que toman decisiones en los gobiernos locales, el
Congreso y la Presidencia, donde se discute y decide sobre materias esenciales de la vida
social, económica, política y cultural del país. De hecho, en Chile la participación de la
ciudadanía en procesos electorales ha venido disminuyendo sistemáticamente desde finales
de la década de los noventa, hasta alcanzar en octubre del 2016 su mínimo histórico desde el
retorno a la democracia. Si bien esta es una tendencia de largo plazo y de carácter
estructural, se ha acentuado desde la reforma al sistema de inscripción electoral en 2012,
cuando se pasó de inscripción voluntaria y voto obligatorio a un sistema con inscripción
automática y voto voluntario. En este sentido, la abstención electoral constituye un
problema político de gran relevancia para el país, especialmente si se observan las profundas
desigualdades que la cruzan: el derecho a votar no es ejercido homogéneamente por la
población, sino que la abstención está fuertemente concentrada en determinadas zonas
geográficas, niveles socioeconómicos y grupos etarios. El presente informe presenta un
diagnóstico descriptivo de la situación actual de la participación electoral en Chile y su
dinámica en las últimas décadas. Junto con ello, da cuenta de cuántos son los votantes,
dónde se concentran y cuáles son sus características sociodemográficas. Se examinan
también algunas de las principales causas que explican la abstención. Se busca, por medio de
estos datos, contribuir al amplio debate que existe hoy en el país en torno a este tema. Los
principales resultados se estructuran de tres maneras: comparando la situación de Chile con
el resto del mundo, y describiendo la situación a nivel territorial y luego a nivel de los
individuos. Considerando que el debate académico respecto de la participación electoral es
extenso e incluye distintos enfoques teóricos y metodológicos en torno a los resultados, para
quienes estén interesados se incorpora una revisión de estos debates en un anexo al final del
texto. Para este trabajo se utilizaron tres fuentes de información. Primero, bases de 8 datos
electorales especialmente construidas por el PNUD a partir de información oficial provista
por el Servicio Electoral (Servel). Segundo, bases de datos de encuestas producidas por el
PNUD tanto en el contexto de su serie Auditoría a la Democracia como de los Informes de
Desarrollo Humano. Tercero, dos encuestas del Instituto Nacional de la Juventud: la última
Encuesta Nacional de Juventud (INJUV, 2017a) y la Encuesta Percepciones generales sobre
política, candidatos y procesos eleccionarios en jóvenes 18-29 años (INJUV 2017b). Todas las
encuestas son probabilísticas y de representatividad nacional, con datos levantados en todas
las regiones del país, en zonas urbanas y rurales, con márgenes de error del 3% o menor para
niveles de confianza estándar. Todos estos instrumentos, a excepción la segunda encuesta
del INJUV, fueron aplicados de forma presencial en hogares.
DIAGNÓSTICO SOBRE LA PARTICIPACIÓN ELECTORAL EN CHILE. Hecho por el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) es la red mundial de la ONU para el desarrollo, que
propugna el cambio y hace que los países tengan acceso al conocimiento, a la experiencia y a los recursos
necesarios para ayudar a que las personas se labren un futuro mejor.
Uno de los fenómenos más llamativos de la política chilena —desde la transición a la democracia en
1990 hasta la fecha— es el sostenido e ininterrumpido declive de la participación en elecciones
nacionales. Mientras que en los comicios presidenciales inaugurales de 1989 acudió el 84,2% de la
población en edad de sufragar,1 en las votaciones de 2017 la cifra bajó al 46,7% en la primera vuelta y
al 49,0% para el balotage.2 La reforma de 2012, que tuvo como propósito incentivar la participación,
estableció el tránsito de una inscripción voluntaria y voto obligatorio a una de tipo automática y sufragio
voluntario que fue claramente insuficiente. El descenso en la asistencia a las urnas fue uno de los más
pronunciados del mundo en las últimas décadas, situando a Chile como uno de los países que registra la
menor participación electoral en América Latina (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo 2016, 3).
Esta tendencia es preocupante. Las democracias con baja participación electoral suelen ser más
vulnerables a crisis de legitimidad pública y quienes no votan, tienden a pertenecer a grupos
desaventajados de la población, facilitando que sus intereses no sean considerados por las autoridades
políticas (Lijphart 1997). Corvalán y Cox (2013) muestran que, en Chile, no solo existe una brecha de participación
entre ricos y pobres, sino que también entre personas mayores y jóvenes. Esto lleva a subrepresentar a
los segundos a costa de los primeros y genera fuertes dudas sobre la capacidad del sistema político para
canalizar las demandas de las nuevas generaciones.
En la última década, varios investigadores se volcaron a explorar por qué cayó la participación electoral
en Chile. La interpretación convencional postula que el contexto político-institucional produjo
generaciones de ciudadanos altamente participativas que fueron progresivamente remplazadas —a
medida que avanzaron las décadas de 1990 y 2000— por cohortes con menor propensión a votar. El
resultado habría sido la caída de la participación a nivel agregado.
Esta interpretación abre varias interrogantes vinculadas a las fuentes de esta tendencia. ¿El descenso
agregado en la participación electoral se explica únicamente por el remplazo generacional? O, más bien,
¿la propensión a votar de todos los grupos etarios ha decrecido a medida que pasa el tiempo? ¿Puede
que ambos procesos, reemplazo generacional y declive universal, se den simultáneamente o puede,
incluso, ocurrir que a medida que pasa el tiempo, las distintas generaciones —o solo algunas de ellas—
voten cada vez más, generando un efecto opuesto?
Las investigaciones previas no han podido responder cabalmente estas preguntas. Han utilizado diseños
de investigación que abarcan una o muy pocas mediciones en el tiempo y no controlan simultáneamente
por las tres fuentes de cambio longitudinal —edad de los entrevistados, cohorte de nacimiento y período
de la encuesta—. Bajo esas condiciones, es imposible describir adecuadamente las distintas fuentes del
declive agregado en la participación electoral. Aún más, la explicación tradicional, basada en
generaciones, no da cuenta de la evidencia internacional que sostiene que, con el aumento de la edad,
se incrementa la propensión a votar. Dado lo anterior, nuestro artículo busca comprender cómo ha
evolucionado la participación electoral en Chile en base a un diseño de investigación de edad-período-
cohorte (EPC), con datos provenientes de encuestas de corte transversal repetidas anualmente durante
un período de 22 años (1994-2015).
Nuestras estimaciones confirman resultados previos, pero también revelan patrones desconocidos.
Primero, consistente con Toro (2008) y Contreras y Navia (2013), entre otros, se observan efectos de cohorte
marcadamente no lineales: aquellas personas que alcanzaron a participar del plebiscito de 1988 y,
especialmente, aquellas nacidas entre 1960 y 1970, registran tasas de participación electoral más altas
que quienes no alcanzaron a votar en dicha elección. Segundo, a medida en que las personas envejecen,
aumenta la probabilidad de que hayan votado en una elección, aunque tal efecto es altamente
heterogéneo. Son justamente los miembros de las cohortes que no alcanzaron a votar en el plebiscito de
1988 en quienes se observa el efecto etario más acentuado. Por último, observamos un fuerte efecto
período de carácter lineal: aun controlando por edad y cohorte, la propensión a votar de todos los
grupos etarios se ha reducido progresivamente con el paso del tiempo.
De una parte, está el reconocimiento del voto como un derecho, por lo que la forma jurídica que mejor se adecúa
a dicha naturaleza es la del régimen voluntario de sufragio. No obstante, posiciones más conservadoras, señalan
que de esta forma se induce a la “privatización” de una ciudadanía que no entiende que la participación política
es un tema también de responsabilidad hacia la comunidad. Un segundo punto es que, aun cuando puede haber
un incremento en la participación electoral, el voto obligatorio tiene como posible desventaja un aumento de los
votos nulos y blancos, profundizando los problemas de representatividad y legitimidad.
Tercero, la obligatoriedad le otorga cierta estabilidad al padrón electoral, lo que puede considerarse como una
virtud desde la perspectiva de la predictibilidad de los resultados electorales.
No es fácil tener una medida precisa del grado de participación en las elecciones a lo
largo del mundo, ya que, desde el punto de vista formal, casi todos los países se rigen
por un sistema democrático, pero en muchos se trata de una mera fachada.
Por ejemplo, el que tendría el menor nivel de abstención electoral sería Laos,
donde votó el 99,7% del padrón en las elecciones parlamentarias de 2011. Sin
embargo, se trata de sufragios ficticios, porque hay una sola fuerza política habilitada,
el Partido Popular Revolucionario de Laos. Además, el presidente no es elegido por el
pueblo, sino que lo designa el Comité Central del partido, como ocurre en China.
¿Cuáles son los países con mayor concurrencia a las urnas? Australia encabeza el
ranking con un nivel de ausentismo de sólo 6,8% del padrón. En segundo lugar está
Bolivia, con 8,1 por ciento. En ambos, el voto es obligatorio.
"Dado el descontento de la ciudadanía con sus partidos, estos candidatos bien podrían
basar sus campañas aprovechando el malestar ciudadano y dirigiendo un discurso
antipartido. Ellos se sentirán depositario de la legitimidad política, pudiendo ejercer
un bypass hacia el congreso y generando constituciones ad hoc que, entre otras
cosas, podrían establecer un sistema de reelección indefinida. En algún minuto, esa
democracia perderá fuerza, mostrando algunos signos de autoritarismo, lo que
puede terminar con un golpe de estado, una guerra civil o, en el mejor de los casos, un
juicio político al presidente", agrega.
"En los países con régimen de voto obligatorio sin sanciones -continúa Morales-, el
funcionamiento es muy similar al de un régimen de voto voluntario. Por tanto, es
imperativo colocar sanciones no sólo pecuniarias, sino que también
administrativas. En los países que usan el voto voluntario, en tanto, debe existir una
cuota mínima de incentivos y facilidades. Por ejemplo, el transporte público gratuito,
mayor puntaje para las fichas de protección social que impliquen acceso a viviendas u
otra clase de beneficios".
Otro componente que no debe faltar es la educación de la ciudadanía, que puede ser
fundamental donde la cultura política no está bien afianzada. "La participación está más
asociada a otras variables que la obligatoriedad: el interés de la elección en la
ciudadanía, la cultura política del país, el contexto de polarización o apaciguamiento,
etc. Más que en la dupla obligatoriedad - sanción, es preferible hacer énfasis en la
educación ciudadana, destacar la importancia de la participación y del compromiso
con la democracia", dice Romero.
https://www.infobae.com/2015/05/15/1728987-los-10-paises-del-mundo-los-que-menos-
gente-va-votar/
Por Andrés Scherman
El triunfo de Sebastián Sichel y Gabriel Boric en las elecciones primarias corroboró que los
instrumentos de medición de opinión pública perdieron su brújula. El autor de esta columna
de opinión expone cuatro puntos que podrían explicar por qué cada vez es más difícil medir
acertadamente la intención de voto de los ciudadanos: el sufragio voluntario, la falta de
representatividad de los grupos encuestados, la imposibilidad de medir la intención de voto a
15 días de las elecciones y la participación del segmento electoral más joven, que se
caracteriza -entre otras cosas- por ser reacio a participar de los ejercicios de medición.
El resultado de las elecciones primarias ha traído de vuelta la discusión sobre la calidad y la precisión
de los estudios de opinión pública que miden la intención de voto de los ciudadanos. Durante meses
las encuestas nos dijeron que los dos grandes favoritos eran Daniel Jadue y Joaquín Lavín en sus
respectivas primarias, y el día de la elección vimos cómo llegaban en segundo lugar y a larga
distancia de los ganadores.
La discusión sobre la precisión de las encuestas tomó fuerza con la aprobación de la inscripción
automática y el voto voluntario. Hasta ese momento, el electorado se había mantenido con pocos
cambios, y era relativamente fácil separar a quienes concurrirían a votar (los inscritos en los
registros electorales) del resto. Sin embargo, el nuevo escenario introdujo una figura habitual en
otros países con voto voluntario: el cálculo del votante probable, que básicamente consiste en una
batería de preguntas que nos permite estimar quiénes irán efectivamente a votar entre todos
aquellos que manifiestan una preferencia electoral.
En países como Francia o México, algunas empresas de encuestas han obtenido muy buenos
resultados siguiendo este método. Pero en Chile ha sido un problema imposible de solucionar para
los encuestadores. Estudios que antes nos asombraban con su precisión han errado
consistentemente. La experiencia comparada nos dice que, en la medida en que acumulemos más
elecciones con voto voluntario, podremos ir encontrando un modelo de votante probable más
preciso. Pero eso aún no ocurre en Chile.
Otro problema que explica los deficientes resultados tiene carácter metodológico. Por razones
económicas, y en el último tiempo sanitarias (la pandemia hace difícil la aplicación de encuesta cara
a cara), han proliferado estudios telefónicos y online que no son de carácter probabilístico. Para que
una encuesta se pueda extrapolar a todos los electores es vital que sea probabilística, es decir, que
todos los miembros del universo de votantes tengan una probabilidad conocida de ser seleccionado
para contestar el estudio. Hoy se están usando paneles (grupos formados por personas con
predisposición a contestar encuestas) que desconocemos la forma en que se conformaron y qué
sesgos pueden tener, y habitualmente tienen bajas tasas de respuesta.
Suponemos que muchos de esos paneles se han formado comprando bases de datos en el mercado
que se van acumulando a través del tiempo. En otros casos, se ofrece a las personas participar a
cambio de un incentivo. El asunto es que desconocemos la representatividad que tienen ambos
escenarios, aunque hay ocasiones en que sus integrantes se escogen aleatoriamente (estos son más
bien la excepción que la regla).
La dinámica de la campaña, y los errores de candidatos que parecían favoritos, no hace para nada
descartable la hipótesis de que durante las últimas dos semanas algunos votantes cambiaron su
intención de voto o tomaron la decisión de acudir a sufragar.
Un cuarto elemento que podría explicar esta situación tiene que ver con que, posiblemente,
estamos ante un cambio en la composición etaria de los votantes. Esto, al menos, si consideramos
los resultados del plebiscito constitucional de 2020. En esa elección, la participación del segmento
entre 18 y 29 años fue de 56,1%, frente al 50,9% de participación general. Los jóvenes, en esos
comicios, representaron el 24% de los votantes, la cifra más alta desde 1999, cuando llegaron al
14,67% del padrón.
Aún no está claro si este incremento en la votación de las personas entre 18 y 29 años se mantendrá
en las futuras elecciones. Si este fenómeno sucede, será un nuevo problema para los encuestadores,
ya que tendrán que empezar a decodificar a un electorado distinto, en circunstancias que los
jóvenes son el segmento etario más difícil de capturar por las encuestas, entre otros motivos,
porque es reacio a responder los cuestionarios cualquiera sea su formato. Además, en los estudios
que entregan sus fichas técnicas observamos, habitualmente, que el porcentaje de jóvenes que
responde está muy por debajo de su peso en la población. Y aunque eso se corrige ponderando los
datos (es decir, multiplicando esos casos de encuestados jóvenes y dándoles el peso que les
corresponde de acuerdo con la población), igualmente una muy baja respuesta de jóvenes afecta las
estimaciones sobre el comportamiento de este grupo.
En otras palabras, las razones de las imprecisiones de los resultados de las encuestas son múltiples.
Algunas no están en manos de los encuestadores y otras sí. Para mejorar estas últimas, lo más
urgente es trabajar en la construcción de modelos de votante probable más robustos, y contar con
marcos muestrales más confiables y transparentes.
https://www.ciperchile.cl/2021/07/26/cuatro-posibles-razones-de-la-imprecision-de-las-encuestas-electorales/
La tendencia mundial, según los datos de IDEA Internacional, es que el voto sea voluntario. Eso
impera en África, Europa y Asia. En cambio, en la región es al contrario, la mayoría de los países
tiene sistemas de voto obligatorio. Sin embargo, en algunos países no hay sanciones por su
incumplimiento y en otros, sí. Además, las cifras indican que los países con voto obligatorio, en
promedio, tienen un 7% más de participación que aquellos donde es voluntario.
https://www.latercera.com/la-tercera-sabado/noticia/daniel-zovatto-los-paises-con-voto-
obligatorio-en-promedio-tienen-un-7-mas-de-participacion/EJXVPMR7YZH37LZGUQDH5TZKBI/
https://elpais.com/internacional/2021-06-18/por-que-el-80-de-los-chilenos-no-
acude-a-votar.html
La participación aumentó en la primera vuelta presidencial y se llegó al 47,34% (7.115.590 personas), sin
embargo, la segunda vuelta superó todas las expectativas y, cuando Gabriel Boric ya se posiciona como el
ganador por sobre José Antonio Kast, con 46.556 mesas escrutadas de un total de 46.140, correspondientes al
99,82%, se han registrado 8.296.692 votos.
Con este resultado, las últimas elecciones presidenciales en Chile lograron superar la votación más masiva de
los últimos 30 años que fue la del plebiscito por una Nueva Constitución.
De acuerdo con las cifras oficiales del Servel, el padrón electoral es de 15.030.974 electores habilitados para
votar. Este dato se desglosa de la siguiente manera: 14.959.956 votantes dentro de Chile; 71.018 votantes en el
extranjero y 249.458 ciudadanos inhabilitados para sufragar en esta segunda vuelta.
En las elecciones presidenciales de 2017, que dieron como ganador al Presidente Sebastián Piñera, más de 7
millones de chilenos acudieron a votar (7.032.523) y la participación en ese entonces fue del 49% del padrón.
Y en las megaelecciones del pasado 15 y 16 de mayo, cuando se elegían cuatro cargos, la participación llegó a
43,35% lo que se tradujo en 6.458760 votantes de los 14.900.190 que estaban habilitados.
Qué dicotomía más innecesaria ¿Por qué no inscripción obligatoria y voto obligatorio? Es
precisamente lo que se legislará doce años después, hoy miércoles, cuando en la Cámara
de Diputados, parafraseando al ex presidente Salvador Allende, otros hombres y mujeres
podrían superar ese momento gris y amargo. No es un simple juego de palabras. Según
información entregada en las últimas horas por el Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD), la participación de la ciudadanía descendió de manera significativa
desde las elecciones municipales de 2012, hasta ahora. Para fines de la década recién
pasada, solo votaba un 50 por ciento del padrón en las elecciones presidenciales y un 40
por ciento en las elecciones municipales. Así, el presidente actualmente elegido tuvo más
del 50 por ciento de los votos de quienes concurrieron, pero menos del 30 por ciento del
padrón. Se abre entonces, un flanco quizás injusto pero de efectos reales, cuando se
pregunta si el presidente democráticamente elegido es en realidad representativo de la
voluntad popular mayoritaria.
Adicionalmente, y se advirtió sin éxito con reiteración durante el debate de entonces, está
demostrado a nivel mundial que los sistemas de voto voluntario sobre-representan a los
ricos y sub-representan a los pobres. El motivo es simple: los sectores acomodados,
porque las circunstancias sociales les dieron más capital sociocultural, tienden a tener más
clara la relación entre la vida cotidiana y las decisiones institucionales. Los sectores con
más privación, en cambio, y especialmente en un país como Chile, tienden a caer en el
pesimismo y a hacer propias frases como “gane quien gane igual me tendré que levantar a
trabajar todos los días”. Así ocurrió en la última elección: mientras las comunas del barrio
alto tuvieron un importante nivel de participación el primer día, las comunas con
menos concurrencia tendieron a ser justamente las más pobres. Aquí mismo en la Radio
Universidad de Chile, la alcaldesa de La Pintana, Claudia Pizarro, hizo un sentido y en
cierto modo desesperado llamado a sus vecinos a que fueran a votar la mañana del 16 de
mayo, luego de que el día anterior apenas lo hizo el 14 por ciento del padrón.
https://radio.uchile.cl/2021/05/26/voto-obligatorio-la-correccion-de-un-error-
historico/
Debate en Sala
La Presidenta del Senado, Ximena Rincón (DC), señaló durante la discusión que “nuestro
país vive profundos cambios, la ciudadanía exige mayor participación y atención, y no podemos
perder el foco en aquello (...) Como soy convencida de que al voto hay que darle doble carácter, voto
a favor de la restitución de la obligatoriedad”.
Yasna Provoste (DC), candidata presidencial de Nuevo Pacto Social, para justificar su aprobación
del proyecto dijo que “la vida se compone de derechos, pero también de obligaciones. Lo colectivo
no es un cortapisa al desarrollo personal, ni hay desarrollo personal sin lo colectivo. (...) Voto a favor
porque quiero más democracia y a las grandes mayorías decidiendo”.
Juan Pablo Letelier (PS), dijo que “frente a este problema donde tenemos un diagnóstico grave
de legitimidad, debemos cuestionarnos qué es un derecho y un deber. Se deben cumplir los deberes
para dar legitimidad al sistema”.
Para Jaime Quintana (PPD), “lo ideal es tener una participación amplia y equilibrada. Hay que
refutar una idea mal implantada en la opinión pública, ya que antes de 2012 no había un real voto
obligatorio porque no habían reales sanciones”
El senador Francisco Huenchumilla (DC) manifestó: “Tenemos que tomar una medida que
haga que la sociedad, en su conjunto, sea dueña y responsable de su destino, y de esa manera las
instituciones van a tener legitimidad al tomar decisiones obligatorias, como son las leyes”.
Carmen Gloria Aravena (Evópoli), argumentó que “si bien la decisión de adoptar el voto
voluntario tuvo un amplio respaldo, el tiempo demostró que nuestra sociedad no estaba preparada
para ello y en poco tiempo el distanciamiento con la representación política se fue acrecentando a
niveles impensados”.
Por su parte, el senador Rabindranath Quinteros (PS) expresó que “se requiere el voto
obligatorio. Votar es un derecho, pero también es un deber. Si cada vez votan menos personas, el
voto se terminará convirtiendo en un instrumento elitista”.
El senador y presidente del Partido Socialista, Álvaro Elizalde, enfatizó que se exige “un
esfuerzo mínimo”, que es concurrir a votar. “Considero que se debe reincorporar el voto obligatorio,
pero con la inscripción automática”, afirmó entre los senadores que tomaron la palabra.
Los motivos tras el restablecimiento del voto obligatorio
El sistema de sufragio obligatorio en el país estuvo vigente hasta el 31 de enero de
2012, cuando comenzó a regir la ley N° 20.568 de inscripción automática y voto voluntario durante
el primer gobierno del Presidente Sebastián Piñera. Esto también eliminó la sanción
aparejada al incumplimiento de la obligación de votar.
Sin embargo, la ley que debutó ese año durante las elecciones municipales, mostró una
alta abstención: 57%. La tendencia se mantuvo en los comicios posteriores: 50,8% de abstención
en la elección presidencial de 2013, 65,1% en las municipales de 2016 y un 51% en la segunda vuelta
presidencial en 2017.
Esta reforma que avanza en el Congreso, detalla en su texto que en la ley será sustituida
la palabra “voluntario” por “obligatorio”. Se precisará, además, que el sufragio en
elecciones primarias será siempre de carácter voluntario, y que “será el Estado quien
arbitrará las acciones necesarias para informar, facilitar e incentivar el ejercicio del
derecho a sufragio”. La obligatoriedad del sufragio, además, no correría para elecciones
primarias, que serán de carácter voluntario.
https://www.latercera.com/politica/noticia/senado-aprueba-en-general-proyecto-de-voto-
obligatorio-iniciativa-fue-despachada-para-su-discusion-en-particular-en-la-comision-de-
constitucion/R4WOOD4ZC5DBHG6Z7GRGLHQFL4/